Entrevista
a Michael Hudson (*)
La
crisis crediticia se agrava
Por Mike Whitney
Counterpunch, 9 y 10/09/08
Sin
Permiso, 14/09/08
Traducción
de Ricardo Timón
Por
tercera vez a la lo largo de este verano, Mike Whitney
entrevista al experto norteamericano en mercados financieros
y política fiscal Michael Hudson. Publicamos el texto
dividido en dos partes.
Parte
I
Mike
Whitney:
El gobierno anunció planes para poner a los dos gigantes
hipotecarios, Fannie Mae y Freddie Mac, en "situación
de conservación". Los accionistas serán virtualmente
borrados (las acciones han caído ya más de un 90%), pero
el Tesoro norteamericano dará pasos para proteger la deuda
de ambas compañías. Hasta cierto punto, protegerá también
sus acciones preferenciales, las cuales [a diferencia de las
acciones comunes, que tienen derecho de voto, pero no
prioridad en la distribución de dividendos; T.], según
Morgan–Chase, sólo se han depreciado la mitad.
Eso
parece la intervención pública más radical en los
mercados financieros de toda la historia de los EEUU. Si
esas dos compañías terminan nacionalizadas, se añadirán
5,3 billones de dólares en el Debe del balance contable
nacional. Mi primera pregunta es, entonces, ¿por qué el
Tesoro sale en rescate de tenedores de obligaciones y de
otros inversores en sus reconocimientos de deuda
hipotecaria? ¿Dónde está aquí el interés público?
Michael
Hudson:
El Tesoro destacó que la ultimación de los detalles de la
toma de control tenía como plazo máximo el domingo por la
tarde, antes de la apertura de los mercados asiáticos de
valores. Esa preocupación revela los condicionamientos a
que está sometido el rescate: la balanza de pagos y la
situación militar. Los bancos centrales de China, de Japón
y de Corea son importantes tenedores de esas obligaciones,
precisamente por la gran dimensión de Fannie Mae y Freddie
Mac: los 5,3 billones de dólares que usted menciona y los
11 billones del conjunto del mercado hipotecario
estadounidense.
Cuando
usted mira el balance de activos norteamericanos disponible
para la compra por parte de los bancos centrales extranjeros
y sus excedentes de entre 2,5 y 3 billones de dólares, lo
que observa es que los bienes raíces son el único activo
de suficiente envergadura como para absorber las fugas de la balanza de pagos ocasionadas por los gastos
militares norteamericanos, el comercio exterior y la huída
del capital inversor. Cuando los militares estadounidenses
gastan dinero por doquiera para librar la Nueva Guerra Fría,
esos dólares se reciclan crecientemente por la vía de las
obligaciones hipotecariamente respaldadas, porque no hay
mercado lo bastante grande como para absorber las sumas en
cuestión. Recuerde que
nosotros no permitimos a los extranjeros
–especialmente, a los asiáticos– comprar tecnología de
punta, ni nada que afecte a la "seguridad
nacional", ni infraestructura clave. El gobierno
preferiría que se quedaran con bienes raíces, trofeos
inocuos como el Centro Rockefeller, o con participaciones
minoritarias en bancos en situación de quiebra técnica,
como las acciones de Citibank compradas por los sauditas y
los bahreiníes.
Pero
hay un límite a esa descarnada explotación que el gobierno
norteamericano hace de los bancos centrales extranjeros.
Necesita que el reciclaje de dólares se mantenga en
funcionamiento, a fin de prevenir una drástica depreciación
del dólar. De aquí que el Tesoro haya dado garantías
informales a los gobiernos extranjeros de que se responderá
al menos por el valor en dólares del dinero que sus bancos
centrales están reciclando. (Con todo, esos gobiernos saldrán
perdiendo, en la medida en que el dólar caiga frente a las
monedas fuertes, que son ahora mismo casi todas, salvo el dólar.)
Un fracaso en punto a ofrecer garantías de inversión a los
extranjeros ¡rompería la continuidad del gasto militar
estadounidense en ultramar! Y una vez rescatados los
extranjeros, el Tesoro tiene que acudir al rescate de los
inversores norteamericanos por motivos políticos muy
sencillos de entender.
Fannie
y Freddie han venido embarcándose en hipotecas de riesgo
desde tiempos inmemoriales, subestimando los riesgos a fin
de incrementar el precio de sus acciones y de forma tal, que
los altos ejecutivos pudieran remunerarse a sí mismos
decenas con millones de dólares en salarios y opciones de
acciones. Ahora son, en esencia, insolventes, puesto que lo
que está en cuestión es el propio principal de la deuda. Año
tras año, eso fue criticado por mucha gente. ¿Por qué no
se hizo nada?
Fannie
y Freddie eran célebres por su intensa actividad de
cabildeo lobista en Washington. Compraron el apoyo de
congresistas y senadores, que se las arreglaron para
participar en las comisiones parlamentarias de control de
las finanzas, con objeto de situarse en una posición que
les permitiera recibir financiación para sus propias campañas
electorales por parte de un Wall Street deseoso de que no
llegara a ponerse por obra regulación efectiva alguna.
Al
nivel más amplio, el secretario del Tesoro, Paulson, ha
dejado dicho que se toma el control de estas compañías, a
fin de reflotar el mercado inmobiliario. Fannie y Freddie
estaban aguantando casi en solitario el mercado de las
hipotecas basura que hizo rico a Wall Street.
Los
altos ejecutivos empresariales alegaban que se pagaban
grandes sumas a sí propios en concepto de "innovación".
En la actual jerga orwelliana, "innovación"
financiera significa creación de un privilegio de extracción
especial de renta. El privilegio fue capaz de hacerse con el
proverbial free ride (esto es, con renta económica) por la
vía de tomar prestado a tipos de interés público bajos
para comprar y reempaquetar hipotecas y venderlas a tipos de
intereses altos. Su "innovación" radica en la
ambigüedad que les permitió actuar con ademán de
prestatarios públicos, cuando lo que querían era tomar
prestado a tipos bajos, y comportamiento de arbitristas
privados, cuando lo que querían era lucrarse con márgenes
más elevados.
