La
crisis de la deuda es la mayor amenaza para EEUU
¡A
la bancarrota!
Por
Chalmers Johnson (*)
Tom
Dispatch, 22/01/08
Rebelión,
27/01/08
Traducido
del inglés para por Germán Leyens
Cómo
enfermar a Estados Unidos (Introducción de Tom Dispacht)
Durante
el próximo mes, el Pentágono presentará su presupuesto
para 2009 al Congreso y se puede apostar que será aún
mayor que aquel exorbitante de 2008. Como el Ejército y los
Marines, el propio Pentágono tiene más obligaciones que
recursos y está bajo presión – y como los dos servicios,
que se espera sumarán otros 92.000 soldados durante los próximos
cinco años (con un coste estimado de 1.200 millones de dólares
por cada 10.000), la reacción del Pentágono es de reducir
jamás, sino expandir siempre, pedir siempre más.
Después
de todo, existen esas desastrosas guerras afgana e iraquí
que siguen engullendo dólares del contribuyente a diestro y
siniestro. Y hay que pensar en lo que los entusiastas gustan
de llamar “la próxima guerra,” es decir: armas muy
onerosas, todos esos aviones jet, barcos, y blindados para
el futuro. Y no hay que olvidar los sistemas “de guerra
centrada en Red” al estilo de Rumsfeld, todavía
populares: (robots, aviones teledirigidos, satélites de
comunicación, y cosas parecidas), para no hablar de los
juguetes asesinos espaciales que en pleno desarrollo; y
todos esos equipos arruinados en Iraq y Afganistán que
tienen que ser masivamente reemplazados – y todos esos
seres humanos arruinados que hay que atender.
El
espíritu del problema se aprecia en un reciente editorial
en la revista profesional Aviation Week & Space
Technology:
“Lo
que Washington debe encarar es que casi cinco años de
guerra han dejado a las fuerzas de EE.UU. en peores
condiciones que en toda una generación, sí, desde Vietnam,
y restaurarlas requerirá refuerzos presupuestarios como
nunca han existido en el pasado.”
Incluso
en las pocas ocasiones en las que – como en el caso del
avión de carga C–17 de Boeing – el Pentágono ha
decidido cancelar un proyecto, hay que pensar en el
Congreso. Los contratos y subcontratos para sistemas de
armas, cuidadosamente distribuidos a tantos Estados como sea
posible, significan puestos de trabajo, y por ello el
Congreso rechaza a menudo semejantes recortes. (Cincuenta y
cinco miembros de la Cámara advirtieron recientemente al
Pentágono de una “enérgica reacción negativa” si el
financiamiento del C–17 fuera extirpado del presupuesto
para 2009.) Todo esto, lleva a un menú de defensa apropiado
para un glotón.
El
Secretario de Defensa, Robert Gates, ya dijo que el
financiamiento para 2009 “ha sido fijado en gran parte.”
Las gigantescas coaliciones militares–industriales –
Lockheed Martin, Northrop Grumman, Boeing, Raytheon – han
visto aumentar sus acciones en tiempos que de otra manera
han sido traicioneros. Tienen esperanzas. Como señalara
Ronald Sugar, presidente de Northrop: “Una gran potencia
global como EE.UU. necesita una gran armada y una gran
armada necesita una cantidad adecuada de barcos, y deben ser
modernos y capaces” – y adivinad ¿qué compañía es la
mayor constructora de barcos para la Armada?
No
debiera haber nada sorprendente en todo esto, especialmente
para aquellos de nosotros que han leído “Némesis: los últimos
días de la república estadounidense” de Chalmers
Johnson, el último volumen de su “Blowback Trilogy.”
Publicado en 2007, ya es un clásico sobre lo que el exceso
de obligaciones y los recursos limitados del imperio
significan para el resto de nosotros. La edición en rústica
de “Némesis” aparece oficialmente hoy, precisamente
cuando se derrumban los mercados bursátiles globales. Es
simplemente una lectura obligatoria (y si ya lo has leído,
compra una copia para un amigo). Mientras tanto, estudia el
último informe magistral sobre cómo los cañones más
poderosos que el Pentágono puede conseguir amenazan con
hundir nuestro propio país. Tom.
¡A
la bancarrota!
