Silencioso
asesinato en masa en países en desarrollo
Por
Luis Hernández Navarro
El Economista, Cuba, 14/05/08
Comenzó en
México como la “guerra de la tortilla” en enero de
2007. Se siguió a Italia como la huelga del espagueti nueve
meses más tarde. Después se convirtió en alud imparable.
Las protestas contra el alza en el precio de los alimentos
se sucedieron en Haití, Mauritania, Yemen, Filipinas,
Egipto, Bangladesh, Indonesia, Marruecos, Guinea,
Mozambique, Senegal, Camerún y Burkina Faso.
En el mundo
de hoy hay más hambre de la que había. La desesperación y
la rabia ante el hecho de no tener un bocado que llevarse a
la boca han provocado saqueos y robo de cereales en campos,
bodegas y tiendas; también caos, pillaje e incendios.
Muchos gobiernos han respondido con detenciones arbitrarias,
asesinatos y torturas. En Pakistán y Tailandia los ejércitos
patrullan las calles.
En Haití,
las manifestaciones dejaron saldo de varios muertos y
decenas de heridos. Para paliar el descontento, el haitiano
René Preval anunció un programa de subvención para la
producción local de arroz, leche y huevos.
En
Marruecos, ciudadanos furiosos han formado los tansikiyate
para luchar contra el alza de precios de productos de
primera necesidad. El pan subió de golpe 25 por ciento en
septiembre de 2007, y se produjeron graves incidentes en la
ciudad de Sefrú.
En Egipto,
el descontento actual remite a épocas pasadas. El clérigo
Sheik Yusef al Bradi, de la Universidad de Al Azar, recordó
las similitudes con la famosa "revuelta del pan"
en 1977, cuando el gobierno intentó recortar las
subvenciones a los alimentos y se produjeron grandes
disturbios. Por lo menos tres personas murieron en el delta
del Nilo.
En febrero
de 2008 se suscitaron graves conflictos en Camerún. La
policía reprimió salvajemente a los inconformes. El
presidente Paul Biya, quien gobierna desde 1982, reconoció
40 muertos; los inconformes afirman que fueron más de 100.
Se trata de
un hecho global. Usualmente la escasez generalizada de
alimentos se ha producido en países y regiones localizadas,
ante desastres naturales, plagas o guerras. Pero ahora
sucede de manera simultánea en multitud de naciones y
varios continentes.
El aumento
–por ejemplo– a los precios del trigo tiene impacto
real, pero limitado, para los consumidores europeos. En el
viejo continente el pan supone apenas 1.8 por ciento del
costo de la canasta básica. Pero en países con poblaciones
pobres, como India, China y Egipto, que han hecho grandes
esfuerzos por combatir la desnutrición, ha tenido efectos
severos.
La situación
es dramática. Cada cinco segundos se produce en el mundo
una muerte de un menor de 10 años por hambre, y la situación
va a agravarse. Hay cerca de 850 millones de seres humanos
que no tienen que comer. El Programa Mundial de Alimentos de
Naciones Unidas estima que, a partir de la actual crisis,
hay 100 millones de personas hambrientas más. De acuerdo
con la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés),
en 37 países se ha desatado una crisis alimentaria. En
2008, los naciones más pobres pagarán 65 por ciento más
por sus importaciones de cereales; en algunos países
africanos el incremento será de 74 por ciento.
Jean
Ziegler, relator especial de la ONU sobre el derecho a los
alimentos, sostiene que es como si detrás de cada víctima
por la hambruna hubiese un asesinato. "Esto es un
asesinato en masa silencioso."
La
ley de San Garabato (vender caro, comprar barato)
La producción
de alimentos se ha modificado notablemente en el último año
y medio. Las piezas del sistema agroalimentario mundial se
han trastocado. Hasta ahora la agricultura se había
caracterizado por una caída sostenida en los precios
reales, acompañada por incrementos temporales en los
precios de algunos productos, cultivos excedentes, agresivas
políticas de apoyo a los precios y protección comercial.
Esta disminución en los precios ocurrió a pesar del
aumento en los costos de fertilizantes y energéticos.
Esa
tendencia cambió ya radicalmente. El nivel de reservas de
granos y oleaginosas, de acuerdo con los estándares históricos,
se ha reducido dramáticamente. Sus precios se han
incrementado hasta llegar a las nubes.
Hoy, el
arroz cuesta en Asia tres veces más de lo que valía hace
apenas tres meses. En la bolsa de Chicago el precio de un
bushel (25.401 kilogramos) de maíz alcanzó 6.37 dólares,
precio nunca antes visto. El trigo elevó su valor 130 por
ciento en un año.
