El
tsunami financiero
Los
fundamentos financieros del siglo estadounidense
Por
F. William Engdahl (*)
Global
Research, 16/01/08
Rebelión,
29/01/08
Traducido
por Germán Leyens y revisado por Horacio Garetto
La
actual y creciente crisis financiera global, nominalmente
iniciada en julio de 2007 con un evento que tuvo por
protagonista a un pequeño banco alemán que poseía activos
respaldados por hipotecas inmobiliarias de alto riesgo de
EE.UU. puede ser mejor comprendida si se la sitúa como
parte de un proceso histórico que data de fines de la
Segunda Guerra Mundial: el del auge y la caída del Siglo
Estadounidense.
El
Siglo Estadounidense, orgullosamente proclamado en 1941 por
el fundador de Time–Life y conocedor del establishment,
Henry Luce, en un famoso editorial de la revista Life, fue
construido sobre el rol preeminente de bancos neoyorquinos y
bancos de inversión de Wall Street que para entonces habían
reemplazado claramente a la City de Londres como centro de
gravedad de las finanzas globales. El Siglo Estadounidense
de Henry Luce debía ser construido de un modo muchísimo más
deliberado que el Imperio Británico que reemplazaba. (1)
Un
grupo ultra–secreto de planificación para la posguerra
del Consejo de Relaciones Exteriores, el Grupo de Estudios
de Guerra y Paz, dirigido por el asesor del presidente
Roosevelt Johns Hopkins y el geógrafo geopolítico, Isaiah
Bowman, presentaron una serie de estudios pensados para
establecer los fundamentos del mundo de posguerra,
comenzando ya en 1939, mucho antes de que los tanques
alemanes arrollaran Polonia. El Imperio Estadounidense debía
ser ciertamente un imperio. Pero no cometería el error
fatal de los anteriores imperios británicos u otros
europeos, o sea, el de ser un imperio de conquistas
coloniales abiertas con costosas tropas en ocupación
militar permanente.
En
su lugar, el Siglo Estadounidense sería embalado y vendido
al mundo, sobre todo a los países emergentes de África,
Latinoamérica y Asia, como el mejor guardián de la
libertad y de la democracia, etc., Todas esas cosas. Se
pondría el traje del más destacado defensor del fin del régimen
colonial, una postura que beneficiaba excepcionalmente a la
única importante potencia sin grandes colonias – es decir
EE.UU.
El
mundo del nuevo Siglo Estadounidense debía ser dirigido por
el campeón del libre comercio por doquier, lo que también
beneficiaba excepcionalmente a la economía más fuerte de
los primeros años de la posguerra, EE.UU. Era un concepto
brillante, aunque con defectos fatales. Como escribió el
jefe de planificación del Departamento de Estado, George F.
Kennan en un memorando confidencial interno en 1948:
“Tenemos aproximadamente un 50% de la riqueza del mundo,
pero sólo un 6,3% de su población... Nuestra verdadera
tarea en el período por venir es elaborar un modelo de
relaciones que nos permita mantener esa posición de
disparidad sin sufrir un detrimento en nuestra seguridad
nacional.” (2)
El
núcleo de los Estudios de Guerra y Paz, que fue preparado e
implementado por el Departamento de Estado de EE.UU. después
de 1944, debía ser la creación de una organización de
Naciones Unidas que reemplazara la Liga de Naciones dominada
por los británicos. Una parte central de esa nueva
organización de Naciones Unidas, que serviría como el
preservador del status quo favorable a EE.UU. en la
posguerra, era la creación de lo que se llamó
originalmente como instituciones de Bretton Woods – el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo o Banco Mundial. (3)
Posteriormente fue agregado el GATT, los acuerdos
multinacionales de comercio.
Los
negociadores estadounidenses en Bretton Woods New Hampshire,
dirigidos por el secretario adjunto del Tesoro de EE.UU.,
Harry Dexter White, impusieron un diseño tal al FMI y al
Banco Mundial que aseguraba el objetivo de que ambos seguirían
siendo esencialmente instrumentos de un imperio
“informal” de EE.UU., un imperio, basado inicialmente en
el crédito, y posteriormente, después de aproximadamente
1973, en la deuda.
