Distracciones
Por
Juan Gelman
Rodela.net,
08/06/08
Se
dijo de todo para explicar la crisis alimentaria que amenaza
con elevar ya a casi mil millones el número de quienes se
mueren de hambre en el planeta. Sucedió en la reunión
realizada en la sede de la FAO en Roma, que terminó este
jueves y en la que 193 naciones del mundo lanzaron gritos de
alarma ante lo que se viene. En realidad ya vino, pero hace
más de 20 años que los gestores del mundo globalizado
globalizan sistemáticamente el hambre y al parecer se
distrajeron. En las reuniones de los países más
industrializados, los del grupo G–8, el tema del hambre
apenas merecía una mención trivial. Hoy causa un repentino
nerviosismo y Ban Ki–Moon, secretario general de la ONU,
fue claro en las razones: “No podemos fracasar (en
resolver el problema). Es una lucha que no podemos perder;
el hambre crea inestabilidad y tenemos que reaccionar unidos
e inmediatamente”. No hay compasión, hay miedo.
En
2007, el precio del arroz, los frijoles y la fruta subió un
45 por ciento en el mercado interno de Haití y a fines de
marzo pasado se elevó la espiral. El 3 de abril, en la
ciudad portuaria de Les Cayes, más de tres mil
manifestantes levantaron barricadas en las calles,
bloquearon a los camiones que transportaban arroz,
distribuyeron el producto y trataron luego de incendiar una
instalación de las fuerzas de paz de la ONU a cargo de
tropas uruguayas que abrieron fuego contra la multitud.
Resultado: cuatro muertos y 20 heridos (news.bbc.co.uk,
5–4–08). Las protestas se extendieron a la capital,
Port–au–Prince, donde miles de personas marcharon hacia
el palacio presidencial al grito de “¡Tenemos hambre!”,
exigieron la retirada de las fuerzas de la ONU y el regreso
del presidente Jean–Bertrand Aristide, que un golpe de
Estado marca USA derrocó en 2004. El primer ministro
Jacques Edouard Alexis aclaró las cosas: era una
manifestación infiltrada por narcos y otros
contrabandistas. El precio del arroz no estuvo allí.
Hubo
de lo mismo en más de 20 países del llamado Tercer Mundo.
A fines de 2007, la policía de Dakar no vaciló en apalear
y gasear a miles de senegaleses que reclamaban comida. En
febrero de este año, los sindicatos y pequeños
comerciantes de Burkina Faso realizaron una huelga de dos días
exigiendo la rebaja del precio del arroz y de otros
alimentos, que habían aumentado del 10 al 65 por ciento
(www.irinnews.org, 22–2–08).
Más
de 100 detenidos, claro. En Bangladesh, unos 20 mil obreros
textiles de Fatullah, localidad cercana a Dhaka, la capital,
fueron a la huelga por mayores salarios en abril: la bolsa
de dos kilos de arroz equivale a medio día de salario. Casi
contemporáneamente, y por la misma demanda, fueron
reprimidos los trabajadores del complejo textil de Mahalla,
en el delta del Nilo: el gobierno egipcio envió miles de
tropas para impedir la huelga, hubo dos muertos y alrededor
de 600 detenidos. La lista sigue.
En
Costa de Marfil; Pakistán, Tailandia, Camboya, Etiopía, Níger,
Perú, Honduras, Zambia y otros se presenciaron –y
reprimieron– movimientos semejantes. El FMI, que tanto
contribuye a esta grave crisis imponiendo “reformas
estructurales” a los países pobres, parece algo asustado:
su director ejecutivo, Dominique Strauss–Kahn, advirtió a
los gobiernos que “verán la destrucción de todo lo que
hicieron y también de su legitimidad ante la población. De
modo que no se trata sólo una cuestión humanitaria
–agregó sin reparo alguno–, tampoco sólo de una cuestión
económica, es además una cuestión de democracia”, es
decir, de mantener el sistema que hambrea (ifm.org,
12–4–08). Como dijera Elías Antonio Saca, presidente de
El Salvador, país que también sufre lo suyo: “Es una
tormenta escandalosa que se puede convertir en huracán y
trastornar nuestras economías y también la estabilidad de
nuestros países” (International Herald Tribune,
18–4–08). Estabilidad, palabra santa.
Hay
2600 millones de personas en el mundo que ganan menos de dos
dólares por día y alimentarse les comería, según el país,
hasta el 80 por ciento de sus ingresos. De manera que no
comen o comen de manera insuficiente, su rebeldía es
concreta como una piedra y los enormes intereses que manejan
el precio de los cereales conocen el temor: “La idea de
que las masas hambrientas, llevadas por su desesperación,
tomaran las calles para derribar al ancien régime parecía
definitivamente exótica dado que el capitalismo triunfó de
manera terminante en la Guerra Fría”, señala el conocido
periodista Tony Karon en “Cómo el hambre puede derrocar
regímenes” (Time, 11–4–08). Y agrega: “Sin embargo,
los titulares del mes pasado sugieren que el abrupto aumento
del precio de los comestibles amenaza la estabilidad de un número
creciente de gobiernos en todo el mundo... cuando las
circunstancias tornan imposible alimentar a los hijos,
ciudadanos normalmente pasivos pueden convertirse rápidamente
en militantes que no tienen nada que perder”. En efecto,
el hambre es una forma aguda de terrorismo.
|