Freddie
Mac, Fanny Mae, la teoría económica basura y
la centralidad política de los mercados hipotecarios
Por
Michael Hudson (*)
Counterpunch, 15/07/08
Sin Permiso, 22/07/08
Traducción de Ricardo Timón
"La
guerra de clases ha reingresado en el mundo de los negocios,
pero con una venganza: en vez de ser la habitual guerra de
clases al viejo estilo entre los empresarios industriales y
su fuerza de trabajo, ésta de ahora regresa a los viejos
tiempos preindustriales; es una guerra de clases entre
acreedores y deudores"
Estoy
escribiendo este artículo sobre Fannie Mae y Freddie Mac
sentado en el jardín botánico de Queens. No era mi plan
para hoy. El aire acondicionado de la finca en que está mi
apartamento se rompió hace seis semanas y todavía no ha
sido arreglado. (Es un lindo edificio en condominio, pero no
está a salvo de incidentes.) Hace un calor tremendo fuera
(más de 90 grados Farenheit, y cerca de 100 por causa del
efecto invernadero en mi apartamento). Ayer me refugié en
la Biblioteca Pública de Forest Hills, pero está cerrada
los domingos. Una de las pocas bibliotecas al alcance del
transporte público habitualmente abierta los domingos está
en Flushing. Fui, pues, allí a escribir el borrador final
del texto sobre el alboroto financiero de la semana pasada.
Desgraciadamente,
cuando llegué a la biblioteca de Flushing, una dama me
aclaró que la biblioteca ya no puede abrir los domingos a
causa de los recortes presupuestarios de la ciudad. A pico
del mediodía, cuando se supone que tenía que abrir sus
puertas, un buen número de chinos aguardaba para entrar con
la idea de usar sus libros y servirse de sus terminales de
ordenadores. No había ningún cartel explicando la situación
en chino, y seguían esperando allí cuando yo me fui, Main
Street abajo, para el jardín botánico.
A primera
vista, nada de eso parece tener mucho que ver con el
alboroto de los últimos días en torno al destino de Fannie
Mae y Freddie Mac, o con el de los mercados inmobiliarios
que esas dos empresas han contribuido a hinchar durante la
pasada década. Pero lo cierto es que mi experiencia de hoy
tiene absolutamente que ver con este asunto. Estas dos
empresas semipúblicas de empaquetamiento hipotecario
dominan el mercado hipotecario nacional y han sostenido los
precios inmobiliarios manejando más de 5 billones de dólares,
a fin de permitir a los compradores de vivienda ofrecer
precios cada vez más altos por sus hogares y ganando miles
de millones de dólares en bonificaciones, beneficios e
intereses para los banqueros, los intermediarios
hipotecarios y los empaquetadores de deuda de Wall Street,
que son los beneficiarios financieros de la burbuja
inmobiliaria.
Y esto es
lo que está realmente en juego. Si ciudades como Nueva York
no recortaran los servicios públicos, tendrían que hacer
lo que tradicionalmente han hecho casi todas las ciudades y
municipios norteamericanos: financiar el grueso de su
presupuesto público con impuestos a la propiedad. Pero
hacer eso en los mercados de nuestros días dejaría a los
propietarios de vivienda –así como a los propietarios de
edificios comerciales— con menos renta para pagar sus
hipotecas. Ya este año, más de un millón de deudores han
dejado de pagar la hipoteca de sus viviendas, y hay ahora
mismo un número de morosos lo suficientemente grande como
para que el secretario del tesoro, Paulson, se haya visto en
la necesidad de advertir que dos millones de impagos
hipotecarios para 2008 es tal vez una cifra demasiado baja.
Así pues,
los cuernos del dilema son éstos: si las ciudades quieren
mantener su habitual nivel de servicios públicos, tienen
que gravar fiscalmente la propiedad con los tipos
impositivos tradicionales; pero eso significaría el
descenso de los precios de las viviendas. El dinero que se
va en impuestos no estaría disponible para pagar a los
banqueros para capitalizar en pagos de intereses sobre unos
préstamos hipotecarios para pagar casas de precios cada vez
más elevados. Puestos a elegir entre una vivienda más
accesible y mejores servicios públicos, por un lado, o, por
el otro, "creación de riqueza" en forma de
vivienda cada vez más cara (que va de la mano de costes
financieros más elevados), los norteamericanos han votado
abrumadoramente por la última opción, es decir, por una
vivienda de precios tan elevados que obliga a los
compradores a sumergirse en más deudas para pagar a los
banqueros.
A mí esto
me parece una locura, pero yo soy un economista y los
economistas, como es harto sabido, somos incapaces de
explicar por qué la gente vota contra lo que a todas luces
parece su propio interés. En cualquier caso, esa aparente
locura es lo que anduvo de por medio la pasada semana en el
desplome de los precios de las acciones de Fannie Mae y
Freddie Mac. Uno tras otro, los políticos han salido por
televisión pontificando sobre la necesidad de mantener los
precios inmobiliarios a precios estratosféricamente
inaccesibles, y no sobre la necesidad de bajarlos a niveles
de mayor accesibilidad. Nadie ha mencionado la opción de
ciudades y estados capaces de evitar los recortes en los
servicios públicos por la vía de la fiscalidad sobre la
propiedad inmobiliaria –señaladamente, sobre el valor de
su emplazamiento—, que se ha disparado desde el año 2000.
Nadie ha planteado la posibilidad de una economía en la que
los precios de la vivienda fueran más bajos y en la que la
deuda hipotecaria fuera menor. De lo único que supieron
hablar es de la necesidad de mantener el valor de los bonos
y de las hipotecas empaquetadas, cuyos títulos están en
manos de las instituciones financieras. Esos son los títulos
de valores en manos del 10% de más rico de la población.
