Ni
Hayek ni Keynes, hoy más que nunca Marx
Por
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada, 11/10/08
Vivimos
tiempos de incertidumbre. Quienes valoran la extensión de
la crisis del capitalismo son los movimientos alternativos,
sus gestores y causantes. Los diagnósticos y proyecciones
sobre la globalización neoliberal lanzados hace 20 años
por los movimientos antiglobalización o antisistémicos han
dado en la diana.
Las políticas
de privatización, apertura comercial, financiera y
flexibilidad laboral escondían un enorme grado de explotación
y especulación. El resultado sería inevitablemente el
colapso general del planeta. Nada hacía presagiar otro
sendero.
Sin
embargo, resulta extraño que los economistas neoliberales
se queden perplejos y apunten a pecados bíblicos como la
tacañería y la avaricia para explicar la crisis. ¿Acaso
piensan en otra racionalidad del capitalismo? Su incultura
parece situarse en las mismas cotas que la crisis. Son de
hondo calado. De nada les ha servido obtener master o
doctorados en Chicago o la fundación Heritage. Lo
recomendable hubiese sido darles a leer los cuentos de
Charles Dickens y poner sobre su mesa los estudios históricos
de Sombart relacionando el burgués con la propensión al
lujo y el origen del capitalismo.
Pero la
mala memoria de los actuales tecnócratas de las finanzas
coincide con la derrota de su doctrina del libre mercado. No
les gusta reconocer que el derroche es parte de la
mentalidad plutocrática de la evolución del capitalismo.
No hay banquero que no haga ostentación de su riqueza en
forma de yates, coches de lujo, organice viajes de placer,
comidas opíparas, orgías, adquiera ropas de marca,
participe de prostitución de alto copete, y se vanaglorie
de comprar y vender obras de arte. De otra manera no serían
capitalistas.
El robo y
la piratería es consustancial a los orígenes del
capitalismo y precede la globalización neoliberal. Baste
recorrer las calles de Florencia o de Venecia para saber de
qué hablamos. Los Medici y los Sforza. Palacios y riquezas
en diferentes arquetipos muestran su poder y el de sus repúblicas.
Sorokin lo ejemplarizó con una metáfora. El capitalismo no
puede vivir en una sociedad de credo comunista, se debe al
lujo. El capitalismo no tiene salida al margen de sus parámetros
de consumo y de organización económica. Requiere tragar,
engullir, es violento y necesita un mayor grado de fuerza
bruta para apuntalarse. Se mantiene gracias a la eficiente
acción de las clases dominantes y de las elites económicas,
verdaderas controladoras del Estado y de sus aparatos de
dominación política.
Hipótesis
comprobable si vemos el itinerario que se pretende seguir al
"donar" millones de dólares o euros a quienes han
provocado la mayor crisis social y económica hasta ahora
conocida debido a su falta de escrúpulos para obtener un
plus y engordar sus cuentas corrientes a costa del
contribuyente. No podía ser de otra manera.
Marx tenía
razón. Cuando los gobiernos conservadores y neoliberales se
prestan a rejuvenecer el sistema financiero por medio de un
intervencionismo estatal se refuerza el carácter de clase
del Estado. Es el capitalista global el que está
representado en su forma equivalente general. En momentos de
necesidad emerge su esencia. Inyectar millones y millones de
dólares o euros para evitar una catástrofe financiera o
una caída espectacular de los valores bursátiles, supone
orientar políticamente las decisiones. Pero igualmente,
conlleva salvar a los grandes empresarios y las
trasnacionales. El horizonte es reflotar el sistema. No se
busca una crítica sobre las causas que han motivado llegar
hasta aquí. No se preguntan sobre los orígenes de un orden
social fundado en la expoliación de los recursos naturales,
en la degradación del medio ambiente, y en una continuada y
constante pérdida de derechos sociales, políticos y económicos
de las grandes mayorías. Es decir, no se trata de dar un
giro de 180 grados.
La
respuesta a la crisis consiste en velar su causa, la
irracionalidad de la explotación del hombre por el hombre y
del hombre hacia la naturaleza. En ocultar el beneficio de
las empresas trasnacionales, dueñas de las tecnologías y
las patentes capaces, primero, de crear hambrunas en
continentes enteros y, después, de llevar a la muerte a
miles de niños obteniendo pingües beneficios para aumentar
rendimientos en condiciones de monopolio. Empresas
patrocinadoras de guerras espurias, de venta de armas, de
trabajo infantil y de inmigración ilegal. Factores que
coadyuvan para abaratar costes de producción y aumentar su
control sobre gobernantes corruptos y dóciles.
No nos
llamemos a engaños. Insuflar dinero a los grandes bancos y
salir en defensa de sus consejeros y altos cargos es parte
de una estrategia pendular. Cuando no resulta oportuno tejer
con Hayek, se teje con Keynes. Unas veces desde la oferta y
otras desde la demanda. Tanto monta, monta tanto.
En
cualquier caso, el resultado es el mismo. La relación
capital–trabajo se asienta sobre la expropiación del
excedente económico producido por el trabajador en
condiciones de apropiación privada. Así, quienes pagan los
platos rotos de esta estrategia son los de siempre. Las
clases explotadas y oprimidas del campo y la ciudad.
Salvar el
orden económico, sin modificar su estructura y su
organización, conlleva un aumento de la desigualdad social
y la explotación. Pero el discurso de la cohesión social
recubre esta opción bajo el eufemismo de apoyar una
estrategia de aumentar prestaciones a los más débiles. Políticas
para los desamparados y los pobres de solemnidad. Así, se
soslayan las indemnizaciones millonarias a los ejecutivos de
los bancos y las empresas trasnacionales cuyos contratos
blindados se gestionaron con anterioridad. Los impuestos de
todos irán a los bolsillos de unos pocos y servirán para
pagar una buenas vacaciones y aligerar el estrés de su
ineficaz gestión. Ninguno pasará por la cárcel, previo
juicio. Tampoco se verá sometido al escarnio público ni se
avergonzará. Seguirán en sus trece, para ellos, nada ha
fallado; esperarán agazapados la siguiente oportunidad.
Su relato
será simple: han sido unos pocos inescrupulosos los
causantes del desastre. Las aguas deben volver a su cauce.
El capitalismo retomará su rumbo y otra vez se podrá robar
a manos llenas. Por este camino el planeta desaparecerá.
¡Ni Hayek
ni Keynes, hoy más que nunca Marx!
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