Declaración
de la corriente Socialismo o Barbarie Internacional
El
crack financiero global se transforma en una brutal crisis
económica, política y social internacional
Con
la caída del “Muro de Berlín” del capitalismo,
se abre
una nueva situación mundial
8
de octubre de 2008
La
crisis financiera y económica detonada en el centro del
capitalismo mundial es un acontecimiento de importancia y
consecuencias inconmensurables que ha abierto una nueva
situación internacional. Después de los primeros
temblores registrados hace más de un año, la crisis ha
dado un salto cualitativo. Se ha producido el crash
de Wall Street, el centro financiero del mundo, y el
incendio llegó también simultáneamente a todos mercados
financieros de Europa, Japón, China y el resto del planeta.
Los
“bomberos” de los gobiernos de esos países y sus bancos
centrales ya han rociado el fuego con billones y billones de
dólares, euros, libras y yenes, pero éste no se apaga.
Se arman “rescates” colosales a costos incalculables,
pero no han impedido que entidades financieras inmensas
–que hasta hace pocas semanas eran presentadas al mundo
como ejemplos de buen capitalismo, eficiencia y libre
empresa– se desplomen como castillos de naipes. Los
que aparecían como los altares del capitalismo
mundial en su etapa neoliberal –los cinco bancos de
inversión de Wall Street– han desaparecido de la faz de
la tierra, devorados por la crisis, en cuestión de semanas.
Los
más acérrimos neoliberales, los gobiernos de EEUU y la Unión
Europea que todo lo privatizaban, ahora han salido al ruedo
a nacionalizar decenas y decenas de bancos, entidades
hipotecarias o papeles financieros. Los banqueros,
financistas y empresarios que durante décadas protestaban
contra la intervención del estado en la economía, ahora lloran
implorando que el estado intervenga para salvarlos... a
costa de montañas de dinero que saldrán de los impuestos
que paga el resto de la población, a costa de recortar
violentamente los gastos sociales, a costa del desempleo
masivo, de pensiones de retiro reducidas a la nada y de
salarios de hambre para los que aún tengan la suerte de
seguir siendo superexplotados en un empleo...
Es
la hora de la reducción al absurdo del capitalismo en su
versión neoliberal. De la privatización de las
ganancias, pretenden pasar ahora a la “socialización”
de las pérdidas. ¡Pero está por verse si las masas
trabajadoras de EEUU y del resto de mundo van a aceptar
tranquilamente sacrificarse para salvar a los tiburones de
Wall Street!
Porque
este inmenso cataclismo financiero y económico, que además
ocurre en el centro del mundo, marca un “antes” y
un “después”. Tienen razón los que han señalado que
se trata del “Muro de Berlín” del capitalismo en su
versión neoliberal, neoliberalismo que se impuso
mundialmente a partir de la “Revolución Conservadora”
de Reagan y Margaret Thatcher. Un antes y un después porque
luego de un terremoto como éste en el centro económico y
geopolítico del mundo, las cosas no pueden seguir igual.
Esta
caída del “Muro del neoliberalismo” ya ha abierto una
nueva situación mundial: ha hecho saltar por los aires
los dos pilares de la estabilización mundial de las últimas
décadas. Por un lado, la propia forma de organización
del capitalismo mundial anudada alrededor de una libertad
irrestricta para que el mercado haga valer su ley de
explotación tomando al mundo como campo de valorización
del capital prácticamente sin freno alguno; por el otro, la
ambición de una hegemonía mundial “imperial” que se
quería incuestionable por parte del (hasta ahora) jefe de
los imperialismos, el imperialismo norteamericano.
Son
estas bases de la estabilización post caída del Muro las
que han saltado por los aires y han abierto,
inevitablemente, un panorama o situación mundial
profundamente distinto, el que estará marcado por más
contradicciones, polarización social y política, más
disputas entre economías y Estados, divisiones entre los de
arriba y, sobre todo, más luchas entre las clases.
Una situación mundial donde es muy probable que
presenciemos el retorno a los rasgos más clásicos del
capitalismo marcado por tremendas crisis, guerras y
revoluciones.
1. Una combinación de diversas crisis, con la economía en el centro
La
crisis que hoy ocupa el centro de la escena, la situación
financiera y económica, no es sin embargo el único nudo
de la misma a escala mundial. Hoy, a distintos niveles y
dimensiones, se entrecruzan diversos conflictos y
situaciones críticas que configuran un contexto mundial
muy distinto –para tomar un punto de referencia clave–
del que aparecía en 1989/91, con el derrumbe de la ex URSS
y la restauración del capitalismo en todos los países
“socialistas” de Europa y Asia.
