Entrevista a Michael Hudson (*)
El fondo político de la actual crisis
económica
Por
Mike Whitney
Counterpunch, 01/07/08
Sin Permiso, 08/07/08
Traducción de Ricardo Timón
Mike Whitney entrevistó la semana
pasada al economista Michael Hudson sobre la crisis económica
en EEUU. Profundo científicamente, político de cabo a rabo
y, como siempre, expedito y original en su forma de
argumentar, el respetado experto en mercados financieros y
política fiscal ofrece un análisis económico–político
tan claro como aleccionador de las causas de fondo de la
actual crisis económica.
Mike Whitney: Antes de que John Kennedy
tomara posesión del cargo, quienes
tenían ingresos superiores a los 200.000
dólares estaban fiscalmente sometidos a unos tipos
marginales del 93%. Las corporaciones empresariales también
pagaban un porcentaje mucho mayor que hoy de la carga fiscal
total. Las tasas fiscales mucho más elevadas que pesaban
sobre los ricos jamás perjudicaron al PIB, que se mantuvo año
tras año con un crecimiento por encima del 4%, y las clases
medias florecieron de una manera que no tenía precedentes
en la historia universal. ¿Por qué no regresamos a las políticas
"redistributivas" que tan bien funcionaron en el
pasado? ¿Cree usted que la "fiscalidad positiva"
es crucial para mantener la democracia y establecer una
mayor igualdad entre la gente?
Michael Hudson; Yo creo que su pregunta contempla
el problema fiscal de una forma demasiado estrecha. Lo que
está en cuestión no es simplemente la dimensión de la
tasa impositiva sobre los ingresos gravados fiscalmente, que
ahora mismo no son sino, sobre todo, los de origen salarial,
seguidos de los que dimanan de los beneficios. Los
economistas clásicos se centraron, lo primero, y por encima
de todo, en la cuestión de qué debía ser objeto de
cargas fiscales. Desde los fisiócratas, pasando por
Adam Smith y John Stuart Mill hasta los socialistas como
Ferdinand Lasalle y los reformadores de la Era Progresista
norteamericana, todos concluyeron que la fuente fiscal
principal tenía que proceder del ingreso no ganado,
definido como renta de la tierra, renta monopólica, otras
formas de renta económica (ingresos obtenidos sin desempeñar
el necesario papel en la producción) y las ganancias de
capital obtenidas a partir de esos activos generadores de
renta, señaladamente tierras.
Tal como están ahora las cosas, usted podría elevar los
tipos fiscales marginales sobre el ingreso al 100%, y seguiría
sin tocar siquiera el flujo de dinero procedente de las
rentas de los bienes raíces, de los monopolios y de las
transnacionales, que se sirven, todos, del mecanismo de
transferencia de precios para manipular sus declaraciones de
ingresos y de gastos, a fin de demostrar que no tienen ningún
tipo de ingreso fiscalmente gravable. De modo que la primera
cuestión que debería ocuparnos es la de qué tipo de renta
debe gravarse fiscalmente. Poseer una propiedad rentista
sobre un bien raíz es como poseer un pozo de petróleo en
la época de la depletion allowance (1). Además
de computar el interés como un gasto fiscalmente deducible
(y no como una elección financiera), los propietarios
pretenden que sus edificios se están deteriorando, a pesar
del hecho de que los precios de la propiedad casi no han
dejado de crecer.
Así que, la mayoría de los años, no se declara ingreso
imponible alguno. Los propietarios de bienes raíces ni
siquiera tienen que pagar
un impuesto por las ganancias de capital (lo que Mill
llamó el incremento no ganado que se produce cuando se usan
los recursos generados por las ventas para comprar
ulteriores activos). Y eso es justamente lo que hace la gran
mayoría de los poseedores de riqueza. Comercian y acumulan,
libres de impuestos. La situación es muy parecida a la de
las compañías que caen bajo la toma de control de los
profesionales del asalto financiero a las corporaciones
empresariales. Pagar intereses a los tenedores de bonos
basura absorbe lo que antes eran ingresos imponibles pagados
como dividendos. Esto es lo que realmente está desarbolando
al sistema fiscal estadounidense y desindustrializando a
nuestra economía.
Cuando Kennedy llegó a presidente, una de las primeras
cosas que hizo fue aprobar una ley de crédito fiscal a la
inversión (la Tax Investment Credit) . Eso dio a las compañías
industriales un crédito para hacer inversiones tangibles de
capital. Los bienes raíces se subieron también al carro,
pero la idea era usar el sistema fiscal para incentivar la
inversión y el empleo, a fin de mantener a los EEUU en el
camino de la industrialización.
Volvamos rápidamente a nuestros días. El sistema fiscal
favorece la ganancia especulativa y a la propiedad
absentista. Parecerá una ironía, pero la gente realmente
rica prefiere no tener ingreso alguno. Prefieren centrarse
en los retornos totales, que les llegan en forma de
ganancias de capital. Por eso los milmillonarios de los
fondos hedge pagan muchos menos impuestos que sus
secretarias. El de los bienes raíces es ahora el sector más
grande de nuestra economía –el grueso de su precio de
mercado dimana del valor de su emplazamiento—, no la
industria u otros medios de producción. Dados los
resquicios fiscales existentes, yo preferiría no gravar
fiscalmente los beneficios empresariales, o incluso no
gravar fiscalmente ningún tipo de ingreso, si el gobierno
pudiera convertir en su fuente de recursos fiscales la
actual barra libre de la renta económica. Así pues, la
discusión sobre qué hay que gravar fiscalmente debe
ser previa a la discusión sobre el nivel de presión fiscal
que hay que ejercer sobre el magro ingreso procedente del
sector FIRE ([inanzas, seguros y bienes raíces, por sus
siglas en inglés; T.] que los ricos están obligados a
declarar.
