Geoeconomía
mundial: un cambio estratégico
Por
René Naba (*)
Info Blog, 05/10/08
Tlaxcala, 15/10/08
Traducido por Caty R. (**)
Al
final de un psicodrama de una semana, el Congreso
estadounidense adoptó, el viernes 3 de octubre, una ley que
autoriza la inyección de 700.000 millones de dólares en la
economía de EEUU con el fin de calmar la tempestad
financiera y bursátil que ha acarreado la quiebra de trece
bancos y compañías aseguradoras y de 700.000 hogares
estadounidenses, debido a una gestión especulativa de los
préstamos inmobiliarios, dañando la industria del automóvil
con una caída de la producción de alrededor del 26% y
hundiendo en la recesión a un buen número de países
europeos, entre ellos Francia.
Presentamos
las primeras enseñanzas de este cataclismo económico,
tanto en lo que respecta a la posición de EEUU en el mundo
como a la nueva configuración económica del planeta.
–
El mensaje subliminal de los países occidentales al resto
del mundo: sí a los capitales de los países extranjeros,
no a sus emigrantes.
–
Los avatares militares de Estados Unidos y la quiebra de
neocapitalismo de la era post soviética certifican el final
de cinco siglos de dominación absoluta de Occidente sobre
el resto del mundo
Con
el telón de fondo del devastado paisaje de la economía
occidental, marcada por la quiebra estrepitosa de grandes y
famosos establecimientos, tanto en Estados Unidos como en
Europa, en 2008 se ha producido un cambio estratégico en la
«geoeconomía» (***) mundial con la recomposición de la
«carte bancaire» (institución francesa encargada de
dirigir el sistema interbancario, N. de T.) estadounidense,
la entrada espectacular de fondos soberanos árabes o asiáticos
en el capital de grandes sociedades estadounidenses o
europeas y la afirmación, cada vez más marcada, de los
grandes países del sur, las petromonarquías del Golfo y el
Grupo BRIC (Brasil, India, China y Sudáfrica) como
protagonistas de la escena mundial, hasta el punto de que se
plantea la cuestión de la permanencia de la hegemonía
mundial de Estados Unidos y la viabilidad de las estructuras
internacionales, tanto financieras como políticas,
establecidas a raíz de la Segunda Guerra Mundial
(1939–1945), especialmente el Consejo de Seguridad de la
ONU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, así
como el G7, el grupo de los siete países más
industrializados del mundo, creado después de la primera
crisis del petróleo (1973).
La
India, con la apropiación, a través del grupo Mittal, de
la principal sociedad siderúrgica europea
(Sacelor–Arcelor) y China, al convertirse en accionista de
los mayores fondos de inversión estadounidenses,
Blackstone, con un 10% –sin derecho a voto–, por un
valor de 3.000 millones de dólares, en paralelo con el
dominio de la Bolsa de Dubai y del Qatar Investment
Authority (QIA), la mitad de la Bolsa de Londres, la
participación en 2006 en el banco público ruso VTB y con
el 5 % del capital del consorcio aerospacial franco–alemán
EADS, han demostrado su vitalidad y su ambición de
redefinir los contornos de la nueva economía mundial en vías
de construcción.
I.
La recomposición de la carta bancaria estadounidense
Esta
conmoción ha llevado a los dirigentes de las finanzas
internacionales, si no a pactar con sus rivales potenciales,
al menos a moderar sus pretensiones, debido a la conjunción
de cuatro factores acumulativos.
–
El debilitamiento de la economía de EEUU a causa de los
costes de las guerras de Iraq y Afganistán, calculados por
el Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz en
cerca de 3 billones de dólares (1).
–
La gestión especulativa de los préstamos inmobiliarios
estadounidenses y la consiguiente cascada de pérdidas, del
orden de 945.000 millones de dólares, según un informe del
FMI (2), de ellos 20.000 millones de dólares en bancos
franceses: Crédit Agricole, Société Générale y Dexia
(6.500 millones de euros), así como las filiales de CNCE:
Caisse Nationale des Caisses d'epargne y Natexis–Nexity
(6.000 millones de euros).
–
La riqueza acumulada por los Estados petroleros gracias a la
subida de los precios del crudo, estimada a finales de 2007
en 3,355 billones de dólares.
–
El «colchón» organizado por los bancos centrales
extranjeros en bonos del Tesoro estadounidense, del orden de
2,5 billones de dólares.
En
este alborotado contexto económico, los capitales
extranjeros han abierto una brecha considerable en un
sistema bancario estadounidense en plena recomposición, sin
olvidar, incluso, a ciertas joyas de Wall Street. Si JP
Morgan ha conseguido librarse, no ha pasado lo mismo con
otros tres grandes bancos inversores, Merryl Lynch y Lehman
Brothers y Morgan Stanley. Confirmando su papel de
depredador de las finanzas, JP Morgan subió al primer
puesto de los bancos estadounidenses apropiándose, golpe a
golpe en 2008, del banco Bear Stearns y de la Washington
Mutual Bank, la caja de ahorros más importante del país,
convirtiéndose así en el mayor banco estadounidense, con
depósitos del orden de 900.000 millones de dólares, de los
cuales 188.000 recuperaron a Washington Mutual. Pero los
otros tres grandes bancos inversores de Wall Street
–Merryl Lynch y Lehman Brothers y Morgan Stanley–, han
pagado las consecuencias de esa gestión arriesgada de préstamos
inmobiliarios aleatorios, igual que el mayor grupo de
seguros de EEUU, AIG, rescatado por los pelos, antes del
naufragio, por el gobierno estadounidense.
Lehman
Brothers, tras una depreciación de casi 25.000 millones de
dólares de sus activos, ha tenido que colocarse al amparo
del capítulo 11 de la legislación financiera
estadounidense, que habilita la protección de las empresas
en quiebra, mientras que Morgan Stanley, para escapar de un
destino mortal, se alió con Mitsubishi UJF, cediendo el 20%
de sus acciones al gigante asiático por 9.000 millones de dólares.
A Merryl Lynch, pura y simplemente, lo ha comprado el Banck
of America.
Tercer
banco de inversión del país y sin duda uno de los más
afectados por la crisis financiera, con cerca de 40.000
millones de dólares de depreciación desde el comienzo de
la crisis, Merryl Lynch ha tenido que pedir ayuda a Kuwait y
Corea sur por 6.500 millones de dólares de acciones
preferenciales, cediéndoles el 25% de participación.
Incluso tuvo que ceder 8.000 millones de activos
complementarios después de las pérdidas abismales del
segundo trimestre de 2008 (del orden de 4.890 millones de dólares).
Ya agobiado por 9.750 millones de depreciaciones
suplementarias, se vio obligado a ceder activos una vez más,
entre ellos su participación en Bloomberg y en la Financial
Data Services, antes de que lo rescatara el Banck of
America.
