Rostros de
la crisis
Reflexiones
sobre el colapso de la civilización burguesa
Por Jorge
Beinstein
ALAI, América
Latina en Movimiento, 04/11/08
La crisis
mundial apareció primero bajo la forma de una turbulencia
financiera empujada por el desinfle de la burbuja
inmobiliaria norteamericana, incluso inicialmente no
faltaron opiniones de expertos (muy difundidas por los
medios de comunicación) asegurando que la tormenta duraría
poco dada la fortaleza general de los Estados Unidos y
cuando los problemas aumentaron sin superación a la vista
una nueva andanada de pronósticos tranquilizadores nos
informaba que las dificultades del Imperio no tenían porque
propagarse a escala global (sino tal vez muy débilmente).
Nació así la vida efímera de la “teoría del
desacople” (geográfico) según la cual algunos espacios
centrales o periféricos emergentes estarían lo
suficientemente resguardados de la tormenta como para
preservar sus economías e incluso proseguir la expansión
sin mayores problemas.
Unos
apostaban a la supuesta solidez europea, otros al empuje
arrollador de China, India o Brasil y porque no a la
renaciente potencia energético–militar rusa. Esos mismos
medios de comunicación habían saturado al planeta durante
muchos años con la idea de que ninguna nación grande o
pequeña podía escapar a la globalización capitalista y
que si un país o un grupo de países no insignificantes se
resfriaban el contagio seguramente se propagaría a escala
planetaria; ahora resultaba que cuando los Estados Unidos,
el centro del mundo, sufría una enfermedad grave otros
espacios decisivos de la economía global no serían
perjudicados o lo serían mínimamente.
Que en 2007
la superpotencia representaba cerca del 25 % del Producto
Bruto Mundial, una deuda total –pública más privada–
cercana al PBM (y una deuda externa total equivalente al 22
% del PBM) no parecía afectar al pronóstico. Como es lógico
los efectos de la intoxicación mediática duraron muy poco;
Europa entró en recesión empujada por los Estados Unidos
pero también cargando con sus propias taras parasitarias,
la ola negra llegó también a Japón y e inundó a las
llamadas potencias emergentes de la región como India.
Corea del Sur o China y de otras zonas de la periferia como
Brasil.
La crisis
es mundial y será larga, la acumulación de desajustes, su
magnitud, no sugieren una rápida recuperación del sistema
sino todo lo contrario aun si restringimos el análisis a
sus aspectos económicos (a comienzos de octubre de 2008 la
crisis financiera se convirtió en un colapso que ha puesto
bajo signo de interrogación a todos los escenarios de
supervivencia del capitalismo).
El
segundo desacople
Pero queda
en pié otro desacople no menos ilusorio: el sectorial.
Existe una deformación cultural en nuestra civilización
que empuja hacia la fragmentación del conocimiento, hacia
la negación del mundo como totalidad, como sistema complejo
en movimiento. Lucien Goldman solía oponer de manera
tajante “ideología” (reduccionista, disociadora) y
“visión del mundo”, encontrando allí una de las claves
de la reproducción de la opresión burguesa y en
consecuencia del camino para emanciparnos de ella marcado
por la recuperación de la percepción de la realidad como
conjunto amplio, plural, coherente, contradictorio, dinámico.
La crisis
actual ha llevado hasta el extremo las tendencias psicológicas
disociadoras, en buena medida alentadas por los medios de
comunicación. Las turbulencias financieras, energéticas y
alimentarias aparecen saturadas de explicaciones
superficiales acerca de “errores” gerenciales o de políticas
públicas. A veces se establecen vínculos entre ellas, por
ejemplo la especulación financiera como causa de la
inestabilidad de los precios del petróleo o de ciertos
productos agrícolas o bien la relación entre costos energéticos
y precios de los alimentos, pero esas interacciones quedan
reducidas a juegos de corto plazo o a ciertas tendencias
perversas de mediano plazo. La incertidumbre es encubierta
con explicaciones anecdóticas casi siempre girando en torno
de los cambios de humor en los llamados “inversores”,
por su parte las autoridades económicas de los países
centrales o de los organismos internacionales que los
representan (OCDE, FMI. Banco Mundial, etc.) no cesan de
hacer declaraciones contradictorias, un día anuncian los
peligros de una recesión inflacionaria, otro día alertan
acerca de las amenazas de recesión deflacionaria, por la mañana
aseguran que la crisis será pronto superada y por la tarde
declaran que el enfriamiento económico puede ser de larga
duración.
Todo al
ritmo de los movimientos erráticos de bolsas y precios y de
las corridas impredecibles de los especuladores manipulando
masas de fondos cuyo volumen las hace ingobernables. Ni los
especuladores ni las autoridades entienden realmente lo que
está ocurriendo, se les ha venido encima una avalancha de
desastres y cada uno trata de sobrevivir con el instrumental
disponible.
Junto a
esas crisis se hace presente la de los Estados Unidos (en
tanto centro, pilar decisivo del sistema global) a menudo
solo mostrada desde su especificidad “nacional”, por
ejemplo como resultado de políticas irracionales (por lo
general reversibles) impuestas por ciertos grupos de poder;
su subordinación estratégica a la dinámica mas amplia del
sistema global suele ser ignorada o subestimada.
Una de sus
componentes principales es la crisis del
Complejo–Militar–Industrial a menudo atribuida a sus
“errores” en Irak y Afganistán endosados a su vez al
aventurerismo de George W. Bush y sus halcones. La hipótesis
de que la misma podría estar expresando la crisis del
militarismo burgués (fenómeno engendrado por la evolución
del capitalismo mundial) y su probable ingreso en fase
terminal, de decadencia, no es tema de debate.
Igual
suerte corre la crisis del Estado imperial, acorralada en su
especificidad, subestimada, desconectada de fenómenos
paralelos en un amplio abanico de países centrales y periféricos
y de la historia universal del capitalismo, en especial el
ciclo del estatismo iniciado hacia fines del siglo XIX.
