Más
allá de la era del petróleo
Por
Michael Klare (*)
The
Nation, 06/12/07
InfoMORENO Nº 226, 11/12/07
Traducción
de Hugo Palamidessi
El
profesor Klare, agudo analista de la geopolítica de los
recursos naturales y crítico de los gobiernos de EEUU,
esboza el panorama que se presenta al mundo, y en particular
a EEUU, ante el inevitable fin de la era del petróleo
tradicional, y barato. (InfoMORENO)
El
pasado mayo, en una no proclamada y casi no percibida acción,
el Departamento de Energía proclamó un giro fundamental,
casi de época en la historia de EEUU y, en verdad, del
mundo entero: nos estamos acercando al fin de la Era del
Petróleo y entramos en la Era de la Insuficiencia. El
departamento dejó de hablar de “crudo” (oil) en sus
proyecciones sobre la disponibilidad futura de petróleo, y
comenzó a hablar de “líquidos”. El departamento indicó
que la producción global de “líquidos” aumentaría de
84 millones de barriles equivalentes de petróleo diarios
(mboe en inglés, NdT) en 2005 hasta unos 117.7 mboe en el
2030 –apenas suficientes para satisfacer la demanda
mundial, pronosticada en 117.6 mboe.
Además
de sugerir el grado hasta el cual las empresas petroleras
han dejado de ser meras suministradoras de petróleo y son
ahora proveedoras de una amplia variedad de productos líquidos
–incluyendo combustibles sintéticos derivados de gas
natural, maíz, carbón y otras sustancias- este cambio
sugiere algo más fundamental: hemos entrado en una nueva
era de competencia intensificada por la energía y de
confianza creciente en el uso de la fuerza para proteger las
fuentes de petróleo de ultramar.
Para
apreciar la naturaleza del cambio, es útil hurgar un poco más
a fondo en la curiosa terminología del Departamento de
Energía. “Líquidos”, explica el departamento en su
Perspectiva Internacional de Energía (International Energy
Outlook) de 2007, abarca “petróleo” convencional así
como líquidos “no-convencionales”, notoriamente arenas
bituminosas (bitumen), aceite de esquistos, biocombustibles,
líquidos de carbón y líquidos de gas. Habiendo sido una
vez un componente relativamente insignificante del negocio
de la energía, estos combustibles han llegado a asumir
mucha importancia ante la declinante producción de petróleo
convencional.
En
realidad, el Departamento de Energía proyecta que la
producción de líquidos no-convencionales se cuadruplique,
saltando de unos 2.4 mboe por día en 2005 a 10.5 mboe en
2030. Pero la historia real no es el crecimiento
impresionante en los combustibles no-convencionales sino el
estancamiento en la producción de petróleo convencional.
Mirado desde esta perspectiva, es difícil escapar a la
conclusión que el cambio de “oil” a “líquidos” en
la terminología del departamento, es un no tan sutil
intento de disfrazar el hecho de que la producción mundial
de petróleo está en, o cerca de, su capacidad pico, y que
podemos esperar pronto una caída en la disponibilidad
global de petróleo convencional.
El
petróleo es, por supuesto, una sustancia finita, y los geólogos
han avisado desde hace tiempo que terminará desapareciendo.
La extracción de petróleo, como la de otro recurso no
renovable, seguirá una curva parabólica en el tiempo. La
producción crece rápidamente al principio y luego
gradualmente se hace lenta hasta aproximadamente la mitad de
la fuente original se haya agotado.; en este punto se llega
a un pico en la producción sustentable y la producción
empieza una declinación irreversible hasta que se torna
demasiado caro extraer lo poco que queda. La mayoría de los
geólogos creen que hemos ya alcanzado el punto medio en el
agotamiento de la herencia original de petróleo en el
mundo, y el único debate real es sobre cuan cerca hemos
llegado de ese punto, habiendo algunos expertos que pregonan
que estamos ahora en el pico, mientras otros dicen que todavía
estamos a unos pocos años o quizá a una década de llegar
a él.
