La
hegemonía del dólar y
el capitalismo estadounidense llegaron a su fin
Por
Michael R. Krätke (*)
Sin Permiso, 28/09/08
Traducción de Amaranta Süss
"¿Qué
queda entonces de la superpotencia EEUU? Su poder estaba
construido sobre barro financiero. Con el desplome de la
hegemonía del dólar, llegó a su fin; el sistema
financiero estadounidense ha quedado desacreditado por años.
Esto es el fin del capitalismo estadounidense, del ejemplo
que por décadas se nos ensalzó como modelo a seguir. Y no
es poco, aunque no sea, ni por mucho, el fin del capitalismo
como sistema mundial."
Los bancos
norteamericanos ganan tiempo con el plan de rescate. Pero la
hegemonía del dólar y el capitalismo estadounidense
llegaron a su fin.
Hay tradición.
Los bancos y los financieros serán salvados con miles de
millones de dineros del contribuyente. "Para bien de
todos". Suecia lo hizo. Y Japón. Y Gran Bretaña. Y,
de nuevo, los EEUU. Hasta ahora, todos los gobiernos
estadounidenses habían intervenido con "rescates"
en cualquier crisis financiera. Tras las mayores
estatizaciones de todos los tiempos viene ahora el mayor de
los rescates.
El
secretario estadounidense del Tesoro, Henry Paulson, exjefe
del banco Goldman Sachs, el número 1 de los bancos de
inversión, se ha sacado de la chistera la "madre de
todos los rescates. De consuno con la Reserva Federal, ha
diseñado un paquete para ayudar a los bancos a salir de
aprietos. Y eso sólo es posible, si se les quita de las
manos la patata caliente de unas hipotecas y de unos
derivados hipotecarios desvalorizados que, considerados
hasta hace muy poco la joya del arte financiero, andan ahora
estigmatizados como "basura tóxica". Puesto que
el mercado para tales papeles se ha desplomado, nadie sabe
desde hace meses qué valor puedan tener.
Ahora viene
el Estado como salvador. Un rescate de prestado, con miles
de millones que el gobierno Bush no tiene. El Estado
norteamericano todavía tiene crédito, y de ello depende
ahora todo el sistema financiero estadounidense, y con él,
el internacional. El volumen de los fondos de urgencia queda
en principio limitado a 700 mil millones de dólares; más
no permite la actual ley presupuestaria, y habría que
modificarla para aumentar esos fondos. No bastará. Serán
necesarios entre 1 y 2 billones –en el peor de los casos,
hasta 5— para enjugar todos los créditos y todos los títulos
de derivados tóxicos. Están en circulación préstamos
hipotecariamente respaldados por valor, al menos, de 1,1
billones de dólares, y a eso hay que añadir más de 2
billones en forma de hipotecas a propietarias y propietarios
de vivienda privados y 1,6 billones
en hipotecas a empresas que operan en el mercado.
Si las
cosas discurren como quieren Paulson y Bush, acabarán
teniendo entre manos un fondo estatal billonario más bien
parecido a una empresa de propiedad popular como lo fue en
su día la "Ramsch und Schund" en la antigua República
Democrática de Alemania. Es vana esperanza la suya, creer
que podrán vender luego los papelitos adquiridos ahora a
los bancos. Al final, el Estado se quedará sólo con las pérdidas,
y el contribuyente tendrá que cargar con la deuda pública.
El gobierno
saliente presiona para sacar adelante su plan de salvación.
Paulson pretende, en efecto, que el Congreso la firme un
cheque en blanco. Nunca un secretario del Tesoro tuvo nunca
tanto poder en los EEUU. La crisis financiera llama a gritos
a un dictador: así ven las cosas los neoconservadores en el
gobierno.
Sólo que
el Comité bancario del Congreso regatea. Los senadores se
agarran a cualquier pretexto, los bolsistas temen la cólera
de los electores. Esto es "socialismo financiero y es
antiamericano", truenan los republicanos. Los demócratas
tienen un contraplan. Quieren ayuda para los propietarios de
vivienda, no para los bancos. Quieren una participación del
estado en las empresas rescatadas, quieren una clara
limitación de los salarios y las remuneraciones de los
altos ejecutivos. Es decir, intromisión directa del Estado
en la política de las empresas. En Europa, eso sólo lo
exige la izquierda.
Nadie podrá
negar que el contribuyente norteamericano es el tonto de
esta historia: nadie está en condiciones de garantizar que
la salvación de los bancos el servirá para algo al
propietario o a la propietaria de vivienda. Pues lo precios
inmobiliarios siguen cayendo, y se contarán por millones
los que verán aumentadas sus deudas al tiempo que cae el
valor de mercado de sus casas. Por consiguiente, en cada
refinanciación, los bancos exigirán mayores intereses, lo
que traerá consigo un incremento drástico de los embargos
y las ejecuciones hipotecarias. Puesto que éstas últimas
yo no aportan nada, más bancos irán a la bancarrota.
No es por
casualidad que los dos últimos grandes bancos de inversión,
Goldman Sachs y Morgan Stanley, acaben de ser transformados
en bancos comerciales normales y corrientes. Caen así bajo
la inspección bancaria pública, a trueque de poder acceder
a los fondos públicos de urgencia. Los necesitarán. Los
bancos extranjero filiales de empresas estadounidenses podrán
beneficiarse igualmente de esos dineros públicos. Si se les
excluyera de la bendición crematística, la plaza
financiera de Londres sería la siguiente en partirse de
risa. Por eso la negativa de los restantes miembros del
G–7 a aprobar planes de rescate parecidos carece de
sentido, y no podrá mantenerse. En cualquier caso, los británicos
seguirán tomando medidas de ayuda, y los alemanes ya han
socializado las pérdidas de sus bancos (semi)públicos.
El Plan
saldrá adelante y ayudará a algunos bancos a ganar tiempo.
Pero no resolverá la crisis financiera. El déficit de los
EEUU crecerá todavía más. El umbral de máximo
endeudamiento ha crecido con las últimas estatizaciones
otros 10,6 billones de dólares: está, pues, ahora en los
11,3 billones. Sin aumentar los impuestos, lo único que
pueden hacer los EEUU es emitir y lanzar al mercado más
deuda pública. Ya hoy, las importaciones estadounidenses de
capital precisan de 4 mil millones diarios. Eso no puede
sentarle bien al dólar. Ya se acabó otra vez su efímero
vuelo, y volverá a caer.
¿Qué
queda entonces de la superpotencia EEUU? Su poder estaba
construido sobre barro financiero. Con el desplome de la
hegemonía del dólar, llegó a su fin; el sistema
financiero estadounidense ha quedado desacreditado por años.
Esto es el fin del capitalismo estadounidense, del ejemplo
que por décadas se nos ensalzó como modelo a seguir. Y no
es poco, aunque no sea, ni por mucho, el fin del capitalismo
como sistema mundial.
(*)
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de
SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho
fiscal en la Universidad de Ámsterdam e investigador
asociado al Instituto Internacional de Historia Social de
esa misma ciudad.
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