Tal vez la mejor forma de categorizar el asunto sea
llamar a esa discusión el debate de la reindustrialización.
Huelga decir que, cuanto más regresivo es el sistema
fiscal, mayores serán la pobreza y la desigualdad. Y como
dijo Aristóteles, la democracia es la etapa política que
precede inmediatamente a la oligarquía. En esa dirección
está evolucionando ahora la economía.
Mike Whitney: ¿Por qué los Demócratas
tienen tanta aprensión a fiscalizar a la gente que más se
ha beneficiado de nuestro sistema? ¿Ve usted algún signo
de que los liberales de izquierda se sumen a la lucha contra
los ideólogos de extrema derecha que han dominado el debate
económico en los últimos 30 años?
Michael Hudson; La explicación más expedita de
que los Demócratas no hayan gravado fiscalmente la riqueza
la ofrece el poder de los lobistas, mercenarios de intereses
particulares, y el poder de los think tanks,
empleados por aquéllos para promover una teoría económica
basura. La mayor parte de la riqueza se obtiene hoy mediante
privilegios fiscales especiales, y el sector financiero es
el mayor contribuyente a las campañas políticas, seguido
del sector de los bienes raíces. Los Demócratas se han
afianzado, tradicionalmente, en las grandes ciudades. Y como
dijo en su día Thorstein Veblen en Absentee Ownership [La
propiedad absentista], la política urbana es,
substancialmente, un proyecto de promoción de los bienes raíces.
Hace un siglo, la cuestión fiscal estaba en primera línea
de la política norteamericana. Los reformadores lucharon
vigorosamente a favor de una legislación fiscal que gravara
los ingresos: exactamente lo opuesto al intento actual de
abolirla. La razón era que el primer impuesto sobre el
ingreso caía principalmente sobre los ricos, y señaladamente,
sobre los bienes raíces, la minería y los monopolios, que
eran entonces, exactamente igual que ahora, las fuentes
principales de riqueza.
El problema de fondo es que se carece de una filosofía
económica capaz de aclarar cómo funciona la economía como
un sistema de conjunto. Sin distinguir qué tipo de inversión
y qué tipo de actividades en pos de la riqueza queremos, es
harto difícil definir una política fiscal. La idea de una
tasa fiscal plana, por ejemplo, es que todos los ingresos
son igualmente valiosos, con la cautela de que la tasa plana
evita incluir la fiscalización de la propiedad y de los
flujos de dinero del sector FIRE, al que los lobistas se las
han arreglado para que, ante la agencia fiscal
norteamericana, figure en la partida de costes. De modo que
esa idea no sólo no es axiológicamente neutral y libre de
valores, sino que es explícitamente hostil al mundo del
trabajo. La puede usted ver aplicada hoy en su forma más
pura en los países de la antigua Unión Soviética, como
los Estados bálticos.
Yo no veo que
el Congreso discuta la cuestión fiscal, salvo cuando se
presentan propuestas de recortes fiscales por parte de los
enemigos de la intervención estatal. Y no veo tampoco que
pueda iniciarse una discusión realista, hasta que no se
defina el significado preciso de una imposición fiscal
progresista. Tiene que empezarse definiendo algunos tipos de
ingresos e inversiones que son más productivos que otros.
Eso terminaría con los subsidios fiscales al apalancamiento
de deuda y a la especulación financiera.
Mike Whitney: ¿Cómo debería enfocar
Obama el asunto del "alivio de la deuda" para las
víctimas del boom inmobiliario que están ahora
mismo perdiendo sus viviendas a mansalva? Los afroamericanos
se ven particularmente golpeados por el fiasco de las
hipotecas basura. ¿Hay alguna forma de minimizar las pérdidas
de la gente que se ha visto atrapada en este timo bancario?
Michael Hudson; Los embargos de vivienda son un
problema muy viejo, así que hay un amplio repertorio de vías
para abordarlo. En mi opinión, la ley más efectiva es la
ley del estado de Nueva York sobre transmisión fraudulenta.
Ya registrada cuando Nueva York era una colonia, se mantuvo cuando Nueva York se sumó a los Estados Unidos.
El problema era entonces que los rapaces acreedores ingleses
buscaban hacerse con el rico territorio agrícola de Nueva
York. Su estratagema consistía en prestar dinero
hipotecario a granjeros que ofrecían sus tierras como
colateral de la deuda. Entonces podían ejecutar la
hipoteca, a veces, antes de que la cosecha llegara a sazón,
con lo que los granjeros carecían de liquidez para pagar.
Otros prestamistas prestaban demasiado en relación a las
posibilidades de los prestatarios de devolver el crédito
cuando se les exigía hacerlo súbitamente. De manera que
Nueva York aprobó una ley prescribiendo que si un acreedor
realizaba un préstamo sin tener una idea realista de las
posibilidades de devolución del deudor, la transacción sería
considerada fraudulenta y la deuda, declarada írrita y nula
de pleno derecho.
En la década de 1980, muchas empresas se ampararon en
esa ley para defenderse del asalto de las grandes
corporaciones que usaban bonos basura como arma predilecta.