Hasta
hace muy poco, los analistas del Departamento de Energía
estaban firmemente en el campo de los optimistas furiosos
que clamaban que el pico del petróleo estaba tan lejos en
el futuro que no era preciso pensarlo mucho. Dejando de lado
el aspecto científico del asunto, la promulgación de esa
visión tan rosa obviaba cualquier promoción de mejoras en
la eficiencia del combustible para automotores o de urgir
adelantos en el desarrollo de combustibles alternativos.
Dada las prioridades de la Casa Blanca, no es de
sorprenderse que esta visión prevaleciera en Washington.
Sin
embargo, en sólo los seis últimos meses los signos de un
inminente pico en la producción de petróleo convencional
han hecho imposible ignorarlos, aun a los conservadores
analistas de la industria. Estos signos han venido, por un
lado del mundo pacífico de las transacciones comerciales y
fijación de precios, y por otro del análisis de los
expertos internacionales en energía.
Lo
más dramático quizás, haya sido el aumento espectacular
de los precios del petróleo. El precio del crudo liviano,
dulce, cruzó la longeva barrera psicológica de los U$S 80
por barril en el New York Mercantile Exchange (NYMEX) por
primera vez en septiembre, y desde entonces ha crecido hasta
U$S 90. Muchas razones han sido mencionadas para el aumento
de los precios del crudo, incluyendo conmociones en la región
productora de petróleo del Delta en Nigeria, sabotajes en
oleoductos en México, aumento de la actividad de huracanes
en el Golfo de México y temores de ataques turcos a los
santuarios de la guerrilla kurda. Pero la realidad
subyacente es que la mayoría de los países productores de
petróleo están bombeando a máxima capacidad y encuentran
difícil aumentar la producción para enfrentar la creciente
demanda internacional.
Aun
una decisión de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP) de inflar la producción en 500.000
barriles por día, no logró parar el impulso alcista de los
precios. Preocupados porque un aumento excesivo de los
costos del petróleo disparara una recesión mundial y
redujera la demanda de sus productos, los países de la OPEP
acordaron, en una reunión en Viena el 11 de septiembre,
aumentar su producción conjunta. “Pensamos
que el mercado está un tanto alto” explicó
el ministro del petróleo kuwaití, Mohammad al-Olaim. Pero
la movida logró poco para calmar el aumento de los precios.
Claramente, OPEP tendría que emprender un mucho mayor
crecimiento de la producción para alterar el entorno del
mercado, y no está claro que sus miembros tengan la
capacidad de hacerlo, ahora o en el futuro.
Un
signo de alerta de otro tipo fue provisto por la decisión
tomada por Kazajstán en agosto de 2007, de suspender el
desarrollo de la región petrolífera gigante de Kashagan,
en su sector del Mar Caspio, iniciado en un principio por un
consorcio de compañías occidentales a fines de los años
90. Se dijo que Kashagan es el proyecto petrolífero más
promisorio desde el descubrimiento de petróleo en Prudhoe
Bay, Alaska, a fines de los `60. Pero la empresa ha
encontrado enormes problemas técnicos y todavía no ha
producido un solo barril de petróleo. Frustrado por el
fracaso de obtener algún beneficio económico del proyecto,
el gobierno kazajo ha argumentado riesgos ambientales y
excesos de costos para justificar la suspensión de las
operaciones y pedir mayor opinión sobre el proyecto.
Como
el ascenso dramático en los precios del petróleo, el
episodio de Kashagan es una indicación de las crecientes
dificultades de la industria en su esfuerzo para impulsar la
producción para enfrentar el aumento de la demanda. “Todas las compañías
petroleras están peleando para hacer crecer la producción”
Peter Hitchens, de Teather & Greenwood, dijo
al Wall Street Journal en julio. “Se
torna más y más difícil llevar los proyectos en tiempo y
dentro del presupuesto”.