Nueva
York y el Banco de la Reserva Federal de Nueva York fueron
el corazón del nuevo imperio en 1945. EE.UU. retuvo la
abrumadora mayoría de las reservas monetarias en oro del
banco central mundial. El Estándar del Patrón Cambio Oro
de Bretton Woods de la posguerra beneficiaba
excepcionalmente el papel del dólar de EE.UU., de entonces
e incluso ahora como la moneda de reserva mundial.
El
valor de las divisas de los países miembro del FMI debían
ser fijadas se establecía como una relación en relación
con el valor del dólar de EE.UU. Por su parte, EE.UU. asumía
el compromiso de no emitir más de 35 dólares por cada onza
de oro que tenía de reserva (o de respaldo) . A esa tasa
fija, los gobiernos y los bancos centrales extranjeros podían
solicitar cambiar sus tenencias de dólares por oro.
Bretton
Woods estableció un sistema de pagos basado en el dólar,
en el que el valor de todas las monedas eran definidas en
relación con el dólar. Era ingenioso y excepcionalmente
favorable al poder financiero emergente de Nueva York, cuyos
banqueros configuraron activamente los acuerdos finales.
En
esos días, en agudo contraste con el presente, el dólar
era “tan bueno como el oro.” La divisa de EE.UU. era
efectivamente la divisa mundial, el estándar al que estaba
fija toda otra moneda. Como la moneda clave del mundo, la
mayoría de las transacciones internacionales eran
denominadas en dólares.
La
conservación del papel del dólar de EE.UU. como moneda de
reserva mundial ha sido el pilar principal del Siglo
Estadounidense desde 1945, relacionado con, pero incluso más
estratégico aún que la superioridad militar de EE.UU. La
forma en la cual ha sido mantenida hasta ahora esa primacía
del dólar ha incluido hasta nuestros días innumerables
guerras, guerras financieras, crisis de endeudamiento, y
amenazas de guerra nuclear.
Es
importante y útil hacer un breve estudio de las diferentes
fases de la hegemonía del dólar en la posguerra para
colocar en su contexto la emergencia de la revolución de la
“titularización” (o “securitización”, en anglosajón)
de activos en las finanzas globales que ahora impacta el
sistema financiero mundial en ola tras ola de nuevos choques
y dislocaciones, y apreciar la contribución sustancial de
Alan Greenspan a la preservación de la dominación del dólar
como moneda de reserva mundial mucho más allá del punto en
el que la economía de EE.UU. dejó de ser el fabricante
industrial más productivo del mundo.
Los
años de oro del Siglo Estadounidense
La
primera fase, que podríamos llamar “los años de oro”
de la posguerra, vieron a EE.UU. emergiendo de las cenizas
de la Segunda Guerra Mundial como el coloso indisputable de
la economía global. EE.UU. era la potencia mundial
dominante, nadie se le aproximaba. Más de la mitad de todas
las transacciones monetarias internacionales se realizaban
con dólares. EE.UU. producía más de la mitad de la
producción mundial. EE.UU. también poseía cerca de dos
tercios de las reservas oficiales de oro en el mundo en
1940.
Cuando
varios países europeos tenían excedentes comerciales los
colocaban en dólares y no en oro porque podían ganar una
tasa de interés y porque los dólares podían ser siempre
reconvertidos en oro a razón de 35 dólares por onza cuando
quiera que se hiciera necesario. El dólar de EE.UU. estaba
en el centro de ese sistema.
La
industria de EE.UU., encabezada por General Motors, Ford y
Chrysler Motors, los Tres Grandes, eran los líderes de
clase mundial – nadie llegaba a acercárseles entonces. US
Steel (antes de convertirse en USX), la producción de máquinas
herramienta, aluminio, aviones e industrias relacionadas
fijaban la cota de referencia para la excelencia global
hasta bien entrados los años cincuenta.
Sobre
todo, los gigantes estadounidenses del petróleo – Mobil,
Standard Oil of New Jersey, Texaco, Gulf Oil – esas compañías
clave, dominaban la fuente singular de energía que se haría
esencial para tasas de crecimiento sin precedentes en
Europa, Japón y el resto del mundo de posguerra – el petróleo.
(4)
En
este temprano período de posguerra la demanda de dólares
en el mundo para financiar la reconstrucción era tan grande
que el problema económico primordial enfrentado en los años
cincuenta en Europa, Japón, Corea del Sur y otros sitios
era la escasez de dólares para financiar importaciones de
bienes de capital, petróleo y productos de consumo de
EE.UU.