Por otra
parte la reflexión acerca de la crisis–de la tecnología,
es decir de la cultura técnica moderna (incluida la
perspectiva de su agotamiento histórico), está por lo
general ausente. El “optimismo tecnologista” preserva un
predicamento aplastante, nuestro sistema tecnológico es
visualizado como una compleja maraña de instrumentos, de
conocimientos muy flexibles, cuya dinámica aunque influida
por el poder político, económico o ciudadano vigente (y en
consecuencia relativamente manipulable) respondería en
ultima instancia al movimiento más general,
sobreterminante, del llamado progreso humano, desde la edad
de piedra hasta el siglo XXI.
En fin, la
crisis ambiental suele ser atribuida a comportamientos
irracionales modificables a partir de la intervención
ciudadana. Queda así impuesto un “debate único” en
torno de alternativas presentadas como posibles, positivas,
constructivas, realistas, etc., alejadas del catastrofismo,
del pesimismo y otras perversiones practicadas por los
profetas del fin del mundo. De ese modo es desplegada una
mega operación de censura ideológica, de bloqueo de la razón,
del esfuerzo por conectar la catástrofe ambiental con la lógica
de la civilización (burguesa) que la sobre determina.
Sacar a la
luz e integrar estas y otras “crisis” en una visión
general constituye una tarea extremadamente difícil, pero
dramáticamente necesaria, urgente. La aceleración y
expansión del desorden global nos impone la necesidad de
ver más allá de la superficie y de los aspectos parciales,
única manera de comprender el mundo que vivimos.
Crisis
financiera
La crisis
financiera debe ser entendida como expresión de la
hipertrofia de las actividades especulativas, es necesario
ir más allá de la sucesión de burbujas que se desarrolló
desde mediados de los años 1990 hasta la actualidad
(burbujas bursátiles, inmobiliarias) y abarcar las cuatro
últimas décadas durante la cual una crisis crónica de
sobreproducción de carácter global (cuyo inicio podría
ser establecido en 1968–1973) fue alimentando al globo
especulativo que a su vez reforzó la enfermedad del sistema
económico. La crisis de los países centrales pudo ser
amortiguada, postergada, gracias a un complejo mecanismo de
desarrollo mundial de negocios financieros pero dicha
postergación prolongada terminó por engendrar uno de los
factores decisivos de la crisis total del sistema (que ahora
estamos empezando a recorrer).
La
prosperidad de la post guerra terminó en 1973–74 con el
shock petrolero que encontró a una economía mundial muy frágil
debido a la suma de hechos negativos que lo precedieron como
los desordenes monetarios, la caída en la rentabilidad
empresaria, la desaceleración del circuito de endeudamiento
y consumo privados, el incremento de la capacidad productiva
ociosa. Con el telón de fondo de una crisis de
sobreproducción las economías industrializadas ingresaron
en la llamada “estanflación”, los precios subían al
igual que la desocupación y los aparatos productivos se
estancaban. A partir de allí la tasa de crecimiento económico
mundial fue cayendo tendencialmente, el fenómeno persistió
hasta la actualidad (ver el gráfico 1).
Esto se
tradujo en altos niveles de desocupación y precarización
laboral agravados por la guerra tecnológica entre las
empresas que buscaban preservar o conquistar mercados cada
vez mas duros. En consecuencia se fue imponiendo una
tendencia pesada, de larga duración de desaceleración de
la demanda de las naciones ricas, en los países de la OCDE
la tasa de crecimiento real promedio del consumo privado
final había llegado al 5,1% en el período 1961–73 pero
descendió al 3,1% en 1974–79, al 2,7 % en 1980–89 y al
2,3 % en 1990–99 (1). Lo que a su vez frenó la expansión
productiva convirtiendo a la sobreproducción real o
potencial desatada desde comienzos de los 1970 en un fenómeno
crónico que persistió en el largo plazo.
La
desaceleración económica causó déficits fiscales. Un
achicamiento del gasto público o una mayor presión
tributaria habrían tenido efectos recesivos, por otra parte
existían excedentes financieros de empresas y bancos
(petrodólares, etc.) con serias dificultades para
convertirse en inversiones productivas debido a la situación
de estancamiento.
La solución
al problema fue encontrada por medio del crecimiento de la
deuda pública, de ese modo el endeudamiento de los países
ricos desde los 1980 sucedió al endeudamiento de países
pobres del segundo lustro de los 1970.
Esto se vio
facilitado por la liberalización financiera y cambiaria que
en esa época empujó hacia arriba las tasas reales de interés
y eternizó la inestabilidad de las paridades entre las
monedas fuertes. Los estados necesitaban fondos (para
sostener las demandas internas a través de pagos de
pensiones, subsidios a desempleados, gastos militares, etc.)
que desbordaban las disponibilidades monetarias locales,
entonces acudieron a los inversores internacionales lo que
les obligó a eliminar las trabas a la libre circulación de
monedas, a la compra–venta de títulos públicos y
privados y al desarrollo de negocios financieros. La
financierización empresaria completó el círculo; las
empresas colocaban fondos en títulos públicos pero también
en papeles que intercambiaban entre ellas o bien empapelaban
el mercado bursátil con sus acciones.
La
interacción perversa de tres fenómenos: desaceleración
del crecimiento económico, crecimiento del endeudamiento público
y financierización empresaria, generó un monstruo que
creció sin cesar hasta convertirse en hipertrofia
financiera global alimentada por tasas de interés
relativamente altas que desaceleraban la inversión y la
demanda.
Hacia
comienzos de los 1990 los endeudamientos estatales
comenzaron a ser percibidos negativamente por lo gobiernos
centrales y los grandes grupos económicos (el salvavidas
liberal se hacia cada vez mas pesado amenazando con hundir a
las economías desarrolladas). Por otra parte los excedentes
acumulados por el sistema financiero mundial requerían
nuevas áreas de expansión que les permitieran preservar
sus niveles de rentabilidad, diversos mecanismos adicionales
posibilitaron el sostenimiento de su reproducción ampliada.
