Estados
Unidos entre la recesión y el colapso
El
hundimiento del centro del mundo
Por Jorge
Beinstein
Enviado por
EDI, 08/05/08
La recesión
se ha instalado en los Estados Unidos, los subsidios
alimentarios que cubrían a unas 26 millones y medio de
personas en 2006 subieron en 2007 a 28 millones, nivel nunca
alcanzado desde los años 1960. Recientemente la OCDE ha
revisado a la baja sus previsiones de crecimiento para la
economía estadounidense asignándole una expansión igual a
cero para el primer semestre del año actual, por su parte
el FMI acaba de hacer un pronóstico aún más grave
incluyendo períodos de crecimiento negativo. Estos
organismos venían bombardeando a los medios de comunicación
(que a su vez bombardeaban al planeta) con pronósticos
optimistas basados en la supuesta fortaleza de la economía
norteamericana; sostenían que no habría recesión y que lo
peor podría ser un crecimiento bajo rápidamente desbordado
por una nueva expansión... si ahora admiten la recesión es
porque algo mucho peor está en el horizonte.
Bajo la
apariencia de varias crisis convergentes se despliega ante
nuestros ojos el final de lo que deberíamos mirar como el
primer capítulo de la declinación del Imperio
norteamericano (aproximadamente 2001–2007) y el comienzo
de un proceso turbulento disparado por el salto cualitativo
de tendencias negativas que se fueron desarrollando a lo
largo de períodos de distinta duración.
De todos
modos las malas noticias financieras, energéticas y
militares no parecen aplacar los delirios mesiánicos de
Washington sino todo lo contrario, es como si Bush y sus
halcones no fueran a dejar la Casa Blanca dentro de unos
pocos meses. Siguen amenazando a gobiernos que no se someten
a sus caprichos, insinúan nuevas guerras y afirman querer
prolongar indefinidamente las ocupaciones de Irak y Afganistán,
incluso un ataque devastador contra Iran todavía es
posible. De tanto en tanto emerge una nueva ola de rumores bélicos
apuntando hacia Iran por lo general originados en
declaraciones o trascendidos de altos funcionarios del
gobierno, un ataque contra ese país tendría consecuencias
inmediatas catastróficas para la economía mundial, el
precio del petróleo se dispararía hacia las nubes, el
sistema financiero global pasaría a una situación caótica
y la recesión imperial se convertiría en ultra recesión
encabezada por un dólar en caída libre. Tal vez algunos
estrategas del Pentágono y del círculo de halcones mas
radicalizados estén imaginando un gran fuego mundial
purificador del que emergería victoriosa la nación elegida
por Dios: los Estados Unidos de América. Se trata de una
locura pero forma parte de la configuración psicológica de
una porción importante de la élite dominante atravesada
por una corriente letal que combina virtualismo,
omnipotencia, desesperación y furia ante una realidad cada
día menos dócil.
En los
grandes centros de decisión económica actualmente domina
la incertidumbre que se va convirtiendo en pánico; el
fantasma del colapso comienza a asomar su rostro. Mientras
tanto la autoridades económicas norteamericanas inyectan
masivamente liquidez en el mercado, otorgan subsidios
fiscales e improvisan costosos salvatajes a las
instituciones financieras en bancarrota intentando suavizar
la recesión sabiendo que de ese modo aceleran la inflación
y la caída del dólar: su margen de maniobras es muy pequeño,
la mezcla de inflación y recesión hace completamente
ineficaces sus instrumentos de intervención.
La palabra
'colapso' fue apareciendo con creciente intensidad desde
fines del año pasado en entrevistas y artículos periodísticos
muchas veces combinadas con otras expresiones no menos
terribles, en algunos casos adoptando su aspecto más
popular (derrumbe, muerte, caída catastrófica) y en otros
su forma rigurosa, es decir como sucesión irreversible de
graves deterioros sistémicos, como decadencia general. Paul
Craig Roberts (que fue en el pasado miembro del staff
directivo del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos
y editor de Wall Street Journal) publicó el 20 de marzo un
texto titulado “El colapso de la potencia americana”
donde describe los rasgos decisivos de la declinación
integral de los Estados Unidos (1), el 27 de marzo “The
Economist” titulaba “Esperando el arnagedon” a un
articulo referido a la marea irresistible de bancarrotas
empresarias norteamericanas. El 14 de marzo “The
Intelligencer” titulaba “Expertos internacionales
pronostican el colapso de la economía norteamericana”
donde recogía las opiniones entre otros de Bernard Connelly
del Banco AIG y de Martin Wolf, columnista del Financial
Times.
