Destruyendo
la agricultura africana
Por
Walden Bello (*)
Global Research, 05/06/08
Rebelión, 24/06/08
Traducido
por Jesús María y
Mariola García Pedrajas (**)
La
producción de biocombustibles es ciertamente uno de los
culpables de la actual crisis global de alimentos. Pero
mientras que el desvío de cereales de su uso como alimentos
a la producción de biocombustibles ha sido uno de los
factores que han disparado los precios de los alimentos, el
problema primordial ha sido la conversión de economías en
su mayor parte autosuficientes en el sector alimentario en
importadores crónicos de alimentos. En este tema, el Banco
Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), y el la
Organización Mundial del Comercio (OMC) figuran como los
principales villanos.
Ya
sea en Latinoamérica, Asia, o África, la historia ha sido
la misma: desestabilización de los productores locales por
una embestida tras otra de los programas de ajuste
estructural del FMI–Banco Mundial que destruyeron las
inversiones gubernamentales en el campo, seguida por un
masiva afluencia de importaciones de productos agrícolas
subsidiados de la Unión Europea y Estados Unidos, después
de que el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC se
entrometiera en los mercados.
La
agricultura africana es un caso de estudio de cómo políticas
económicas doctrinarias que sirven intereses corporativos
pueden destruir la base productora de todo un continente.
De
exportadores a importadores
En
la época de la descolonización en los años 60, África no
es que fuera autosuficiente en la producción de alimentos,
es que era un exportador neto de alimentos, el valor
promedio de sus exportaciones era de 1,3 millones de
toneladas por año entre 1966 y 1970. Hoy, el continente
importa el 25% de sus alimentos, siendo casi todos sus países
importadores netos de los mismos. Las hambrunas se han
convertido en un fenómeno recurrente, sólo en los últimos
tres años se han producido emergencias alimentarias en el
Cuerno de África, el Sahel, África del sur y África
central.
La
agricultura sufre una crisis profunda, y sus causas son
muchas, entre las que se incluyen guerras civiles y la
difusión del SIDA. Sin embargo, un hecho fundamental que
dio origen a esta situación fue la retirada paulatina de
los controles gubernamentales y mecanismos de apoyo debido a
los programas de ajustes estructurales a los cuales la mayoría
de los países africanos fueron sometidos como el resultado
del precio que tuvieron que pagar para obtener asistencia
del FMI y el Banco Mundial para hacer frente a sus deudas
externas.
En
vez de disparar una virtuosa espiral de crecimiento y
prosperidad, los ajustes estructurales llevaron a África a
un descenso en las inversiones, incremento del desempleo,
reducciones en el gasto social, reducción del consumo, y
bajo rendimiento, todo combinado para crear un círculo
vicioso de estancamiento y deterioro económico.
Levantar
el control de precios de los fertilizantes a la vez que se
reducía el sistema de créditos para la agricultura,
simplemente llevó a la reducción de solicitudes de
subvenciones, reducciones en la producción, y reducciones
en las inversiones. No hace falta ser economista para
predecir este resultado, el cual fue eliminado por los
paradigmas del libre mercado del FMI y el Banco Mundial. Lo
que es más, la realidad se negó a ajustarse a las
esperanzas doctrinarias de que la retirada del estado
pavimentaría el camino para que el sector privado y el
mercado dinamizaran la agricultura. En vez de eso, el sector
privado creyó que la reducción del gasto del estado crearía
más riesgo y falló en la posibilidad de ser una
alternativa. En un país tras otro, las predicciones de la
doctrina neoliberal produjeron justo lo contrario: la
retirada del estado “espantó” más que “atrajo” la
inversión privada. En aquellos casos en los que empresarios
privados vinieron a reemplazar al estado, como hace notar un
informe de Oxfam, “lo han hecho algunas veces en
condiciones altamente desfavorables para los agricultores
pobres,” dejando “más inseguridad alimentaria para los
agricultores, y dependencia de los gobiernos de flujos
inciertos de ayuda.” El generalmente pro sector privado
Economist estaba de acuerdo, admitiendo que “muchas de las
firmas privadas traídas para reemplazar los investigadores
del estado resultaron ser monopolistas buscando
beneficios.”