La
crisis de la deuda es la mayor amenaza para la República
Autor:
Chalmers Johnson
Los
aventureros militares del gobierno de Bush tienen mucho en
común con los dirigentes corporativos de la difunta compañía
energética Enron. Ambos grupos pensaron que eran “los
tipos más listos en la sala”, de la película premiada de
Alex Gibney sobre lo que anduvo mal en Enron. Los
neoconservadores en la Casa Blanca y el Pentágono se
pasaron de listos. Lo único que no encararon fue el
problema de cómo financiar sus confabulaciones de guerras
imperialistas y dominación global.
Como
resultado, al llegar 2008, el propio EE.UU. se encuentra en
la posición anómala de no poder pagar por sus propios
altos niveles de vida o su derrochador, exageradamente
grande, establishment militar. Su gobierno ni siquiera trata
de reducir los ruinosos gastos de mantener enormes ejércitos
permanentes, de reemplazar equipos que han sido destruidos o
gastados en siete años de guerras, o de preparar una guerra
en el espacio exterior contra adversarios desconocidos. En
su lugar, el gobierno de Bush posterga esos costes para que
sean pagados – o repudiados – por futuras generaciones.
Esta redomada irresponsabilidad fiscal ha sido disfrazada
usando numerosas artimañas financieras manipuladoras (como
ser llevar a países más pobres a que nos presten sumas sin
precedentes) pero viene rápidamente el momento del ajuste
de cuentas.
Ha
habido tres amplios aspectos en nuestra crisis de la deuda.
Primero, en este año fiscal (2008) estamos gastando
cantidades demenciales de dinero en proyectos de
“defensa” que no tienen que ver con la seguridad
nacional de EE.UU. Simultáneamente, mantenemos los
impuestos sobre los ingresos de los segmentos más ricos de
la población estadounidense a niveles sorprendentemente
bajos.
En
segundo lugar, seguimos creyendo que podemos compensar la
erosión acelerada de nuestra base manufacturera y nuestra pérdida
de puestos de trabajo a países extranjeros mediante masivos
gastos militares – el así llamado “keynesianismo
militar,” que discuto en detalle en mi libro “Nemesis:
The Last Days of the American Republic.”
Al
hablar de keynesianismo militar, quiero decir la errónea
creencia de que políticas públicas concentradas en guerras
frecuentes, inmensos gastos en armas y municiones, y grandes
ejércitos permanentes pueden sustentar indefinidamente una
economía capitalista acaudalada. En realidad, la verdad es
todo lo contrario.
Tercero,
en nuestra devoción por el militarismo (a pesar de nuestros
limitados recursos), dejamos de invertir en nuestra
infraestructura social y otros requerimientos para la salud
a largo plazo de nuestro país. Son lo que los economistas
llaman “costos oportunistas,”
cosas
que no se hacen porque gastamos nuestro dinero en otras
cosas. Nuestro sistema de educación pública se ha
deteriorado de modo alarmante. No hemos asegurado la atención
sanitaria de todos nuestros ciudadanos y hemos desatendido
nuestra responsabilidad como el contaminador número uno del
mundo. Lo que es más importante, hemos perdido nuestra
competitividad como fabricante para necesidades civiles –
un uso infinitamente más eficiente de recursos escasos que
la fabricación de armas. Quisiera discutir cada uno de
estos aspectos.
El
actual desastre fiscal
Es
virtualmente imposible exagerar el despilfarro que
constituyen los gastos de nuestro gobierno en las fuerzas
armadas. Los gastos planificados por el Departamento de
Defensa para el año fiscal 2008 son mayores que todos los
demás presupuestos militares combinados. El presupuesto
suplementario para pagar por las actuales guerras en Iraq y
Afganistán, que no forma parte del presupuesto oficial de
defensa, es en sí mayor que los presupuestos militares
combinados de Rusia y China. Los gastos relacionados con la
defensa para el año fiscal 2008 excederán 1 billón de dólares
por primera vez en la historia. EE.UU. se ha convertido en
el mayor vendedor por sí solo de armas y municiones a otras
naciones en la Tierra. Sin considerar las dos guerras
actuales del presidente Bush, los gastos de defensa se han más
que duplicado desde mediados de los años noventa. El
presupuesto de defensa para el año fiscal 2008 es el mayor
desde la Segunda Guerra Mundial.
