Un capitalismo con tonos apocalípticos
Por Walden Bello
Global South Focus, 20/02/08
Sin Permiso, 16/03/08
Traducción de Camila Vollenweider
La actual crisis financiera mundial es
sintomática de un modelo de crecimiento capitalista basado
en la especulación financiera que está desconectado de la
estancada economía real, sostiene Walden Bello.
Un tono apocalíptico ha invadido los
niveles más altos del capital mundial, a medida que el
sistema financiero continúa su implosión. Esta implosión
no es más que la última crisis financiera que viene a
golpear al capitalismo mundial. Las crisis financieras son
inevitables desde que el crecimiento capitalista ha sido
conducido de forma creciente por burbujas especulativas,
como la inmobiliaria en Estados Unidos. Esos vaivenes
financieros incontrolados tienen su origen en la divergencia
creciente entre la expansiva economía financiera y la
estancada economía real. Esta "desconexión"
proviene de la persistente tendencia al estancamiento de la
economía real debida a sobreproducción o sobrecapacidad.
La búsqueda de beneficios es la fuerza
motora del capitalismo y, cada vez en mayor medida, sólo
pueden obtenerse cuantiosos beneficios gracias a la
especulación financiera, en lugar de conseguirlos gracias a
la inversión industrial. De todos modos, este es un proceso
inestable y volátil, dado que la divergencia entre los
indicadores financieros coyunturales como los precios de
activos financieros e inmobiliarios y los valores reales sólo
puede ampliarse hasta un punto en el que la realidad fuerza
una "corrección" de retorno de precios. La
explosión de la burbuja inmobiliaria norteamericana es una
de tales correcciones, y está conduciendo no sólo a una
recesión en los Estados Unidos, sino a una depresión
mundial debido a un nivel de integración sin precedentes
fogoneado por una globalización dirigida por las
corporaciones transnacionales. No será fácil restaurar el
dinamismo fomentando otra burbuja especulativa, por ejemplo,
recurriendo al "keynesianismo militar".
"Tenemos que pagar por los pecados
del pasado". Klaus Schwab, organizador clave de la
fiesta de la elite en el forum de Davos.
San Francisco, 17 de febrero de 2008.
Precios petroleros por las nubes, un dólar en caída y
mercados financieros al borde de la quiebra son los
principales ingredientes de un brebaje económico que podría
terminar en más que una simple recesión. El dólar cayendo
y el precio del petróleo en constante aumento han estado
sacudiendo la economía mundial durante algún tiempo, pero
es la espectacular implosión de los mercados financieros lo
que está conduciendo a la elite financiera a un estado de pánico.
¿Apocalipsis capitalista?
Y el pánico ya está aquí. Así como
el signo del pánico fue ostensible con el anuncio por parte
del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en
persona de un fuerte descenso de hasta 1,25 puntos
porcentuales de la tasa de interés prime el pasado enero,
The Economist también admitió que "no hay duda de que
es un momento escalofriante". Las pérdidas procedentes
de malos activos vinculados a los préstamos hipotecarios en
fallidos a prestatarios de alto riesgo se estiman situadas
en torno a los 400 mil millones de dólares. Pero, como ha
advertido el Financial Times, "la gran pregunta es qué
más hay", en un momento en que al sistema financiero
mundial "está muy expuesto a un fracaso catastrófico".
Lo que hay de "más" queda plasmado en el hecho de
que sólo en las últimas semanas se ha sabido que una serie
de bancos coreanos, japoneses y suizos han tenido miles de
millones de pérdidas relacionadas con las hipotecas basura.
La globalización de las finanzas fue, desde el inicio, la
vanguardia del proceso globalizador, y siempre existió la
ilusión de pensar que la crisis de las hipotecas basura
podría ser confinada a las instituciones financieras
estadounidenses, como pensaban algunos analistas.