Su forma habitual es la del préstamo, que endeuda al 90%
restante. Puede que la economía en su conjunto no tenga
ahorro neto, pero esta cúspide del 10% más rico ahorra en
forma de préstamos al 90% de la población que está en la
base. Y no quiere de ningún modo que el valor de esos préstamos
caiga.
Que hubiera
rebajas en el valor de la deuda y que bajaran los precios de
la vivienda sería una cosa buena para casi toda la economía;
pero ambas cosas son anatema en Wall Street. [El banco] Bear
Sterns se desplomó ya por causa de su modelo empresarial
basado en el empaquetamiento de hipotecas basura, y la
semana pasada parecía que Lehman Brothers iba por el mismo
camino. A mí me resulta asombroso que la campaña electoral
en curso no se libre sobre este asunto; será por eso que
sigo todavía en el campo de Dennis Kucinich.
La
cuestión política
Para
millones de propietarios de casas que ven cómo el precio de
su vivienda cae por debajo del valor de la deuda hipotecaria
que tienen contraída, la cuestión es si pagar o
desentenderse de la deuda. Muchos ni siquiera tienen elección.
Están sujetos a tipos de interés variable que se van
actualizando al alza y exigen amortizaciones muy superiores
a lo que el deudor es capaz de pagar.
La
avalancha de impagos amenaza a las instituciones financieras
que tienen títulos hipotecarios sobre esas propiedades, y
la amenaza trepa por la pirámide económica hasta alcanzar
a los inversores ricos y a los acreedores en la cúspide.
Alguien tiene que salir perdiendo. Pero ¿quién? ¿El pez
grande, o el pequeño?
Para los
legisladores, hay dos respuestas políticas posibles. La
primera, la más lógica, sería rebajar la deuda mala a
niveles tales, que pueda ser devuelta. Esa rebaja estaría
en línea con la orientación de la legislación desde el
siglo XIII, que ha venido inveteradamente favoreciendo más
al deudor que al acreedor. Después de todo, las leyes de
bancarrota han venido a substituir al encarcelamiento de los
deudores, permitiendo a éstos un nuevo comienzo. Las leyes
de veracidad en el préstamo, las leyes antiusura, y
similares, han tratado de acompasar lo que la gente gana y
lo que puede permitirse pagar por la vivienda o por otras
deudas. Ese tipo de acompasamiento es lo que vendrían a
restaurar medidas que rebajaran la deuda mala o, dicho de
otro modo, que rebajaran el valor de los préstamos malos.
No es,
empero, la vía que está siguiendo el Congreso. En vez de
acompasar las deudas a la capacidad para pagarlas, los comités
del Congreso encargados de la actividad bancaria y de la
propiedad inmobiliaria lo que están es tratando de hallar
un vía para reinflar los precios inmobiliarios. Lo que
buscan es capacitar a los actuales deudores hipotecarios que
han dejado de pagar, o que están a pique de hacerlo, para
que puedan o vender o pedir dinero prestado en condiciones más
fáciles a la Federal Housing Administration (la
Administración Federal de la Vivienda, FHA, por sus siglas
en inglés). Eso dejaría en manos de agencias estatales públicas,
y ya no en las de Wall Street, las hipotecas basura. Daría
seguridades, no a los propietarios de viviendas y a los
deudores hipotecarios, sino a los prestamistas y
especuladores que ahora tienen títulos por valor de 5
billones de dólares sobre hipotecas garantizadas por la
Federal National Mortage Association (la Asociación federal
hipotecaria nacional, FNMA, "Fannie Mae") y por la
Federal Home Loan Mortage Corp. (Corporación federal para
el préstamo hipotecario, "Freddie Mac"), así
como por las compañías de seguro contra la morosidad y el
impago, que se hallan ellas mismas en apuros y cuyos pagarés
han terminado por adquirir ellos mismos también el rango de
basura.
¿Por qué,
después de todo, pagar un seguro contra el impago
hipotecario, si las reservas de las aseguradores son ínfimas
en comparación con el probable volumen de los impagados?
Las compañías aseguradoras monoline (empresas, cuyo único
negocio consiste en suscribir seguros contra impagos)
hicieron dinero con las suscripciones de pólizas, no
pagando. Sus ejecutivos ya han cogido el dinero y huido. Sin
embargo, los corazones de los congresistas sangran por la
herida de sus riquísimos clientes financieros, no por las víctimas
del fraude financiero de las hipotecas subprime y del
fraude, conexo, de Wall Street, consistente en empaquetar
hipotecas basura y venderlas a inversores institucionales
aquí y en el extranjero.
La cuestión
es: ¿cómo puede sobrevivir una economía con millones de
propietarios de vivienda en situación de impago y con una
riqueza propietaria polarizada entre acreedores y deudores?
Eso es lo que hundió al mundo en la depresión de los años
30, y mucho antes, redujo al Imperio romano a la esclavitud
y a la servidumbre por deudas.
¿Es eso lo
que está ocurriendo otra vez ahora? ¿O pueden acaso volver
las cosas simplemente a la normalidad y pagarse las deudas
pidiendo más dinero prestado e incurriendo en más deudas,
en un proceso que se conoce como la "magia del interés
compuesto"?