Antes
de que tratemos de desglosar y analizar esa suma inmensa, se
precisa una advertencia importante. Las cifras sobre gastos
de defensa se destacan por ser poco fiables. Las cifras
publicadas por el Servicio de Referencia del Congreso y la
Oficina del Presupuesto del Congreso no coinciden las unas
con las otras. Robert Higgs, miembro sénior responsable de
economía política en el Independent Institute, dice: “Un
principio bien fundamentado es tomar el presupuesto básico
total del Pentágono (siempre bien publicitado) y
duplicarlo.” Incluso una mirada a la ligera a artículos
en la prensa sobre el Departamento de Defensa mostrará
importantes diferencias en las estadísticas sobre sus
gastos. Entre un 30 y un 40% del presupuesto de defensa es
“negro,” lo que quiere decir que esas secciones
contienen gastos ocultos para proyectos confidenciales. No
hay modo posible de saber qué incluyen o si sus montos
totales son exactos.
Hay
numerosas razones para esta prestidigitación presupuestaria
– incluyendo un deseo de mantener el secreto por parte del
presidente, del secretario de defensa, y del complejo
militar–industrial – pero el motivo principal es que
miembros del Congreso, que se benefician enormemente de los
puestos de trabajo en la defensa y de proyectos oportunistas
para congraciarse con el electorado en sus distritos, tienen
un interés político en el apoyo al Departamento de
Defensa. En 1996, en un intento de aproximar en algo los estándares
contables dentro del poder ejecutivo a los de la economía
civil, el Congreso aprobó la Ley de Mejora de la
Administración Financiera Federal. Requería que todas las
agencias federales contrataran a auditores externos para que
revisaran sus libros y publicaran los resultados. Ni el
Departamento de Defensa, ni el Departamento de Seguridad
Interior lo han hecho una sola vez. El Congreso se ha
quejado, pero no ha castigado a ninguno de los departamentos
por ignorar la ley. El resultado es que hay que considerar
que todas las cifras publicadas por el Pentágono son
sospechosas.
Al
discutir el presupuesto de defensa del año fiscal 2008, tal
como fue entregado a la prensa el 7 de febrero de 2007, me
han guiado dos experimentados y confiables expertos: William
D. Hartung de la Iniciativa de Armas y Seguridad de la New
America Foundation y Fred Kaplan, corresponsal de defensa de
Slate.org. Están de acuerdo en que el Departamento de
Defensa solicitó 481.400 millones de dólares para
salarios, operaciones (excepto en Iraq y Afganistán), y
equipamiento. También están de acuerdo en un cifra de
141.700 millones de dólares para el presupuesto
“suplementario” para librar la “guerra global contra
el terrorismo” – es decir las dos guerras actuales que
el público en general podría pensar que están realmente
cubiertas por el presupuesto básico del Pentágono. El
Departamento de Defensa también solicitó 93.400 millones
de dólares adicionales para pagar costos de la guerra no
mencionados hasta ahora y, de modo más creativo, otra
“asignación” (un nuevo término en documentos
presupuestarios para la defensa) de 50.000 millones de dólares
a ser cargados al año fiscal 2009. Esto lleva a un pedido
total de gastos del Departamento de Defensa de 766.500
millones de dólares.
Pero
hay mucho más. En un intento de disfrazar la verdadera
dimensión del imperio militar estadounidense, el gobierno
ha ocultado durante mucho tiempo importantes gastos
relacionados con las fuerzas armadas en otros departamentos
fuera de Defensa, Por ejemplo, 23.400 millones de dólares
para el Departamento de Energía van al desarrollo y
mantenimiento de ojivas nucleares; y 25.300 millones de dólares
en el presupuesto del Departamento de Estado son gastados en
ayuda militar al extranjero (sobre todo para Israel, Arabia
Saudí, Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, los Emiratos Árabes
Unidos, Egipto y Pakistán). Ahora necesitan otros 1.030
millones de dólares, fuera del presupuesto oficial del
Departamento de Defensa, para incentivos de reclutamiento y
de re–alistamiento para las fuerzas armadas de EE.UU. que
carecen de recursos para cumplir con sus obligaciones, en
comparación con sólo 174 millones de dólares en 2003, el
año en el que comenzó la guerra en Iraq. El Departamento
de Asuntos de Veteranos recibe actualmente por lo menos
75.700 millones de dólares, 50% de los cuales van para la
atención a largo plazo de los terriblemente heridos entre
los por lo menos 28.870 soldados heridos hasta ahora en Iraq
y otros 1.708 en Afganistán. La suma es universalmente
criticada por ser inadecuada. Otros 46.400 millones de dólares
son destinados al Departamento de Seguridad Interior.
