Una
visión a largo plazo
La
depresión ya empezó
Por
Immanuel Wallerstein
Traducción de Ramón Vera Herrera
La Jornada, 19/10/08
La depresión
ya empezó. Algo cohibidos, los periodistas siguen preguntándole
a los economistas si será que tal vez sólo estamos
entrando a una mera recesión. No lo crean ni por un minuto.
Estamos ya en el comienzo de una depresión mundial de gran
envergadura con desempleo masivo en casi todas partes. Puede
asumir la forma de una deflación nominal clásica, con
todas sus consecuencias negativas para la gente común. Es
un poquito menos probable que asuma la forma de inflación
galopante, que es simplemente otro modo en que los valores
se desploman, y que es incluso peor para la gente común.
Por
supuesto que todo el mundo se pregunta qué fue lo que
disparó esta depresión. ¿Serán los instrumentos
derivados, que Warren Buffett llama “armas financieras de
destrucción masiva”? ¿O son acaso las hipotecas de
segundo grado? ¿O los especuladores del petróleo? Jugar a
las culpas no tiene importancia real. Eso es concentrarse en
el polvo, como Fernand Braudel le llamaba, de los eventos de
corta duración. Si queremos entender lo que está
ocurriendo necesitamos echar un vistazo a otras dos
temporalidades, que son mucho más reveladoras. Una es la de
los vaivenes cíclicos de media duración. La otra es
aquella de las tendencias estructurales de larga duración.
La economía–mundo
capitalista ha tenido, durante varios cientos de años, por
lo menos, dos formas importantes de vaivenes cíclicos. Uno
son los llamados ciclos de Kondratieff que históricamente
tenían una duración de unos 50–60 años. Y otros son los
ciclos hegemónicos que son mucho más largos.
En términos
de los ciclos hegemónicos, Estados Unidos fue un
contendiente emergente de dicha hegemonía por ahí de 1873,
logró su dominación hegemónica en 1945 y ha ido
declinando desde los años 70. Las locuras de George W. Bush
han transformado ese lento declinar en uno precipitado. Y
ahora, estamos ya lejos de cualquier asomo de hegemonía
estadunidense. Hemos entrado, como ocurre normalmente, en un
mundo multipolar. Estados Unidos permanece como potencia
fuerte, tal vez la más fuerte, pero continuará declinando
en relación con otras potencias en las décadas venideras.
No hay mucho que nadie puede hacer para cambiar eso.
Los ciclos
de Kondratieff tienen una temporalidad diferente. El mundo
salió de la última fase B del ciclo Kondratieff en 1945, y
entonces vino el vuelco más fuerte hacia la fase A en la
historia del sistema–mundo moderno. Llegó a su clímax
cerca de 1967–1973, y comenzó su descenso. Esta fase B ha
sido mucho más larga que las fases B previas y seguimos en
ella.
Las
características de una fase B de Kondratieff son bien
conocidas y coinciden con lo que la economía–mundo ha
experimentado desde los años 70. Las tasas de ganancia en
las actividades productivas bajan, especialmente en aquellos
tipos de producción que han sido más rentables. En
consecuencia, los capitalistas que deseen niveles de
ganancia realmente altos se inclinan hacia el ámbito
financiero, y se involucran en lo que básicamente es
especulación. Para que las actividades productivas no se
vuelvan tan poco redituables, tienden a moverse de las zonas
centrales a otras partes del sistema–mundo, negociando
costos menores de transacción por costos menores de
personal. Es por eso que comienzan a desaparecer los empleos
en Detroit, Essen y Nagoya, y que se expanden las fábricas
en China, India y Brasil.