¡Parece
increíble que estamos a tan poco tiempo de ese momento en
que se llegó a hablar del “fin de la historia”, de la
clase obrera, de la lucha de clases y de la perspectiva
misma del socialismo! Una sociedad mundial inmovilizada por
los siglos de los siglos en el capitalismo neoliberal
globalizado, que abarcaba (y unificaba) todo el planeta; un
sistema de estados “unipolar”, regido por el
superimperialismo de EEUU, que dictaba las normas del orden
mundial; una extensión universal de la “democracia” de
los ricos, un “pensamiento único” para todos los seres
humanos etc., etc.
Es
importante, entonces, pasar en limpio estos nuevos elementos
y factores críticos que no se presentaban en 1989/91, y que
son parte de un
panorama mundial tan diferente marcado ahora no por la “caída
del comunismo”… sino por la amenaza ser la más grave
crisis de la economía capitalista en casi un siglo.
1.1.
Crisis financiera y económica mundial comparable a la de
1929
No
sólo desde la izquierda y el marxismo, sino también desde
la derecha, ya se caracteriza a la actual crisis como la
más grave desde la de 1929. Como dijo Alan Greenspan
–uno de los “padres” de la presente crisis–, “este
es un hecho que sucede probablemente una vez cada siglo...
esto está sobrepasando cualquier cosa que yo haya visto...
no lo puedo creer...” Efectivamente, para
establecer comparaciones de la presente crisis, hay que
referirse a la 1929 o la Gran Depresión de 1873.
El
mecanismo esencial es común con la crisis del 1929: la plétora
de capital ficticio hace estallar todo, en la medida en
que la caída de la tasa de ganancia no da ya para
remunerar a estos capitales dedicados a la especulación
financiera. Aunque con otros tipos de “instrumentos
financieros”, la orgía de especulación que precedió al
derrumbe, también es parecida con la de 1929.
Pero,
el derrumbe no sólo afecta a los capitales ficticios
sino al capital en su totalidad que no es otra cosa que
acumulación de trabajo humano; trabajo humano acumulado que
ahora es destruido en enormes proporciones. Las
consecuencias golpean sobre el conjunto del ciclo de
reproducción del capital, no sólo el ciclo del
capital-dinero, sino también del capital productivo.
Esto nos lleva a la gravedad de las consecuencias que
tendrá la crisis financiera en la llamada “economía
real”; es decir, en la esfera de la producción.
Los
resultados ya se están sintiendo en todas partes,
aunque con desigualdades según los países.
Lo que hoy es imposible responder con seguridad, es hasta
donde llegará esto. Aunque el hecho que se está
verificando de la extensión mundial de la crisis
financiera, y la inmensa destrucción de capital-dinero que
esto conlleva, agiganta las posibilidades no solo de una
recesión a escala mundial, sino mismo de una depresión que
podría tener incalculables consecuencias.
Porque
a estas alturas el escenario “optimista” es el de una recesión
más o menos severa que afecte en primer lugar a EEUU,
Europa y los países de la periferia más dependientes del
ciclo estadounidense, así como también de sus enredos
financieros.
Sin
embargo, no pueden excluirse situaciones mucho más dramáticas
–más parecidas a la situación posterior al crash
de 1929– si llegara a producirse un colapso sistémico de
las finanzas estadounidenses y mundiales (un peligro que ya
viene siendo advertido por varios analistas), colapso que
dejaría sin financiamiento a los intercambios que se
producen en la economía real.
Entonces, podría abrirse un escenario
cualitativamente distinto: el de una depresión
mundial.
De
cualquier manera, en todo caso hay que prever que de una
crisis de estas dimensiones no
se
sale fácilmente.
Los “planes de rescate” –al estilo del que está
implementando Bush– son una piedra al cuello de los
trabajadores y el pueblo, pero eso no significa automáticamente
que sean el mágico salvavidas mediante el cual el
capitalismo saldrá rápidamente a flote... y después todo
seguirá como antes...
Mas
bien, por el contrario, la continuidad de la crisis marca
–hasta el momento- el fracaso de las recetas que se
están aplicando desde los gobiernos de los países
capitalistas centrales.
Esto
es así porque ante el quebranto multimillonario de
“papeles tóxicos” (la valuación de los mismos
–aunque nadie tiene datos fidedignos- rondaría los 228
billones de dólares) un paquete de “rescate” de “sólo”
700.000 millones de dólares aparece cómo algo
completamente insuficiente por decir lo menos…
1.2.
Por primera vez desde 1929, se produce una grave crisis económica
no en países o regiones de la periferia, sino en el centro
del capitalismo mundial
Este
es un aspecto de inmensa importancia de esta crisis. Por
diversos motivos, después de la Segunda Guerra Mundial, las
grandes crisis capitalistas habían cambiado de epicentro.