Por
su parte, Citigroup, que hasta la crisis fue el primer banco
de Estados Unidos, tuvo que pedir ayuda de los fondos
soberanos de Kuwait y Singapur para cubrir las pérdidas de
alrededor de 14.500 millones de dólares resultantes de
inversiones desafortunadas en productos vinculados a los créditos
«subprimes». El príncipe saudí Walid bin Talal, ya
accionista del grupo, y la familia gobernante de Abu Dhabi,
con una participación en el capital de alrededor de 7.500
millones, participaron en la operación de reflotamiento. En
total, el banco recibió un respiro de 22.000 millones de
fondos procedentes de Asia y Oriente Medio en 2008. Sin
embargo, este malabarismo financiero le va a costar muy caro
a Citigroup que deberá pagar 1.700 millones de dólares al
año para pagar a los diferentes inversores que han
participado en sus dos «recapitalizaciones» de urgencia.
La primera, de 7.500 millones de dólares, anunciada en
noviembre de 2007, se remunerará al 11%, es decir, 825
millones de dólares al año. La segunda, de 12.500 millones
de dólares, al 9%, es decir, 875 millones de dólares al año.
En
el caso de la segunda operación, las obligaciones no son
transferibles durante los siete primeros años. Si alguno de
los inversores no las convierte en acciones durante ese período
habrán costado, por lo tanto, más de 6.100 millones de dólares
a Citigroup. Por su parte, Wells Fargo absorbió el 3 de
octubre a su rival, Wachovia, por un total de 15.100
millones de dólares (10.860 millones de euros). Wachovia,
cuarto banco de Estados Unidos, estaba asolado por 42.000
millones en deudas. Una prueba de que se agrava la crisis,
que ya ha arrojado a la calle a casi 700.000 familias
estadounidenses, es que ahora los bancos de EEUU se muestran
reticentes a lanzarse a operaciones de salvamento a falta de
garantías financieras del Estado, el cual no desea
implicarse más después de financiar la quiebra de trece
establecimientos desde el principio de la crisis.
La
tempestad tampoco ha perdonado a Europa, donde dos bancos
ingleses han sido nacionalizados, Northern Rock y Bradford y
Bingley, un fondo británico especializado en inmobiliarias,
así como el banco belga–neerlandés Fortis, primer banco
belga, segundo banco neerlandés y primer empleador privado
de Bélgica. Fortis había adquirido hace exactamente un año
el banco ABN, por la suma de 24.000 millones de euros,
mientras que Francia y Bélgica se están dedicando a
reflotar, con 6.500 millones de euros, a Dexia, el banco de
financiación de los colectivos locales, y Natexis, filial
de la Caisse d’Epargne francesa, está puesta en observación.
Lo
más sorprendente es que esta afluencia masiva de dinero
procedente de países situados en la esfera sospechosa de
connivencia con el Islam radical ha detenido el clamor
suscitado con ocasión de la adquisición por Dubai Port
Authority (DPA) de la compañía británica de los ferrys
P&O. La sociedad de Dubai propuso, por 6.800 millones de
dólares, la compra de las actividades portuarias de la británica
P&O, que tiene competencias para gestionar una decena de
puertos estadounidenses, especialmente las terminales
portuarias de mercancías, petróleo y pasajeros de Estados
Unidos (Nueva Orleans, Miami y Nueva York). Chocó con el
veto estadounidense en nombre de imperativos de seguridad
vinculados a la guerra contra el terrorismo, a pesar de que
Dubai es un aliado fiel de Estados Unidos desde hace mucho
tiempo.
La
misma suerte, por otra parte, estaba reservada para el
intento, en junio de 2005, de una sociedad china cotizada en
Bolsa, CNOOC, pero controlada al 70% por el Estado chino, de
adquirir por 18.500 millones de dólares la compañía
petrolera estadounidense UNOCAL, ofreciendo más de 1.500
millones de dólares más que la estadounidense Chevron
Texaco. Los parlamentarios de Estados Unidos también se
opusieron alegando que semejante operación comprometería
la seguridad de aprovisionamiento de energía de EEUU por
parte de un país competidor que, por añadidura, se declara
de ideología marxista.
En
un año, el clima psicológico de los negocios ha cambiado
radicalmente en el plano internacional cuando se piensa en
la ironía mordaz que acompañó la incursión de la India
en Mittal sobre Acelor o el veto impuesto por la
administración estadounidense a la adquisición por el
Emirato de Dubai de instalaciones portuarias en Estados
Unidos. Todo el mundo ya hace malabarismos con soltura con
las siglas de los fondos soberanos, mientras que hace poco
el nombre de la inversora india Lackhmi Mittal fue
despellejado sistemáticamente por los comentaristas mejor
informados, que le atribuían los propósitos más
siniestros. Sin embargo, como señal de la persistencia de
una cierta altanería imperial, las inversiones árabes o
asiáticas no van acompañadas de los derechos inherentes a
la categoría de los accionistas, especialmente la
participación en el poder de decisión. Así, China a raíz
de su inversión en los fondos estadounidenses Blackstone,
se ha comprometido, por escrito, a no disponer del derecho a
voto a pesar de una aportación de 3.000 millones de dólares.
Un compromiso injusto, contrario a las reglas de la
ortodoxia liberal e inconcebible para cualquier inversor
occidental en una empresa del Tercer Mundo.
La
razón de este cambio se resume en esta simple ecuación: la
dependencia energética de los países desarrollados ya es más
evidente que en el pasado y choca con las necesidades
crecientes en esta materia de los países emergentes de
Asia, una competencia que explica y aclara, otra vez, las
guerras de Afganistán (2001) e Iraq (2003), así como el último
conflicto del Cáucaso entre Georgia y Rusia, en agosto de
2008. Si Rusia tiende al autoabastecimiento, la dependencia
energética de los países occidentales es flagrante.
Produciría el 25% del petróleo y consume el 45%, mientras
que las reservas de hidrocarburos están concentradas en
Asia (el 65% del petróleo y el 45% del gas). Oriente Medio
posee dos tercios de las reservas de petróleo y un tercio
de la de gas, del que Rusia posee el otro tercio. En esta
configuración, la participación de empresas extranjeras
llegó al 91,5 en Guinea Ecuatorial, 80,9 en Argentina, 75,8
en Indonesia y 73% en Angola; pero cero por ciento en Arabia
Saudí y Kuwait (3).
II.
Los objetivos de China
China,
sin embargo, se conforma pero, ¿por cuánto tiempo? Parece
que no le importa asumir las cláusulas restrictivas de
seguridad, sino que parece más deseosa de buscar, no una
ganancia inmediata, sino un objetivo a largo plazo:
–
Una diversificación de las inversiones dirigida a ampliar
los beneficios y la productividad en la gestión de las
reservas. La participación de China en Blackstone, primera
inversión china de amplitud en una empresa estadounidense
de envergadura, efectivamente va a originar un cambio
radical en la gestión de las reservas de cambio. Su
objetivo es diversificar sus habituales emplazamientos en
bonos del Tesoro estadounidense, de los que China es el
segundo acreedor después de Japón. Inversiones seguras
pero de rentabilidad limitada, mientras que los fondos
ofrecen rendimientos más altos, aunque sean más
arriesgados, a través de adquisición de empresas. El brazo
armado financiero de China, la Sociedad de Inversiones del
Estado (SIE) tendrá que gestionar 200.000 millones de dólares,
es decir, un sexto de 1,2 billones acumulados por China
gracias a sus excedentes. Blackstone, que cuenta con activos
de 30.000 millones de dólares, es su primera inversión.
