¿Tienen
los bancos centrales una estrategia de salida?
Por
Kenneth Rogoff (*)
crisis–economica.blogspot,
septiembre 2008
Traducido por Carlos Manzano
Singapur
– Un año después de que comenzara la crisis financiera
mundial, varios bancos centrales fundamentales siguen
extraordinariamente expuestos con los precarios sectores
financieros privados de sus países. Hasta ahora, la
estrategia de mantener los sistemas bancarios intubados con
el crédito a corto plazo garantizado con cargo a
los contribuyentes ha sido lógico, pero tarde o
temprano los bancos centrales deben desconectarlos. De lo
contrario, acabarán, a su vez, en el servicio de cuidados
intensivos, cuando las pérdidas por créditos fallidos
inunden sus balances.
La idea de
que las grandes economías del mundo afrontan simplemente un
pánico a corto plazo parece cada vez menos sostenible. En
cambio, está resultando patente que, después de un período
de beneficios y crecimiento apoteósicos, el sector
financiero debe pasar ahora por un período de consolidación
y recortes. Hay que permitir que los bancos débiles
quiebren o se fusionen con otros (y se pague a los
depositantes corrientes con fondos estatales de seguros)
para que surjan bancos fuertes con un nuevo vigor.
Si ése es
el diagnóstico correcto de la “crisis financiera”, los
intentos de bloquear una dinámica normal y sana sólo
servirán en última instancia para prolongar y exacerbar el
problema. No permitir la necesaria consolidación equivale a
debilitar los mercados de crédito, no a fortalecerlos.
La Reserva
Federal de los Estados Unidos, el Banco Central Europeo y el
Banco de Inglaterra están particularmente expuestos.
Colectivamente, han concedido centenares de
miles de millones de dólares en préstamos a corto
plazo tanto a bancos tradicionales como a “bancos de
inversión” complejos y no regulados. Muchos otros bancos
centrales están observando, nerviosos, la situación, muy
conscientes de que pronto podrían encontrarse en la misma
posición, a medida que la economía mundial sigue debilitándose
y las tasas de morosidad correspondientes a toda clase de
deudas siguen aumentando.
Si los
bancos centrales afrontan un golpe en gran escala a sus
balances, no necesariamente será el fin del mundo. Ya ha
ocurrido en ocasiones anteriores –por ejemplo, durante las
crisis financieras del decenio de 1990–, pero la historia
indica que la reparación del balance de un banco central
nunca es agradable. Al haber de afrontar pérdidas de créditos,
un banco central puede conseguir su escapatoria mediante la
inflación o esperar a la recapitalización por los
contribuyentes. Las dos soluciones son extraordinariamente
traumáticas.
Una inflación
desbocada causa toda clase de distorsiones e ineficiencias.
(Y no se debe pensar que los bancos centrales hayan
descartado el impuesto de la inflación. De hecho, la
inflación se disparó durante el año pasado, con lo que
facilitó oportunamente una necesaria corrección del precio
real de las casas.) Por otra parte, los rescates con cargo a
los contribuyentes raras veces son suaves y comprometen
inevitablemente la independencia de los bancos centrales.
También se
plantea una cuestión de equidad. El sector financiero ha
producido beneficios extraordinarios, en particular en los
países anglófonos, y, si bien el cálculo de las
dimensiones del sector financiero resulta
extraordinariamente difícil por su opacidad y complejidad,
las estadísticas oficiales de los EE.UU. indican que las
empresas financieras representaron una tercera parte,
aproximadamente, de los beneficios empresariales americanos
en 2006. Las gratificaciones multimillonarias en Wall Street
y en la City de Londres han llegado a ser cosa corriente y
las empresas financieras han predominado en las listas de
donantes a todos los más importantes candidatos políticos
a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos que se
celebrarán en 2008. Así, pues, ¿por qué han de ser los
contribuyentes corrientes quienes paguen la cuenta del
rescate del sector financiero? ¿Y por qué no el de las
industrias automovilística y metalúrgica o cualquiera de
las demás industrias que han sufrido recesiones en los últimos
años? Este argumento resulta tanto más poderoso, si los
bancos centrales recurren al “impuesto de la inflación”,
que recae desproporcionadamente sobre los pobres, quienes
tienen menos medios para protegerse de los aumentos de
precios que socavan el valor de sus ahorros.
El
economista británico Willem Buiter ha acusado sin rodeos a
los bancos centrales y a los funcionarios de la Hacienda Pública
de parcialidad del regulador a favor del sector financiero,
en particular en los Estados Unidos. Se trata de una acusación
grave, sobre todo en vista de las enormes incertidumbres que
han afrontado los bancos centrales y los funcionarios de la
Hacienda Pública, pero, si los funcionarios no hacen el
ajuste a medida que avance la crisis, la acusación de
Buiter puede parecer menos exagerada.
Así, pues,
¿cómo pueden los bancos centrales salir de ese profundo
agujero? La clave es extremar la distinción entre empresas
financieras cuyas dificultades se deben de verdad al pánico
(y, por tanto, son temporales) y las que tienen problemas más
estructurales.
Después de
un período de expansión en gran escala durante el cual las
dimensiones del sector de los servicios casi se duplicaron,
cierta reducción es natural y normal. El problema de las
hipotecas de alto riesgo desencadenó una reducción en las
actividades principales de algunas entidades financieras, en
particular sus negocios derivados y extraordinariamente
beneficiosos. Cierta reducción del sector es inevitable.
Los bancos centrales deben comenzar a fomentar la
consolidación, en lugar de conceder crédito
indiscriminadamente.
En
principio, el sector financiero puede reducirse mediante la
contracción proporcional de cada una de las entidades en un
15 por ciento, pongamos por caso, pero ésa no es la tónica
típica de sector alguno. Si hay fondos soberanos que
quieren entrar y mantener a flote empresas muy necesitadas
de capital con la esperanza de una gran recuperación, se
les debe permitir hacerlo, pero deben comprender que los
grandes accionistas extranjeros pueden ser mucho menos
eficaces que los locales con vistas a persuadir a los bancos
centrales para que concedan líneas de crédito en gran
escala y sin compromiso.
Ya es hora
de hacer balance de la crisis y reconocer que el sector
financiero está experimentando transformaciones
fundamentales y no es simplemente la víctima del pánico
especulativo contra los préstamos hipotecarios. Desde
luego, una reglamentación mejor es parte de la respuesta a
largo plazo, pero no es una panacea. Los actuales titulares
de acciones de empresas y de bonos deben cargar con el costo
principal o, si no, habrá pocas esperanzas de que actúen
de forma más responsable en el futuro.
(*)
Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Política Pública
de la Universidad de Harvard y antes fue economista jefe del
FMI.
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