Algunos de los actores y agitadores
principales no parecían presas del pánico, sino resignados
a una suerte de apocalipsis. En la reunión anual de las
elites mundiales celebrada en Davos el pasado enero, George
Soros sonó decididamente necrológico, declarando tan
campante que el mundo estaba siendo testigo del "fin de
una era". El anfitrión del Foro Económico Mundial
habló del capitalismo mientras saboreaba su postre
diciendo: "Tenemos que pagar por los pecados del
pasado…". "No es que el péndulo se esté ahora
inclinando hacia el socialismo marxista", dijo a la
prensa, "pero la gente se está preguntando '¿Cuáles
son los límites del sistema capitalista?' Creen que el
Mercado tal vez no sea siempre el mejor mecanismo para
ofrecer soluciones".
Reputaciones
arruinadas y políticas fracasadas
Mientras algunos parecen haber perdido
los nervios, otros han visto disminuir su estatura debido al
colapso financiero.
Como presidente del Consejo de Asesores
Económicos del presidente Bush en 2005, Ben Bernake atribuyó
el incremento de los precios inmobiliarios a
"fundamentos económicos sólidos", no a la
actividad especulativa. Siendo esto así, queda una incógnita,
y los críticos se preguntan: ¿por qué, como jefe de la
Reserva Federal se equivocó en anticipar el colapso del
Mercado inmobiliario proveniente de la crisis de las
hipotecas basura? De todos modos, su predecesor Alan
Greenspan sufrió un golpe más duro, pasando del estatus de
icono al de villano a los ojos de algunos. Le atribuyen la
culpa de la burbuja por las agresivas rebajas operadas en
los tipos de interés prime para sacar a los EEUU de la
recesión en 2003, y por mantenerlos en niveles bajos
durante un año. Otros dicen que ignoró las advertencias
sobre los inescrupulosos y agresivos forjadores de hipotecas
que embarcaron a los prestatarios de alto riesgo en acuerdos
hipotecarios que nunca podrían enfrentar.
El escrutinio de los antecedentes de
Greenspan y el fracaso de las disminuciones de tipos de
interés de Bernanke para impulsar los préstamos bancarios
han levantado serias dudas sobre la efectividad de la política
monetaria para prevenir una recesión que ahora es vista
como inevitable. Tampoco lo conseguirá la política fiscal,
ni poner dinero en manos de los consumidores, según algunas
voces de peso. Los 156 mil millones del paquete
de estímulo recientemente aprobados por la Casa
Blanca y el Congreso consisten fundamentalmente en retornos
fiscales, y el grueso, de acuerdo con Paul Krugman, el
columnista del New York Times, irá a parar a quienes en
realidad no lo necesitan. La tendencia será entonces
ahorrar más que gastar las devoluciones en un período de
incertidumbre, frustrando su propósito de estimular la
economía. El fantasma que se le aparece ahora a la economía
estadounidense es la experiencia japonesa de un crecimiento
anual virtualmente nulo y deflación durante los noventa y
comienzos de esta década, a pesar de los paquetes de estímulos
que siguieron uno tras otro después de que se desinflara la
gran burbuja inmobiliaria de Tokio a fines de los 80.
La burbuja inevitable
Aun cuando las acusaciones no han
terminado, muchos analistas nos recuerdan que, a pesar de
todo, la crisis inmobiliaria debería haber sido anticipada.
La única pregunta era cuándo llegaría. Conforme notó en
un análisis hace unos cuántos años el economista del
Centro de Investigaciones en Política Económica, Dean
Baker: "Como la burbuja financiera, la burbuja inmobiliaria explotará.
Finalmente, debe hacerlo. Cuando lo haga, la economía
atravesará una grave recesión, y decenas de millones de
propietarios de casas que jamás imaginaron que los precios
de sus viviendas podrían caer, probablemente, se vean en
serios apuros".