El 3 de
abril Peter Morici en una nota aparecida en
“Counterpunch” señalaba que “es imposible negar que
la economía (estadounidense) ha entrado en una recesión
cuya profundidad y duración son impredecibles” (2). A
modo de conclusión el 14 de abril Financial Times publicaba
un articulo de Richard Haass, presidente del Consejo de
Relaciones Exteriores de los Estados Unidos donde señalaba
que “la era unipolar, periodo sin precedentes de dominio
estadounidense, ha terminado. Duro unas dos décadas, algo más
de un instante en términos históricos” (3).
Una
prolongada degradación
Para
entender lo que está ocurriendo así como sus posibles
desarrollos futuros es necesario tomar en cuenta fenómenos
que han modelado el comportamiento de la sociedad
norteamericana durante las últimas tres décadas generando
un proceso más amplio de decadencia social.
En primer
lugar el deterioro de la cultura productiva gradualmente
desplazada por una combinación de consumismo y prácticas
financieras. La precarización laboral incentivada a partir
de la presidencia de Reagan buscaba disminuir la presión
salarial mejorando así la rentabilidad capitalista y la
competitividad internacional de la industria, pero a largo
plazo degradó la cohesión laboral, el interés de los
asalariados hacia las estructuras de producción. Ello derivó
en una creciente ineficacia de los procesos innovativos que
pasaron a ser cada vez más difíciles y caros comparados
con los de los principales competidores globales (europeos,
japoneses, etc.). Uno de sus resultados fue el déficit crónico
y ascendente del comercio exterior (2 mil millones de dólares
en 1971, 28 mil millones en 1981, 77 mil millones en 1991,
430 mil millones en 2001, 815 mil millones en 2007).
Mientras
tanto se fue expandiendo la masa de negocios financieros
absorbiendo capitales que no encontraban espacios favorables
en el tejido industrial y otras actividades productivas. Las
empresas y el Estado demandaban esos fondos, las primeras
para desarrollarse, concentrase, competir en un mundo cada
vez más duro, y el segundo para solventar sus gastos
militares y civiles que cumplían un papel muy importante en
el sostenimiento de la demanda interna. Recordemos por
ejemplo las erogaciones descomunales motivadas por la
llamada 'Iniciativa de Defensa Estratégica' (mas conocida
como 'Guerra de las Galaxias') lanzada por Reagan en 1983 en
el momento en que la desocupación superaba el 10% de la
Población Económicamente Activa (la cifra más alta desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial).
Un segundo
fenómeno fue la concentración de ingresos, hacia comienzos
de los años 1980 el 1 % más rico de la población absorbía
entre el 7 % y el 8 % del Ingreso Nacional, veinte años
después la cifra se había duplicado y en 2007 rondaba el
20 %: el más alto nivel de concentración desde fines de
los años 1920, por su parte el 10 % mas rico paso de
absorber un tercio del Ingreso Nacional hacia mediados de
los años 1950 a cerca del 50% en la actualidad (4).
Contrariamente a lo que enseña la “teoría económica”
dicha concentración no derivó en mayores ahorros e
inversiones industriales sino en más consumo y más
negocios improductivos que con la ayuda del boom de las
tecnologías de la información y la comunicación
engendraron un universo semi virtual por encima del mundo,
casi mágico, donde fantasía y realidad se mezclan caóticamente.
Por allí navegaron (y aún navegan) millones de
norteamericanos, en especial las clases superiores.
Enlazado a
lo anterior irrumpió un proceso, casi imperceptible primero
pero luego arrollador de desintegración social uno de cuyos
aspectos más notables es el incremento de la criminalidad y
de la subcultura de la transgresión abarcando a los mas
variados sectores de la población, acompañada por la
criminalización de pobres, marginales y minorías étnicas.
Actualmente las cárceles norteamericanas son las más
pobladas del planeta, hacia 1980 alojaban unos 500 mil
presos, en 1990 cerca de 1.150.000 , en 1997 eran 1.700.000
a los que había que agregar 3.900.000 en libertad vigilada
(probation, etc.), pero a fines de 2006 los presos sumaban
unos 2.260.000 y los ciudadanos en libertad vigilada unos 5
millones; en total más de 7.200.000 norteamericanos se
encontraban bajo custodia judicial (5). En abril de 2008 un
articulo aparecido en el New York Times señalaba que los
Estados Unidos con menos del 5 % de la población mundial
alojan al 25 % de todos los presos del planeta, uno de cada
cien de sus habitantes adultos se encuentran encarcelados;
es la cifra más alta a nivel internacional (6).
