Un
hambre infame
Por
Boaventura de Sousa Santos (*)
Página 12, 27/05/08
Traducción de Javier Lorca
Conocido
hace tiempo por los que estudian la cuestión alimentaria,
el escándalo finalmente estalló en la opinión pública:
la sustitución de la agricultura familiar, campesina,
orientada a la autosuficiencia alimentaria y a los mercados
locales, por la gran agroindustria, orientada al monocultivo
de productos de exportación (flores, soja, etc.), lejos de
resolver el problema de la alimentación mundial, lo agrava.
Habiendo prometido erradicar el hambre del mundo en veinte años,
hoy nos enfrentamos con una situación peor de la que existía
hace cuatro décadas.
Cerca de un
sexto de la humanidad pasa hambre: según el Banco Mundial,
33 países están al borde de una crisis alimentaria grave;
aun en los países más desarrollados los bancos de
alimentos están por perder sus reservas; y volvieron las
revueltas del hambre, que en algunos países ya causaron
muertes. Mientras tanto, la ayuda alimentaria de la ONU hoy
está comprando a 780 dólares la tonelada de alimentos que
en marzo pasado compraba a 460 dólares.
La opinión
pública está siendo sistemáticamente desinformada sobre
este tema para que no se dé cuenta de lo que está pasando.
Es que lo que está pasando es explosivo y puede ser
resumido del siguiente modo: el hambre del mundo es la nueva
gran fuente de lucro del gran capital financiero, y sus
ganancias aumentan en la misma proporción que el hambre.
El hambre
en el mundo no es un fenómeno nuevo. Desde la Edad Media
hasta el siglo XIX fueron famosas en Europa las revueltas
del hambre (con el saqueo de comerciantes y la imposición
de la distribución gratuita del pan).
Lo que es
nuevo en el hambre del siglo XXI son sus causas y el modo en
que las principales son ocultadas. A la opinión pública se
le ha informado que el hambre está ligado a la escasez de
productos agrícolas, y que ésta se debe a las malas
cosechas provocadas por el calentamiento global y las
alteraciones climáticas; al aumento del consumo de cereales
en la India y en China; al incremento de los costos de los
transportes debido a la suba del petróleo; a la creciente
reserva de tierras agrícolas para producir
agrocombustibles.
Todas estas
causas han contribuido al problema, pero no son suficientes
para explicar que el precio de la tonelada de arroz se haya
triplicado desde el inicio de 2007.
Estos
aumentos especulativos, como los del precio del petróleo,
son el resultado de que el capital financiero (bancos,
fondos de pensiones, fondos hedge de alto riesgo y
rendimiento) ha comenzado a invertir fuertemente en los
mercados internacionales de productos agrícolas, tras la
crisis de la inversión en el sector inmobiliario.
En
articulación con las grandes empresas que controlan el
mercado de semillas y la distribución mundial de cereales,
el capital financiero invierte en el mercado de futuros con
la expectativa de que los precios continuarán subiendo y,
al hacerlo, se refuerza esa expectativa.
Cuanto más
altos sean los precios, más hambre habrá en el mundo,
mayores serán las ganancias de las empresas y los retornos
de las inversiones financieras. En los últimos meses, los
meses en que aumentó el hambre, las ganancias de la mayor
empresa de semillas y cereales aumentaron un 83 por ciento.
O sea, el hambre de lucro de Cargill se alimenta del hambre
de millones de seres humanos.
El escándalo
del enriquecimiento de algunos a costa del hambre y la
subnutrición de millones ya no puede ser disfrazado con
“generosas” ayudas alimentarias. Tales ayudas son un
fraude que encubre otro mayor: las políticas económicas
neoliberales que hace treinta años vienen forzando a los países
del Tercer Mundo a dejar de elaborar los productos agrícolas
necesarios para alimentar a sus propias poblaciones y a
concentrarse en productos de exportación, con los cuales
ganarán divisas que les permitirán importar productos agrícolas...
de los países más desarrollados.
Quien tenga
dudas sobre este fraude, que compare la reciente
“generosidad” de los Estados Unidos en la ayuda
alimentaria con su consistente voto en la ONU contra el
derecho a la alimentación reconocido por todos los demás
países.
El
terrorismo fue el primer gran aviso de que no se puede
continuar impunemente con la destrucción o el robo de la
riqueza de algunos países para beneficio exclusivo de un
pequeño grupo de países más poderosos. El hambre y la
revuelta que acarrea parecen ser el segundo aviso.
Para
responder eficazmente será necesario poner fin a la
globalización neoliberal tal como la conocemos. El
capitalismo global debe volver a sujetarse a reglas que no
sean las que él mismo establece para su beneficio. Debe
exigirse una moratoria inmediata en las negociaciones sobre
productos agrícolas en curso en la Organización Mundial
del Comercio. Los ciudadanos tienen que comenzar a
privilegiar los mercados locales, a rechazar en los
supermercados los productos que vienen de lejos, a exigir
del Estado y de los municipios la creación de incentivos a
la producción agrícola local, a exigir que las agencias
nacionales de seguridad alimentaria, donde las haya,
entiendan que la agricultura y la alimentación industriales
no son el remedio contra la inseguridad alimentaria. Bien
por el contrario, son su causa.
(*)
Doctor en Sociología, catedrático de las universidades de
Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.).
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