La crisis de las hipotecas basura no
fue un caso de oferta excediendo la demanda. La
"demanda", en gran medida, fue creada por una manía
especulativa por parte de financieros y agentes
inmobiliarios que buscaban generar enormes beneficios a
partir de su acceso al dinero extranjero que inundó a los
Estados Unidos durante la ultima década. Las elevadas
hipotecas fueron enérgicamente vendidas a millones de
personas que en condiciones normales no podían afrontarlas,
ofreciéndoles tasas de interés "engañosas" que
luego serían reajustadas para aumentar el precio de los
pagos de los nuevos propietarios.
Estos activos fueron entonces
"titulizados" [NdT: la operación de securitización,
aquí traducida como titulización, consiste en agrupar
activos financieros con similares condiciones de plazos,
colaterales e intereses, para transformarlos en un solo
instrumento financiero con garantía hipotecaria que las
entidades colocan en el mercado internacional para hacerse
con liquidez y dispersar el riesgo] junto con otros activos
en complejos productos financieros derivados denominados
"obligaciones de deuda colateralizadas (CDO, por sus
siglas en inglés)" por los iniciadores de las
hipotecas que trabajan en conjunto con intermediarios de
rangos medios que subestimaron el riesgo para poder colocar
los nuevos títulos lo más rápido posible en otros bancos
e inversores institucionales. El aumento de los tipos de
interés desencadenó una oleada de cesación de pagos, y
muchos de los inversores y bancos de renombre –incluyendo
Merrill Lynch, Citigroup, y Wells Fargo— se encontraron
con miles de millones de dólares de activos financieros de
mala calidad que habían gozado de luz verde por parte de
sus sistemas de evaluación de riesgos.
El fracaso de la
autorregulación
La burbuja inmobiliaria no es sino la
última de cerca de 100 crisis financieras que se han
sucedido una tras otra desde que los controles de capitales
de la época de la Depresión comenzaron a ser levantados en
la era neoliberal que empezó a comienzos de los 80. Los
reclamos que ahora provienen de algunos sectores para frenar
el capital especulativo tienen un aire de déjà vu para
muchos observadores. En particular, tras la crisis asiática
de 1997, se produjo una fuerte exhortación para aumentar
los controles al movimiento de capitales en el marco de una
"nueva arquitectura financiera mundial". Entre las
apelaciones más importantes fiscalizar las transacciones
monetarias están la famosa Tasa Tobin, que desaceleraría
los movimientos de capital, o la creación de algún tipo de
autoridad financiera mundial que, entre otras cosas, regularía
las relaciones entre los prestamistas del norte y los
países en desarrollo endeudados.
De todos modos, el capital financiero
mundial se resistió tenazmente el regreso a la regulación
estatal. Nada pasó con la propuesta de la Tasa Tobin.
Incluso un relativamente débil "mecanismo de
reestructuración de la deuda soberana", semejante al
Capítulo Once [N. del T.: capítulo del Código de
bancarrotas de EEUU que procura sostener el funcionamiento
del negocio, en oposición a otros códigos que regulan su
liquidación], para dar algún grado de maniobra a los países
en desarrollo con problemas de cumplimiento, fue frenado por
el sistema bancario, a pesar de haberlo propuesto Ann
Krueger, la conservadora directora norteamericana del FMI.
En su lugar, el capital financiero
promovió lo que se conoce como proceso de Basilea II,
descrito por el economista político Robert Wade como una
serie de pasos hacia una estandarización económica que
"maximice la libertad [de las firmas financieras
globales] en punto a movilidad geográfica y sectorial, a la
vez que fije restricciones colectivas a sus estrategias
competitivas". El énfasis se puso en la autovigilancia
y la autorregulación financieras, apuntando a una mayor
transparencia de las operaciones financieras y a nuevos estándares
para el capital. A pesar del hecho de que la crisis asiática
fue originada por el capital financiero del norte, el
proceso de Basilea se centró en hacer que los procesos e
instituciones financieras de los países en desarrollo sean
más transparentes y estandarizados mediante las líneas de
lo que Wade llamó el modelo financiero
"angloamericano".
