En el comienzo de
la segunda etapa de la crisis global
Por Jorge
Beinstein
ALAI,
América Latina en Movimiento, 11/02/08
“La
peste ya está aquí,
¿que
hacer cuando llega la peste?”
Homero
La
recesión se ha instalado en el centro del Imperio, el
debate ahora gira en torno de su profundidad, duración y
alcance mundial. La corte de admiradores derechistas o
progresistas del capitalismo global, que nos apabulló en
los últimos años con sus reiteraciones acerca de la
solidez del sistema, está ahora en pleno repliegue táctico;
sus integrantes ya no niegan la crisis pero intentan
quitarle dramatismo, acortar sus raíces y amplitud.
Algunos ensayan explicaciones anecdóticas, otros la
califican como “crisis cíclica”, es decir
pasajera, la mayor parte se refugia en la explicación
simplista que reduce el fenómeno a una gran perturbación
financiera combinada con un brote pesimista de los
consumidores norteamericanos provocado por los deudores
morosos de los Estados Unidos (que no pagan sus créditos
inmobiliarios)... y por quienes les otorgaron
prestamos de manera demasiado generosa. Según esta
gente los problemas serán pronto superados gracias a las
intervenciones de la Reserva Federal, la Casa Blanca y las
autoridades políticas y monetarias de las otras grandes
potencias. El mítico estandarte del poder invencible
de los amos del sistema todavía flamea en las alturas
aunque se va deshilachando rápido al ritmo de los truenos
globales.
Crédito,
consumo y deudas
Al
ser la crisis circunscrita al desinfle de la burbuja
inmobiliaria norteamericana y sus impactos colaterales en los Estados Unidos y el resto del mundo la “solución”
aparece clara: alentar a los consumidores e inversores,
subir el gasto público e inyectar liquidez en el mercado.
Es lo que ahora están haciendo el gobierno de Bush y la
Reserva Federal, el primero acaba de impulsar una rebaja de
impuestos y un gasto estatal récord para 2009 de más de 3
billones (millones de millones) de dólares, y en
consecuencia un déficit fiscal gigantesco con lo que la
deuda pública superará bien pronto los 10 billones de dólares.
Por supuesto Bush lo hace desde la derecha; las reducciones
fiscales beneficiarán básicamente a los ricos y a la clase
media alta, el mayor gasto público privilegiará a las
fuerzas armadas que dispondrán del más alto volumen de
fondos de toda la historia norteamericana: el gasto
militar total de los Estados Unidos llegó en 2008 a
cerca 1,2 billones de dólares (si sumamos a las erogaciones
del Departamento de Defensa las de los demás sectores del
Estado), según el proyecto de presupuesto enviado por Bush
al Parlamento, en 2009 dicha cifra será mucho más alta.
Por su parte la Reserva Federal baja más y más la tasas de
interés.
Lo
que ellos están haciendo ahora es una suerte de repetición,
en condiciones infinitamente más graves, de lo que ya
hicieron en 2001, no tienen otro libreto. Pero en
aquel momento la deuda pública norteamericana alcanzaba los
5,7 billones de dólares ahora ronda los 9,2 billones, y si
a la misma le sumamos las del resto de sectores públicos y
privados se llega a los 50 billones de dólares (equivalente
al Producto Bruto Mundial). A ello es necesario
agregar la acumulación de déficits fiscales y comerciales,
y un volumen de gastos militares totales que podría
llegar a representar en 2009 el 10 % del Producto Bruto
Interno norteamericano.
En
2001 la situación era difícil pero existían márgenes
económicos y políticos que permitieron al Poder (auto
atentado terrorista mediante) salir de la recesión
acelerando las tendencias dominantes del sistema:
hipertrofia especulativa, concentración de ingresos,
consumismo (con fuerte caída del ahorro personal),
crecimiento de las deudas públicas y privadas y
keynesianismo militar. Todos estos aspectos se
exacerbaron al extremo en los últimos siete años, las
aventuras coloniales en Eurasia terminaron empantanadas (el
aparato militar aparece ahora como una pesada maquinaria tan
sofisticada y cara como incompetente) mientras que el Estado
y la población están abrumados por la deudas.
