El
FMI y el hambre
(1)
Por
Serge Halimi
Le Monde Diplomatique, edición francesa, mayo 2008
Tlaxcala, 03/05/08
Traducido por Caty R. (*)
El
Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización
Mundial del Comercio (OMC) prometieron que el aumento de los
flujos de mercancías contribuiría a erradicar la pobreza y
el hambre. ¿Cultivos alimentarios? ¿Autonomía
alimentaria?
Se
había encontrado algo más inteligente: se abandonaría la
agricultura local o se orientaría hacia la exportación. Así
se obtendría el mejor partido, no de las condiciones
naturales –más favorables, por ejemplo, para el tomate
mexicano o la piña filipina–, sino de los costes de
explotación, más bajos en estos dos países que en Florida
o en California.
El
agricultor de Malí dejaría su alimentación en manos de
las empresas cerealistas de la Beauce o el Midwest, más
mecanizadas, más productivas. Abandonaría sus tierras e iría
a engrosar la población de las ciudades para convertirse en
obrero de una empresa occidental que habría deslocalizado
sus actividades con el fin de aprovecharse de una mano de
obra más barata. Al mismo tiempo, los Estados costeros de
África reducirían la carga de su deuda externa vendiendo
sus derechos de pesca a los barcos–fábricas de los países
más ricos. Por lo tanto a los guineanos ya no les quedaría
más remedio que comprar conservas de pescado danesas o
portuguesas (1). A pesar de la contaminación suplementaria
causada por los transportes, el paraíso estaba garantizado.
Y los beneficios de los intermediarios (distribuidores,
transportistas, aseguradoras y publicistas), también…
De
repente el Banco Mundial, que prescribió este modelo de «desarrollo»,
anuncia que treinta y tres países van a conocer los «motines
del hambre». Y la OMC se alarma por la vuelta al
proteccionismo al observar que varios países exportadores
de productos alimentarios (India, Vietnam, Egipto, Kazajstán…)
han decidido reducir sus ventas al extranjero con el fin –¡qué
desfachatez!– de garantizar la alimentación de su población.
El norte se ofende rápidamente por el egoísmo de los demás.
Es porque los chinos comen demasiada carne, por lo que los
egipcios se quedan sin trigo…
Los
Estados que siguieron los «consejos» del Banco Mundial y
el FMI sacrificaron su agricultura alimentaria. Por lo tanto
ya no pueden reservarse el uso de sus cosechas. Pues bien,
pagarán, es la ley del mercado. La Organización para la
Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO)
ya ha calculado el encarecimiento disparatado de su factura
de importación de cereales: el 56% en un año. Lógicamente,
el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que alimenta todos
los años a setenta y tres millones de personas en setenta y
ocho países, reclamó 500 millones de dólares
suplementarios. Esas pretensiones se debieron de juzgar
extravagantes, ya que el PMA únicamente consiguió la
mitad. Sin embargo sólo mendigaba el importe de algunas
horas de guerra en Iraq y la milésima parte de lo que la
crisis de las subprimes va a costar al sector bancario,
generosamente ayudado por los Estados. Se pueden calcular
las cosas de otra forma: el PMA imploraba, en nombre de
millones de muertos de hambre… el 13,5% de las ganancias
que obtuvo el año pasado, él sólo, John Paulson,
dirigente de un fondo especulativo demasiado inteligente
para prever que cientos de miles de estadounidenses caerían
en la quiebra inmobiliaria. Se ignora cuánto beneficio
producirán, y a quiénes, las hambrunas que ya han
comenzado, pero en una economía moderna nunca se pierde
nada.
Porque
todo se recicla; una especulación sustituye a otra. Después
de abastecer la burbuja de Internet, la política monetaria
de la Reserva federal (FED) animó a los estadounidenses a
endeudarse. E infló la burbuja inmobiliaria. En 2006, el
FMI todavía consideraba que: «Todo indica que los
mecanismos de asignación de créditos en el mercado
inmobiliario de Estados Unidos siguen siendo relativamente
eficaces». Mercado–eficacia: ¿no se deberían soldar
estas dos palabras de una vez por todas? La burbuja
inmobiliaria estalló. Entonces los especuladores
rehabilitan un viejo filón: los mercados de cereales.
Compran contratos de entrega de trigo o arroz para el futuro
y esperan para revenderlos mucho más caros. Lo que mantiene
la subida de los precios y el hambre…
Y
entonces, ¿qué hace el FMI dotado, según su director
general, de «el mejor equipo de economistas del mundo»?
Explica: «Una de las maneras de solucionar el problema del
hambre es incrementar el comercio internacional». El poeta
Léo Ferré escribió: «Para que incluso la desesperación
se venda, sólo hace falta encontrar la fórmula»
Parece
que ya la han encontrado.
(*)
Caty R. es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la
red de traductores por la diversidad lingüística. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de
respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora
y la fuente.
1.–
El título original en francés, «FMI – FAIM», es un
juego de palabras formadas por las mismas letras que, al
cambiarlas de posición, convierten «FMI» en «FAIM»
(hambre).
2.–
Lectura: Jean Ziegler, «Los refugiados del hambre», marzo
de 2008.
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