Las crisis
del sistema capitalista
Por
Alejandro
Teitelbaum
Our
Words in Resistence, 18/10/08
I.
Características específicas del sistema hoy
En el período
premonopolista y concurrencial del sistema capitalista, se
distinguían tres procesos relativamente autónomos: a) el
proceso de producción; b) el proceso de circulación y c)
el proceso de realización de la producción, regidos cada
uno por sus propios capitales: el capital industrial, el
capital comercial y el capital bancario, los dos últimos
obteniendo su parte de beneficios de la plusvalía extraída
a los trabajadores en el proceso de producción (1).
Pero con el
surgimiento del capitalismo monopolista a fines del siglo
XIX y comienzos del XX, que se consolida en la segunda mitad
del siglo XX con la llamada revolución científica y técnica
(electrónica, informática, etc.) se producen dos hechos
fundamentales en la economía mundial: el papel hegemónico
que asume el capital financiero en el sistema capitalista y
la desaparición de la competencia como mecanismo
autorregulador (o relativamente autorregulador) del mercado.
Las sociedades transnacionales pasan a ser las estructuras básicas
del actual sistema económico–financiero mundial y
sustituyen al mercado como método de organización de la
economía internacional (2). Sin que por ello deje de
existir la competencia entre los grandes oligopolios, que
suele ser encarnizada y sin cuartel.
Las
relaciones entre las sociedades transnacionales son una
combinación de una guerra implacable por el control de
mercados o zonas de influencia, absorciones o adquisiciones
forzadas o consentidas, fusiones o ententes y el intento
permanente pero nunca logrado de establecer reglas privadas
y voluntarias de juego limpio entre ellas. Porque la
verdadera ley suprema de las relaciones entre las sociedades
transnacionales es "devorar o ser devorados".
De modo que
cuando actualmente se oye hablar del mercado y de que
"el funcionamiento de la economía debe quedar librado
a las fuerzas del mercado" debe entenderse que el
funcionamiento de la economía (y de la sociedad en general)
debe quedar sometido a la estrategia decidida por el capital
monopolista transnacional, cuyo objetivo básico es
maximizar sus beneficios, apropiándose por cualquier medio
del fruto del trabajo, de los ahorros y de los conocimientos
tradicionales y científicos de la sociedad humana.
El proceso
de constitución del capital monopolista es el resultado de
la concentración y acumulación del capital, que dio lugar
a la formación de grandes oligopolios y monopolios cuya
base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y
principios del siglo XX con la fusión del capital
industrial y el capital bancario. Los grandes monopolios
transnacionales también consolidaron su base financiera
constituyéndose como sociedades anónimas, que absorbieron
el ahorro popular a través de la emisión de acciones
(participaciones en el capital y en los beneficios –o pérdidas–
de la empresa) y obligaciones (título de crédito contra la
empresa que además devenga un interés).
Pero sobre
el fondo de una tendencia permanente, y a ritmo cada vez más
acelerado, de concentración y acumulación del capital a
escala mundial, la preeminencia del capital financiero es
actualmente el rasgo dominante del sistema.
Esta
preeminencia del capital financiero sobre el capital
productivo es el resultado de un cambio profundo de la
economía mundial a partir del decenio de 1970, momento que
marca el fin del Estado de bienestar, caracterizado por la
producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último
por el aumento tendencial del salario real y por la
generalización de la seguridad social y de otros beneficios
sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo económico
“fordista”, de inspiración keynesiana.
El
agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a
varios factores, entre ellos: llegó a su término la
reconstrucción de posguerra, que sirvió de motor a la
expansión económica, el consumo de masas tendió a
estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios
empresarios. También incidió el “shock” petrolero de
comienzos de los 70.
Para dar un
nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la
tendencia decreciente de la tasa de beneficios, se hizo
necesario incorporar la nueva tecnología (robótica, electrónica,
informática) a la industria y a los servicios y eso requirió
grandes inversiones de capital.
Alguien tenía
que pagar la factura y comienza entonces la época de la
austeridad y de los sacrificios (congelación de los
salarios, deterioro de las condiciones de trabajo y aumento
de la desocupación) que acompañaron a la reconversión
industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en
los países más desarrollados impulsó el crecimiento del
sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte
de la industria tradicional a los países periféricos,
donde los salarios eran –y son– mucho más bajos.
En esas
condiciones toma cuerpo la llamada “mundialización
neoliberal”: el pasaje de un sistema de economías
nacionales a una economía dominada por tres centros
mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo
constituido por los que se llamaron los "cuatro tigres
de Asia": Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur.
Después se produjo el ingreso impetuoso de China y, en
cierta medida de India, en los primeros rangos de la economía
mundial.
Con la
incorporación de las nuevas tecnologías aumentó
enormemente la productividad del trabajo, es decir que con
la misma cantidad de trabajo humano la producción de bienes
y servicios pasó a ser mucho mayor.