Pekín ha decidido inspirarse en las experiencias exitosas
en el extranjero del grupo financiero de Singapur, Temasek,
que sirve de modelo a la SIE, con la ambición de ampliar
los beneficios y la productividad en la gestión de las
reservas.
–
Una revalorización progresiva y mecánica del yuan, sin
proceder a una revalorización formal de la moneda nacional
china. Más allá del aspecto espectacular de la inversión
china en Blackstone, las salidas de capital permitirán así
una revalorización automática progresiva del yuan sin
proceder a una revalorización directa de la moneda china,
ya que ciertamente una revalorización no es interesante
para China porque podría dañar su competitividad de
precios y por lo tanto hipotecar en parte el crecimiento
basado en las exportaciones.
–
Finalmente, pero no el menor de los objetivos, la adquisición
de una experiencia financiera de alto nivel en contacto con
los gestores occidentales. La participación de China en
fondos occidentales le permitirá acceder a una gestión
sofisticada en materia de mecanismos financieros. Crear
sociedades con los inversores financieros extranjeros
equivale a una transferencia de tecnologías en la industria
que China ha promovido para su desarrollo económico.
China,
gran exportadora de productos manufacturados con un yuan
subvalorado, en 2007 disponía de 1,330 billones de dólares
resultantes de sus excedentes comerciales, un stock con una
subida del 41% en un año. Además, la firma estadounidense
Blackstone, a través de China Investment Corp (CIC), ha
proporcionado a Chinalco 120.000 millones de dólares para
reflotar Río Tinto, segundo grupo minero mundial, mientras
que el Government of Singapore Investment Corp. (GIG), uno
de los dos fondos soberanos de Singapur redujo, en 2007, el
25% de sus compras de obligaciones estadounidenses para
dirigirlas hacia los bancos privados de EEUU.
A
estas consideraciones económicas se añade un factor político
de primer orden: la competencia entre China y Europa en África
ha llevado a once países africanos productores de materias
primas a revisar los contratos que los vinculan con las
compañías explotadoras desde los años 90.
Es
el caso de Liberia (contrato de hierro con Mittal), de
Tanzania (aluminio), Zambia y Sudáfrica (platino y
diamantes) especialmente. Siguiendo los pasos de los
productores de petróleo, los Estados africanos quieren
aprovechar el alza de los precios de las materias primas
para hacer ajustes de los precios más en consonancia con
las reglas del mercado. En esta lucha espectacular sobre los
«auténticos precios», la punta de lanza es Joseph Kabila,
el presidente de la República Democrática del Congo, un país
en quiebra durante el reinado de Joseph Désiré Mobutu,
protegido de los estadounidenses y los franceses, y
actualmente un nuevo «El Dorado». En un gesto de una
audacia sin precedentes, Kabila ha revisado por lo menos 61
contratos mineros. Este nuevo acuerdo pondría a China en
una mejor posición en la batalla por el control de las
fuentes de energía y explicaría su discreción en el
avance capitalista, constituyendo un factor importante de
recomposición de la geoeconomía mundial (4).
III.
Los fondos soberanos o «Sovereing Wealth Fund»
Los
fondos soberanos se caracterizan porque los capitales están
en manos de los Estados. Su objetivo es preparar el «post
petróleo» y rentabilizar los excedentes presupuestarios
por medio de participaciones en las empresas de todo el
mundo. Los financieros occidentales argumentan que dichas
estructuras alimentan los interrogantes en cuanto a un
eventual intento de ejercer una influencia política en las
empresas y estructuras extranjeras. Pero no es verdad, al
contrario. Estados Unidos, en el origen de las guerras
preventivas del siglo XXI, raramente se preocupa de los
peligros o reticencias que su participación en las empresas
de los países emergentes, y en general su comportamiento
unilateral, suscitan en el Tercer Mundo.
Sin
embargo, estos fondos no son desconocidos por los
especialistas de las finanzas y su existencia es antigua. El
primero se creó, en 1956, por un administrador colonial
británico desde las islas Kiribati, al sur de Hawai. Para
prevenir la era «post fosfatos», en los que el país era
rico, estableció una tasa sobre las exportaciones de
fertilizantes con el fin de utilizarlo en el futuro, cuando
el recurso se agotase. Sabia precaución: los fondos de
Kiribati gestionan actualmente 500 millones de dólares,
casi nueve veces el PIB local. Los diamantes de Botswana
nutren los fondos Pula, de 6.800 millones de dólares y el
cobre de Chile abastece en esencia el fondo ESSF con unos
10.000 millones.
El
primer shock petrolero de 1973 impulsó la creación de los
primeros fondos soberanos en las petromonarquías del Golfo
dirigidos a reciclar los «petrodólares». La zona asiática
(China, China, India, Japón, Corea del Sur, Hong Kong,
Singapur, Brunei) se puso en marcha, a su vez, en los años
2000 con el surgimiento de las «economías emergentes».
Una cuarentena de fondos operan actualmente en el mundo,
especialmente los fondos kuwaitíes, un pionero en el mundo
árabe (1953), el Temasek Holdings, (Singapur) y la Abu
Dhabi Investment Authority (1990), el Irán Oil
Stabilisation Found y el Qatar Investment Authority (5).
IV.
Las adquisiciones prestigiosas
Los
fondos soberanos vienen en ayuda de una industria bancaria
desestabilizada por la crisis de las subprimes, créditos
hipotecarios de riesgo estadounidenses, que ya han costado
80.000 millones de dólares a los bancos (54.300 millones de
euros). Dichos fondos gestionaron en 2007 un bote estimado
en 3,355 billones de dólares, con una proyección del orden
de 12–15 billones de dólares, su capacidad financiera
prevista en 2015. Aunque van muy por delante de los Hedge
Funds (fondos de cobertura, de 2 billones), están muy por
detrás de las aseguradoras (15,2 billones), los fondos de
inversión (21,7 billones) y los fondos de pensiones (22,6
billones).
Ya
sea en Dubai, Qatar, China o Singapur, los fondos soberanos
han aprovechado la crisis financiera para realizar
espectaculares tomas de participación en diversas
estructuras, como la célebre firma automovilística
italiana Ferrari, en la que los fondos de Abu Dhabi poseen
el 5 por ciento del capital, la distribuidora británica
Sainsbury, o la cadena francesa de perfumerías Marionnaud,
con 1.300 tiendas de perfumes y cosméticos, que ha sido
adquirida por As Watson, propiedad del millonario chino Li
Ka–Shing, por 900 millones de euros. Incluso una institución
venerable como la Bolsa de Londres tampoco ha escapado a su
apetito: así, la Bolsa de Dubai y la Qatar Investmen
Autority (QIA) han adquirido conjuntamente la mitad de la
Bolsa de Londres. La QIA, que controla la Bolsa de Dubai,
fundada en el año 2000, gestiona 40.000 millones de dólares
de activos.