La
recesión estadounidense es más una crisis–de–deuda
que una depresión causada por el enfriamiento del consumo,
la primera es el fundamento del segundo. La súper
deuda estatal ha llegado a un punto tal que su expansión ha
ingresado en un círculo vicioso que enlaza de manera
perversa emisiones de títulos públicos y de dólares cada
vez más depreciados, en caso contrario el Estado debería
frenar sus gastos y/o incrementar la recaudación fiscal lo
que hundiría a la economía en una recesión aún más
profunda.
Por
su parte la población con ingresos medios y bajos ha
sufrido las consecuencias del estancamiento (y del descenso
en un importante sector) de sus salarios reales, el ingreso
familiar promedio es actualmente inferior al del año 2000.
Cuando se lanzó la burbuja inmobiliaria con una avalancha
de créditos baratos se estaba al mismo tiempo restringiendo
la solvencia a mediano plazo de una gran masa de deudores,
la serpiente neoliberal terminó mordiendo su propia cola: a
mediados de 2006 el mercado inmobiliario estaba saturado,
los precios de las viviendas comenzaron a descender y en
2007 estalló la morosidad. Lo que siguió es bien
conocido.
En
los años del auge el tema del inminente agotamiento del
crecimiento de la economía norteamericana sobrecargada de
deudas había sido abiertamente ignorado o negado por
periodistas, expertos, grandes empresarios y dirigentes políticos
de la superpotencia. Los negocios prosperaban ¿quien
se hubiera atrevido en ese período a decir que las grandes
ganancias de ese entonces eran la base de un próximo
desastre?. Los pocos que se atrevieron quedaron
marginados o ridiculizados, señalados como catastrofistas,
personas amargadas o amantes de los terremotos.
Pero
si la derecha pretende hacer más de lo mismo, el
progresismo imperial no va mucho más lejos, Joseph Stiglitz
expresión de ese sector acaba de proponer una variante “popular”
del remedio orientada también a rehabilitar el consumo
incrementando el gasto público y en consecuencia el déficit
fiscal y la deuda. Según esa propuesta no serían
beneficiados los militares y los ricos sino los desocupados,
los programas de desarrollo de la infraestructura, del
sector educativo, de salud, de ahorro de energía y de
reducción de la contaminación ambiental [1] La aspirina
progresista (incompatible con el actual sistema de poder
estadounidense) y la repetición conservadora no son otra
cosa que pequeños parches impotentes ante una realidad que
los desborda.
Recesión
e inflación
Ahora
que la recesión ha llegado al centro de la economía
mundial sus autoridades entran en pánico, perciben que sus
acciones son ineficaces o incluso contraproducentes.
Las medidas antirrecesivas como los recortes fiscales en
curso, las drásticas bajas en la tasa de interés o el
incremento del gasto público traerán más déficits y
deudas y si llegan a tener algún éxito, aunque sea
mediocre, alentarán la inflación; en ambos casos impulsarán
la depreciación internacional del dólar. La recesión
y la inflación llegan juntas porque la crisis financiera
converge con la crisis energética que hace subir el precio
del petróleo arrastrando hacia arriba a un amplio abanico
de materias primas. Los costos de producción aumentan
no solo cuando crece la economía mundial y en consecuencia
la demanda de esos productos sino también cuando la misma
se estanca e incluso cuando decae. Es así porque la
extracción petrolera global está llegando a su máximo
nivel y detrás de ella las de otros recursos energéticos
no renovables como el carbón y el uranio que se encaminan
hacia la misma situación a más largo plazo pero bien antes
de mediados del siglo XX.[2] Y como sabemos el reemplazo del
petróleo por los biocombustibles lleva al rápido
encarecimiento generalizado de los precios de la producción
agrícola, en especial la de alimentos.
En
síntesis, las autoridades norteamericanas saben que si
tratan de revertir la recesión reanimando al mercado
alentarán la inflación y la caída del dólar lo que
terminará por traer más recesión pero que si buscan
frenar la inflación enfriando la economía profundizarían
la recesión: un callejón sin salida.