Las
reservas monetarias en oro de EE.UU. llegaron a un récord
de 24.600 millones de dólares en 1949, una suma inmensa que
era comparable con 211.000 millones de dólares actuales, al
llegar oro del exterior a EE.UU. para pagar los déficit
comerciales acumulados por las naciones extranjeras. Nueva
York, respaldado por reservas en oro, era el indisputable
banquero del mundo.
Este
proceso se comenzó a deteriorar después de una aguda
recesión de posguerra en 1957–1958. Esa recesión debiera
haber hecho sonar la alarma para los planificadores de la
economía política y la industria de EE.UU. en el sentido
de que el período extraordinario de beneficios de la
relativa dislocación económica del mundo desgarrado por la
guerra había llegado a su extremo límite. Desde 1957, la
economía de EE.UU. necesitaba una sustancial regeneración,
si iba a seguir siendo competitiva globalmente. Eso no tuvo
lugar.
Al
llegar la crisis de la libra esterlina británica en
noviembre de 1967, en la que el gobierno británico se vio
empujado a violar las reglas del FMI y a devaluar la libra
en un 14% para mantener su economía a flote en medio de una
severa recesión, el enfoque se volvió hacia el hecho de
que la Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson y los
desastrosos costes de la guerra de Vietnam estaban llevando
al gobierno de EE.UU. a acumular déficit presupuestarios récord.
El dólar se volvió vulnerable a una corrida sobre el oro
de EE.UU. por primera vez en la historia desde los años
treinta.
Para
ocultar la gravedad de esos déficit, el gobierno de Johnson
introdujo la contabilidad creativa. Por primera vez el
director de presupuesto agregó los fondos pagados por los
estadounidenses trabajadores al Fondo Federal de Seguridad
Social, un excedente que debía ser separado para pagar
futuras prestaciones de retiro y relacionadas para la mayoría
de los estadounidenses, al Presupuesto General Consolidado
– un comienzo en la falsedad presupuestaria que a
comienzos del siglo siguiente se haría inmensa.
Johnson
también comenzó a manipular las estadísticas económicas
fundamentales del gobierno utilizadas para calcular todo,
desde el desempleo, hasta la inflación, hasta el PIB. Las
manipulaciones estadísticas, por motivos de un oportunismo
político obvio pero aciago, fueron apoyadas silenciosamente
por cada gobierno siguiente, el más insigne entre ellos, el
actual gobierno Bush–Cheney. (5)
El
golpe del dólar de 1971
A
pesar de todas las manipulaciones, por 1971 las reservas de
oro monetario habían descendido a un precario nivel cuando
las naciones con superávit en el comercio exterior,
dirigidas por Francia, pidieron el pago en oro de la Reserva
Federal de EE.UU. por sus excedentes en dólares. La
realidad no podía ser manipulada con la misma facilidad que
las estadísticas gubernamentales. Europa había emergido,
junto con Japón, como economías modernas, de rápido
crecimiento, con poderosos excedentes comerciales.
EE.UU.
se estaba convirtiendo en una zona industrial de manufactura
en decadencia, obsolescente. Los expertos en la manipulación
de Wall Street y think tanks selectos como las fundaciones
Ford y Rockefeller inventaron un eufemismo lingüístico
llamándola la “sociedad industrial post industrial,”
pero la lingüística no cambió la realidad. A fines de los
años sesenta, los otrora florecientes centros industriales
de EE.UU., de Detroit a Pittsburgh a Chicago se habían
convertido en crecientes barrios marginados de decadencia,
crimen y ascendente desempleo.
Si
EE.UU. perdía sus últimas reservas en oro, el papel del dólar
como la moneda de reserva mundial – el pilar, junto con la
superioridad militar de EE.UU., de su imperio – se
terminaría abruptamente.
Para
evitar una calamidad semejante, el presidente Nixon se juntó
con sus asesores más cercanos, entre ellos un responsable
del Tesoro de EE.UU. llamado Paul Volcker, en aquel entonces
Sub Secretario del Tesoro para Asuntos Monetarios
Internacionales, y asociado desde hace mucho tiempo de David
Rockefeller y de la familia Rockefeller.