Militarización
y decadencia estatal
Otro fenómeno
a tomar en cuenta es la larga marcha ascendente del Complejo
Industrial Militar, área de convergencia entre el Estado,
la industria y la ciencia que se fue expandiendo desde
mediados de los años 1930 atravesando gobiernos demócratas
y republicanos, guerras reales o imaginarias, períodos de
calma global o de alta tensión. Algunos autores, entre
ellos Chalmers Johnson, consideran que los gastos militares
han sido el centro dinámico de la economía norteamericana
desde la Segunda Guerra Mundial hasta las guerras eurasiáticas
de la administración Bush–Cheney pasando por Corea,
Vietnam, la Guerra de las Galaxias y Kosovo. Según Johnson,
que define a la estrategia sobre determinante seguida en las
últimas siete décadas como 'keynesianismo militar', el
gasto bélico real del ejercicio fiscal 2008 superaría los
1,1 billones (millones de millones) de dólares, el más
alto desde la Segunda Guerra Mundial (7). Estos gastos han
ido creciendo a lo largo del tiempo involucrando a miles de
empresas y millones de personas, de acuerdo a los cálculos
de Rodrigue Tremblay en el año 2006 el Departamento de
Defensa de los Estados Unidos empleó a 2.143.000 personas.
mientras que los contratistas privados del sistema de
defensa empleaban a 3.600.000 trabajadores (en total
5.743.000 puestos de trabajo) a los que hay que agregar unos
25 millones de veteranos de guerra. En suma, en los Estados
Unidos unas 30 millones de personas (cifra equivalente al 20
% de la Población Económicamente Activa) reciben de manera
directa e indirecta ingresos provenientes del gasto público
militar (8).
El efecto
multiplicador del sector sobre el conjunto de la economía
posibilitó en el pasado la prosperidad de un esquema que
Scott MacDonald califica como 'the guns and butter economy',
es decir una estructura donde el consumo de masas y la
industria bélica se expandían al mismo tiempo (9). Pero
ese largo ciclo esta llegando a su fin; la magnitud
alcanzada por los gastos bélicos los ha convertido en un
factor decisivo del déficit fiscal causando inflación y
desvalorización internacional del dólar. Además su
hipertrofia otorgó un enorme peso político a élites
estatales (civiles y militares) y empresarias que se fueron
embarcando en un autismo sin contrapesos sociales.
La
creciente sofisticación tecnológica paralela al
encarecimiento de los sistemas de armas alejó cada vez más
a la ciencia militarizada de sus eventuales aplicaciones
civiles afectando negativamente la competitividad
industrial. Esta separación ascendente entre la
ciencia–militar (devoradora de fondos y de talentos) y la
industria civil llegó a niveles catastróficos en el período
terminal de la ex Union Soviética, ahora la historia parece
repetirse.
A todo esto
se agrega un acontecimiento aparentemente inesperado, las
guerras de Irak y Afganistán y de manera indirecta el
fracaso de la ofensiva israelí en el Libano muestran la
ineficacia operativa de la súper compleja (y súper cara)
maquinaria bélica de última generación puesta en jaque
por enemigos que operan de manera descentralizada y con
armas sencillas y baratas. Planteando una grave crisis de
percepción (una catástrofe psicológica) entre los
dirigentes del Complejo Industrial Militar de los Estados
Unidos y de la OTAN (en la historia de las civilizaciones no
es esta la primera vez que ocurre un fenómeno de este
tipo).
Ahora bien,
la hipertrofia–crisis de la militarización esta
estrechamente asociada (forma parte de) la decadencia del
Estado expresada por el repliegue de su capacidad
integradora (declinación de la seguridad social, predominio
de la cultura elitista en sus centros de decisión, etc.),
la degradación de la infraestructura y por un déficit
fiscal crónico y en aumento que ha derivado en una deuda pública
gigantesca. Si nos remitimos a las últimas cuatro décadas
los superávits fiscales constituyen una rareza, desde los años
1970 los déficits fueron creciendo hasta llegar a comienzos
de los 1990 a niveles muy altos, sin embargo Clinton se
despidió a fines de esa década con algunos superávits que
observados desde un enfoque de largo plazo aparecen como
hechos efímeros. Pero desde la llegada de George W. Bush el
déficit regresó alcanzando cifras sin precedentes: 160 mil
millones de dólares en 2002, 380 mil millones en 2003, 320
mil millones en 2005...
