Todo lo que usted quiere saber sobre el
origen de esta crisis pero teme
no entenderlo
¿Cómo se derritió Wall Street?
Por Walden Bello (*)
Focus
on the Global South
Focus on Trade Nº 143, septiembre
2008
Sin Permiso, 06/10/08
Traducción de Ricardo Timón y Mínima
Estrella
Todos nos hacemos estas preguntas sobre
la actual crisis financiera: ¿ya pasó lo peor? ¿Qué causó
el colapso del centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue
la codicia? ¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil
alguacilado? ¿Fue falta de regulación? Pero ¿no hay nada
más? ¿No hay nada sistémico? ¿Qué tiene que ver la
crisis de sobreproducción de mediados de los años 70 con
los acontecimientos recientes? ¿Qué pasó, pues? ¿Cómo
trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción?
¿En qué consistió la reestructuración neoliberal? ¿En
qué medida la globalización de los 80 y los 90 fue una
respuesta a la crisis de los 70? ¿Por qué la globalización
no pudo superar la crisis? ¿Cuáles fueron los problemas de
la financiarización como vía de salida a la crisis de
sobreproducción de los 70? ¿Por qué la financiarización
es tan volátil? ¿Cómo se forman, crecen y estallan las
burbujas? ¿Cómo se formó la presente burbuja
inmobiliaria? ¿Y cómo creció? ¿Cómo pudieron las
hipotecas subprime degenerar en un problema de tales
dimensiones? ¿Y cómo es posible que los titanes de Wall
Street se desplomaran como un castillo de naipes? ¿Qué
pasará ahora?
Todos, en efecto, nos hacemos esas
preguntas. Pero pocos pueden tratar de contestarlas con la
insólita combinación de elegancia, profundidad, claridad y
extremada sencillez del economista y politólogo Walden
Bello. Y mucho menos en apenas 4000 palabras.
El derrumbe de Wall Street no se debe
solo a la codicia y a la falta de regulación estatal de un
sector hiperactivo. Procede también, y sobre todo, de la
crisis de sobreproducción que ha venido minando al
capitalismo remundializado desde mediados de los 70. Así ve
esta crisis de fin de época Walden Bello.
Muchos en Wall Street todavía están
digiriendo los acontecimientos epocales de las últimas
semanas:
* Entre 1 y 3 billones de dólares de
activos financieros evaporados.
* Wall Street, nacionalizado, con la
Reserva Federal y el Departamento del Tesoro tomando todas
las decisiones estratégicas importantes en el sector
financiero, y a todo eso, con un gobierno que, tras el
rescate de AIG, pasa a dirigir la mayor compañía
aseguradora del mundo.
* El mayor rescate desde la gran
depresión, con 700 mil millones de dólares reunidos a la
desesperada para salvar al sistema financiero global.
Las explicaciones habituales ya no
bastan. Los acontecimientos extraordinarios precisan de
explicaciones extraordinarias. Pero antes…
¿Ya pasó lo peor?
No, si algo ha quedado claro con los
movimientos contradictorios de estas semanas en que, al
tiempo que se permitía la quiebra de Lehman Brothers, se
nacionalizaba AIG y se fraguaba la toma de control de Merril
Lynch por el Bank of America, es que no hay una estrategia
para afrontar la crisis; a lo sumo, respuestas tácticas,
como bomberos que se pisan la manguera, abrumados por la
magnitud del incendio.
El rescate de 700 mil millones de dólares
de las obligaciones hipotecariamente respaldadas en poder de
los bancos no es una estrategia, sino, básicamente, un
esfuerzo a la desesperada para restaurar la confianza en el
sistema, para prevenir la erosión de la fe en los bancos y
en otras instituciones financieras y para evitar una
afluencia masiva de retirada de fondos de los bancos como la
que desencadenó la Gran Depresión de 1929.
¿Qué causó el colapso del
centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue la codicia?
La vieja y venerada codicia jugó su
parte. A eso se refería Klaus Schwab, el organizador del
Foro Económico Mundial, el jamboree de la elite global
celebrado anualmente en los Alpes suizos, cuando dijo a su
clientela en Davos este año: "Tenemos que pagar por
los pecados del pasado".