Y aunque no faltaron los reclamos para
regular la proliferación de los nuevos y sofisticados
instrumentos financieros, como los derivados colocados en el
mercado por las instituciones financieras de los países
desarrollados, todo quedó en nada. La regulación de los
derivados sería dejada en manos de los agentes del mercado
que tienen acceso a los sofisticados modelos cuantitativos
de "asignación del riesgo" que estaban siendo
desarrollados.
Al concentrarse en disciplinar a los países
en desarrollo, el proceso de Basilea II consiguió muy poco
en relación a la autorregulación de las finanzas mundiales
del Norte, a punto tal, que Robert Rubin, de Wall Street y
antiguo Secretario del Tesoro bajo la presidencia de
Clinton, advirtió en 2003 que "las crisis financieras
futuras serán casi seguramente inevitables y podrían ser aún
más graves".
Lo mismo que con la asignación de
riesgos de derivados como las "obligaciones de deuda
colateralizadas CDOs" y los "vehículos de
inversiones estructuradas (SIVs)" –la vanguardia de
lo que el Financial Times describió como "la vasta y
creciente complejidad de las hiperfinanzas"—, el
proceso se derrumbó casi completamente con los modelos
cuantitativos de riesgo más sofisticados, nulificados por
el hecgho de que el riesgo acabó midiéndose conforme a la
siguiente regla impuesta por los vendedores de activos
financieros: subestimar el riesgo real, y transmitirlo a los
pardillos de abajo en la cadena de transacciones financiera.
Al final, era difícil distinguir lo que era fraudulento, lo
que era un error de criterio, lo que era completamente
idiota y lo que andaba fuera de cualquier control. Como lo
expuso un informe sobre las conclusiones de una reciente
reunión del Foro de Estabilidad Financiera del Grupo de los
Siete:
Hay muchas culpas a repartir en el caos
financiero: el mercado de las hipotecas basura
norteamericanas se caracterizó desde el comienzo por pésimos
criterios de suscripción y por "algunas prácticas
fraudulentas". Los inversores no actuaron con la debida
diligencia cuando compraron activos hipotecarios. Los bancos
y otras empresas administraron muy pobremente sus riesgos
financieros y fracasaron en revelar al público los peligros
de sus hojas de balance. Las empresas de calificación de
riesgo hicieron un mal trabajo evaluando el riesgo de los
activos financieros más complejos. Y las instituciones
financieras retribuyeron a sus empleados en formas que
estimularon una toma de riesgos excesiva y una consideración
insuficiente de los riesgos a largo plazo.
El fantasma de la
sobreproducción
No es sorprendente que el informe del
G–7 sonara en el mismo tono que las necrológicas de la
crisis financiera asiática y de la burbuja de las
punto–com. Tal vez inconscientemente, un cacique de una
corporación financiera y redactor principal del Financial
Times captó el problema básico que caracteriza estas manías
especulativas, cuando señaló que "se ha producido una
creciente desconexión entre la economía real y la
financiera en los últimos años. La economía real ha
crecido… pero nada que ver con la economía financiera,
que creció aun más rápidamente, hasta que implosionó".
Lo que su declaración no nos dice es que la desconexión
entre lo real y las finanzas no es accidental, que la economía
financiera se expandió precisamente para compensar el
estancamiento de la economía real.
Esta brecha creciente entre la economía
real y la financiera no puede entenderse en su totalidad sin
hacer referencia a la crisis de sobreacumulación que afectó
a las principales economías a fines de los 70 y en los 80,
un fenómeno que también se conoce como sobreproducción o
sobrecapacidad.
