Los
bancos centrales frente a la crisis
¿Independencia
para qué?
Por
Juan Torres López (*) y Alberto Garzón Espinosa (**)
Altereconomía, julio 2008
Los análisis
convencionales de la crisis que vivimos, es decir, los más
ligados al poder y a la ideología económica dominante,
apenas si pasan de puntillas sobre el papel que están
desempeñando los bancos centrales. A nosotros, por el
contrario, nos parece que es un asunto crucial sobre el que
debe reflexionarse y que merecería una respuesta
contundente por parte de los ciudadanos. Los hechos son muy
evidentes.
Los bancos
centrales, y a la cabeza la Reserva Federal estadounidense,
fueron los que permitieron que los fenómenos que han dado
lugar a la crisis se produjeran.
Establecieron
una regulación de los mercados financieros cada vez más
permisiva y opaca, de modo que el nivel de riesgo fue
aumentando sin cesar. Facilitaron el endeudamiento masivo de
las familias, alimentando así la burbuja inmobiliaria y una
insostenibilidad creciente de las finanzas que tarde o
temprano afectaría a la economía real. Aceptaron que los
bancos crearan productos financieros muy peligrosos que, al
propagarse por todo el sistema financiero internacional, han
terminado por ocasionar una crisis global sin precedentes.
Los
"chanchullos" que según el Premio Nobel de Economía
Paul A. Samuelson dieron lugar a la crisis fueron
consentidos por los bancos centrales que han estado mirando
a otro lado mientras que las finanzas internacionales se hacían
inestables, opacas y peligrosamente arriesgadas.
Los bancos
centrales mantienen en la práctica un silencio que solo
puede calificarse como cómplice ante la existencia de los
paraísos fiscales, o lo que es lo mismo, ante un régimen
generalizado de evasión y delito financiero.
Aparentemente
los bancos centrales están encargados de poner coto a la
inflación pero, a la postre, los índices de precios están
subiendo y su tan cacareada independencia se muestra, de
hecho, como simplemente inútil para evitar que aparezca.
Sencillamente porque la tesis que mantienen sobre el origen
de la inflación es equivocada, y en la práctica afrontan
la inflación con medios que en realidad sólo pueden
conseguir que la distribución de las rentas beneficie a los
grupos sociales más poderosos.
La Reserva
Federal ha ido más lejos que cualquier otro banco central,
como es lógico dado el poder de imperio del que disfruta,
consintiendo y tratando de ocultar ante el resto del mundo
que Estados Unidos inunde la economía mundial de dólares,
recurriendo para ello a la no publicación, desde marzo de
2005, de la cantidad de dinero en dólares que se encuentra
en circulación.
Sin
encomendarse a ningún poder representativo, los bancos
centrales toman diariamente decisiones que directamente
provocan que las rentas que están en el bolsillo de las
familias pasen a las carteras de los bancos, haciendo creer
a la opinión pública que se trata de decisiones técnicas
sin ningún tipo de connotación política.
Los bancos
centrales ejecutan la política monetaria sin tener en
cuenta a nadie más y, por tanto, al margen del principio
elemental que debería guiar a la política económica en su
conjunto: la coordinación de la monetaria con las demás, y
muy especialmente con la fiscal.
Los bancos
centrales son los adalides de la libertad de movimientos del
dinero, pero este no es sino otro principio neoliberal que,
como dice el Nobel Joseph Stiglitz, "es sólo ideología.
Los datos demuestran que la liberalización del capital a
menudo causa problemas, inestabilidad y no
crecimiento".
Los bancos
centrales vienen empecinándose en controlar la inflación
como un fin en sí mismo cuando es evidente que el control
de los precios es un medio para lograr el crecimiento, el
empleo y la estabilidad general de la economía. Y lo que
logran así no puede ser otra cosa que convertirse en un
lastre pesadísimo para las economías.
Los bancos
centrales se proclaman los grandes defensores de la libertad
económica, y la demandan y practican constantemente en lo
monetario, pero al mismo tiempo callan cuando los países
ricos regulan cada vez más la circulación de mercancías
para enriquecerse a costa de los más pobres.
Hasta
gobernantes incluso conservadores han tenido que hacer oír
su voz, en ocasiones puntuales eso sí, frente a un Banco
Central con orejeras que hoy día es un obstáculo crucial
para salir de la crisis y poder adoptar medidas que pudieran
relanzar la estabilidad y el crecimiento.
En fin,
frente a una crisis compleja y que en realidad está
poniendo sobre la mesa lo inadecuado del no sistema
monetario internacional, de la regulación actual de los
flujos financieros y del papel que vienen desempeñando
bancos más preocupados de sus operaciones especulativas que
de la financiación de la economía, los bancos centrales se
limitan a gestionar los tipos de interés a favor de los
grandes poseedores de dinero y a pedir moderación salarial
para los trabajadores. Es lo único que parece que saben
decir.
Por eso los
ciudadanos deberían empezar a ser conscientes de que no les
conviene este régimen bancario y de que hay que poner fin a
un privilegio de independencia que se ejerce contra la mayoría
de la población. Que ni tiene fundamento científico ni en
la práctica ha demostrado que contribuya a resolver mejor
los problemas económicos. Todo lo contrario, es pura
ideología concebida para justificar las políticas que sólo
terminan por distribuir la renta y la riqueza más
favorablemente para los ricos.
(*)
Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga.
(**)
Alberto Garzón Espinosa, estudiante de la Facultad de CC.
Económicas y Empresariales de la Universidad de Málaga.
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