El Congreso
dominado por el Partido Demócrata, favorable a que las
familias norteamericanas paguen precios más altos por la
vivienda
Los cabezas
del comité del Congreso para asuntos bancarios se están
comportando simplemente como se comportan los políticos
tradicionales: dando la primacía a los principales
contribuyentes a sus propias campañas electorales, casi
todos de los sectores financiero e inmobiliario. Dirigido
por los senadores demócratas Charles Schumer –procedente
de Wall Street— y Christopher Dodd –procedente de la
industria militar de Conneticut— y sostenido por el
congresista Barney Frank –del sector inmobiliario—, el
Congreso está tratando de salvar a los patrocinadores de la
burbuja, no a sus víctimas. El plan consiste en reinflar la
burbuja inmobiliaria, al menos hasta que los mayores bancos
y otros especuladores financieros consigan deshacerse de sus
títulos más arriesgados. Los valores hipotecarios que
figuran en los libros de contabilidad, como los bienes raíces
que los respaldan, son puramente ficticios, a pesar de las
calificaciones máximas (AAA) con que los han blanqueado las
agencias calificadoras, las cuales están ahora a su vez
bajo investigación, sospechosas de un fatal conflicto de
intereses –tipo Arthur Anderson— entre sus ramas de
investigación y sus ramas de ventas.
Tratando
como tratan con bienes raíces y, por lo mismo, con la política
urbana local, sede del grueso del valor de la propiedad –y
del grueso del maniobreo—, Fannie Mae y y Freddie Mac son,
y por mucho, criaturas del Partido Demócrata. James A.
Johnson dirigió Fannie durante casi toda la década de los
90 y fue su principal lobista. Hasta junio pasado, dirigió
el equipo de investigación vicepresidencial de Barack
Obama, pero dimitió cuando se hizo público que había
obtenido préstamos hipotecarios en términos
irrealistamente favorables de la célebre Countrywide
Financial de Angelo Mozilo. El anterior jefe de Fannie Mae,
Franklin R. Raines, fue el jefe del gabinete presupuestario
de Clinton. Se vio forzado a dimitir cuando se descubrieron
graves problemas contables. Entre otros apparatchiks de
Fannie están Jamie Gorelick, antiguo fiscal general con
Clinton, y Thomas E. Donilon, el jefe de personal de la
secretaría de Estado con Clinton.
Para
decirlo todo, el oportunismo político lleva a Fannie y a
Freddie a cubrir todo el campo; son célebres por contratar
a amigos y parientes de políticos que puedan estar en
condiciones de echar una mano. Pero, al menos esta vez, el
problema no es culpa de George Bush. The Wall Street Journal
parece estar más cerca de llevar razón que el Congreso
controlado por el Partido Demócrata. El pasado fin de
semana, su editorial dejaba claramente sentado lo que los
socialistas han venido diciendo desde los tiempos de Karl
Marx: "Lo que los contribuyentes necesitan entender es
que Fannie y Freddie ya practican el socialismo, pero un
socialismo de la variante desvergonzada. Sus beneficios, son
privatizados, pero sus riesgos, socializados". Después
de llamar a Fannie y a Freddie "monstruos de alto
riesgo", el periódico observaba que "Wall Street
y los empresarios de la construcción también tuvieron sus
ingresos procedentes del negocio subsidiado, y también
ellos pagaron, a su vez, al Congreso, en efectivo y en
especies". Concluía cuestionando el que la existencia
de este tipo de empresas patrocinadas por el gobierno (GSE,
por sus siglas en inglés) tuviera la más mínima
justificación. "Aparte de un fracaso sin paliativos,
el peor de los escenarios sería una inyección de capital
que dejara a las compañías en libertad para volver a
cometer el mismo desaguisado dentro de dos o diez años".
En otro artículo,
el mismo periódico observaba que: "Sobre la base de
una estimación equitativa de su valor, la compañía
[Freddie Mac] tendría un valor neto negativo rayano en los
17 mil millones de dólares". El problema es que no hay
"mercado" alguno –es decir, ninguna oferta de
compradores suficientemente ingenuos— para esos préstamos
malos, salvo a precios risibles. A causa de la codicia miope
y de la incompetencia, la industria de la deuda de la
vivienda ha actuado como una casa de empeños fraudulenta
con préstamos hipotecarios altamente apalancados en la
deuda. No puede decirse con exactitud que sean ladrones,
porque, en vez de ser procesados, lo que han sido es
recompensados con decenas de millones de dólares en
bonificaciones por haber ganado tanto dinero en su calidad
de innovadores de la deuda para el sector financiero, para
las aseguradoras y para las inmobiliarias.
Su lugar va
a ser ahora ocupado por los Estados como compradores en última
instancia de deuda mala. Supongo que a eso bien puede llamársele
"socialismo financiero": la etapa necesaria para
salvar el capitalismo financiero, o al menos sus mayores
instituciones ("demasiado grandes para caer") en
la cúspide de la pirámide económica. También podría
llamársele "capitalismo financiero de los bienes raíces".
Pero en los usos lingüísticos que dominan en Washington se
emplean los eufemismos, tan característicos de la jerga
populista del Partido Demócrata, de "propiedad
democratizadora" y "aumento de la propiedad de la
vivienda", en referencia al incremento de la tasa de
endeudamiento de la población, que ha llegado al extremo de
que la hipoteca absorbe el grueso de sus ingresos personales
disponibles.
¿Puede
hincharse otra burbuja inmobiliaria?
Se mantiene
el hecho de que todas las burbujas financieras que registra
la historia, comenzando por la burbuja inglesa de los Mares
del Sur y la burbuja francesa del Misisipí en 1710, hasta
la burbuja actual, han sido patrocinadas por los gobiernos.
Olvídense de la propaganda de la "locura de las
masas", característica de la retórica del libre
mercado. Las elites que están en el meollo y los políticos
que favorecen las burbujas siempre culpan a la víctima. La
realidad es que Fannie, Freddie y la FHA dieron una pátina
de confianza al préstamo irresponsable y al fraude liso y
llano. Ese juego de confianza les llevó a garantizar unos
5,3 billones de dólares de hipotecas, y a mantener otros
1,6 billones en sus libros de contabilidad para respaldar
las obligaciones que emitían para los inversores
institucionales. Su estrategia ha consistido en emitir
obligaciones pagando tasas de interés relativamente bajas,
y usar los beneficios para comprar hipotecas a tasas algo más
altas. Este tipo de arbitraje con las tasas de interés es
lo que S&L hizo en los años 80; un paralelo pertinente,
que comentaré luego.