El período dorado del crecimiento
mundial de posguerra, que no experimentó grandes crisis
durante 25 años, se debió a la creación masiva de demanda
efectiva mediante incrementos de los salarios en el Norte,
la reconstrucción de Europa y Japón y la industrialización
sustitutiva de importaciones en América Latina y otras
partes del Sur. Se hizo principalmente por la intervención
del Estado en la economía. Este periodo dinámico llegó a
su fin hacia mediados de los 70, con el comienzo de un
estancamiento económico provocado por el desequilibrio
entre la capacidad productiva y la demanda mundial, que fue
contenido mediante una creciente desigualdad en la
distribución de la renta. De acuerdo con los cálculos de
Angus Maddison, el gran experto en tendencias estadísticas
históricas, la tasa de crecimiento anual del PIB cayó
desde un 4,9% durante lo que ahora se conoce como la edad
dorada del sistema mundial de Bretton Woods que siguió a la
II Guerra Mundial –1950–1973— al 3% en
1973–1989: una caída del 39%. Estas estadísticas
reflejan la desgarradora combinación de estancamiento e
inflación en el Norte, la crisis de la industria de
sustitución de importaciones en el Sur y la erosión de los
márgenes de beneficios por doquier.
En los 80 y 90, el capital mundial abrió
tres vías de escape para el fantasma del estancamiento económico.
Una fue la reestructuración neoliberal, que incluía
redistribución de la renta a favor de los más ricos
mediante recortes fiscales, desregulación y ataques a las
organizaciones sindicales. El neoliberalismo tomó la forma
del thatcherismo y el reaganismo en el Norte desarrollado, y
del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional –que
impusieron los ajustes estructurales— en todo el Sur.
Otra vía de salida la ofreció la
globalización conducida por las corporaciones
transnacionales, una "acumulación extensiva" que
abrió mercados en el mundo en desarrollo y trasladó el
capital desde áreas de salarios altos hacia las de salarios
bajos. Como señaló Rosa Luxemburgo mucho tiempo en su clásica
obra La acumulación de capital, el capital necesita
integrar constantemente sociedades precapitalistas al
sistema capitalista para mitigar la caída de la tasa de
beneficio. En las últimas dos décadas, el caso más
espectacular de incorporación de una sociedad
precapitalista al sistema ha sido China, que se ha
convertido en el segundo mayor exportador mundial, a la par
que en el principal destino de la inversión extranjera. De
todos modos, como veremos, ésta fue una espada de doble
filo para el capitalismo.
La tercera vía de escape fue el
proceso por el que estamos principalmente preocupados aquí:
la "acumulación intensiva o 'financiarización'",
esto es, la canalización de la inversión hacia la
especulación financiera, donde se obtenían muchas mayores
utilidades que en la industria, en la que los beneficios
estaban muy estancados. El capital financiero forzó la
eliminación de los controles de capital, de lo que resultó
una rápida globalización del capital especulativo para
sacar ventaja de los diferenciales en las tasas de interés
y de los tipos de cambio entre diferentes mercados de
capital. Estos movimientos volátiles, resultado de verse el
capital liberado de los grilletes a que lo sujetaba el
sistema monetario de Bretton Woods de posguerra, han sido
una de las fuentes permanentes de inestabilidad. Otra fue la
proliferación de nuevos y más sofisticados instrumentos
especulativos, como los derivados financieros, que escaparon
a controles y regulaciones. La inestabilidad derivó, en última
instancia, del hecho de que la especulación financiera se
concentró en extraer más "valor" de un valor ya
creado, en vez de crear un nuevo valor: porque esta última
opción estaba lastrada por el problema de sobreproducción
en la economía real.
La desconexión entre la economía real
y la economía virtual de las finanzas se puso en evidencia
en la burbuja de las punto–com de la década del 90. Con
los beneficios en la economía real estancándose, el dinero
fluyó rápidamente al sector financiero. El funcionamiento
de esta economía virtual quedó ejemplificado por el rápido
incremento en los valores accionariales de las empresas de
Internet, las cuales, como, señaladamente, Amazon.com,
todavía tienen que empezar a dar beneficios. El fenómeno
de las punto–com probablemente alargó el boom de los 90
durante un par de años.