Las empresas en el punto de mira alegaron que se verían
forzadas a reducir drásticamente su escala, o aun a quedar
despojadas de sus activos hasta el punto de la bancarrota.
Yo pensé entonces que los países del Tercer Mundo que habían
tomado préstamos de los grandes bancos de Nueva York podían
defenderse de esta manera, porque las únicas formas de
pagar eran, o
bien tomar prestado para servir los intereses de la deuda, o
bien –como acabó sucediendo— malbaratando sus activos
por la vía de privatizar su sector público, a fin de
juntar dólares.
Hoy, los préstamos bancarios fraudulentos como
Countrywide son acusados de fabricar hipotecas basura con
apariencia normal, que, por lo mismo, deberían ser
anuladas. Pero el alcalde de Cleveland fue más allá. Acusó
de estrago público a los bancos cuyos préstamos
hipotecarios llevaron a embargos que han dejado viviendas
vacías. Viviendas que están siendo desvalijadas por
ladrones y usadas como antros de droga. Los prestamistas de
hipotecas basura deberían responder judicialmente de eso y
sufragar los costes de limpieza de la contaminación que las
deudas por ellos inducidas ha generado.
Mike Whitney: Suena bastante radical.
Michael Hudson; Pero es lo que la ley misma manda.
Precisamente la semana pasada, el 26 de junio, luego de que
los fiscales generales de California, Illinois y Connecticut
presentaran cargos contra Countryside, el Wall Street
Journal citaba la opinión de un profesor de derecho,
según el cual, si los estados logran convencer a las cortes
de justicia de que garanticen la restitución, la cosa podría
terminar en una asombroso varapalo para Countryside, que
tendría que devolver los beneficios dimanantes de todos
esos préstamos y, verosímilmente, devolver todas las
viviendas hasta ahora embargadas. El fraude financiero es un
asunto muy serio. Hace mucho que los remedios están en los
libros.
Mike Whitney: ¿Hay una forma menos
radical de mantener a la gente en casas que se han vuelto
demasiado caras para sus ingresos o deberíamos buscar otras
alternativas?
Michael Hudson; La respuesta depende del modo en
que usted defina el hecho de que las viviendas se han vuelto
demasiado caras. Si hablamos del salto de los intereses
hipotecarios y de que los pagos de amortización se han
elevado demasiado para los ingresos de los propietarios de
vivienda, entonces una forma de mantener a la gente en sus
casas es un reajuste parcial a la baja de su préstamo
hipotecario. El
secretario del tesoro, Paulson, ya ha dado un paso que, sin
embargo, sigue basado en el mecanismo de mercado: estimar
realistamente le precio de mercado de la propiedad, y
reajustar la hipoteca conforme a ese precio.
El problema con esa solución son las casas que se
vuelven más que demasiado caras. Lo que podría ser el
resultado de un problema de encarecimiento repentino de la
salud, en cuyo caso tendrán probablemente que dejar la
casa, porque los EEUU carecen de una cobertura pública
sanitaria de estilo europeo; prefieren culpar a las víctimas
por sus enfermedades o sus percances.
Pero si el prestamista hizo a sabiendas un mal préstamo
y luego el comprador tiene que abandonar la casa porque sus
ingresos son insuficientes para subvenir a la deuda, debería,
al menos, recibir algún tipo de compensación, y en el
mejor de los casos, también una reparación jurídica
completa por el fraude de que ha sido víctima.
Mike Whitney: ¿Hay una alternativa
viable al "libre mercado", o los trabajadores
norteamericanos tendrán que seguir cargando con pérdidas
de empleo, con descensos del nivel de vida y con la
"carrera hacia el abismo"?
Michael Hudson; La razón de que el trabajo haya
perdido competitividad en los EEUU no es simplemente la
carrera hacia el abismo. Para entender por qué las
exportaciones norteamericanas han perdido la carrera de los
precios en los mercados mundiales, no sólo hay que observar
los salarios después de impuestos de los trabajadores, sino
también lo que los empresarios no están invirtiendo para
elevar la productividad, así como lo que dejan de recibir,
por parte del gobierno, en materia de sostenimiento de la
infraestructura pública básica.
Una de las causas por las que los empresarios no han
invertido lo bastante en aumentar la productividad de sus
plantas y equipos es que se ven forzados a detraer más de
su flujo de fondos para pagar intereses a los tenedores de
bonos y a los bancos, así como dividendos que calmen al
accionariado activista, el nuevo eufemismo para referirse a
los atracadores financieros.
La filosofía de las corporaciones empresariales
norteamericanas se ha movido más por
la ideología del acto reflejo que por la del interés
propio ilustrado. General Motors ha declarado que tiene que
pagar unos enormes costes de asistencia sanitaria, mientras
que sus competidores, no. Con cerca de 60 años de retraso,
descubren finalmente que la medicina socializada es más
eficiente que la asistencia sanitaria privatizada en manos
de los predadores que operan en el mundo de las finanzas y
los seguros. Los servicios públicos no se construyen con
costos de tasas de interés, con dividendos, con
exorbitantes remuneraciones de los ejecutivos, con opciones
de acciones y con honorarios de abogados. Todo eso absorbe
una parte gigantesca del gasto de las empresas en su fuerza
de trabajo, sin, por otra parte, contribuir un adarme a
elevar el nivel de vida.
