Las
teorías catastrofistas sobre la crisis financiera ganan
adeptos
¿El
apocalipsis del capitalismo?
Por
Ramón Muñoz y Claudi Pérez
El País, Madrid, 27/04/08
Aunque
este artículo, publicado en uno de los principales diarios
europeos, no es un texto de “especialistas”, refleja
bien el estado de ánimo que comienza a expandirse en todo
el mundo (SoB)
Imagine
un día en que los bancos no tuvieran liquidez, y, en vez de
prestar dinero a sus clientes, fueran ellos –o, más
exactamente, los contribuyentes– quienes les prestaran más
de medio billón de euros. Imagine que grandes bancos de
inversión de EE UU y Europa fueran rescatados de la quiebra
por fondos de países en vías de desarrollo. Imagine que
las viviendas perdieran una cuarta parte de su valor en dos
años, y miles de familias no pudieran hacer frente a sus
hipotecas, obligando a los Gobiernos a socorrer a los más
apurados pagando la ampliación de los créditos
hipotecarios. Imagine que los precios de los alimentos básicos
se dispararan, se iniciara el racionamiento de arroz en EE
UU y en Europa y el coste del petróleo se triplicara en
cuatro años sin que apenas se detectaran revueltas
sociales, ni la Bolsa, aunque a la baja, sufriera crash
alguno. En realidad no hace falta tener mucha imaginación:
todo eso ya ha sucedido.
La
pregunta que ahora se hacen casi todos los expertos –con
la única excepción, tal vez, de los que están a sueldo de
los gobiernos– es si estamos ante una crisis más, dentro
de los grandes ciclos económicos que alternan la bonanza
con la depresión, o se trata de algo más.
¿Es
el fin del capitalismo tal y como lo conocemos? Esa pregunta
no es nueva. Ni mucho menos. Se ha utilizado en decenas de
publicaciones para explicar fenómenos tan dispares como la
incorporación de la mujer al mundo laboral, el imparable
ascenso de China e India, o la globalización. Pero ha
vuelto a ser acuñada para tratar de explicar en una sola
frase las turbulencias que sacuden los mercados
internacionales desde hace casi un año.
Bajo
ese mismo título, el diario The Independent
publicaba el pasado 28 de marzo un artículo que resume la
teoría que podría denominarse apocalíptica. "El
mundo occidental se encuentra en una crisis económica de
una magnitud similar a la del petróleo de 1973. Asistimos
nada menos que al desmoronamiento del liberalismo, el modelo
ideológico y económico dominante en los últimos 30 años",
decía el rotativo.
Cuando
los mercados son concebidos en términos de obtención de
beneficios, no promueven –como dice la teoría clásica
liberal– la eficiencia en los servicios, sino la
concentración de la riqueza y la especulación. De esta
forma, el valor económico real de los activos del planeta
es ahora tres veces inferior a los instrumentos financieros
(bonos, títulos, acciones, derivados, etcétera) emitidos
tomando como referencia esos activos.
Incluso
alguien que vive de la buena marcha del negocio financiero
como el presidente del BBVA, Francisco González, alertó
hace justo un año de esa inflación financiera y "del
riesgo que supone el auge de los hedge funds y del
capital riesgo".
Y,
mientras, los asalariados se han enfrentado a 35 años de
rebaja de su parte de la tarta. La edad de oro del
asalariado, como proporción del PIB, fue entre la II Guerra
Mundial y la crisis del petróleo, y no esta edad de la
liberalización, en la que sólo el 1% de la población en
el Reino Unido (ojo, no de Congo) controla más de un tercio
de toda la riqueza del país, según el diario británico.
Esa
corriente de pensamiento (o de pesimismo, según se mire) no
hace sino sumar adeptos a medida que las turbulencias se
prolongan. La afirmación de que estamos ante la peor crisis
financiera desde la Gran Depresión de 1930 es compartida
por gente nada sospechosa de extremista. El multimillonario
Georges Soros, el ex presidente de la Reserva Federal Alan
Greenspan, el ex director del FMI Rodrigo Rato o el
economista Paul Krugman han comparado la actual crisis
financiera con los acontecimientos posteriores al crash
bursátil de 1929.
A
ese pesimismo le dan carta de naturaleza publicaciones que
pasan por ser biblias del capitalismo, como The
Economist, Fortune, Business Week o Financial Times. Hay
expertos que piensan que esta crisis puede desembocar en un
apocalipsis si las autoridades monetarias no dan con la
solución adecuada. No son precisamente pancarteros
antisistema, sino analistas reconocidos o altos cargos de
bancos de inversión con sueldos estratosféricos. Entre los
más renombrados: Kenneth Rogoff, profesor de la Universidad
de Harvard y ex economista jefe del FMI; David Rosenberg,
estratega jefe de Merrill Lynch; Henry Kaufman, jefe de
Solomon Brothers entre 1970 y 1980 y dueño ahora de una
firma de inversión; Bernard Connolly, analista de AIG y ex
jefe de análisis de la Comisión Europea, y Stephen Roach,
jefe de operaciones en Asia de Morgan Stanley.