Nos
encontramos ahora frente a un estado imperial cargado de
dudas, cuyo funcionamiento depende ya no solo del sistema
financiero nacional sino también (cada vez más) del
financiamiento internacional, le hubiera resultado
extremadamente difícil a la Casa Blanca lanzarse a su
aventura militar asiática sin las compras de sus títulos
por parte de China, Japón, Alemania y otras fuentes
externas.
La
dependencia energética
A lo
anterior es necesario agregar la dependencia petrolera,
hacia 1960 los Estados Unidos importaban el 16 % de su
consumo, actualmente llega al 65 %. Durante mucho tiempo
pudieron importar a precios bajos pero ahora la situación
ha cambiado, la producción mundial de petróleo se esta
acercando a su máximo nivel (dentro de muy poco tiempo
comenzará a descender) lo cual combinado con el
debilitamiento del dólar esta llevando el precio a niveles
nunca antes alcanzados. Y el reemplazo parcial de
combustible de origen fósil por biocombustibles (en el que
también están empeñadas la otras grandes potencias
industriales) reduce la disponibilidad relativa global de
tierras agrícolas para la producción de alimentos lo que
provoca la suba general de los precios de los productos de
la agricultura, en consecuencia el efecto inflacionario se
amplifica.
Los Estados
Unidos emergieron como un gran país industrial porque desde
comienzos del siglo XX fueron también la primera potencia
petrolera internacional. Al igual que Inglaterra durante el
siglo XIX respecto del carbón, gozaron de una ventaja energética
que les permitió desarrollar tecnologías apoyadas en dicho
privilegio y competir exitosamente con el resto del mundo.
Pero a mediados de los años 1950 prestigiosos expertos
norteamericanos como el geologo King Hubbert anunciaron el
fin próximo de la era de abundancia energética nacional,
según lo anticipó Hubbert (en 1956) desde comienzos de los
1970 la producción petrolera estadounidense comenzaría a
declinar: así ocurrió.
La
incapacidad de los Estados Unidos para reconvertir su
sistema energético (tuvo casi cuatro décadas para hacerlo)
reduciendo o frenando su dependencia respecto del petróleo
puede ser atribuida en primer lugar a la presión de la
compañías petroleras que impusieron la opción de la
explotación intensiva de recursos externos, periféricos,
que fueron sobrestimados. Podría afirmarse en este caso que
la dinámica imperialista forjó una trampa energética de
la que ahora es victima el propio Imperio. El estado no
desarrolló estrategias de largo plazo tendientes al ahorro
de energía, lo que probablemente habría desacelerado (no
evitado) la crisis energética actual, no solo por la
imposición del lobby petrolero sino también porque sus cúpulas
políticas (demócratas y republicanas) se fueron
sumergiendo en la cultura del corto plazo correspondiente a
la era de la hegemonía financiera, subordinándose por
completo a los intereses inmediatos de los grupos económicos
dominantes.
Pero también
deberíamos reflexionar acerca de los límites del sistema
tecnológico occidental–moderno que los estadounidenses
exacerbaron al extremo. El mismo se ha reproducido en torno
de objetos técnicos decisivos de la cultura individualista
(por ejemplo el automóvil) que definen el estilo de vida
dominante y a procedimientos productivos basados en la
explotación intensiva de recursos naturales no renovables o
en la destrucción de los ciclos de reproducción de los
recursos renovables. Gracias a esa lógica destructiva el
capitalismo industrial pudo en Europa desde fines del siglo
XVIII independizarse de los ritmos naturales sometiendo
brutalmente a la naturaleza y acelerando su expansión. Ello
aparecía ante los admiradores del progreso de los siglos
XIX y XX como la gran proeza de la civilización burguesa,
una visión más amplia nos permite ahora darnos cuenta que
se trataba del despliegue de una de sus irracionalidades
fundamentales que los Estados Unidos, el capitalismo más
exitoso de la historia, llevó al más alto nivel jamás
alcanzado.