Se
presentaron entonces dos posibilidades:
1) O se
incitaba el consumo masivo de los bienes tradicionales y de
los nuevos bienes a escala planetaria con una política
salarial expansiva, una política social al estilo del
Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en
función del aumento de la productividad para tender a una
situación de pleno empleo y se reconocían precios
internacionales equitativos a las materias primas y
productos de los países pobres
2) O se
tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio
conservando bajos los salarios, incrementando la jornada
laboral y la intensidad en el trabajo y se mantenían bajos
los precios de los productos de del Tercer Mundo.
La primera
alternativa hubiera sido factible en un sistema de economías
nacionales, en las que la producción y el consumo se
realiza fundamentalmente dentro del territorio y es posible
el pacto social de hecho entre los capitalistas y los
asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema
“mundializado” la producción se destina a un mercado
mundial de "clientes solventes" y ya no interesa
el poder adquisitivo de la población del lugar de producción.
En las
condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del
poder económico y político a escala mundial con su visión
de "economía–mundo" y de "mercado
global" apostaron a la segunda alternativa.
Predominó
entonces un ritmo lento de crecimiento económico, a causa
de que un mercado relativamente estrecho imponía límites a
la producción y surgió el fenómeno de grandes masas de
capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que
no podían ser invertidos productivamente.
Pero para
los dueños de dichos capitales (personas, bancos,
instituciones financieras) no era concebible dejarlos
arrinconados sin hacerlos fructificar.
Es así
como el papel tradicional de las finanzas al servicio de la
economía, interviniendo en el proceso de producción y del
consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado
por el nuevo papel del capital financiero: producir
beneficios sin participar en el proceso productivo.
Esto se se
fue concretando de varias maneras:
–Mediante
la compra de acciones de empresas industriales, comerciales
y de servicios por parte de los gestores de fondos de
pensiones, de las compañías de seguros, de los organismos
de inversión colectiva y de los fondos de inversión.
–Mediante
la compra directa de empresas por los fondos de inversión,
que las que conservan si son muy rentables o por razones
estratégicas o las “sanean” despidiendo personal y
luego las venden con un margen de ganancia considerable. Los
fondos de inversión compran las empresas mediante el
sistema llamado Leverage Buy–Out (LBO) que podría
traducirse como “operaciones con efecto de palanca”, que
consiste en financiar la compra con una parte de capital
propio (generalmente el 30%) y otra parte (el 70% restante)
con préstamos bancarios, garantizados con el patrimonio de
la empresa adquirida.
Los grupos
financieros pasan asi a intervenir en las decisiones de política
de las empresas con el objeto de que su inversión produzca
la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias a corto
plazo, cuyo eje principal es la reducción del personal y la
degradación de las condiciones de trabajo, en materia de
salarios, de intensidad del trabajo y de incremento de la
jornada laboral.
Pero además
los inversores financieros que participan en actividades
productivas exigen una renta anormalmente elevada y la
logran mediante una repartición inequitativa de los
beneficios con el capital productivo, en detrimento de este
último.
–Otra
manera en que crece el papel del capital financiero
especulativo es que las mismas empresas industriales,
comerciales y de servicios invierten parte de sus beneficios
en diversos títulos y papeles financieros especulativos, en
lugar de hacerlo en la producción.
De modo que
a través de la intensificación de la explotación del
trabajo humano el capital transnacional (y sobre todo el
capital financiero parasitario) mantuvo y mantiene una alta
tasa de beneficios a pesar del crecimiento económico lento
y de la existencia de un mercado restringido.
Entonces
surgió la ilusión y hasta se teorizó acerca de que el
dinero y los productos financieros, circulando en los
mercados, son por sí mismos creadores de valor.
Pero lo
cierto es que el dinero y los productos financieros no crean
valor sino que representan un valor. Esa supuesta creación
de valor y generación de beneficios por el dinero y los
productos financieros no es otra cosa que la apropiación
del valor creado por el trabajo humano en el proceso
productivo de la economía real.
Partiendo
del supuesto de que el dinero y los productos financieros
circulando en los mercados crean valor, para enriquecerse no
hay otra cosa que hacer que crear productos financieros o
adquirir los ya existentes y hacer que se reproduzcan
mediante adecuadas operaciones especulativas.
La
consecuencia de esto ha sido la autonomización e “inflación”
de productos financieros (burbujas financieras).
Además de
los productos financieros tradicionales (acciones y
obligaciones) se han creado muchos otros. Entre ellos los
productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor
depende o "deriva" de un activo subyacente y que
se colocan con fines especulativos en los mercados
financieros. Los activos subyacentes pueden ser un bien
(materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja,
etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una
canasta de activos financieros. Así los precios de materias
primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la
oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles
especulativos y de ese modo los alimentosd pueden aumentar
(y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la
población y en beneficio de los especuladores.
Por ejemplo
cuando se anuncia que se fabricarán biocombustibles los
especuladores “anticipan” que el precio de los productos
agrícolas (tradicionalmente destinados a la alimentación)
aumentará y entonces el papel financiero (producto
derivado) que los representa se cotiza más alto, lo que
repercute en el precio real que paga el consumidor por los
alimentos.
Las
inversiones en productos financieros implican diversos
niveles de riesgo. Con la esperanza de cubrir dichos riesgos
se han inventado una compleja serie de productos financieros
que inflan cada vez más la burbuja y la alejan aun más de
la economía real.
