¿Quién
es responsable de la crisis alimentaria?
Por
Albert Sales (*)
Sin Permiso,
01/06/08
El trigo ha
aumentado su precio un 160% en un año, el maíz un 50% y el
arroz un 38% durante los primeros meses de 2008. Esto ha
provocado disturbios y enfrentamientos en México, Haití,
Senegal, Burkina Faso, Marruecos, Camerún, Tailandia,
Filipinas, Indonesia... entre otros países. Ante el riesgo
de hambre severa algunos gobiernos han tomado medidas para
reducir la exportación de alimentos y por promover la
producción interna. En Egipto, el ejército ha estado
produciendo pan de manera temporal; en Pakistán o en Rusia
se han incrementado los impuestos aplicados a las
importaciones; India, China y Vietnam han empezado a
prohibir o limitar las importaciones; en Filipinas, en
Bangladesh y en Tailandia se está subsidiando la compra de
alimentos...
Parece que
hay consenso generalizado al afirmar que estamos viviendo
una crisis alimentaria mundial que pone en riesgo el acceso
a la comida de millones de personas. Pero no genera el mismo
consenso el análisis de las causas y la propuesta de
soluciones. Pese a la urgencia de la situación, el Banco
Mundial mantiene que no intervendrá en el mercado
internacional de alimentos y que el mercado encontrará un
equilibrio satisfactorio a esta situación. Según Juan José
Daboud, alto cargo de este organismo, sólo hace falta tener
paciencia para qué el mercado se ajuste aunque admitió que
“no es cuestión de semanas ni meses, el ajuste
puede tardar dos o tres años al llegar”.
Se han
argumentado varios factores explicativos del aumento
desmesurado de los precios de los alimentos. El más
utilizado es el del incremento repentino de la demanda de
cereales y otras materias primeras agrícolas debido a la
desviación de maíz, avena y de otros cereales, del consumo
humano y ganadero hacia las plantas de producción de etanol
o de agrocombustible. La crisis “de la tortilla” en México
se usa para ejemplificar este proceso a partir del que la
sustitución del petróleo por derivados del maíz habría
fijado precios inaccesibles para los consumidores y
consumidoras de este país. También han generado un aumento
de la demanda los cambios en los hábitos de consumo de
varios sectores sociales del que se han denominado países
emergentes. Estos sectores estarían dejando de lado su
alimentación tradicional por una más
“occidentalizada” con un consumo muy alto de
carne vacuna y de pollo, provocando que se necesite mucho más
cereal para la ganadería industrial.
El Banco
Mundial y el resto de fervientes seguidores de la economía
liberal consideran que las causas de esta crisis son
coyunturales y que sólo hay que esperar para presenciar
como el aparato productivo global se adapta a las nuevas
características de la demanda. No obstante, se olvidan de
que no se trata de un fenómeno repentino y nuevo, sino de
un proceso que tiene sus raíces más profundas en el
sistema económico y comercial internacional generado por el
mismo Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la
Organización Mundial del Comercio, bajo la influencia de la
Oficina del Tesoro de los Estados Unidos y con todo el
espaldarazo de las grandes empresas transnacionales de la
agroindustria.
Las
instituciones económicas de Bretton Woods han trabajado sin
descanso por instaurar un sistema librecambista global que
permita a las Empresas Transnacionales de los países
opulentos realizar sus operaciones de la manera más
favorable. Los Planes de Ajuste Estructural del FMI han
llevado a los
países empobrecidos a orientar su producción a la
exportación y a la especialización en la agricultura
intensiva. Este tipo de agricultura tiene una fuerte
dependencia de la mecanización, los fertilizantes químicos,
los insecticidas y pesticidas y, en
definitiva, del paquete tecnológico de la revolución
verde. Todo dificultades para la agricultura tradicional
familiar, que son aprovechadas por grandes inversores y por
las grandes plantaciones. En el mercado global los alimentos
producidos de este modo se transforman en mercancías de
exportación y, como tales, se los atribuyen precios
internacionales sólo asequibles en determinadas zonas del
globo.
La
movilidad de capitales propiciada por las mismas
instituciones ha facilitado las inversiones especulativas en
el mercado alimentario. Ante factores realmente
circunstanciales que indican un aumento de la demanda de
determinados productos, los mercados financieros han
reaccionado acumulando títulos sobre estos productos,
acelerando así el incremento de la demanda y, por lo tanto,
el precio. Las compras que se realizan en estos mercados no
son sólo de producto existente sino también de producto
futuro. Al mercado CME de Chicago se están comprando del
orden de 30 toneladas de soja diarias que no se recogerán
hasta el 2009.
La
dependencia del petróleo va mucho más allá de las
necesidades derivadas del transporte. El paquete tecnológico
de la revolución verde que permito los cultivos de la
agroindustria está compuesto por productos derivados del
petróleo. El aumento del precio de esta materia primera no
sólo incrementa el coste de mover los productos de un
extremo del planeta al otro, también pone más obstáculos
a los pequeños productores para sobrevivir y genera el
entorno apropiado para una mayor concentración de la tierra
y del poder en manos de los grandes inversores.
El aumento
de los precios para los consumidores y consumidoras no
significa que los productores reciban más por su materia
primera. La crisis de precios se presenta sólo a un extremo
de la cadena. La razón de esta crisis unidireccional también
es estructural. El mercado agroalimentario está dominado
por grandes corporaciones que controlan la relación con los
productores y la venta minorista de productos. Casi la
totalidad del mercado agroalimentario europeo pasa por 110
centrales de compras y 600 empresas propietarias de los súper
e hipermercados. Nombres como Carrefour, Tesco, Auchan o
Lidl, imponen sus condiciones, los precios de venta al público
y los precios a los que compran a los productores,
aprovechando las grandes cifras de negocio que mueven y una
situación de mercado oligopolística. En el Estado Español,
el 62% de los alimentos son adquiridos a una gran superficie
comercial y el 38% en un establecimiento propiedad de
Carrefour, Mercadona o Eroski.
Hace falta
un Comercio Justo en el sentido más amplio del término. Y
el comercio sólo será justo en la medida en que dinamice y
proteja los mercados locales y garantice la soberanía
alimentaria. Será justo si obedece a reglas humanas que no
sitúen los mercados financieros por encima de las personas.
Y será justo cuando acerque a los consumidores al proceso
de producción reduciendo los intermediarios y eliminando
las grandes concentraciones de poder e información.
(*)
Albert Sales i Campos es profesor del departamento Ciencias
Políticas y Sociales de la UPF (Catalunya).
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