En
esta compilación también faltan 1.900 millones de dólares
del Departamento de Justicia para las actividades
paramilitares del FBI, 38.500 millones de dólares para el
Departamento del Tesoro destinados al Fondo de Retiro de las
Fuerzas Armadas; 7.600 millones para las actividades
relacionadas con las fuerzas armadas de la NASA; y bastante
más de 200.000 millones en intereses por pasados
desembolsos financiados con deudas. Esto lleva los gastos de
EE.UU. para su establishment militar durante el actual año
fiscal (2008), calculados de modo conservador, a por los
menos 1,1 billones de dólares.
Keynesianismo
militar
Semejantes
gastos no son sólo obscenos desde el punto de vista moral,
sino que son insostenibles desde el punto de vista fiscal.
Numerosos neoconservadores y estadounidenses patrióticos
mal informados creen que, incluso si nuestro presupuesto de
defensa es inmenso, nos lo podemos permitir porque somos el
país más rico de la Tierra. Lamentablemente, esa declaración
ya carece de valor. La entidad política más rica del
mundo, según el “Libro mundial de datos” de la
CIA, es la Unión Europea. El PIB de la UE en 2006 (producto
interno bruto – todos los bienes y servicios producidos en
el interior) fue calculado como ligeramente superior al de
EE.UU. Sin embargo, el PIB en 2006 de China fue sólo
ligeramente inferior al de EE.UU., y Japón fue el cuarto país
más rico del mundo.
Una
comparación más convincente, que revela hasta qué punto
nos va peor, puede ser encontrada en las “cuentas
corrientes” de varias naciones. La cuenta corriente mide
el superávit comercial neto o déficit de un país, más
los pagos internacionales de intereses, royalties,
dividendos, capital de ganancias, ayuda extranjera, y otros
ingresos. Por ejemplo, para que Japón fabrique algo, debe
importar todas las materias primas necesarias. Incluso después
de hacer ese increíble gasto, todavía logra un superávit
comercial de 88.000 millones de dólares por año con EE.UU.
y goza del segundo balance de cuenta corriente del mundo por
su tamaño. (China es número uno.) EE.UU., al contrario, es
número 163 – el último de la lista, peor que países
como Australia y el Reino Unido que también tienen grandes
déficit comerciales. Su déficit de cuenta corriente en
2006 fue de 811.500 millones de dólares; el segundo peor
fue el de España con 106.400 millones de dólares. Esto es
lo que es insostenible.
No
se trata sólo de que nuestro gusto por bienes extranjeros,
incluyendo el petróleo importado, excede en mucho nuestra
capacidad de pagar por ellos. Los financiamos a través de
préstamos masivos. El 7 de noviembre de 2007, el Tesoro de
EE.UU. anunció que la deuda nacional había excedido los 9
billones de dólares por primera vez en la historia. Fue sólo
cinco semanas después de que el Congreso elevara el así
llamado “tope del endeudamiento” a 9,815 billones de dólares.
Si comenzamos en 1789, cuando la Constitución se convirtió
en la ley suprema del país, la deuda acumulada por el
gobierno federal no ascendió a 1 billón hasta 1981. Cuando
George Bush llegó a presidente en enero de 2001, era de
aproximadamente 5,7 billones. Desde entonces, ha aumentado
en un 45%. Esta inmensa deuda puede ser explicada en gran
parte por nuestros gastos en defensa en comparación con el
resto del mundo.
Los
diez principales gastadores militares y las cantidades
aproximadamente que cada país presupuesta actualmente para
su establishment militar son:
1.
EE.UU. (presupuesto año fiscal 2008): 623.000 millones de dólares.
2.
China 2004): 65.000 millones.
3.
Rusia: 50.000 millones.
4.
