Capitalismo
El
hambre y las tres globalizaciones
Por
Renán Vega Cantor (*)
Para
Agenda Radical - Correspondencia de Prensa, 18/05/08
La
globalización, ese apodo benigno para denominar al
imperialismo, ha sido presentada desde hace un cuarto de
siglo como la medicina milagrosa que solucionaría todos los
problemas de la humanidad, entre ellos el hambre. Sin
embargo, esa globalización la ha acrecentado, generando una
realidad profundamente injusta en términos alimenticios,
donde al mismo tiempo unos pocos consumen hasta el hartazgo
(como puede apreciarse en los "esbeltos cuerpos"
de millones de estadounidenses, mofletudos y regordetes, que
no pueden ni andar de tanto ingerir comida basura), mientras
que millones de seres humanos soportan la desnutrición o
mueren de hambre, en todos los continentes.
Que
el capitalismo produzca hambrientos no es nuevo, puesto que,
en todas las épocas, su expansión mundial ha generado, de
manera invariable, hambre a vasta escala, como resultado de
la destrucción de las economías locales, sometidas a
nuevas exigencias para que se "adapten" a los
requerimientos del mercado mundial, como reza la formula de
los economistas ortodoxos.
Primera
globalización: la conquista sangrienta de América
Después
de 1492, cuando las potencias europeas conquistaron y
colonizaron sangrientamente el continente americano, se
produjeron las primeras hambrunas en los suelos del
"nuevo mundo". Esa conquista abarcó todas las
esferas sociales, culturales y ambientales de la vida de las
comunidades indígenas, lo cual destruyó las estructuras
que permitían el funcionamiento de dichas sociedades. Los
europeos trajeron consigo enfermedades y plagas que
alteraron y destruyeron los ecosistemas nativos, que
posibilitaban la supervivencia de los indígenas. Las
epidemias de viruela, sarampión y peste mataron a millones
de seres humanos, junto con las hambrunas producidas por el
arrasamiento de las cosechas, destruidas por la introducción
de vacas, ovejas y ratas que venían en los barcos de los
invasores.
La
conquista europea de América trajo como consecuencia el
hambre y la enfermedad a sociedades indígenas que no habían
soportado a vasta escala el flagelo del hambre, como sucedió
en las Antillas, Mesoamérica y Sudamérica.
Uno de los ejemplos más dramáticos de ese impacto
se aprecia en el actual territorio peruano, donde el imperio
de los Incas garantizaba la alimentación de todos los
pueblos que sojuzgaba, mediante adecuados sistemas de
almacenamiento de alimentos, como la patata y el maíz, que
eran redistribuidos en los dominios del imperio. En ese
mismo lugar, se cultivaban diez mil variedades de papa -la
misma que salvará años después a Europa del flagelo de
las hambrunas permanentes-, pero hoy el Perú compra parte
de la papa que consume a Holanda. Esto no es producto de la
fatalidad histórica, sino de la imposición del sistema
colonial, que destruyó los sistemas de cultivo indígenas,
transformando fértiles valles en resecas porciones de
tierra. Al mismo tiempo que se destruían las bases de
sustentación de las sociedades indígenas, los hombres eran
esclavizados en las minas de oro y plata y las mujeres eran
sometidas a la servidumbre doméstica. Así llegó el hambre
a estas tierras, traída de afuera como la viruela y como la
cruz y la espada.
Segunda
globalización: expansión capitalista y muerte en masa en
las colonias europeas en
el siglo XIX
Durante
la segunda mitad del siglo XIX, Inglaterra, compitiendo con
Francia y otras potencias europeas, encabezó la conquista
de territorios en África y Asia, lo cual trae aparejadas
las hambrunas a escala nunca antes vista. En la India y
otros territorios colonizados por Inglaterra, las
poblaciones fueron obligadas a producir no para sí mismas
sino para el mercado inglés. Esta forma de agricultura de
exportación significó que las comunidades locales,
autosuficientes antes de la incorporación violenta al
capitalismo, sufrieran una repentina ruptura en sus formas
de producción agrícola, ahora dirigidas al mercado
europeo, con la consecuente muerte de millones de seres
humanos en la segunda mitad del siglo XIX. Algunos cálculos
indican que en los últimos 25 años de ese siglo murieron
en el mundo por inanición unas 50 millones de personas.
Mientras en los países capitalistas de Europa desaparecía
el espectro del hambre, en el otro lado del mundo morían
como moscas hombres, mujeres y niños.
Estas
personas no murieron porque estuvieran fuera del
capitalismo, sino porque fueron violentamente incorporadas
al mismo. De hecho, murieron en la época dorada del
capitalismo liberal, o más exactamente fueron asesinadas
por la aplicación de la teología liberal del mercado de
autores como Adam Smith, Jeremias Benthan o Jhon S. Mill.
Esta teología planteaba que era más óptimo que los
cereales de la las colonias se exportaran a Inglaterra, lo
cual, no se sabe cómo, finalmente beneficiaría a los
habitantes locales por obra de la mano invisible del
mercado. La aplicación práctica de este anuncio, que no
tenía nada que ver con la realidad, produjo el hambre de
aquellos que producían los cereales que se enviaban hacia
Europa. El incremento en los precios de los alimentos impedía
a los humildes
habitantes de China, la India, Brasil y muchos otros
territorios, con ingresos miserables por la pauperización a
que fueron sometidos, adquirir los productos básicos de
subsistencias.