En 1929, se ubicó en los dos países capitalistas más
avanzados del planeta: EEUU y Alemania. En cambio, en toda
la segunda posguerra, el epicentro de las grandes crisis, de
los crash financieros y económicos se alejó de los
países centrales para trasladarse a la periferia, a las
tierras de los salvajes del “tercer mundo” y de los no
menos bárbaros “comunistas”: la crisis que acabó con
la ex URSS, los defaults financieros y de la deuda que se
sucedieron desde 1982 en América Latina, la crisis del
sudeste asiático de 1997, la de Rusia en 1998, la de Turquía
(2000-01), el derrumbe de Argentina en 2001, etc., todo
pasaba convenientemente alejado de Wall Street.
Desde
allí no sólo se daban lecciones y sermones a los “bárbaros”
sobre cómo evitar las crisis, sino que eran también
oportunidad para hacer jugosas ganancias.
El
cambio de epicentro que presenta la actual crisis no
sólo tiene un profundo significado. Lo más importante serán
sus dramáticas consecuencias. Que se derrumben Tailandia o
Corea, Turquía o Argentina puede tener algunas
consecuencias. Pero semejante crisis en el centro económico-financiero
y geopolítico del mundo, es otra cosa cualitativamente
distinta.
Esto
tiene que ver con el papel económico-financiero ya insostenible,
que viene jugando EEUU desde la Segunda Guerra Mundial.
1.3.
En cuestión el rol de EEUU como centro financiero y económico
del planeta
De
la Segunda Guerra Mundial, EEUU emergió como el centro económico,
financiero y político del planeta. Pero esto ya venía en
decadencia y ahora la crisis pone en tela de juicio la
estructura EEUU-céntrica de las finanzas y la economía
mundial.
Cuando
EEUU ocupó ese lugar, no sólo había sido (junto con la
URSS) el gran vencedor de la guerra, sino que era también
indiscutiblemente la superpotencia económica, con el
50% del PBI mundial, los mayores avances científicos,
tecnológicos y de productividad en sus manos, las reservas
de oro del planeta en sus arcas y, además, el gran
acreedor del resto del mundo. Todo eso había, además,
convertido al dólar en la moneda mundial, incluso
antes de que se legalizara eso en los acuerdos de Bretton
Woods.
Hoy
la situación es muy diferente. No sólo EEUU ya no
ocupa esa posición a nivel productivo, sino que se ha
convertido en el gran deudor del planeta. Un deudor,
además, insolvente, mientras mantenga el escandaloso
déficit de cuenta corriente que arrastra desde largo
tiempo, que hace juego con su astronómica deuda pública,
tanto del gobierno federal, como de los estados y
municipios. El nivel de consumo de EEUU –que lo había
convertido en el “consumidor de última instancia” a
nivel mundial– sólo se ha sostenido por más y más
endeudamiento público, empresario y familiar. Lo de las
hipotecas es apenas un rubro de este endeudamiento universal
(e insolvente).
Estos
problemas estructurales han encendido luces rojas
desde hace tiempo. Pero no se hizo nada para solucionarlos,
entre otros motivos porque la “solución”, en términos
capitalistas, implica un ajuste brutal, lo que podría
desencadenar reacciones políticas y sociales imprevisibles.
Ahora
la crisis pone al rojo vivo el cuestionamiento del papel
central que ocupa EEUU en las finanzas mundiales. Antes,
frente a las diversas crisis que asolaban la periferia,
desde Washington y Wall Street se exigía perentoriamente
sacrificios y “ajustes” a los países en desgracia.
Ahora, le toca a EEUU ser “ajustado”. Desde la Europa,
se le exige que “asuma sus responsabilidades”.
1.4.
Crisis del dólar como moneda de reserva y del comercio
mundial
Esta
situación crítica, tanto coyuntural como estructural de
EEUU, tiene una implicación particular y muy importante en
la situación de dólar como moneda de reserva y comercio
mundial. En relación a esto, ya se venían presentando dos
contradicciones graves que ahora pueden estallar:
a)
En las últimas décadas, de la mano del neoliberalismo, se
acentuó cualitativamente un rasgo esencial del capitalismo
desde sus orígenes: su carácter mundial. Las
operaciones productivas, comerciales y financieras del
capitalismo se internacionalizaron a gran escala. Es
la mal llamada “globalización”. Pero este cambio
desnuda la contradicción de un capitalismo globalizado,
pero cuya moneda de reserva, comercio y finanzas –el dólar–
no es “global” sino que la emite un estado nacional.
b)
Esta contradicción se pone hoy al rojo vivo, porque el
estado que emite la moneda mundial es el mayor deudor
del planeta. Y, peor aun, es un deudor insolvente.