Que
esta debilidad de la industria no es un problema temporario
sino el síntoma de una tendencia de largo plazo, fue
confirmado por dos importantes estudios publicados el verano
pasado por organizaciones conservadoras de la industria. El
primero de estos fue publicado el 9 de julio por la Agencia
Internacional de Energía (IEA), afiliada de la Organización
para la Cooperación y Desarrollo Económicos, el club de
las principales potencias industriales. Titulado “Informe
del mercado petrolero en el mediano plazo”, es una
evaluación llana de la ecuación global oferta-demanda en
el período 2007-2012. La noticia no es buena.
Prediciendo
que la actividad económica mundial crecerá en promedio el
4.5 % por año durante este período –en gran parte
impulsado por el crecimiento desenfrenado en China, India y
el Medio Oriente- el informe concluye que la demanda global
de petróleo aumentará un 2.2 % por año, empujando el
consumo mundial de, aproximadamente 86 millones de barriles
por día (Mbd) en 2007, a 96 mbd en 2012. Con suerte y
nuevas inversiones masivas, la industria petrolera será
capaz de aumentar la producción suficientemente como para
satisfacer –apenas- la demanda más alta que se anticipa
para 2012. Más allá de eso sin embargo, parece poco
posible que la industria pueda sostener cualquier aumento en
la demanda.”El petróleo
parece estar muy justo en estos cinco años” declaró
la agencia.
En
la base de la conclusión general de este informe hay una
cantidad de preocupaciones específicas. Lo más notable es
que señala una declinación preocupante en el flujo de los
campos más antiguos en los países no-OPEP, y la necesidad
correspondiente de una mayor producción de los países
OPEP, muchos de los cuales están localizados en áreas
proclives a conflictos de Oriente Medio y África. Las
cantidades involucradas conmueven. A primera vista parecería
que sería una meta considerada razonable la necesidad de
unos 10 Mbd extra entre 2007 y 2012, o sea 2 Mbd por día
cada uno de los cinco años. Pero eso no toma en cuenta que
hoy día el mundo necesita unos 5 millones extra: 3 para
compensar la declinación en los pozos antiguos, más 2
millones de demanda adicional. Este es un desafío
intimidatorio y posiblemente inalcanzable, especialmente si
se considera que casi todo el petróleo adicional tendrá
que provenir de Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita,
Argelia, Angola, Libia, Nigeria, Sudán, Kazajstán y
Venezuela, países que no inspiran el tipo de confianza que
se necesitará para verter centenares de miles de millones
de dólares en nuevos trépanos, ductos y otras partes
esenciales de infraestructura.
Causas
similares de ansiedad pueden encontrarse en el segundo
estudio principal publicado en el último verano,
“Enfrentando las duras verdades acerca de la energía”,
preparado por el National Petroleum Council (NPC), una
importante organización de la industria. Como se supone que
presenta una visión “equilibrada” del dilema de la
energía nacional, el informe NPC fue ampliamente elogiado
en Capitol Hill y en los medios; a su brillo se agregaba la
identidad de su autor principal, el ex ejecutivo en jefe de
ExxonMobil, Lee Raymond.
Al
igual que el informe IEA, el estudio de NPC empieza
proclamando que, con la combinación correcta de políticas
y mayor inversión, la industria es capaz de satisfacer la
demanda de EEUU y del mundo de petróleo y gas natural. “Afortunadamente el mundo no se está quedando sin recursos energéticos”
afirma el informe corajudamente. Pero los
obstáculos al desarrollo y distribución de esos recursos
abundan, de modo que se requiere urgentemente políticas y
prácticas prudentes. Aunque “no
hay una única y fácil solución a los múltiples desafíos
que enfrentamos”, los autores concluyen que “confiamos que la rápida adopción de estas estrategias”
permitirá a los Estados Unidos satisfacer sus necesidades
de energía en el largo plazo.