Chesnais
escribe:
...”los
inversores financieros, así como también los bancos
centrales creyeron tener finalmente una técnica milagrosa
que garantizaba al sistema bancario contra el riesgo: la
titulización generalizada. ¿Qué es esta titulización (en
francés “titrisation”, aunque la expresión original en
inglés es “securitization”)? Pues consiste en
“transformar las acreencias en manos de establecimientos
de crédito, sociedades financieras, compañías de seguros
o sociedades comerciales (las cuentas–cliente) en títulos
negociables”. Estos títulos tienen nombres estrafalarios
pero es obligado mencionarlos. Están en primer lugar los
RMDS (Resiential Mortgage Backet Securities), adosados a los
préstamos inmobiliarios. Se encuentran luego los CDS
(Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan
la transferencia con intereses y elevadas comisiones del
riesgo ligado a la posesión de obligaciones de empresas
(estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo, pero
pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa). Están
finalmente los CDO (Collateralized Debt Obligations), que
son “títulos derivados de títulos” que suponen dos
operaciones sucesivas de titulización y una total opacidad
sobre la composición del “producto sintético” (El fin
de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera).
Michel
Drouin, por su parte, escribe:
"El
desarrollo de los flujos de capitales internacionales,
impulsado por la desregulación y la descompartimentación
casi general de los mercados financieros, hizo de los años
80 el decenio de la mundialización financiera… Las
operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado
del volumen de las transacciones en bienes y servicios, se
hicieron autónomas, es decir movidas no por la lógica de
las transacciones corrientes sino por la de los movimientos
de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre
ella misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido
de la variación de los precios de sus propios instrumentos.
El carácter especulativo de esta lógica de crecimiento
permite hablar del surgimiento de una economía
internacional de la especulación". (Le système
financier international).
Los Estados
Unidos y una parte de la población de dicho país son los
primeros beneficiarios del proceso de mundialización
financiera, la que les permite apropiarse del producto del
trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el planeta.
Con esta
"economía internacional de la especulación",
como la llama Drouin, se aceleró la acumulación de grandes
capitales en pocas manos a expensas sobre todo de los
trabajadores, de los jubilados y de los pequeños
ahorristas. Aunque los pequeños ahorristas participan de la
ilusión de que el dinero y los productos financieros se
reproducen (crean valor) por si solos. Hasta que la burbuja
financiera estalla.
De modo que
a la tradicional expropiación del fruto del trabajo que
practica el capital en el proceso productivo (obtención de
plusvalía), se ha venido a sumar la que realiza el capital
financiero especulativo sin participar en el proceso de
producción.
El capital
financiero, además de estos mecanismos “legales”
destinados a obtener una tajada cada vez mayor de los
valores creados en la esfera productiva, se apropia
directamente de los bienes de los trabajadores, jubilados y
pequeños ahorristas, cometiendo verdaderas estafas.
Por ejemplo
en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía
Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40
mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal
(12000 personas), al que, por añadidura, despojó del
capital previsional de su jubilación, invertido en acciones
de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o
grupos financieros transnacionales, miles de pequeños
ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de
esfuerzos e incluso de privaciones.
Después de
Enron se sucedieron otros casos similares como el de
WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos
estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase (3).
En el caso
de WorldCom, un pequeño ahorrista que en marzo de 2000
compró 10.000 dólares en acciones se encontraba en julio
de 2002 con que sus acciones valían sólo 200 dólares
(Despacho de AFP del 21/07/02 ).
Una situación
similar se produjo también en algunas transnacionales
basadas en otros países, como Vivendi y otras en Francia.
La acción de Vivendi llegó a cotizarse a 141,60 el 10 de
marzo de 2000 y valía sólo 9,30 el 16 de agosto de 2002.
Los escándalos
financieros revelados en el curso de 2002 causaron enormes pérdidas
a los más grandes fondos de pensión estadounidenses, los
que decidieron iniciar juicios contra los responsables,
entre ellos Enron y su auditor Arthur Andersen, WorldCom y
otros. Calpers, que administra el dinero de 1.300.000
funcionarios californianos , CalSTRS (687000 docentes del
mismo Estado) y Lacera (132000 empleados de Los Angeles) han
perdido 318 millones de dólares a causa de la quiebra de
WorldCom (más de 7 mil millones de dólares evaporados). El
fondo de pensión de los funcionarios del Estado de Nueva
York (112 mil millones de dólares de activos) perdió 300
millones de dólares en la quiebra de WoldCom.
La reacción
ex post facto del gobierno estadounidense, adoptando, el 25
de julio de 2002, la Corporate Auditing Accountability Act,
con la sola finalidad de frenar el "krach" bursátil,
se hizo necesaria para restablecer mínimamente la confianza
de la población, después que Bush dijera públicamente:
"Los escándalos han traicionado al pueblo americano.
Los inversores han perdido su dinero, los jubilados su
seguridad y los trabajadores sus empleos. La práctica de
negocios deshonestos equivale a robo y fraude...”.