Por lo demás, formar médicos, dentistas y enfermeras es
mucho menos costoso fuera de los EEUU. Aquí, salen de sus
facultades universitarias endeudados por cientos de miles de
dólares, y luego tienen que endeudarse más para abrir sus
consultas, y además, necesitan después pagar carísimos
seguros de cobertura de la responsabilidad profesional.
Cuando reciben una licencia de la oficina federal de sanidad
(HMO, por sus siglas en inglés), lo habitual es que tengan
que esperar un año, más o menos, antes de empezar a
cobrar. Entretanto, tienen que contratar sus propios
contables sólo para entendérselas con la oficina federal
de sanidad. El suministro de médicos, dentistas y
enfermeras está
racionado.
Pero, sobre todo: el precio del trabajo refleja los
elevados costes de la vivienda aquí: principalmente, el
coste de cargar con una hipoteca inmobiliaria (además de la
deuda no hipotecaria). El trabajo no se beneficia de esos
costes. Y tal como se han desarrollado las cosas, la
industria tampoco resulta beneficiada. Es el precio que la
economía de los EEUU tiene que pagar, en su conjunto, por
haber sucumbido a un proceso de financiarización y
privatización de todo punto disfuncional.
Mike Whitney: Usted ha dicho alguna vez
que la crisis financiera asemeja a una "boa constrictor
que, enroscada alrededor de la economía, está estrangulándola
lentamente". ¿Podría profundizar un poco más en esa
idea?
Michael Hudson; Me refería a la deflación por
deudas. Cuando el gasto en deuda crece exponencialmente,
detrae más y más dinero de su gasto habitual en producción
y consumo. El sector financiero lo aplaude como el milagro
del interés compuesto. El volumen del préstamo se mantiene
creciente conforme a principios puramente matemáticos,
despreocupado de la capacidad –o incapacidad— de la
economía para generar un excedente lo suficientemente
grande como para permitir el pago. Para pagar a los
acreedores, se necesitan cada vez más salarios, más y más
beneficios e ingresos fiscales. Esos acreedores, entonces, van y prestan su flujo procedente
del servicio de la deuda a nuevos prestatarios. Lo que entraña
encontrar cada vez más mercados de riesgo, mientras la
deuda va haciéndose más y más pesada.
Para poder pagar los gastos que comportan esas deudas,
los trabajadores asalariados cortan el consumo, mientras que
las empresas abrumadas por las deudas cortan sus inversiones
en capital nuevo, investigación y desarrollo. Los gobiernos
locales, estatales y el federal pagan también los intereses
de sus déficit, lo que les lleva a recortar los gastos en
mantenimiento de infraestructuras y mejora de los servicios
públicos. Esos recortes, a su vez, redundan en un
encogimiento del mercado interior, lo que lleva a un
descenso de la inversión y del empleo. Todo eso es
aplaudido como un resultado mágico de la capacidad del
mercado para asignar recursos. Pero quien aplaude es el
sector financiero, no la industria.
Mike Whitney: ¿Significa eso que el
sistema experimentará súbitas sacudidas, como la quiebra
de un banco importante—tal vez Citigroup o Merril— y el
desplome del mercado de valores?
Michael Hudson; La economía alcance un estadio
Ponzi (2), en el que los bancos prestan los intereses
a sus clientes, a fin de mantenerlos al corriente de los
pagos. Cada vez más préstamos hipotecarios han sido
reestructurados de esta forma en los últimos años. Cuando
los acreedores dejan de hacer esos préstamos, se rompe la
cadena de pagos y se dispara una ola de quiebras, lo que
trae consigo un desplome de los mercados.
Mike Whitney: ¿Está el dólar
condenado, o podrán los EEUU rebajar ambos déficit (el
fiscal y el comercial) y seguir atrayendo capital extranjero
en el futuro? Y
si viene una recesión en serio, los negocios se ralentizan
y sube el paro, ¿fortalecería eso al dólar?
Michael Hudson; Supongo que con lo del "dólar
condenado" lo que usted quiere decir es que el dólar
seguría bajando respecto de las monedas extranjeras,
mientras que la inflación se comería todo lo que los
salarios puedan comprar. La idea de que una economía que va
mal puede curarse por sí propia forma parte de la ideología
hostil al trabajo del FMI y de la propaganda de la Escuela
de Chicago. Para sostener ese tipo de cosas se dan los
Premios Nóbel, se lo garantizo. Pero es teoría económica
basura. Un dólar con tendencia a caer es un proceso
autoalimentado. Para principiantes: las acciones, los bonos
y los bienes raíces denominados en dólares valen menos en
términos de euros, libras esterlinas u otras monedas
extranjeras fuertes. Eso hace que no hay muchos incentivos
para que los extranjeros inviertan aquí. Y si entramos en
recesión (por no hablar de depresión), aún habrá menos
oportunidades para invertir con beneficios.
Paralelamente, la dependencia norteamericana de las
importaciones seguirá creciendo en la medida en que la
economía siga desindustrializándose , esto es, financiarizándose.
El gasto militar norteamericano en ultramar arrojará todavía
más dólares a los mercados cambiarios extranjeros del
mundo. De modo que una economía débil aquí no significa
que el dólar vaya a robustecerse; ¡lo que significa que es
que tenemos un mal clima para las inversiones! La austeridad
nos hará más dependientes del extranjero. Para hacerse una
idea, basta observar lo que pasó cuando el FMI impuso
planes de austeridad a los países deudores del Tercer
Mundo. Y recuerde que la última vez, cuando, bajo Clinton,
se le dio vía libre a Robert Rubin para reformar Rusia, el
resultado fue el colapso industrial y la bancarrota.
