Gran salto de la crisis financiera mundial
Bancarrotas
en Wall Street
Por Claudio
Testa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 25/09/08
Un
“mutante” anda suelto
Finalmente,
como decía un titular del Wall Street Journal del
12/09, se ha producido una “mutación de la crisis
financiera que entra en una fase crítica”... un
peligro desde hace tiempo advertido por los observadores mínimamente
serios, marxistas o no.[1]
Pero esta
“mutación” no es como la de los simpáticos personajes
de X–Men. Sucede en la realidad y no en las pantallas...
aunque también, como veremos, tiene su cuota importante de ficción...
Efectivamente,
lo sucedido se podría sintetizar diciendo que se ha
venido abajo el castillo de naipes de capital “ficticio”
levantado en Wall Street y los mercados financieros del
mundo.
En poquísimo
tiempo, han quedado fuera de combate todos los cinco
grandes “bancos de inversión”[2] –Bear
Stearns, Lehman Brothers, Merrill Lynch, Goldman Sachs y
Morgan Stanley–, que encarnaban en Wall Street el
manejo de las finanzas del planeta... y que además eran
presentados como ejemplos mundiales de genial
“ingeniería financiera”.
La primera
baja fue Bear Stearns, en marzo. Ya prácticamente en
quiebra, recibió un generoso préstamo de la Federal
Reserve Board (banco central de EEUU), un auxilio que no
reciben los pobres diablos que pierden su casa por atrasos
en la hipoteca. Luego fue comprado in extremis, por
monedas, por el banco JPMorgan Chase. Este mes, quebró el más
antiguo, Lehman Brothers, fundado en 1850. Al mismo, tiempo Merrill
Lynch, también técnicamente en bancarrota, fue comprado a
último momento por el Bank of America. Los tambaleantes
sobrevivientes –Goldman Sachs y Morgan Stanley– han
anunciado que dejarán de ser bancos de inversión,
al tiempo que buscan desesperadamente inversionistas del
exterior y rezan para que el paquete de ayuda dispuesto por
Bush les llegue antes de tener que declararse también en
bancarrota.
En medio de
este Apocalipsis que ha hecho prácticamente desaparecer a
los bancos de inversión, cayeron también las dos más
grandes entidades hipotecarias del mundo (Fannie Mae y
Freddie Mac) y la mayor aseguradora mundial, AIG (American
International Group). La quiebra formal se evitó a último
momento, mediante la nacionalización de esas empresas. Así,
el gobierno más privatista del planeta se ha convertido en el
mayor nacionalizador. Al lado de Bush, Chávez es un
pigmeo, porque hacerse cargo de esas empresas en ruinas
implica cifras siderales.[3]
Pero estos
son sólo los casos más gigantescos. Junto ellos ya han caído
o están por caer centenares de otras entidades
financieras, como bancos medianos y pequeños, compañías
de ahorro y préstamo, etc. Asimismo, los famosos hegde
funds (fondos de protección) han quedado a la
intemperie y muchos están derritiéndose.
La ruina
también amenaza a empresas no financieras y que incluso
pueden ser solventes. Después de un endeudamiento
generalizado y delirante, hoy se ha impuesto una severa
restricción del crédito (“credit crunch”). Por eso,
una empresa ampliamente solvente, pero que pase por una
momentánea iliquidez, puede irse también a la quiebra.
Para
curarse en salud, la patronal estadounidense desde hace
meses está descargando la crisis sobre los trabajadores,
en primer lugar con despidos masivos. Ahora esto va a
arreciar.
¿Cómo se produjo esta
crisis?
Volvamos una vez más sobre
los mecanismos de la presente crisis financiera. Hay que
distinguir dos planos, o lo que podríamos llamar las
formas y el fondo de la crisis.
Lo primero –las formas–
presenta novedades. Lo segundo –el fondo– es, en cambio,
la misma historia desde que el capitalismo, en el siglo XIX,
inauguró las modernas crisis financieras y económicas.
En sus formas, esta crisis
representa el fracaso rotundo, la reducción al
absurdo, de la “ingeniería financiera” y demás
artificios e “innovaciones” que desde hace algunas décadas
se impusieron con la llamada “globalización neoliberal”
y la amplia desregulación de los mercados financieros, que
además se interconectaron estrechamente con su cabeza en
Wall Street.