Los
auditores públicos del Estado están descubriendo ahora que
su otra innovación era retocar los libros de contabilidad,
al estilo Enron. Cuando crecieron la morosidad y los
impagados, Fannie y Freddie no devaluaron contablemente sus
títulos hipotecarios con precios realistas. Lo que dijeron
es que lo harían en un año, más o menos: en 2009, cuando
los desreguladores de la administración Bush hubieran
dejado el cargo. La idea era cargarle el muerto a Obama
cuando quebraran.
Pero
en el nivel más profundo, la "innovación" que
sirvió para crear un orificio extractor de renta consistió
en el engaño, según el cual el crecimiento de los préstamos
hipotecarios basura podría continuar indefinidamente
durante mucho tiempo. La dura realidad es que ningún
crecimiento exponencial de la deuda ha sido nunca capaz de
sostener la devolución de la misma por más tiempo que unos
pocos años, ya
que ninguna economía ha sido jamás capaz de generar
excedente con la rapidez suficiente como para mantener el
ritmo de la "magia del interés compuesto", locución,
ésta, sinónima de la de crecimiento exponencial de la
deuda.
El
camino hacia la servidumbre por deudas
En
una entrevista anterior, dijo usted: "La economía ha
llegado a su límite de endeudamiento y está entrando en
una fase de insolvencia. No estamos en un ciclo, sino en un
fin de época. El viejo mundo de la piramidalización de la
deuda en grado fraudulento no puede restaurarse." Podría
desarrollar eso, a la vista de lo que está pasando ahora?
¿Durante
cuánto tiempo se puede seguir bombeando dinero al mercado
inmobiliario, cuando el ingreso personal disponible no crece
lo bastante como para subvenir a esas deudas? ¿Cómo puede
pagar la gente hipotecas que valen más que el valor de su
propiedad? ¿De dónde puede venir la
"demanda del mercado"? Los especuladores
comenzaron ya a huir del mercado inmobiliario a fines de
2006 (cuando representaban una sexta parte de todas las
ventas).
Lo
más que puede conseguir el rescate del fin de semana pasado
es posponer las pérdidas procedentes de deuda dimanante de
las hipotecas basura. Pero eso es cosa harto distinta de
restaurar la capacidad de pago de los deudores. El señor
Paulson habla de aumentar el préstamo, a fin de sostener
los precios inmobiliarios. Pero eso lo que hará es evitar
que el precio de la vivienda caiga a niveles accesibles para
la gente sin tener que endeudarse cada vez más con
hipotecas. Los precios de la vivienda están muy, pero que
muy por encima del precio de equilibrio, conforme a la
definición tradicional de éste, a saber: un precio, el
costeamiento anual del cual equivale a lo que costaría el
alquiler de la vivienda durante ese mismo tiempo.
El
objetivo perseguido por el Tesoro es la reanimación de
Fannie y Freddie como prestamistas, y por consiguiente, como
vehículos de la economía estadounidense en punto a
conseguir préstamos de los bancos centrales extranjeros y
de los grandes inversores institucionales internacionales
antes mencionados. Prestar más, se supone, vendrá en
auxilio del mercado inmobiliario, previniendo un rápido
desplome del mismo; de hecho, el objetivo es mantener en
crecimiento la pirámide deudora. La única forma de hacerlo
es prestar a los hipotecariamente endeudados el dinero
suficiente para que puedan seguir pagando los gastos de
amortización y de intereses sobre el volumen existente de
deuda. Y puesto que el grueso de la gente no está realmente
ingresando más –de hecho, su presupuesto está
encogiendo–, la única base para poder tomar más a préstamo
es inflar el precio inmobiliario ofrecido como colateral de
la refinanciación hipotecaria.
Es
pura hipocresía que un hombre de Wall Street como Hank
Paulson diga que todo lo que está haciendo es para
"ayudar a los propietarios de vivienda". Éstos no
son sino vehículos de quien gana dinero, no los
beneficiarios. Están en la base de una cadena trófica
financiera, crecientemente extractiva y carnívora.
Prácticamente
todos los especialistas en mercados inmobiliarios coinciden
en que, en uno o dos años, muchos de los actuales
propietarios de vivienda serán prisioneros del lugar en el
que viven. Su situación es harto parecida a la de los
siervos medievales, atados a la gleba. No pueden vender,
porque el precio de mercado no cubriría la hipoteca que
adeudan, y no tienen ahorros bastantes para pagar la
diferencia.
Complica
y agrava las cosas el hecho de que los tipos de interés
tienen que revisarse al alza de aquí a fin de año, en 2009
y en 2010, lo que incrementará las cargas financieras.
Recuerde usted que Alan Greenspan recomendaba a los
compradores de vivienda que contrataran hipotecas a interés
variable, porque el norteamericano medio cambia de
residencia cada tres años. Cuando llegue un momento en que
la tasa de interés suba, explicaba, podrán venderle a la
casa a otro comprador como en un juego pueril de sillas
musicales, en la idea de que, presumiblemente, en cada ronda
del juego se añadirán más y más sillas, y para empezar,
las más lujosas.
Ello
es que quienes hoy poseen una casa no pueden moverse, de
manera que se encuentran atrapados con unos intereses
hipotecarios al alza y enfrentados a precios crecientes de
la gasolina, la calefacción y la electricidad, a crecientes
costes del transporte, de la alimentación y del seguro de
salud, y aun a unos impuestos a la propiedad acrecidos, en
la medida en que el fisco comenzó a ponerse a la par de la
burbuja de precios.