"Nunca antes en la historia de Estados Unidos",
escribió Robert Brenner, "el mercado de valores jugó
un papel tan directo y decisivo en la financiación de las
empresas no financieras, impulsando el crecimiento de la
inversión en capital y, a través de ella, la economía
real. Nunca antes la expansión económica norteamericana
había sido tan dependiente de las subidas en el mercado de
valores". Pero la divergencia entre indicadores
financieros coyunturales, como los precios de las acciones,
y los valores reales sólo podría aumentar hasta el punto
en que la propia realidad económica los contuviera,
forzando una "corrección". Y la corrección vino
salvajemente con el hundimiento de las punto–com de 2002
en forma de evaporación de unos 7 billones de dólares de
riqueza de los inversores.
Se evitó una recesión duradera, pero
a costa de la creación de otra burbuja, la inmobiliaria, y
aquí, como señalé antes, Greenspan jugó un papel
fundamental recortando los tipos de interés prime hasta el
menor registro conocido en los últimos 45 años: un 1%, en
junio de 2003. En palabras de Dean Baker, "un aumento
sin precedentes en el mercado de valores propulsó la economía
norteamericana a fines de los 90, y ahora un incremento sin
precedentes de los precios de los inmuebles está provocando
la recuperación actual".
El resultado fue que el precio de los
inmuebles aumentó un 50% en términos reales, con alzas
cercanas al 80%, de acuerdo con Baker, en las principales
zonas afectadas, como la Costa Oeste, la Costa Este, el
norte de Washington, Washington DC y Florida. ¿Qué
dimensiones llegó a adquirir la burbuja así creada? Baker
estimó que el aumento en el precio de la vivienda "creó
más de 5 billones de dólares en riqueza inmobiliaria [NdT,
más de 3 veces el PIB de España], por encima de la riqueza
que se habría conseguido gracias a un crecimiento normal de
los precios. El efecto riqueza provocado por los precios de
los inmuebles está convencionalmente estimado en cinco céntimos
respecto al dólar, lo que significa que el consumo anual es
aproximadamente de 250 mil millones de dólares (2% del PIB
de EEUU) más de lo que hubiera sido en ausencia de la
burbuja inmobiliaria".
El "factor
China"
La burbuja inmobiliaria estimuló el
crecimiento estadounidense, lo cual fue excepcional dado el
estancamiento que ha caracterizado a la economía mundial en
los últimos años. Durante este período, la economía
global se ha caracterizado por la subinversión y por una
persistente tendencia al estancamiento económico en las
principales regiones, aparte de Estados Unidos, China, India
y otros pocos lugares. El débil crecimiento ha
caracterizado a la mayoría de las demás regiones del
mundo, especialmente a Japón, que hasta hace poco situaba
su tasa de crecimiento del PIB en torno al 1% anual, y a
Europa, que creció anualmente alrededor del 1,45% en los últimos
años.
Con estancamiento en la mayoría de las
demás regiones, Estados Unidos absorbió alrededor del 70%
de los flujos de capital mundiales. Una gran porción del
mismo procede de China. De hecho, lo que caracteriza al
actual período de burbuja es el papel de China como fuente,
no sólo de bienes para el mercado estadounidense, sino
también de capital para la especulación. La relación
entre las economías norteamericana y china es lo que en
otro lugar he caracterizado como "la economía de
presos esposados" (chain–gang economics).
Por un lado, el crecimiento económico
de China se ha vuelto cada vez más dependiente de la
capacidad de los consumidores norteamericanos para continuar
financiando su gasto con deuda que absorba buena parte de la
producción china. Por otro lado, esta relación depende de
una realidad financiera mayúscula: la dependencia del
consumo norteamericano respecto a los dólares de China
prestados al Tesoro Norteamericano y al sector privado, dólares
procedentes de las reservas que viene acumulando de su
enorme superávit comercial con EEUU: en torno a un billón
de dólares, según algunas estimaciones. En efecto, una
gran porción de las escandalosas sumas que China –y otros
países asiáticos— prestaron a las instituciones
norteamericanas fueron a financiar el gasto de la clase
media en viviendas y otros bienes y servicios de consumo,
prolongando, ciertamente, el débil crecimiento económico
norteamericano, pero sólo merced a la elevación de la
deuda del consumidor a niveles peligrosos.
