Quiebras,
crac y pánico: ¿quién será el próximo?
Por
Michael R. Krätke (*)
Freitag, 21/03/08
Sin Permiso, 23/03/08
Traducción de Amaranta Süss
A comienzos
de semana se hizo subitáneamente claro para Wall Street,
como para el grueso de los norteamericanos, que se hallaban
definitivamente en el epicentro de una crisis financiera
global que iba a superar todo lo visto hasta ahora. Bear
Sterns, el quinto banco inversor estadounidense, se fue al
garete en unos pocos días, y sólo fue salvado de la
quiebra porque JP Morgan Chase se hizo con él a precio de
saldo. Le salió al comprador por 236 millones de dólares,
dos dólares por acción. ¿Cómo pudo un player como Bear
Sterns, valorado hace todavía un año en 20 mil millones de
dólares, derrumbarse en cuestión de días? Muy sencillo:
el banco estaba hasta el cuello de créditos hipotecarios
que no podía seguir refinanciando, y tuvo que reconocer en
el balance de 2007 pérdidas de 1,9 mil millones de dólares.
Su valor en bolsa se desplomó, las carreras para sacar los
depósitos empezaron; los clientes reclamaban sus dineros.
Como
siempre en esos casos, el banco central norteamericano –la
Fed— intervino para evitar la quiebra y un pánico que
habría podido arrastrar a otros bancos. El trato con JP
Morgan llegó a cerrarse, porque la Fed aportó ¡30 mil
millones de dólares! Bien puede decirse, pues, que
Washington salvó a Wall Street. Las bolsas reaccionaron
decepcionadas por doquier: una vez más, miles de millones
de valores bursátiles ficticios quedaban en nada.
El golpe más rudo lo recibieron bancos europeos como
la suiza UBS, el mayor administrador patrimonial del mundo,
cuya situación desesperada en el lodazal hipotecario es
harto conocida.
Se puede
apostar a que en las próximas semanas seguirán ulteriores
quiebras o quasi-quiebras de grandes bancos, en EEUU y en
otras partes. Los mercados financieros se columpian sobre el
abismo, aun cuando han logrado la intervención, en calidad
de prestamistas de urgencia y último recurso,
de gobiernos y bancos centrales: ya por separado, ya
de concierto en el marco del grupo de los 10 bancos
centrales de los países más industrializados del mundo, de
manera que, entretanto, y sin pausas, se han ido inyectando
enormes sumas de dinero a dosis cada vez más elevadas en el
mercado monetario, al tiempo que la Fed rebajaba drásticamente
sus tipos (dos veces en sólo una semana).
Pero todas
esas importantes actuaciones financieras estatales han
transcurrido hasta ahora en vano; en el mejor de los casos,
contribuyen a inducir una efímera euforia bursátil. No han
logrado por el momento proteger a los mercados financieros
de la afilada guadaña que pende sobre ellos.
En la última
operación global llevada a cabo poco antes del desplome de
Bear Stearns, los bancos centrales llegaron tan lejos, que
ofrecieron a las empresas bancarias afectadas títulos
estatales de primera clase a término que podían venderse o
prestarse en cualquier sitio. El efecto de esa pesada
transacción de más de 200 mil millones de dólares, en la
que participaron también el Banco Central Europeo, el Banco
Nacional Suizo y el Banco de Inglaterra, quedó en nada.
Ahora apenas hay opciones de dominar la crisis. Hasta el
momento se ha procedido conforme a recetas ortodoxas pero
estériles; como si la crisis lo fuera de liquidez y de lo
que se tratara es de inundar los mercados monetarios con créditos
de los bancos centrales para ver la luz al final del túnel.
Una inferencia falaz: el mundo financiero sólo ha evitado
hasta ahora el colapso final, porque los concernidos se
esconden unos a otros el verdadero alcance de sus pérdidas.
La contabilidad creativa consigue por el momento prevenir el
gran crac. Sólo si los bancos centrales se resolvieran a
comprarles a los bancos y a los fondos de inversión sus créditos
fallidos podría contenerse la sangría a la larga. Pero a
un paso así, que montaría tanto como socializar las pérdidas
de los especuladores, no puede avilantarse ni siquiera un
banco central de las dimensiones de la Fed.
Ello es que
el Congreso norteamericano ha aprobado un programa de
coyuntura en toda regla para 120 millones de hogares
gravemente endeudados. El presidente de la Fed, Ben
Bernanke, quiere una moratoria, es decir: un aplazamiento
parcial de la devolución de la deuda hipotecaria por parte
de los propietarios de vivienda. Pero incluso el FMI ha
admitido públicamente que la política monetaria
tradicional de inyecciones crediticias y manipulaciones de
tipos no da más de sí; que se precisa de otro apoyo
fiscal. En efecto, lo que naufragó por culpa de la miopía
de los bancos del Norte cuando la crisis de la deuda del
Tercer Mundo, podría resultar ahora inevitable: una
moratoria, primordialmente para la deuda hipotecaria, en un
frente amplio y en muchos países. Es sólo cuestión de
tiempo el que la crisis financiera se abata sobre la llamada
economía real. Llegados a ese punto, la apelación a “un
nuevo New Deal“ ya no podrá ser desoída.
(*)
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de
SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín
y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y
de economía en varias universidades alemanas y en el
extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor
de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y
economía) y de la nueva edición crítica de las Obras
Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva
MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de
Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros
sobre economía política internacional.
|