Sin
embargo, al leer más profundamente el informe, surgen
serias dudas. Aquí otra vez las preocupaciones surgen de
las crecientes dificultades de extraer petróleo y gas de
lugares poco favorables y de los riesgos geopolíticos
asociados con la creciente dependencia de proveedores
inamistosos e inestables. De acuerdo a NPC (usando datos
tomados de IEA), se estima que se necesitarán, en los próximos
25 años, U$S 20 billones en nueva infraestructura para
asegurar que estará disponible la energía suficiente para
satisfacer la demanda mundial que se prevé.
El
informe afirma luego algo obvio: “Será
necesario un clima de inversión estable y atractivo para
atraer el capital adecuado para la evolución y expansión
de la infraestructura energética”
Aquí
es donde debería empezar cualquier observador astuto para
alarmarse realmente, puesto que, como señala el informe, no
es de esperar un clima así. A medida que el centro de
gravedad de la producción mundial de petróleo se desplaza
definitivamente hacia los países de la OPEP y los estados
cuya producción está centrada en lo estatal, como Rusia,
el mercado llegará a ser dominado más por los factores
geopolíticos que por los mercantiles.
“Estos corrimientos plantean profundas implicaciones para los
intereses, estrategias y elaboración de políticas de
EEUU” afirma el estudio. “Muchos
de los cambios esperados podrían elevar los riesgos de la
seguridad energética de EEUU, en un mundo donde es probable
que la influencia de EEUU decline a medida que el poder económico
se desplaza a otras naciones. En los años venideros, las
amenazas a la seguridad de las principales fuentes mundiales
de petróleo y gas natural pueden empeorar”.
Las
implicaciones son obvias: los principales inversores no
parece que vayan a expeler los billones de dólares
necesarios para acrecentar sustancialmente la producción en
los años venideros, lo que sugiere que la producción
global de petróleo convencional no alcanzará los elevados
niveles predichos por el Departamento de Energía, sino que
afrontarán pronto una declinación irreversible.
Esta
conclusión lleva a dos impulsos estratégicos obvios:
primero, el gobierno buscará aliviar los escrúpulos de los
principales inversores en energía prometiéndoles proteger
sus inversiones en ultramar por medio del despliegue de
fuerzas militares estadounidenses; y segundo, la industria
buscará contener su apuesta, desplazando una parte cada vez
más grande de sus fondos de inversión hacia el desarrollo
de líquidos no-petrolíferos.
El
nuevo “Consenso de Washington”
La
necesidad de un rol militar vigoroso de EEUU en la protección
de los activos energéticos en el extranjero, ha sido un
tema principal de la política exterior norteamericana desde
1945, cuando el presidente Roosevelt se encontró con el rey
Abdul Aziz de Arabia Saudita y prometió proteger el reinado
en reciprocidad por el acceso privilegiado al petróleo
saudita.
En
la más famosa expresión de este lazo, el presidente Carter
afirmó en enero de 1980 que el flujo irrestricto de petróleo
del Golfo Pérsico está entre los intereses vitales del país
y que para proteger ese interés, los EEUU empleará “cualquier
medio necesario, inclusive la fuerza militar”
Este
principio fue citado posteriormente por el presidente Reagan
como la razón para “reembanderar” los buques tanques
kuwaitíes con la enseña norteamericana durante la guerra
Irán-Irak de 1980-1988, y protegerlos con buques de guerra
norteamericanos, una actitud que llevó a esporádicos
choques con Irán. El mismo principio fue invocado
subsecuentemente por George Bush como justificación para la
Guerra del Golfo en 1991.
Considerando
estos hechos pasados, es importante reconocer que el uso de
la fuerza militar para proteger el flujo de petróleo
importado ha gozado generalmente de amplio apoyo
bipartidario en Washington. Inicialmente la visión
bipartidista estaba enfocada fundamentalmente en el área
del Golfo Pérsico, pero desde 1990 se ha extendido también
a otras áreas. El presidente Clinton buscó ansiosamente
establecer estrechos lazos militares con los estados de
Azerbaiján y Kazajstán del mar Caspio, luego de la ruptura
de la URSS en 1991, mientras que G. W. Bush ha buscado ávidamente
aumentar la presencia de EEUU en las regiones productoras de
petróleo de África, y llegando a favorecer el
establecimiento de un Comando en África de EEUU (Africom)
en febrero.