La
ambición de QIA es organizar una bolsa de dimensión
internacional y de fuerte crecimiento fuera de Dubai, centro
neurálgico del comercio regional que sin embargo no dispone
de recursos petroleros. Como réplica, la Bolsa de Nueva
York (NYSE/Euronext) adquirió, en junio de 2008, el 25% de
la Bolsa de Doha por un valor de 160 millones de euros para
la gestión, durante cinco años, de una cartera de valores
cuya cotización representa 1.400 millones de euros. Qatar
conservará el 75% del capital, así como 8 de los 11 escaños
del consejo de administración de la Bolsa de Doha.
A.
En Estados Unidos: dos joyas del parque inmobiliario de
Nueva York ya están, desde ahora, dentro del saco de estos
fondos:
–
El General Motors Building, construido en 1968, que alberga
el Apple Store de la Quinta Avenida, se ha vendido en junio
de 2008 por 2.800 millones de dólares a un fondo
estadounidense, Boston Properties, asociado con los
inversores de Dubai, Kuwait y Qatar. El vendedor, el magnate
neoyorquino de la inmobiliaria, Harry Macklowe, se encontró
muy endeudado después de adquirir, en 2007, siete edificios
por 7.000 millones de dólares, casi la totalidad de la suma
en préstamos, en un momento en que el mercado todavía era
floreciente. La crisis inmobiliaria ha aumentado todavía más
su deuda.
–
El Chrysler Building, buque insignia de la arquitectura Art
Decó, construido entre 1928 y 1930, que fue brevemente la
torre más alta del mundo antes de que lo destronase el
Empire State Building, ha sido adquirido en un 75% por un
fondo soberano de Abu Dhabi por 800 millones de dólares
(514 millones de euros), según la prensa estadounidense.
B.
En Europa, la Agencia de Inversiones del Gobierno de
Singapur (GIC) invertirá 11.000 millones de francos suizos
(6.600 millones de euros) en el principal banco suizo, UBS,
para ayudarle a superar una crisis financiera que originó,
en 2007, las primeras pérdidas de su historia.
C.
En Francia: BNP Paribas pasa por contar entre sus
accionistas ultra minoritarios con fondos saudíes, kuwaitíes
y de los Emiratos Árabes Unidos, y la firma petrolera Total
está considerando diversificarse hacia la energía nuclear
y abrir su capital a las petromonarquías del Golfo mientras
que, por su parte, Qatari Diar (un fondo de inversión
propiedad al 100% de Qatar Investment Authority, los fondos
soberanos de Qatar) se dedica a negociaciones exclusivas con
Cegelec (antigua filial de Alcatel), para la adquisición de
este peso pesado especializado en servicios relacionados con
la energía, la electricidad y la renovación de las líneas
ferroviarias en Marruecos. Qatari Diar está omnipresente en
el plano internacional en Marruecos, Egipto y en todo
Oriente Medio, y además en Gran Bretaña en el sector
inmobiliario, como en el distrito de Canary Wharf en Londres
(6).
En
la hostelería de alta gama, el único palacio parisino
propiedad de los franceses es el Fouquet’s del grupo Barrière,
situado en una esquina de los Campos Elíseos y la avenida
George V, donde Nicolas Sarkozy pasó su famosa «noche de
Fouquet’s» al ofrecer su primera recepción tras su
elección presidencial a sus amigos de las altas finanzas y
pasando su primera noche como presidente de la República
con su esposa de entonces, Cecilia Siganer. El resto está
en manos de capitales extranjeros.
–
El Ritz, joya de la hostelería de lujo francesa es
propiedad de Mohamed Al–Fayed, padre de Dodi, el novio de
la princesa Diana con quien murió en un accidente de tráfico
en París. Al–Fayed es cuñado de Adnan Kashooggi,
importante mercader de armas saudí implicado en el escándalo
«Irangate», la venta prohibida de armas estadounidenses a
Irán bajo la administración Reagan en los años 80.
–
El George V es propiedad del príncipe saudí Walid bin
Talal, que ha invertido para renovarlo 200 millones de dólares.
La gestión del establecimiento se ha confiado al grupo
canadiense Four Seasons. Al Walid también es accionista,
con un 5%, de otra cadena hotelera canadiense, Fairmont. Por
medio de esta sociedad compró en 2007 el Savoy de Londres.
–
El Plaza Athénée y el Meurice son gestionados por el grupo
inglés Dorchester Group, propiedad de la agencia de
inversiones de Brunei.
–
El Vendome pertenece al joyero libanés Robert Mouawad,
proveedor de la familia real saudí.
–
Propietario del Carlton Tower de Londres, el grupo Jumeirah
International, propiedad de la familia que real de Dubai,
Al–Maktoum, pretendía comprar el Intercontinental de París
por un valor de 300 millones de dólares. En competencia con
el príncipe saudí en este negocio, la transación se ha
suspendido. En compensación, grupo Jumeirah podría
adquirir el Crillon, el famoso hotel de la plaza de la
Concordia, y el príncipe Al–Walid consolarse con el
Martinez de Cannes.
V.
El nuevo reciclaje de los petrodólares
La
subida del barril de 25 dólares en 2002 a 135 dólares en
junio de 2008, ha generado una gigantesca transferencia de
dinero de los países consumidores a los países
productores, del orden de 1 billón de dólares, que de esta
forma han pasado de los consumidores de energía (Japón,
Europa, EEUU) a Arabia Saudí, Rusia, Emiratos Árabes,
Angola, Argelia o Venezuela. Durante el primer boom
petrolero pocos países, aparte de Noruega, aprovecharon el
maná petrolero para impulsar su despegue. Poderoso factor
de corrupción de las élites, el primer shock petrolero de
1973 transformó precozmente las petromonarquías en estados
rentistas, llegando a desarrollar la caricatura de una
bulimia consumista de adquisición ostentosa de productos de
lujo estridentes, constituyendo un terreno abonado para el
islamismo.
Durante
el último cuarto del siglo XX, los países árabes han
invertido casi 1,5 billones de dólares para compras masivas
de equipamientos militares sin poder dotarse de capacidad
espacial, ni de capacidad nuclear ni de capacidad de
proyección militar, tres elementos que condicionan la
potencia militar. Generadores de jugosas «retrocomisiones»,
los contratos de armamento aparecen a veces sin relación
con las necesidades reales de los países concernidos o con
sus capacidades tecnológicas. Así, la aviación saudí,
desde hace mucho tiempo, está en manos de los pilotos
pakistaníes y la protección del espacio aéreo libio
confiada a técnicos de Corea del Norte y sirios. Peor todavía,
en dos ocasiones el arsenal de dos países árabes ha sido
completamente destruido por sus propios proveedores, el de
Libia por Francia durante la guerra de Chad (1984–1987) y
el de Iraq por la coalición occidental, en 1990, después
de la invasión de Kuwait por el iraquí Sadam Husein.
