Entrevista
al sociólogo e historiador Immanuel Wallerstein (*)
“El
capitalismo llega a su fin”
Por
Antoine Reverchon
Le Monde, 11/10/08
Rebelión, 18/10/08
Traducido por Germán Leyens
Firmante
del manifiesto del Foro Social de Porto Alegre (“Doce
propuestas para otro mundo posible”), en 2005, usted es
considerado como uno de los inspiradores del movimiento
altermundialista. Usted fundó y dirigió el Centro Fernand
Braudel para el estudio de la economía de los sistemas históricos
y de las civilizaciones de la Universidad del Estado de
Nueva York, en Binghamton. ¿Cómo sitúa la crisis económica
y financiera actual en el “tiempo largo” de la historia
del capitalismo”?
Immanuel
Wallerstein: Fernand Braudel (1902–1985) distinguía
el tiempo de “larga duración”, que ve la sucesión en
la historia humana de sistema que rigen las relaciones del
hombre con su entorno material, y, al interior de esas
fases, del tiempo de los ciclos más coyunturales, descritos
por economistas como Nicolas Kondratieff (1982–1930) o
Joseph Schumpeter (1883–1950). Actualmente estamos
evidentemente en una fase B de un ciclo de Kondratieff que
ha comenzado entre hace treinta y treinta y cinco años,
después de una fase A que ha sido la más larga (de 1945 a
1975) de los quinientos años de historia del sistema
capitalista.
En una fase
A, el beneficio es generado por la producción material,
industrial u otra; en una fase B, el capitalismo debe, para
seguir generando beneficios, refinanciarse y refugiarse en
la especulación. Desde hace más de treinta años, las
empresas, los Estados y las economías familiares se
endeudan, de modo masivo. Actualmente estamos en la última
parte de una fase B de Kondratieff, cuando la decadencia
virtual se hace real, y las burbujas revientan las unas tras
las otras: las bancarrotas se multiplican, la concentración
del capital aumenta, la desocupación progresa, y la economía
conoce una situación real de deflación.
Pero, hoy
en día, ese momento de ciclo coyuntural coincide con, y por
consecuencia agrava, un período de transición entre dos
sistemas de larga duración. Pienso en efecto que hemos
entrado después de treinta años en la fase terminal del
sistema capital. Lo que diferencia fundamentalmente esa fase
de la sucesión ininterrumpida de los ciclos coyunturales
anteriores, es que el capitalismo ya no llega a “hacer
sistema”, en el sentido en el que lo entiende el físico y
químico Ilya Prigogine (1917–2003): cuando un sistema,
biológico, químico o social, se desvía demasiado y
demasiado a menudo de su situación de estabilidad, ya no
llega a encontrar el equilibrio, y se asiste entonces a una
bifurcación.
La situación
se hace caótica, incontrolable por las fuerzas que la han
dominado hasta ese momento, y se ve aparecer una lucha, y no
entre los poseedores y adversarios del sistema, sino entre
todos los actores, para determinar lo que lo va a
reemplazar. Reservo el uso de la palabra “crisis” a ese
tipo de período. Ahora bien, estamos en crisis. El
capitalismo se acaba.
¿Por qué
no se trataría más bien de una nueva mutación del
capitalismo, que ya ha conocido, después de todo, el paso
del capitalismo mercantil al capitalismo industrial, después
del capitalismo industrial al capitalismo financiero?
Immanuel
Wallerstein: El capitalismo es omnívoro, capta el
beneficio donde es más importante en un momento dado; no se
contenta con pequeños beneficios marginales; al contrario,
los maximiza constituyendo monopolios –ha probado de
hacerlo últimamente una vez más en las biotecnologías y
en las tecnologías de la información. Pero pienso que las
posibilidades de acumulación real del sistema han llegado a
su límite. El capitalismo, desde su nacimiento en la
segunda mitad del Siglo XVI, se alimenta de la diferencia de
riqueza entre un centro, en el que convergen los beneficios,
y periferias (no necesariamente geográficas) cada vez más
empobrecidas.
Al
respecto, la recuperación económica de Asia del Este, de
India, de América Latina, constituye un desafío insalvable
para la “economía–mundo” creada por Occidente, que ya
no llega a controlar los costes de la acumulación. Desde
hace decenios las tres curvas mundiales de precios de la
mano de obra, de las materias primas y de los impuestos están
en todas partes en una fuerte alza.
El breve
período neoliberal que se está terminando sólo ha
invertido de modo provisorio la tendencia: a fines de los años
noventa, esos costes eran ciertamente menos elevados que en
1970, pero eran mucho más altos que en 1945. De hecho, el
último período de acumulación real – los “gloriosos
treinta”– sólo fue posible porque los Estados
keynesianos pusieron sus fuerzas al servicio del capital. ¡Pero
en este caso también se llegó al límite!