El mito es
que el papel de Fannie y Freddie consiste simplemente en
extender las bases de la propiedad haciéndola accesible a más
gente. Fannie Mae fue creada en la Depresión, en 1938, como
parte del New Deal de Roosevelt, y privatizada en 1968.
Fredie Mac fue creada dos años después, en 1970, para
comprar las hipotecas de S&L [asociaciones de ahorros y
préstamo; T.] y dar "liquidez" a su crédito
hipotecario desarrollando mercados más allá de los bancos
y de las S&Ls que dieron origen a esos préstamos. Pero
eso, como acabó viéndose luego, fue su "pecado
original", por así decirlo. Los inversores no
bancarios se vieron obligados a depositar su confianza en
los que habían dado origen a las hipotecas: bancos,
S&Ls e intermediarios hipotecarios, cuyas filas rebosan
de peritos en el fraude y el latrocinio.
Llámese
como se quiera al asunto, su sueño es volver a la aparente
edad de oro patrocinada por Alan Greenspan desde la Reserva
federal. Fue una década de rápidas fortunas milmillonarias
amasadas con la compra de créditos hipotecarios
ficticiamente sobrevalorados y su ulterior venta a fondos de
pensiones y a banqueros alemanes e ingleses, ávidos todos
por encontrar unas cuantas fracciones extra de un punto
porcentual en los ingresos corrientes, a fin de justificar
una prima gigantesca alegando haber superado a los gestores
del dinero más realistas.
Todo eso es
tan norteamericano como la tarta de manzana. Retórica política
altruista aparte, la razón de que las finanzas, los seguros
y el sector inmobiliario (FIRE, por sus siglas en inglés)
hayan desarrollado una actividad lobística tan tenaz a
favor de Fannie y Freddie es que la función financiera de
éstas ha sido precisamente la de hacer que la vivienda
fuera cada vez menos accesible. Han hinchado los precios de
los activos con créditos que han endeudado a los
propietarios de viviendas a unos niveles que no tienen
precedentes en la historia. Después de todo, por eso ha
estallado la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, ahora el
Congreso actúa como si la única forma de resolver el
problema de la deuda fuera crear todavía más deuda,
hinchar los precios inmobiliarios todavía más generando aún
más crédito para elevar la puja por los precios que los
compradores de vivienda tienen que pagar. El plan, así
pues, pretende que la irrealidad financiera de la Economía
de la Burbuja se haga real merced al Socialismo Financiero.
¿Puede
funcionar el plan? La razón de que Fannie y Freddie hayan
sido capaces de prestar a un interés más bajo que sus
rivales es que su patrocinio público llevó a los
inversores a creer que había una garantía pública implícita
de no dejarlas caer. Y a la vista del hecho de que esas dos
agencias detentan unos 5 billones de dólares en hipotecas
–cerca de la mitad de los 12 millones del mercado
hipotecario nacional estadounidense—, realmente parecen
"demasiado grandes para caer". El valor nominal de
las hipotecas que han garantizado es casi tan grande como
toda la deuda federal estadounidense en manos del público.
Eso significa que la deuda federal nominal se multiplicaría
por dos si esas dos agencias cayesen. Pero al menos el
gobierno puede siempre imprimir dinero, mientras que los
bienes raíces que respaldan a las hipotecas garantizadas
por Fannie y Freddie (o que figuran en su contabilidad) ven
cómo sus precios van despeñándose por los derrotaderos de
la quiebra técnica. [1]
Lo que
planea sobre sus cabezas es la esperanza de reinflar los
precios de la vivienda para salvar a los gestores
financieros que buscaron hacer dinero con creación de deuda
más que con formación tangible de capital. De modo que la
cuestión es si los precios de la vivienda pueden llegar a
subir hasta un nivel que fuerce a las familias a caer todavía
en más deudas de las que pueden soportar (con pagos cada
vez menores, cada vez más subsidiados a costa del erario público).
En tal
caso, el subsidio no sería realmente para los propietarios
de vivienda, sino para los tenedores de hipotecas del
sistema financiero. El objetivo no sería hacer más
accesible la vivienda, sino menos, ¡porque las deudas serían
mayores!
El grueso
de los inversores ve la situación como de naturaleza más
política que estrictamente económica. Uno oye hablar una y
otra vez estos días de la garantía estatal "implícita"
de la bondad de las obligaciones emitidas por Fannie y Fred
para financiar esas hipotecas basura. La repetición sin
cesar de lo mismo refleja la ansiedad que sienten los
tenedores de esas obligaciones a propósito de la calidad de
las mismas. (Las acciones de Fannie y Freddie se han
desplomado ahora al 10% de lo que un día fueron sus valores
máximos. Los inversores, huelga decirlo, contemplan la
posibilidad de que sus valores se evaporen, como sucedió
con Bear Sterns.)
La palabra
"implícito" significa "no explícito".
Hay una mortificante indicación de lo que podría ser, pero
que todavía no es, legalmente hablando. Los habituales de
la barra libre en el capitalismo financiero inmobiliario
hacen protestas de inocencia y dicen ser víctimas de un
tumbo "inesperado" del mercado. (Las malas
noticias siempre son "inesperadas" para los
portavoces financieros y los periodistas económicos; también
Claude Rains se manifestó "chocado, chocado" al
descubrir que se jugaba en el Ricks's Café.)
La distinción
entre implícito y explícito acaso sea demasiado filosófica
para el grueso de os gestores del dinero que trabajan en las
instituciones financieras y que han comprado a Fannie Mae y
a Freddie Mac obligaciones y paquetes de hipotecas basura.