Francia (2005): 45.0000 millones.
5.
Japón (2007): 41.750 millones.
6.
Alemania (2007): 35.100 millones.
7.
Italia (2003): 28.200 millones.
8.
Corea del Sur: 21.100 millones.
9.
India: (EST. 2005): 19.000 millones.
10.
Arabia Saudí (EST. 2005): 18.000 millones.
Gastos
militares totales del mundo (EST. 2004): 1.100.000 millones
de dólares
Gastos
totales del mundo (menos EE.UU.): 500.000 millones de dólares.
Nuestros
excesivos gastos militares no se desarrollaron sólo en unos
pocos años o simplemente debido a las políticas del
gobierno de Bush. Lo han hecho durante mucho tiempo
siguiendo una ideología superficialmente plausible y ahora
se han arraigado en nuestro sistema político democrático
en el que comienzan a hacer estragos. A esta ideología la
llamo “keynesianismo militar” – la determinación de
mantener una economía de guerra permanente y de tratar a la
producción militar como si fuera un producto económico
ordinario, aunque no haga ninguna contribución ni a la
producción ni al consumo.
Esta
ideología data de los primeros años de la Guerra Fría.
Durante los últimos años de la década de los cuarenta,
EE.UU. estaba obsesionado por ansiedades económicas. La
Gran Depresión de los años treinta había sido superada sólo
por el auge de la producción de guerra de la Segunda Guerra
Mundial. Con la llegada de la paz y la desmovilización,
hubo un temor dominante de que volviera la Depresión.
Durante 1949, con la alarma por la detonación por la Unión
Soviética de una bomba atómica, la inminente victoria
comunista en la guerra civil china, una recesión interior,
y el descenso de la Cortina de Hierra alrededor de los satélites
europeos de la URSS, EE.UU. trató de preparar una
estrategia básica para la guerra fría emergente. El
resultado fue el militarista Informe del Consejo Nacional de
Seguridad 68 (NSC–68) redactado bajo la supervisión de
Paul Nitze, en aquel entonces miembro del Equipo de
Planificación Política en el Departamento de Estado. Con
fecha del 14 de abril de 1950, y firmado por el presidente
Harry S. Truman el 30 de septiembre de 1950, estableció las
políticas económicas públicas básicas que EE.UU. sigue
aplicando hasta la actualidad.
En
su conclusión, NSC–68 afirmó: “Una de las lecciones más
significativas de nuestra experiencia en la Segunda Guerra
Mundial fue que la economía estadounidense, cuando opera a
un nivel que se aproxima a la eficiencia total, puede
proveer enormes recursos para otros fines que el consumo
civil mientras asegura al mismo tiempo un alto estándar de
vida.”
Con
este concepto, los estrategas estadounidenses comenzaron a
crear una masiva industria de municiones, tanto para
contrarrestar el poder militar de la Unión Soviética (que
exageraron consistentemente) como para mantener el pleno
empleo y prevenir un posible retorno de la Depresión. El
resultado fue que, bajo el liderazgo del Pentágono, se
crearon industrias enteramente nuevas para fabricar grandes
aviones, submarinos a propulsión nuclear, ojivas nucleares,
misiles balísticos intercontinentales, y satélites de
vigilancia y de comunicaciones. Esto llevó a aquello contra
lo que advirtió el presidente Eisenhower en su discurso de
despedida del 6 de febrero de 1961: “La conjunción de un
inmenso establishment militar y de una gran industria de
armamentos es nueva en la experiencia estadounidense” –
es decir, el complejo militar–industrial.
En
1990, el valor de las armas, del equipamiento, y de las fábricas
dedicadas al Departamento de Defensa representaba un 83% del
valor de todas las fábricas y equipos en la manufactura
estadounidense. Desde 1947 a 1990, los presupuestos
militares combinados de EE.UU. ascendieron a 8,7 billones de
dólares. En todo caso, la dependencia de EE.UU. del
keynesianismo militar ha progresado a pesar de que la Unión
Soviética ya no existe, gracias a los masivos intereses
creados que se han atrincherado alrededor del establishment
militar. Con el paso del tiempo, el compromiso simultáneo
con cañones y mantequilla ha resultado ser una configuración
inestable. Las industrias militares desplazan a la economía
civil y conducen a severas debilidades económicas. La
devoción al keynesianismo militar es, de hecho, una forma
de lento suicidio económico.