¿Fue el de Wall Street un caso
de alguacil alguacilado?
Desde luego. Los especuladores
financieros rizaron el rizo hasta confundirse ellos mismos
con la creación de contratos financieros más y más
complejos, como los derivados, tratando de ganar dinero a
partir de todo tipo de riesgos (incluidos exóticos
instrumentos de futuros, como los credits default swaps o
contratos de protección de derivados crediticios, que
permitían a los inversores apostar, por ejemplo, a que los
prestatarios de la propia corporación bancaria ¡no serían
capaces de devolver su deuda! Tal es el comercio
multibillonario no–regulado que acabó tumbando a AIG.
El 17 de diciembre de 2005, cuando la
International Financing Review (IFR) anunció sus premios
anuales del año –uno de los programas de premios más
prestigioso del sector—, dejó esto dicho:
"Lehman Brothers no sólo mantuvo
su presencia global en el mercado, sino que dirigió la
penetración en el espacio de preferencia… desarrollando
nuevos productos y diseñando transacciones capaces de
subvenir a las necesidades de los prestatarios… Lehman
Brothers es el más innovador en el espacio de preferencia
precisamente por hacer cosas que no pueden verse en ningún
otro sitio." Huelgan comentarios.
¿Fue falta de regulación?
Sí. Todo el mundo reconoce ahora que
la capacidad de Wall Street para innovar y excogitar
instrumentos financieros más y más sofisticados ha ido
mucho más allá de la capacidad regulatoria del Estado, y
no porque el Estado no fuera capaz de regular, sino porque
la actitud neoliberal, de laissez–faire, imperante impidió
al Estado diseñar mecanismos efectivos de regulación.
Pero ¿no hay nada más? ¿No hay
nada sistémico?
Bien, Georges Soros, que lo vio venir,
dice que lo que estamos pasando es la crisis del sistema
financiero, la crisis del "gigantesco sistema
circulatorio" de un "sistema capitalista global…
que está reventando por las costuras".
Para seguir con la idea del
archiespeculador, a lo que estamos asistiendo es a la
intensificación de una de las crisis o contradicciones
centrales del capitalismo global, cual es la crisis de
sobreproducción, también conocida como sobreacumulación o
sobrecapacidad.
Se trata de la tendencia del
capitalismo a construir una ingente capacidad productiva que
termina por rebasar la capacidad de consumo de la población
debido a las desigualdades que limitan el poder de compra
popular, lo cual termina por erosionar las tasas de
beneficio.
Pero, ¿qué tiene que ver la
crisis de sobreproducción con los acontecimientos
recientes?
Muchísimo. Pero, para entender la
conexión, tenemos que retrotraernos a la llamada Época
Dorada del capitalism contemporáneo, al período
comprendido entre 1945 y 1975.
Fue un período de rápido crecimiento,
tanto en las economías del centro como en las
subdesarrolladas, un crecimiento propulsado, en parte, por
la masiva reconstrucción de Europa y del Este asiático
tras la devastación de la II Guerra Mundial, y en parte,
por la nueva configuración socio–económica
institucionalizada bajo el nuevo estado keynesiano. Un
aspecto clave de esta última fueron los severos controles
estatales de la actividad de mercado, el uso agresivo de políticas
fiscales y monetarias para minimizar la inflación y la
recesión, así como un régimen de salarios relativamente
altos para estimular y mantener la demanda.
¿Qué pasó, pues?
Bien, este período de elevado
crecimiento terminó a mediados de los 70, cuando las economías
del centro se vieron inmersas en la estanflación, es decir,
en la coexistencia de un bajo crecimiento con una inflación
alta, lo que la teoría económica neoclásica suponía
imposible.
Sin embargo, la estanflación no era
sino el síntoma de una causa más profunda, a saber: la
reconstrucción de Alemania y del Japón, así como el rápido
crecimiento de economías en vías de industrialización,
como Brasil, Taiwán y Corea del Sur, añadió una enorme
capacidad productiva e incrementó la competición global,
mientras que la desigualdad social, dentro de cada país, y
entre países, limitó globalmente el incremento del poder
adquisitivo y de la demanda, resultando así erosionada la
tasa de beneficio. La drástica subida del precio del petróleo
en los setenta no hizo sino agravar la cosa.