Como se
puede apreciar, en 2002 el Gobierno estadounidense tomó
medidas aparentemente destinadas a evitar que se repitieran
ese tipo de situaciones, pero en realidad sólo para calmar
a la opinión pública. Y las crisis se siguen repitiendo...
Otras
formas que permiten al capital financiero transnacional
apropiarse en forma parasitaria del fruto del trabajo ajeno,
es decir sin intervenir en el proceso productivo, son la
privatización de la seguridad social, de la que se han
hecho cargo fondos privados de pensiones, la sustitución de
parte del salario o de otras remuneraciones de que es
acreedor el personal de las grandes empresas por acciones o
por opciones sobre acciones de la misma empresa
(stock–options), etc., que son distintas formas de robar o
estafar, como dicen los economistas Labarde y Maris. (4)
En síntesis,
el capital financiero transnacional está funcionando como
una bomba aspirante de las riquezas producidas por el
trabajo a escala mundial, riquezas que de esta manera se
concentran en pocas manos y en ciertas regiones del planeta,
particularmente en los Estados Unidos.
El pago de
la deuda externa (real o supuesta) por parte de los países
periféricos contribuye en no poca medida a alimentar las
cajas del capital financiero transnacional.
II. La
desregulación del sistema financiero
En julio de
1944, la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton Woods
acordó la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI)
y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento
(BIRD).
Ya en 1943,
cuando comenzaba a vislumbrarse el fin de la Segunda Guerra
Mundial, los estadounidenses y los ingleses comenzaron a
discutir las bases de la organización de la economía
mundial en la posguerra.
John
Maynard Keynes, encargado por las autoridades británicas de
participar en las deliberaciones, propugnaba la creación de
una cámara de compensación mundial (Clearing Union) que
permitiría hacer todas las transacciones internacionales a
un tipo de cambio fijo referido a una moneda internacional
emitida por la Clearing House, el "bancor". Se
trataba de un verdadero sistema monetario internacional
regulador de las finanzas internacionales, que conservaba la
simetría entre las partes, con mecanismos de control y
eventualmente de financiación para los países deficitarios
y una participación de cada país en función de sus
capacidades financieras. Sería una especie de Banco a
escala internacional en el que los "clientes" serían
los Estados.
Pero esta
propuesta no fue aceptada por los Estados Unidos, en ese
momento en la cumbre de su poderío económico como único
gran beneficiario de la Segunda Guerra Mundial, que impuso
en Bretton Woods sus puntos de vista: un sistema de cambios
fijos (con una elasticidad del uno por ciento en más o en
menos sobre la paridad establecida entre las monedas) y la
paridad establecida en relación con el oro o con el dólar
de los Estados Unidos (artículo IV de los Estatutos del
FMI, antes de la reforma de 1978).
Así es
como en la práctica el dólar pasó a ser moneda
internacional, obligando a todos los países a acumular
reservas en dólares para hacer frente a las fluctuaciones
de sus respectivas monedas, resultante del estado de su
balance de pagos.
El sistema
de Bretton Woods estableció pues un privilegio exorbitante
a favor de los Estados Unidos en materia de pagos
internacionales, que en los hechos, sirvió para que el
resto del mundo financiara su déficit presupuestario.
Esta fue la
base de un desorden creciente del sistema monetario
internacional que se institucionalizó en 1975 con el
abandono del sistema de tipos de cambios fijos (reforma,
vigente desde 1978, del artículo IV de los Estatutos del
FMI,).
Es decir,
se abandonó un principio ordenador del sistema monetario
(el sistema de cambios fijos) pero se mantuvo en los hechos
al dólar como moneda internacional, de manera que todo el
resto del mundo continuó subvencionando la economía de los
Estados Unidos, pues los Bancos centrales de los otros países
siguieron interviniendo para evitar la baja del dólar.
Es cierto
que las intervenciones de los Bancos centrales son cada vez
más inocuas, pues poco pueden hacer frente a las sumas
fenomenales puestas instantáneamente en juego en el mercado
financiero internacional para especular con las monedas
nacionales.
Este es el
sistema financiero – cuyas ideas centrales son la
desregulación y la libre circulación de capitales– que
acompañó un cambio profundo de la economía mundial a
partir del decenio de 1970.
Hasta
entonces había existido una neta separación en las
facultades atribuidas a las distintas instituciones que se
ocupan de servicios financieros.
Pero desde
comienzos de los 80 se produce un amplio movimiento de
desregulación.
Se borra la
diferencia entre moneda y activos financieros, desaparecen
los límites entre los diferentes segmentos del mercado:
mercado monetario, mercado de crédito a mediano plazo,
mercado financiero, etc. Desaparece la especialización de
los agentes financieros.
Se hacen
cada vez más difusas, cuando no se borran, las fronteras
entre los bancos comerciales, cuya función principal
consiste en recibir depósitos y conceder préstamos y los
Bancos de inversión, que se dedican a sacar empresas a
Bolsa, diseñar y ejecutar OPA's, fusiones, ventas de
divisiones enteras entre empresas, emisiones de bonos,
operaciones de trading de gran volumen en los mercados
financieros, etc. La tradicional separación entre agentes
de cambio e intermediarios financieros desaparece y se
achica la clásica intermediación bancaria para la obtención
de capitales en préstamo pues éstos se pueden obtener
emitiendo títulos de distinto tipo que se colocan
directamente en el mercado.