Mike Whitney: ¿No sería mejor para el
mundo si no hubiera "moneda de reserva"
ninguna, y el valor del dnero dependiera simplemente
de la fortaleza económica y del equilibrio presupuestario?
Mientras haya una "moneda internacional" como el dólar,
habrá Imperio, porque el papel moneda de un país (los
EEUU) domina sobre el resto. ¿Es realmente posible la
democracia sin una mayor paridad entre las monedas del
mundo?
Michael Hudson; La tasas de cambio son
independientes de los sistemas políticos. Dicho esto, las
economías oligárquicas tienden a quebrar por su tendencia
a desplazar las cargas fiscales desde los bienes raíces y
la infraestructura monopolizada y privatizada al trabajo y a
la industria. Eso les resta competitividad. Por ejemplo, el
complejo militar–industrial opera sobre una base de
magnificación de costes, no sobre una base minimizadora de
los mismos.La cuestión es, pues, si pueden hacerse, por la
vía de la extorsión de otros países, con suficientes
tributos extranjeros para compensar. España no pudo lograr
eso del Nuevo Mundo después de 1492, y Roma, antes,
sencillamente destruyó el Asia Menor y otras dependencias
imperiales.
¿Podrían hoy los EEUU de nuestros días tener más éxito?
Se diría que el mantenimiento de la hegemonía del dólar
es la única vía posible para lograrlo. Por definición,
una moneda de reserva es un préstamo hecho por un gobierno
a otro. Eso termina convirtiéndose siempre en fiscalidad
sin control de representantes políticos. Es inherentemente
inequitativo.
Hay dos razones por las que los bancos centrales
mantienen reservas en dólares. Una es a efectos de
estabilización, para prevenir ataques monetarios como los
ocurridos en Asia en 1997. La otra es que mantener reservas
de dólares en forma de préstamos en dólares a los EEUU
mantiene bajo el precio de sus propias monedas, y así, el
precio de sus exportaciones. Ese efecto podría conseguirse
también imponiendo una tarifa flotante a las importaciones
procedentes de países cuyas monedas estén en proceso de
devaluación, suministrando ese dinero, a guisa de subsidio,
a los exportadores. Pero los países extranjeros no están
todavía preparados para dar un paso político de esa
envergadura, que les alejaría del imperio financiero
norteamericano.
En lo que hace a la política fiscal, no hay realmente
necesidad de equilibrio presupuestario. Empezando por
los espaldas verdes en los tiempos de la Guerra
Civil, Los EEUU han demostrado que los gobiernos no precvisa
de aumentar los impuestos para gastar dinero. Pueden
limitarse a imprimirlo. Es lo que, a fin de cuentas, hace la
banca comercial. En cualquier caso, el dinero se crea espontáneamente.
El Tesoro de la Reserva Federal., sólo en abril pasado, creó
un billón de dólares para un crédito de salvamento del
sector financiero. (Dicho sea entre paréntesis, a la par
que declaraba hipócritamente que la Seguridad Social
quebraría en 40 años a causa de su billón de dólares
de déficit. Irak añadió otro billón, más o menos.)
La lección que ha de sacarse de eso es que la fortaleza
económica consiste en la capacidad para crear crédito que
alimente el crecimiento económico. Pero el sector bancario
privatizado está ahora mismo arruinando esa fortaleza en
los EEUU. En vez de crear crédito para financiar la formación
de capital, lo que hace el sistema bancario son préstamos
destinados a salvar la nefasta piramidalización financiera.
Mike Whitney: ¿El crecimiento del
sector financiero le parece a usted un desarrollo positivo,
o no?
Michael Hudson; Su comportamiento ha terminado por
ser antitético del desarrollo industrial del capitalismo.
Los reformadores del siglo XIX inspirados por Henri St.
Simon en Francia trataron de reorganizar las finanzas,
pasando de la financiación de la deuda a la financiación
mediante la emisión de acciones. Pero la economía actual
va exactamente en la dirección contraria. Lo que hace es
substituir las acciones por bonos y préstamos bancarios (o
de fondos de compra), creando deuda que no se usa para
construir la capacidad productiva necesaria para devolver
esa deuda con sus intereses. El resultado es lo que los
economistas clásicos llamaban deuda improductiva.
Mike Whitney: El sector financiero
parece menos inclinado a prestar para desarrollar productos
útiles y empresas. Prefiere reempaquetar la deuda de otros
(como en las obligaciones respaldas por hipotecas) y
venderlas a inversores crédulos. ¿Son responsables los
bancos de inversión de la masiva proliferación del crédito
y de la deuda que están ahora destruyendo a la clas media y
arruinando el país?
Michael Hudson; Es lo que está pasando. Pero una
causa importante de que los ahorros vayan a parar a esos
bancos es que las leyes fiscales hacen más rentable el
endeudamiento apalancado que la inversión en capital
industrial. El sistema fiscal ha conformado un mercado en el
que compensa más especular que invertir en la formación de
nuevos medios de producción. El sector financiero ha sido
desregulado, conforme a la lógica de que lo que genera más
dinero es siempre lo más eficiente. El producto que están
vendiendo los bancos s deuda, y ayuda para la toma de
control de empresas, para las fusiones y adquisiciones. El
crédito es un producto, cuya creación sale prácticamente
gratuita. Su principal coste de producción son los gastos
de los lobbies para comprar apoyos en el Congreso.