Si
este deudor insolvente no ha sido aún “declarado en
quiebra”, es porque sus acreedores temen con razón de que
su bancarrota los arrastre también a ellos al abismo. Pero
la crisis ahora va a tensar más esta contradicción.
Por
otra parte, el problema de la moneda del comercio mundial,
siempre se ha resuelto en la historia no por deliberaciones
pacíficas sino por cambios en las relaciones de fuerza
entre las potencias mundiales. El dólar asumió la corona,
porque EEUU ganó la Segunda Guerra Mundial. La libra
esterlina (que hasta 1914 tenía además respaldo oro) perdió
la primacía cuando Gran Bretaña salió maltrecha de ambas
contiendas.
Que
el dólar se mantenga en pie como moneda de reserva y del
comercio, está estrechamente ligado a que el resto del
mundo le siga prestando dinero a EEUU y sosteniendo así
los déficits (de cuenta corriente y fiscal). Si los montos
inauditos de los “rescates” se fuesen agrandando más y
más, el Tesoro de EEUU y el banco central (la Reserva
Federal) pueden ver comprometida su situación, al punto que
el dólar vaya siendo preventivamente dejado de lado como
moneda de reserva y comercio internacional. Si se llegase a
esa situación (en la que aún no estamos), pocos van a
querer seguir prestando a EEUU para que pueda sostener sus déficits.
Los
problemas del dólar están relacionados también con el
problema más amplio de cómo se va a sostener el actual
grado de “globalización” de la economía y las finanzas.
1.5.
La “globalización” y las acciones defensivas de estados
y regiones en tiempos de crisis
El
capitalismo desde sus inicios siempre constituyó un mercado
mundial, una “economía-mundo”.
La tan mentada globalización, no fue otra cosa que dar
un salto en esa tendencia secular del capitalismo.
Hubo
avances notables en ese sentido a varios niveles: de la
producción, del comercio, de las finanzas, del
entrelazamiento de inversiones mutuas entre los distintos países
centrales, etc.
Sin
embargo, esta realidad de ninguna manera resolvió la
tremenda contradicción histórica -propia del capitalismo-
de la subsistencia de los Estados y fronteras nacionales;
ni que se haya superado el hecho que, finalmente, y a pesar
de todo, las corporaciones económicas multinacionales no
dejaran de tener “patria”. Un supuesto “Imperio” sin
fronteras donde se habría acabado con todo esto que sólo
podía estar en la cabeza de superficiales intelectuales
“posmarxistas” y/o “posmodernos” a la moda.
Pero,
desmintiendo lo anterior, las grandes crisis, como la de
1929, ya implicaron –en su momento- saltos hacia atrás
en los procesos de “globalización”. Para defender sus
respectivos intereses, las burguesías de EEUU, Europa, etc.
alzaron barreras proteccionistas, que potenciaron un dislocamiento
del mercado mundial que ya de por sí el crash de
Wall Street había desatado. Junto con la restricción
crediticia, esto fue fundamental para generar un escenario
de depresión mundial.
No
decimos que ahora automáticamente vaya a suceder
exactamente lo mismo. Tanto la producción como los
capitales a nivel mundial están hoy cualitativamente más
entrelazados y en cierta medida “fusionados”. Sin
embargo, repetimos que eso no ha terminado con las
rivalidades, las diferencias de intereses y la competencia
feroz entre las corporaciones de los distintos países
imperialistas, y sus estados y agrupamientos regionales. Y,
como siempre, la crisis exacerba todo eso.
Contra
la tendencia a la globalización que había sido
predominante hasta la reciente crisis de la OMC (Organización
Mundial de Comercio), ahora seguramente va a operar una
tendencia en sentido contrario, la del “sálvese
quien pueda”. Es decir, si la crisis arrecia, atrincherarse
a nivel de estados y/o agrupamientos regionales.
Por
lo pronto, EEUU y Europa no han logrado acordar un plan unánime
para encarar la crisis. Por el contrario, se están
manifestando profundas diferencias. Desde Europa, se exige a
EEUU que “asuma sus responsabilidades”; es decir, que
proceda a un ajuste feroz. Asimismo, protestan contra
la eventual (y casi inevitable a futuro) devaluación del dólar,
que no sólo es una estafa a los acreedores de EEUU, sino
también una maniobra “desleal” para hacer perder
competitividad a la UE en el mercado mundial.
Por
si esto fuera poco, siquiera a nivel de la misma UE han
podido acordar otra cosa que un genérico “apoyo” a la
respuesta nacional que cada país miembro pueda dar a
“su” propia crisis…
1.6.
