¿Pan
o coches?
Por
Juan Gelman
Rodelu.net,
28/05/08
Argentina,
1988: la inflación galopaba a 100 por segundo y no era
infrecuente comprar un producto en algún súper que, al
llegar a la caja, en 10 metros, un minuto y dos de espera,
había aumentado de precio. Una mujer anunciaba por altavoz
la escalada con tonos impiadosos y los clientes apuraban la
compra. Parecía la Alemania de 70 años atrás, cuando
viajar en un tranvía costaba millones de marcos. El fenómeno
sigue presente en todo el mundo: el precio de los alimentos
se empina y las explicaciones abundan. Es el aumento del
precio del petróleo, afirman algunos. Son los bioenergéticos,
opinan otros y abren un debate que se da en varios rincones
del planeta.
El
presidente W. Bush ha declarado: “Como se sabe, yo soy del
etanol” (The Indian Star, 2–5–08). Pero el estado de
Iowa, que el año pasado obtuvo una cosecha de cereales
cuyas calorías sumadas podían alimentar a todos sus
habitantes durante 85 años, no tardará en importarlos: la
mayoría del grano obtenido alimenta a los motores que
funcionan a etanol. El precio de los alimentos aumenta de
Marruecos a Brasil y de Pakistán a Australia y aparece el
dilema: ¿nafta para recorrer 1500 kilómetros con el auto o
para alimentar un año a una persona? Hamlet dice, siempre
dice, “Ser o no ser, ése es el dilema”.
La
New Fuels Alliance, un grupo que propugna el uso de los
bioenergéticos, señala en un informe que no hay conflicto
entre su uso y la producción alimentaria: “La escasez de
alimentos del Tercer Mundo –dice– se debe sobre todo a
cuestiones políticas y sociales como la pobreza, la
corrupción de los gobiernos y una distribución
ineficiente. El precio de los cereales tiene poco impacto en
la disponibilidad de alimentos del Tercer Mundo. El aumento
de esta disponibilidad per cápita ha alcanzado un hito histórico”
(klprocess.com).
Lástima
que así no sea. La disponibilidad mundial de alimentos por
persona ha descendido en los últimos años: “La
agricultura no cubre las necesidades nutricionales y ahora
se le pide que además llene los tanques de los vehículos”,
señala el especialista Stan Cox (www.alternet.org,
9–5–08). El Banco Mundial concuerda: un estudio reciente
del organismo indica que la mayor parte del aumento de la
cosecha mundial de maíz en el período 2004/2007 (cuando su
precio subió abruptamente) fue destinada a la elaboración
de bioenergéticos en EE.UU.
Jean
Ziegler, ex diputado del parlamento suizo y actual Relator
Especial para el Derecho a la Alimentación de la ONU, ha
documentado los casos de expulsión forzada de pequeños
agricultores en Brasil, Argentina y Paraguay, expulsión que
los grandes productores de soja alientan y ocasionan
(www.righttofood.org). No es difícil prever que habrá más
presión sobre los campesinos con cultivos de subsistencia
de América del Sur.
El
investigador Joachim von Braum asienta en un reciente
estudio del Instituto Internacional de Investigaciones de
las Políticas de Alimentación que los campesinos pobres de
Bolivia, Bangladesh, Zambia y Etiopía sólo venden del 1 al
4 por ciento de los comestibles que se negocian en el
mercado interno y a la vez compran del 10 al 22 por ciento
de la producción comercializada (www.ifpri.org). El estudio
estima que cada aumento del 1 por ciento de los precios suma
16 millones de personas al muy extenso territorio del hambre
mundial. Como señala un informe del Worldwatch Institute:
“En materia de granos, hay una competición entre los 800
millones de automovilistas y los dos mil millones de los más
pobres que tratan simplemente de sobrevivir” (www.earth.po
licy.org, 4–1–07).
La
llamada globalización de la economía acentuó, en
realidad, la globalización de la pobreza y el hambre. Al
inefable Henry Kissinger se le ocurrió que las hambrunas
podían ser un buen instrumento para el “control de la
población”. Dos siglos y medio antes ya lo había
propuesto Jonathan Swift en “Una modesta proposición”,
sátira feroz sobre las condiciones sociales de su época.
Que no han cambiado mucho, apenas si se han agravado.
La
FAO, el organismo de la ONU para la agricultura y la
alimentación, ha estimado que el precio de los cereales
aumentó un 88 por ciento desde marzo del 2007, el del trigo
un 181 por ciento en los últimos tres años y el del arroz
un 50 por ciento en el trimestre que pasó. En su informe
“Perspectivas alimentarias”, que dio a conocer esta
semana en Roma, subrayó la proximidad de nuevas hambrunas
en los países pobres: “Estamos enfrentando el riesgo de
que el número de personas que padecen hambre aumente en
muchos millones”, expresó Hafez Ghanem, subdirector
general de la FAO (AFP, 22–5–08). Hace años ya, en una
pared de Buenos Aires, alguien pintó este consejo:
“Combata el hambre y la pobreza. Cómase a un pobre”.
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