¿Hay
precedentes de la fase actual, tal como usted la describe?
Immanuel
Wallerstein: Ha habido muchos en la historia de la
humanidad, contrariamente a lo que refleja la representación,
forjada a mediados del Siglo XIX, de un progreso continuo e
inevitable, incluida en su versión marxista. Yo prefiero
limitarme a la tesis de la posibilidad del progreso, y no a
su carácter ineluctable. Por cierto, el capitalismo es el
sistema que ha sabido producir, de manera extraordinaria y
notable, el máximo de bienes y riquezas. Pero hay que
considerar también la suma de las pérdidas que ha
engendrado: para el medio ambiente, para las sociedades. El
único bien, es el que permite obtener para el mayor número
posible una vida racional e inteligente.
Ahora bien,
la crisis reciente similar a la actual es el derrumbe del
sistema feudal en Europa, entre mediados del Siglo XV y del
Siglo XVI, y su reemplazo por el sistema capitalista. Ese
período, que culmina con las guerras de religión, vio el
derrumbe de la influencia de las autoridades reales, señoriales
y religiosas sobre las comunidades campesinas más ricas y
sobre las ciudades. Fue entonces cuando se construyeron,
mediante tanteos sucesivos y de modo inconsciente,
soluciones inesperadas cuyo éxito terminó por “hacer
sistema” extendiéndose poco a poco, bajo la forma del
capitalismo.
¿Cuánto
tiempo debería durar la transición actual, y en qué podría
desembocar?
Immanuel
Wallerstein: El período de destrucción de valor que
cierra la fase B de un ciclo Kondratieff dura generalmente
entre dos y cinco años antes de que se reúnan las
condiciones de ingreso a una fase A, en las que se puede
extraer nuevamente un beneficio real de nuevas producciones
materiales descritas por Schumpeter. Pero el hecho de que
esta fase corresponda actualmente a una crisis de sistema
nos ha hecho entrar en un período de caos político en el
cual los actores predominantes, a la cabeza de empresas y de
Estados occidentales, van a hacer todo lo que sea técnicamente
posible por volver encontrar el equilibrio, pero es muy
probable que no lo logren.
Los más
inteligentes, ya han comprendido que había que establecer
algo enteramente nuevo. Pero numerosos actores ya se mueven,
de manera desordenada e inconsciente, para hacer emerger
nuevas soluciones, sin que se sepa todavía qué sistema
saldrá de esos tanteos.
Nos
encontramos en un período, bastante raro en el que la
crisis y la impotencia de los poderosos dejan sitio al libre
albedrío de cada cual: hoy existe un lapso de tiempo
durante el cual cada uno de nosotros tiene la posibilidad de
influenciar el futuro a través de su acción individual.
Pero como ese futuro será la suma de una cantidad
incalculable de esas acciones, es absolutamente imposible
prever qué modelo terminará por prevalecer. Dentro de diez
años, tal vez se vea más claro; en treinta o cuarenta años,
habrá emergido un nuevo sistema. Creo que, por desgracia,
es igual de posible que se presencie la instalación de un
sistema de explotación aún más violento que el
capitalismo, como que se establezca un modelo más
igualitario y redistributivo.
Las
mutaciones anteriores del capitalismo han terminado a menudo
en un desplazamiento del centro de “la economía–mundo”,
por ejemplo de la cuenca mediterránea hacia la costa Atlántica
de Europa, y más adelante hacia la de Estados Unidos. ¿Se
centrará en China el sistema por venir?
La crisis
que estamos viviendo corresponde también al fin de un ciclo
político, el de la hegemonía estadounidense, iniciada
igualmente en los años setenta. EE.UU. seguirá siendo un
actor importante, pero jamás podrá reconquistar su posición
dominante frente a la multiplicación de los centros del
poder, en Europa Occidental, China, Brasil, India. Un nuevo
poder hegemónico, si uno de se refiere al tiempo largo
braudeliano, puede tomar todavía cincuenta años para
imponerse. Pero se ignora cual sería.
Mientras
tanto, las consecuencias políticas de la crisis actual serán
enormes, en la medida en la que los dueños del sistema
intentarán encontrar chivos expiatorios por el derrumbe de
su hegemonía. Pienso que la mitad del pueblo estadounidense
no aceptará lo que está sucediendo. Por lo tanto, los
conflictos internos se exacerbarán en EE.UU., que está
convirtiéndose en el país más inestable del mundo desde
el punto de vista político. Y no hay que olvidar que
nosotros, los estadounidenses, vamos todos armados...
(*)
Investigador del departamento de sociología de la
Universidad de Yale, ex presidente de la Asociación
Internacional
de Sociología.
|