Algunos
expertos, por ahora discretos, empiezan a ilusionarse con la
posibilidad de un estancamiento prolongado pero ordenado,
sin estallidos sociales ni crisis institucionales graves, el
modelo sería Japón en los años 1990. Aunque olvidan
que se trataba de una potencia de segundo orden que dispuso
en ese momento de dos tablas de salvación externas que
suavizaron su aterrizaje, en primer lugar las burbujas de
prosperidad de Asia del Este que le dieron aire hasta la
crisis de 1997 y sobre todo los Estados Unidos, su principal
cliente comercial, cuyo mercado absorbió exportaciones e
inversiones japonesas. Pero los Estados Unidos son
demasiado grandes, no existe una tabla de salvación externa
a su medida, el resto del mundo venia amortiguando sus
desajustes fiscales y comerciales acumulando montañas de
papeles dolarizados que cada día valen menos pero esa
capacidad esta casi agotada.
La
ilusión del desacople
En
la última reunión de Davos se discutió mucho acerca del
posible “desacople” entre los Estados Unidos y
las otras potencias industriales que tomarían de ese modo
distancia del naufragio de su hermano mayor.
Hasta
hoy la globalización era presentada por la propaganda
neoliberal como una trama de la que nadie podía escapar,
ahora sin mayores explicaciones se afirma lo contrario, la
red global permitiría al parecer salir del desastre a una
amplia variedad de países, dirigentes y comunicadores de
algunas economías desarrolladas las incluyen en la lista de
sobrevivientes, incluso en numerosos países periféricos
los medios de comunicación locales tratan de tranquilizar a
sus poblaciones explicándoles que gracias al nivel de sus
reservas (dolarizadas), la naturaleza de sus exportaciones,
su ubicación geográfica u otra bendición del destino, esa
nación no será afectada por la recesión estadounidense (o
lo será muy poco).
Pero
resulta que –para desgracia de los neoliberales– los
neoliberales tenían razón: las interdependencias económicas
mundiales son tan densas que como lo estamos comprobando a
diario no hay manera de desconectar los sacudones
estadounidenses (bancarios, bursátiles, etc.) del
funcionamiento financiero internacional. La burbuja
inmobiliaria norteamericana fue la vanguardia de una variada
serie de burbujas similares en distintos lugares del
planeta, países como España, Inglaterra, Holanda,
Australia, Irlanda, Nueva Zelandia fueron parte activa de la
fiesta. En España ya comenzó el desinfle,
recientemente Carlos March, cabeza de uno de los grupos
financieros decisivos de ese país, declaró que “la
crisis inmobiliaria (española) va a durar mucho tiempo, al
menos tres años” [3],
además numerosos bancos europeos y asiáticos son golpeados
por la desvalorización de títulos norteamericanos apoyados
en deudas hipotecarias de alto riesgo que compraron a manos
llenas en pleno auge especulativo. La recesión
estadounidense ya afecta a Japón estrechamente asociado a
la superpotencia en los niveles comercial, financiero, político–militar,
etc. Japón y los Estados Unidos compran el grueso de
las exportaciones industriales de China, columna vertebral
de su prosperidad económica, que por otra parte acumula más
de 1,4 billones de dólares y papeles dolarizados en sus
reservas y es atravesada por varias burbujas (bursátil,
inmobiliaria, etc.).[4]
Mucho más fuertes
aún son las interconexiones entre la Unión Europea y los
Estados Unidos... lo que no le impidió al presidente
del Eurogrupo Jean–Claude Juncker declarar (a comienzos de
febrero de 2008 y sin que se le mueva un solo músculo de la
cara) que “en Europa no hay riesgo de recesión al
contrario que en los Estados Unidos”.[5]
Estas
interrelaciones planetarias del capitalismo han sido a veces
explicadas en términos de “estafa” de la
superpotencia al resto del mundo que durante un largo período
le ha estado suministrando bienes y capitales a cambios de
papeles de valor decreciente, ello le había permitido al
Imperio consumir y hacer guerras muy por encima de sus
posibilidades productivas. Es lo que acaba de afirmar George
Soros [6], lo que durante muchos años era presentado como
un argumento “antiimperialista”, “desde la
izquierda”, ha sido ahora asumido por el
personaje–paradigma de la especulación financiera
mundial. Según él la actual crisis “la más grave
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial” marcaría
el fin del reinado del dólar, la recesión en el mundo
desarrollado y el ascenso de naciones como China, India y
algunos países exportadores de petróleo. En síntesis, los
Estados Unidos y posiblemente una parte de Europa habrían
llegado a su ocaso pero el capitalismo global quedaría a
salvo gracias a la inyección de sangre joven proveniente de
la periferia... lo que les permitiría a Soros y sus colegas
continuar de manera renovada sus ingeniosos negocios.