¿Cómo trató de resolver el
capitalismo la crisis de sobreproducción?
El capital ensayó tres vías de salida
del atolladero de la sobreproducción: la reestructuración
neoliberal, la globalización y la financiarización.
¿En qué consistió la
reestructuración neoliberal?
La reestructuración neoliberal tomó
la forma del reaganismo y del thatcherismo en el Norte y del
ajuste estructural en el Sur. El objetivo era la
revigorización de la acumulación de capital, lo que se
consiguió: 1) removiendo las restricciones estatales al
crecimiento, al uso y a los flujos de capital y de riqueza;
y 2) redistribuyendo el ingreso de las clases pobres y
medias a los ricos, de acuerdo con la teoría de que se
motivaría así a los ricos para invertir y alimentar el
crecimiento económico.
El problema de esa fórmula era que, al
redistribuir el ingreso en favor de los ricos, estrangulaba
el ingreso de los pobres y de las clases medias, lo que
provocaba la restricción de la demanda, sin necesariamente
inducir a los ricos a invertir más en producción.
De hecho, la reestructuración
neoliberal, que se generalizó en el Norte y en el Sur a lo
largo de los años ochenta y noventa, tuvo unos pobres
registros en términos de crecimiento: el crecimiento global
promedio fue de un 1,1% en los 90 y de un 1,4 en los 80,
mientras que el promedio en los 60 y en los 70, cuando las
políticas intervencionistas eran dominantes, fue,
respectivamente, de un 3,5% y de un 2,54%. La reestructuración
neoliberal no pudo terminar con la estanflación.
¿En qué medida la globalización
fue una respuesta a la crisis?
La segunda vía de escape global
ensayada por el capital para enfrentarse a la estanflación
fue la "acumulación extensiva" o globalización,
es decir, la rápida integración de las zonas
semicapitalistas, no–capitalistas y precapitalistas a la
economía global de mercado. Rosa Luxemburgo, la celebrada
economista y revolucionaria alemana, se percató de este
mecanismo hace mucho tiempo, viéndolo como un mecanismo
necesario para restaurar la tasa de beneficio en las economías
metropolitanas. ¿Cómo? Ganando acceso al trabajo barato;
ganando mercados, aun si limitados, nuevos; ganando nuevas
fuentes de productos agrícolas y de materia primas baratos;
y creando nuevas áreas para inversión en infraestructura.
La integración se produce a través de la liberalización
del comercio, removiendo los obstáculos a la movilidad del
capital y aboliendo las fronteras para la inversión
exterior.
China, ni que decir tiene, es el caso más
destacado de un área no–capitalista integrada en la
economía capitalista global en los últimos 25 años.
Para contrarrestar sus declinantes
beneficios, un considerable número de corporaciones
empresariales situadas entre las primeras 500 del ranquin de
la revista Fortune han trasladado una parte significativa de
sus operaciones a China, a fin de aprovechar las ventajas
del llamado "precio chino" (las ventajas de costes
derivadas de un trabajo barato chino aparentemente
inagotable). A mediados de la primera década del siglo XXI,
entre el 40 y el 50 por ciento de los beneficios de las
corporaciones estadounidenses dimanaban de sus operaciones y
ventas en el exterior, y señaladamente, en China.
¿Por qué la globalización no
pudo superar la crisis?
El problema con esta vía de salida del
estancamiento es que exacerba el problema de la
sobreproducción, porque añade capacidad productiva. La
China de los últimos 25 años ha venido a añadir un
volumen tremendo de capacidad manufacturera, lo que ha
tenido por efecto deprimir los precios y los beneficios. No
por casualidad, los beneficios de las corporaciones
estadounidenses dejaron de crecer hacia 1997– De acuerdo
con un índice estadístico, las tasas de beneficios de las
500 de Fortune pasó de 7,15 en 1960–69 a 5,30 en
1980–90, a 2,29 en 1990–99 y a 1,32 n 2000–2002.