El
gobierno se ha cuidado mucho de evitar la nacionalización
de las compañías, lo que montaría tanto como
incorporarlas a su propio balance contable. Lo que ha hecho
es crear una "conservaduría" (palabreja, ésta,
que no reconoce mi corrector ortográfico). Tal parece,
pues, que el rescate de Fannie y Freddie sea un intento de
los republicanos de jugar simplemente al juego de las
apariencias hasta que dejen el gobierno en febrero, tras de
lo cual podrán echar las culpas del fracaso del
"milagro del interés compuesto de la deuda" a los
demócratas.
Politiqueo
habitual: actúa a corto plazo. A largo plazo –en un año,
incluso– el mercado inmobiliario continuará su deriva
bajista.
Las
noticias económicas son, a cada día que pasa, más
desoladoras. Pero no se diría eso, si uno se limita a
escuchar a los políticos de la Convención Republicana. La
única vez que se trajo a colación la economía fue en un
contexto de loas al libre mercado y a la globalización. El
desplome inmobiliario y la fusión del mercado crediticio,
ni se mencionaron. ¿Podría usted decirnos qué significan
para los EEUU el número creciente de desempleados, la caída
de la demanda, el incremento acelerado del número de
embargos y ejecuciones de hipotecas, así como el actual
desjarretamiento de los mercados crediticios? ¿Es sólo una
señal en el radar, o nos hallamos en medio de un proceso de
gran retracción que traerá consigo una caída de los
niveles de vida y una recesión larga y de gran calado?
Los
republicanos prefieren distraer la atención; no les
interesa que se hable del fracaso del régimen de Bush en
los pasados ocho años. Centrando la atención en Irak y en
el terrorismo, o en el estilo de vida privada de las
personalidades, se esquiva la discusión seria de esos
asuntos. Y es lo que están haciendo los medios de
comunicación.
Cuando
los políticos hablan de economía, la estrategia básica de
cara a las elecciones de noviembre es discutir sobre quién
ofrece el sueño más hermoso en relación a lo que le
gustaría creer a la gente. Por asombroso que pueda
resultar, lo cierto es que muchos norteamericanos creen
realmente que hay grandes probabilidades de llegar a ser
millonarios. Se niegan, sencillamente, a mirar al Debe del
balance contable.
La
dinámica económica, por mucho, más llamativa de nuestros
días es la polarización social entre quienes viven de los
rendimientos de la riqueza (finanzas y propiedad,
superlativas extractoras de intereses y rentas), de un lado,
y quienes, del otro, viven de lo que ingresan, bregando por
pagar los impuestos y las deudas contraídas. La
contabilidad del ingreso y del producto nacional –PIB e
ingreso nacional– nada dice de la polarización de la
propiedad, y no incluye las ganancias de capital, que son
hoy en día la fuente del grueso de la riqueza, y no, como
fabulan los lobistas de la teoría económica del
"derrame hacia abajo", la inversión directa real
en medios de producción.
He
aquí como están las cosas ahora mismo: el 1% más rico de
la población recibe el 57,5% de todo el ingreso generado
por la riqueza –es decir, pagos por privilegios, la mayoría
de ellos, heredados–. Esos rendimientos –ganancias de
intereses, rentas y capital– no son rendimientos
resultantes de haber emprendido algo. Son pura inercia,
mercados grávidos. No "liberan" mercados; lo que
hacen es conceder barra libre a las familias más ricas. El
20% más rico de la población recibe cerca del 86% de todo
este ingreso: eso es lo que está gravitando sobre el
presupuesto familiar.
Lo
que la gente ve todavía como una democracia económica está
trocando a marchas forzadas en oligarquía financiera. En
sus campañas electorales, los
políticos buscan sobre todo el apoyo de esa oligarquía,
porque es la que tiene el dinero. Así que hablan todo el
tiempo de una economía risueña y apelan al optimismo
norteamericano, pero son muy pragmáticos
en punto a saber a quién hay que servir, si quieren
seguir adelante y
no ser fulminados en el camino.
Durante
los años 90, el 90% de la población en la base de la
sociedad trató de sostener el ritmo endeudándose para
comprar casas y otras propiedades. Lo que no vieron fue que
se precisa de un crecimiento insaciable de la deuda para
mantener en expansión una burbuja inmobiliaria y
financiera. Todo ese crédito impone cargas financieras
onerosas. Ellas han sido, y por mucho, responsables de una
polarización tan drástica de la propiedad de la riqueza en
las últimas décadas.
Las
cargas deudoras han llegado a hacerse tan pesadas, que los
deudores sólo son capaces de pagar tomando nuevos préstamo
para servir los intereses debidos. Y lo que les ha permitido
en los últimos años tomar nuevos préstamos ha sido el
poder ofrecer como garantía de pago sus bienes
inmobiliarios y otros tipos de colateral, cuyos precios se
hinchaban como resultado de la política de la Reserva
Federal. El
Tesoro también ha contribuido lo suyo con favoritismo
fiscal, desgravando la propiedad y las finanzas. Eso obliga
al mundo del trabajo y del capital industrial tangible a la
laxitud fiscal, precisamente porque se les fuerza a soportar
una carga deudora más pesada.
Los
propietarios de vivienda no salen ganando con este mercado
inmobiliario con precios situados muy por encima de los de
"equilibrio". Precios más altos simplemente
significan más gasto de deuda. Unas tasas precio/renta y
precio/ingresos al alza para propiedades, acciones y
obligaciones financiadas
con deuda obligan a los asalariados a dedicar más y más años
de su vida laboral a pagar la vivienda y a comprar acciones
y obligaciones generadoras de ingreso de cara a su jubilación.
La
expansión de la deuda a fin de adquirir propiedad parece
una cosa por sí misma justificada, mientras se mantengan al
alza los precios de los activos. Esa inflación de los
precios de los activos se perfila como "creación de
riqueza", un eufemismo al que sólo puede darse pábulo
obnubilándose con los precios de los bienes raíces, de las
acciones y de los títulos de las obligaciones e ignorando
el hecho palmario de que el ingreso personal disponible para
vivir, así como las condiciones laborales, no dejan de
deteriorarse.