La ingeniería
financiera aceleró ese desarrollo, fondos de pensión y de
inversión, bancos y empresas encontraron en la revolución
informática el atajo tecnológico que les permitió crear
“productos financieros derivados” de alta complejidad
(ver el gráfico 1), articular una red bursátil y cambiaria
internacional muy dinámica y otras innovaciones que los
medios de comunicación pintaban como las cabeceras de playa
del nuevo capitalismo planetario triunfante. Esos negocios
atraparon también a familias y pequeños ahorristas que se
incorporaban de manera directa o indirecta, principalmente
en los Estados Unidos, a la euforia de las elites. Se
inflaron valores de acciones y otros activos especulativos,
aumentó la masa financiera global.
Por otra
parte se acentuó y generalizó el llamado fenómeno de las
“economías emergentes”, hacia allí fueron flujos
monetarios que adquirieron e instalaron empresas, compraron
papeles públicos y privados, todo ello en una lógica de
beneficios altos y rápidos que expandieron aun más la
marea financiera. El desmantelamiento de la URSS y otros países
del este europeo generó en los años 1990 una gran evasión
de capitales hacia las economías centrales reforzando dicho
proceso.
Lo que fue
presentado como la incorporación de países
subdesarrollados y ex–socialistas al sistema global de
mercado, a las ventajas del Primer Mundo, no fue sino la
implantación de sistemas de depredación que desarticularon
aún más a esas economías. En ciertos casos presentados
como “exitosos” (como los de Brasil, India, China y
otros países de Asia) fueron instalados o reforzados
mecanismos de superexplotación de trabajadores y/o recursos
naturales al servicio del consumo y la producción de los países
centrales (vía materias primas o productos industriales
baratos).
Finalmente
se desarrolló un fenómeno en sus comienzos marginal pero
que luego se fue instalando en el corazón de la economía
internacional: el espacio de los negocios ilegales,
visibles, desembozados en la periferia, discretos en el
centro (donde residen sus jefaturas estratégicas). Estos
negocios de muy alta rentabilidad se expandieron como una
mancha de aceite cubriendo de áreas mafiosas al sistema
global. Tráfico de drogas y armas, prostitución, golpes de
mano sobre patrimonios públicos periféricos, etc.,
forjaron una masa de negocios que por su volumen y dinamismo
pasó a constituir un factor decisivo de la reproducción de
la economía mundial.
La crisis
asiática de 1997 apareció en su momento como una catástrofe
financiera de la periferia emergente, sin embargo debería
ser vista como una crisis global cuyo corazón se encontraba
en los países centrales envueltos por la desaceleración
productiva y el parasitismo (la burbuja especulativa asiática
de aquellos años no fue mas que una epifenómeno del cáncer
financiero central). Pero al iniciarse la década actual el
motor visible del desorden se presenta claramente en el
centro del mundo: los Estados Unidos y las otras grandes
potencias.
La
profundización de la crisis nos permite ver mas allá de
los juegos conceptuales que fabricaban universos económicos
“monetarios” y “virtuales” despegados de la llamada
“economía real”. Las interrelaciones concretas entre
los fenómenos descriptos demuestran el carácter ilusorio
de las fronteras entre esas supuestas esferas diferenciadas,
no se trata sino de una sola realidad, estructural,
material, social donde la producción de bienes, su
intercambio, los medios monetarios, el empleo, pero también
la política, el Estado, la tecnología, etc., conforman un
único sistema a la deriva.
Al comenzar
el siglo XXI el desborde financiero provoca turbulencias de
gravedad creciente en los países centrales, sus mecanismos
de exportación de la crisis (hacia la periferia) y de
control interno de la marea especulativa devienen
insuficientes ante el volumen alcanzado por esos negocios.
Los productos financieros derivados registrados por el Banco
de Basilia en el año 2000 equivalían a cerca de dos veces
el Producto Bruto Mundial de ese momento, a mediados de 2008
los derivados registrados (algo más de 600 millones de
millones de dólares) equivalen a algo más de diez veces el
actual PBM. Si a ese volumen le sumamos los otros negocios
especulativos en danza llegaríamos a unos mil millones de
millones de dólares, aproximadamente unas 18 veces el PBM,
que algunos autores califican como el “mega agujero negro
financiero de la economía mundial”. Pero la marea
parasitaria no podía expandirse indefinidamente, tarde o
temprano tenía que colapsar y como es lógico el puntapié
inicial fue dado en el centro del centro del mundo; los
Estados Unidos.
Dos
observaciones de carácter general son necesarias
En primer
lugar constatemos que la sobrevalorización de activos
financieros no ha sido otra cosa que un mecanismo de
concentración mundial de ingresos y de saqueo
(desarticulador) económico que ampliaba cada vez mas la
brecha entre los aparatos productivos (globalizados)
dominados por la lógica del parasitismo especulativo y
masas crecientes de pobres y excluidos (principalmente, pero
no solamente, en la periferia). La sobreproducción crónica
se autoalimentaba con su propio veneno
marginalizador–concentrador–financiero.
En segundo
término tenemos que ver al movimiento de financierizacion
de las últimas cuatro décadas como etapa superior, final,
del proceso de expansión financiera del capitalismo
iniciado hacia fines del siglo XIX, evaluado por los textos
célebres de Lenin, Hilferding, Bujarin y otros autores.
Sobre todo es necesario tomar en consideración las
referencias de Lenin acerca del carácter decadente del fenómeno
(2) y de Bujarin respecto de la formación de una clase
capitalista parasitaria, cada vez mas alejada de la cultura
productiva (3).
Podríamos
diferenciar (utilizando la conceptualización gramsciana)
una primera etapa (desde fines del siglo IXX hasta fines de
los años 1960) de “dominación” financiera donde esos
negocios controlaban crecientemente el corazón del sistema
pero lo hacían bajo el disfraz cultural del productivismo
industrial. Le siguió una segunda etapa (iniciada en los años
1970) de “hegemonía” financiera donde el cáncer
parasitario controla integralmente al sistema, arroja a un
costado los discursos productivistas que aún sobrevivían y
convierte su estilo de vida en el centro de la cultura
universal.