Se produce
así una verdadera hipertrofia, totalmente incontrolada, de
la esfera financiera y se crea un enorme capital ficticio,
como lo denominó Marx en El Capital.
En pocos años
los productos financieros derivados ( futuros, opciones,
forwards, swaps,etc.) con fines especulativos o
supuestamente destinados a cubrir riesgos se multiplicaron
exponencialmente y su monto de hizo astronómico y
totalmente despegado de la economía real (5). Todos esos
productos financieros circulan, en los hechos, como moneda,
de manera que el papel de la moneda de representar los
valores creados en el proceso de producción se ha
distorsionado totalmente, pues la relación entre los
valores reales creados en el proceso productivo y los
ficticios que circulan en el mercado financiero es del orden
de entre 10 a 1 y 20 a 1, según diferentes estimaciones.
Walden
Bello, refiriéndose a la crisis de los préstamos
hipotecarios escribe:
...”la
crisis hipotecaria no resultó de una oferta superior a la
demanda real. La "demanda" estaba, por mucho,
fabricada por la manía especulativa de promotores y
financieros empeñados en conseguir grandes beneficios a
partir de su acceso al dinero foráneo que inundó a los
EEUU de la última década. Ingentes volúmenes hipotecarios
fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a millones de
personas que, normalmente no habrían podido permitírselo,
ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente bajos,
pero ajustables para sacar después más dinero de los
propietarios de casas... los activos pasaron a ser
"segurizados": quienes habían generado las
hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en
complejos productos derivados llamados "obligaciones de
deuda colateralizada" (CDO, por sus siglas en inglés),
lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban
con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del
riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente
posible, pasándolos a otros bancos e inversores
institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían
del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones
financieras foráneas”. (Todo lo que usted quiere saber
sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo).
III.
La crisis actual
Es en ese
marco que se producen las crisis financieras como la actual
que son diferentes de las crisis cíclicas clásicas del
capitalismo en las que después de un período más o menos
largo de crecimiento económico la producción sobrepasaba
las posibilidades del mercado (sobreproducción).
Esta
modalidad especial de crisis específicamente financieras,
no son crisis de sobreproducción pero producen graves
“efectos colaterales” sobre la industria y el comercio.
Estas
crisis tienen como centro de gravitación el
capital–dinero y que, por tanto, se mueven dentro de la órbita
de los Bancos, de la Bolsa y de las finanzas. Aunque las
consecuencias son similares: empresas que quiebran, los
despidos se generalizan y aumenta la desocupación, se acentúa
la concentración monopolista hasta que le economía se
recompone sobre los escombros de la crisis que deja un
tendal de víctimas entre los trabajadores y los
empresarios.
Los
actuales choques financieros, dice Chesnais (La
mondialisation financière, cap. 8) es el resultado de una
configuración específica del capitalismo en su etapa
actual. No es el resultado, como en las crisis capitalistas
“clásicas” hasta mediados del siglo XX, de una caída
brutal de la producción y del comercio.
Se estaría
en presencia –sigue diciendo Chesnais– de una interacción
particular entre la esfera de la producción y la esfera de
las finanzas. Por un lado existe una disminución regular y
durante un largo período de la tasa de crecimiento en los
países más industrializados, que se puede describir como
una sobreproducción crónica que los grandes grandes grupos
oligopólicos logran por lo general controlar con medidas en
la esfera de la producción e hipertrofiando la esfera
financiera.
Dicho de
otra manera: si la producción no aumenta a un ritmo elevado
y el desempleo aumenta, la tasa de ganancia que obtienen los
capitalistas en la esfera de la producción tiende a
estancarse o a disminuir y si la gente se empobrece
(desocupación y salarios congelados) consume menos, es
decir que el mercado, donde los capitalistas realizan el
beneficio, se achica.
La
“solución” capitalista a estos dos problemas (descenso
de la tasa de ganancia y amenaza de crisis de sobreproducción
por achicamiento del mercado consumidor) consiste en la
hipertrofia y desregulación del sistema financiero que les
permite, por un lado, despojar a los trabajadores y a los
pequeños ahorristas en la esfera financiera compensando así
el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva
y, por otro lado, expandir enormemente el crédito a fin de
crear un poder adquisitivo artificial en las clases más
modestas que viven endeudadas y se endeudan cada vez más.
Hasta que
no pueden responder por sus deudas y en ese momento las
“soluciones” capitalistas a las contradicciones
inherentes al sistema dejan de funcionar y se producen las
crisis financieras, porque el sistema real, es decir la
esfera de la producción y del intercambio y su contradicción
fundamental (la apropiación privada en forma de plusvalía
que se interpone entre la producción social y el consumo
social) resurge: se acaba el espejismo de la prosperidad y
los pobres están más pobres que antes.
Las crisis
financieras no son una enfermedad curable del capitalismo,
debida a la irresponsabilidad de los “capos” de las
finanzas (aunque las operaciones riesgosas de los
“traders” y de sus patrones contribuyen a su agravación)
: son parte estructural del capitalismo en su etapa actual,
mundializado y totalmente privatizado en la esfera de la
producción y de las finanzas, con las clases dirigentes y
gobernantes totalmente a su servicio.