El
1 de mayo de 2007, el Centro de Investigación Económica y
Política de Washington, D.C., publicó un estudio preparado
por la compañía de pronósticos globales Global Insight
sobre el impacto económico a largo plazo del aumento de los
gastos militares. Guiada por el economista Dean Baker, esta
investigación mostró que al llegar aproximadamente al
sexto año, después de un estímulo inicial de la demanda,
el efecto del aumento de los gastos militares se vuelve
negativo. Sobra decir que la economía de EE.UU. ha tenido
que hacer frente a crecientes gastos de defensa durante más
de 60 años. Baker estableció que, después de 10 años de
mayores gastos de defensa, habrá 464.000 menos puestos de
trabajo que en un panorama con una línea de fondo que se
basa en menos gastos de defensa.
Baker
concluyó:
“A
menudo se cree que las guerras y los aumentos de gastos
militares son buenos para la economía. En los hechos, la
mayoría de los modelos económicos muestran que los gastos
militares desvían recursos de los usos productivos, como
ser el consumo y la inversión, y reducen en última
instancia el crecimiento económico y el empleo.”
Son
sólo algunos de los numerosos efectos nocivos del
keynesianismo militar.
Vaciando
la economía estadounidense
Se
creía que EE.UU. podía permitirse tanto un masivo
establishment militar y un alto estándar de vida, y que
necesitaba ambos para mantener el pleno empleo. Pero no fue
así. Al llegar los años sesenta, comenzó a notarse que la
entrega de las mayores empresas manufactureras de la nación
al Departamento de Defensa y la producción de bienes sin
ningún valor de inversión o consumo comenzaban a desplazar
las actividades económicas civiles. El historiador Thomas
E. Woods, Jr., observa que, durante los años cincuenta y
sesenta, entre un tercio y dos tercios de todo el talento de
investigación estadounidense fueron desviados hacia el
sector militar. Es imposible, desde luego, saber qué
innovaciones no ocurrieron como resultado de esa diversión
de recursos y capacidad mental para servir a los militares,
pero durante los años sesenta comenzamos a notar que Japón
nos estaba sobrepasando en el diseño y la calidad de una
serie de bienes de consumo, incluyendo electrodomésticos y
automóviles.
Las
armas nucleares proveen una ilustración impresionante de
estas anomalías. Entre los años cuarenta y 1996, EE.UU.
gastó por lo menos 5,8 billones de dólares en el
desarrollo, ensayo, y construcción de bombas nucleares. En
1967, el año pico del arsenal nuclear, EE.UU. poseía unas
32.500 bombas atómicas y de hidrógeno movedizas, ninguna
de las cuales, afortunadamente, fue utilizada. Ilustran
perfectamente el principio keynesiano de que el gobierno
puede proveer puestos que hacen cuenta de que fueran de
trabajo para mantener a la gente con empleos. Las armas
nucleares no fueron sólo el arma secreta de EE.UU., sino su
arma económica secreta. En 2006, todavía teníamos 9.960.
Actualmente no hay un uso juicioso para ellas, mientras que
los billones que fueron gastados en ellas podrían haber
sido utilizados para solucionar los problemas de seguridad
social y atención sanitaria, educación de calidad y acceso
a la educación para todos, para no hablar de la retención
de puestos de trabajo altamente calificados dentro de la
economía estadounidense.
El
pionero en el análisis de lo que se perdió como resultado
del keynesianismo militar fue el difunto Seymour Melman
(1917–2004), profesor de ingeniería industrial y de
investigación de operaciones en la Universidad Columbia. Su
libro de 1970: “Pentagon Capitalism: The Political Economy
of War,” fue un análisis profético de las consecuencias
no intencionadas de la preocupación estadounidense con sus
fuerzas armadas y su armamento desde el comienzo de la
Guerra Fría. Melman escribió (pp. 2–3):
“Desde
1946 a 1969, el gobierno de EE.UU. gastó más de 1.000.000
de millones de dólares en las fuerzas armadas, más de la
mitad bajo los gobiernos de Kennedy y Johnson – el período
durante el cual la administración estatal [dominada por el
Pentágono] fue establecida como una institución formal.