Bueno,
para volver a la pregunta general suya, yo no veo mucho
incremento de la demanda consumidora, salvo en el caso de
los turistas que vienen aquí a gastar su dinero mientras
cae el dólar. Aquí, en Nueva York, son los compradores
extranjeros quienes sostienen al mercado inmobiliario. El
curso bajista de Wall Strett ya ha obligado a la ciudad a
posponer los prometidos recortes fiscales y la prometida
ampliación del metro subterráneo. Mi mujer y yo acabamos
de recibir esta semana nuestra factura fiscal por el
condominio en que vivimos. Había una nota explicativa en la
que se nos contaba que los únicos recortes fiscales serán
para propietarios de inmuebles comerciales. Las tasas
fiscales para la vivienda, aumentan.
Las
cosas van a peor. Sin mejoras en el transporte, los
asalariados quedarán como acorralados. Los precios al alza
del gas, de la electricidad, del cuidado sanitario y de los
alimentos disparan los gastos, y fuerzan a la gente a
contraer más deuda. Por eso crecen la morosidad y la
quiebra técnica. Incluso los alquileres suben, a pesar de
la caída de los precios inmobiliarios. Porque las casas que
están bajo proceso de ejecución hipotecaria no pueden
alquilarse, de modo que millones de viviendas quedarán
fuera del mercado.
¿Qué
quiere decir usted exactamente con "moderna servidumbre
por deudas"?
Es
lo que ocurre cuando los asalariados se ven obligados a
destinar todos los ingresos que están por encima de sus
necesidades de subsistencia básicas al sector FIRE (acrónimo
en inglés de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces; T.):
principalmente para el servicio de la deuda, pero también
para pagar seguros obligatorios y, más recientemente, las
cargas fiscales de las que las finanzas y la propiedad han
conseguido librarse.
La
medida distintiva de la servidumbre es la falta de opciones.
Es la antítesis de los mercados libres. Como observé
antes, muchas familias se hallan actualmente atrapadas, en
situación de quiebra técnica, en casas cuyo precio de
mercado es inferior al de la deuda hipotecaria contraída.
Esas viviendas no se pueden vender, a menos que la familia
pueda pagarle la diferencia al banco que ha realizado el préstamo
hipotecario basura. Esa diferencia puede significar una
cantidad superior a los ingresos familiares anuales: como,
análogamente, la ganancia sobre el precio de la vivienda
llegó a ser, sobre el papel, superior a la dimanante,
potencialmente, de su alquiler anual.
Mas
¿qué importaba eso, visto retrospectivamente, si la casa
era para vivir, no para comprar y vender? Esa dimensión de
valor de uso se dejó completamente de lado con la obsesión
por la riqueza sobre el papel.
In
nuce, la servidumbre por deudas es la otra cara de la moneda
en una economía de rentistas. La quiebra técnica a que
estamos asistiendo hoy en día es un componente clave de la
servidumbre por deudas. Fuerza a los siervos deudores a
gastar sus vidas trabajando para salir de la deuda. Cuanto más
desesperados, más riesgos toman, y tanto más se abisman.
Uno de mis estudiantes en Kansas escribió un trabajo de
curso estudiando la medida en que la causa inmediata de
buena parte de la morosidad hipotecaria eran las deudas de
juego. En Misuri hay una muchedumbre de cristianos
fundamentalistas que creen que Dios los está observando al
detalle. Buenas gentes que son, quieren darle a Dios una
oportunidad para que les recompense por vivir una vida
honrada. Así que acuden a los garitos ribereños de juego.
Pero la suerte les es adversa, y se diría que Einstein
andaba errado al suponer que Dios no jugaba a los dados. El
juego, como el grueso de la especulación financiera, es un
asunto de probabilidad, y el azar es tan adverso a los
jugadores como hostil es a los deudores. Siendo leyes de la
naturaleza, las leyes de la probabilidad son como el
privilegio de la tenencia de tierras: una licencia de juego
lo que hace es brindar a la casa de juego una oportunidad
para extraer renta económica desde arriba.
Segunda
parte
La
deflación de la deuda y el desplazamiento de la carga
fiscal, de las finanzas y la propiedad al trabajo
A
corto plazo, se diría que la ralentización del crecimiento
y la deflación serán mayores problemas que la inflación.
Las mercancías, incluido el oro y el petróleo, caen día
tras día, mientras que los activos de los bancos no dejan
de depreciarse, se multiplican las ejecuciones hipotecarias
y los mercados de valores refunfuñan. La crisis financiera
que comenzó en el mercado inmobiliario ha disparado un
boicot contra los productos financieros estructurados y está
ahora expandiéndose por el conjunto de la economía.
La
Reserva Federal ya ha bajado los tipos de interés un 3,5
por ciento y ha empleado cerca de la mitad de su balance
contable –450 mil millones de dólares– en reflotar al
desmayado sistema bancario. Pero la situación sigue
empeorando. Los bancos han reducido drásticamente sus préstamos,
y el gasto de los consumidores se ha retraído en prácticamente
todos los ámbitos. Se diría que la Fed se ha quedado sin
munición. ¿Llegó la hora de estudiar alternativas al
presente declive, como, por ejemplo, rebajar impuestos a los
salarios para que las familias dispongan de más dinero para
incrementar la demanda, o, por otro ejemplo, comenzar
grandes proyectos públicos de infraestructuras?
Supongo
que por "deflación" lo que usted entiende es
deflación de la deuda: el drenaje del poder adquisitivo
como resultado del creciente servicio de la deuda y de los
seguros obligatorios, más la moderación salarial alabada
por el gobierno como medio para "aumentar la
productividad"; y todo eso a fin de "crear
riqueza" para los altos ejecutivos empresariales que se
retribuyen a sí mismos con lo que recortan de los salarios.
Habrá menos gasto de consumo, pero, aun así, es posible
que los precios de los artículos de consumo no bajen, si el
dólar sigue cayendo, particularmente, si se siguen
permitiendo los precios monopólicos.