En realidad
los dirigentes políticos y los dirigentes económicos son
intercambiables y a veces son los mismos, especialmente en
Estados Unidos: pasan del directorio de las grandes
corporaciones a funciones de gobierno y recíprocamente.
De modo que
los líderes políticos no tienen el interés ni la
posibilidad de restablecer los criterios económicos y las
formas de regulación (muy limitados) que existieron en la
inmediata posguerra. A pesar de que ahora no cesan de
denostar contra la desregulación financiera (que ellos
mismos promovieron y consintieron) y preconizan y practican
el intervencionismo estatal. Intervencionismo que durará
hasta que las aguas financieras vuelvan a su cauce y todo se
reprivatice, para mayor gloria y beneficios del capital
monopolista.
La función
de los líderes políticos se limita en lo esencial a engañar
e intentar calmar a la opinión pública y a poner todos los
recursos del Estado (es decir las riquezas creadas por el
trabajo humano) al servicio del capital financiero y de la
preservación del sistema.
El plan de
cinco puntos anunciado el viernes 10 de octubre por los
ministros de Finanzas del G7 no es otra cosa que un plan
para salvar al capital financiero. Ni una palabra sobre
medidas anticrisis en el marco del sistema del tipo del New
Deal de Roosevelt, destinadas a incrementar la capacidad
adquisitiva de las masas populares: aumento de los salarios
y las jubilaciones, realización de obras públicas y
mejoras (indispensables) en los servicios públicos, promoción
de nuevas formas de empleo por ejemplo en trabajos sociales,
etc.
Como dice
Galbraith refiriéndose a la crisis del 29: “Entonces como
ahora, la intervención del Estado para ayudar a esas
instituciones (Bancos y otras instituciones financieras) era
aceptable. A diferencia de la ayuda a los pobres para los
gastos sociales, no se veía en ello una carga
financiera”. (Voyage dans le temps économique, cap. 8, La
grande dépression).
En esa
misma línea no pudo ser más claro el Ministro de
Presupuesto de Francia Eric Woerth cuando después de
reconocer por televisión el mismo viernes 10 de octubre la
gravedad de la situación y justificar la ayuda al capital
financiero, concluyó afirmando que había que limitar el
gasto público.
Pero si
bien el New Deal pudo restablecer la situación durante
cierto tiempo no podía terminar con las crisis cíclicas
que, como todo el mundo sabe, son inherentes al sistema
capitalista: en 1938 Estados Unidos se encontraba ya en los
umbrales de una nueva crisis de la que lo “salvó” la
Segunda Guerra Mundial. Las crisis y las guerras, máxima
expresión de la “destrucción creativa”, como diría
Schumpeter.
Pero la
realidad de los hechos es que las clases dirigentes NO
QUIEREN NI PUEDEN ofrecer soluciones perdurables en el marco
del sistema capitalista y por eso se limitan ahora a hablar
vagamente de reformar el sistema financiero y de establecer
ciertos controles sobre el mismo.
No quieren
ofrecer verdaderas soluciones porque forman parte de las
clases que gozan de las ventajas y privilegios del sistema y
no pueden porque dichas soluciones tendrían que poner en
cuestión al sistema capitalista mismo.
Ello es así
porque en los últimos 50 años las fuerzas productivas se
han desarrollado de una manera tal que ya no son aplicables
las viejas recetas socialdemócrates reformistas y menos aun
las actuales recetas seudorreformistas: la enorme
productividad actual impide absorber, en las condiciones de
la explotación capitalista, la fuerza de trabajo disponible
(cada vez más numerosa) y por consiguiente la desocupación
tiende a aumentar rápidamente. Esa misma explotación y la
desocupación provocan el empobrecimiento relativo y
absoluto de las clases trabajadoras que se ven obligadas a
consumir menos, de modo que una parte de la producción no
encuentra salida en el mercado.
Así se
cierra el círculo infernal y a esta altura el sistema
capitalista no tiene otra solución que las burbujas
financieras para crear, durante cierto tiempo, un clima
artificial de prosperidad. Pero la realidad del sistema
termina por imponerse y las crisis se repiten.
Keynes, que
no era un revolucionario, escribía hace ya 80 años:
“Estoy convencido que algunas de las cosas que se
requieren urgentemente en el terreno práctico, tales como
el control central de las inversiones y una distribución
distinta de la renta, de manera tal de proporcionar un poder
adquisitivo que garantice una salida al enorme producto
potencial que permite la técnica moderna, tenderán también
a producir un mejor tipo de sociedad... la técnica
productiva ha alcanzado un tal nivel de perfección que ha
hecho evidentes los defectos de la organización económica
que siempre ha existido” (John Maynard Keynes, El Dilema
del socialismo moderno (Society for Socialist Inquiry, 13 de
diciembre de 1931) en L’assurdità dei sacrifici, Ed.
Manifestolibri, Roma, junio de 1995).