La mayoría de esos apparatchiki financieros no necesitan
mucha formación intelectual. Todo lo que necesitan es
codicia, que no puede enseñarse; es una adicción. Una
adicción que en Wall Street alienta en el corto plazo, de
una prima anual a la siguiente.
Las primas
de Wall Street se basan en la bondad del
"rendimiento" de uno en relación a la norma: la
tasa de retorno de una obligación del Tesoro, o el promedio
de un fondo de inversión o de un fondo del mercado de
dinero. Cualquiera puede superar esos promedios limitándose
simplemente a realizar las compras más arriesgadas, que
son, por lo mismo, las obligaciones de mayor rendimiento.
Predadores
y víctimas: ¿a quién ayuda el Congreso?
De camino
en el metro hacia mi esperado remanso fresco en Queens, he
abierto esta mañana el New York Times dominical; me
encuentro con un artículo de la siempre bien informada
Gretchen Morgenson sobre un cliente de Countryside Financial
perjudicado por un tipo variable de interés hipotecario que
le han aumentado ahora hasta una cantidad que es incapaz de
pagar. El hipotecado se sintió tan frustrado por la falta
de respuestas luego de sus primeros intentos de comunicarse,
que envió un mensaje por correo electrónico a un bloque de
direcciones de Countryside pidiendo renegociar su hipoteca
en términos más accesibles, a fin de evitar el impago. Eso
es lo que Henry Paulson ha recomendado hacer a los
prestamistas "responsables", y Countrywide es
responsable de cerca de 1,5 billones de préstamos
hipotecarios, la mayoría de ellos subprime.
El mensaje
de correo electrónico terminó en las manos de Angelo
Mozilo, cofundador y presidente del consejo de administración
de Countrywide. (Lo mencioné antes por haber concedido al
director de GNMA y antiguo asesor de Obama una hipoteca en términos
excepcionalmente favorables.) El señor Mozilo es el Darth
Vader del mercado hipotecario global y, probablemente, la
persona con mayor responsabilidad en haber dañado
financieramente a más seres humanos que cualquier otra
persona del planeta, incluidos Ken Lay y Michael Milken.
Mientras llega la oportuna película biográfica, podemos
conformarnos con el artículo "El silencio de los
prestamistas" de la señora Morgenson, publicado el
pasado 13 de julio en el New York Times.
El señor
Mozilo contestó. La petición de que su compañía rebajara
las exigencias hipotecarias le resultaba
"desagradable". La idea misma de un deudor que no
se atiene a los contratos suscritos –contratos que se han
revelado tratos de cebo y cambiazo firmados en condiciones
coercitivas— le parecía una amenaza a la institución
misma de la propiedad privada. Después de todo, ¿acaso la
hipoteca acordada no contemplaba la posibilidad de
"ajustar" al alza su ridículo tipo de interés, a
fin de ponerlo en consonancia con una tasa de extracción de
sus ingresos acorde con el mundo real?
Una
"asesora de ejercicios" de Countrywide,
perteneciente al "equipo de embargos" de la compañía,
trató de ser de más ayuda. Sugirió: "tal vez pueda
usted comer menos", cuando el deudor hipotecario le
contó que, después de pagar el plazo de la hipoteca, sólo
disponía de 10 dólares al día.
Acaso mi
mente viajó demasiado rápido, pero me acordé del lenguaje
empleado por los acreedores sumerios y babilonios. Sus
contratos dicen que los acreedores podrán ir a
"comer" las deudas de intereses debidos por los
cultivadores y los deudores. Típicamente, los contratos de
la Edad de Bronce de los tiempos de Hamurabi (hacia 1750
antes de nuestra era) insisten en que los deudores rurales
pagarán sus deudas en grano (que se cambiaba a la par que
la plata, un litro de grano por cada shekel de plata),
pesado en tiempo de cosecha sobre el terreno mismo de la
trilla. La teoría económica postclásica se funda en el
principio de la utilidad marginal decreciente. Conforme a
esa teoría, el placer de consumir más cantidad de
cualquier mercancía disminuye con cada unidad adicional
consumida. Eso parecía sugerir que, a medida que la gente
se hacía más rica, se volvía menos codiciosa, dejando vía
libre a los consumidores más pobres para "atrapar una
parte". Era una imagen dichosa de economías que, de
forma natural y casi automática, conducían a una
distribución más igualitaria de la riqueza.
Se calla
por sabido que era pura ficción. Pero fue un "yerro
exitoso" que le valió a la escuela de la utilidad
marginal fabulosos subsidios financieros para departamentos
de teoría económica que enseñaban esa distracción que
arrojaba por la borda la teoría económica clásica y las
reflexiones de ésta sobre los incrementos de ingresos no
ganados, las barras libres y la polarización de la riqueza
por los rentistas (una palabra que resulta hoy tan anacrónica
como la de "usurero").
Ni que
decir tiene que esos teóricos de la utilidad marginal jamás
oyeron hablar de la adicción a la riqueza que Aristóteles
y otros escritores antiguos describieron con precisión. ¿Cuánto
puede "comer" un acreedor en la práctica? La
respuesta es: ¡"de todo en cualquier cantidad"!
Por eso la adicción a la riqueza es una adicción total.
Está implícita
en las matemáticas de la "magia del interés
compuesto". Esa es la magia que ha causado la crisis
inmobiliaria hundiendo a Fannie Mae, Freddie Mac y Lehman
Brothers en el abismo de la insolvencia.