Su
tarea era elaborar una solución. La “solución” de
Volcker a la masiva demanda de canjear dólares de EE.UU.
por oro fue tan simple como resultaría destructiva para la
salud económica del mundo.
Nixon
anunció a un mundo estupefacto el 15 de agosto de 1971 que
a partir de ese día, EE.UU. no seguiría honrando sus
obligaciones legales contraídas en el Acuerdo (Tratado) de
Bretton Woods. Nixon había suspendido la convertibilidad
del dólar en oro. La Ventana de Descuento de Oro de la
Reserva Federal de Nueva York había sido cerrada. El dólar
ya no estaba respaldado por el oro, y ni siquiera por la
plata, sino sólo por la “plena fe y el crédito” del
gobierno de EE.UU., una mercancía cuyo valor en el mercado
se empezaba a cuestionar.
La
deuda se convierte en el vehículo
Pronto,
sugiriendo (o amenazando) a sus socios europeos, japoneses,
etc,con retirar “la protección nuclear”, como
instrumento primordial de convencimiento, sucesivos
gobiernos de EE.UU. pensaron que en lugar depender del papel
de acreedor del mundo que habían tenido hasta 1971, el
Siglo Estadounidense podría prosperar, en teoría, como el
mayor deudor del mundo, mientras las finanzas y el dólar
estadounidenses siguieran dominando las finanzas del mundo.
Mientras
las mayores satrapías (6) de EE.UU. en la posguerra, como
Japón, Corea del Sur y Alemania, se vieron obligadas a
depender del paraguas de seguridad de EE.UU., fue
relativamente simple presionar a sus Ministerios de Hacienda
para que utilizaran sus excedentes comerciales en dólares
para comprar deuda del gobierno de EE.UU. En el proceso, los
mercados de compraventa de los bonos (o deudas)
estadounidenses se convirtieron de lejos en los mayores del
mundo. Los principales corredores de bonos de Wall Street
estaban reemplazando a la producción de acero de Pittsburg
y a la fabricación de coches en Detroit como el “negocio
de EE.UU.”
Para
parafrasear la famosa salida del antiguo presidente de
General Motors en los años cincuenta, Charles Wilson, el
nuevo mantra era: “Lo que es bueno para Wall Street es
bueno para EE.UU.” Pero no lo era. La expresión
“industria” financiera incluso se convirtió en un lugar
común, como si fuese real que el dinero fuese un sustituto
legítimo de la auténtica producción de genuina riqueza física
en la economía.
La
deuda – la deuda en dólares – se convertiría en el vehículo
de un nuevo papel de los bancos neoyorquinos, dirigidos por
el Chase Manhattan de David Rockefeller y el Citibank de
Walter Wriston. Su idea era recuperar cientos de miles de
millones de dólares de la OPEC y otros petrodólares, por
lo que “persuadieron” a los saudíes y a otros gobiernos
de la OPEC para que los depositaran en bancos en Londres o
Nueva York. Luego esos depósitos en dólares de la OPEC,
llamados en aquel entonces por Henry Kissinger y otros
“petrodólares” (porque provenían del petróleo) partían
en forma de préstamos reciclados a economías importadoras
de petróleo y hambrientas ( o no) de dólares del Tercer
Mundo. (7)
La
crisis de confianza en el dólar de Carter
Esta
segunda fase, la era post oro, alimentada por el choque
manipulado del petróleo de 1973 y la presión de EE.UU.
sobre Arabia Saudí y la OPEC para facturar y cobrar el petróleo
exclusivamente en dólares, el “reciclaje del petrodólar”
de Kissinger, (8) se desarrolló sin grandes problemas hasta
comienzos de 1979 cuando el dólar enfrentó una
considerable venta extranjera durante el fin de la
presidencia de Jimmy Carter. El Siglo Estadounidense enfrentó
uno de sus mayores desafíos durante esa coyuntura. Los
bancos centrales alemán, japonés e incluso de Arabia Saudí
comenzaron a liquidar valores del Tesoro de EE.UU. en lo que
fue llamado una pérdida de “confianza” en el liderazgo
mundial de Carter.