Tal vez
debamos establecer una tercera etapa, marcada por una suerte
de parasitismo decadente, irrumpiendo en la primera década
del siglo XXI, caracterizada por la saturación financiera
de la economía mundial empujando hacia el colapso del
sistema donde emergen dinámicas de autodestrucción del
capitalismo pero también de recomposición salvaje, de
barbarie, reedición actualizada y a escala ampliada de la
tentativa hitleriana (si adoptamos esa hipótesis Bush y sus
halcones serían los pioneros de la nueva era).
Las
crisis energética y alimentaria
Habiéndose
cumplido el pronóstico formulado por King Hubbert en 1956
acerca del momento de máximo nivel de la producción
petrolera norteamericana, que como él lo anunció comenzó
a decaer desde comienzos de los años 1970, parecen ahora
cumplirse (utilizando la misma metodología) los pronósticos
más pesimistas referidos al máximo nivel de la producción
petrolera mundial que fijaban la llegada del techo para
antes del fin de la década actual. Desde hace algo más de
dos años y medio la curva de extracción tiende a aplanarse
dentro de una franja que oscila entre los 84 millones y los
88 millones de barriles diarios, tal vez rompa ese techo
pero lo haría muy probablemente forzando la capacidad
productiva racional en áreas claves del sistema
internacional de explotación del recurso y sin conseguir
modificar la tendencia hacia el estancamiento. ¿En que
momento la actual evolución productiva levemente ascendente
se convertirá en declinación?, todo parece indicar que la
duración del estancamiento es directamente proporcional a
la futura tasa anual de declinación. Si la presión de los
grandes consumidores globales consigue someter a los
principales productores (Medio Oriente, Cuenca del Mar
Caspio, Rusia, etc.) obligándoles a súper explotar sus
yacimientos; tarde o temprano podrían producirse colapsos
productivos importantes en algunos de ellos.
La recesión
internacional en la que estamos ingresando anuncia la
desaceleración del consumo petrolero incluso su descenso,
ello debilita la suba del precio haciéndolo bajar en
ciertos períodos, tendencia reforzada por el repliegue de
fondos especulativos que apostaban al alza de su cotización.
Sin embargo el hecho de que nos encontremos en la cima
extractiva global (el “Peak Oil”) o muy próximos de la
misma nos indica la existencia de disparadores
inflacionarios (dinámicas alcistas en el precio del petróleo)
que cuando la extracción comience a descender irán
apareciendo desde niveles cada vez más bajos del Producto
Bruto Mundial. En síntesis, la tendencia de largo plazo es
hacia la suba del precio que no tiene porque ser ordenada, fácilmente
previsible, sino todo lo contrario. Sucesivas entradas y
repliegues de fondos especulativos en dicho mercado atraídos
o repelidos por hechos reales o imaginarios de cada
coyuntura prolongarán hacia el futuro la trayectoria
zigzagueante–ascendente que se viene desarrollando en los
últimos años, provocando inflación, bloqueando el
instrumental anti recesivo de los países capitalistas
centrales.
Una nueva
era de crecimiento económico prolongado necesitaría
sincronizar sistemáticos ahorros de energía y reemplazos
de recursos energéticos y mineros en general no renovables
por recursos renovables o por recursos no–renovables (¿cuales?)
sometidos a nuevas técnicas de explotación cuyas
“inmensas” reservas (relativas) alejarían para un
futuro muy lejano el tema de su agotamiento (esto último es
lo que ocurrió desde fines del siglo XVIII con la explotación
del carbón mineral primero y del petróleo mucho tiempo
después).
Ello
requeriría un salto innovativo, una ruptura capaz de
superar casi dos siglos y medio de una cultura tecnológica
muy densa basada en la explotación intensiva de recursos
no–renovables. No se dispone ni del menor indicio serio de
que esa ola innovadora este apareciendo ni de que pueda
aparecer durante la próxima década.
La irrupción
de los biocombustibles demuestra que efectivamente esa ola
no existe. Su expansión, incluso la más osada, no consigue
superar la penuria energética y el acaparamiento de tierras
fértiles y productos agrícolas con fines energéticos
reduce la oferta alimentaria, trae hambre e inflación.
La
utilización a gran escala de energía nuclear, además de
plantear graves problemas de seguridad, enfrentaría un rápido
agotamiento de las reservas de uranio, por su parte la
expansión del empleo del carbón enfrenta problemas de
costos de reconversión, de muy difíciles adaptaciones
tecnológicas, de polución y finalmente de agotamiento del
recurso. Según recientes evaluaciones las explotaciones
intensivas de las reservas de uranio y carbón (en el nivel
necesario como para suavizar la crisis energética) llevarían
a la declinación de su extracción aproximadamente a partir
del año del año 2030 y posiblemente antes (4).
Las fuerzas
productivas mundiales tal como ahora las conocemos se
encuentran bloqueadas por un techo energético producto de
su propio desarrollo, de su interacción con la
“naturaleza”, aprehendida desde la lógica de la
modernidad, es decir como objeto de depredación (el notable
éxito energético del capitalismo industrial fue en
realidad la antesala de un desastre universal). Por otra
parte el bloqueo energético al crecimiento económico
plantea el tema crucial de la expansión incesante del
producto bruto global, necesidad vital para el capitalismo
pero no para otras formas de organización social donde el
consumo, la posesión de objetos materiales, serían
subordinados a la convivencia humana.
Dicho en
otros términos, la humanidad podría reducir
sustancialmente su gasto de energía produciendo globalmente
menos a condición de reorganizar su sistema productivo en
torno de las necesidades básicas de la reproducción social
liberadas de dictaduras elitistas y parasitarias, es decir
de la cultura occidental–burguesa. Esto que aparece aún
como una propuesta utópica, inalcanzable, sera cada vez más
(a medida que avance la crisis general del sistema) un
programa urgente de sobrevivencia (rehumanización del
“sentido común”).