El
poco apoyo que se le permitió ofrecer al gobierno fue
encauzado por el Banco Mundial hacia la generación de
productos agrícolas para la exportación, para generar
divisas que el estado necesitaba para hacer frente a su
deuda con el Banco Mundial y el FMI. Pero, como ocurrió en
Etiopía durante la hambruna de principio de los 80, esto
llevó al uso de buenas tierras de cultivo para cultivos
dedicados a la exportación, mientras que los cultivos
dedicados a alimentos básicos se relegaron a suelos cada
vez menos adecuados, lo que exacerbó la inseguridad
alimentaria. Lo que es más, el hecho de que el Banco
Mundial animara a varios países cuyas economías estaban
sufriendo ajustes a concentrarse en la producción de los
mismos cultivos para la exportación llevó a una
sobreproducción que colapsó los precios en los mercados
internacionales. Por ejemplo, el éxito mismo del programa
de Ghana para expandir la producción de cacao disparó una
caída del 48% en el precio internacional del cacao entre
1986 y 1989, amenazando con, como lo expresó un informe,
“incrementar la vulnerabilidad de la economía entera a
los caprichos del mercado del cacao.” En 2002–2003, un
colapso en los precios del café contribuyó a otra
emergencia alimentaria en Etiopía.
Lo
mismo que en muchas otras regiones, el ajuste estructural en
África no significó simplemente bajada de las inversiones,
sino la ausencia de las mismas. Pero hubo una gran
diferencia. En América Latina y Asia, el Banco Mundial y el
FMI se limitaron en la mayoría de los casos a la
macroeconomía, o a la supervisión del desmantelamiento del
papel económico del estado desde arriba. Estas
instituciones dejaron los sucios detalles de la implementación
de estas políticas a las burocracias del estado. En África,
donde trataban con gobiernos muchos más débiles, el Banco
Mundial y FMI gestionaron aspectos de la microeconomía con
decisiones tales como la rapidez con la que los subsidios
debían ser eliminados, cuantos funcionarios tenían que ser
despedidos, o incluso, como en el caso de Malawi, que parte
de la reserva de cereales del país debería ser vendida y a
quien. En otras palabras, los procónsules residentes del
Banco Mundial y el FMI se metieron en las mismas entrañas
de la implicación del estado en la economía agrícola para
hacerla pedazos.
El
papel del comercio
El
impacto negativo de los programas de ajuste se agravó con
prácticas comerciales injustas por parte de la Unión
Europea y Estados Unidos. La liberalización de los mercados
permitió la entrada de ternera barata subsidiada de la Unión
Europea en África occidental y del sur, llevando a los
productores a la ruina. Con sus subsidios legalizadoss por
el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC, los productores de
algodón de Estados Unidos inundaron de algodón los
mercados mundiales a un precio del 20–55% del coste de la
producción, llevando de paso a la bancarrota a los
productores de algodón de África occidental y central.
Estos
sombríos resultados no fueron accidentales. Como lo expresó
el entonces Secretario de Agricultura de Estados Unidos John
Block al inicio de la Ronda de Uruguay de negociaciones
comerciales en 1986, “la idea de que países en vías de
desarrollo deberían alimentarse a si mismos es un
anacronismo de una era pasada. Podrían asegurar mejor su
seguridad alimentaria confiando en los productos agrícolas
de Estados Unidos, los cuales están disponibles, en muchos
casos a costes más bajos.”
Lo
que Block no dijo fue que el coste más bajo de los
productos de Estados Unidos se debía a los subsidios que se
estaban volviendo mayores cada año, a pesar de que la OMC
se suponía que tenía que retirar paulatinamente cualquier
tipo de subsidio. De los 367.000 millones de dólares en
1995, el primer año de la OMC, la cantidad total de
subsidios a la agricultura proporcionados por los gobiernos
de los países desarrollados subió a 388.000 millones en
2004. Los subsidios suponen actualmente el 40% del valor de
la producción agrícola en la Unión Europea y el 25% en
Estados Unidos.
Las
consecuencias sociales de los ajustes estructurales que
tiraron a la basura el sistema agrícola eran predecibles.
Según Oxfam, el número de africanos que viven con menos de
un dólar al día se duplicó a 313 millones de personas
entre 1981 y 2001, esto supone un 46% de todo el continente.
El papel de los ajustes estructurales en la creación de
pobreza, así como en debilitar severamente la base agrícola
del continente y consolidar la dependencia de las
importaciones, era difícil de negar. Como admitió el
economista jefe para África del Banco Mundial, “No
pensamos que el coste humano de estos programas podía ser
tan alto, y las ganancias económicas tan lentas en
llegar.”