En cuanto a
las burbujas especulativas, algunas personas siempre hacen
mucho dinero con ellas. Pero tarde o temprano las burbujas
especulativas siempre revientan. Si uno se pregunta por qué
esta fase B del ciclo Kondratieff ha durado tanto, es porque
los poderes existentes –el Departamento del Tesoro y el
Banco de la Reserva Federal estadunidenses, el Fondo
Monetario Internacional, y sus colaboradores en Europa
occidental y Japón– han intervenido en el mercado de modo
regular e importante para llevar a puerto la economía–mundo
–en 1987, al desplomarse el mercado de la bolsa; en 1989,
en el colapso de los préstamos y ahorros en Estados Unidos;
en 1997, en la caída financiera de Asia oriental; en 1998,
por los malos manejos del llamado fondo de manejo de
capitales de largo plazo (mundialmente conocido por su
nombre en inglés Long Term Capital Management); en
2001–2002, con Enron. Aprendieron las lecciones de las
previas fases B de Kondratieff, y los poderes existentes
pensaron que podían vencer al sistema. Pero hay límites
intrínsecos para hacer esto. Y ahora hemos llegado a ellos,
como Henry Paulson y Ben Bernanke lo están aprendiendo para
su vergüenza y tal vez para su asombro. Esta vez no será
tan fácil, probablemente sea imposible, evitar lo peor.
En el
pasado, una vez que una depresión daba rienda suelta a sus
estragos, la economía–mundo se levantaba, sobre la base
de innovaciones que podían ser cuasi monopolizadas por un
tiempo. Así que cuando la gente dice que el mercado de la
bolsa de valores se volverá a levantar, es esto en lo
piensa que ocurrirá, esta vez como en el pasado, después
de que las poblaciones del mundo hayan resentido todo el daño
causado. Y tal vez así sea, en unos pocos años o así.
Hay sin
embargo algo nuevo que puede interferir con este bonito patrón
cíclico que ha sostenido al sistema capitalista por unos
500 años. Las tendencias estructurales pueden interferir
con las tendencias cíclicas. Los rasgos estructurales básicos
del capitalismo como sistema–mundo operan mediante ciertas
reglas que pueden trazarse en una gráfica como un
equilibrio en movimiento ascendente. El problema, como con
todos los equilibrios estructurales de todos los sistemas,
es que con el tiempo las curvas se mueven mucho más allá
del equilibrio y se torna imposible regresarlas a éste.
¿Qué ha
hecho que el sistema se mueva tan lejos del equilibrio? En
breve, lo que ocurre es que a lo largo de 500 años los tres
costos básicos de la producción capitalista –personal,
insumos e impuestos– han subido constantemente como
porcentaje de los precios posibles de venta, de tal modo que
hoy hacen imposible obtener grandes ganancias de la producción
cuasi monopólica que siempre fue la base de la acumulación
capitalista significativa. No es porque el capitalismo esté
fallando en lo que hace mejor. Es precisamente porque lo ha
estado haciendo tan bien que finalmente minó la base de
acumulaciones futuras.
Lo que
ocurre cuando alcanzamos un punto así es que el sistema se
bifurca (en el lenguaje de los estudios de la complejidad).
Las consecuencias inmediatas son una turbulencia altamente
caótica, que nuestro sistema–mundo está experimentando
en este momento y que seguirá experimentando por unos
20–50 años. Como todos empujan en cualquier dirección
que piensan que es mejor en lo inmediato para cada quien,
emergerá un orden del caos en uno de los dos muy diferentes
senderos alternos.
Podemos
aseverar con confianza que el presente sistema no sobrevivirá.
Lo que no podemos predecir es cuál nuevo orden será el
elegido para remplazarlo, porque éste será el resultado de
una infinidad de presiones individuales. Pero tarde o
temprano, un nuevo sistema se instalará. No será un
sistema capitalista pero puede ser algo mucho peor (aun más
polarizado y jerárquico) o algo mucho mejor (relativamente
democrático y relativamente igualitario) que dicho sistema.
Decidir un nuevo sistema es la lucha política mundial más
importante de nuestros tiempos.
En cuanto a
las perspectivas inmediatas de corta duración ad interim,
es claro lo que ocurre en todas partes. Nos hemos estado
moviendo hacia un mundo proteccionista (olvídense de la
llamada globalización). Nos hemos estado moviendo hacia un
papel mucho mayor del gobierno en la producción. Aun
Estados Unidos y Gran Bretaña están nacionalizando
parcialmente los bancos y las moribundas grandes empresas.
Nos movemos hacia una distribución populista conducida por
el gobierno, que puede asumir modos socialdemócratas a la
izquierda del centro o formas autoritarias de extrema
derecha. Y nos movemos hacia conflictos sociales agudos al
interior de algunos estados, debido a que todo el mundo
compite por un pastel más pequeño. En el corto plazo, no
es, de ningún modo, un panorama agradable.
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