La
sucesión de calamidades que empujó a
AIG al borde del abismo
Por
Monica Langley, Deborah Solomon
y Matthew Karnitschnig
Wall Street Journal, 18/09/08
El martes
por la noche, la junta de American International Group Inc.
(AIG) sopesó durante tres horas la oferta del gobierno: un
préstamo de US$85.000 millones a cambio de ceder el control
de la aseguradora global.
Los
directores se quedaron asombrados por la propuesta
"onerosa", como la calificó uno de ellos. Los
sorprendió la orden de reemplazar al presidente ejecutivo,
Robert Willumstad, y se molestaron ante lo que consideraban
una excesiva mano dura por parte de Washington. Un director
reconoció sentirse "ultrajado".
"El
papel de un gobierno no es comprar una gran compañía del
sector privado", dijo Martin Feldstein, un director de
AIG y ex asesor económico de Ronald Reagan. Mientras la
junta estudiaba la posibilidad de acogerse a la bancarrota
(una decisión que podría haber causado el caos en los
mercados financieros de todo el mundo), Willumstad dejó muy
claro el dilema. "Estamos ante dos malas
opciones", le dijo a la junta, según uno de los
presentes. "(Podemos) declararnos en bancarrota mañana
por la mañana o aceptar la propuesta de la Fed esta
noche". A las 19:50, Willumstad hizo una llamada telefónica
y aceptó la oferta.
Tal como
ilustra la caída de AIG, las firmas débiles son las más
vulnerables y su fin podría estar cerca. Antes del viernes,
esta transferencia de propiedad ni siquiera era una
alternativa en consideración. El sábado, el Secretario del
Tesoro Henry Paulson les dijo a los banqueros que
consideraban concederle un préstamo a AIG que el gobierno
"no tiene una idea clara de la dimensión del
problema".
El martes,
ante la falta de propuestas del sector privado, las
autoridades decidieron que los riesgos de dejar que AIG se
declarara en quiebra eran demasiado grandes para que los frágiles
mercados financieros pudieran absorberlos.
AIG es un
gigantesco conglomerado asegurador con presencia en 130 países
y una historia que se remonta a 1919. Construida a lo largo
de cuatro décadas por el ex presidente ejecutivo Maurice R.
"Hank" Greenberg, AIG no se parece a ninguna otra
compañía. Vende seguros de renta anual a profesores de
West Virginia, seguros de responsabilidad a terceros a las
mayores empresas estadounidenses, seguros para trabajadores
a restaurantes y pólizas que cubren a vacas en la
polvorienta Jhalawar, en India.
Dependiendo
de la óptica con que se mire, AIG goza de buena salud. El
origen del problema es una filial que vendió un complejo
derivado, un seguro contra cesaciones de pagos (CDS, por sus
siglas en inglés), diseñado para proteger a los
inversionistas contra los impagos en una amplia variedad de
activos, incluyendo las hipotecas de alto riesgo. Las pérdidas
de la división ascendieron a los US$18.000 millones y
obligaron a AIG a inyectar muchos más millones como
colateral, lo cual amenazó sus recursos financieros. La
rebaja de su calificación de crédito y la insoportable
presión sobre su acción exacerbó su posición ya
debilitada.
Willumstad
asumió la presidencia ejecutiva el pasado 15 de junio. El
ejecutivo, que siempre había soñado con dirigir una gran
compañía desde que fue pasado por alto para el máximo
puesto en Citigroup, le aseguró a la junta que contaría
con "un plan de juego para el 25 de septiembre".
Sin
embargo, las circunstancias dictaron otro curso. A
principios de septiembre, Willumstad decidió que AIG tenía
que recaudar capital con rapidez después de anunciar miles
de millones de dólares en pasivos ligados a la crisis de
las hipotecas subprime. "Los agujeros que tenemos que
tapar son tan grandes que necesitamos levantar
capital", le dijo Willumstad a Jamie Dimon, presidente
ejecutivo de J.P. Morgan Chase.
Después de
un fin de semana de reuniones y muchas llamadas telefónicas,
el lunes Willumstad informó a Eric Dinallo, superintendente
de seguros del estado de Nueva York, que AIG necesitaría
hasta US$70.000 millones para evitar su hundimiento. Sin
embargo, después del lúgubre desempeño de los mercados el
lunes, representantes de J.P. Morgan, Goldman Sachs y Morgan
Stanley llegaron a la conclusión de que para tapar la
brecha de liquidez, AIG necesitaría como mínimo US$80.000
millones.
Cuando
Paulson apareció en la Casa Blanca para responder preguntas
sobre el colapso de Lehman, dijo que en principio no volvería
a intervenir a no ser que fuera importante para mantener el
orden del sistema financiero.
En cuanto a
AIG, Paulson dijo que el gobierno no estaba diseñando ningún
préstamo. Pero, a última hora de la tarde, estaba claro
que ni Goldman ni J.P. Morgan iban a rescatar a AIG.
La decisión
de que la Fed tendría que intervenir llegó a la 1:30 de la
tarde del martes, pero necesitaba la aprobación de su
junta. Después de más llamadas con Paulson y Bernanke, la
decisión estaba cobrando forma con asombrosa rapidez.
A las 4 de
la tarde, la propuesta fue entregada en mano a AIG. Era un
documento de tres páginas. Willumstad convocó una asamblea
general a las 5 de la tarde. La única condición que puso
la Fed: Willumstad sería sustituido como presidente
ejecutivo, tras sólo tres meses al frente de AIG.
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