Se vendió al mundo la
falsedad de que unos señores –magos de la finanzas o,
mejor aun, expertos en “ingeniería financiera” (al
parecer, una nueva ciencia exacta)– habían encontrado la
forma de evitar las crisis del sistema y lograr una estabilidad
invulnerable de los “mercados”. De yapa, estos
“ingenieros” prometían a los inversores una disminución
cualitativa del riesgo en sus colocaciones particulares.
¿Cómo lograba esos milagros
la moderna “ingeniería financiera”? Repartiendo el
riesgo de cada inversión.
Es un sistema copiado de
las compañías de seguros. Por ejemplo, una compañía
debe asegurar un rascacielos. Si viene un incendio y queda
destruido, el monto del seguro podría hacer quebrar a la
aseguradora. Entonces, la regla es que la póliza se
“reasegure”, se distribuya el riesgo entre muchas compañías.
Este mecanismo se aplicó
entonces a todas las operaciones financieras, como
deudas estatales y privadas, obligaciones, movimientos de
los mercados de valores y materias primas, etc., convirtiéndolas
en títulos. Esto dio lugar a una ristra de siglas y nombres
impresionantes de operaciones de “ingeniería
financiera”, que dejaban con la boca abierta a los simples
mortales, como CDS (credit default swaps), ABS
(asset–backed securities), CDOs (collateralized
debt obligations), las MBS (mortgage backed
securities) que se utilizaban para los títulos
hipotecarios, etc., etc.
Tras esos nombres
rimbombantes, la operaciones eran en el fondo parecidas: se
tomaba una montaña de títulos (que podían ser hipotecas,
deuda pública de Tanganika, bonos de tales o cuales
empresas u otras obligaciones), se hacía un paquete y sobre
él se emitían títulos, ABS, MBS si eran hipotecas, etc.
Sobre estos títulos se podía a su vez repetir y repetir la
operación, haciendo más y más CDOs. También usted, con
un CDS, podía tomar una especie de seguro por si no le
pagaban, haciendo un “pase” (swap), que lo protegía
contra el incumplimiento de créditos, etc. Estos seguros,
que en 2001 eran un monto insignificante, hoy suman 63 billones
de dólares... o sea, más de seis veces la deuda pública
de EEUU. Ahora, como el default es sistémico (comenzando
por los mismos que aseguraban, como por ejemplo la AIG) ya
se está hablando de la imposibilidad de pagarlos.
Es que una cosa es repartir
el riesgo de asegurar un rascacielos (que tiene un valor
mensurable y cuyas probabilidades de incendiarse están
razonablemente calculadas), y otra es asegurar promesas de
pago escritas en papeles... que empezaron a resultar
incobrables (comenzando por las famosas hipotecas subprime).
Esto funciona, cuando se trata de casos aislados. Pero si
reflejan problemas generalizados de la economía, el
“reparto del riesgo” es como “repartir” una infección.
Otro ingrediente completó
la mezcla explosiva: el leverage o “apalancamiento”,
que significa hacer estas operaciones financieras no con
dinero propio sino prestado. Así, se llegaba a
operaciones con un “apalancamiento” 50 ó 100 veces
mayor que el propio capital. Esto era facilitado por las
bajas tasas de interés fijadas por la Reserva Federal
durante un tiempo.
En verdad, el “reparto del
riesgo” resultó ser todo lo contrario: las
hipotecas, títulos y bonos “basura” contaminaron al
conjunto de las obligaciones “titularizadas” o
“securitizadas”. El “apalancamiento” añadió
otra dimensión al desastre: cualquier pérdida y/o variación
de tasa de interés tenía un efecto multiplicador arrasante
del capital propio.
Ahora, estos maravillosos “productos”
–¡así se los llamaba!– de la “industria” (!!!)
financiera han cambiado de nombre. ¡Hoy se los llama
“activos tóxicos” que llenan las bóvedas de las
entidades y les provocan la quiebra... La “industria
financiera” y sus “ingenieros” sólo construyeron
castillos de naipes.
El fondo de la crisis
Debajo de estas anécdotas,
han actuado, por enésima vez, las leyes propias de la
reproducción o valorización del capital, y de sus crisis,
analizadas por Marx, especialmente en Tomo III de El
Capital.