En
agosto de 1979, para restaurar la “confianza” del mundo
en el dólar, el presidente Jimmy Carter, el mismo un
protegido elegido cuidadosamente por la Comisión Trilateral
de David Rockefeller, fue obligado por los grandes bancos de
Nueva York, dirigidos por el Chase Manhattan de David
Rockefeller, a aceptar a Paul Volcker, un protegido de
Rockefeller, del Chase Manhattan Bank, como nuevo presidente
de la Reserva Federal con mandato ilimitado para hacer lo
que fuese necesario para salvar la situación del dólar
como moneda de reserva.
Al
tomar posesión del cargo, Volcker anunció sin ambages:
“El estándar de vida del estadounidense promedio tiene
que bajar.” Había sido cuidadosamente elegido por
Rockefeller para salvar los mercados financieros de Nueva
York y el dólar a costas del bienestar de la nación.
La
‘terapia de choque’ de Volcker
La
terapia de choque de Volcker comenzó en octubre de 1979 y
duró hasta agosto de 1982. Las tasas de interés subieron
hasta las nubes, a dos dígitos. EE.UU. y las economías del
mundo fueron lanzados una recesión enorme, la peor desde la
Segunda Guerra Mundial. En menos de un año, la tasa de
interés básico se había disparado hasta el nivel sin
precedentes de un 21,5%, comparado con un promedio de 7,6%
en los 14 años anteriores, más que triplicado en cosa de
semanas. La cifra oficial de desempleo en EE.UU. alcanzó su
nivel más elevado con un 11%, mientras que
extraoficialmente, si se contaba a los que simplemente habían
dejado de buscar trabajo, era mucho más elevado. (Source:
AngryBearBlogspot.com) La terapia de choque de Volcker
duplicó el desempleo oficial en EE.UU.
La
crisis de la deuda latinoamericana, un anticipo aciago de la
crisis de alto riesgo de EE.UU. en la actualidad, se produjo
como resultado directo de la política de choque de Paukl
Volcker. En agosto de 1982, México anunció que ya no podía
pagar en dólares el servicio de la tasa de interés sobre
su inmensa deuda. Había, como la mayor parte del Tercer
Mundo, de Argentina a Brasil, de Nigeria al Congo, de
Polonia a Yugoslavia, caído en la trampa de la deuda de los
bancos de Nueva York. La trampa consistía en pedir prestado
lo que eran prácticamente los petrodólares reciclados de
la OPEC invertidos en los principales bancos de Nueva York y
Londres, los bancos del eurodólar, que prestaron los dólares
a prestatarios desesperados del Tercer Mundo a “tipos de
interés variable” vinculados a las tasas LIBOR (promedio
de la tasa interbancaria de Londres).
Cuando
el Libor aumentó unos 300% en unos meses como resultado de
la terapia de choque de Volcker, esos países deudores no
estuvieron en condiciones de continuar cumpliendo. Se llamó
al FMI y comenzó el mayor bacanal de saqueo en la historia
del mundo, mal llamado la Crisis de la Deuda del Tercer
Mundo. Como era de prever la política de choque de Volcker,
provocó la crisis.
Después
de siete años de implacables altos tipos de interés por
parte de la Reserva Federal de Volcker, vendidos al público
ingenuo como “excluyendo la inflación de la economía de
EE.UU.,” en 1986 el estado de la economía de EE.UU. era
horrendo. Gran parte de EE.UU. llegó a parecerse a un país
del Tercer Mundo, con la extensión de los barrios
marginados, tasas de desempleo de dos dígitos y crecientes
problemas de crimen y adicción a las drogas. Un estudio de
la Reserva Federal mostró que un 55% de todas las familias
estadounidenses eran deudores netos. Los déficit del
presupuesto federal ascendían a niveles sin precedentes de
más de 200.000 millones de dólares por año.
En
realidad, Volcker, protegido personal de David Rockefeller
del Chase Manhattan Bank de Rockefeller, había sido enviado
a Washington para hacer una cosa – salvar al dólar de un
colapso en caída libre que amenazaba el papel del dólar de
EE.UU. como moneda de reserva global.
El
papel del dólar como moneda de reserva era la clave oculta
del poder financiero de EE.UU.
Al
hacer que las tasas de interés de EE.UU. se fueran por las
nubes, los inversionistas extranjeros llegaron en masa para
cosechar los beneficios, comprando bonos de EE.UU. Los bonos
estaban y están en el corazón del sistema financiero. La
terapia de choque de Volcker para la economía significó
que dispararon los beneficios de la comunidad financiera de
Nueva York.