Pero la realidad
es menos simple, el mercado norteamericano ha sido el
espacio decisivo para la colocación de mercancías y
excedentes de capitales del resto del mundo. Gracias a
su capacidad de absorción (apuntalada por el conjunto del
capitalismo global) las burguesías de Europa, Asia y de
otros continentes pudieron realizar operaciones
especulativas, inversiones productivas y exportaciones sin
los cuales sus prosperidades hubieran sido imposibles. A
partir de la crisis crónica de sobreproducción mundial
(con centro en las naciones desarrolladas) iniciada a fines
de los años 1960 la economía estadounidense,
crecientemente parasitaria, fue el principal sostén de la
demanda global. Las clases dirigentes de China, India, Japón
o Europa no fueron estafadas ni coaccionadas para que le
cedieran bienes y capitales a la superpotencia... sólo
estaban sosteniendo a su principal cliente con créditos y
precios accesibles.
Se trata de una
trama internacional muy compleja en cuya cúspide se
encuentran las elites dirigentes de los Estados Unidos y
numerosos países ricos y pobres mientras que en la base se
agolpan los excluidos y trabajadores superexplotados de la
periferia y una creciente masa de empobrecidos de las
naciones industrializadas. El resquebrajamiento de ese
pilar central hace ahora tambalear al sistema mundial.
El discurso acerca
del ascenso del capitalismo periférico en tanto futuro líder
del mundo aparece como la componente tragicómica de la
ilusión del desacople. Los dirigentes chinos, por
ejemplo, proseguirían su enriquecimiento vertiginoso (tal
vez un poco más suave) aunque no se sabe muy bien como lo
harían si se hunden los mercados norteamericano y japonés.
India y Brasil
marcharían por un camino similar con sus burguesías
transnacionalizadas tal vez haciendo negocios Sud–Sud y
tras ellos una variada serie de países subdesarrollados.
La sombra de la recesión cubriría a las llamadas economías
desarrolladas (en grueso encuadradas en la OCDE), que
representaron en 2007 casi el 70 % de la importaciones
mundiales mientras numerosos países del resto del mundo,
vaya uno a saber gracias a que milagro, se salvarían del
desastre. No olvidemos que los más dinámicos y
grandes de los mismos basan su crecimiento en la expansión
de sus exportaciones... preferentemente dirigidas
hacia las naciones ricas.
La
fábula no solo es inconsistente desde el ángulo del
comercio internacional sino que lo es también (mucho más)
cuando enfocamos la composición y comportamiento de estas
burguesías periféricas, transnacionalizadas, sumergidas
hasta el cuello en las burbujas financieras globales, buena
parte de ellas atrapadas por la cultura del corto plazo (el
estilo de vida de los especuladores), educadas en la rapiña
y superexplotación de sus propios países.
Mundializan sus excedentes financieros ante la “estrechez
relativa” de sus mercados locales e incluso
regionales (desde el punto de vista de sus expectativas de
altas ganancias) o bien empujados por la “necesidad”
de extender sus intereses al interior de tramas empresarias
globales de las que forman parte o incluso a veces ante la
posibilidad de abastecer a las clases privilegiadas de sus
propios países a partir de firmas o marcas extranjeras
“de prestigio”. Tres ejemplos recientes llegados
desde China ilustran bien esta realidad: el primero de ellos
se refiere a la suspensión el martes 22 de enero de 2008 de
la cotización de la acción del Bank of China (el segundo
banco de China) en la bolsa de Shanghai cuando este
informó haber perdido unos 8.000 millones de dólares en
sus títulos ligados a préstamos hipotecarios
norteamericanos de riesgo (subprimes). El segundo es
la compra realizada por Aluminium Corp.