El origen del capital y sus
ganancias es la explotación del trabajo asalariado, única
fuente de productos que tienen valor. La razón de
ser del capital es valorizarse; es decir, obtener ganancias
que, a su vez, en gran parte se transforman en nuevo
capital; es decir, se suman al capital existente. De esa
forma, tienden a ampliar cada vez más la masa total de
capital, que así se va valorizando, reproduciendo.
Pero, por razones que sería
largo de explicar aquí, existe una tendencia, a lo largo
del tiempo, de caída del porcentaje de las ganancias
en relación a la masa total y creciente de capitales.
Así se llega a situaciones en que sumas importantes de
capitales no encuentran colocación rentable en la
producción; o sea, en la explotación de los
trabajadores en fábricas, campos y empresas.
Estos capitales que no pueden
valorizarse directamente en la producción, se
orientan entonces hacia las finanzas. Allí, en parte,
pueden reciclarse en la producción. Por ejemplo, el
inversor que compra acciones emitidas por una empresa
destinadas a instalar una nueva fábrica. Sobre estas
acciones recibirá dividendos; o sea, parte de las ganancias
producidas por la empresa.
Pero, en gran medida, cuando
hay una superabundancia de capitales, estos asumen
distintas formas de lo que Marx llamaba “capital
ficticio”. Es decir, que da una renta, pero sin
que exista detrás de él ninguna actividad productiva.
Por ejemplo, si compro un bono del Tesoro de EEUU, ese
dinero no se emplea para hacer andar fábricas, ni emplear
trabajadores productivos, ni producir valor alguno, sino
para asesinar iraquíes o pagarle el sueldo a Bush, por
ejemplo.
El bono parece un
capital, porque me da una ganancia, bajo la forma de los
intereses que paga. Pero esto es ficticio, porque no
sale de producir nada, sino de hacer una “punción”
sobre lo que produjeron otros; por ejemplo, en este caso,
cobrando impuestos con los que se paga la deuda pública.
Pero, a medida que, por un
lado, crece la masa de capitales ficticios que
aspiran a ser remunerados, y, al mismo tiempo, en la mal
llamada “economía real”, va bajando la tasa de
ganancia, llega el momento en que se produce un
“cortocircuito”.
Estallan entonces las crisis
financieras, que tienen a su vez consecuencias económicas más
o menos amplias, según los casos. Por un lado, destrucción
masiva de capitales, tanto ficticios como reales (olas
de quiebras como las que estamos viendo en EEUU). Por el
otro, medidas para hacer pagar a los trabajadores los
platos rotos de la crisis: desempleo masivo, aumento de
la explotación, caída de los salarios reales y del
“salario social” (salud, jubilaciones, etc.)
Con todo eso, el capitalismo tiende a reestablecer su
tasa de ganancia.
Notas:
1.– Sobre
los momentos de este curso y los problemas estructurales que
hay detrás, puede verse un análisis amplio en la revista SoB
Nº 21 (noviembre 2007) “Causas y consecuencias del
tembladeral financiero”, y también artículos en los
periódicos SoB: "¿Bailando sobre el
Titanic?" (22/06/06), “Corridas en Wall Street
y las bolsas del mundo” (17/08/07), “La economía
yanqui en el ojo de la tormenta” (24/01/08), “De
mal en peor” (20/03/08), “Avanza la crisis”
(17/07/08) y “Las cosas no mejoran” (28/08/08).
2.– La estructura bancaria de EEUU diferencia los llamados “bancos
de inversión” de los “bancos comerciales” que manejan
cuentas corrientes, de ahorro, etc. La crisis también está
afectando a los bancos comerciales, pero en forma más
desigual.
3.– En
verdad, nadie sabe cuánto costará la fiesta al
Tesoro norteamericano. Inicialmente se habló de 300.000
millones para Fannie y Freddie y 85.000 millones para AIG.
¡Pero ése sería apenas el “piso”! Es imposible saber
cuánto se podrá recuperar de los 12 billones de dólares
que tienen de papeles de hipotecas, más lo que debería
pagar AIG por obligaciones de “securitización”. Ahora
Bush pide 700.000 millones para apagar el indendido. Algunos
analistas, como Nuriel Roubini, hablan de un agujero de por
lo menos 2 billones de dólares en Wall Street.
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