Mike Whitney: Volvemos, pues, ahora a la
política. ¿Qué sabe usted de los asesores económicos de
Obama? ¿Hay que esperar una repetición de la
"Rubinomics" (3) de Clinton,
cuando Wall Street obtuvo casi todo lo que pidió, mientras
los trabajadores norteamericanos recibía el NAFTA, la
desregulación monetaria, el rechazo de la ley Glass
Steagall y otras políticas de "trágala"? ¿Hay
alguna esperanza de que Obama emprenda un nuevo curso y se
mueva en una dirección progresista? ¿Qué políticas debería
poner por obra Obama para revivir el sueño americano e
insuflar cierta vida a la maltratada clase media?
Michael Hudson; No estoy en situación de decir lo
que hará el señor Obama. En lo que hace a asesores económicos,
su papel en una campaña política no suele ser tanto el de
definir las políticas, cuanto el de movilizar a sus gentes
para sostener económicamente al candidato. El papel del señor
Rubin y sus colegas, al menos ahora, es, por lo tanto, el de
atraerse el apoyo de Wall Street. Qué influencia acabarán
teniendo estos asesores después del próximo enero, está
por ver. Dependerá probablemente de las circunstancias.
Lo único que a mí me cabe esperar es que el señor
Obama se despeñe por un derrotadero como el nuevo laborismo
de Tony Blair y vuelva por los fueros de la política
clintoniana, favorable a Wall Street y hostil al mundo del
trabajo. Si tal cosa ocurriera, podría causar tal decepción,
que pondría fracturarse de manera irreparable la unidad del
partido demócrata.
Yo espero que suceda lo contrario, y hago lo que está en
i mano para lograrlo. Pero en lo que a políticos hace, yo sólo
puedo responder de mi amigo Dennis Kucinich. Me pidió que
organizara un consejo de cerebros de impronta rooseveltiana
con asesores económicos y políticos que desarrollaran un
programa para reindustrializar los EEUU y salvarlos de
perecer en un proceso de polarización que desde del siglo
XVI se conoce como el Síndrome Español y que antes se
conocía como el Síndrome de Roma: una economía en la que
los magnates ricos se liberan a sí propios de toda carga
fiscal, la pasan al trabajo y a la industria y se retiran a
sus latifundios, mientras la economía retrocede a niveles
de mera producción local de subsistencia.
Todo eso ya ha pasado, una y otra vez. No hay ninguna
garantía automática de progreso. Hay que dirigirlo y
orientarlo. Ahora mismo, el único partido que dirige y
orienta es el compuesto por las grandes instituciones
financieras, que trabajan a favor de los intereses de sus
ricos clientes. Difícilmente sorprenderá a nadie que su
actitud sea hostil al mundo del trabajo.
Yo creo que las circunstancias empujarán al señor Obama
a un giro de regreso a políticas fiscales y económicas más
clásicamente progresistas. Y no ahora mismo veo un
candidato que se halle en mejor posición para obligar al
Congreso a acompañarle en sus reformas. Puede salir y
apoyar a candidatos que se opongan a los congresistas y a
los senadores demócratas más recalcitrantes.
Mike Whitney: En el programa "60
minutos" de la cadena CBS, Alan Greenspan admitió que
apoyó la invasión de Irak. No es sorprendente, habida
cuenta de lo difícil que resulta imaginar que una nación
pueda meterse en una guerra sin el apoyo de los mandamases
bancarios. ¿Qué importancia juegan ahora las grades
instituciones financieras y las megacorporaciones
empresariales en la determinación de la política exterior?
¿Es algo endémico de nuestro sistema económico –o de
nuestras instituciones financieras— lo que nos empuje a la
guerra una y otra vez?
Michael Hudson; No creo que la invasión de Irak
fuera el resultado de una decisión del sector financiero.
En lo que hace al señor Greenspan, es un especialista en
relaciones públicas, no un estratega global. Yo creo que lo
que los bancos hacen es maniobrar lo mejor dentro de
cualquier sistema político dado. Pero, como sector,
raramente apoyan guerras.
Cuando yo trabajaba en el Chase Manhattan a mediados de
los 60, Wall Street no presionaba a favor de la guerra de
Vietnam. El presidente del consejo de administración del
banco, George Champion, dejó dicho que la guerra era
fiscalmente irresponsable. Desencadenó una inflación que
llevó a un declive continuado durante 35 años del mercado
de bonos.
Figúrese. Treinta y cinco años, de 1945 a 1980, de
incrementos de los tipos de interés, que empujaban a la
baja los precios de los bonos. Los bonos siempre han sido la
clave, más que las acciones. El aumento de los tipos de
interés significa que el precio de los bonos existentes, de
bajas tasas, caen continuamente. Y ese fue el resultado deldéficit
ne la balanza de pagos inducido por la guerra y la política
de cañones y mantequilla del presidente Johnson, estimulada
por la teoría económica basura de falsos keynesianos como
Gardner Ackley, el presidente del consejo de asesores económicos
de Johnson.
La moraleja es que no puedes realmente agarrarte al
imperio –y a las guerras que van con él—, y al propio
tiempo, tener una economía boyante en expansión.