Volcker
tuvo pleno éxito en su misión
El
dólar subió a niveles insuperados contra las divisas de
Alemania, Japón, Canadá y otros países, desde 1979 hasta
fines de 1985. El sobrevaluado dólar estadounidense
encareció ferozmente las exportaciones manufactureras de
EE.UU. Ello llevó a una disminución dramática de las
exportaciones industriales de EE.UU.
Los
tipos de interés de la Reserva Federal de Volcker, elevadas
desde octubre de 1979, habían llevado a una considerable
decadencia en la construcción en el interior, la ruina de
la industria automotriz de EE.UU. y, con ella, la del acero,
al orientarse los fabricantes estadounidenses a subcontratar
la provisión en el exterior donde las ventajas de costes
eran mayores. Refiriéndose a Paul Volcker y a sus
patrocinadores del libre mercado dentro de la Casa Blanca de
Ronald Reagan, el republicano Robert O. Andersen, entonces
presidente de Atlantic Richfield Oil Co. se quejó: “han
hecho más por desmantelar la industria estadounidense que
cualquier otro grupo en la historia. Y sin embargo van por
ahí diciendo que todo va bien. Es como el Mago de Oz.”
(9)
A
comienzos de 1987 los bancos tradicionales para hipotecas de
la nación, los bancos Savings & Loan (S&L),
entraron en una crisis de liquidez que terminó por costar a
los contribuyentes estadounidenses cientos de miles de
millones de dólares en rescates por el gobierno. La agencia
de control del Congreso, GAO, Oficina General de
Contabilidad, declaró que la Federal Savings & Loan
Insurance Corporation, el garante contra el pánico bancario
de S&L, era insolvente. Sin embargo, bajo presión de
los S&L, se permitió que se acumularan inmensas pérdidas
de los bancos al permitirse que instituciones insolventes
siguieran abiertas y crecieran, permitiendo que se
acumularan cada vez más pérdidas. El costo final de la
debacle de los S&L en los años ochenta ascendió a más
de 160.000 millones– Algunos costes reales calculados para
la economía llegaron a hasta 900.000 millones de dólares.
Entre 1986 y 1991, la cantidad de nuevas casas construidas
cayó de 1,8 a 1 millón, la cantidad más baja desde la
Segunda Guerra Mundial.
La
Segunda Revolución de EE.UU.: con miras al Premio
La
política monetaria de la Reserva Federal ha sido típicamente
disfrazada como una serie de reacciones pragmáticas ad hoc
ante crisis recurrentes en la banca y las finanzas de la
posguerra. La realidad es que ha seguido fielmente una
oculta línea coherente de política que fue delineada por
primera vez en 1973 por el portavoz de la familia más
poderosa del establishment de EE.UU. en aquel entonces.
La
política fue bosquejada en un libro que atrajo poca atención,
intitulado de modo bastante aciago: “La Segunda Revolución
Estadounidense.” Fue escrito por John D. Rockefeller III,
vástago del poderoso imperio de la Standard Oil y el Chase
Manhattan Bank y, junto con sus tres hermanos – David,
Nelson y Laurance – arquitecto de la estructuración del
mundo después de 1945, conocida como el Siglo
Estadounidense.
En
su libro, Rockefeller declaró la determinación del
establishment de reducir concesiones otorgadas a regañadientes
por los ricos y poderosos durante la Gran Depresión.
Rockefeller lanzó el llamado en 1973, mucho antes de que
Jimmy Carter o Margaret Thatcher llegaran al poder para
implementarlo. Solicitó a “una política consecuente, a
largo plazo, para descentralizar y privatizar muchas
funciones gubernamentales... diseminar el poder por toda la
sociedad.” (10) Esto último fue un engaño deliberado ya
que su intención no era diseminar el poder, sino
precisamente lo contrario – concentrar ese poder económico
y bancario en las manos de una elite muy unida.
La
privatización de funciones esenciales y socialmente útiles
del gobierno que habían sido establecidas, a menudo con
gran agitación social y presión política, durante las difíciles
crisis de los años treinta, era la agenda de los
Rockefeller. En breve, era la eliminación de las
regulaciones gubernamentales inauguradas en la era de la
Depresión en todos los aspectos de la vida económica y
social en EE.UU.