Crisis del sistema mundial de estados, del “orden
mundial”
La
crisis económica llega para profundizar aun más la crisis
del sistema mundial de estados; es decir, del orden
mundial. Los fracasos de EEUU en sus aventuras militares en
Afganistán e Iraq han sido un factor fundamental (pero no
el único) para que se desvaneciese el delirio
neoconservador del “Nuevo Siglo Americano”, que trató
de llevar adelante la administración Bush.
La
caída de la ex URSS y el fin de la “guerra fría”
produjeron un espejismo. EEUU, la gran potencia del
capitalismo (pero que venía en verdad en un curso de
declive), pareció recobrar una absoluta primacía mundial,
mayor aún que la de 1945, porque ya no existía el rival
del Kremlin.
En
verdad, EEUU estaba muy lejos de eso. La estrategia
de los neoconservadores para afirmar a EEUU como la
superpotencia –que iba a ejercer una hegemonía absoluta
en el siglo XXI, estableciendo un imperio colonial-petrolero
en Medio Oriente y Asia central– fue un fracaso
que nadie sabe cómo resolver, sin que signifique una
retirada vergonzosa. Peor
aun, EEUU está ante la perspectiva de empantanarse en
una tercera guerra, interviniendo también en Pakistán.
La
ilusión de un sistema unipolar, con capital en Washington,
ha sido reemplazada por la realidad de un mundo multipolar,
donde numerosos estados ya no obedecen órdenes y actúan
por cuenta propia. Y, peor aun, muchas veces lo
hacen, en mayor o menor medida, contra los intereses de
EEUU.
EEUU
enfrenta en todos lados “desobediencias” que hubieran
sido inconcebibles pocos años atrás. ¡Que a menos
de 20 años del derrumbe de la ex URSS, una flota rusa
llegue al Caribe –al que EEUU considera como su mar
interior– para hacer maniobras militares con
Venezuela, es uno de los tantos síntomas de la presente
situación geopolítica!
1.7.
Crisis de legitimidad del neoliberalismo, como modo de
regulación del capitalismo, y también, aunque todavía en
menor medida, crisis de legitimidad del capitalismo mismo
como sistema económico-social
La
caída del Muro de Berlín marcó no sólo la extensión del
capitalismo a casi todo el planeta, sino también un enorme
triunfo ideológico y de legitimidad, tanto del sistema
capitalista en general, como especialmente del neoliberalismo,
en tanto modo particular de configurar el capitalismo.
El
neoliberalismo significó, en primer lugar, arrasar con
las conquistas obreras logradas en períodos anteriores
de la lucha de clases, especialmente las concesiones del
“estado de bienestar social” (welfare state) de
posguerra. La nueva era neoliberal vino no sólo de la mano
de la restauración del capitalismo en la ex URSS, el
Este y China, sino también de una suma formidable de
derrotas obreras, país por país, especialmente en los
años 80. La globalización neoliberal completó esto, al
poner de hecho a competir directamente en el mercado
mundial a la mano de obra, nivelando a los trabajadores por
los peores grados de explotación.
Junto
a eso, el neoliberalismo modificó las relaciones del
capital con el propio estado burgués, especialmente en
el sector financiero, dando “piedra libre” a actividades
y operaciones antes más controladas y reguladas
estatalmente. Asimismo, con las privatizaciones y la
mercantilización de todo tipo de actividades, se ampliaron
cualitativamente las áreas manejadas directamente
por el capital privado.
El
reverso del “fracaso del socialismo” de 1989/91
significa la legitimación del neoliberalismo como
algo indiscutible e imposible de cuestionar.
Pero, ahora, es el neoliberalismo quien aparece fracasando
no menos rotundamente. Y no se trata sólo de la caída
de las cotizaciones en las bolsas. ¡Al mismo tiempo,
millones de seres humanos se hunden en la miseria y el
hambre, en la peor crisis alimentaria en décadas!
Esta
bancarrota es también un impacto tremendo en la
conciencia de millones y millones de trabajadores en
todo el mundo. Pero es un impacto en sentido totalmente
opuesto al de la “caída del socialismo” de 1989/91.
Aunque
no se trataba de países ni estados realmente
“socialistas”, el derrumbe de la ex Unión Soviética,
al tener como consecuencia inmediata la restauración
capitalista, fue un duro golpe en nuestro propio
terreno. Ahora, este terremoto económico-financiero es
también un duro golpe… pero en el terreno de
ellos.
Por
lo tanto, es absolutamente claro que la crisis y
deslegitimación del neoliberalismo crean mejores
condiciones para el desarrollo y recuperación de la
conciencia anticapitalista y socialista que llegó a tener
la clase trabajadora, y que fue perdiendo en las derrotas y
frustraciones de las revoluciones del siglo XX.