Esta
escalada inflacionaria abarca muchos otros productos
agropecuarios. En México el litro de aceite subió de 6.73
pesos en enero de 2006 a 36.50 en abril de 2008, mientras el
pan de caja pasó de 13.21 pesos en enero de 2006 a 24 en
abril de este año. En casi todo el mundo han aumentado lácteos,
carnes, huevo, vegetales y frutas.
Irónicamente,
durante 2007 la producción mundial de granos aumentó 4 por
ciento en relación con 2006. La cosecha fue de 2 mil 300
millones de toneladas. Esto es un volumen tres veces mayor
al obtenido en 1961. Sin embargo, durante ese mismo lapso la
población humana se duplicó.
El problema
del hambre en el mundo no es, entonces, falta de comida,
sino que millones de seres humanos no pueden comprarla. En
contra de lo que señalan las leyes del mercado, que dicen
que si la producción aumenta los precios bajan, el costo de
los alimentos ha subido.
Parte de la
adversidad proviene de la creciente concentración monopólica
de la industria agroalimentaria mundial. El hambre de muchos
es la bonanza de pocos. En momentos de adversidad como la
actual, un puñado de empresas han visto crecer sus
ganancias de manera desorbitada.
Es el caso
de las compañías dedicadas a la fabricación de
fertilizantes. Durante 2007, Potato Corp incrementó sus
beneficios 72 por ciento respecto de 2006. Yara tuvo 44 por
ciento más utilidades. Las ganancias de Sinochem crecieron
95 por ciento, y las de Mosaic 141 por ciento.
También
las grandes comercializadoras de granos. Durante los tres
primeros meses de 2008, Cargill obtuvo beneficios 86 por
ciento mayores que durante el mismo periodo del año
anterior. En 2007, ADM tuvo ganacias 67 por ciento
superiores a las de 2006; Conagra, 30 por ciento; Bunge, 49
por ciento, y Noble Group, 92 por ciento.
Igual
suerte tienen las multinacionales procesadoras de alimentos,
como Nestlé y Unilever, y las firmas dedicadas a producir
semillas y agroquímicos, como Dupont, Monsanto y Sygenta.
(Véase, "El negocio de matar de hambre", Grain,
abril de 2008).
Los
granos de la mazorca
¿Por qué,
entonces, si el volumen de la cosecha de granos en 2007 logró
récord mundial, los precios de los alimentos se han
elevado?
Básicamente,
por la confluencia de cinco factores en el marco de la
crisis general de un modelo de producción agropecuario. Éstos
son: utilización de granos básicos para elaborar
agrocombustibles; incremento en el precio de los insumos;
efectos del calentamiento global en la agricultura; cambios
en el patrón de consumo alimentario, y la especulación en
la bolsa de valores. Todo ellos como parte de la crisis del
modelo de la agricultura industrial en grandes predios,
altamente dependiente del petróleo, basada en la lógica de
las ventajas comparativas y el libre comercio, dominante hoy
día.
En sincronía
con el aumento del precio del petróleo en el mundo, se ha
intensificado la elaboración de agrocombustibles. Más que
por el impulso del mercado, su fabricación ha crecido por
el apoyo de cuantiosos subsidios y políticas públicas
destinadas a su fomento. La Unión Europea acordó como
obligación para 2010 que 5.75 por ciento del transporte se
base en bioetanol y biodiesel. En Estados Unidos, la
legislación prevé que en 2012 se usarán 27 mil millones
de litros de agrocombustibles. George W. Bush propuso como
meta elaborar 133 millones de litros en 2017. Para ello se
ha establecido un ambicioso programa de incentivos económicos
a los productores.
El
crecimiento de la demanda mundial de agrocombustibles ha
reducido la producción de granos, reconvertido los cultivos
en amplias superficies agrícolas y disparado los precios.
La población mundial consume directamente menos de la mitad
de los granos que se cosechan. El resto sirve para alimentar
vacas y vehículos motorizados.
El
incremento en el precio del petróleo ha subido los costos
de producción agrícola. El modelo preponderante es adicto
al oro negro. No puede sembrar sin él. Los fertilizantes y
parte de los agroquímicos utilizados en las cosechas son
hechos con petróleo. La maquinaria y los vehículos para
sembrar, cosechar, procesar, almacenar y transportar
necesitan combustibles y aceites provenientes de refinados
del petróleo. Parte de la energía eléctrica requerida
para extraer agua y regar los sembradíos se genera con
derivados del petróleo. Los plásticos que cubren
invernaderos y las mangueras para regar los campos son
fabricados con materias primas provenientes del petróleo.