Esto
fue, sin embargo, un raro momento de ternura. Lo que era
especialmente inquietante es que, como lo hizo notar el
profesor de economía política de Oxford Ngaire Woods,
“la aparente ceguera del Banco Mundial y el FMI al fallo
de su política en el África sub–sahariana persiste aún
cuando los propios estudios de estas instituciones no
consiguen mostrar efectos positivos en las inversiones.”
El
caso de Malawi
Esta
testarudez llevó la tragedia a Malawi. Fue una tragedia
precedida por el éxito. En 1998 y 1999, el gobierno inició
un programa para dar a cada familia minifundista un
“paquete de arranque” de fertilizantes y semillas
gratis. A esto le siguieron varios años de experimentación
exitosa en los que los paquetes se distribuyeron solamente a
las familias más pobres. El resultado fue un excedente
nacional de cereales. Lo que vino después, sin embargo, es
una historia que se consagrará como un caso clásico de
estudio en los libros futuros sobre los diez errores
garrafales de la economía neoliberal.
El
Banco Mundial y los donantes de ayuda forzaron a una drástica
reducción y finalmente la eliminación total de este
programa, argumentando que los subsidios distorsionaban el
mercado. Sin los paquetes gratis, la producción de
alimentos cayó en picado. Mientras tanto, el FMI insistió
en que el gobierno vendiera una gran parte de sus reservas
estratégicas de cereales para permitir a la agencia de
reserva de alimentos pagar sus deudas comerciales. El
gobierno accedió. Cuando la crisis en la producción de
alimentos se convirtió en una hambruna en 2001–2002,
apenas quedaba ninguna reserva para llevar urgentemente a
las zonas rurales. Unas 1,500 personas perecieron. El FMI,
sin embargo, no mostró ningún arrepentimiento; de hecho,
suspendió sus pagos del programa de ajuste al gobierno con
el argumento de que “el sector paraestatal continuará
suponiendo un riesgo a la implementación con éxito del
presupuesto 2002/2003. Las intervenciones del gobierno en
los mercados alimentarios y otros mercados agrícola…ahuyentan
un gasto más productivo.”
Cuando
una crisis de alimentos aún mayor se desarrolló en 2005,
el gobierno finalmente se hartó de la estupidez
institucionalizada del Banco Mundial y el FMI. Un nuevo
presidente introdujo de nuevo el programa de subsidio a los
fertilizantes, permitiendo a dos millones de minifundistas
comprar fertilizantes a un tercio de su precio de venta al público
y semillas con descuentos. El resultado: cosechas
extraordinarias durante dos años seguidos, un excedente de
un millón de toneladas de maíz, y el país transformado en
un suministrador de cereales a otros países de África del
sur.
Pero
el Banco Mundial, como su agencia hermana, aún se agarró
tozudamente a su desacreditada doctrina. Como el director
del Banco Mundial le dijo al Toronto Globe and Mail,
“Todos esos agricultores que mendigaron, pidieron
prestados y robaron para comprar fertilizantes extra el año
pasado están ahora examinando su decisión y pensándoselo
dos veces. Mientras más bajo sea el precio del maíz, mejor
para la seguridad alimentaria pero peor para el desarrollo
del mercado.”
Huyendo
del fracaso
El
desafío de Malawi al Banco Mundial hubiera sido
probablemente un acto heroico de resistencia pero inútil
hace una década. El ambiente es distinto ahora. Debido a la
ausencia de ningún caso claro de éxito, los ajusten
estructurales han sido desacreditados en toda África.
Incluso algunos gobiernos donadores que en su día
subscribieron su política se han distanciado ahora del
Banco Mundial, el caso más prominente es el de la agencia
oficial de ayuda Británica que co–financió el último
programa de fertilizantes subsidiados de Malawi. Tal vez la
motivación de estas instituciones es prevenir una mayor
erosión de su menguante influencia en el continente por su
asociación con políticas fallidas e instituciones
impopulares. Al mismo tiempo, están ciertamente al
corriente de que la ayuda china está emergiendo como una
alternativa a los condicionamientos del Banco Mundial, el
FMI, y los programas de ayuda de los gobiernos occidentales.
