La
gravedad de la crisis financiera
Por
Paul Krugman (*)
Sin Permiso, 12/12/07
Traducción de Roc F. Nyerro
La crisis
financiera que comenzó a fines del pasado verano, para
luego tomarse unas breves vacaciones en septiembre, ha
vuelto redoblada.
¿Hasta qué
punto es maligna? Bueno, yo nunca he visto a gentes del
mundo financiero manifestarse así, ni siquiera durante la
crisis asiática de 1997–98, cuando el efecto económico
de dominó parecía abarcar la mundo entero.
Esta vez,
quienes juegan en el mercado parecen verdaderamente
horrorizados, porque se han dado repentinamente cuenta de
que no son capaces de entender el complejo sistema
financiero que ellos mismos han creado. Pero antes de entrar
en eso, digamos algo sobre lo que está pasando ahora mismo.
El crédito
–el préstamo entre jugadores en el mercado— es a los
mercados financieros lo que el aceite del motor es a la mecánica
del automóvil. La capacidad para disponer de dinero en
efectivo a corto lazo, que es lo que quiere decir la gente
cuando habla de "liquidez", es un lubricante
esencial para los mercados y para el conjunto de la economía.
Pero la
liquidez se ha evaporado. Algunos mercados de crédito han
cerrado efectivamente la ventanilla. Las tasas de interés
en otros mercados –como el mercado de Londres, en el que
los bancos se prestan unos a otros— han aumentado, aun
cuando la tasa de interés de la deuda del gobierno de EEUU,
que todavía se considera segura, ha caído en picado.
"Estamos
asistiendo", dice Hill Gross de la gestora de bonos
Pimco, "en sustancia, al desplome del sistema bancario
moderno actual, un complejo de préstamo apalancado tan difícil
de comprender, que el presidente de la Reserva Federal, Ben
Bernake, precisó de un curso de puesta al día cara a cara
con los gestores de los fondos de productos financieros
derivados (hedge funds) a mediados de agosto".
Si la
congelación de los mercados financieros se prolonga mucho,
ha de traer consigo una grave reducción del préstamo en
general, lo que hará que la inversión empresarial siga el
camino del sector de la construcción. Y eso significa una
recesión, posiblemente grave.
Lo que se
esconde tras la desaparición de la liquidez es un colapso
de la confianza: los jugadores en el mercado no se quieren
hacer préstamos, porque no están seguros de recuperarlos.
En un
sentido directo, ese colapso de la confianza lo ha causado
el estallido de la burbuja inmobiliaria. El alza de los
precios de la vivienda tenía todavía menos sentido que la
burbuja del punto–com –no había siquiera una glamorosa
tecnología nueva que viniera a justificar la caducidad de
las viejas reglas—, pero, de una u otra forma, los
mercados financieros aceptaron los precios enloquecidos de
la vivienda como la nueva normalidad. Y la burbuja estalló,
una muchedumbre de inversiones calificadas como AAA se
revelaron basura.
Así, los títulos
de los "superseniors" frente a las hipotecas
subprime o de alto riesgo –inversiones que tienen primacía
sobre cualquier pago de hipoteca que realicen los
prestatarios, y que supuestamente tenían que ser negocio
aun cuando una parte considerable de esos prestatarios
entrara en morosidad—han perdido una tercera parte de su
valor de mercado desde el pasado julio.
Pero lo que
realmente ha socavado la confianza es el hecho de que nadie
sepa dónde está enterrado el tóxico financiero. Se suponía
que Citigrup no tenía decenas de miles de millones de dólares
expuestos al subprime; pues sí que los tenía. El Florida's
Local Government Investment Pool, que actúa como banco de
las escuelas públicas de distrito, se suponía libre de
todo riesgo; no lo estaba (y ahora, las escuelas no tienen
dinero para pagar a los profesores).
¿Cómo fue
que las cosas se tornaron tan opacas? La respuesta es:
"innovación financiera". Dos palabras que, desde
ya, deberían despertar la alarma de los inversores.
Está bien,
para ser justos, algunos tipos de innovación financiera están
bien. Yo no quiero regresar a los tiempos en que las cuentas
corrientes no pagaban intereses y no podíais sacar dinero
en efectivo los fines de semana.
Pero las
innovaciones de los últimos años –la sopa de letras de
CDOs y SIVs, RMBS y ABCP— se vendieron con pretensiones
falsarias. Se promocionaron como formas de dispersar el
riesgo, de hacer más segura la inversión. Lo que, en
cambio, hicieron –aparte de proporcionar a sus creadores
montones de dinero, que no tuvieron que devolver cuando
estalló la burbuja— fue dispersar la confusión, atraer a
los inversores para que asumieran riesgos mayores de lo que
podían percibir.
¿Por qué
se permitió que pasara? En el fondo, creo que el problema
fue ideológico: los decisores políticos, comprometidos con
la opinión de que el mercado siempre lo hace bien, pasando
simplemente por alto las señales de alarma. Sabemos, en
particular, que Alan Greenspan se pasó por el forro las
alertas de Edward Gramlich, un miembro de la Reserva
Federal, sobre una potencial crisis de las subprime.
Y a la
ortodoxia del libre mercado le cuesta morir. Hace sólo unas
pocas semanas, Henry Paulson, el Secretario del Tesoro,
admitía a la revista Fortune que la innovación financiera
pasó por encima de la regulación, para añadir a
continuación: "no creo que tuviéramos que haber
seguido otra vía". ¿Es ésta su última palabra, señor
Secretario?
Ahora, la
propuesta de Paulson para ayudar a los prestatarios a
renegociar los pagos de sus hipotecas y evitar el desahucio
suena bien, en principio, (aunque habrá que esperar a oír
los detalles).
Pero,
siendo realistas, no será sino un pequeño parche en el
problema de las subprime. El fondo del asunto es que quienes
toman las decisiones políticas dejaron a la industria
financiera innovar libremente, y lo que ésta hizo fue
innovarse a sí misma, dejándonos al resto metidos en un lío
tan grave como enorme.
(*)
Paul Krugman es uno de los economistas más reconocidos académicamente
del mundo, y uno de los más célebres gracias a su intensa
actividad publicística y divulgativa desde las páginas del
New York Times. Colaboró en su día con el grupo de
asesores de economía del Presidente Clinton, pero la dinámica
de la vida económica, social y política de los EEUU en el
último lustro le ha llevado a diagnósticos tan drásticos
como lúcidos del mundo contemporáneo.
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