El acoplamiento entre China y EEUU ha
tenido importantes consecuencias para la economía mundial.
Una de ellas está relacionada con el aumento masivo de
nueva capacidad productiva por parte de inversores
estadounidenses y de otros inversores extranjeros
desplazados a China. Esto ha agravado el persistente
problema de sobrecapacidad y sobreproducción. Un indicador
del persistente estancamiento de la economía real es la
tasa de crecimiento anual mundial, que alcanzó una media de
1,4% en la década de los 80 y un 1,1% en los 90, comparada
con la media de un 3,5% durante los 60 y de un 2,4% en los
70. Desplazarse a China para sacar ventaja de los bajos
salarios puede apuntalar los beneficios en el corto plazo,
pero, a medida que se incrementa la sobrecapacidad en un
mundo donde el aumento en el poder adquisitivo global está
limitado por crecientes desigualdades, los beneficios
terminan mermando en el plazo largo. Más aún: la tasa de
beneficios de las 500 principales corporaciones
norteamericanas cayó estrepitosamente desde el 4,9% entre
1954–59 al 2,04% en 1960–69, al –5,30% en 1989–89,
al –2,64% durante 1990–92, y al –1,92% en 2000–02.
Detrás de estos datos, señala Philip O'Hara, estaba el
fantasma de la sobreproducción: "la sobreoferta de
bienes y una insuficiente demanda son las principales anomalías
corporativas que inhiben el buen desempeño de la economía
mundial".
La sucesión de manías especulativas
en los Estados Unidos ha tenido la función de absorber una
inversión que no encontraba rendimientos beneficiosos en la
economía real, impulsando así, no sólo la economía
norteamericana, sino "sosteniendo también la economía
mundial", como sugirió indicó un documento del FMI.
De modo, pues, en resolución, que, con la implosión de la
burbuja inmobiliaria y la paralización del crédito en la
casi la totalidad del sector financiero, la amenaza de una
recesión mundial es muy real.
¿Desacoplamiento o economía de
presos esposados?
En este sentido, los debates sobre un
proceso de "desacoplamiento" de las economías
regionales, especialmente la asiática, respecto de los
Estados Unidos carecen de contenido. En verdad. la mayoría
de las demás economías del este y sudeste asiático han
sido impulsadas por la locomotora China. En el caso de Japón,
por ejemplo, un estancamiento económico que duraba una década
terminó en 2003 con una primera recuperación sostenida,
alentada por exportaciones destinadas a saciar la sed china
de capitales y bienes tecnológicamente intensivos: las
exportaciones se dispararon hasta un récord del 44%, unos
60 mil millones de dólares. En efecto, China se convirtió
en el principal destino de las exportaciones asiáticas,
representando un 31% de las mismas, a la vez que la
participación japonesa cayó del 20% al 10%. Como señala
un informe, "analizando uno a uno los perfiles de países,
China es ahora el motor principal del crecimiento de las
exportaciones de Taiwán y Filipinas, y el principal
comprador de los productos de Japón, Corea del Sur, Malasia
y Australia".
De todos modos, como destaca una
investigación de Jayati Ghosh y C.P. Chandrasekhar, China
está incluso importando bienes intermedios y componentes
desde estos países, pero sólo para ensamblarlos para la
exportación de bienes finales a Estados Unidos y Europa, no
para su mercado interno. De este modo, "si cae la
demanda europea y norteamericana de exportaciones chinas,
como es probable que suceda por la recesión en Estados
Unidos, no sólo se verá afectada la industria
manufacturera china, sino también la demanda china de
importaciones de los países asiáticos en desarrollo".
Tal vez la imagen más adecuada es que los "presos
esposados" no sólo son China y Estados Unidos, sino
muchas más economías satélites, cuyos destinos están básicamente
ligados a la ahora represada ola de gasto (financiado con
deuda) de la clase media estadounidense.