Y hace
exactamente 160 años, Marx y Engels escribieron en el
Manifiesto Comunista:
“Las
fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para
fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya
demasiado poderosas para servir a este régimen, que
embaraza su desarrollo... Las condiciones sociales burguesas
resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por
ellas engendrada”.
El estado
actual de desarrollo de las fuerzas productivas podría
permitir estar vislumbrando la sociedad que previó Marx
hace un siglo y medio: el ser humano liberado de la
necesidad, de los trabajos físicos y del trabajo alienado y
disponiendo de más tiempo libre para dedicarlo a su
realización personal (6).
Pero la
tendencia actual es totalmente opuesta y las elites político–económicas,
con su cortejo de economistas, “politólogos” y otros
especialistas y los medios masivos de intoxicación, como
los llama el español Fernández Buey, presentan como
inevitables políticas sociales injustas, económicamente
irracionales y ecológicamente letales.
Cuando lo
que habría que hacer sería disminuir el tiempo de trabajo
con miras al pleno empleo y aumentar los salarios y las
pensiones en función del aumento de la productividad del
trabajo, los dueños del poder, con el pretexto de combatir
la crisis y la desocupación y de “salvar” la seguridad
social, congelan o disminuyen los salarios, aumentan la
jornada de trabajo, introducen la “flexibilidad
laboral”, aumentan la edad de la jubilación y reducen las
pensiones y jubilaciones. Y mientras se gasta cada vez más
en armamentos y se reducen o se limitan los impuestos a las
grandes ganancias (cuya magnitud astronómica a nivel de la
elite más rica escapa al entendimiento común) se dice que
no hay recursos para la salud pública, la vivienda popular
decente y la educación.
Las
supuestas “pérdidas” del capital financiero causadas
por la crisis no son tales. Son pérdidas “virtuales”:
se desvalorizan papeles cuyo valor nominal representa en su
conjunto entre el cinco y el diez por ciento de los valores
reales existentes. Hay, es cierto, un proceso de concentración
del capital: en estas semanas se producen casi a diario
fusiones y absorciones de bancos y otras instituciones
financieras.
Pero los más
ricos no tienen que vender sus jets privados, sus yates, sus
viviendas superlujosas en los lugares más exclusivos del
mundo o sus islas particulares. Al contrario, siguen
acumulando fortunas y bienes. Por ejemplo la venta de automóviles
en general disminuyó pero la de los autos más caros (entre
150.000 y un millón de euros la unidad) aumentó
significativamente. Warren Buffet, el hombre más rico del
mundo, quien según tanto Obama como McCain sería un
ministro del Tesoro ideal, acaba de inyectar de su peculio
personal en setiembre último cinco mil millones de dólares
en Goldman Sachs, cuatro mil setecientos millones en
Constellation Electric y tres mil millones en la General
Electric. Buffet conoce el refrán: hay que comprar cuando
suena el cañón y vender cuando suena el violín.
Mientras
tanto los de abajo pierden sus casas y sus empleos, tienen
que gastar menos en sus necesidades elementales y sufrir
cada vez más privaciones.
Y cuando se
termine la crisis, mejor dicho cuando haya una pausa
ascendente hasta la próxima crisis, será como después del
tsunami: quedarán a la vista los estragos provocados en la
economía: innumerables empresas cerradas o absorbidas y las
víctimas se contarán por decenas o centenas de millones,
sin trabajo, sin los servicios públicos esenciales, con
poco o nada para comer y sin vivienda.
En otras
palabras, en los momentos de crisis como el actual se acentúa
aún más la distribución desigual de las riquezas.
En
conclusión
Esta crisis
tiene la virtud de poner claramente de manifiesto la
irracionalidad y la injusticia del sistema capitalista
vigente. La crisis no sólo es financiera sino económica,
social y política y la gente sencilla está cada vez más
descontenta.
Pero ese
descontento de las clases populares, que comienza a
manifestarse en protestas sociales, parece estar lejos de
transformarse en conciencia de la necesidad de un cambio
radical. Porque no existen fuerzas políticas y corrientes
ideológicas ponderables como para ayudar a transformar ese
descontento y la protesta social en conciencia y en
organización suficientes como para provocar un cambio político
mayor.
A escala
mundial el espacio político está casi totalmente ocupado
por el partido único del sistema, formado por la derecha
tradicional, por las distintas variantes de la
socialdemocracia reconvertidas desde hace tiempo a la gestión
del sistema capitalista, las que se alternan en el Gobierno
(y a veces lo comparten, como en Alemania) y por una
“sociedad civil” (dirigentes de organizaciones
sindicales y de distintos tipos de organizaciones no
gubernamentales, etc.) mayoritariamente contaminada por el
sistema.
Hay todo un
camino que recorrer hasta que la gente conozca en todos sus
aspectos el sistema de poder vigente y su intrínseca
injusticia, inhumanidad e irracionalidad y de que cada
individuo tome conciencia del lugar que ocupa en el mismo,
el que para la inmensa mayoría de los seres humanos es el
de víctima, aunque forme parte de las clases alienadas al
consumismo.