Aunque las extravagancias se han reducido, pero no
eliminado, las primeras inversiones del período 2007–2008
parecen más razonables.
Así,
el rey Abdalá de Arabia Saudí decidió crear un millón de
empleos construyendo seis centros económicos para atraer
industrias diversificadas (7). King Abdullah City, en el mar
Rojo, al norte de Jedah, que se concluirá a finales de
2008, con un puerto y todas las infraestructuras y conductos
para atraer a 2.500 empresas y sus ejecutivos. El coste de
este proyecto se estima en cerca de 400.000 millones de dólares.
En vista de la experiencia anterior, el primer boom
petrolero, donde el despilfarro y la mala gestión eran prácticas
comunes, el nuevo maná petrolero parece mejor administrado.
El deseo de preservar los recursos para las generaciones
futuras está más presente, pero el principal handicap que
sufre el mundo árabe es su falta total de críticas al
hecho de su balcanización y su permanencia bajo la tutela
estadounidense, dos elementos que obstaculizan su desarrollo
en los proyectos de ámbito regional.
VI.
La «Sharia compliance» o la rivalidad entre la City y Wall
Street
La
competencia es intensa entre los grandes centros financieros
internacionales para absorber los excedentes de los ingresos
del petróleo, especialmente entre la City de Londres y Wall
Street (Nueva York), en particular los petrodólares
procedentes de las petromonarquías, estimados en 1,5
billones de dólares en 2007. Tomando la delantera a sus
rivales, los ingleses han lanzado dos emisiones de
obligaciones del Estado «Sharia compliance», conformes con
la legislación islámica que prohibe el préstamo con interés.
El
nuevo orden internacional, tan celebrado desde el
hundimiento del bloque comunista, es decir, desde el
hundimiento del mundo bipolar a principios de los años 90,
se basa en el «consenso de Washington», un concepto
inventado en 1989 por el economista John Williamson para
sustituir los reglamentos keynesianos vigentes desde el
crash bursátil de 1929, con los seis nuevos parámetros de
la globalización, a saber: restricción monetaria,
rigurosidad fiscal, libre comercio, privatizaciones,
desregulación y relanzamiento de la inversión privada. Por
las buenas o por las malas, bajo los auspicios del Fondo
Monetario Internacional (FMI), las políticas de «ajuste
estructural» se han impuesto en un buen número de países
en desarrollo para su adaptación a las nuevas reglas del
juego, así como en la Unión Europea a través del «consenso
de Bruselas». La versión elitista europea del «consenso
de Washington» en realidad es un «consenso de Washington»
agravado, porque asume todas las disposiciones neoliberales
pero las aplica con todo su radicalismo, con ensañamiento,
y sistematizando las privatizaciones o la política agraria
común a pesar de las escaseces, así como con la imposición
de un «criterio de convergencia» de la zona euro en
materia de déficits públicos, fijando el límite en el 3%
del PIB en lo que se refiere al déficit anual y el 60% del
PIB para el déficit acumulado.
Pero
por loables que fueran las intenciones del teórico
estadounidense, esta política ultraliberal de transparencia
no previó, sin embargo, las estrepitosas quiebras
fraudulentas (Enron en Estados Unidos y Vivendi en Francia),
los «delitos de iniciados» (utilización de información
privilegiada para intervenir en los mercados bursátiles
regulados, N. de T), como el escándalo de la firma aeronáutica
franco–germana EADS, o la evaporación de los ingresos,
como fue el caso de la firma petrolera estadounidense
Halliburton en sus mercados en Iraq, o la crisis de las
subprimes, cuya última ilustración ha sido el desprecio
del principio de la libre empresa, la puesta bajo control
federal, en el verano de 2008, de tres bancos de
refinanciación del crédito inmobiliario, la primera en
julio, el banco californiano Indymac, y las otras dos,
Fannie Mae y Freddie Mac, en septiembre.
Uno
de los principales prestamistas hipotecarios de EEUU,
Indymac, ha enjugado sus pérdidas, del orden del 98% de sus
activos, estimados en 32.000 millones de dólares,
certificando la mayor quiebra bancaria estadounidense desde
hace 24 años. Fannie y Freddie, engranajes esenciales de la
industria de la vivienda en Estados Unidos, poseen o
garantizan casi la mitad de los 12 billones de dólares de
créditos inmobiliarios residenciales en curso en Estados
Unidos.
El
«consenso de Washington», por el contrario, sobre todo ha
originado un sistema planetario articulado en torno a la
criminalidad internacional.
Los
comentaristas occidentales, durante mucho tiempo, se han
mostrado discretos con respecto a este asunto, más
dispuestos a denunciar el peligro islamista o el peligro
amarillo después de haber denunciado tanto el peligro rojo.
Según el Fondo Monetario Internacional, citado por el
diario Le Monde el 23 de mayo de 2006, de 700.000 millones a
1,750 billones de euros circularían así entre los bancos,
paraísos fiscales y centros financieros, a pesar del
endurecimiento de las legislaciones y el aumento de los
controles. Es decir, la importancia de los importes en juego
y, en consecuencia, de los propios objetivos. Paraísos
fiscales, zonas «offshore», flujos monetarios, capitales
errantes y presupuestos aberrantes… Estos términos
inocentes evocan, de entrada, la dulzura de vivir en una
sociedad caracterizada por la abundancia financiera, la
flexibilidad económica y la evasión fiscal. Es, de hecho,
la cara odiosa de la globalización, el nuevo dogma de la
libre empresa con su comitiva de desempleo, exclusión,
corrupción, en una palabra, todos los ingredientes que
gangrenan la vida política, minan las bases de las grandes
y pequeñas potencias y hacen planear el riesgo de corrupción
en las grandes y antiguas democracias. De los 57 paraísos
fiscales, o los aberrantes países NEO contabilizados en
todo el mundo, 38 enclaves presentan la característica
singular de no disponer, o no facilitar, los datos cifrados
de sus depósitos bancarios extranjeros. Entre estos
enclaves podemos citar Aruba, ex colonia neerlandesa del
Caribe hasta 1996, y la isla malasia de Labuan en el Pacífico,
que alberga 21 bancos y once «trusts companies». Situados
generalmente en las proximidades de las zonas del narcotráfico
mundial, los países NEO se llaman así porque disponen en
sus balanzas de pago de una cláusula NEO (Net Errors and
omissions) que permite, por una astucia contable con el
pretexto de los errores estadísticos resultantes de los desórdenes
administrativos, encubrir la grave disfunción de su
comercio.