Desequilibrios,
deudas, caída del dólar
La pérdida
de dinamismo del sistema productivo fue compensado por la
expansión del consumo privado (centrado en las clases
altas), los gastos militares y la proliferación de
actividades parasitarias lideradas por el sistema
financiero. Lo que engendró crecientes desequilibrios
fiscales y del comercio exterior y una acumulación
incesante de deudas públicas y privadas, internas y
externas. La deuda pública norteamericana pasó de 390 mil
millones de dólares en 1970, a 930 mil millones en 1980, a
3,2 billones (millones de millones) en 1990, a 5,6 billones
en 2000 para saltar a 9,5 billones en abril de 2008; por su
parte la deuda total de los estadounidenses (pública más
privada) rondaba en la última fecha mencionada los 53
billones de dólares (aproximadamente equivalente a Producto
Bruto Mundial) de esa cifra el 20 % (unos 10 billones de dólares)
constituyen deuda externa. Solo durante 2007 la deuda total
aumento cerca de 4,3 billones de dólares (equivalente al 30
% del Producto Bruto Interno norteamericano) (10). El
proceso fue coronado por una sucesión de burbujas
especulativas que marcaron, desde los años 1990 a un
sistema que consumía más allá de sus posibilidades
productivas.
A partir de
los años 1970–1980 es posible observar el crecimiento
paralelo de tendencias perversas como los déficits
comercial, fiscal y energético, los gastos militares, el número
de presos y las deudas públicas y privadas. Todas esas
curvas ascendentes aparecen atravesadas por algunas
tendencias descendentes; por ejemplo la disminución de la
tasa de ahorro personal y la caída del valor internacional
del dólar (que se se aceleró en la década actual),
expresión de la declinación de la supremacía imperial.
La
articulación de esos fenómenos nos permite esbozar una
totalidad social decadente a la que se incorporan
(convergen) una gran diversidad de hechos de distinta
magnitud (culturales, tecnológicos, sociales, políticos,
militares, etc.).
Esta visión
de largo plazo ubica a la era de los halcones presidida por
George. W. Bush como una suerte de “salto cualitativo”
de un proceso con varias décadas de desarrollo y no como un
hecho–excepcional o una desviación–negativa. Nos
encontraríamos ante la fase más reciente de la degradación
del capitalismo estatista–keynesiano iniciada en los años
1970 puntapié inicial de la crisis general del sistema. La
experiencia histórica enseña que esos despegues hacia el
infierno casi siempre debutan en medio de euforias
triunfalistas donde detrás de cada señal de victoria se
oculta una constatación de desastre. La loca carrera
militar sobre Eurasia estaba (está aún) en el centro del
discurso acerca del supuesto combate victorioso contra un
enemigo (terrorista) global imaginario que sumergió en el
pantano a las fuerzas armadas imperiales, las expansiones
desenfrenadas de la burbuja inmobiliaria y de las deudas
eran ocultada por las cifras de aumento del Producto Bruto
Interno y la sensación (mediática) de prosperidad.
El
centro del mundo
Los Estados
Unidos constituyen hoy el centro del mundo (del capitalismo
global), su declinación no es solo la de la primera
potencia sino la del espacio esencial de la interpenetración
productiva, comercial y financiera a escala planetaria que
se fue acelerando en las tres últimas décadas hasta
conformar una trama muy densa de la que ninguna economía
capitalista desarrollada o subdesarrollada puede escapar
(salir de esa tupida red significa romper con la lógica,
con el funcionamiento concreto del capitalismo integrado por
clases dominantes locales altamente transnacionalizadas).
Durante la
década actual la expansión económica en Europa, China más
otros países subdesarrollados y el modesto (efímero) fin
del estancamiento japonés solían ser mostrados como el
restablecimiento de capitalismos maduros y el ascenso de jóvenes
capitalismos periféricos cuando en realidad se trató de
prosperidades estrechamente relacionadas con la expansión
consumista–financiera norteamericana. Estados Unidos
representa el 25 % del Producto Bruto Mundial y es el primer
importador global, en 2007 compró bienes y servicios por
2,3 millones de millones de dólares, es el principal
cliente de China, India y Japón, Inglaterra, el primer
mercado extra europeo de Alemania. Pero es sobre todo en el
plano financiero, área hegemónica del sistema
internacional, donde se destaca su primacía. Por ejemplo,
la red de los negocios con productos financieros derivados
(más de 600 millones de millones de dólares registrados
por el Banco de Basilea, es decir unas 12 veces el Producto
Bruto Mundial) se articula a partir de la estructura
financiera norteamericana, las grandes burbujas
especulativas imperiales irradian al resto del mundo de
manera directa o generando burbujas paralelas como fue
posible comprobar con la experiencia reciente de la
especulación inmobiliaria en los Estados Unidos y sus
clones directos en España, Inglaterra, Irlanda o Australia
e indirectos como la superburbuja bursátil china.