Esto
seguramente va a ser producto de procesos complejos de la
lucha de clases, en los que intervendrán muchos factores, y
en donde los resultados de los futuros combates tendrán
una gran importancia, junto con la acción de los
partidos o corrientes socialistas revolucionarias.
En
este sentido, será esencial mantener firmemente posiciones independientes,
clasistas y auténticamente socialistas,
frente a engaños como el progresismo “antineoliberal”
(que promete un capitalismo “con rostro humano”) o el
“socialismo del siglo XXI”... que se construiría junto
con los empresarios.
Desde
el comienzo del siglo, estos discursos están en boga –por
ejemplo- en varios de los actuales gobiernos
latinoamericanos: desde el propio Lula hasta Hugo Chávez,
pasando por Cristina Kirchner, Correa y Evo Morales; ahora
podrían generalizarse hacia otras regiones del globo.
En
resumen:
la crisis y deslegitimación del neoliberalismo empujan
ahora en el sentido de la recuperación de la conciencia
anticapitalista y socialista, de la misma manera que
antes las canalladas de las burocracias que culminaron con
la restauración capitalista en la URSS, el Este y China, empujaban
en sentido opuesto.
Ahora
se está abriendo la posibilidad de que la conciencia de
millones y millones comience a caminar en el sentido del cuestionamiento
al capitalismo y de un relanzamiento de las ideas y
la lucha por el socialismo.
2.
Una situación mundial donde se agudizan tremendamente las contradicciones de clase, sociales y entre estados, con conflictos más polarizados, menos “mediaciones”, y seguramente luchas, guerras y revoluciones
Cómo
decíamos al comienzo de esta declaración, con la caída
del Muro de Berlín el capitalismo parecía cerrar el círculo
del cuestionamiento a su dominación, comenzado con la
Revolución Rusa de 1917. El capitalismo parecía
terminar el siglo XX afirmando más que nunca su dominación
a escala mundial, revirtiendo las concesiones a la
clase obrera mundial que había dado como tributo
a la misma por miedo a más revoluciones, haciendo
retroceder el proceso de autodeterminación nacional
que había pegado un salto en la segunda posguerra con la
independencia de las colonias, y sobre todo logrando
la vuelta al dominio directo de la explotación
capitalista en el tercio del mundo donde se habían
producido revoluciones que habían expropiado a la burguesía.
Como
es sabido, los efectos de estos hechos en la
conciencia de millones de trabajadores y en las luchas
cotidianas fueron tremendos. El socialismo había “muerto”
después de “fracasar totalmente”. Por lo
tanto, la clase obrera mundial debía conformarse con ser
una clase explotada hasta la eternidad. Esta situación
fue la que tiñó de conjunto la lucha de clases
internacional a lo largo de las dos últimas décadas.
Pero
lo que está ocurriendo en estos momentos hace las veces de
un “recomienzo” histórico: porque ahora el
supuesto “triunfador”, el capitalismo mundial, afronta
su crisis más dramática en décadas y décadas. Si los
desarrollos de las tres últimas décadas habían ido –por
así decirlo- de “izquierda a derecha”, ahora, estos
desarrollos serán en sentido contrario: de “derecha a
izquierda” aunque seguramente marcados por una
polarización en ambos extremos.
Porque
lo que esta crisis ha puesto en cuestión frente a los ojos
de millones y millones no es ahora el “socialismo”…
sino al mismísimo capitalismo en su forma más
“contemporánea” y “avanzada” de organización. Es
un cuestionamiento que, en sus tremendas y potenciales
consecuencias mundiales, regionales y nacionales no hace más
que actualizar el carácter de la época histórica abierta
a comienzos del siglo pasado como una época de crisis,
guerras y revoluciones sociales.
2.1
Un ataque en regla contra los trabajadores
La
pretensión del capitalismo y los gobiernos de EEUU y de
todo el mundo es “socializar las pérdidas”: que los
trabajadores paguen la catástrofe perpetrada por el
capitalismo.
En
los billones y billones que se han hecho humo en las
hogueras de Wall Street, estaba condensado buena parte del
esfuerzo y los padecimientos de todos los trabajadores del
mundo. ¡Y ahora se les pide que sean ellos los que paguen
la factura de este desastre, con más trabajo, más
penurias, más esclavitud laboral!
Esta
es la política que viene desde todos los gobiernos, en
primer lugar, el de EEUU. Pero estos ataques van a dar
motivos para que haya respuestas a su misma escala.