Más
allá de África, incluso antiguos partidarios de los
ajustes, como el Instituto Internacional de Investigación
en Política Alimentaria (Internacional Food Policy Research
Institute, IFPRI) en Washington y el rabiosamente neoliberal
Economist reconocieron que la abdicación del estado en
temas de agricultura fue un error. En un comentario reciente
sobre el aumento de los precios de los alimentos, IFPRI
afirmó que “las inversiones en el medio rural han sido
gravemente descuidadas en las últimas décadas,” y dice
que es la hora de que “los gobiernos de los países en vías
de desarrollo incrementen sus inversiones a medio y largo
plazo en investigación agraria y su transferencia,
infraestructura rural, y el acceso a los mercados para los
pequeños agricultores.” Al mismo tiempo, la adherencia
del Banco Mundial y el FMI al libre mercado fue atacada
desde el corazón mismo del stablishement económico, con un
comité de luminarias encabezado por el profesor de la
Universidad de Princeton ,Angus Deaton, acusando al
departamento de investigación del Banco Mundial de ser
parcial y “selectivo” en sus investigaciones y
presentación de datos. Como dice el dicho el éxito tiene
un millar de padres y el fracaso es huérfano.
Incapaz
de negar lo obvio, el Banco Mundial finalmente ha reconocido
que todo el proyecto de ajustes estructurales fue un error,
aunque coló esta concesión en medio del Informe del
Desarrollo Mundial de 2008, tal vez con la esperanza de que
no atraería demasiada atención. No obstante, fue una
admisión irrefutable:
“El
ajuste estructural de los 80 desmanteló el elaborado
sistema de agencias públicas que proporcionaban a los
agricultores acceso a la tierra, créditos, seguros, y
organización cooperativa. La expectativa era que eliminando
el estado se liberaría el mercado para que actores privados
tomaran estas funciones–reduciendo los costes, mejorando
la calidad de los servicios y eliminando el sesgo regresivo.
Con demasiada frecuencia, eso no ocurrió. En algunos
lugares, la retirada del estado fue solo provisional en el
mejor de los casos, lo que limitó la entrada privada. En el
resto de los lugares el sector privado apareció solo
lentamente y su acción fue parcial, sirviendo
principalmente a los empresarios agrícolas pero dejando a
los minifundistas expuestos a extensos fallos del mercado,
altos costes y riesgos en las transacciones, y carencias en
los servicios. Mercados incompletos y brechas
institucionales impusieron costes enormes sobre el
crecimiento asumido y pérdidas de asistencia pública para
los minifundistas, amenazando su competitividad y, en muchos
casos, su supervivencia”.
En
suma, la producción de biocombustibles no creó sino que
exacerbó la crisis alimentaria global. La crisis se ha
venido fraguando durante años, mientras que las políticas
promovidas por el Banco Mundial, el FMI, y la OMC, disuadían
de forma sistemática la autosuficiencia alimentaria y
animaban a la importación de alimentos mediante la
destrucción de la base local productiva de la agricultura
de pequeños propietarios. En toda África y en el Sur
global, estas instituciones y las políticas que han
promovido están hoy en día totalmente desacreditadas. Pero
aún está por verse si el daño que han causado puede
remediarse con el tiempo suficiente para impedir
consecuencias más catastróficas que las que estamos
experimentando actualmente.
(*)
Walden Bello, miembro del Transnational Institute, es
presidente de Freedom from Debt Coalition y analista senior
en Focus on the Global South.
(**)
Jesus María y Mariola García Pedrajas son colaboradores de
Rebelión.
Notas:
1. Charles Abugre, “Behind Crowded Shelves: As
Assessment of Ghana´s Structural Adjustment Experiences,
1983–1991,” (San Francisco: food First, 1993), p. 87.
2. “Trade Talks Round Going Nowhere sans Progress in
Farm Reform,” Business World (Phil), Sept. 8, 2003, p. 15.
3. Citado en “Cakes and Caviar: the Dunkel Draft and
Third World Agriculture,” Ecologist, Vol. 23, No. 6
(Nov–Dic 1993), p. 220
4. Morris Miller, Debt and the Environment: Converging
Crisis (New York: UN, 1991), p. 70.
5. Ngaire Woods, The Globalizers: the IMF, the World
Bank, and their Borrowers (Thaca: Cornell University Press,
2006), p. 158.
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