Dadas las limitadas ganancias obtenidas
en punto a contener el impacto depresivo de la sobreproducción,
ya a través de la reestructuración neoliberal, ya con la
globalización, la tecera vía de salida resultó vital para
mantener y elevar la rentabilidad. La tecera vía es la
financiarización.
En el mundo ideal de la teoría económica
neoclásica, el sistema financiero es el mecanismo, merced
al cual los ahorradores, o quienes se hallan en posesión de
fondos excedentes, se juntan con los empresarios que tienen
necesidad de sus fondos para invertir en producción. En el
mundo real del capitalismo tardío, con la inversión en
industria y en agricultura arrojando magros beneficios por
causa de la sobreproducción, grandes cantidades de fondos
excedentes circulan y son invertidas y reinvertidas en el
sector financiero. Es decir, el sistema financiero gira
sobre sí mismo.
El resultado es que se ensancha el
hiato abierto entre una economía financiera hiperactiva y
una economía real en estancamiento. Como bien observa
un ejecutivo financiero: "ha habido una
creciente desconexión entre la economía real y la economía
financiera en estos últimos años. La economía real ha
crecido, pero nada comparable a la economía financiera…
hasta que estalló".
Lo que no nos dice este observador es
que la desconexión entre la economía real y la economía
financiera no es accidental: que la economía financiera se
disparó precisamente para hacer frente al estancamiento
dimanante de la sobreproducción de la economía real.
¿Cuáles fueron los problemas
de la financiarización como vía de salida?
El problema de invertir en operaciones
del sector financiero es que equivale a exprimir valor de
valor ya creado. Puede crear beneficios, de acuerdo, pero no
crea nuevo valor –sólo la industria, la agricultura, el
comercio y los servicios crean valor nuevo—. Puesto que
los beneficios no se basan en la creación de valor nuevo o
añadido, las operaciones de inversión resultan
extremadamente volátiles, y los pecios de las acciones, las
obligaciones y otras formas de inversión pueden llegar a
divergir radicalmente de su valor real: por ejemplo, las
acciones en empresas incipientes de Internet, que se
mantuvieron por un tiempo al alza, sostenidas principalmente
por valoraciones financieras en espiral, para luego
desplomarse. Los beneficios dependen, entonces, del
aprovechamiento de las ventajas ofrecidas por movimientos de
precios que divergen al alza del valor de las mercancías,
para vender oportunamente antes de que la realidad fuerce la
"corrección" a la baja para ajustarse a los
valores reales. El alza radical de los precios de un activo,
mucho más allá de los valores reales, es lo que se llama
la formación de una burbuja.
¿Por qué la financiarización
es tan volátil?
Con la rentabilidad dependiendo de
golpes especulativos, no resulta sorprendente que el sector
financiero vaya de burbuja en burbuja, o de una manía
especulativa a otra.
Puesto que está sostenido por una manía
especulativa, el capitalismo inducido financieramente no ha
dejado de batir registros en materia de crisis financieras
desde que los mercados de capitales fueron desregulados y
liberalizados en los 80.
Antes de la actual debacle de Wall
Street, las más explosivas fueron la crisis financiera
mexicana de 1994–95, la crisis financiera asiática de
1997–1998, la crisis financiera rusa de 1996, el colapso
del mercado de valores de Wall Street de 2001 y el colapso
financiero argentino de 2002.
El antiguo secretario del Tesoro con
Bill Clinton, un hombre de Wall Street –Rober Rubin—,
predijo hace cinco años que "las crisis financieras
futuras serán con casi toda seguridad inevitables, y podrían
llegar a ser hasta peores."
¿Cómo se forman, crecen y
estallan las burbujas?
Sirvámonos, a modo de ejemplo, de la
crisis financiera asiática de 1997–98.
* Primero: balanza de pagos y
liberalización financiera impuestas por el FMI y el
Departamento noteamericano del Tesoro.
* Luego, entrada de fondos extranjeros
en busca de rápida y elevada rentabilidad, lo que significa
que entraron en el Mercado inmobiliario y en el Mercado de
valores.
* Sobreinversión, lo que llevó al
desplome de los precios en el Mercado de valores y en el
Mercado inmobiliario, lo que, a su vez, condujo al pánico y
a la coinsiguiente retiada de fondos: en 1997, en unas pocas
semanas 100 mil millones de dólares abandonaron las economías
del este asiático.