Lo
que se necesita es la solución que usted menciona, y el señor
Obama ha prometido aumentar los salarios y el límite
salarial sujeto a retenciones por parte de la FICA (Ley
Federal de Contribución a la Seguridad Social, por sus
siglas en inglés [Federal Insurance Contributions Act];
T.). Yo creo que una idea todavía mejor sería regresar a
la legislación fiscal original de 1913 y excluir a los
salarios de subsistencia. Yo restauraría el umbral fiscal
de 1913, que equivaldría a unos 102.000 dólares de hoy: la
gente que ganara menos de eso quedaría exenta de declaración
de la renta.
Esta
idea, genuinamente conservadora, equivaldría a disponer de
ingreso libre para el gasto, con la consiguiente mejora de
los niveles de vida. En cambio, lo que se hace hoy es
desgravar fiscalmente la propiedad y los altos ingresos, y
el grueso de esos recortes fiscales se gasta en préstamos
que sirven para presionar al alza el precio de la riqueza y
de los bienes de lujo.
Contra
eso, precisamente, advirtieron los economistas clásicos; y
sin embargo, en su nombre se procede hoy hipócritamente a
descargar fiscalmente a la propiedad para cargar al trabajo.
Para conseguir los mercados libres por los que abogaban los
clásicos, los impuestos deberían caer sobre el sector FIRE
(finanzas, seguros y bienes raíces) y sobre los monopolios,
no sobre los salarios o sobre los beneficios bona fide
generados por la inversión de capital tangible y por el
empleo.
El
pasado junio, usted escribió un texto importante e
innovador para un congreso de economía postkeynesiana
celebrado en la Universidad de Misuri en la ciudad de
Kansas, en donde es profesor de teoría económica. Su título
era "Cómo lleva la burbuja inmobiliaria a la
servidumbre por deudas". Antes, en mayo de 2006, había
escrito usted un artículo de portada, ahora famoso,
sobre la servidumbre por deudas para la revista
Harpers. Su ponencia en el congreso de la Universidad de
Misuri incluye diagramas que muestran cómo el favoritismo
fiscal hacia la propiedad inmobiliaria y hacia otros
clientes del sector bancario y financiero estimula la
inflación de activos y conduce a burbujas masivas de
patrimonio neto como la que ahora estamos experimentando en
el mercado inmobiliario. ¿Podría resumirnos aquí su
tesis?
Mi
ponencia explicaba cómo el dinero que el recaudador fiscal
nos da queda "libre" para poder ser pagado como
intereses a los bancos. Tal es la consigna de los inversores
en propiedad inmobiliaria: "La renta sirve para pagar
intereses". El sector FIRE ha hecho suya una retórica
populista, a fin de persuadir a los propietarios de vivienda
de que la desgravación fiscal de la propiedad terminará
por darles más dinero. Y a primera vista, se diría que eso
es lo que ocurre. Pero, en la práctica, los nuevos
compradores –y los especuladores– entran en el mercado y
se sirven de los recortes fiscales para presionar todavía más
al alza los precios de la vivienda. El triunfador en este
nuevo emplazamiento anti–impuestos del mercado es el
comprador que, para comprar la propiedad, se compromete a
pagar a los bancos los dineros resultantes del recorte
fiscal en concepto de intereses sobre un préstamo
hipotecario.
Como
dije en mi ponencia:
"El
favoritismo fiscal hacia los bienes raíces, hacia los
aventureros empresariales y, en última instancia, hacia los
bancos lo que ha hecho es liberar ingreso para poder
comprometerlo en la contracción de más y más deuda, cosa
que ha servido de combustible para una inflación de activos
que incrementa el precio de la vivienda y el de las acciones
y las obligaciones de las grandes compañías empresariales,
pero no incrementa ni la capacidad de producción ni el
volumen de lo producido. (...)
La modelación del mercado conforme a los intereses
de las finanzas y de la propiedad y en detrimento de la
industria y del trabajo no genera un "mercado
libre". Lo que hace es favorecer la compraventa,
apalancada en deuda, de bienes raíces, de acciones y de títulos
de obligaciones; distorsionar los mercados de modo tal, que
se desindustrializa la economía. [Y] descargar de impuestos
a la propiedad y a las finanzas es más una distorsión que
una virtud, a menos que se considere virtuosa la deuda
apalancada.
"Tal
es la tragedia de la economía de nuestro tiempo. La creación de crédito, el ahorro y la inversión no se
movilizan con objeto de aumentar la inversión directa
nueva, o para levantar los niveles de vida, sino para
presionar al alza los precios de los bienes raíces y de
otros activos ya existentes, así como el de los títulos
financieros (acciones y obligaciones) ya emitidos. Eso
lastra con deuda a nuestra economía, sin por otra parte
poner por obra los medios para enjugarla por una vía que no
sea la de acelerar todavía más la inflación de precios de
los activos. "
Todo
eso es, y por mucho, resultado de abandonar la planificación
y de estructurar los mercados a favor de los grandes bancos
y de otras grandes instituciones financieras; los lobistas
políticos han reescrito el grueso de las leyes fiscales hoy
existentes, patrocinando la desregulación pública general
de los controles y balances institucionalizados a fines del
siglo XIX. La idea en esa época, hace ahora cien años y
arreo, era industrializar la riqueza –y la actividad
bancaria–, al tiempo que se incrementaba la socialización
de la riqueza terrateniente y de los monopolios por la vía
de fiscalizar totalmente sus rentas. En vez de para provocar
un alza en los precios de los bienes raíces, la "barra
libre" de los rentistas serviría, así pues, entonces,
para suministrar la fuente básica de las finanzas públicas.
La tecnología y la productividad incrementarían la formación
de capital industrial y elevarían los niveles de vida de
los trabajadores. Una políticas de este tipo liberarían a
los mercados libres tanto de la extracción de renta como de
las cargas fiscales e impositivas, que serían desplazadas,
de nuevo, hacia la propiedad.