Pero hoy
estamos sumergidos en plena crisis capitalista donde la
penuria energética constituye una realidad ineludible, en
consecuencia ocupa el centro de la escena la lucha por la
apropiación de dichos recursos entre las potencias
dominantes (USA, Japón, Unión Europea) y sus asociados
emergentes periféricos (China, India). Aparece entonces la
guerra por el control de los yacimientos y las vías de
distribución (oleoductos y gasoductos) y su impacto no solo
sobre el mundo subdesarrollado sino también sobre la
evolución social de los países centrales (por ejemplo la
tesis acerca del “fascismo energético”).
Esa guerra
comenzó en los años 1990 cuando el tema del agotamiento de
los recursos energéticos tenía una difusión marginal. La
ofensiva militar norteamericana sobre Eurasia en algunos
casos solitaria y en otros asociada con la Unión Europea se
inició con la primera guerra del Golfo, siguió con las
guerras de Yugoslavia (flanco izquierdo de la franja eurasiática)
y continuó con las invasiones de Afganistán e Irak, las
amenazas occidentales contra Irán hasta llegar a las
recientes aperturas de nuevos frentes militares en el
Caucaso (enfrentando a Rusia) y en Pakistán. Se trata de
una loca fuga hacia adelante acompañada por la incesante
expansión de la OTAN.
La crisis
económica en curso podría en principio frenar el ímpetu
imperialista aunque no es seguro que ello suceda, también
podría imponerse la alternativa opuesta: la escalada
militarista de Occidente, la experiencia histórica
occidental nos enseña que su anterior mega crisis
(aproximadamente 1914–1945) generó fascismo y guerra. La
descomposición y la recomposición autoritaria constituyen
tendencias visibles que pueden alternarse e incluso
combinarse trágicamente.
Por su
parte la crisis alimentaria está estrechamente asociada al
tema energético. Las transformaciones neoliberales que
liquidaron economías campesinas tradicionales contribuyeron
al problema, por su parte la aparición de nuevas presiones
de demanda de alimentos (por ejemplo de China) y las
avalanchas especulativas sobre esos productos empujaron en
su momento los precios hacia arriba. Pero fue principalmente
la crisis energética la que impulsó los costos agrícolas
a través de los mayores precios de los hidrocarburos.
Las
llamadas modernizaciones agrarias, las “revoluciones
verdes” aplicando tecnologías avanzadas, mas
“productivas”, generaron una aguda dependencia respecto
de los hidrocarburos en los principales sistemas agrarios
del planeta. Luego cuando llegó la crisis de la energía el
remedio buscado a través de los biocombustibles encareció
tierras y productos agrícolas.
Nos
encontramos ahora ante la perspectiva de una subproducción
relativa de alimentos a escala global (paralela a la
subproducción energética) causada por la dinámica general
(el llamado progreso) del capitalismo, su desarrollo tecnológico.
La
crisis de los Estados Unidos
La economía
norteamericana se presenta como el centro generador de las
tres crisis arriba mencionadas, su voracidad energética
opera como la principal catalizadora de las turbulencias en
los mercados petrolero y alimentario, su hipertrofia
parasitaria (especulativa, militar, consumista) alimenta el
desorden financiero mundial. Se trata de un largo proceso de
desarrollo de tendencias internas–externas que hundieron
en la decadencia a la sociedad estadounidense que por su
enorme peso relativo global condicionó la evolución del
resto del mundo (5).
En el último
cuarto de siglo los Estados Unidos sufrieron una profunda
transformación de carácter elitista y parasitario. La
concentración de ingresos fue decisiva, el 1 % más rico de
la población concentraba entre el 7 % y el 8 % del Ingreso
Nacional a comienzos de los años 1980, dicha cifra se eleva
actualmente a cerca del 20 %, por su parte el 10 % más rico
pasó en el mismo período del 33 % al 50% del Ingreso
Nacional.
Pero las
clases altas no convirtieron sus mayores ingresos en mayor
ahorro e inversión sino en la base de una desenfrenada
carrera consumista. El ahorro personal medio (originado en
su mayor parte en las clases medias y superiores)
representaba a comienzos de los años 1990 entre 7 % y 8 %
del ingreso medio disponible, actualmente y desde hace algo
más de un lustro está muy próximo de cero. En el polo
opuesto de la sociedad los salarios de los más pobres
fueron perdiendo velocidad hasta declinar en términos
reales a lo largo de la década actual, ello acompañado por
una creciente precarización laboral. Como resultado de eso
el ingreso real medio de los norteamericanos es hoy inferior
al del año 2000.
El
consumismo avanzó paralelo a la financierización
generalizada, en primer lugar de las grandes empresas que
hacia mediados de los años 1980 obtenían de sus negocios
financieros cerca del 16 % de todos sus beneficios logrados
en el territorio estadounidense, veinte años después esa
cifra se había elevado al 40 % (6).
El avance
parasitario impulsó un proceso de degradación de la
integración social y del cumplimiento de las normas de
convivencia, la transgresión y la criminalidad penetraron
en los más diversos sectores de la población cuya dinámica
elitista generó la criminalización de los sectores
inferiores.
Actualmente
las cárceles norteamericanas son las más pobladas del
planeta, hacia 1980 alojaban unos 500 mil presos, en 1990
cerca de 1.150.000 , en 1997 eran 1.700.000 a los que había
que agregar 3.900.000 en libertad vigilada (probation,
etc.), pero a fines de 2006 los presos sumaban unos
2.260.000 y los ciudadanos en libertad vigilada unos 5
millones; en total más de 7.200.000 norteamericanos se
encontraban bajo custodia judicial (7). En abril de 2008 un
articulo aparecido en el New York Times señalaba que los
Estados Unidos con menos del 5 % de la población mundial
alojan al 25 % de todos los presos del planeta, uno de cada
cien de sus habitantes adultos se encuentra encarcelado; es
la cifra más alta a nivel internacional(8).