Uno
podría imaginarse que la actual debacle en Irak sacudiría
este consenso, pero no hay evidencia que sea así. En
realidad, parece que sucede lo contrario: temerosos,
posiblemente de que el caos en Irak se extienda a otros países
de la región del Golfo, las principales figuras de ambos
partidos llaman a vigorizar el rol militar de EEUU en la
protección del suministro de energía importada.
Quizás
la expresión más explícita de este consenso de élite es
el informe de un grupo independiente, “Consecuencias de la
dependencia de EEUU del petróleo sobre la seguridad
nacional”, respaldado por muchos Demócratas y
Republicanos prominentes. Fue publicado en octubre de 2006
por el bipartidario Consejo de Relaciones Exteriores (CFR),
encabezado conjuntamente por John Deutch, vicesecretario de
defensa en la administración Clinton, y James Schlesinger,
secretario de defensa en las administraciones de Nixon y de
Ford. El informe advierte sobre los crecientes
peligros que se ciernen sobre el fluir seguro del petróleo
importado. Concluyendo que sólo los EEUU tienen la
capacidad de proteger el comercio global del petróleo
contra la amenaza de una obstrucción violenta, argumenta
sobre la necesidad de una presencia militar fuerte de EEUU
en las áreas claves de producción y en los senderos
marinos que traen el petróleo extranjero a las playas
norteamericanas.
La
toma de conciencia sobre este nuevo “Consenso de
Washington” sobre la necesidad de proteger las fuentes
externas de petróleo con tropas norteamericanas, ayuda a
explicarse muchos desarrollos recientes en Washington. Lo
que es más relevante, echa luz sobre la posición tomada
por el presidente Bush al justificar su determinación de
retener una potente fuerza norteamericana en Irak, y sobre
el por qué los Demócratas encuentran tan difícil oponerse
a esa posición.
Consideremos
el discurso liminar sobre Irak del 13 de septiembre. “Si
nos sacaran de Irak” profetizó, “se
envalentonarían los extremistas de toda clase...Irán se
beneficiaría del caos y vería alentado en sus esfuerzos
por obtener armas nucleares y dominar la región. Los
extremistas podrían controlar una parte clave de la oferta
energética global” Y luego viene el
golpe: “Cualquiera
sea el partido político al que pertenece o cualquiera sea
su posición acerca de Irak, deberíamos poder coincidir en
que Norteamérica tiene un interés vital en prevenir el
caos y proveer esperanza en Medio Oriente”. En
otras palabras, en Irak ya no se trata de democracia o armas
de destrucción masiva o terrorismo, sino de mantener la
estabilidad regional para asegurar el flujo seguro de petróleo
y mantener estabilizada a la economía norteamericana; era
casi como si estuviera hablando a la multitud bipartidaria
que apoyó el informe de CFR que citábamos.
Es
muy claro que los Demócratas, o por lo menos los
principales Demócratas, encuentran extraordinariamente difícil
rebatir este argumento de plano. En marzo, por ejemplo, la
senadora Hillary Clinton dijo al New York Times que
Irak está “justo
en el centro de la región petrolera” y por lo
tanto “se opone
directamente a nuestros intereses” que se
convierta en un estado fracasado o en un peón de Irán.
Esto significa, continuó, que será necesario mantener
indefinidamente algunas tropas de EEUU en Irak, para proveer
apoyo logístico y entrenamiento a los militares iraquíes.
El senador Barack Obama también ha hablado de la necesidad
de mantener una presencia militar robusta en Irak y el área
circundante. Así, mientras consideran adecuado el retiro de
la mayoría de las brigadas de combate de EEUU de Irak, ha
abogado por “una
fuerza que pueda prevenir el caos en una amplia zona”.
