La
crisis de las Bolsas
La
economía yanqui en el ojo de la tormenta
Por
Marcelo Yunes
Socialismo
o Barbarie, periódico, 24/01/08
El
derrumbe de las Bolsas de todo el mundo es la noticia económica
más fuerte desde el cimbronazo de las hipotecas
“subprime” (de baja calidad) hace unos meses. Por
supuesto, ambos hechos están relacionados, pero, más
importante aún, son expresión de un fenómeno más de
fondo, que hemos venido señalando en estas páginas
desde hace tiempo. Existe una seria contradicción
entre la estructuración política del mundo, con
hegemonía –en primer lugar, militar– de EE.UU.,
y la configuración económica del capitalismo
imperialista, terreno en que esa posición dominante de
EE.UU. no tiene un correlato. Es decir, EE.UU. es la
potencia militar y políticamente hegemónica –aunque
viene siendo crecientemente cuestionada también en ese
plano–, pero la economía yanqui está lejos de tener una
superioridad equivalente frente a sus competidoras europeas
y asiáticas. Esta disparidad, que no tiene vías de pronta
resolución y que seguirá generando tensiones, se
manifiesta ahora brutalmente en los indicadores de mala
salud de la primera economía del planeta. Que no dejará de
tener consecuencias a todos los niveles en el mundo, en la
región y en la Argentina.
Las
malas noticias cayeron una tras otra, sin dar respiro.
Primero fue la inflación de 2007, del 4,1, la más alta en
26 años. Luego el índice de desocupación, del 5% (cabe
aclarar que los sistemas de medición del desempleo en
EE.UU. son muy distintos a los de aquí, que reflejan mucho
mejor la realidad a pesar de la manipulación oficial del
INDEK). Enseguida se supo que el “índice de confianza del
consumidor” venía en picada. En EE.UU. ese indicador es
muy importante, porque anticipa cuál va a ser la tendencia
del consumo en general y, por extensión, del crecimiento de
la economía. Justamente, fue a partir de que se conoció
ese dato que se empezó a hablar en voz cada vez más alta
de recesión.
La
gota que rebalsó el vaso y que terminó de poner nerviosos
a los operadores de Bolsa fueron las señales desde el mundo
financiero. Varias entidades emblemáticas, que ya venían
golpeadas por la crisis de las hipotecas, tuvieron que
reflejar esto en sus balances. Así, el Citigroup, Merrill
Lynch y JP Morgan debieron admitir pérdidas de U$S 10.000
millones cada una.
El
presidente Bush anunció un paquete de medidas para alentar
el consumo; entre ellas, una reducción impositiva por unos
U$S 145.000 millones. Para la escala argentina, muchísimo;
para las dimensiones de la economía yanqui, un 1% del PBI.
El resultado fue que “los mercados” no creyeron para
nada que eso resolviera el problema, pero a la vez tomaron
el anuncio como una admisión formal del gobierno de que la
economía estaba en problemas.
Como
de costumbre, el más sensible y cobarde de los indicadores
del capitalismo, la Bolsa, se mostró al borde del pánico.
Todos los operadores daban por descontado el comienzo de la
recesión en EE.UU., y el lunes 21 la ola vendedora hizo
caer los índices de casi todas las bolsas del mundo, salvo,
irónicamente, la de Wall Street, que no operó por ser
feriado.
Tras
la histeria del lunes, la Reserva Federal (el equivalente
yanqui del Banco Central) debió adelantar el martes 22 la
decisión que se esperaba para el 30 de enero, y bajó las
tasas de interés en un 0,75%, la mayor baja de un saque en
23 años. Eso calmó las aguas… hasta el miércoles. Pero nadie
cree que esto haya terminado. En verdad, todos saben que
esto no es más que la continuación del baile comenzado el
año pasado con la crisis de las hipotecas subprime. Y recién
vamos por el segundo vals. Aunque es posible que exagere,
por algo el financista/gurú George Soros sostuvo que la
actual es la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial.
Por
otra parte, la Reserva Federal siempre consideró que la
baja de tasas de interés implicaba peligro de inflación;
en cambio, subir las tasas controla inflación, pero
resiente la actividad económica. El problema es que el
escenario que se discute combina lo peor de los dos
mundos: recesión e inflación, es decir, la
“estanflación” que pronosticaba hace poco el ex vice
del Banco Mundial Joseph Stiglitz.
Europa
y Asia: con temor y al acecho
Como
señalaron varios analistas, esta crisis financiera
internacional es muy distinta al “Tequilazo” de 1994 o a
la recesión en el sudeste asiático en 1997. Entre otras
razones, porque sus efectos no empiezan en la periferia
amenazando al centro, sino exactamente al revés. Es
temprano todavía para evaluar, porque la crisis está en
pleno desarrollo. Pero una cosa es segura: si la economía
de EE.UU. empieza a flaquear, todo el mundo, literalmente,
se verá afectado por el “contagio” de la peste económica
yanqui. EE.UU., además de representar entre un cuarto y
un quinto del PBI mundial, es el mayor comprador de última
instancia. Por ejemplo, el vigoroso crecimiento de los países
“emergentes” como China e India, sobre todo el primero,
se ve apuntalado por los inmensos volúmenes de producción
que colocan en EE.UU. (la mitad de las exportaciones chinas
tiene como destino EE.UU., la Unión Europea y Japón). Si
la economía yanqui se ve obligada –y tarde o temprano lo
será– a contraer un poco sus “déficits gemelos”
(fiscal y de balanza comercial), no hay duda de que los números
de la expansión china van a ser mucho menos espectaculares.