¿Qué
va a pasar, por ejemplo, en EEUU, si millones pierden la
vivienda y el empleo, y otros tantos ven liquidadas sus
pensiones de retiro, por la pérdida de valor de los títulos
y acciones que supuestamente las respaldaban? ¿Va a
continuar la pasividad de las masas estadounidenses, que
viene desde las derrotas de los tiempos de Reagan o vamos a
presenciar el “recomienzo” de la lucha de clases en los
mismísimos Estados Unidos?
La
rabia con que millones de estadounidenses recibieron el
“bailout”, el plan de “rescate” de Bush, y cuya
presión hizo fracasar el primer intento de aprobarlo, es un
anticipo de lo que puede pasar si el capitalismo
norteamericano lleva adelante el ajuste salvaje que
objetivamente requiere la economía de EEUU.
Lo
que decimos en relación al panorama de EEUU, centro de la
actual crisis, es también válido para el resto del mundo,
ya que nadie va a quedar inmune, en mayor o menor medida.
Esto abre la perspectiva de una polarización mucho mayor
y más dura de todas las contradicciones y enfrentamientos.
Esta
“exasperación” de las tensiones sociales y políticas
ha sido un rasgo universal de todas las grandes crisis.
Aunque nos referimos en primer lugar a las que atañen a la
clase trabajadora, esto va a teñir a todos los sectores. Se
van a presentar divisiones en la misma burguesía y su
personal político (como la que paralizó durante varios
días al gobierno de EEUU).
Las
relaciones entre estados, en una situación donde no hay
quien “ponga orden”, pueden también dar cauce a
situaciones críticas.
2.2.
La deslegitimación del neoliberalismo y la resurrección
del keynesianismo no van a significar el retorno al
“estado de bienestar social” de posguerra
Es
necesario alertar que ya mismo está funcionando una
tremenda trampa. Ahora, medio mundo se ha vuelto
“antineoliberal”. El neoliberalismo es condenado (más
de forma que de contenido), para sostener a continuación la
posibilidad de “otro capitalismo” que funcione
“mejor” que el fracasado neoliberalismo.
Esto es lo que también intenta presentar Obama,
aunque en realidad, para una facción del imperialismo, es
el candidato ideal para esta situación de crisis.
Ahora,
todos se están diciendo “keynesianos” (Keynes fue un
importantísimo economista burgués contemporáneo con la
gran depresión de 1929), y claman para que el estado vuelva
a intervenir, regular y controlar. “Bring back Keynes!”: “¡Traigan de vuelta a Keynes!” reclama, por
ejemplo, el titular de uno de los más importantes y
tradicionales diarios de Londres.
Sin
embargo, esta resurrección del “keynesianismo” –o,
mejor dicho, de la intervención y regulaciones del
estado–, no significa de ninguna manera un regreso a
las concesiones del “estado de bienestar social”,
desmantelado por la reacción neoliberal.
Mucho
sectores del “progresismo”, tanto en América Latina
como en Europa, argumentan incluso que el capitalismo
“funcionaría mucho mejor y se saldría rápidamente de la
crisis”, si se bajaran las tasas de interés, se crearan
empleos y se aumentaran los ingresos de los trabajadores: de
esa manera, la mayor demanda permitiría colocar la producción
y superar así una recesión o depresión. En resumen: el
“progresismo” sueña con volver al “estado de
bienestar social” ensayado en EEUU con Roosevelt y
generalizado en la posguerra en todos los países centrales
y también, más modestamente, en muchos de la periferia.
Pero
se olvidan de dos cosas: la primera es que el “estado de
bienestar social” no fue simplemente un hecho “económico”,
sino una acción política. Estuvo determinado
por el terror de las burguesías de todo el mundo a la
revolución socialista. Aunque la Unión Soviética había
ya degenerado en el régimen burocrático que llevaría
finalmente a la restauración capitalista, la sombra de la
Revolución obrera de 1917 aún se extendía por el mundo.
El “estado de bienestar social” (welfare state) fue una
medida necesaria para domesticar a la entonces combativa
clase obrera estadounidense e impedir después de la guerra
revoluciones socialistas en Europa occidental.
Pero
además, hay una segunda cuestión: el capitalismo cómo tal
es un sistema social marcado por dramáticas contradicciones
que están en el núcleo íntimo de su configuración. Su lógica
más profunda lo marca una sed insaciable de ganancias a despecho
de la reproducción humana y de la naturaleza. Se trata
de una lógica perversa que -cómo fue demostrado hace más
de siglo y medio por Marx- inevitablemente lo lleva de
crisis en crisis porque socava estos dos manantiales de
la riqueza como son el trabajo humano y la naturaleza.