* Rescate de los especuladores
extranjeros por parte del FMI.
* Colapso de la economía real: la
recesión se extiende por todo el Este asiático en 1998.
* A pesar de la desestabilización a
gran escala, todos los intentos realizados para imponer
regulaciones nacionales o globales del sistema
financiero fueron rechazadas con razones puramente ideológicas.
Volvamos a la presente burbuja. ¿Cómo
se formó?
El actual colapso de Wall Street
arraiga en la burbuja tecnológica de fines de los 90,
cuando el precio de las acciones de las empresas incipientes
en el mundo de Internet se disparó, para luego desplomarse,
resultando todo ello en la pérdida de activos por valor de
7 billones de dólares y en la recesión de 2001–2002.
Las laxas políticas monetarias de la
Rerserva Federal bajo Alan Greenspan estimularon la burbuja
tecnológica, y cuando está colapsó dando paso a la recesión,
Greenspan, tratando de prevenir una recesión duradera,
rebajó en junio de 2003 los tipos de interés a un nivel
sin precedentes en 45 años (al 1%), manteniéndolo en ese
nivel durante más de un año. Con eso lo que consiguió fue
estimular la formación de otra burbuja: la burbuja
inmobiliaria.
En fecha tan temprana como 2002,
economistas como Dean Baker, del Center for Economic Policy
Research, alertaron sobre la formación de una burbuja
inmobiliaria. Sin embargo, en fecha tan tardía como 2005 el
entonces presidente del Consejo Económico de asesores de la
Presidencia de la nación y actual presidente de la Reserva
Federal, Bern Bernanke, atribuía el incremento de los
precios de la vivienda en EEUU a "unos fundamentos económicos
robustos", y no a la actividad especulativa. ¿A quién
puede sorprender que el estallido de la crisis subprime en
verano de 2007 pillara a este hombrecito con la guardia
totalmente baja?
¿Y cómo creció?
Oigámoslo de boca de uno de los
propios jugadores clave en los mercados, de George Soros:
"Las instituciones hipotecarias animaron a los
hipotecados a refinanciar sus hipotecas aprovechando la
revalorización experimentada entretanto por sus casas.
Rebajaron sus criterios de préstamo e introdujeron nuevos
productos, como hipotecas a interés variable, hipotecas que
'sólo servían intereses' y 'ofertas promocionales' con
tipos de interés para partirse de risa. Todo eso animó a
especular con la vivienda. Los precios de las casas
comenzaron a subir a un ritmo de dos dígitos. Eso sirvió
para retroalimentar la especulación, y el alza de los
precios inmobiliarios consiguió que los propietarios de
casas se sintieran ricos; el resultado fue el boom
consumista que ha sostenido a la economía estos últimos años."
Observando las cosas más de cerca, se
ve que la crisis hipotecaria no resultó de una oferta
superior a la demanda real. La "demanda" estaba,
por mucho, fabricada por la manía especulativa de
promotores y financieros empeñados en conseguir grandes
beneficios a partir de su acceso al dinero foráneo que
inundó a los EEUU de la última década. Ingentes volúmenes
hipotecarios fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a
millones de personas que, normalmente, no habrían podido
permitírselo ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente
bajos, ulteriormente ajustables para sacar más dinero de
los propietarios de casas.
¿Pero cómo pudieron las
hipotecas subprime degenerar en un problema de tales
dimensiones?
Porque los activos pasaron entonces a
ser "segurizados": quienes habían generado las
hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en
complejos productos derivados llamados "obligaciones de
deuda colateralizada" (CDO, por sus siglas en inglés),
lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban
con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del
riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente
posible, pasándolos a otros bancos e inversores
institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían
del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones
financieras foráneas.
Cuando aumentaron los tipos de interés
de los préstamos subprime, de las hipotecas variables y de
otros préstamos inmobiliarios, el juego tocó a su fin. Hay
cerca de 6 millones de hipotecas subprime, el
40% de las cuales entrarán en impago en los próximos
dos años, según estimaciones de Soros.