En
Europa, hace rato que el crecimiento económico
resulta mediocre, a lo que se agregan crecientes problemas
de déficit fiscal y endeudamiento. Si antes de todo este
desbarajuste se susurraba la palabra recesión, ahora se la
reconoce abiertamente. En el terreno financiero, varios países
afrontan una burbuja especulativa con los valores
inmobiliarios similar a la yanqui, y ya hay bancos muy
importantes en situación comprometida: el Societé Generále
(el segundo en importancia de Francia) declaró pérdidas
monumentales, y el Northern Rock inglés directamente va
camino a la nacionalización, porque cualquier otra
opción conduce a la quiebra, mal que le pese a los
“neolaboristas” para quienes el Estado es mala palabra.
Por supuesto, todo el dinero inyectado por el Estado para el
“salvataje” de los bancos privados es, desde el punto de
vista de los sufridos contribuyentes, plata tirada, porque
los bancos jamás la devolverán.
Por
su parte, las bolsas asiáticas también andan a los
tumbos. Al igual que los europeos, miran de reojo lo que
pase en EE.UU.: una cosa es desaceleración, otra un
“aterrizaje suave” y el peor escenario es una recesión
franca, que cambiaría todas las estimaciones de la economía
mundial en cuanto a crecimiento mundial y regional. Ya
mismo, sólo con lo que pasó hasta ahora, todos los
estudios corrigen a la baja las previsiones para 2008.
Respecto
de las economías asiáticas, esta crisis da por tierra con
la idea de que China, India y el sudeste asiático podían
ser motores de la economía mundial en reemplazo de
EE.UU. y la UE. Es cierto que el crecimiento chino ha
contribuido a mejorar el promedio de crecimiento económico
global, pero el funcionamiento del capitalismo no permite
ese tipo de “relevos”: sin los grandes compradores
desarrollados, el gigantesco volumen de exportaciones chino
se vendría abajo.
Lo
que sí es interesante apuntar es el hecho de que Asia
empieza a jugar un papel en la economía mundial que excede
el ámbito de lo comercial para pasar al financiero.
En efecto, muchas de las entidades bancarias en problemas,
especialmente yanquis, se vieron obligadas a recurrir a los
llamados “fondos soberanos” (así llamados porque
en general están controlados por los Estados) de origen asiático.
Así, el Citigroup recibió cerca de U$S 20.000 millones del
Ente de Inversiones de Kuwait, el Ente de Inversiones de Abu
Dhabi y la Corporación de Inversiones de Singapur, entre
otros; el Merrill Lynch obtuvo U$S 11.000 millones de la
Corporación Coreana de Inversiones, el Ente de Inversiones
de Kuwait y Temasek Holdings de Singapur; el UBS consiguió
casi U$S 10.000 de la Corporación de Inversiones del
Gobierno de Singapur; el Morgan Stanley, U$S 5.000 millones
de la Corporación de Inversiones de China; Barclays, U$S
5.000 millones del China Deveopmente Bank y Temasek
Holdings, y la lista sigue (Clarín, 20–1). En casi
todos los casos, la participación asiática ya supera el
10% del paquete accionario. Bloomberg calcula que estos
fondos árabes y sudasiáticos ya han colocado U$S 60.000
millones sólo en Wall Street. Y apuntan a la economía
real: Dubai Ports ya controla seis puertos en EE.UU.
De
paso, todo este panorama muestra que, más allá de que en
casi todas partes –salvo Latinoamérica– el credo
“neoliberal” sigue siendo la tónica, a la hora de
apagar los incendios los Estados nacionales siguen siendo la
reserva económica y financiera de última instancia. Acaso
sea una señal de que en los próximos años se combinarán ajustes
“ortodoxos” contra los trabajadores y consumidores
con medidas más “heterodoxas”, de tipo
proteccionista y con mayor presencia de la intervención
estatal.
América
Latina y Argentina: remojando las barbas
Como
nadie cree que este asunto se resuelva fácil ni pronto, la
incógnita para América Latina no es si se va a ver
afectado, sino hasta qué punto. Y aquí, aunque hay
opiniones diversas, también hay puntos que deben quedar
claros.
Uno
de ellos es que no todos los países de América Latina
tienen el mismo grado de dependencia comercial respecto de
EE.UU. Por ejemplo, México coloca el 85% de sus
exportaciones en su vecino, de modo que una recesión yanqui
lo dejaría en una posición extremadamente delicada.
Lo propio vale para la mayoría de los países de Centroamérica.
EE.UU. es también el destino del 30% de las exportaciones
chilenas, algo más del 20% de las brasileñas… y el 10%
de las argentinas.