Pero
si es sano denunciar los peligros exteriores, sería
igualmente saludable denunciar también los propios peligros
internos: tráfico de drogas, de armas, prostitución, juego
clandestino y extorsión constituyen las principales fuentes
de los capitales ilegales; y esos tráficos diversos a veces
consentidos, cuando no fomentados, por los Estados, generan
anualmente 1,5 billones de dólares, es decir, el
presupuesto de los 20 países de la Liga Árabe. Algo que no
hacen a menudo los estados occidentales, únicamente
obnubilados, de momento, por el «terrorismo islámico». Lo
más gracioso de este asunto es que los fondos soberanos,
aunque sean musulmanes en lo que se refiere a los de las
petromonarquías, no dudaron en volar al auxilio de los
grandes establecimientos estadounidenses en dificultades
durante la crisis de las subprimes, sin que los
beneficiarios de los préstamos hayan manifestado la menor
reticencia al respecto.
VII.
La principal contradicción del capitalismo occidental: del
ultraliberalismo al patriotismo económico, al
proteccionismo financiero y al intervencionismo estatal
El
entusiasmo por los fondos soberanos ha sido tan repentino
como sorprendente. El fenómeno no puede explicarse por su
novedad, puesto que estas inversiones institucionales
existen desde hace treinta años, sino por la necesidad de
aprovisionar a los establecimientos prestigiosos en
dificultades debido a una gestión arriesgada. No obstante,
la admisión de los fondos se hace a regañadientes
–haciendo de tripas corazón– como consecuencia de la
evolución de las relaciones de fuerza dentro de las grandes
operadoras financieras, especialmente el debilitamiento de
Estados Unidos cuyo poder en la gestión de los negocios del
mundo actualmente es relativo y no absoluto como en la década
1990–2000, un período en el que EEUU reinó como «amo
del mundo» del nuevo orden internacional que siguió al
hundimiento del bloque soviético.
Espectacular,
pero no triunfal, la entrada de los fondos soberanos en el
cenáculo de las finanzas internacionales, no se efectúa
por la puerta grande, sino por la puerta trasera y pasando
por el aro de los grandes amos de los negocios. Las
condiciones impuestas a China para su entrada en el capital
de Blackstone, la evicción del Emirato de Dubai en la gestión
de los puertos estadounidenses o el discreto montaje armado
por Francia para disponer de una minoría de bloqueo en las
«obras del Atlántico» lo demuestran (8). Curiosamente,
estas prevenciones y restricciones no se aplican a los
fondos de la esfera occidental. Así, el conglomerado
noruego GPFG dispone de un abanico de 4.000 sociedades para
sus intervenciones en el mercado financiero mundial sin la más
mínima dificultad más que las de las leyes del mercado y
la libre competencia.
El
comportamiento pusilánime, tanto de los estadounidenses
como de los europeos, ha revelado, por repercusión, la
inutilidad de los grandes principios que los occidentales
forjaron para garantizar su dominación económica mundial.
El principio de la libertad del comercio y la industria y el
principio de la libertad de navegación, en el origen de la
expansión occidental, ahora se esgrimen por los países del
sur para conquistar los mercados de los grandes países
industrializados, los cuales están condenados a librar, a
golpes de argumentos proteccionistas (la protección del
empleo, la estabilidad del tejido social), un combate en la
retaguardia para contener este empuje. Ni los europeos ni
los estadounidenses tenían este tipo de preocupaciones
cuando se trataba de la colonización (forma primitiva de
deslocalización), de la conquista física de los mercados
exteriores para convertirlos en mercados cautivos, obligando
a las poblaciones autóctonas a adoptar la forma de vida y
los hábitos de consumo de los países occidentales. Para
recordar: la guerra del opio que libraron los ingleses
contra China en el siglo XIX para obligarla a abrirse a los
productos ingleses, se hizo precisamente, en la época, en
nombre del principio de la libertad del comercio, con su
disfraz moral «la responsabilidad del hombre blanco»
portador de la civilización frente a la barbarie de los
pueblos «morenos».
El
cambio estratégico de la geoeconomía mundial se reflejó
en el terreno diplomático, por primera vez en los anales
diplomáticos internacionales, en una cumbre
china–africana en Pekín, en enero de 2007 y en otra
cumbre india–africana que superaban la rivalidad
tradicional entre países anglófonos (Commonwealth) y francófonos
(Organización de la Francofonia), concretando la mayor
brecha efectuada, tanto en el plano diplomático como económico,
por China y la India en el antiguo coto vedado de las ex
potencias coloniales europeas. Este cambio va acompañado,
en el terreno de los medios de comunicación, por la ruptura
del monopolio del discurso mediático, propiedad de los
occidentales desde la invención de la comunicación
moderna. Por primera vez en la historia, el monopolio del
discurso mediático, propiedad exclusiva durante mucho
tiempo de los países occidentales, está siendo demolido
por los países del sur. La cadena transfronteriza árabe
Al–Jazira, líder indiscutible de la información en la
esfera árabe–musulmana, ha reforzado su supremacía con
el lanzamiento, en noviembre de 2006, de una cadena anglófona
en el espacio anglosajón con el fin de igualarse a las
grandes cadenas occidentales. Como consecuencia de esta
doble constatación, el monopolio de la decisión estratégica
recobrado tras el hundimiento del bloque soviético por el núcleo
atlantista –la famosa comunidad internacional constituida
esencialmente por Estados Unidos, la Unión Europea y sus
aliados anglosajones Canadá y Australia–, podría
sustituirse, en un futuro cercano, por un nuevo
multilateralismo o incluso por un «mundo no polarizado».
Cada
vez se alzan más voces para planificar una mejor
representatividad de los diversos continentes en los foros
internacionales, especialmente en el Consejo de Seguridad de
la ONU donde la Alianza Atlántica está representada por
tres escaños con derecho de veto (Estados Unidos, Francia y
Reino Unido), mientras que Asia, que representa a la mitad
de la población del planeta y a tres potencias nucleares
(China, India y Pakistán), sólo está representada por un
único escaño; y el mundo musulmán, gran poseedor de
capitales petroleros, y África, gran poseedora de reservas
de materias primas, así como América Latina, no tienen
derecho a voto.
VIII.
El mensaje subliminal de los países occidentales al resto
del mundo: sí a los capitales de los países extranjeros,
no a sus emigrantes
Paradójicamente,
este cambio también va acompañado, de la multiplicación
de medidas restrictivas de carácter proteccionista en los
países occidentales, en contradicción con la filosofía de
la globalización. Se comprueba con la construcción de un
muro de separación en la frontera entre México y Estados
Unidos, el dispositivo presentado por Francia para detener
la inmigración a la Unión Europea (plan Hortefeux) y la
controversia con respecto a la «sharia compliance». Todo
se percibe como si el mensaje subliminal de los países
occidentales al resto del mundo se resumiese en esta fórmula:
Sí a los capitales extranjeros, no a sus emigrantes.