Sobre
todo, el objetivo era la desregulación de los mercados de
Wall Street y financieros, junto con una reducción radical
en la equiparación de la riqueza, como era vista por
Rockefeller y sus amigos, inherente en programas como la
Seguridad Social. Las “reducciones de impuestos para los
ricos”, de George W. Bush, sólo fueron una continuación
de una agenda de tres decenios de los poderosos círculos
del establishment.
Por
difícil que sea de creer, toda la política importante de
EE.UU. desde los años setenta hasta la mal llamada crisis
de alto riesgo actual, tuvo una línea de continuidad. Los
responsables de las decisiones de la Reserva Federal y del
Tesoro, y de otros responsables políticos siempre
mantuvieron “sus miras en el Premio.”
El
“Premio” eran beneficios financieros sin precedentes que
se lograrían mediante la reducción de importantes
concesiones a los trabajadores manuales y a los
estadounidenses de medianos ingresos, concesiones otorgadas
durante la Gran Depresión por poderosos círculos del
establishment dirigidos por los grupos bancarios de
Rockefeller y Morgan, para impedir en ese momento una
revuelta más radical.
La
Seguridad Social era uno de sus objetivos. La desregulación
financiera y otra fue, por sobre todo, la revocación de la
Ley Glass–Steagall de 1933. En este caso, un banquero con
buenas conexiones de Wall Street llamado Alan Greenspan fue
quien jugó un papel decisivo por cuenta de la agenda de
desregulación financiera en su período como presidente de
la Reserva Federal que duró desde 1987 hasta 2006. La
titularización de hipotecas de alto riesgo o chatarra fue
su “legado máximo”. Tal como se ven las cosas al
escribir estas líneas, ciertamente lo será, pero no de la
forma como él y otros en Wall Street querían. Más
probablemente será de deshonra.
Notas:
1
Luce, Henry, The American Century, reproducido en The
Ambiguous Legacy, M. J. Hogan, ed. Cambridge, UK: Cambridge
University Press, 1999.
2
Kennan, George F., 1948, “PPS/23: Review of Current Trends
in U.S. Foreign Policy”, Foreign Relations of the United
States, Volume I.
3
New York Council on Foreign Relations, undated, The War
& Peace Studies, http://www.cfr.org.
4
Engdahl, F. William, A Century of War: Anglo–American Oil
Politics and the New World Order, London, Pluto Press, 2004,
pp. 88–9.
5
Para un excelente informe histórico sobre el impacto de
esas manipulaciones sistemáticas de las estadísticas por
parte del gobierno, vea
http://www.shadowstats.com/
de John Williams. John
ha estado rastreando las manipulaciones durante más de dos
décadas, el único intento sistemático que conozco.
6
El término “satrapía” para describir las relaciones de
EE.UU. con Japón, Alemania y otros aliados de la posguerra
es utilizado por Zbigniew Brzezinski en su libro: “The
Grand Chessboard: American Primacy and its Geostrategic
Imperatives,” New York, Basic Books, 1997.
7
Para la mejor discusión de este nuevo papel de creación de
deuda interminable respaldada por el poder militar de EE.UU.
como el fundamento para la dominación de EE.UU., vea el
excelente informe personal en el notable trabajo de Michael
Hudson: “Super Imperialism: The Economic Strategy of
American Empire,” London, Pluto Press, 2nd Ed.2003,
www.michael–hudson.com. p.289 ff.
8
Vea Engdahl, op.cit., pp.130–141 para una información
poco usual sobre el papel del secretario de estado de aquel
entonces, Kissinger, en los eventos que condujeron al
aumento de un 400% en el precio del crudo de la OPEC en
1974.
9
Anderson, Robert O., citado en Greider, William: “Secrets
of the Temple: How the Federal Reserve runs the country,”
Simon & Schuster, New York, 1987, p. 648.
10
Rockefeller, John D. III, The Second American Revolution,
Harper & Row, New York, 1973.
(*)
F. William Engdahl es autor de: “A Century of War:
Anglo–American Oil Politics and the New World Order,”
Pluto Press. Su libro más reciente publicado por Global
Research es “Seeds of Destruction: The Hidden Agenda of
Genetic Manipulation”.
|