Si
observamos el comportamiento económico de las grandes
potencias comprobaremos en cada caso como sus esferas de
negocios superan siempre los límites de los respectivos
mercados nacionales e incluso regionales cuya dimensión
real resulta insuficiente desde el punto de vista del
volumen y la articulación internacional de sus actividades.
La Unión Europea está sólidamente atada a los Estados
Unidos a nivel comercial e industrial y principalmente
financiero, Japón agrega a lo anterior su histórica
dependencia de las compras norteamericanas, por su parte
China desarrolló su economía en el último cuarto de siglo
sobre la base de sus exportaciones industriales a los
Estados Unidos y a países, como Japón, Corea del Sur y
otros, fuertemente dependientes del Imperio. En fin, el
renacimiento ruso gira en torno de sus exportaciones energéticas
(principalmente dirigidas hacia Europa), su élite económica
se fue estructurando desde el fin de la URSS multiplicando
sus operaciones a escala transnacional en especial sus vínculos
financieros con Europa occidental y los Estados Unidos. No
se trata de simples lazos directos con el Imperio sino de la
reproducción ampliada acelerada de una compleja red global
de negocios, mercados interdependendientes, asociaciones
financieras, innovaciones tecnológicas, etc., que integra
al conjunto de burguesías dominantes del planeta. El mundo
financiero hipertrofiado es su espacio de circulación
natural y su motor geográfico son los Estados Unidos cuya
decadencia no puede ser disociada del fenómeno más amplio
de la llamada globalización, es decir la financierización
de la economía mundial.
Podríamos
visualizar al Imperio como sujeto central del proceso, su
gran beneficiario y manipulador, y al mismo tiempo como su
objeto, producto de una corriente que lo llevo hasta el más
alto nivel de riqueza y degradación. Gracias a la
globalización los Estados Unidos pudieron sobre–consumir
pagando al resto del mundo con sus dólares devaluados
imponiendoles su atesoramiento (bajo la forma de reservas) y
sus títulos públicos que financiaron sus déficits
fiscales. Aunque también gracias al parasitismo
norteamericano, europeos, chinos, japoneses, etc., pudieron
colocar en el mercado imperial una porción significativa de
sus exportaciones de mercancías y de excedentes de
capitales. En ese sentido el parasitismo financiero,
producto de la crisis de sobreproducción crónica, es a la
vez norteamericano y universal, la otra cara del consumismo
imperial es la reproducción de capitalismos centrales y
periféricos que necesitan desbordar sus mercados locales
para hacer crecer sus beneficios. Ello es evidente en los
casos de Europa occidental y Japón pero también lo es en
el de China que exporta gracias a sus bajos salarios
(comprimiendo su mercado interno).
Lo que se
está hundiendo ahora no es la nave principal de la flota
(si así fuera, numerosas embarcaciones podrían salvarse);
solo hay una nave y es su sector decisivo el que está
haciendo agua.
Horizontes
turbulentos e ilusiones conservadoras
Debemos
ubicar en su contexto histórico a las actuales
intervenciones de los estados de los países centrales
destinadas a contrarrestar la crisis. En los últimos meses
han proliferado ilusiones conservadoras referidas al posible
desacople de varias economías industriales y
subdesarrolladas respecto de la recesión imperial pero lo
hechos van derrumbando esas esperanzas. Junto a ellas
apareció la fantasía del renacimiento del intervencionismo
keynesiano: según dicha hipótesis el neoliberalismo
(entendido como simple desestatización de la economía) sería
un fenómeno reversible y nuevamente como hace un siglo el
Estado salvaría al capitalismo. En realidad en las últimas
cuatro décadas se ha producido en los países centrales un
doble fenómeno: por una parte la degradación general de
los estados que manteniendo su tamaño con relación a cada
economía nacional quedaron sometidos a los grupos
financieros, perdieron legitimidad social. Y por otra fueron
progresivamente desbordados por el sistema económico
mundial no solo por su trama financiera sino también por
operaciones industriales y comerciales que burlaban los
controles (cada vez mas flojos) de las instituciones
nacionales y regionales.