Aunque
desde posturas muy diferentes, todos critican la falta de
reacción de las autoridades monetarias para prever las
consecuencias de una economía crecientemente especulativa
apoyada en el apalancamiento, es decir, en instrumentos
financieros (bonos, opciones, acciones, futuros, derivados,
etcétera) cuyo valor es muy superior al valor real de los
activos en que se basan.
La
"exuberancia irracional de los mercados", una
expresión de Greenspan que hizo fortuna, ha sido llevada al
extremo en el caso de los bancos de inversión. Las cinco
mayores firmas independientes –Goldman Sachs, Merrill
Lynch, Morgan Stanley, Lehman y Bear Stearns– tenían un
nivel de deuda en 2007 de 41 a 1, según cálculos de Fortune.
En plata: por cada euro contante y sonante que captan se
endeudan por 41.
Para
entenderlo mejor, lo sucedido desde la última crisis de
2001 se parece al cuento de la lechera, la aldeana que, según
caminaba hacia el mercado para vender su cántaro de leche,
hacía planes sobre las ganancias crecientes que podía
obtener y llegaba a la conclusión de que, trueque tras
trueque, acabaría comprándose una granja. En un descuido,
el cántaro cae y se rompe, y todos los sueños se van al
garete. En la crisis financiera mundial, el cántaro son las
hipotecas basura, y los planes de la lechera se llaman CDO,
SIV y Conduits, los nombres imposibles de los paquetes de títulos
basados en esas hipotecas –y en la firme creencia de que
su valor crecería en el futuro–, que han contaminado a
todo el sector financiero internacional cuando son un fenómeno
genuinamente estadounidense.
Pero
las hipotecas –denominadas subprime o directamente
basura– habían sido otorgadas alegremente a gente de
dudoso crédito que ahora no puede hacer frente a los pagos.
Y el valor de los títulos, como los sueños de la aldeana,
se ha venido abajo. No sólo el de las hipotecas subprime,
sino el de todos los productos financieros relacionados con
ellas. Ahora, los bancos no se fían de sí mismos porque aún
no saben quién posee esos productos que sencillamente no
pueden colocarse en el mercado: nadie sabe cómo valorar
nada de lo relacionado con las subprime. El FMI ha
hecho una estimación del agujero de las entidades
financieras: un billón de dólares. Pero la banca apenas ha
reconocido hasta ahora una cuarta parte de esas pérdidas.
Jan
Loeys, de JPMorgan, cree que hablar de la peor crisis desde
la Gran Depresión "es una exageración que refleja el
calor del momento", pero admite que sus efectos
perdurarán en los mercados "al menos una década".
Una
de las causas apuntadas por Fortune para esa locura
especulativa es la ambición de los ejecutivos de esas
firmas de inversión, que de 2002 a 2006 triplicaron sus
beneficios hasta los 30.000 millones de euros, y eran más
rentables que la industria farmacéutica o la energética. A
sus ejecutivos no les importaba el creciente riesgo que asumían
las entidades, porque en ello les iba su sueldo. Las
retribuciones de los empleados representaban el 60% de los
ingresos de esas firmas, frente al 20% que suponen los
salarios en la banca comercial.
"Uno
de los agujeros por los que ha llegado la crisis es que no
se ha controlado bien el riesgo, ha faltado juicio para
tomar decisiones de inversión por un problema de incentivos
perversos. Quienes contrataban las hipotecas basura en EE UU
eran agentes que trabajaban a comisión, no les importaba si
luego el cliente pagaba o no. Y los bancos se quitaban del
balance esos créditos al venderlos en paquetes financieros.
Al final nadie se interesaba por si el crédito era de buena
o de mala calidad, porque todo se vendía. Pero eso va a
cambiar", asegura Guillermo de la Dehesa, presidente de
Centre for Economic Policy Research, con sede en Londres.
Henry
Kaufman, que llegó a ser conocido como Doctor Fatalidad (Dr.
Doom) porque predijo el alza de las tasas de inflación
y los tipos de interés en la década de los ochenta, ha señalado
que la actual crisis no tiene nada que ver con las
anteriores. Las de 1998 (que provocaron graves problemas en
varios países asiáticos, con fuertes devaluaciones de sus
monedas) y 2001 (tras el pinchazo de la burbuja puntocom)
tuvieron su origen en mercados emergentes. En cambio, la
actual nace –y hasta ahora se mantiene– en Occidente: EE
UU y Europa.
Kaufman
ha responsabilizado de "la peor calamidad global desde
la II Guerra Mundial" a la Reserva Federal (Fed), el
banco central norteamericano, por permitir esa expansión
financiera sin base real y no poner coto a las prácticas
especulativas. Para este economista, no es suficiente con
inyectar dinero al sistema, sino que hay que controlarlo férreamente,
con la creación de una autoridad supervisora que regule y
vigile a la banca.
Rogoff
también critica a la Fed por su decisión de combatir la
recesión reduciendo los tipos de interés, porque, a su
juicio, esa medida convertirá a EE UU en una máquina de
inflación a escala mundial, agravando las tensiones
procedentes del alza de las materias primas.