¿Nuevas burbujas al rescate?
Conviene, de todos modos, no subestimar
la capacidad de hallar salidas del capitalismo. Muchos ahora
se preguntan: después del colapso del boom de las
punto–com y del boom inmobiliario, ¿existe una tercera línea
de defensa frente a un estancamiento que trae su origen en
la sobrecapacidad? Una teoría es que el gasto militar podría
ser una forma por la cual el gobierno está sacando a los
Estados Unidos de las garras de la recesión. Y, además, la
economía militar jugó un papel importante a la hora de
sortear la recesión en 2002, con un gasto en defensa que en
2003 llegó a representar un 14% del crecimiento del PIB
estadounidense, siendo así que apenas representaba el 4% de
ese PIB. De acuerdo con las estadísticas citadas por
Chalmers Johnson, los gastos relacionados con la defensa en
2008, y por primera vez en su historia, rebasarán el billón
de dólares.
El estímulo también podría venir del
"complejo capitalista ante catástrofes", tan bien
estudiado por Naomi Klein: de "una nueva y consumada
economía de la seguridad interior, de la guerra privatizada
y de las tareas de reconstrucción frente a desastres, nada
menos que construyendo y realizabdo un estado de seguridad
privatizado tanto en casa como en el extranjero". Klein
dice que, de hecho, "el estímulo económico de esta
espectacular iniciativa se probó suficiente para levantar
el lastre que dejaron la globalización y las punto–com.
De la misma forma que Internet lanzó la burbuja de las
punto–com, el 11–S lanzó esta burbuja del capitalismo
del desastre. Esta posible nueva burbuja, consiguiente a la
burbuja inmobiliaria, parece ser relativamente inmune al
colapso de la anterior.
No es tarea fácil seguir la pista de
las cantidades que circulan en este complejo capitalista
ante catástrofes, pero un indicador es que InVision, una
filial de General Electric que produce detectores de bombas
de alta tecnología usados en aeropuertos y otros espacios públicos
ha recibido la extraordinaria suma de 15 mil millones de dólares
por contratos firmados con Seguridad Interior entre 2001 y
2006.
Que el "keynesianismo
militar" y el complejo capitalista ante catástrofes
puedan de hecho llegar a jugar el papel otrora desempeñado
por las burbujas financieras, es pregunta que queda abierta.
Fomentarlos, al menos durante los gobiernos republicanos, ha
significado reducir el gasto social, resultando, al final,
que el efecto positivo sobre el empleo fue rápidamente
superado por las reducciones en la demanda efectiva. Un
estudio de Dean Baker citado por Johnson descubrió que,
tras un inicial estímulo de la demanda, cerca de seis años
después el efecto generado por el incremento del gasto
militar se transformó en negativo. Después de 10 años de
incremento del gasto militar, habría unos 464.000 puestos
de trabajo menos que en un escenario de menor gasto militar.
Pero, aún más importante como límite
del keynesianismo militar y del capitalismo del desastre, es
el hecho de que los compromisos militares adquiridos son
probablemente atolladeros como Irak y Afganistán, que podrían
disparar una reacción contraria violenta, tanto fuera como
dentro del país. Ello podría finalmente minar la
legitimidad de estos emprendimientos, reducir su acceso a
los fondos públicos y erosionar su viabilidad como fuentes
de expansión económica en una economía en contracción.
Sí: el capitalismo global puede ser
resistente, pero se diría que sus opciones son cada vez más
limitadas. Las fuerzas que empujan al estancamiento a largo
plazo de la economía capitalista mundial son ahora muy
robustas, demasiado como para ser fácilmente desactivadas
con el equivalente económico a una resucitación boca a
boca.
(*) Walden Bello es profesor
visitante en la St. Mary's University, Halifax (Canada).
Bello es también analista senior en el instituto Focus on
the Global South con sede en Bangkok, y profesor de sociología
en la Universidad de Filipinas en Diliman.
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