La
precarización laboral en las clases bajas sumado al clima
consumista–parasitario proveniente de las clases altas
degradaron severamente la cultura productiva, lo que hizo
cada vez menos competitivo al sistema industrial. El
resultado fue un déficit comercial crónico que llegó en
2007 a los 800 mil millones de dólares, un factor adicional
(y decisivo) del problema es el déficit energético que se
fue acentuando desde comienzos de los años 1970 cuando
empezó a declinar la producción petrolera de los Estados
Unidos que actualmente importa cerca del 65 % de su consumo.
Dicho deterioro fue acompañado por un déficit fiscal
permanente y creciente.
En
consecuencia el Estado, las empresas y las familias fueron
acumulando deudas mientras el dólar declinaba, así se
resquebrajaba el pilar central de la posición financiera
internacional de los Estados Unidos.
El 4 de
octubre de 2008 la deuda del estado federal alcanzaba los
10,1 millones de millones de dólares (a un ritmo diario de
unos 3 mil millones de dólares si tomamos como referencia
los últimos doce meses) mientras que la deuda total (pública
más privada) había llegado a los a los 53 millones de
millones de dólares hacia fines de 2007 (equivalente al
Producto Bruto Mundial de ese año o bien a 3,8 veces el PBI
norteamericano). Se trata en síntesis de una economía que
funciona (cada vez peor) sobre la base del endeudamiento
acelerado.
La
degradación económica y social es agravada por el fracaso
de la estrategia militar del Imperio centrada en la
conquista de una extendida franja territorial eurasiática
que va desde los Balcanes hasta Pakistán pasando por Turquía,
Irak, Arabia Saudita, Iran, los países de Asia central
hasta llegar a Afganistán. En el centro de dicha franja se
encuentran la zonas del Golfo Pérsico y de la Cuenca del
Mar Caspio que albergan cerca del 70 % de las reservas
globales de petróleo. Los Estados Unidos desde el fin de la
Guerra Fría fueron cubriendo ese espacio con bases
militares y ocuparon algunos de sus países. Su victoria les
habría permitido avanzar sobre Rusia, seguramente
realizando una mega tarea de desmembramiento, réplica a
gran escala de lo obtenido en la ex Yugoslavia, para luego
acorralar y someter a China. No se trataba solo de objetivos
energéticos sino a través de los mismos reasegurar su
dominio sobre el sistema financiero internacional.
Más aún,
es necesario superar el reduccionismo económico y percibir
el trasfondo cultural colonialista de Occidente asumido por
la elite dominante norteamericana. Siguiendo la vieja utopía
geopolítica anglosajona descripta por MacKinder hace más
de un siglo esa gran conquista le habría permitido al
Imperio poseer el control planetario (9), los ideólogos de
los halcones llevaron hasta el extremo (grotesco) dicha
ilusión heredera además del “milenio germánico”
anunciado por Hitler.
Pero la
estrategia eurasiática fracasó, la economía decadente de
los Estados Unidos no está en condiciones de asumir una
larga guerra universal, la degradación de su cohesión
social limita las posibilidades de reclutamiento de tropas
lo que les obliga a incorporar mercenarios. Como otros
imperios declinantes del pasado se encuentran atrapados en
una formidable “sobre extensión estratégica” (Paul
Kennedy) que profundiza su crisis.
La
decadencia norteamericana arrastra al mundo capitalista, los
Estados Unidos constituyen el espacio esencial de la
interpenetración productiva, comercial y financiera a
escala planetaria que se fue acelerando en las tres últimas
décadas hasta conformar una trama muy densa de la que
ninguna economía capitalista desarrollada o subdesarrollada
puede escapar (salir de esa red significa romper con la lógica,
con el funcionamiento concreto del capitalismo integrado por
clases dominantes locales altamente transnacionalizadas).
Por otra
parte la crisis norteamericana no es el resultado exclusivo
de factores endógenos, su consumismo parasitario, sus déficits
y endeudamientos han sido funcionales a la crisis crónica
de sobreproducción de carácter global. Las grandes economías
centrales y las nuevas economías emergentes (como China o
India) han podido crecer gracias a la capacidad de absorción
de mercancías y capitales por parte del mercado
estadounidense. En algunos casos se trata de colocaciones
directas de excedentes, en otros de ventas e inversiones en
mercados a su vez enlazados con los Estados Unidos, pero
siempre el Imperio aparece como el motor en última
instancia del sistema universal.
Ahora
cuando los Estados Unidos entran en recesión son seguidos
por las otras potencias
Podríamos
establecer una lazó histórico entre los dos imperios atlánticos
que dominaron todo el desarrollo del capitalismo industrial
desde su origen hacia fines del siglo XVIII hasta el
presente. Primero el Imperio inglés desbaratando en su
etapa juvenil, a comienzos del siglo XIX, la tentativa hegemónica
francesa, más adelante, desde las últimas décadas de ese
siglo acosado por el imperialismo alemán finalmente
derrotado, subordinado luego de dos guerras mundiales en el
siglo XX. Donde la decadencia de Inglaterra fue más que
compensada por el ascenso de los Estados Unidos su hijo
cultural hoy a su vez declinante (pero que antes de acelerar
su descenso derrotó a su enemigo estratégico global: la
URSS). Además este ciclo imperial anglo–norteamericamo
debe ser asociado al ciclo energético apoyado en la
explotación intensiva de recursos naturales no renovables
hoy también declinante (carbón–hegemonía de
Inglaterra–siglo XIX ===> petróleo–hegemonía de los
Estados Unidos–siglo XX).
Crisis
militar
En el
centro del fracaso eurasiático se encuentra el del Complejo
Militar Industrial norteamericano. Su crisis adquiere
dimensión global no solo por la magnitud de su estructura
sino también porque su decadencia arrastra al conjunto de
la OTAN, en especial los grandes aparatos europeos como los
de Inglaterra o Francia.
Irak es el
pantano de los estadounidenses, pero Afganistán (y cada vez
más Afganistán–Pakistán) es el pantano común de todas
la fuerzas occidentales.