Pero
el dramatismo de su análisis es aún mayor cuando
pronostica que el rescate del sistema financiero no resistirá
porque no hay suficiente dinero fresco. Por el contrario,
estima que persistirá la contracción del crédito y el
desplome del valor de los pisos, que desembocará en un
"gigantesco rescate inmobiliario que costará a los
contribuyentes estadounidenses un billón de dólares o más".
¿Y quién se atreverá a comprar esa nueva deuda con los
tipos de interés por los suelos y un dólar más devaluado
que nunca?, se pregunta.
La
respuesta: "El próximo año habrá un aumento masivo
de las quiebras corporativas en EE UU, aun cuando muchas
empresas llegaron a la recesión con balances sólidos. Las
finanzas estatales y municipales están aún en peores
condiciones. Ante la caída de ingresos, decenas de
municipios en EE UU podrían quebrar".
Stephen
Roach también tiene su apodo. Le llaman el eterno bajista (perennial
bear) por sus previsiones fatalistas. Considera que
estamos viviendo las consecuencias de la segunda burbuja en
siete años, tras la crisis que tuvo lugar entre 2000 y 2001
con el desplome de los valores tecnológicos, provocando un
colapso financiero que representaba al 13% del producto
interior bruto (PIB). Pero señala que la actual crisis es
mucho más grave porque combina dos burbujas, la hipotecaria
y la crediticia, que afectan simultáneamente a la
construcción y al consumo, que representan el 78% del PIB
de EE UU, un peso seis veces mayor que en la anterior
crisis.
Roach
estima que el recorte de los tipos en EE UU no bastará para
ayudar a los consumidores que han visto caer el valor de sus
propiedades y tienen difícil acceso al crédito. Y propone
medidas fiscales de corte keynesiano que favorezcan las
exportaciones e inversiones para renovar las anticuadas
infraestructuras del país para salir de la recesión.
Apocalípticos
o no, la inmensa mayoría de los expertos coincide en el
hecho de que el sistema financiero no volverá a ser el de
antes. Cuanto más profunda es una crisis, mayores cambios
provoca. Pero hasta los neoliberales tienen claro que ya
nada será igual. "No estoy seguro de que podamos ir
tan lejos como para hablar del fin del capitalismo como lo
conocemos. Pero es evidente que vamos hacia un mundo en el
que la banca va a estar sujeta a una regulación mucho más
restrictiva que la actual", explica desde Washington
Desmond Lachman, economista de cabecera de la American
Enterprise Institute, un influyente think tank
neoconservador. "El peligro es que la reacción ante la
crisis crediticia provoque un exceso de regulación en el
sistema financiero, como sucedió tras los escándalos de
WorldCom y Enron", añade, en una posición similar a
la que ha adoptado recientemente el Instituto de Finanzas
Internacionales, el gran lobby bancario.
El
papel de los bancos centrales está siendo fundamental en la
resolución de la crisis. Pero sus acciones son discutibles,
hasta el punto de que muchos analistas los han puesto en el
disparadero. Bernard Connolly, economista de la aseguradora
AIG, podría llamarse también el analista antieuro, por su
aversión a la moneda común europea, a la que
responsabiliza de casi todos los males del Viejo Continente.
Ahora vuelve a la carga, al punto de que ha señalado que si
la Fed, aunque con medidas no siempre acertadas, trata de
evitar la crisis financiera, la misión del Banco Central
Europeo (BCE) parece ser la de provocarla. Su teoría tiene
como base que la Unión Económica y Monetaria (UEM) se fundó
sobre una economía y un marco alemán sobrevalorados,
financiados por el resto de países y respaldados por el BCE
mediante tipos de interés artificialmente bajos para la
conveniencia del conjunto de la UEM.
Esa
combinación generó un boom económico en muchos países
que tenía como base el sobreendeudamiento de familias y
empresas gracias a la sobreexposición crediticia de bancos
e inversores, a menudo basado en la ilusoria seguridad de un
inflado precio de la vivienda. Muchos de esos países
acumularon enormes déficit y deberán restaurar ahora su
competitividad. Pero, como están atrapados en la UEM, sólo
pueden hacerlo mediante un ajuste del mercado laboral:
desempleo y reducciones salariales. En cadena, esas altas
tasas de paro y la caída de los precios y salarios harían
que las deudas que han contraído familias y negocios fueran
impagables; es decir, el caos. Sobre España, Connolly tiene
peores augurios que las brujas de Macbeth: "España se
dispone a afrontar la más calamitosa de todas las
circunstancias: un ciclo de recesión, deflación y caída
general de todo el sector privado".
Es
de esperar que Connolly y el resto de los apocalípticos
yerren. Porque lo peor que le puede pasar al atribulado
propietario en apuros no es colgar el cartel de "se
vende" en el balcón de casa, sino que el cartel lo
herede el banco que le concedió la hipoteca. Del destino de
ese cartel depende, tal vez, el futuro de la economía, en
España y en el resto del mundo.
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