El
fundamentalismo de mercado ha provocado la
peor crisis financiera de los últimos 60 años
Por
George Soros (*)
Financial
Times, 23/01/08
Traducción de Roc F. Nyerro
SinPermiso, 27/01/08
La
actual crisis financiera ha estallado como consecuencia de
una burbuja en el mercado inmobiliario estadounidense. En
ciertos respectos, se parece a otras crisis que han venido
produciéndose desde el fin de la II Guerra Mundial a
intervalos de entre 4 y 10 años.
Sin
embargo, hay una profunda diferencia: la actual crisis
significa el fin de una era de expansión del crédito
fundada en el dólar como moneda de reserva internacional.
Las crisis periódicas eran parte de un proceso más vasto
de expansión–recesión. La crisis actual es el punto
culminante de un superboom que ha durado más de 60 años.
Los
procesos de expansión–recesión giran normalmente en
torno al crédito,e implican incluso una desviación o una
idea errada. Se trata normalmente de un error en el
reconocimiento de una conexión reflexiva, circular, entre
la propensión a conceder préstamos y el valor del
colateral. Las facilidades de crédito generan una demanda
que empuja al alza el valor de la propiedad, lo que, a su
vez, incrementa el monto del crédito disponible. Una
burbuja comienza a hincharse cuando la gente compra
viviendas con la expectativa de poder refinanciar su
hipoteca con beneficios. El reciente boom inmobiliario en
EEUU es un caso más complicado.
Cada
vez que la expansión del crédito acababa teniendo
dificultades, las autoridades financieras intervenían
inyectando liquidez y encontrando otras vías de estímulo
de la economía. Eso ha generado un sistema de incentivos
asimétricos, conocido también como "azar moral",
que ha estimulado una extensión cada vez más grande del crédito.
El sistema ha logrado así que la gente creyera en lo que el
ex–presidente Reagan llamaba la "magia del
mercado" y yo llamo el "fundamentalismo del
mercado". Los fundamentalistas creen que el mercado
tiende hacia el equilibrio, y que el interés común está
mejor servido, si se permite a los participantes perseguir
el propio interés. Es una idea claramente errada, porque ha
sido precisamente la intervención de las autoridades la que
ha preservado de la debacle a los mercados financieros, y no
los mercados por sí propios. Sin embargo, el
fundamentalismo del mercado surgió como ideología
dominante en los años 80, cuando los mercados comenzaban
ser globales y los EEUU iniciaban una fase de crecimiento de
su déficit por cuenta corriente.
La
globalización ha permitido a los EEUU absorber el ahorro
del resto del mundo y consumir más de lo que producían. El
déficit por cuenta corriente estadounidense ha llegado al
6,2% del PIB en 2006. Los mercados financieros han animado a
los consumidores a endeudarse mediante la introducción de
instrumentos financieros más sofisticados y de condiciones
más generosas. Las autoridades han permitido y aun acompañado
todo el proceso, interviniendo cada vez que el sistema se
hallaba en riesgo. Desde 1980, las medidas de regulación
han venido siendo "relajadas", hasta desaparecer
en la práctica.
El
superboom se ha ido de las manos cuando los nuevos productos
financieros han llegado a ser tan complicados, que las
autoridades no podían ya calcular los riesgos y empezaron a
confiar la gestión misma del riesgo a los propios bancos.
Del mismo modo, las agencias de rating se fiaban de las
informaciones suministradas por quien generaba los productos
financieros sintéticos. Lo que ha habido es una indecente
abdicación de responsabilidades.
Todo
lo que podía hacerse mal, se ha hecho. Lo que comenzó con
la difusión de las hipotecas de alto riesgo subprime
respaldadas en obligaciones de deuda colateral, ha terminado
por dañar a las aseguradoras municipales y a las
hipotecarias, amenazando con desbaratar el
multimilmillonario mercado de la reventa de créditos
derivados de impagos (default credit swap). El
empecinamiento de los bancos de inversión en la compra
apalancada o adquisición a débito (leveraged buyout) ha
trocado en aumento de los pasivos.
Los
hedge funds "neutrales" no han resultado, de
hecho, neutrales, y ha sido preciso socorrerlos. El mercado
de títulos comerciales respaldados en activos se ha
bloqueado, y los vehículos especiales de inversión,
generados por los bancos a fin de sacar los créditos
hipotecarios de sus balances, no pueden ya obtener
financiación externa. La tormenta final ha llegado cuando
el préstamo interbancario, que es el corazón del sistema
financiero, se ha ido al garete porque los bancos se han
visto obligados a ahorrar recursos y han perdido la
confianza mutua. Los Bancos Centrales han inyectado un
volumen sin precedentes de liquidez, extendiendo el crédito
a un círculo de instituciones más amplio que nunca. Lo que
ha hecho que la crisis se convirtiera en la más grave
conocida desde el final de la II Guerra Mundial.
A
la expansión del crédito tiene ahora que seguir un período
de contracción, porque algunos de los nuevos instrumentos y
prácticas financieros han naufragado y resultan
insostenibles. La capacidad de las autoridades financieras
para estimular la economía se ve menguada por la
resistencia del resto del mundo a acumular reservas
adicionales en dólares. Hasta hace muy poco, los inversores
esperaban que la reserva federal hiciera todo cuanto
estuviera en su mano para evitar una recesión, porque eso
era lo que había ocurrido en otras ocasiones. Ahora tienen
que tomar nota de que la Fed ha dejado de estar en
condiciones de hacerlo.
Con
el petróleo, los alimentos y otras materias primas al alza,
y el renminbi [la moneda china] en rápida revalorización,
la Fed tiene que preocuparse de la inflación. Si los fondos
federales llegan a debilitarse hasta un cierto punto, el dólar
podría verse sometido a renovadas presiones y los títulos
a largo plazo caerían en sus rendimientos. Pero es
imposible determinar cuál sea ese punto. Cuando se alcance,
la capacidad de la Fed para estimular la economía habrá
llegado a su fin.
Aun
cuando una recesión en el mundo desarrollado es ahora más
o menos inevitable, China, India y algunos países
productores de petróleo se hallan en una robusta tendencia
opuesta. De manera que la crisis financiera actual, más que
causar una recesión global, lo que podría es acabar
alterando las actuales relaciones de fuerza de la economía
mundial, con un relativo declive de los EEUU y el ascenso de
China y de otros países del mundo desarrollado.
El
peligro radica en que las consiguientes tensiones políticas,
o aun el proteccionismo estadounidense, puedan destrozar la
economía global y arrojar al mundo entero a la recesión,
si no a cosa peor.
(*)
George Soros es un conocido financiero y hombre de negocios
de alcance planetario, y uno de los animadores iniciales del
Foro Económico Mundial que se celebra cada año por estas
fechas en el balneario suizo de Davos.
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