O lo uno o lo otro, como se está viendo ahora. Lo
notable es que la gente no relaciona la prensión
norteamericana de crear un imperio unipolar con la creciente
polarización económica y el vertiginoso desjarretamiento
financiero a los que estamos asistiendo. La industria, por
su parte, está perdiendo el pulso con las finanzas, y lo
que trata, sencillamente, es de hacer dinero por la vía de
financiarizarse ella también.
Mike Whitney: Paul Harris escribió un
formidable artículo el año pasado en el Guardian
británico, "Bienvenidos a Richistán, EEUU", en
el que describía las gigantescas diferencias de riqueza en
la Norteamérica de nuestros días. Decía:
"Los archirricos norteamericanos han vuelto a los
tiempos de los "alegres 20". Mientras el resto del
país lucha por salir adelante, una enorme burbuja de
multimillonarios vive en un mundo casi paralelo. Los ricos
viven ahora en su propio mundo de educación privada,
sanidad privada y mansiones amuralladas. Tiene sus propias
escuelas y sus propios bancos. Incluso viajan aparte, lo que
genera una boyante industria de aeronaves y yates privados.
Su mundo tiene ahora un nombre, gracias a un nuevo libro que
ha escrito el columnista del Wall Street Journal
Robert Frank, que lo ha bautizado como 'Richistán'.
"En 1985, había en los EEUU sólo 13
milmillonarios. Ahora hay más de 1.000. En 2005, se sumaron
227.000 nuevos millonarios. Una informe mostró que la
riqueza de todos los millonarios norteamericanos juntos
ascendía a 30 billones de dólares, más que la suma del
PIB de China, Japón, Brasil y la Unión Europea. Los ricos
han creado ahora su propia economía para subvenir a sus
necesidades, en una época en la que los incrementos del
salario del trabajador medio solo consiguen ir a la par con
la inflación y en la que 36 millones de seres humanos viven
en EEUU por debajo del umbral de pobreza."
Bien; pues mi pregunta es la siguiente: la clase media
está siendo golpeada como nunca antes, mientras que el
hiato que separa a ricos y pobres se ensancha cada día más.
¿Piensa usted que no estamos acercando a una fase crítica
en ese abismo de desigualdad, o estoy siendo alarmista?
Michael Hudson; Para que se dé una crisis, han de
darse al menos dos fuerzas o tendencias pugnazmente
opuestas. El problema más grave del presente dilema
norteamericano es que no parece haber ninguna fuerza que se
oponga a la polarización financiera. Sin una contrafuerza,
sin una oposición a la contrailustración financiera a que
estamos asistiendo, el horizonte económico seguirá
encogiendo.
Estamos entrando, en efecto, en una sociedad de dos
economías. El [candidato demócrata] John Edwards sacó a
relucir el asunto con casi las mismas palabras que el primer
ministro británico Benjamin Disraeli popularizara a fines
del siglo XIX. Disraeli creó el Partido Conservador británico
en su versión moderna por la vía de reclutar al grupo de
conservadores compasivos que se conoció como la Joven
Inglaterra. Clamaban, en buena medida como los socialistas,
contra la injusticia de la economía de mercado en la formas
brutal que ésta había cobrado en Gran Bretaña. Su sueño
era hacer la industrialización compatible con una moralidad
más sensible socialmente. El gran adversario ideológico de
Disraeli no fue el socialismo, sino el ideario liberal del
libre mercado, que urgía a las naciones a competir entre sí
por la vía de bajar los salarios (lo que ahora se conoce
como la carrera hacia el abismo).
Su legislación asistencialista culminó en el
sistema de salud introducido entre 1874 y 1881, promovido
bajo la divisa: sanitas sanitatum [salud, todo es
salud]. ¡Compárele con los conservadores de nuestros días!
En 1845, tres años antes del Manifiesto comunista
y de la revolución que se abatió sobre Europa en 1848,
abordó los horrores de un laissez faire sin brida en
una novela, Sybil, o las dos naciones. El subtítulo
hacía referencia a los ricos y a los pobres, dos naciones
enre las cuales no hay el menor adarme de trato ni simpatía,
dos naciones que no son gobernadas por las mismas leyes.
Aunque Disraeli ponía sus esperanzas en una aristocracia
moralmente regenerada, no dejó de atribuir los más
elevados ideales a Sybil, la hija de un obrero fabril. Y
cuando el protagonista de la novela, Egremont, pregunta por
las condiciones de vida en las ciudades británicas, un
joven extranjero, modestamente vestido de negro, explica
que, aun cuando " 'los hombres son usados unos junto a
otros, no por eso dejan de seguir
estando en situación de virtual aislamiento… En
las grandes ciudades se reúnen los hombres movidos por el
deseo de ganarse la vida. No se hallan en un estado de
cooperación, sino de aislamiento, para hacer fortuna… El
cristianismo nos enseña a amar a nuestro prójimo como a
nosotros mismos; la sociedad moderna no reconoce prójimo
ninguno'. 'Bien; vivimos en tiempos extraños… puede que
la sociedad se halle en su infancia', dice Egremont…
'pero, diga usted lo que quiera, nuestra Reina reina sobre
la mayor nación que haya existido jamás'. '¿Qué nación!',
preguntó el joven extranjero, 'porque ella reina sobre dos
naciones… Dos naciones entre las cuales no hay trato ni
simpatía; tan ignorante cada una de ellas de los hábitos,
de los pensamientos y de los sentimientos de la otra, como
si se tratara de moradores de zonas diferentes, o de
habitantes de planetas distintos, de gentes nacidas de
linajes distintos, nutridas con alimentos distintos, en
posesión de maneras distintas, y no gobernadas por las
mismas leyes'. 'Usted –dijo, vacilante, Egremont— está
hablando de los ricos y de los pobres'."