Además,
con la evolución histórica y por distintas razones, estas
tendencias a la crisis (que sin embargo nunca pueden
significar un “derrumbe” del sistema si la clase obrera
con sus luchas no lo tira abajo revolucionariamente) no
hacen más que tender a agravarse.
Por
lo tanto, sea en su forma neoliberal, sea bajo una nueva
configuración “keynesiana”, las contradicciones del
sistema capitalista son irresolubles: la única
solución realista es la lucha por abrir paso a otro
sistema social, el socialismo.
2.3.
Socialismo
o barbarie: un programa obrero y socialista frente a la
crisis
La
versión de “keynesianismo” que se está perfilando en
este brusco giro “estatizante” de muchos gobiernos, no
debe dar lugar a ilusiones.
Estas
políticas, podríamos definirlas más precisamente como un
“keynesianismo liberal”; o sea, un giro hacia una
mayor intervención y regulación del estado en la
actividad económica, pero tratando de mantener las
condiciones de superexplotación que el neoliberalismo
logró imponer a la clase obrera mundial y los países
semicoloniales, como por ejemplo la flexibilización laboral
y los TLCs entre EEUU y varios países latinoamericanos
(algunos de los cuales, para salir del paso, ahora tratan de
tener simultáneamente relaciones con Chávez y el Alba).
Este
“keynesianismo liberal” (o, mejor dicho, “liberalismo
keynesiano”), a lo sumo, para poner “paños fríos”,
va a desarrollar a gran escala el “asistencialismo de
la miseria” que vemos en tantos países de América
Latina.
Pero,
como venimos señalando, los intentos de hacer pagar los
platos rotos de la crisis a los trabajadores, se producen en
un contexto muy distinto a los de la ofensiva
triunfante del neoliberalismo de los años 80 y 90. Hoy no
están bajo la sombra del gran éxito que lograron con el
“fracaso del socialismo”, sino bajo la pérdida de
legitimidad que está implicando su actual fracaso.
Además,
en regiones del mundo de importancia como Latinoamérica,
casi desde el comienzo mismo del siglo XXI ya se venía en
un ciclo que se ha dado en llamar de “rebeliones
populares” con una enorme acumulación de luchas,
experiencias y formas de organización independientes. Estas
experiencias no lograron ser desmontadas del todo en estos
últimos años de gobiernos “progresistas”. Ahora podrían
significar puntos de apoyo para las luchas más
duras y polarizadas que vendrán.
Porque
mundialmente asistiremos a un escenario de mayor polarización,
donde habrá menos “colchones” entre revolución y
contrarrevolución, donde seguramente tenderán a
“adelgazarse” los mecanismos de “mediación” de la
“democracia” y a desarrollarse expresiones
sociales y políticas más a la derecha y a la izquierda
del “centro” político.
En
este sentido, no deja de ser sintomático (sólo a modo de
ejemplo) lo que está ocurriendo ya en países europeos de
enorme estabilidad como Bélgica, donde ha habido en estos días
una huelga general contra la carestía de la vida,
que se realizó desbordando el previo llamado de las
burocracias sindicales. Seguramente veremos hechos
semejantes en los cuatro puntos cardinales del globo –incluso
en países decisivos para la estabilidad mundial de las últimas
décadas con es el caso, ya señalado, de los mismos
Estados Unidos–.
En
Latinoamérica, habrá que seguir con mucha atención el que
puede ser el punto de máximo quiebre de la estabilidad
regional con la eventualidad de una guerra civil en Bolivia.
También será de mucha importancia ver la evolución de
aquellas economías o regiones más directamente atadas a la
evolución económica de los Estados Unidos como son México
y Centroamérica toda. Y no hay que dejar de subrayar la
importancia potencial que podría tener la eventualidad de
un ascenso en las luchas en un país de inmensa importancia
y que ha sido el pilar de la estabilidad regional en los últimos
años, como es el caso de Brasil.
En
estas condiciones, habrá que enarbolar un programa de
reivindicaciones obreras que deberá estar marcado por
algunas de las consignas más clásicas del programa de los
trabajadores frente a la crisis: la escala móvil de horas
de trabajo y salario; la estatización bajo control de los
trabajadores de toda empresa que realice suspensiones,
despida o vaya a la quiebra; la estatización de la banca y
el establecimiento del monopolio estatal del comercio
exterior, todo esto bajo el control de los trabajadores; la
ruptura del secreto económico y financiero, y la apertura
de toda la contabilidad de las grandes empresas, sean
privadas o estatales; la puesta en pie de comités de lucha,
de autodefensa y formas de organización y coordinación
ad-hoc al calor de las luchas; la perspectiva de la puesta
en pié de organismos de centralización nacional de las
luchas; todo lo anterior en el camino de gobiernos
obreros y populares y el socialismo.
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