A los que hay que añadir otros 5
millones de impagos en los próximos 7 años, derivados de
los tipos hipotecarios variables y de otros "préstamos
flexibles". Pero los títulos, cuyo valor se cuenta por
billones de dólares, ya se han infiltrado como un virus en
el sistema financiero global. El gigantesco sistema
circulatorio del capitalismo global ha sido fatalmente
infectado.
¿Pero cómo pudieron los
titanes de Wall Street desplomarse como un castillo de
naipes?
Lo que ocurrió con Lehman Brothers,
Merrill Lynch, Fannie Mae, Freddie Mac y Bear Stearns fue,
simplemente, que las pérdidas representadas por esos títulos
tóxicos rebasaban por mucho sus reservas, lo que condujo a
su caída. Y más caerán, probablemente, cuando sus libros
de contabilidad, que en los que ahora esos títulos figuran
en el Haber, se corrijan para reflejar el actual valor de
esos activos.
Y muchos otros les seguirán, a medida
que vayan quedando expuestas otras operaciones
especulativas, como las centradas en las tarjetas de crédito
y en las diferentes variedades de seguros contra riesgos.
AIG cayó por causa de su gigantesca exposición en el área
no–regulada de los contratos de protección crediticia
derivada (credit default swaps), unos derivados financieros
que permitían a los inversores apostar dinero a la
posibilidad de que las empresas no pudieran devolver los préstamos.
Tales apuestas sobre impagos
crediticios representan ahora un mercado de 45 billones de dólares,
un mercado, como dicho, que carece de toda regulación. La
ciclópea dimensión de los activos que podrían quedar dañados
en caso de que AIG colapsara fue lo que movió a Washington
a cambiar de idea e intervenir para rescatarlo, luego de
haber dejado caer a Lehman Brothers.
¿Qué pasará ahora?
Puede decirse sin avilantez que habrá
más bancarrotas y más nacionalizaciones e intervenciones públicas,
desempeñando las instituciones y los bancos extranjeros un
papel auxiliar del gobierno de los EEUU. Que el colapso de
Wall Street irá a más y prolongará la recesión
norteamericana. Y que la recesión en EEUU se comunicará a
Asia y al resto del mundo, que sufrirá también una recesión,
si no algo peor. La razón de esto último es que el
principal mercado exterior de China son los EEUU y que
China, a su vez, importa materias primas y bienes
intermedios –de los que se sirve para sus exportaciones a
los EEUU— de Japón, Corea y el Sudeste asiático. La
globalización ha hecho imposible el
"desacoplamiento". Los EEUU, China y el Este asiático
andan ahora como tres prisioneros atados a una misma cadena.
¿Y en suma?
El desplome de Wall Street no sólo se
debe a la codicia y a la falta de regulación estatal de un
sector hiperactivo. El colapso de Wall Street hunde sus raíces
en la crisis de sobreproducción que ha sido la plaga del
capitalismo global desde mediados de los 70.
La financiarización de la inversión
ha sido una de las vías de escape para salir del
estancamiento, siendo las otras dos la reestructuración
neoliberal y la globalización. Habiendo resultado de poco
alivio la reestructuración neoliberal y la globalización,
la financiarización pareció atractiva como mecanismo de
restauración de la rentabilidad. Pero lo que ahora ha
quedado demostrado es que la financiarización es una senda
peligrosa que lleva a la formación de burbujas
especulativas, capaces de ofrecer una efímera prosperidad a
unos cuantos, pero que terminan en el colapso empresarial y
en la recesión de la economía real.
Las cuestiones clave son éstas: ¿Cuán
profunda y duradera será esta recesión? ¿Necesitará la
economía de los EEUU generar otra burbuja especulativa para
salir de esta recesión? Y si tal es el caso, ¿dónde se
formará la siguiente burbuja? Algunos dicen que la próxima
surgirá en el complejo militar–industrial o en el
"capitalismo del desastre" sobre el que escribe
Naomi Klein. Pero eso es harina de otro costal.
(*) Walden Bello, profesor de
ciencias políticas y sociales en la Universidad de
Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute
de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así
como analista senior en Focus on the Global South.
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