El gasto
militar real ha llegado en los Estados Unidos a niveles
nunca antes alcanzados, si a las erogaciones del
Departamento de Defensa (unos 700 mil millones de dólares)
sumamos los gastos militares de las demás áreas del Estado
se llega para este año a cerca de 1,1 millones de millones
de dólares (10).
Limitándonos
a los gastos de los Departamentos o Ministerios de defensa
de los países de la OTAN llegaríamos al 70 % de los gastos
militares globales calculados de ese modo. Y sin embargo no
pueden ganar la guerra en Afganistán luego de más de seis
años de combates (las últimas informaciones disponibles señalan
que mas bien es la resistencia afgana la está obteniendo
victorias) ante lo cual la OTAN ha respondido extendiendo la
guerra hacia Pakistán.
Por otra
parte los Estados Unidos han respondido recientemente a su
empantanamiento en Irak desatando una guerra en el Caucaso,
empujando al combate a la minúscula Georgia contra Rusia,
la segunda potencia militar del mundo.
En ambos
casos para los occidentales el resultado es catastrófico.
Podríamos sumar un tercer ejemplo, el del fracaso de la
ultima invasión israelí al Libano desplegando fuerzas
militares abrumadoramente superiores a las de la guerrilla
Hezbollá y apoyada por las fuerzas norteamericanas
instaladas en la región. También allí se trataba de una
“fuga hacia adelante” que además apuntaba hacia Irán.
Dos
observaciones me parecen útiles
Primero,
nos encontramos ante una grave “crisis de percepción”
de los mandos militares de la OTAN (principalmente de los
norteamericanos) extensible a las elites dominantes de esos
países. No es una crisis pasajera, expresa una degradación
psicológica profunda, un autismo muy desarrollado, que por
su permanencia y avance solo puede ser comprendido si lo
incluimos dentro de un proceso de degradación más amplio
(cultural, económico, político, social).
Segundo,
estas guerras coloniales fracasadas del siglo XXI muestran
la confrontación entre aparatos militares imperialistas
extremadamente costosos y sofisticados y resistencias
armadas populares que pese a la pobreza de sus integrantes,
a sus escasos recursos, demuestran una enorme creatividad técnico–militar.
A
diferencia de las guerras coloniales del pasado donde la
modernidad occidental se enfrentaba al “atraso” periférico
sometiéndolo brutalmente al capitalismo ascendente, ahora
la sofisticada maquinaria bélica imperial lucha contra
fuerzas lo suficientemente “modernas” e informadas como
para combatir con alta probabilidad de éxito. La victoria
cultural planetaria de la modernidad occidental ha terminado
por engendrar un enemigo formidable a sus proyectos de
dominación, la periferia ha profundizado su subdesarrollo,
se ha integrado completamente a la civilización burguesa y
cuando esta entra en decadencia los rebeldes periféricos
disponen gracias a ella de la cultura técnica que les
permite derrotar a su enemigo imperial.
Tal vez
estemos presenciando la última etapa de la larga historia
del capitalismo de estado blindado, del mega aparatismo
autoritario militar fundado en la convergencia entre
ciencia, tecnología, industria y administración pública,
originada en la Europa de fines del siglo XIX pero con
antecedentes en el desarrollo militar de sus estados
burgueses desde la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas
y la Revolución Industrial inglesa. El Complejo Militar
Industrial norteamericano habría llevado este desarrollo
hasta su límite superior, hasta la sofisticación tecnológica
más irracional, hasta un gigantismo operativo que le impide
percibir al “pequeño mundo” real que pretende dominar.
Este probable colapso del militarismo burgués coincide con
la crisis de la financierización del capitalismo, etapa
caracterizada la virtualización parasitaria de la economía,
donde los grandes operadores financieros confunden a la
realidad con un videojuego. Entre la virtualización
financiera y la virtualización militar existen numerosos
lazos culturales, mafiosos, políticos, psicológicos.
Crisis
del Estado
También la
crisis del Estado norteamericano irradia hacia el resto del
mundo y al mismo tiempo expresa un fenómeno universal. No
se trata solo de asociar a Bush, con Berlusconi y Sarkozy
como muestra de la degradación política de los estados
occidentales, debemos ir más allá y enfocar la crisis de
los estados integradores keynesianos (centrales y periféricos,
imperialistas y nacional–desarrollistas) desde los años
1970 – y tal vez antes – y su apropiación por parte de
las elites neoliberales. Dicha revolución política se
correspondió con la financierización acelerada del
capitalismo coincidente a su vez con el fracaso de casi
todos los socialismos del siglo XX: derrumbe de la URSS y su
esfera de influencia, vía libre al capitalismo en China.
El estado
intervencionista fue el producto superador de las crisis
capitalistas ocurridas desde comienzos del siglo XX, su
ascenso estuvo siempre asociado al del militarismo, a veces
de manera visible y otras, luego de la segunda guerra
mundial, bajo disfraz democrático (si observamos la evolución
de los Estados Unidos desde los años 1930 comprobaremos que
el “keynesianismo militar” ha constituido hasta hoy la
espina dorsal de su sistema).
En
numerosos países subdesarrollados durante el siglo XX el
Estado (“socialista”, “nacionalista”, “popular”,
etc.) fue el pilar fundamental de una amplia variedad de
proyectos emancipadores. En el origen más remoto de todas
esas experiencias encontraremos a la transformación
cultural que permitió la superación del capitalismo
liberal desde fines del siglo XIX reinstalando la expansión
del sistema. La herramienta decisiva de dicha proceso fue el
Estado interventor, adoptando para su funcionamiento
soluciones extraídas de la actividad militar como la
planificación centralizada, el verticalismo, etc.
De manera
extremadamente sintética es posible afirmar que el
desarrollo de las fuerzas productivas universales, hasta
llegar a su degeneración parasitaria–financiera actual,
terminó por desbordar a sus reguladores estatales sumergiéndolos
en la mayor de sus crisis.
El
neoliberalismo aparentó ser la expresión de una
globalización superadora de los estrechos capitalismos
nacionales, el mercado era postulado como espacio superior
de desarrollo y su libertad como la condición indispensable
para el éxito de esa nueva transformación; en realidad se
trataba del vigoroso monstruo financiero devorando a su
padre estatal–productivo–keynesiano.