Pero
no es eso lo que ha ocurrido. El sistema financiero se ha
servido de su poder para extraer favores fiscales en
beneficio de los bienes raíces y para presionar en el
sentido de la desregulación de los monopolios como fuente
principal del interés y del colateral para sus préstamos.
¿Y
cuáles cree usted que serían los efectos positivos de
fiscalizar la propiedad en vez del ingreso salarial y el
beneficio industrial?
Tendría
dos efectos positivos capitales. Primero, liberaría de
cargas fiscales al trabajo y a la industria. Y al propio
tiempo, obligaría a que la renta económica que actualmente
se usa para pagar los intereses y la depreciación, se
pagara, en cambio, en concepto de gravamen fiscal a la renta
de la propiedad. Eso liberaría una suma equivalente a la
que resultaría de tasar fiscalmente los ingresos y las
ventas. La idea de los clásicos sobre el libre mercado era
exactamente ésta. Tal como están hoy las cosas, el
subsidio fiscal a los bienes raíces y a las finanzas lo único
que consigue es dejar más ingreso rentista neto
capitalizable en préstamos bancarios. "Mercados
libres" travestidos, pues, que son por los que abogan
los lobistas de los bancos y de los ricos en general.
La
substitución de los impuestos al ingreso y a las
operaciones de venta por un impuesto a la "barra
libre" de los rentistas de la propiedad del suelo traería
consigo unos precios más accesibles de los bienes raíces,
porque lo que ahora son intereses "libres" a
disposición de los bancos para sufragar unos gastos
elevados de deuda sería, en cambio, recaudado y usado para
disminuir la carga fiscal sobre el trabajo y la industria.
Eso reduciría el coste de la producción y de la vida,
estimo yo, en un volumen cercano al 16% del ingreso
nacional.
Los
propietarios de vivienda y los que viven de alquiler pagarían
la misma cantidad que ahora, pero el sector público
recuperaría la capacidad para financiar vías de transporte
y otras infraestructuras básicas gracias al mayor nivel de
renta generado por ese gasto. El sistema fiscal se basaría
en cuotas al usuario cobradas a la propiedad, cuotas que
recaerían sobre los propietarios de modo tal, que reflejara
en la recaudación fiscal el valor creciente de su propiedad
como resultado de la renta de emplazamiento (acrecida merced
al transporte y otras infraestructuras públicas) , así
como del aumento del nivel de prosperidad general, cosas,
ambas, en las que los terratenientes no tienen arte ni parte
y de las que son normalmente meros beneficiarios pasivos .
Una
política fiscal neoprogresista buscaría recuperar
fiscalmente el valor del emplazamiento del suelo generado
por el gasto público en infraestructura, en escolarización
y en promoción general de la prosperidad. La pirámide de
deudas sería harto más pequeña, y los ahorros podrían
recuperar su forma tradicional de inversión en los mercados
de valores. Un crecimiento menor de la deuda, de los precios
de la vivienda y de las oficinas, así como unos impuestos más
reducidos a ingresos y salarios, harían más competitiva
internacionalmente a nuestra economía.
Me
gustaría extenderme en lo que dijo usted en su ponencia, y
que me corrigiera, si me equivoco. Decía usted que la
legislación fiscal se atraviesa en el camino hacia un
cambio político progresista, porque no deja de poner más y
más poder en manos de los banqueros y de los especuladores,
que se aprovechan de los ciclos económicos alternativos de
"expansión y quiebra". Así pues, en otras
palabras, ¿la reestructuración del sistema fiscal es la
piedra de toque de cualquier plataforma política
progresista? ¿Es ésa la tesis más importante que trata
usted de defender?
La
cuestión fiscal es, efectivamente, central. Pero creo que
el punto más importante de mi posición es el análisis del
modo en que las matemáticas del interés compuesto invaden
de manera creciente al conjunto de la economía. El vínculo
con la fiscalidad consiste en que, en la medida en que las
finanzas consiguen el expolio de más y más riqueza, Wall
Street convierte su poder económico en poder político. Su
objetivo principal es librarse de los impuestos, desplazando
la carga fiscal hacia el trabajo.
Una
forma de lograr ese desplazamiento ha sido redefinir los
impuestos como "cuotas pagadas por el usuario".
Eso es lo que hizo la Comisión Greenspan en 1983, cuando
impuso una fiscalidad muy pesada al trabajo a través de las
retenciones a los salarios de la ley FICA para pagar la
Seguridad Social y Medicare, en vez de financiar esos
programas con un presupuesto general pagado por las capas de
mayores ingresos. El Fondo Fiduciario de la Seguridad Social
generó un voluminoso excedente fiscal que se usó para
recortar impuestos a los más ricos.
La
"letra pequeña" de la legislación fiscal vigente
ha liberado de impuestos a la propiedad inmobiliaria
comercial, pretendiendo que los terratenientes estaban
perdiendo dinero con su propiedad a medida que los edificios
se depreciaban: ¡cómo si eso no fuera sobradamente
compensado por el aumento de valor del emplazamiento! Pero
lo más decisivo fue que los intereses fueron fiscalmente
tratados como un gasto deducible. Eso contribuyó a
estimular la deuda apalancada, más que la inversión en el
mercado de valores, creando un gigantesco mercado para
banqueros dispuestos a crear crédito y a recaudar los
consiguientes intereses.
Dice
usted en la ponencia mencionada que hay "una simbiosis
entre las finanzas y los sectores de seguros y de bienes raíces"
que está en el núcleo causal desencadenante de la economía
de la burbuja”. Y que eso crea "un vínculo de
retroalimentación entre el crédito bancario y los precios
de los activos. La forma más rápida y expedita de llegar a
ser rico no es ganar beneficios invirtiendo en la industria,
sino endeudarse a fin de cabalgar sobre la ola de inflación
de los precios de los activos. El resultado es una deriva de
la actividad que busca la riqueza, que se desplaza de la
industria a la manipulación financiera del crédito a fin
de cabalgar sobre la ola de la inflación de los precios de
los activos”.