Dada
esta perspectiva, es muy duro para los Demócratas desafiar
a Bush cuando dice que se necesita una presencia militar
“duradera” de EEUU o cambiar la actual política del
Gobierno, bloqueando una retirada militar importante o algún
otro hecho imprevisto. Del mismo modo, será difícil para
los Demócratas evitar un ataque norteamericano a Irán si
se puede presentarlo como un paso necesario para prevenir
que Irán amenace en el largo plazo la seguridad del
suministro de petróleo en el Golfo Pérsico.
Tampoco
podemos anticipar un cambio dramático en la política de
EEUU en la región del Golfo por parte del nuevo gobierno,
ya sea Demócrata o Republicano. Si algo cambiara, podemos
esperar un aumento del uso de la fuerza militar para
proteger el flujo transoceánico del petróleo, a medida que
el nivel de amenaza aumenta junto con la necesidad de nuevas
inversiones para prevenir reducciones aun mayores en el
suministro global.
La
carrera hacia los líquidos alternativos
Aunque
estén decididos a seguir expandiendo el suministro de petróleo
convencional el mayor tiempo posible, los funcionarios del
gobierno y la industria son conscientes que en algún punto
estos esfuerzos se harán progresivamente más ineficaces.
También saben que la presión pública para reducir las
emisiones de dióxido de carbono –apaciguando la acumulación
de gases de efecto invernadero que ocasionan el cambio climático-
y evitar exponerse a un conflicto en Medio Oriente, aumentará
en los próximos años. En consonancia, están poniendo
mayor énfasis en el desarrollo de alternativas al petróleo
que se consigan en el país o en el vecino Canadá.
Este
nuevo énfasis recibió por primera vez atención en el último
Discurso a la Nación de Bush. Remarcando la independencia
energética y la necesidad de modernizar las normas de
economización de los combustibles, el presidente anunció
un ambicioso plan para aumentar la producción doméstica de
etanol y otros biocombustibles. El Gobierno parece favorecer
diversos tipos de alternativas al petróleo: el etanol
producido en hornos con maíz, un tipo de mijo u otros
productos no alimenticios (etanol celulósico); diesel
derivado en gran medida de poroto de soja (biodiesel); y líquidos
derivados de carbón (carbón-a-líquido), gas natural
(gas-a-líquido) y petróleo de esquistos. Todos estos métodos
están siendo probados en laboratorios de universidades y
plantas de escala reducida, y se aplicarán a instalaciones
más grandes –en escala comercial- en los próximos años
con la ayuda de varias agencias gubernamentales.
En
febrero, por ejemplo, el Departamento de Energía anunció
subsidios por un total de U$S 385 millones para la
construcción de seis plantas piloto para fabricar etanol
celulósico que, cuando se terminen en 2012, producirán más
de 130 millones de galones de etanol celulósico por año.
(EEUU produce ya grandes cantidades de etanol cocinando y
fermentando mazorcas de maíz, un proceso que consume
grandes cantidades de energía y malgastan una valiosa
materia alimenticia, para suplantar sólo una pequeña parte
de nuestro consumo de petróleo; las plantas celulósicas
propuestas usarían biomasa no comestible como materia prima
y consumirían mucha menos energía).
Igualmente
ansiosas por desarrollar alternativas al petróleo están
las grandes compañías energéticas; todas ellas han
instalado laboratorios o divisiones para explorar las
futuras opciones energéticas. La BP ha estado
particularmente agresiva; en 2005 estableció la BP Energía
Alternativa y apartó U$S 8000 millones para este propósito.
En febrero pasado, en un nuevo giro, anunció un subsidio de
U$S 500 millones –posiblemente el más grande de su tipo
en la historia- a la Universidad de California, Berkeley, a
la Universidad de Illinois y al Laboratorio Nacional
Lawrence de Berkeley, para fundar un Instituto de
Biociencias de la Energía con el fin de desarrollar
biocombustibles. BP dijo que se espera que el instituto “explore
la aplicación de la biociencia”·... (para) ...” la
producción de energía nueva más limpia, principalmente
combustibles para el transporte terrestre”.