Los materiales para envasar y el trasporte hacia los
mercados requieren derivados del petróleo. Y todos ellos
cuestan más ahora. Plásticos como el polipropileno valen
hasta 70 por ciento más que en 2003.
El modelo
agrícola industrial preponderante es parcialmente causante
del cambio climático. Ahora, esa transformación ha
dislocado la agricultura mundial. La tradicional
incertidumbre del sector es mucho mayor. El uso excesivo de
fertilizantes, la degradación de suelos, la reconversión
de terrenos antes forestales y la ganadería han convertido
la agricultura en uno de los mayores productores de gases de
efecto invernadero. Según el informe Stern, la suma de
producción agrícola, cambio de uso del suelo, producción
y comercialización de insumos y fabricación de equipos e
implementos agropecuarios, son responsables de 41 por ciento
del total de gas carbónico que se emite en el mundo.
El clima ha
enloquecido y arrastrado la vida rural. La sequía en
Australia devastó las siembras de trigo, y las
exportaciones cayeron más de 20 por ciento. Canadá,
segundo productor mundial después de Estados Unidos, va a
tener la producción más pequeña en cinco años. En Kansas
se sufrieron nevadas. En China, el calentamiento global
acortará el periodo de crecimiento de los cereales y las
semillas no tendrán tiempo de madurar. Además, las
recientes inundaciones destruyeron 5.5 millones de hectáreas
de trigo y colza. Sequías y lluvias amenazan con derrumbar
las cosechas por doquier.
El
crecimiento económico en países como India y China ha
modificado la pauta de consumo alimentario de millones de
personas. Hoy comen más, mejor y otro tipo de productos.
Por ejemplo, el consumo de carne de vacuno ha aumentado.
Pero para producir un kilo de carne de res en pie se
necesitan ocho kilos de cereales. Un kilo de carne
comestible requiere el doble de cereales. Así, detrás de
los millones de hamburguesas que se consumen en el mundo hay
más y más sembradíos de granos y oleaginosas para
engordar vacas.
El mercado
agrícola ha entrado en la órbita financiera. La comida
forma parte del casino de la especulación financiera. Ante
la crisis de las hipotecas, la debilidad del dólar y la
recesión en Estados Unidos, los fondos de inversión se han
trasladado al lucrativo negocio del hambre. La comida se ha
convertido –mucho más de lo que ya era– en bien para
especular. Durante 2007, dichos fondos invirtieron 175 mil
millones de dólares en el mercado de futuros (contratos que
obligan a comprar o vender una mercancía a un precio y un
plazo determinados). Actualmente dominan 40 por ciento de
los contratos en la bolsa de valores de Chicago, proporción
sin precedente. La compra de soya en ese terreno pasó de 10
millones de toneladas en marzo de 2007 a 21 millones el
mismo mes de este año.
Un
modelo en crisis
La producción
de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados Unidos
ha aceitado desde hace décadas. Guerra, alimentos y
derechos de propiedad intelectual están estrechamente
vinculados con la estrategia económica de la Casa Blanca
desde los años 70. Desarrollo de la industria militar,
producción masiva de granos y patentes han sido pilares de
la hegemonía estadunidense en la economía mundial.
La comida
es un instrumento de presión imperial. John Block,
secretario de Agricultura entre 1981 y 1985, afirmó:
"El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo
por volverse autosuficientes en la producción de alimentos
debe ser un recuerdo de épocas pasadas. Éstos podrían
ahorrar dinero importando alimentos de Estados Unidos".
Los
productos agrícolas made in USA son una de las principales
mercancías de exportación de ese país. Con su mercado
interno saturado está empujando, agresivamente, para abrir
las fronteras a sus alimentos. Una de cada tres hectáreas
se destina a cultivar productos agropecuarios para exportación.
Una cuarta parte del comercio rural la realiza con otros países.
Si hasta antes de 1973 los ingresos por las ventas de este
sector al exterior fluctuaban alrededor de 10 mil millones
de dólares cada año, a partir de entonces aumentan en un
promedio anual de 60 mil millones. El éxito se basó, en
mucho, en la combinación de apoyos gubernamentales a la
producción y al producto, para derrumbar los precios por
debajo de los costos de producción, así como en abundantes
subsidios a la exportación.
El
presidente George W. Bush lo ratificó al firmar la Ley de
Seguridad para las Granjas e Inversión Rural de 2002.
"Los estadunidenses –dijo– no pueden comer todo lo
que los agricultores y rancheros del país producen. Por
ello tiene sentido exportar más alimentos. Hoy, 25 por
ciento de los ingresos agrícolas estadunidenses provienen
de exportaciones, lo cual significa que el acceso a los
mercados exteriores es crucial para la sobrevivencia de
nuestros agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo tan
sencillo como puedo: nosotros queremos vender nuestro
ganado, maíz y frijoles a la gente en el mundo que necesita
comer."