Esta suma de tamaño sorprendente (trata de imaginar 1000
millones de algo) no expresa el coste del establishment
militar para la nación en su conjunto. El verdadero coste
es medido por lo que se ha dejado de lado, por el deterioro
acumulado en muchas facetas de la vida por no poder aliviar
la miseria humana de larga duración.”
En
una importante exégesis de la relevancia de Melman en la
actual situación económica estadounidense, Thomas Woods
escribe:
“Según
el Departamento de Defensa de EE.UU., durante las cuatro décadas
de 1947 a 1987 utilizó (en dólares estadounidenses de
1982) 7,62 billones en recursos de capital. En 1985, el
Departamento de Comercio estimó el valor de la maquinaria y
equipamiento de la nación, y de la infraestructura, en
justo por sobre 7,29 billones. En otras palabras, le
cantidad gastada durante ese período podría haber
duplicado el capital social estadounidense o modernizado y
reemplazado su inventario existente.”
El
que no hayamos modernizado o reemplazado nuestro bien
capital es uno de los principales motivos por los que, al
llegar el Siglo XXI, nuestra base manufacturera se ha
evaporado en la práctica. Las máquinas herramienta – una
industria en la que Melman era una autoridad – constituyen
un síntoma particularmente importante. En noviembre de
1968, un inventario de cinco años reveló (p. 186) “que
un 64% de las máquinas herramienta para trabajos en metales
utilizadas en la industria de EE.UU. tenían diez años o más.
La edad de este equipo industrial (taladros, tornos, etc.)
significa que el inventario de máquinas herramienta de
EE.UU. es el más antiguo de todas las principales naciones
industriales, y marca la continuación de un proceso de
deterioro que comenzó con el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Este deterioro en la base del sistema industrial
certifica el continuo efecto debilitador y agotador que ha
tenido el uso militar de capital y del talento de
investigación y desarrollo en la industria de EE.UU.”
Nada
se ha hecho en el período desde 1968 para cambiar drásticamente
estas tendencias y eso lo muestran nuestras masivas
importaciones de equipamiento – desde máquinas médicas
como ser aceleradores de protones para la terapia radiológica
(hechos sobre todo en Bélgica, Alemania y Japón), e
incluso coches y camiones.
Nuestro
breve ejercicio como la “única superpotencia” del mundo
llegó a su fin. Como escribió el profesor de economía de
Harvard Benjamin Friedman:
“Una
y otra vez ha sido siempre el principal país prestamista
del mundo el país superior en términos de influencia política,
influencia diplomática, e influencia cultural. No es por
accidente que hayamos relevado a los británicos al mismo
tiempo que tomamos... la tarea de ser el principal país
prestamista del mundo. Actualmente ya no somos el principal
país prestamista del mundo. En los hechos somos ahora el
mayor país deudor del mundo, y seguimos ejerciendo
influencia sólo sobre la base de proezas militares.”
Parte
del daño causado no podrá ser rectificado jamás. Hay, sin
embargo, algunos pasos que este país tiene que dar
urgentemente. Incluyen que se revoquen los recortes de
impuestos de Bush para los ricos de 2001 y 2003, que
comencemos a liquidar nuestro imperio global de más de 800
bases militares, que eliminemos del presupuesto de defensa
todos los proyectos que no estén relacionados con la
seguridad nacional de EE.UU., y que cesemos de utilizar el
presupuesto de defensa como un programa keynesiano de creación
de empleos. Si lo hacemos tendremos una posibilidad de
librarnos por un pelo. Si no lo hacemos, enfrentamos la
probable insolvencia nacional y una larga depresión.
(*)
Chalmers Johnson es autor de: “Nemesis: The Last Days of
the American Republic,” que acaba de ser publicado en
edición en rústica. Es el volumen final de su “Blowback
Trilogy,” que también incluye “Blowback” (2000) y
“The Sorrows of Empire” (2004).
Para
fuentes [en inglés] sobre gastos militares globales, vea:
(1) Global Security Organization, "World Wide Military
Expenditures" as well as Glenn Greenwald, "The
bipartisan consensus on U.S. military spending"; (2)
Stockholm International Peace Research Institute,
"Report: China biggest Asian military spender."].
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