Y que
comprenda que la solución no es individual, defendiendo su
“status” de consumidor o tratando de alcanzarlo (el
espejismo de la “movilidad social”) sino que es
colectiva y consiste en transformar radicalmente el sistema.
Pero aunque
ese cambio radical es necesario no se producirá de manera
espontánea: el capitalismo no se derrumbará por sí sólo
ni sus usufructuarios abandonarán pacíficamente la escena,
como lo demuestran experiencias pasadas y presentes, siempre
que se intenta recortar aunque sólo sea algunos de sus
privilegios.
Nota del
autor y bibliografía:
El artículo
precedente está basado en fragmentos de mi libro publicado
en Buenos Aires en 2003 con el título “El papel de las
sociedades trasnacionales en el mundo contemporáneo” y en
Bogotá en 2007 (edición corregida y actualizada) con el título
“Al margen de la ley. Sociedades Transnacionales y
Derechos Humanos”. Además consulté, entre otros, los
siguientes libros y artículos:
Bello,
Walden: Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de
esta crisis pero teme no entenderlo.
http://www.tni.org/detail_page.phtml?act_id=18770.
Chesnais,
François: –Como la crisis del 29, o más… Un nuevo
contexto mundial
http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=2643
–El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis
financiera.
http://crisis–economica.blogspot.com/2008/01/franois–chesnais–alcance–y–rumbo–de–la.html.
–Tobin or not Tobin, ed. L’Esprit frappeur, Paris, 1998.
–Le capital rentier aux commandes, en Les Temps Modernes nº
607, Paris, janvier–février 2000. –La mondialisation du
capital, Ed. Syros, 1994. –La mondialisation financière,
genèse, coût et enjeux. (coordinado por F. Chesnais) Ed.
Syros, Paris, 1996.
Drouin,
Michel : Le système financier international. Ed.
Armand Colin, Paris, 2001.
Galbraith,
John Kenneth : Voyage dans le temps économique, témoignage
de première main, Seuil, Paris, 1995.
Notas:
1)
Christian Palloix, L'économie mondiale capitaliste et les
firmes multinationales, T. II, edit. François Maspero,
Paris, abril 1975, pág. 103.
2)
Palloix, op. cit. págs. 106 y 107, quien cita a Stephen
Hymer (The efficency (contradictions) of multinational
corporations en The American Economic Review, mayo 1970, nº2,
pág. 441).
3) En
agosto de 2005 el ex jefe financiero de la firma Worldcom,
Scott Sullivan, fue sentenciado a cinco años de cárcel por
su participación en el mayor fraude contable en la historia
corporativa de los EE.UU.
Sullivan
desempeñó también un papel importante como testigo
"clave" contra el ex presidente de Worldcom,
Bernie Ebbers, quien a su vez fue condenado a 25 años de
prisión. Sullivan fue declarado culpable de conspiración,
fraude con títulos valores y falsas declaraciones
financieras.
La compañía
de telecomunicaciones Worldcom colapsó en 2002 luego de un
fraude contable de US$ 11.000 millones. "Sullivan fue
el arquitecto del fraude en Worldcom", dijo la juez
federal estadounidense Barbara Jones al entregar el
veredicto. El colapso de Worldcom fue la mayor quiebra
corporativa en la historia de los EE.UU. Cerca de 20.000
trabajadores perdieron sus empleos luego de la declaración
de bancarrota. La compañía salió de la quiebra en 2004 y
hoy se conoce como MCI.
4) Philippe
Labarde y Bernard Maris, La bourse ou la vie, la grand
manipulation des petits actionnaires, edit. Albin Michel,
Paris, mayo 2000. Véase también Michel Husson, Les fausses
promesses de l'épargne salariale, en Le Monde Diplomatique,
febrero 2000 y Whitney Tilson, Stock options, perverse
incentives, en www.fool.com/news/foth/2002/foth020403.htm,
03/04/02.
5) En 1997
Robert Merton y Myron Scholes recibieron el premio Nóbel de
economía. Scholes fue el creador, junto con Black, de un método
matemático “infalible” para prevenir los riesgos
financieros. Merton y Scholes eran asesores de Long–Term
Capital Management (LTCM) un gestor de hedge funds de
primera línea. Pero el método Scholes–Black no impidió
que LTMC quebrara en 1998 y fuera salvado en última
instancia por un aporte de 3500 millones de dólares
proveniente de 14 grandes bancos. Por eso hablamos de los
productos financieros “supuestamente” destinados a
cubrir riesgos. Los hedge funds son una canasta de valores
mobiliarios de alto rendimiento y riesgo elevado que se
coloca en el mercado financiero. Se estima que actualmente
hay unos 10.000 de esos fondos que manejan 6 billones de dólares
de activos. El Banco de Suecia, que elige a los premios Nóbel
de Economía, sabe lo que hace: acaba de conferírselo a
Paul Krugman quien aprueba el plan actual de inyecciones de
liquidez al sistema financiero: “es lo que había que
hacer”.
6) Carlos
Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política (Grundrisse). [Contradicción entre la base de la
producción burguesa (medida del valor) y su propio
desarrollo. Máquinas, etc.]. Siglo XXI Editores, 12ª edición,
1989, tomo 2, págs. 227 y ss.
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