La
guerra entre el dólar y el euro
Por
Alejandro Nadal
Boletín Entorno (Año 6 Número 67), 14/08/08
En 1971
John Conally, secretario estadounidense del Tesoro, lo dijo
con toda claridad: “el dólar es nuestra moneda y su salud
es el problema del resto del mundo”. Hoy comienza a
desplegarse la peor crisis financiera en 60 años, y la
estructura macroeconómica en la que estuvo basada la
hegemonía del dólar estadounidense está llegando a su
fin. Pero la sentencia de Connally es más certera que
nunca.
Nadie sabe
a ciencia cierta cuánto durará la crisis económica y
financiera. Lo que sí sabemos es que está por concluir el
reinado del dólar como única moneda de reserva en el
mundo. De ahora en adelante tendrá que compartir ese papel
con el euro. Los beneficios de ser banquero del mundo ya no
serán exclusivos para Estados Unidos, lo que sin duda tendrá
que reflejarse en cambios estructurales en su economía.
Para
analizar el proceso de ajuste monetario a escala mundial es
importante tomar en cuenta el mandato de la Reserva Federal.
Por ley, su misión es “mantener el crecimiento de los
agregados monetarios compatibles con el potencial de
crecimiento económico de largo plazo, promoviendo
efectivamente las metas de máximo empleo, estabilidad de
precios y tasas de interés moderadas de largo plazo”.
Para una
moneda de reserva internacional, este triple mandato es un
problema. Por definición, cualquier divisa que aspire a
desempeñar el papel de moneda de reserva debe estar
vinculada a un mecanismo que le permita conservar su valor.
Si la Fed aumenta la oferta monetaria y reduce la tasa de
interés, eso puede estimular la inversión y el empleo en
Estados Unidos. Pero puede llevar a depreciar el dólar y
eso ya no es buena noticia para los tenedores del billete
verde o de activos denominados en esa moneda. En ese caso se
desencadenan ajustes en la cartera de inversiones y reservas
hacia otras monedas juzgadas fuertes. Algo de esto ha estado
sucediendo en los últimos 20 meses.
En el
contexto de la crisis financiera y la recesión en Estados
Unidos, el problema para la Fed se complica. Por una parte
debe pensar en estimular la economía para que la recesión
no sea tan larga o profunda, y debe asegurar la liquidez del
sistema bancario. Eso conduce a una expansión de la oferta
monetaria y a debilitar todavía más al dólar. (De hecho,
eso es lo que ha hecho la Fed en años recientes,
alimentando burbujas como la del mercado de bienes raíces.)
Ahora bien,
una devaluación puede ser saludable para corregir un
desequilibrio en las cuentas externas. Pero cuando se trata
de una moneda de reserva, la devaluación afecta a todos
aquellos que confiaron en el sistema y detentan reservas en
esa moneda. Las cosas se complican si el país que emite la
moneda de reserva se ha convertido en el deudor de última
instancia para la economía mundial. En ese caso, los
acreedores sufrirán el ajuste devaluatorio y tratarán de
evitar pagar el costo.
En los
pasados doce meses los inversionistas privados se han
alejado del dólar, buscando diversificar sus carteras de
inversiones. Algunos bancos centrales también: Rusia e
India son dos ejemplos importantes. Divisas como el euro, la
libra y el franco suizo han visto aumentar su demanda, con
su consiguiente apreciación.
En cambio,
los bancos centrales que mantienen una política cambiaria
vinculada al dólar han aumentado sus reservas en esa
divisa: es una forma de ayudar a mantener el valor de sus
activos. Estos bancos centrales y los llamados fondos
soberanos de riqueza (constituidos con los excedentes
petroleros de los principales exportadores de crudo en el
golfo Pérsico) son los que hoy compran bonos del Tesoro
para financiar el colosal déficit en cuenta corriente de
Estados Unidos. Su comportamiento responde más a
consideraciones políticas que a un análisis financiero
riguroso. ¿Hasta cuándo van a seguir la estrategia de
tragar más agua para no ahogarse?
Estamos en
el inicio de un complejo proceso de ajuste en la composición
de reservas y en el modo de financiar el déficit externo de
Estados Unidos. Esto abrirá el camino para consolidar el
euro como moneda de reserva, pero nadie dice que el viaje
será fácil. De hecho, la apreciación del euro ya es un
problema serio para la economía europea. Alemania, por
ejemplo, ya acusa los síntomas recesivos debido al efecto
de la apreciación sobre sus exportaciones.
La guerra
entre dólar y euro apenas está comenzando. Quizás
concluya con un ajuste ordenado que permita a las economías
capitalistas otro ciclo de expansión. Pero la expansión
desorbitada del sector financiero en las últimas tres décadas
puede llevar en otra dirección: hacia una pesadilla de
estancamiento, inflación y desorden monetario universal. Si
éste es el caso, recuerden la primera lección de los
mercados financieros: si va a cundir el pánico, es mejor
ser el primero en salir corriendo.
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