Justamente,
la conversión de los alimentos en una mercancía y la
aplicación de los principios criminales del libre comercio
destruyeron los mecanismos de producción, distribución,
comercialización y consumo que posibilitaban la
supervivencia de los pueblos colonizados, entre los cuales
sobresalía la ayuda mutua, la solidaridad, el don y la
reciprocidad, mecanismos todos arrasados por el libre
comercio, que mato a millones de personas de física inanición.
Tercera
globalización: agronegocios, arrinconamiento de los
campesinos y hambrunas generalizadas
En
la actualidad se repite el ciclo macabro de utilizar las
tierras para sembrar cultivos de exportación, mientras que
los productos de subsistencia de las economías campesinas
son apropiados por los monopolios agrícolas. En esas
condiciones, la hambruna que recorre el mundo tiene las
mismas causas de las dos épocas consideradas anteriormente,
aunque ahora sus consecuencias sean más destructivas al ser
de carácter mundial. En las últimas décadas por doquier
se expulsa a los campesinos de la tierra, en la que se
siembran cultivos que benefician de manera exclusiva a las
grandes empresas agrícolas del mundo. Ahora la tierra ya no
es el medio de producción fundamental para alimentar a la
gente, sino el instrumento para enriquecer a unas cuantas
multinacionales agrícolas y a sus pocos testaferros
locales.
El
libre comercio, como en el pasado, ha servido para despojar
a los pequeños agricultores mediante la eliminación de los
subsidios y los mecanismos proteccionistas con el que
contaban los Estados, con la especialización en la producción
de géneros agrícolas para el mercado mundial (café,
banano, palma aceitera, frutas exóticas), con la conversión
de las mejores tierras en zonas ganaderas o de cultivos
forestales y últimamente de cultivos que produzcan
necrocombustibles (combustibles de la muerte es su verdadero
nombre, pues el de biocombustibles que se emplea
frecuentemente es un embuste). Todo esto ha originado la pérdida
de la seguridad alimenticia en los países pobres, en los
cuales ya no se producen los alimentos básicos, que deben
ser comprados en el mercado mundial, a los precios que fijen
las empresas multinacionales y los países imperialistas,
como los Estados Unidos.
Este
modelo agrícola es el responsable del hambre que, en estos
momentos, se extiende por el mundo y que
ha provocado rebeliones de gente humilde en decenas
de países, afectados criminalmente por el libre comercio.
Los campesinos han dejado de ser productores, pues se les
arrebataron sus tierras, y ahora son consumidores, aunque no
tengan ni un céntimo con que comprar los costosos alimentos
que antes producían, precisamente porque han sido
despojados de la tierra, del agua y de sus cultivos.
Como
lo anunció Estados Unidos hace casi tres décadas, en el
documento de Santafe 1, los alimentos se han convertido en
una arma de guerra, para someter a los países pobres, para
destruir sus campesinos e indígenas y para experimentar con
cultivos transgénicos, que se brindan como parte de la
"ayuda" a los hambreados. A eso debe agregársele
que la agricultura capitalista es petrodependiente (por el
uso de fertilizantes e insumos agroquímicos) y ante el
incremento en los precios del petróleo suben paralelamente
los precios de los productos básicos, convertidos además
en un botín de los especuladores financieros.
Por
todo esto, el hambre de millones de seres humanos -se
calcula que 1200 millones soportarán hambre crónica de aquí
al 2025-, es un producto del capitalismo y un jugoso negocio
que enriquece en forma simultanea a las grandes empresas
productoras de alimentos, petroleras y automovilísticas.
Como en el siglo XVIII, para el capitalismo la mejor forma
de solucionar el problema del hambre es devorando a los
pobres, como lo sugería Jonathan Swift en Una modesta
proposición (1729), cuando en forma satírica proponía que
los irlandeses pobres devoraran a sus propios hijos, con lo
cual aparte de evitar la hambruna, le ahorrarían a los niños
más sufrimientos; o, como gráficamente, lo decía un
graffiti en la ciudad de Buenos Aires: "!Combata el
hambre y la pobreza! ¡Cómase a un pobre!". Eso es lo
que efectivamente sucede cuando el maíz o la caña se
siembran para producir gasolina. Cuando a un automóvil se
le está suministrando combustible, originado en los
alimentos, se está devorando a un pobre, porque, por un
antinatural metabolismo que sólo puede ser resultado del
capitalismo, el alimento ya no tiene por destino saciar el
hambre de los seres humanos sino el de las voraces máquinas
de cuatro ruedas, la máxima expresión del modo americano
de muerte.
(*)
Economista, Magister en Historia de la Universidad Nacional
de Colombia. Autor de numerosas obras sobre economía e
historia política. Su último libro (en dos volúmenes), es
"Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar.
Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza
de las Ciencias Sociales". Universidad Pedagógica
Nacional, Bogotá, 2007.
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