Casi
todas las grandes compañías petroleras apuestan fuerte a
las arenas bituminosas de Canadá –una sustancia viscosa,
que se encuentra en la provincia de Alberta de Canadá, que
puede convertirse en petróleo sintético- pero sólo con
enorme esfuerzo y gasto. De acuerdo con el Departamento de
Energía, la producción de betún canadiense aumentará de
1.1 millones de barriles equivalentes de petróleo (mboe) en
2005 a 3.6 mboe en 2030, un aumento que, se espera, será
encaminado en gran parte a los EEUU. Esperando facturar de
esta bonanza, las corporaciones gigantescas como Chevron se
apresuran a comprar licencias en los campos bituminosos del
norte de Alberta.
Pero
siendo atractivo desde una perspectiva geopolítica, la
extracción de las arenas bituminosas de Canadá es
ambientalmente destructiva. Requiere vastas cantidades de
energía para recuperar el betún y convertirlo en un líquido
útil, liberando tres veces más gases de efecto invernadero
que el petróleo convencional; el proceso resultante
intoxica las fuentes de agua y deja un desolado paisaje
lunar para el mañana. Aunque rara vez figura en la prensa
de EEUU, está creciendo en Canadá la oposición al daño
ambiental que desatarían estas operaciones monumentales.
Los
factores ambientales también se destacan ampliamente en
otra fuente potencial de líquidos codiciada por las
empresas de energía de EEUU, con fuerte apoyo
gubernamental: el petróleo de esquistos, líquidos petrolíferos
extraídos de roca inmadura que se encuentra en la cuenca
del río Green en el oeste de Colorado, el este de Utah y
sur de Wyoming. Los geólogos del gobierno afirman que los
esquistos en EEUU contienen el equivalente de 2.1 billones
de barriles de petróleo- la misma cantidad que el stock
original de petróleo en el mundo. Sin embargo, el único
medio de recobrar este tesoro proclamado es destripar una
vasta área virgen y calentar la roca a 500 grados
generando, en el proceso, montañas de material de desecho.
También aquí, se ha generado una creciente oposición al
asalto masivamente destructivo del ambiente. Sin embargo,
Shell Oil ha establecido una planta piloto en el condado Río
Blanco, del oeste de Colorado, con fuerte apoyo del Gobierno
Bush.
La
vida después del pico
Tenemos
ahora un retrato de la situación energética global después
del pico del petróleo convencional, con tropas corriendo de
una zona caliente productora de petróleo a otra, y una
parte creciente de nuestro combustible para transporte
terrestre provista por líquidos no petrolíferos de un tipo
u otro. No se puede prever con precisión qué forma exacta
tomará la futura ecuación de energía, pero es obvio que
el arduo proceso marcará los debates de la política
norteamericana, interna e internacional, por un largo período.
Como
lo sugiere esta breve evaluación, el paso del pico del petróleo
tendrá consecuencias profundas y duraderas para este país,
de no fácil solución. Encarando este futuro debemos, sobre
todo, desechar las respuestas simples, tales como la
“independencia” energética basada en el pillaje de las
áreas vírgenes remanentes en Norteamérica o la falsa
promesa del etanol basado en maíz (que puede proveer sólo
una ínfima fracción de los requerimientos de nuestro
transporte). Por sobre todo está claro que muchos de los
combustibles alternativos propuestos por el Gobierno Bush
plantean daños significativos por sí, y deben ser
examinados cuidadosamente antes de comprometer grandes
cantidades de fondos públicos para su desarrollo. El camino
más seguro y más moralmente defendible es repudiar
cualquier “consenso” que reclame el uso de la fuerza
para proteger las fuentes del petróleo de ultramar, y
esforzarse por conservar lo que queda del petróleo mundial,
reduciendo su consumo.
(*)
Profesor
estadounidense, especialista en temas de defensa, autor de
los libros “Guerra por los Recursos” y “Sangre y petróleo”.
Artículo publicado por The
Nation, 12/11/07.
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