Una
repetición de la crisis de los seguros federales S&L:
salvar a los que aceptaron el riesgo, no a sus víctimas
Las
obligaciones basura emitidas por los atracadores de las
grandes corporaciones empresariales eran las obligaciones más
rentables en los 80, hasta que condujeron a la quiebra a las
S&Ls. Desde que la Reserva federal inundó de crédito
la economía tras el estallido de la burbuja punto.com en
2000, las hipotecas basura han sido los títulos de mayor
rentabilidad. Entretanto, desde la Reserva federal, su
presidente, Alan Greenspan, desreguló el sistema bancario
para permitir que la habitual recua de ladrones financieros
expresara los "espíritus animales" que Greenspan
reputaba la fuerza motriz de su mundo de fantasía inspirado
en Ayn Rand.
El
resultado es una repetición del colapso de las S&Ls de
hace dos décadas, la repetición de un "clásico"
financiero, por así decirlo. El modo en que se procedió a
salvar S&L es relevante ahora, porque las propuestas
para salvar a los tenedores de obligaciones emitidas por
FNMA y Freddie Mac son asombrosamente parecidas a la salvación
de los cuentacorrentistas de las expoliadas S&Ls en los
80. Sólo un puñado de S&Ls se fue a pique, las más
notoriamente aficionadas al riesgo. Sus cuentacorrentistas
no eran mamás y papás del vecindario, sino grandes
ahorradores institucionales, que pudieron desentenderse de
los riesgos o de los comportamientos fraudulentos porque había
una garantía pública por parte de la FSLIC (Federal
Savings and Loan Insurance Corporation). Fue ella la que
salvó a los grandes los propietarios de los grandes depósitos.
Volvamos rápidamente
a nuestros días. Se pudo comprobar hace muchos meses que
FNMA maquillaba sus libros. Pero a los grandes especuladores
les traía sin cuidado. Aunque no había garantía pública
oficial alguna, había una protección "implícita"
asegurada a los que incurrían en riesgos. Las empresas
aseguradoras financieras incrementaron drásticamente la
prima de los seguros contra impagos para esas dos agencias
hipotecarias patrocinadas por el gobierno. Pero los
inversores siguieron siendo capaces de sacar unos cuantos
puntos más comprando sus obligaciones.
¿Deberían
ser salvadas? Y si el gobierno no lo hace, ¿significaría
eso la quiebra de FNMA y el colapso del mercado hipotecario
estadounidense?
¿Qué
queremos, una nueva burbuja o la reindustrialización?
Permítasenos
dar un paso atrás y atender a la función que Fannie y
Freddie han desempeñado en la actual Economía de la
Burbuja?
¿A quién
podría esperarse que apoyaran la Fed, en su calidad de
"comité de dirección" del sistema bancario
comercial, y la Agencia Federal de la Vivienda, la FNMA y
Freddie Mac, criaturas del sector inmobiliario?
Manifiestamente creadas para servir "al pueblo",
el 90% del cual está compuesto por deudores, lo que hacen
estas instituciones es apoyar al 10% de la población que
son acreedores.
En lo que
llevamos de año, hemos visto ya un millón de embargos y
subastas, y el colapso de las hipotecas basura está
empeorando. Los precios de la vivienda se están
desplomando, a medida que las tasas de interés de las
hipotecas eufemísticamente llamadas de interés variable
"varían" en la única dirección para la que
fueron concebidas: disparándose desde niveles irrisorios
hasta llegar a niveles catastróficamente altos. En el
mercado de hoy, resulta más difícil obtener un crédito.
La economía ha alcanzado su límite de endeudamiento y está
entrando en una fase de insolvencia.
No estamos
en un ciclo, sino en un fin de época. El viejo mundo de la
piramidalización de la deuda en grado fraudulento no puede
restaurarse, a pesar del rechazo de la Ley Glass–Seagall
en 1999, que provocó conflictos financieros de interés
cuando la Administración Clinton respaldó al secretario
del tesoro Robert Rubin y al lobista financiero Greenspan en
la idea de que los mercados financieros observarían la ley
y se autorregularían. La burbuja inmobiliaria fue posible
gracias al hecho único de que la población norteamericana
salió de la II Guerra Mundial relativamente libre de
deudas. Todas y cada una de las recuperaciones económicas
se han hecho partiendo de un nivel cada vez mayor de deuda.
Eso es algo parecido a tratar de conducir un automóvil con
un pedal del freno más apretado cada vez que se encuentra
un semáforo en luz roja (recesión). Ahora hemos llegado al
límite de endeudamiento, y la economía está atenazada. Ha
vuelto la guerra de clases en el mundo de los negocios, pero
vengándose: en vez de ser la habitual guerra de clases al
viejo estilo entre los empresarios industriales y su fuerza
de trabajo, ésta de ahora regresa a los viejos tiempos
preindustriales; es una guerra de clases entre acreedores y
deudores. Su principio rector es: "el pez grande se
come al chico"; lo que acontece merced a la dinámica
deudora que permea a la pretendida economía de la libre
elección.
Todo eso es
presentado como propio de una economía postindustrial. Pero
el asunto es harto más viejo. Ninguna economía en la
historia ha sido nunca capaz de saldar sus deudas. En eso
consiste la "magia del interés compuesto". Las
deudas crecen inexorablemente, haciendo ricos a los
acreedores pero empobreciendo a la economía entera en el
proceso, y así, destruyendo la capacidad de pago. Habiendo
reconocido esa dinámica financiera, la mayoría de las
sociedades eligió la respuesta más lógica. Desde los
sumerios en el tercer milenio antes de nuestra era y los
babilonios en el segundo, pasando por Grecia y Roma en el
primero y luego la Europa feudal hasta la maraña de deudas
y reparaciones interaliadas que desbarataron a las finanzas
internacionales luego de la I Guerra Mundial, la respuesta
ha sido siempre la de rebajar la deuda para acompasarla a la
capacidad de pago del deudor.