Las
finanzas islámicas se estiman en 750.000 millones de dólares
(473.000 millones de euros) y alcanzarán el billón de dólares
en 2010, según las estimaciones de Kuwait Finance House, el
mayor banco de inversiones de los países del Golfo (9). El
Center for Security Policy (CSP), famoso organismo de lobby
internacional, ha lanzado una intensa campaña dirigida a
disuadir a las instituciones internacionales de que recurran
a la legislación islámica para la gestión de esos fondos,
estigmatizando su origen geográfico, claramente la esfera
musulmana. El CSP ha puesto en marcha una campaña
victoriosa a favor de Boeing contra Airbus en el contrato
del suministro al ejército del aire estadounidense de 179
aviones de nueva generación, un mercado de 35.000 millones
de dólares. Asumiendo las reivindicaciones de Boeing,
apoyado por el CSP, el Tribunal de cuentas de Estados Unidos
(GOP) ha aceptado, el 18 de junio de 2008, el recurso de
Boeing contra la designación de Northrop Grumman y su socio
europeo EADS. El ataque del CSP que mezcla, sin duda
voluntariamente, las finanzas islámicas y el Islam radical,
¿es un combate en la retaguardia o, al contrario, augura
otra cruzada contra un nuevo eje del mal, éste financiero?
Algunos comentaristas no dudan en comparar esta nueva
batalla con la guerra fría cultural que llevó a cabo la
CIA contra la ideología comunista en la época de la
rivalidad soviética–estadounidense (1945–1990) y,
haciendo una mezcla entre las finanzas islámicas y el Islam
radical, pretenden recabar las sumas faraónicas de los
fondos soberanos y administrarlos «a la americana» para
preservar un modelo económico y social, así como una forma
de actuar en el ámbito financiero, conforme al sistema
estadounidense.
El
CSP forma parte del rosario de organizaciones que gravitan
alrededor del AIPACC, la principal formación del lobby judío
en Estados Unidos. Próxima al Likud, la derecha israelí,
participa de una trilogía que ha propulsado la temática
del peligro islámico en el discurso oficial, político y
mediático, estadounidense como sustituto del «peligro rojo»
tras el hundimiento del bloque comunista. Las otras dos
formaciones son la WINEP (Washington Institute For Near
Policy) y la JINSA (Jewish Institute For National Security).
Veintidós miembros de esas formaciones forman parte de los
círculos dirigentes de la administración Bush jr: Richard
Cheney, vicepresidente, John Bolton, ex embajador en la ONU,
y Douglas Feith, ex subsecretario de Defensa, por JINSA;
Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, y Richard
Perle, ex subsecretario de Defensa, por WINEP, la influyente
organización presidida por Martin Indyk, un
estadounidense–australiano ex embajador de Estados Unidos
en Israel (10).
Al
transmitir sus tesis, el ex secretario de Estado Henry
Kissinger preconizó la constitución de un cártel de los
países industrializados frente a los países productores de
petróleo con el fin de impedir la subida de los precios del
crudo… como si el G7 no tuviera el control de los
principales mecanismos de la economía mundial. Considerada
inoportuna en el momento en que la quiebra bancaria
estadounidense había alcanzado un límite que excede el
total de la deuda pública de los cincuenta países
africanos, la declaración de Kissinger, transmitida por el
Herald Tribune el 20 de septiembre pasado, ha suscitado un
auténtico clamor en los países del Tercer Mundo,
especialmente irritados por el papel prescriptivo que se
arroga Estados Unidos en su pretensión de regentar el mundo
y maltratarlo por culpa de sus operadores financieros y el
egoísmo de sus politólogos.
Sobrevenida
a raíz de la puesta en marcha del proceso de neutralización
a distancia de los proyectiles iraníes con la firma de un
pacto de despliegue de misiles interceptores en Polonia,
Chequia e Israel aprovechando el conflicto de Georgia en
agosto de 2008, la declaración de Kissinger puso al Golfo Pérsico
árabe bajo una viva tensión y a los aliados
estadounidenses de la zona a la defensiva. Las petromonarquías
que volaron en ayuda de la economía estadounidense en un
principio, desde entonces han reconsiderado su posición al
percibir la propuesta de la constitución de un cártel anti
OPEP como una forma de chantaje disfrazado, y desde
entonces, como una especie de respuesta sesgada, han
dirigido preferentemente sus inversiones hacia los mercados
asiáticos.
El
coste real de la crisis inmobiliaria de 2007–2008 en todos
sus segmentos (bancos, seguros, inmobiliarias e industria) y
conexiones geográficas (Europa, Asia y América) se estima
en 1,5 billones de dólares que la administración
neoconservadora estadounidense se está dedicando a detener
al final del mandato de George Bush para que el desastre
económico de su hiper liberalismo no agrave un balance
militar lamentable y convierta a George Bush en el peor
presidente de Estados Unidos de la historia contemporánea.
En
absoluto desalentado por el primer rechazo que le augura un
mal lugar en la historia, George Bush jr, en efecto, se
dedicó a inyectar a principios de octubre, a un mes del
final de su mandato, 700.000 millones de dólares (550.000
millones de euros) para el rescate de los títulos problemáticos,
un plan que se añade al reflotamiento de las empresas
quebradas que se había decidido previamente (200.000
millones de dólares para los gigantes del préstamo
inmobiliario, Fannie Mae y Freddie Mac, y 85.000 millones
para el coloso de los seguros AIG). Casi un billón de dólares
deberá salir en total de los bolsillos de los
contribuyentes estadounidenses para reembolsar las sucias
deudas de las instituciones financieras en lo que aparece
como la mayor intervención gubernamental desde la «Gran
depresión» de los años 30.
El
salvamento de los establecimientos de crédito, con
menosprecio de las leyes de la ortodoxia liberal,
ciertamente justificado por el estado de la economía
estadounidense, constituye una traición de la doctrina de
Bush; hablando con propiedad, se trata de una apostasía que
resuena como un insulto. Pero la mayor crisis económica de
la era contemporánea ha confirmado, por sí misma, la
hipocresía del dogma de la libre empresa que se revela, a
fin de cuentas, como un principio selectivo y elitista del
intervencionismo del Estado dirigido exclusivamente a «privatizar
las ganancias y socializar las pérdidas», es decir, a
hacer que las pérdidas de los especuladores capitalistas
caigan sobre la colectividad nacional de los contribuyentes.
No está de más señalar a este respecto el comportamiento
contradictorio de Nicolas Sarkozy, un ansioso de la
reglamentación intransigente que se muestra
sorprendentemente pudoroso frente a la práctica de los «paracaídas
dorados» (cantidades que se garantizan algunos directivos
en sus contratos personales para el caso de ser despedidos o
de tener que dejar la empresa, N. de T.) y prefiere confiar
al MEDEF el cuidado de reglamentar la práctica de los «super
bonos» que la corporación de la patronal francesa se
concede a sí misma. Corresponde al lector ampliar su
reflexión sobre este punto con una saludable meditación
sobre los fundamentos morales del corpus doctrinal de los
principios universales que gobiernan el mundo bajo el
liderazgo occidental desde hace siglos.