El
peligro no viene sólo por una eventual reducción de las
compras directas. Un cimbronazo en la economía mundial y
una retracción general del comercio podría hacer caer
los precios de los commodities, que tantas alegrías le
han dado a las cajas fiscales de la región. Ya el oro, el
petróleo y el cobre empezaron a bajar, aunque se espera que
los precios de los alimentos, en particular los granos, se
mantengan firmes.
Un
tercer frente de problemas es la suba del costo del crédito,
porque aun si baja la tasa de interés testigo –la de la
Reserva Federal–, el escenario global de contracción
seguramente encarecerá el acceso al dinero por parte de los
Estados y las empresas.
Frente
a este panorama, está por verse cómo reaccionarán los
gobiernos de la región. Pero si el peligro de recesión
en EE.UU. se hace real, tendrán que tomar medidas. Y quedan
pocas dudas de cuál será su signo: conservador.
Lula, por ejemplo, ya adelantó que pondrá mano dura en la
restricción de los gastos del estado y estará “más
firme que nunca en el cumplimiento de las metas de inflación,
así tenga que aumentar la tasa de interés y condicionar el
crédito al consumo” (Clarín, 22–1). En criollo:
enfriar la economía, ajustar y bancarse una posible
recesión. Si los precios del petróleo y el gas se ven
afectados –como parece–, caben pocas dudas de que Evo
Morales y el propio Chávez transitarán un camino similar.
Es una película conocida: como “las condiciones no
dan”, las “reformas” quedarán para tiempos mejores…
En
cuanto al plano local, el gobierno repite, como si
quisiera convencerse a sí mismo, que la Argentina está “aislada
de las turbulencias internacionales” y “bien cubierta”
(así lo aseguró el ministro de Economía), gracias a los
“superávits gemelos” (fiscal y comercial). ¿Cuánto
hay de cierto en eso?
Poco,
salvo que se mire toda la crisis actual con ojos de corto
plazo. Por empezar, y tal como sucede desde el Tequila
de 1994, cuando las Bolsas del mundo estornudan, a la Bolsa
argentina le agarra gripe. De hecho, siempre es de las que más
cae. Y yendo a los indicadores de la economía real, un
estudio reciente recuerda que cada vez que las últimas tres
veces que la economía de EE.UU. se contrajo (1981–82,
1989–91 y 2000–20001), la economía argentina la imitó”
(La Nación, 20–1).
Por
otra parte, es verdad que Argentina corren lo inmediato
menos riesgo de “contagio”, porque, a diferencia de los
años 90, su vulnerabilidad financiera a corto plazo
es menor. Pero si bien el Estado no tiene grandes
necesidades de financiamiento porque hay superávit (y el
servicio de deuda de 2008 está encaminado), y no hay
presiones contra la moneda gracias al superávit comercial y
a las reservas (lo que aleja el riesgo de devaluación y la
consiguiente inflación), esto no justifica el disparate del
“aislamiento”.
Esa
expresión sólo tendría sentido si se hablara de una
crisis de la economía yanqui y global acotada en el
tiempo y finalizada antes de 2009, lo cual está muy
lejos de ser seguro. Más bien, las previsiones van en
sentido contrario. Y a medida que la crisis se prolongue,
sus efectos se van a hacer sentir con mayor fuerza,
pasando por encima del supuesto “blindaje”.
En
realidad, considerando que uno de cada tres dólares
exportados por Argentina viene del complejo sojero, y
que los precios de los alimentos y en particular de la soja
vienen en alza continua, no está lejos de la verdad el
consultor que ironizaba que el valor de la soja “es
nuestro verdadero blindaje, si es que tenemos alguno”
(Luciano Laspina, de Macrovisión, en Clarín,
22–1). Los famosos “superávits gemelos”, como es
sabido, no se basan en las bondades de la gestión K, sino
en los precios internacionales que engordan el superávit
comercial… y el fiscal, vía las retenciones a las
exportaciones. Situación que otro consultor, Orlando
Ferreres, sintetiza como “el riesgo país es hoy el
precio de la soja”.
Por
eso, a pesar de los “no pasa nada” de Cristina y sus
ministros, el gobierno debe estar tomando debida nota de que
el famoso “momento de las inversiones” vuelve a
alejarse con este panorama turbulento, lo que
puede no ser una tragedia en 2008, pero a más largo plazo,
como hemos insistido desde estas páginas, el “crecimiento
sostenible” se vuelve una quimera. Porque la ilusión del
crecimiento a “tasas chinas” desde 2003 no se
sustenta sobre un verdadero nuevo ciclo de acumulación
capitalista, sino sobre condiciones excepcionalmente
favorables de la economía mundial. Que se mantienen en
algunos aspectos –los precios de las commodities–, pero
en otros empiezan a cambiar para peor. Y el fin
del continuo “viento de cola” para la economía
argentina puede significar el comienzo de tropiezos y
conflictos más serios entre la gestión kirchnerista y el
movimiento obrero y popular en Argentina. Para ese
escenario habría que empezar a prepararse.
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