Y eso sólo
se puede hacer anulando la deuda que no se puede pagar. La
alternativa es la servidumbre por deudas. Durante la mayor
parte de la historia, los países han hallado una y otra vez
que la bancarrota –la anulación de la deuda— es la vía
a las economías libres. La idea es liberarlas de una
situación en la que el excedente económico resulta
desviado de la inversión tangible a fin de poder pagar a
los banqueros. La idea clásica de los mercados libres era
evitar la privatización de monopolios como el privilegio único
de los banqueros comerciales, que pueden crear crédito
bancario y cargarlo con intereses.
Las
propuestas que se hacen ahora pretenden substituir las malas
deudas que no están públicamente aseguradas (salvo por una
garantía "implícita" dada por relevantes
legisladores) por deudas nuevas, y con el fardo cargarán
nuevos mamoncillos; ya se está cortejando oportunamente a
bahreinitas y sauditas, especialmente.
Pero lo que
hay, sobre todo, es una campaña pública sostenida por el
sector FIRE (finanzas, seguros y bienes raíces) para
convencer a la opinión pública norteamericana de que, en
las célebres palabras de Margaret Thatcher, TINA,
"There Is No Alternative", "no hay
alternativa". (Véase por ejemplo la excelente
cobertura que hizo el Wall Street Journal de la crisis
hipotecaria de la FNMA el 11 de julio de 2002, p. A12.)
Cuando uno oye eso, significa que la censura política se
está movilizando para inundar a los medios de comunicación
de masas con el equivalente intelectual de las moscas de la
fruta estériles que se sueltan para evitar la propagación
de una amenaza. Todo lo que uno oye es un caudal de
alegaciones, según las cuales el gobierno está obligado a
preservar las ficciones financieras que son FNMA y Freddie
Mac para "salvar al mercado".
¿Pero qué
es "el mercado" que ha de ser "salvado"?
Para Wall Street y sus abogados en el Congreso, es la masa
de deuda mala que crece a un "mágico" interés
compuesto, más allá de la capacidad de pago de los
deudores. Si los deudores no pueden pagar, entonces tiene
que pagar el gobierno: el "contribuyente" tiene
que extenderle un cheque a Wall Street. Entretanto, hay que
proceder a más recortes fiscales para permitir que las
finanzas, las aseguradoras y el sector inmobiliario tengan
dinero bastante para "recuperarse" de sus pérdidas
por la vía de extraer aún más rentas e intereses de los
consumidores y asalariados de la economía industrial.
La hipocresía
al uso se lleva esta vez a los extremos con la alegación de
que todo eso es necesario para "salvar a la clase
media", cuando de lo que se trata es de salvar sus
deudas, no sus activos. Lo cierto es que algo ha de
perderse, y el 10% más rico de la población quiere
asegurarse de que no será su posición económica, sino la
del 90% que tiene a sus pies. El "modo de vida"
que se quiere salvar no es el da la vivienda en propiedad,
sino el de la servidumbre por deudas en que se funda la
concentración de la riqueza en la cúspide de la pirámide
económica.
Mi
modesta propuesta
Los
accionistas de FNMA y Freddie Mac serán probablemente
borrados del mapa, como lo fueron los accionistas en la
salvación de los cuentacorrentistas de S&L en los 80.
Hay una forma simple de preservar las funciones públicas de
FNMA y de Freddie, si se consideran necesarias para mantener
el apoyo al mercado de la deuda. Se puede hacer sin acudir
en auxilio de los especuladores que compraron las hipotecas
que ellas empaquetaron.
Para
empezar, no todas las hipotecas que compraron o garantizaron
estas dos agencias son basura. La mayoría son genuinas y
están al corriente de pagos. Después de todo, los pobres
son honrados y creen que tienen que pagar como punto de
honor, aun si el hacerlo contradice su interés económico
cuando el valor de sus hogares hipotecados cae por debajo
del de la hipoteca. Déjese que esas hipotecas sigan
respaldando las obligaciones de FNMA y Freddie Mac
existentes al nivel en el que está actualmente el servicio
de su deuda hipotecaria. Si hay un cortocircuito, déjese
que los tenedores de las obligaciones sufran las pérdidas
que supuestamente van de la mano del riesgo; por algo tenían
esas hipotecas unas tasas de interés tan altas. Las pérdidas
serían proporcionales al fraude financiero e inmobiliario
generado. Esa es la ley para todos los tenedores de
obligaciones cuando sus inversiones se dirigen al sur. ¿Por
qué hacer una excepción para los participantes en la
burbuja financiera?
La regla
caveat emptor [tenga cautela el comprador; T.] debería
aplicarse aquí a los banqueros y a los inversores.
Compraron un producto, un flujo de ingresos que creyeron o
pretendieron que podrían ser pagados. Cualquier estudiante
que haya aprendido las matemáticas del interés compuesto
sabe que, al final, las deudas de una economía nunca pueden
ser saldadas. De modo que esto debería ser un particular
caveat financiero.
Para
mantener sus actividades al día, déjese que Fannie y
Freddie emitan una nueva serie de obligaciones: la serie
"no volveremos a engañar más". Estarían basadas
en una nueva y más honrada y realista estimación de la
accesibilidad a la vivienda, que es lo que supuestamente están
promoviendo. Tales pasos no provocarían un colapso.
Pero antes
de dar pasos para salvar a FNMA y a Freddie Mac, podríamos
preguntarnos si sería una tragedia el cese de sus garantías
de la deuda. Wall Street dio a los políticos un guión para
apoyar a FNMA y a Freddie, pretendiendo que su actividad de
empaquetar y revender hipotecas en grandes
"rebanadas" proporcionaba liquidez. Sus defensores
alegaban estar "modernizando" el mercado
hipotecario inmobiliario creando estándares uniformes y
paquetes homogéneos. Pero esos paquetes se fueron
contaminando con basura, embutiendo en salchichas
financieras préstamos a pobres sin paga fija y a Ninjas
("No income, no job") sin ingresos ni empleo.