of China
(Chinalco) de una participación en la empresa minera
anglo–australiana Rio Tinto
por una suma próxima a los 14 mil millones de dólares
[7]. El tercer
ejemplo es la reciente “adquisición
de lujo” por parte del grupo Longhai, de la ciudad de
Quingdao en China, del viñedo francés de Chateau
Latour–Laguens, la empresa china aprovechó la marca
francesa para rebautizar “Latour–Laguens International
Wine Co” a su rama importadora de bebidas que vende a los
nuevos ricos de su mercado interno vinos australianos,
italianos y sudafricanos [8].
Estas
burguesías son la antítesis viviente de lo que los
optimistas del desacople y de la recomposición
periférica del capitalismo pueden imaginar como clases
dirigentes medianamente estables y portadoras de proyectos
productivos y comerciales autónomos (“nacionales”) de
largo plazo.
Hipertrofia
financiera global y desaceleración productiva
Para
entender lo que está ocurriendo es necesario reflexionar
acerca del período de “más de 60 años de duración”
que nos propone George Soros, aunque no debería ser visto
como un único ciclo ascendente del crédito sino más bien
como la sucesión de dos períodos, uno ascendente entre el
fin de la Segunda Guerra Mundial (aproximadamente) y el
final de los años 1960 o el comienzo de los años 1970 y
otro descendente desde ese punto de inflexión hasta la
actualidad.
La
era de oro del mundo capitalista reconstituido con centro en
el imperio norteamericano y el dólar como moneda universal,
basada en la intervención económica del Estado, combinando
según los casos keynesianismo civil y militar tal vez dio
sus primeros pasos hacia 1939, en los Estados Unidos, en ese
momento el keynesianismo militar logró allí el despegue
que se transformó en una prolongada prosperidad que se está
acabando ahora. El inicio también puede ser
localizado hacia finales de los años 1940 cuando los
capitalismos recompuestos de Europa Occidental y Japón se
incorporaron a la ola norteamericana.
El
dinamismo productivo del sistema comenzó globalmente a
decaer a fines de los años 1960 expresándose luego como
una crisis de sobreproducción crónica que se prolonga
hasta hoy [9]. Una de sus manifestaciones más evidentes fue
la declinación en el largo plazo de la tasa de crecimiento
de la economía mundial donde el rol negativo principal fue
protagonizado por las naciones de alto desarrollo. La
economía global creció a una tasa anual promedio de 4,9 %
entre 1950 y 1973, 3,4 % entre 1974 y 1979, 3,3 % en la década
de los 1980 y 2,3 % en la de los 1990, la década actual que
comenzó con un pequeño enfriamiento continuó con la
expansión–burbujeante de la era Bush para concluir con
una recesión (o estancamiento) que anuncia ser prolongada.
La desaceleración económica internacional engendró una vía
de escape para las rentabilidades productivas en baja: la
expansión financiera. Un buen ejemplo de ello es la
contraposición entre la reducción de la tasa de
crecimiento de la economía mundial y el crecimiento veloz
de los negocios con productos financieros derivados
que ingresaron en el período de la especulación
desenfrenada hacia comienzos de la década actual. Según
el Banco de Basilea a mediados del año 2000 los derivados
representaban aproximadamente el doble del Producto Bruto
Mundial, hacia mediados de 2006 eran ocho veces superiores,
y diez veces un año después: sumaban unos 510 billones
(millones de millones) de dólares. Si a esta cifra le
agregamos el resto del empapelamiento (acciones, deudas públicas,
etc.) nos estaríamos aproximando a los 1000 billones de dólares
(20 veces el Producto Bruto Mundial)...
Nos
encontramos ahora en el espacio de saturación de la
hipertrofia especulativa que podrá tal vez prolongarse un
poco más pero que de manera irresistible va ingresando en
una zona de múltiples turbulencias donde algunas burbujas
se desinflan y otras se expanden rápidamente en medio de un
desorden financiero generalizado. Debemos tener
presente que lo que está tambaleando es el mayor globo
financiero de la historia del capitalismo.