Disraeli pinto los intereses financieros con los colores
de la villanía (popularizando el mito del banquero judío).
Su gran adversario político, como queda dicho, no fue el
socialismo, sino el ideario liberal del libre mercado, que
urgía a las naciones a competir por la vía de de bajar los
salarios. Pero la compasión económica del Partido
Conservador quedaba limitada por el hecho de que era el
partido de los terratenientes, sobre todo de los que en la Cámara
de los Lores bloquearon la propuesta liberal de fiscalizar
la renta de la tierra en 1909. La dicotomía no se da
solamente entre una elite y las masas, o entre los intereses
abroquelados y los pisoteados, los cultos y los
desarrapados. Es algo mucho más específico. Esas dos
naciones, dos ciudades, son realmente dos economías: la
economía 1 (producción
y consumo) contra la economía 2 (financiera y basada en la
propiedad) que controla el excedente económico en forma de
ahorro e inversión. Las distintas características de esas
dos economías rebasan por mucho la mera dimensión económica.
Traigo a colación este ejemplo para mostrar lo que podría
llegar a dar de sí un conservadurismo verdaderamente
compasivo. Podría,
acaso, constituir un buen marco para que el presidente Obama
presentara sus políticas de forma tal, que lograra atraerse
el mayor apoyo posible de los grupos que suelen llamarse
republicanos liberales. Buena parte de la comunidad
empresarial podría subirse a ese carro si Obama equilibra
bien su programa. De hecho, fue un banquero británico
conservador , Geoffrey Gardiner, quien me llamó la atención
sobre la novela de Disraeli. El Cuento de las dos
ciudades, de Charles Dickens, expresaba la misma idea de
ciudades divididas entre los ricos ociosos y quienes tenían
que trabajar para vivir. Resulta difícil de imaginar hoy a
un político escribiendo una novela así en nuestros días,
aunque el socialista Michael Harrington popularizó el tema
en los 60 con su La otra América, y el candidato a
la vicepresidencia demócrata, Edwards, hizo campaña en
2004 con el tema de las dos Américas.
Mike Whitney: ¿Cómo podemos revertir
esta tendencia y presionar a favor de cambios que
robustezcan a la clase media al tiempo que proporcionan una
red de seguridad a quienes se han despeñado por los cracs
económicos? ¿Necesitamos reconsiderar la forma en que
tratamos a la gente atrapada un ciclo demoledor, implacable,
de pobreza?
Michael Hudson; La izquierda suele centrarse en la
gente que se despeñado por los derrumbaderos de los craks
económicos, los pobres y los sin techo, así como las minorías
étnicas y raciales. Pero el problema más grave está en el
núcleo mismo de la economía. Fracasar en su reestructuración
y en el control del sector financiero s comportará la
exclusión de más y más gente del tipo de vida que usted
llama de clase media.
Cuando el Imperio romano se polarizó, la economía y su
envoltorio político quedaron sin salvación posible. Todo
lo que el cristianismo fue capaz de hacer fue proporcionar
caridad individualmente. Sólo pudo actuar sobre los síntomas,
no erradicar las causas. Cuando se llega a un punto en el
que sólo puedes actuar sobre gentes que se despeñado a
causa de los cracs económicos, la partida a largo plazo está
perdida.
El problema es que el sistema económico como tal está
roto. Así que volvemos al comienzo de esta entrevista: lo
que se necesita es una alternativa a la teoría económica
postclásica de los Chicago Boys y sus amigachos, los
lobistas financieros.
Notas del traductor:
1) La ley de la depletion allowance entró en
vigor en 1913 y permitía que los propietarios de un pozo
petrolífero pudieran desgravar cada año un 5% anual del
valor del petróleo extraído. La ley se modificó en 1926,
aumentando la desgravación hasta el 27,5%. Así, un
propietario que hubiera invertido 100.000 dólares en la
habilitación del pozo
que extrajera cada año petróleo por valor de un
millón de dólares, en sólo un año conseguiría unas
deducciones fiscales que prácticamente triplicarían le
valor de su inversión inicial.
(2) En el léxico de la economía financiera, un
"esquema Ponzi" es un negocio fraudulento de
inversiones consistente en atraer inversiones de dinero con
promesas de intereses a corto plazo
inopinadamente altos, pero puntualmente satisfechos,
lo que atrae un alud de nuevos inversores –o sucesivas
reinversiones de los antiguos—, generándose así un flujo
de dinero que permite durante un tiempo pagar altos
intereses a corto plazo con el dinero que va entrando a
espuertas. Charles Ponzi, de quien recibe el nombre este
truco financiero, fue un emigrado italiano que se hizo
millonario en pocos meses en el Boston de los años
20 del siglo pasado organizando un negocio
fraudulento fundado en tal esquema.
(3) En alusión a Robert Rubin, el todopoderoso
secretario de economía de Clinton y hombre de Wall Street y
de la banca privada en el gobierno.
(*) Michael Hudson es ex
economista de Wall Street especializado en balanza de pagos
y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora
JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el
Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento
del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder
Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en
jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria
presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de
los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto
de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación.
Distinguido profesor investigador en la Universidad de
Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos
libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy
of American Empire.
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