Lo que
hicieron Fannie y Freddie fue proporcionar una nueva y
caudalosa fuente de demanda hipotecaria. Su papel ha
consistido en extender el mercado de la deuda hipotecaria,
crear oportunidades para ganar dinero financieramente en un
contexto de inflación de los precios de los activos: la
Economía de la Burbuja. El resultado fue la subida
desapoderada de los precios de la vivienda. Tal ha sido el
Juego Norteamericano durante un siglo. Y se ha abierto cada
vez más a inversores extranjeros (incluidos los ingenuos
bancos alemanes que fueron los primeros en arruinarse por
haber confiado en el mercado estadounidense de hipotecas
basura), hinchando la oferta de fondos prestables que
empujaron al alza los precios de la propiedad.
Antes de la
FNMA y Freddie Mac, los bancos que hacían hipotecas las
mantenían, porque no había compradores ciegos fuera. Así
fue la era pre–fraude. Ahora la vemos como una Edad de
Oro. Los precios de las viviendas eran baratos, y los
compradores no tenían que endeudarse tan profundamente para
adquirir sus casas. Pero el Senado y el Congreso –al
menos, los Demócratas— urgen ahora a la Agencia Federal
de la Vivienda y a otras agencias públicas a sostener al
alza el mercado hipotecario ofreciendo préstamos por el
valor total de lo adquirido y otros subsidios. El propósito
primero no es ayudar a los propietarios de vivienda, que, en
realidad, tendrían que pagar más, si el mercado
inmobiliario se hinchara de nuevo. Cada crisis económica añade
unas cuantas palabras a la lengua inglesa. Esta vez, tenemos
"reflate" ("reinflar"). Otra es la acuñada
por el profesor Roubini, de la Universidad de Nueva York,
"stagdeflation" ("estancdeflación"),
que combinaría la deflación de ingresos causada por la
deuda y la inflación de precios de las mercancías a medida
que el dólar baja en respuesta al déficit de la balanza de
pagos resultante en buena medida de la guerra de Irak. Pero
esta es otra historia. La historia de hoy trata de los
intentos del Congreso de salvar a bancos que compraron o
empaquetaron esas hipotecas basura, trata de lo innecesario
de ese salvamento y trata de una medida harto más simple y
equitativa, cual sería cancelar la mala deuda.
Conclusión
La deuda
inmobiliaria estadounidense de 13 billones de dólares no es
más saldable que la deuda de 3,5 mil millones de dólares
que tiene contraída el gobierno norteamericano con bancos
centrales extranjeros, o, para lo que aquí importa, que la
deuda pública misma. Adam Smith observó hace dos siglos
que ningún gobierno había saldado jamás sus deudas. En
esa época, la aristocracia –los sucesores de los señores
de la guerra vikingos que conquistaron Gran Bretaña y otros
países europeos, privatizando sus tierras comunales—
mantenía el grueso de la tierra abierto al acceso público
libre. Hoy, los bienes raíces se han
"democratizado", pero eso se ha hecho a crédito.
Las hipotecas constituyen el grueso de la deuda de las
familias norteamericanas. Con tal función, la deuda
inmobiliaria se ha convertido en la base del sistema
bancario comercial, y por lo mismo, en la base de la riqueza
del 10% más rico de la población, acreedor del 90%
endeudado. De eso van Fannie Mae, Freddie Mac y "el
mercado".
Ningún
partido apoya en el Congreso una nueva ley de quiebras.
Falta, para eso, el dinero de los lobistas. De modo que la
alternativa preferida parece ser una nueva burbuja
inmobiliaria, lo que significa más servidumbre por deudas
para los nuevos compradores de vivienda, no descenso de los
precios de las casas a niveles accesibles.
Por
supuesto, hay una alternativa (TIAA, There Is An
Alternative). Es hacer de la renta la base del sistema
fiscal, en vez de hacer de ella la base para expandir la
deuda a los bancos. Los bienes raíces podrían liberar de
fiscalidad al trabajo y a la industria. En cambio, desgravar
fiscalmente la propiedad lo que ha hecho es forzar al mundo
del trabajo a cargar con los impuestos y a pagar a los
bancos una suma equivalente en intereses.... Pero ese es ya
asunto para un artículo venidero.
N.
del T.:
1.–
La "negative equity" se traduce aquí por
"quiebra técnica" por ser la única voz del léxico
económico con tradición castellana que se acerca al
significado original en inglés. Pero la locución inglesa
es propiamente intraducible, a causa de las diferencias
legislativas. Mientras que cuando en los EEUU se deja de
pagar una hipoteca lo único que puede hacer la institución
financiera acreedora es subastar el bien inmobiliario y
quedarse con el dinero de la subasta, en la legislación
hispánica, si el dinero conseguido en la subasta no basta
para cubrir la hipoteca, la institución financiera puede
proceder al embargo de otros bienes del deudor –incluida
la nómina—, hasta cubrir el total de lo adeudado.
"Negative equitiy" es la situación que se produce
cuando el precio del inmueble cae por debajo de la deuda
hipotecaria: quien tiene entonces un problema es la
institución financiera tenedora de los títulos
hipotecarios. Mientras el deudor norteamericano en situación
de "negative equity" tiene abierta la posibilidad
de soltar el bien inmobiliario de consuno con la hipoteca,
el deudor hispánico se halla, en cambio, en situación de
"quiebra técnica": debe más de lo que vale el
bien por el que está endeudado y no tiene otra salida que
seguir satisfaciendo esa deuda.
(*)
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado
en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase
Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur
Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró
en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del
mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue
asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente
campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a
los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así
como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la
Investigación. Distinguido profesor investigador en la
Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de
numerosos libros, entre ellos “Super Imperialism: The
Economic Strategy of American Empire”.
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