El
segundo acto
La
primera etapa de la larga crisis–decadencia global
iniciada hace casi 40 años concluyó cuando la expansión
financiera agotó su rol amortiguador para
convertirse en lo contrario. Si antes era el pilar del
consumismo y de la supervivencia concentradora de las
grandes empresas ahora constituye el centro de la recesión.
El
punto de inicio del nuevo período suele ser situado en 2007
cuando estalló la burbuja inmobiliaria norteamericana
aunque con una visión más amplia deberíamos localizarlo
en 2001 en el momento en que la amenaza de recesión en los
Estados Unidos fue “eludida” gracias a la loca
fuga hacia adelante de las peores tendencias del sistema:
militarismo, especulación, concentración de ingresos,
corrupción institucional. Ese hecho sobre determinó
la marcha del mundo, no en la dirección que pretendían los
halcones de la Casa Blanca (instalación del
dominio imperial por muchas décadas) sino en sentido
opuesto: se aceleró la decadencia. Al comienzo
predominó una apariencia engañosa de prosperidad impuesta
por la maquinaria mediática occidental, las economías
desarrollas tenían altas tasas de crecimiento, China, India
y otras “naciones emergentes” expandían como nunca sus
estructuras capitalistas... pero la base de boom era
una especulación financiera sin frenos y con una esperanza
de vida muy acotada.
Para
entender mejor lo que ahora esta ocurriendo debe ser
ampliado el espacio de la crisis financiera para dar lugar a
“otras crisis” que convergen con ella. En
primer lugar la crisis energética que está expresando el
fin de la era del petróleo barato (el comienzo del
estancamiento de la extracción seguido a más largo plazo
por su descenso) introduciendo un sólido bloqueo
inflacionario a las políticas antirrecesivas.
Dicha
crisis debe ser incluida en la bicentenaria historia del
capitalismo industrial (basado en los recursos energéticos
no renovables) cuyo funcionamiento expansivo hubiera sido
imposible si no se independizaba de los límites y ritmos de
la reproducción de los recursos energéticos renovables,
abaratando y sometiendo a su dinámica a las nuevas fuentes
de energía que aparecían como reservas infinitamente
grandes, siempre disponibles. Eso fue posible gracias
a una serie de proezas tecnológicas, trágicas a largo
plazo, que conformaron un mecanismo de depredación que no
se podía prolongar indefinidamente.
El
estallido de la crisis energética coloca ahora al
capitalismo ante un callejón sin salida, por lo menos a
mediano plazo, tiempo más que suficiente como para que el
desorden depresivo del sistema termine por producir daños
irreversibles que impidan su recomposición bajo condiciones
civilizadas. Esto significa que la futura
supervivencia de la civilización burguesa debe ser asociada
con el ascenso de formas de barbarie nunca antes vistas, el
parche de los biocombustibles como reemplazante a escala
planetaria esclarece bien esta afirmación con sus secuelas
de destrucción del recurso agrícola básico: la tierra
cultivable y de encarecimiento de los alimentos con los que
compite en la ocupación de ese recurso.
Este
proceso depredador en su etapa de gran aceleración y
control general del planeta experimenta actualmente un
enorme salto cualitativo al convertirse en motor del fenómeno
de cambio climático que amenaza a la humanidad, su
mitigación está obligada a recorrer el mismo sendero que
el de la solución de la crisis energética: la reducción y
rediseño del consumo de energía a gran escala lo que
implica la transformación radical del sistema productivo
ahora impulsado por la lógica de la rentabilidad
capitalista (el poscapitalismo ridiculizado en la era
neoliberal entra en escena).
Otra
crisis decisiva es la del centro del mundo: los Estados
Unidos, la declinación del Imperio es no solo económica o
institucional sino también militar, su complejo
industrial–militar en la cúspide de su despliegue
económico y tecnológico demuestra su incompetencia en el
terreno concreto de la guerra, de manera directa en Irak y
Afganistán e indirecta en la reciente invasión israelí al
Líbano. Esta crisis de la tecnología y del
despilfarro militar modernos puede ser enfocada como el más
reciente eslabón de una secuencia iniciada hacia fines del
siglo XIX de militarización de la ciencia y la tecnología,
de concentración industrial en el objetivo bélico,
atravesando dos guerras mundiales calientes y una fría
hasta llegar a la degradación actual.