Sistemáticamente,
los organismos financieros multilaterales han promovido la
destrucción de la producción agrícola local y la
importación de alimentos de las naciones más pobres. El 70
por ciento de los países en desarrollo son ahora
importadores netos de alimentos. Sus habitantes viven el
asesinato silencioso en masa de esta guerra no declarada.
Aunque los
springbreakers del libre comercio, como Robert Zoellick,
presidente del Banco Mundial, insisten en que para superar
la crisis hay que hacer más de lo mismo, esto es,
liberalizar los mercados, desregular la economía,
desarrollar nueva tecnología y dar ayuda alimentaria, el
modelo de agricultura industrial y ventajas comparativas
comienza a cuartearse. Los estados se han decidido a
intervenir en la economía.
Según
Economist Intelligence Unit (La Jornada, 29/4/08), "de
58 países cuyas reacciones son seguidas por el Banco
Mundial, 48 han impuesto controles, subsidios al consumidor,
restricciones a la exportación o aranceles
inferiores". Malawi ha desafiado con éxito el Consenso
de Washington y se ha convertido en exportador de granos.
A finales
de febrero el presidente Evo Morales aprobó un decreto que
prohíbe temporalmente la exportación de varios alimentos,
como carne de res y arroz, debido a la escasez en el
mercado. La medida también afecta al trigo, el maíz, el azúcar
y los aceites comestibles, que Bolivia exportaba a naciones
vecinas, cuya carestía en el mercado local disparó los
precios. Según el mandatario boliviano, "en la
vivencia familiar, cuando sobran nuestros productos, tenemos
todo el derecho a vender y exportar; si faltan, estamos en
la obligación de garantizar la alimentación
familiar".
Quince países
latinoamericanos acordaron en la Cumbre sobre Soberanía y
Seguridad Alimentaria declarar la emergencia. Nicolás
Maduro, canciller venezolano, propuso crear un "fondo
agrícola–petrolero" y un banco latinoamericano de
productos agropecuarios. Los gobiernos centroamericanos están
desembolsando dinero en efectivo, dando fertilizantes y
semillas mejoradas, comprando granos a los campesinos para
evitar que los altos precios terminen hundiendo en la
miseria a millones de personas.
India ha
prohibido que arroz, trigo, garbanzos, papas, caucho y
aceite de soya coticen en el mercado de futuros. Rusia ha
congelado precios de leche, huevos, aceite y pan. El
gobierno chileno entregará un bono equivalente a unos 45.5
dólares a un millón 400 mil familias pobres. Indonesia ha
triplicado sus subsidios a los alimentos.
La
superficie agrícola llegó, en lo esencial, a su límite.
El modelo de revolución verde de los 60 ha alcanzado un
tope. Entre los 70 y 90, los rendimientos agrícolas
crecieron a un ritmo de 2.2 por ciento al año. Sin embargo,
ahora aumentan a una tasa de uno por ciento anual. No hay
tierra agrícola suficiente para producir simultáneamente
granos para la alimentación humana y para "dar de
comer" a los automóviles. Es falso que transgénicos
vayan a resolver esa crisis; por el contrario, la agravarán.
Para los
pobres del mundo, las noticias no son buenas. El futuro
inmediato será de penuria alimentaria y altos precios. No
hay perspectiva de comida barata.
El
asesinato silencioso en masa que viven hoy las naciones no
desarrolladas y sus pueblos debe ser detenido. Ello sólo
será posible cambiando drásticamente el actual sistema
agroalimentario. La solución al problema está en manos de
450 millones de campesinos minifundistas, a los que, por
todos los medios, se ha tratado de expulsar de sus parcelas.
Tres cuartas partes de los pobres del mundo sobreviven de la
agricultura, y 95 por ciento de los campesinos habitan en países
pobres. Es a ellos a quienes debe apoyarse.
También
deben impulsarse políticas públicas que defiendan la
soberanía alimentaria de las naciones. Cuando sea
necesario, los gobiernos deben tener el derecho a cerrar sus
fronteras para defender su producción interna, a apoyar a
sus productores con los estímulos que consideren
convenientes. Hoy, más que nunca, la agricultura debe estar
fuera de la Organización Mundial del Comercio.
Como lo
saben quienes han vivido guerras, la mayor debilidad de una
nación es depender de otras para alimentar a sus
ciudadanos. La comida más cara es la que no se tiene.
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