En
cualquier caso, la constatación es irrefutable: la inyección
masiva de capitales de reflotamiento procedente de estados
competidores y no amigos de las economías occidentales
(China, India y Japón en Asia, así como Rusia y Oriente
Medio) ha marcado quizás «el principio del fin del imperio
estadounidense», según el acta levantada por Nouriel
Roubini, profesor de Economía de la Universidad de Nueva
York (11). Y a falta de una «guerra decisiva», es decir,
una guerra que modificaría radicalmente la situación, a la
manera de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) o la
fundición nuclear de Hirosima y Nagasaki (Japón, Agosto de
1945), según la definición del autor de este concepto, el
teórico de la estrategia moderna Carl Von Clausewitz, los
avatares militares de Estados Unidos en Afganistán e Iraq y
la quiebra del neocapitalismo de la era post soviética
marcan, en todo caso, el final de cinco siglos de dominación
absoluta de Occidente sobre el resto del planeta.
(*)
Ex responsable del mundo arabo–musulmán en el servicio
diplomático de la AFP (Agence France Press) 1978–1990, ex
consejero del director general de RMC para la información.
Autor de “Aux origines de la tragédie arabe”
(Bachari, 2006) y otros libros.
(**)
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate
y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
(***)
La expresión «geoeconomía» se usó por primera vez, en
relación con estrategias aéreas, por George T. Rennes,
profesor de la Universidad de Columbia, aunque la
popularización del término se debe a Edward Luttwak quien,
a finales de los 90, describió el nacimiento de un nuevo
orden mundial en el que las armas y mecanismos económicos
reemplazarían a las armas militares como instrumentos al
servicio de los estados en su voluntad de poder y afirmación
en el sistema u orden internacional. Más información:
http://www.sem–wes.org/VIREM/cm41.doc
(1)
Según el Pentágono, desde septiembre de 2001 a finales de
diciembre de 2007, se asignaron 527.000 millones de dólares
a la «guerra contra el terrorismo», de ellos 406.000
millones a la guerra de Iraq. Tras un informe del gabinete
presupuestario del Congreso publicado en octubre de 2007, al
que se refiere el diario Le Monde del 18 de junio, el
Congreso ya había autorizado 602.000 millones de dólares
de gastos para las operaciones militares en Iraq y Afganistán,
el 70% sólo para Iraq. El presupuesto estadounidense
dedicado a Defensa supone alrededor del 4,2% del PIB (Le
Monde, 18 de junio de 2008).
(2)
«Non aux scénarios catastrophes», en Le Monde del 21 de
marzo de 2008, por Eric le Boucher y Le Monde del 8 de abril
de 2008.
(3)
Informe sobre las inversiones mundiales en 2007, de la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el comercio y el
desarrollo (CNUCED), suplemento Le Monde Economie, dosier
materias primas, 16 de septiembre de 2008.
(4)
«La République Démocratique du Congo tente d’empecher
le pillage de ses ressources: Manoeuvres spéculatives dans
un Katanga en pleine reconstruction», Colette Braeckmann en
Le Monde Diplomatique, julio de 2008, así como el estudio
de Raf Custers, investigador del «International Peace
Information Service» (IPIS) de Anvers (Bélgica), «L’Afrique
révise ses contrats Liniers», aparecido en el mismo periódico
francés en la misma fecha.
(5)
Principales fondos soberanos de inversión, según la
clasificación establecida por el Deutsche Bank en
septiembre de 2007: Emiratos Árabes Unidos: Abu Dhabi
Investment Authority (ADIA), 875.000 millones de dólares
(594.000 millones de euros), creado en 1976. Singapur:
Government of Singapore Investment Corporation (GIC),
330.000 millones de dólares, creado en 1981. Noruega:
Government Pension Fund Global (GPFG), 322.000 millones de dólares,
creado en 1990. Arabia Saudí: diversos fondos por 300.000
millones de dólares. Kuwait: Kuwait Investment Authority
(KIA), 250.000 millones de dólares, creado en 1953. China:
China Investment Company Ltd (CIC), 200.000 millones de dólares,
creado en 2007. Otros fondos soberanos (capitales bajo
mandato en miles de millones de dólares): Rusia (141),
Qatar (50), Australia (49), Argelia (43), Estados Unidos
(40), Brunei (30), Corea del sur (20), Kazakhstan (19),
Malasia (18), Venezuela (16)… por un importe total de
2,123 billones de dólares.
(6)
Libération, 16 de junio de 2008 «Le français Cegelec
pourrait tomber dans le giron du Qatar» por Catherine
Maussion: Cegelec cuenta con 26.000 trabajadores, presentes
en una treintena de países e indica 3.000 millones de euros
de volumen de negocios, exactamente mil millones menos que
la mediática Alcatel, su antigua casa central. Nacida en
1913 y bautizada con su nombre actual en 1989, adquirida por
Alcatel y después por Alsthom (1998), en 2001 se cedió a
dos fondos: CDC Entreprises, filial de la Caisse des dépôts
y la británica Charterhouse. El importe total de la
transación Qatar–Cegelec fue alrededor de 1.600 millones
de dólares.
(7)
Le Monde, 14 de junio de 2006: «Le nouveau recyclage des pétrodollars»
por Eric le Boucher.
(8)
El gobierno francés decidió comprar un 9% del capital de
las obras Aker Yards de Saint–Nazaire, más conocidas por
su nombre primitivo «obras del Atlántico» con el fin de
constituir «una minoría de bloqueo» conjunta con Alsthom
que posee el 25% de Aker Yards France. El objetivo es doble:
evitar una deslocalización de la única joya de la
construcción naval francesa e impedir que el grupo coreano
STX, que controla el 40% de la empresa central noruega Aker
Yards, no venga a descuartizar las obras francesas y a
deslocalizar la carga de trabajo hacia Asia. La operación
se anunció en un comunicado del Elíseo sin avisar a la
dirección de Aker Yards en Noruega. Como si tratar con un
accionista que no tiene más que el 40% del capital eximiese
de las negociaciones con el patrón operacional. Leer al
respecto: «la participation de l’Etat Sarkozy, chef de
chantier… naval», de Hervé Nathan, redactor jefe de
Marianne 2–16 de junio de 2008.
(9)
«Le Halal en quête d’une norme industrielle», por Carla
Power, Courrier International N° 925, del 24 al 31 de julio
de 2008.
(10)
«Des avocats influents pour la cause d’Israël», por
Joel Beinin, politólogo estadounidense, en el suplemento
bimestral de Le Monde Diplomatique «Manière de Voir» N°
101 «Demain l’Amérique», octubre–noviembre de 2008.
(11)
«Nouriel Roubini, l’économiste qui a prévu la crise»
de Stephen Mihn (New York Times) reproducido en Le Courrier
International N° 933, 14–24 de septiembre de 2008.
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