El
hecho sorprendente es la convergencia histórica de todas
las crisis señaladas que aparece como el encuentro de
varios ciclos de diferente duración si pensamos en un ciclo
de los recursos energéticos no renovables (desde el carbón
hasta el petróleo despegando a fines del siglo XVIII) cuyo
punto de inflexión hacia abajo coincide con puntos
similares en los otros ciclos, el financiero y el
militar–industrial nacidos a fines del siglo XIX.
Pero la reflexión se simplifica cuando visualizamos tres
ciclos paralelos despegando aproximadamente en el mismo
momento si en el caso de la energía nos limitamos al del
petróleo. En este último caso podemos referirnos a
componentes de un solo ciclo de algo más de un siglo de
antigüedad marcado por el desarrollo cada vez más rápido
e intenso del parasitismo (principalmente financiero y
militar) y de la depredación del ecosistema.
Febrero
de 2008
Notas:
1. Joseph Stiglitz, “How
to Stop the Downturn”, The New Yor Times, January 23,
2008.
2. Según dos estudios
recientes del Energy Watch Group la cima de la producción
económicamente viable de carbón de mantenerse el actual
ritmo de crecimiento de la extracción se produciría en
torno del año 2025 (Energy Watch Group, “Coal:Resources
and Future Production”, March 2007) y la del uranio diez años
más tarde (EnergyWatch Group, “Uranium Resources and
Nuclear Energy”, December 2006) en este último caso a
partir de esa primera cima los incrementos en la producción
(siguiendo el ritmo actual) podrían prolongarse tres décadas
más pero con un ascenso exponencial de los costos.
3.
“Según sus cuentas, tomando en consideración que en estos
momentos se están construyendo en cualquiera de sus fases
alrededor de 1,3 millones de vivienda en España, y que la
demanda se sitúa entre 300.000 y 400.000 unidades, lo lógico
es que ese stock de viviendas no se liquide hasta pasados
tres años. Carlos March, admitió, durante la
presentación de los resultados del banco, que la situación
es "preocupante" por lo que no será fácil
recuperar niveles de actividad "aceptables".
El representante de una de las fortunas –mayores e históricas–
del país ha sido tajante con la actual crisis, que vive en
sus propias carnes. Corporación Financiera Alba, el
brazo inversor cotizado de la familia March, acumula una caída
en bolsa del 33% en los últimos ocho meses”.
Cotizalia, 05–02–2008.
4.
“Los precios de los inmuebles en China
crecen imparables situándose por encima del 8% interanual,
de nada han servido las medidas dispuestas por el Gobierno
del país para intentar detener la escalada de precios... El incremento
de un 8,2% se convierte en un 10% en las ciudades donde la
especulación inmobiliaria se hace más notoria, y la
tendencia se está generalizando por todo el país... Quienes
verdaderamente están haciendo su agosto de esta situación
son los bancos y entidades financieras que conceden los créditos
hipotecarios, tal es el auge de las hipotecas que incluso se
ha comenzado a popularizar una expresión entre los
ciudadanos chinos, 'esclavos de las hipotecas' “.
Programa Inmobiliario, “Se infla la burbuja inmobiliaria en China” , 03–10–2007,
http://www.programainmobiliario.tv/detalle.php?id=264.
5. “No habrá recesión en
Europa”, adnmundo.com, 04–02–2008.
6. Según Soros nos econtraríamos
ante “el fin de una era de expansión del crédito
fundada en el dólar como moneda de reserva internacional...
un boom que ha durado más de 60 años (y que) ha permitido
a los Estados Unidos absorber el ahorro del resto del mundo
y consumir más de lo que producía”. George Soros, “The worst
market crisis in 60 years”, The Financial Times, January
22 2008.
7. ”Why Chinalco's Buying
Into Rio Tinto”, Business Week, February 5, 2008.
8. “Viñedos de Francia
para los nuevos ricos de China”, Clarin–iEco, Buenos
Aires, 10de febrero de 2008.
9.
Jorge
Beinstein, “La larga crisis de la economía
global”, Corregidor, Buenos Aires, 2000.
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