Esta
tendencia a la financiarización ¿es irreversible, o
estamos todavía en condiciones de revitalizar la base
industrial de los EEUU? ¿Deberíamos optar por nacionalizar
la decaída industria automovilística y poner a trabajar a
la gente para construir vehículos para el futuro?
Tal
vez la nacionalización no sea la respuesta adecuada, cuando
los intereses financieros han venido a substituir al
gobierno como nuevos planificadores centrales de la
sociedad. Yo me temo que la nacionalización, bajo las
actuales condiciones políticas, lo que significaría es
"socialización de las pérdidas", cargando con
ellas el Estado para luego vender las compañías al usual
precio tirado a nuevos compradores a crédito, y todo a
mayor beneficio de Wall Street.
Si
hay algún sector que hay que nacionalizar, tendría que ser
el sector FIRE –finanzas, seguros y bienes raíces–,
devolviendo de consuno las infraestructuras básicas al
dominio público por la vía de la desprivatización de las
mismas. El plan puesto por obra durante la Era Progresista,
que hizo de Norteamérica una nación tan rica y tan
dominante, consistió en que el Estado suministraba
servicios básicos, como ferrocarriles, sistemas telefónicos,
oficinas de correos y caminos y canales a precio de coste o
con subsidios. Eso amenguó el precio de las estructuras
para todo el abanico de actividades económicas, permitiendo
a los EEUU competir con otras economías con precios más
baratos y produciendo más que ellas.
Nos
hallamos ahora en el Año II de la llamada crisis
crediticia, lo que Bloomberg News llama "la peor crisis
financiera desde la Depresión". Más y más
tertulianos, columnistas y pretendidos expertos se van
sumando a la tesis de que las políticas monetarias de la
Fed son la fuente de los males. Sorprendentemente, hasta el
New York Times ha llegado a admitir que Greenspan jugó un
papel central en la burbuja inmobiliaria.
He
aquí lo que dijo recientemente el New York Times: "¿A
quién culpar? A juicio de muchos economistas, la cosa
empieza con la Reserva Federal. El banco central bajó los
tipos de interés tras el calamitoso final de la burbuja
tecnológica en 2000, los volvió a bajar más todavía
después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de
2001, y luego los mantuvo bajos, aun a pesar de que los
especuladores empezaron a comerciar con las casas como con
las acciones punto.com. Entretanto, la Fed se apoltronó y
se limitó a contemplar cómo los asistentes de Wall Street
ingeniaban inversiones diabólicamente complicadas ligadas a
las hipotecas, generando volúmenes gigantescos de capital
especulativo que convirtieron a los bienes raíces en
material de conflagración". ¿Cómo describiría usted
el papel desempeñado por Greenspan en la presente crisis?
Él
fue el maestro de ceremonias de la fiesta, respaldado por la
Universidad de Chicago y un zaguanete think tanks derechistas.
El señor Greenspan dio a toda esta teoría económica del
derrame de la riqueza hacia abajo una pátina de
racionalidad, con la pretensión retórica de que la burbuja
financiera ayudaba a los propietarios de vivienda más que a
los prestatarios hipotecarios y a Wall Street. Su papel
consistió en traducir la propaganda de Ayn Rand a un
eufemismo populista.
El
papel de maestro de ceremonias de la fiesta consiste en
crear confusión en los asuntos económicos, sobre todo al
presentar el endeudamiento como "deuda apalancada"
capaz de acelerar la "creación de riqueza".
Cuando el señor Greenspan hablaba de "riqueza",
no quería decir el tipo de riqueza al que se refirió Adam
Smith en La riqueza de las naciones (medios de producción
tangibles); el señor Greenspan se refería a títulos
financieros de balance contable sobre
esa riqueza en forma de acciones, obligaciones y
derechos de propiedad. Adam Smith dijo que contabilizar esas
formas monetarias junto a la tierra y el capital reales en
Gran Bretaña significaría contabilizar por partida doble.
El lado del Debe del balance contable de la economía –lo
que los productores deben a los financieros y a los
propietarios– se convirtió en el único tipo de riqueza
que realmente preocupaba a Greenspan.
Esa
perspectiva de dentro afuera ha sido, con mucho, la
responsable de la desindustrialización, de los reajustes de
plantilla a la baja y de las externalizaciones de la economía
estadounidense. La idea que el señor Greenspan tenía de
los "mercados libres" consistía simplemente en la
desregulación de los mismos, huelga decir que por la vía
de situar a conocidos antirreguladores en posiciones
gubernamentales claves para la regulación. Eso resultó en
el expolio de activos, lo que creó algunos conspicuos
milmillonarios (aventureros empresariales, oportunamente
rebautizados como "accionistas activistas"), valiéndole
al señor Greenspan todo tipo de alabanzas por su patente
contribución a la "creación de riqueza".
Al
final, el léxico económico se ha convertido en un
instrumento del [orwelliano] "doblepensar".
La
dimensión política
Yo
carezco de formación en teoría económica, y nunca tuve un
interés particular en el asunto. Mi frustración con la
dirección que ha tomado nuestro país –y señaladamente,
con la guerra de Irak y con el desmantelamiento de las
libertades civiles– me empujó a buscar respuestas en
sitios a los que, de otro modo, nunca habría prestado
atención. Ahora estoy convencido de que la guerra en Irak y
la acelerada transformación de los EEUU en un Estado
policial son corolarios lógicos de una polarización económica
que echa sus raíces en políticas que, además de andar
absolutamente erradas, sirven a los particulares y muy
minoritarios intereses de los grandes empresarios, de los
banqueros y de otros intereses creados.
Respecto
de su repugnancia por la teoría económica, le diré que
algunos de mis mejores estudiantes en la New School
abandonaron la disciplina porque les parecía que no se
enfrentaba a los problemas que a ellos más les interesaban.
Este campo de investigación ha sido esterilizado a
conciencia por más de una generación de intolerantes de la
Escuela de Chicago.