En los
Estados Unidos dicho proceso avanzó más que en ningún
otro país desarrollado, nunca fue abandonado el histórico
keynesianismo militar por el contrario el Complejo
Militar–Industrial se hipertrofió articulándose con un
conjunto de negocios mafiosos, financieros, energéticos,
etc., que se convirtió en el centro dominante del sistema
de poder apropiándose groseramente del aparato estatal
hasta convertirlo en una estructura decadente.
En los países
centrales el estado intervencionista (de raíz keynesiana)
no necesita regresar porque nunca se ha ido, a lo largo de
las últimas décadas, obediente a las necesidades de las áreas
más avanzadas del capitalismo, fue modificando sus
estrategias, apuntalando la concentración de ingresos y los
desarrollos parasitarios, cambiando su ideología, su
discurso (ayer integrador, social,
productivista–industrial, hoy elitista, neoliberal y
virtualista–financiero).
Es en el
mundo subdesarrollado donde el estatismo retrocedió hasta
ser triturado en numerosos casos por la ola depredadora
imperialista, la desestatización fue su forma concreta de
sometimiento a la dinámica del capitalismo global. Allí el
regreso al estado interventor–desarrollista de otras épocas
es un viaje en el tiempo físicamente imposible, las burguesías
dominantes locales, sus negocios decisivos, están
completamente transnacionalizados o bien bajo la tutela
directa de firmas transnacionales.
Ahora en
plena crisis quedan al descubierto los dos problemas sin
solución a la vista del Estado desarrollado (imperialista):
su degeneración estructural y su insuficiencia, su
impotencia ante un mundo capitalista demasiado grande y
complejo. Es lo que señala Richard Haas en el articulo
arriba citado aunque sin decir que no se trata de una
reconversión positiva sobredeterminante del capitalismo
internacional lo que acorrala al estado norteamericano y a
los otros estados centrales sino más bien de un fenómeno
mundial negativo que de manera rigurosa deberíamos definir
como decadencia global (económica–institucional–política–militar–tecnológica).
Es por ello que el paralelo ahora de moda en ciertos círculos
de expertos entre la implosión soviética y la probable
futura implosión de los Estados Unidos es totalmente
insuficiente porque existe entre otras cosas una diferencia
de magnitud decisiva, el hiper–gigantismo del Imperio hace
que su hundimiento tenga un poder de arrastre sin
precedentes en la historia humana. Pero también porque los
Estados Unidos no constituyen “un mundo aparte”
(marginado) sino el centro de la cultura universal (el
capitalismo), la etapa más reciente de una larga historia
mundial en torno de Occidente.
La
inmensidad del desastre en curso, la extrema radicalidad de
las rupturas que puede llegar a engendrar, muy superiores a
las que causó la crisis iniciada hacia 1914 (que dio
nacimiento a un largo ciclo de tentativas de superación del
capitalismo y también al fascismo, intento de recomposición
bárbara del sistema burgués) genera reacciones espontáneas
negadoras de la realidad en las élites dominantes, los
espacios sociales conservadores y más allá de ellos, pero
la realidad de la crisis se va imponiendo. Todo el edificio
de ideas, de certezas de diferente signo, construido a lo
largo de más de dos siglos de capitalismo industrial está
empezando a agrietarse.
Notas:
1)
Paul Craig Roberts, “The collapse of American power”,
Online Journal, 20–03–2008.
2)
Peter Morice, “Bush Administration Dithers While Rome
Burns. The Deepening recesion”, Counterpunch, April 3,
2008.
3)
Richard Haass, “What follows American dominion?”,
Financial Times, April 16, 2008.
4)
Center on Budget and Policy Priorities.
5)
U.S. Department of Justice – Bureau of Justice Statistics.
6)
Adam Liptak, “American Exception. Inmate Count in U.S.
Dwarfs Other Nations”, The New York Times, April 23, 2008
7)
Chalmers Johnson, 'Going bankrupt: The US's greatest
threat', Asia Times, 24 Jan 2008.
8)
Rodrigue Tremblay, 'The Five Pillars of the U.S.
Military–Industrial Complex', September 25, 2006,
http://www.thenewamericanempire.com/tremblay=1038.htm.
9)
Scott B. MacDonald, 'End of the guns and butter economy',
Asia Times, October 31, 2007.
10)
Grandfader Economic Report
(http://mwhodges.home.att.net/nat–debt).
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