La
disciplina académica de la teoría económica no parece
susceptible de reforma en el sentido que a usted le
interesaría. Se ha convertido en buena medida en un
glosario retórico destinado a describir a la oligarquía
financiera como si de una democracia económica populista se
tratara. No pocos han fracasado en el intento de ensanchar
los horizontes de la disciplina. Thorstein Veblen trató de
hacerlo hace ahora un siglo, y sus análisis –que eran, básicamente,
economía política clásica– fueron exiliados al sótano
de la sociología. Los economistas prefirieron taparse la
vista a la hora observar la distribución de la riqueza y en
lo tocante a la distinción clásica entre actividades
productivas e improductivas, entre el ingreso
"ganado" y el "no–ganado" (es decir,
parasitario). Por la época en que iba cediendo la represión
sexual y empezó a poder hablarse del asunto, diríase que
la discusión de los problemas de la distribución de
riqueza tomó el relevo para convertirse en el nuevo asunto
políticamente incorrecto.
En
las viejas películas de extraterrestres, como The Thing,
solía aparecer un científico corto de vista que decía:
"Tratemos de razonar con él. Es más inteligente que
nosotros, porque ha venido en una salchicha voladora
construida con tecnología avanzada". Entonces, el
monstruo extraterrestre lo apartaba de un trompazo, y lo
mataba brutalmente.
Se
parece mucho al Terminator
del futuro. "No siente compasión. No siente
dolor. No se puede razonar con él", dice el héroe de
la película. "Todo lo que hace es matar".
Ésa
es la tarea cumplida por los Chicago Boys en su defensa de
los mercados financiarizados como mercados pretendidamente
"libres". No se puede razonar con ellos. La razón
no es su oficio. No están aquí para ser ecuánimes.
Mas,
para poder desempeñar su papel censor, la ortodoxia económica
actual tiene que fabular que los mercados funcionan de modo
equitativo, ofreciendo oportunidades para todos: algo así
como esperma en
probeta con
posibilidades de heredar mil millones de dólares de un
cleptócrata ruso, o de un magnate inmobiliario
norteamericano, o de un operador de Wall Street. Para
defender esa visión del mundo, se necesita forjar una retórica
capaz de presentar a los mercados como "libres",
no como caminos de servidumbre. Capaz de presentar a la
regulación estatal como una acción clepocrática
conducente a la servidumbre, no como protección de la
población ante unas finanzas predatorias.
En
lo tocante a su preocupación con el Estado policial, y en
última instancia, con la agresión militar requerida para
promover "mercados libres" a punta de fusil, al
estilo Pinochet, hay que decir que la construcción de
imperios siempre ha ido de la mano de la pauperización de
la población, en el centro del imperio no menos que en su
periferia. Para que se entiende: los imperios y las guerras
no compensan, al menos en los tiempos modernos. En el mejor
de los casos, son como la guerra de Irak: un vehículo para
que la administración Bush canalice miles de millones de dólares
"desaparecidos" hacia quienes le financiaron la
campaña electoral, con lo que los recicla para la siguiente
campaña republicana. El conjunto de la economía está
sujeto a gravamen cuando el imperialismo se vuelca al
expolio de activos.
Una
segunda y más puramente política dimensión del belicismo
imperial es que distrae la atención de los votantes hacia
los asuntos económicos, apelando a su nacionalismo y a su
chovinismo.
La
vieja teoría de Hobson sobre el imperialismo sostenía que
la población nacional carecía de ingresos bastantes para
consumir lo producido, de modo que los productores tenían
que buscarse mercados foráneos. Eso llevaba a la guerra.
Pero en nuestros días el modo "postindustrial"
del imperialismo tiene más que ver con el reciclaje de
riqueza a fin de producir ganancias de capital,
principalmente por la vía de la globalización y la
privatización de la Economía de la Burbuja. Los mercados más
importantes para la "creación de riqueza" no son
los de bienes y servicios, sino los de bienes raíces y
activos financieros. Así pues, estamos de regreso a las
preguntas de partida sobre la forma en que Fannie Mae y
Freddie Mac patrocinarán más ventas de obligaciones
hipotecariamente respaldadas.
Yo
creo que su ponencia de Misuri ofrece una vía expedita para
evitar el desastre y transformar la sociedad cambiando la
legislación fiscal, a fin de robustecer a las clases medias
y allanar el terreno igualando a "quienes tienen y a
quienes no tienen". Mas ¿cómo hacerlo, sin desmenuzar
estas ideas en pequeños cachitos digeribles para mucha
gente y construir un amplio movimiento desde abajo inspirado
en la justicia económica y en asuntos de interés para la
población trabajadora? ¿Hay forma de llevar a cabo esos
cambios sociales transformadores sin levantar un tercer
partido político, tal vez un Partido Laborista
Norteamericano?
Si
la próxima administración Demócrata termina siendo más
de lo mismo, sin duda crecerá la presión para crear un
nuevo partido. Lo más frecuente ha sido hasta ahora que la
reforma económica venga desde arriba, pero yo no la veo
venir de la mano de los republicanos, dada su corrupción.
Dentro del Partido Demócrata, la cuestión es si el Comité
Dirigente Demócrata de Wall Street (que ya nos dio a Gore y
a Lieberman, luego de los Clinton) continuará imponiendo su
pauta.
Cualquier
mejora real precisará de una campaña educativa, necesaria
para lograr que la reforma económica se convierta en el
centro de las grandes campañas electorales. Ese papel
educativo ha sido a menudo desempeñado por terceros
partidos. En la década de los 90 del siglo XIX, por
ejemplo, el grueso de la campaña de la Era Progresista se
dio fuera del Partido Demócrata, y fuera también, y por
mucho, del Partido Republicano.
(*)
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado
en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase
Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur
Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró
en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del
mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue
asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente
campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a
los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así
como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la
Investigación. Es también profesor investigador en la
Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, y autor de
numerosos libros, entre ellos “Super Imperialism: The
Economic Strategy of American Empire”.
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