La superación
estatista del capitalismo liberal del siglo XIX no solo marcó
culturalmente a las sociedades centrales sino también a la
periferia donde apareció como el instrumento idóneo para
el desarrollo independiente ante la debilidad o ausencia de
burguesías locales medianamente nacionalistas. Además fue
desde comienzos del siglo XX la componente decisiva de los
proyectos de superación del capitalismo, en esos casos se
trataba de romper con el capitalismo adaptando,
“proletarizando”, vistiendo de socialista a los métodos
del por entonces joven y aparentemente muy eficaz estatismo
burgués.
Pero ese
estatismo envejeció y finalmente fue sometido al poder
financiero globalizado, no fue derribado por el movimiento
insurgente anticapitalista central y/o periférico
presentado como su hijo negador–superador, que rebelándose
desde sus entrañas, regeneraba el desarrollo de las fuerzas
productivas. Esta siendo devorado por otro hijo suyo, astuto
y tonto a la vez, improductivo, cuyo único proyecto es la
depredación (financiera, ecológica, social).
Crisis
tecnológica
El sistema
tecnológico enlaza en un todo coherente técnicas, equipos,
productos, estilos de consumo, materias primas, redes de
comunicación y transporte, visto de un modo más amplio el
mismo se corresponde con, es el núcleo central de, la
civilización burguesa.
El despegue
del capitalismo industrial fue posible hacia fines del siglo
XVIII gracias a un conjunto de innovaciones que imprimieron
velocidad al proceso de acumulación, extendiéndolo de
manera global. Paralela a la expansión colonial las nuevas
técnicas permitieron a la industria independizarse de los
ritmos de reproducción natural de materias primas,
principalmente energéticas. La explotación intensiva de
recursos energéticos naturales no renovables proporcionó
una primera fuente de energía barata y abundante: como ya
señalé el ciclo del carbón mineral se corresponde con el
del capitalismo inglés. La llegada en Inglaterra de la cima
de la producción de carbón a comienzos del siglo XX marcó
el inicio de la declinación del Imperio, fue una de sus
causas. Pero antes de que esto ocurriera se había iniciado
el ciclo ascendente del petróleo con centro en los Estados
Unidos que llego a su cenit hacia 1970.
Este lazo
entre capitalismo industrial y explotación intensiva de
recursos naturales no renovables ha sido decisiva en la
primera configuración y evolución posterior del sistema
tecnológico moderno, sesgó los modelos de producción,
consumo, transporte y comunicaciones. Definió incluso
finalmente al sistema de explotación de los recursos
naturales renovables, como la agricultura y la pesca, insertándolos
en un proceso más amplio de depredación acelerada que
desata ahora una crisis ambiental que se va extendiendo
acompañada por lo que podríamos definir como el comienzo
de la etapa de declinación en la explotación de los
recursos no renovables (Peak Oil, por ejemplo).
Conviene
ahora introducir el concepto de “limite estructural” (¿porque
no “cultural” o “civilizacional”?) del sistema
tecnológico definido por Bertrand Gille como el punto en el
que dicho sistema es incapaz de aumentar la producción en
general o disminuir sus costos o por lo menos impedir que
estos últimos sigan aumentando ante “necesidades
humanas” crecientes (11). No se trata de necesidades
humanas en general, ahistóricas, sino de necesidades
sociales históricamente determinadas (con sus clases
sociales, imperios, poblaciones sometidas, lujos, etc.), en
ese sentido es posible instalar la hipótesis de que el
sistema tecnológico del capitalismo estaría llegando a su
límite superior más allá del cual va dejando de ser la
columna vertebral del desarrollo de las fuerzas productivas
para convertirse en la punta de lanza de su destrucción.
Este limite
tecnológico puede ser visto como parte del fenómeno de
agotamiento de la civilización burguesa dominada por el
parasitismo financiero (que no hubiera podido alcanzar su
nivel actual sin el respaldo de las tecnologías de punta).
Colapsos
ambiental y urbano
Los
colapsos ambientales son tan viejos como las decadencias de
las civilizaciones, Ritchie Carlder comienza su historia de
las técnicas con el siguiente relato:
“La
magnificencia de la Babilonia de Nabucodonosor no existe más.
Junto a sus múltiples guerras la obra principal de
Nabucodonosor fue la extensión y embellecimiento de
Babilonia, reparó el gran templo de Marduk y construyó el
enorme palacio imperial cubierto con numerosas terrazas y
sus jardines colgantes que fueron una de las siete
maravillas del mundo. Reconstruyó la Torre de Babel,
edificio piramidal en cuya cima se levantaba un vasto
templo.
Pero luego
la naturaleza agregó a eso una nota irónica apuntando
hacia las ambiciones del hombre y la explotación a que este
la sometió. El río Eufrates tantas veces manipulado,
desviado de su lecho natural, terminó por vengarse . Un
buen día transformó los alrededores de Babilonia en un
pantano esponjoso donde proliferaron los mosquitos del
paludismo , expandiendo la enfermedad y la muerte,
debilitando a la población hasta el punto en que no estuvo
más en condiciones de mantener la red de canales y cultivar
los campos: la decadencia se aceleró. Es posible afirmar
que fueron los mosquitos y no los mongoles los que
precipitaron la ruina de Babilonia. Antes de que los hordas
asiáticas se convirtieran en la avalancha pagana que
destruyó Babilonia cumpliendo la profecía de Isaias, los
mosquitos habían jugado el rol de comandos del Señor de
los ejércitos.
Alejandro
Magno conquistó Babilonia, invadió Persia e India para
convertirse en amo de civilizaciones más antiguas que la
suya, luego, a la cabeza de su ejército regresó a las
tierras de Babilonia y cuando llegó a ellas cayó enfermo y
murió. “Aqui murió Alejandro Magno“ me decía el técnico
irakí mientras atravesábamos el pantano de Babilonia,
“murió de malaria, el mosquito era el verdadero rey de
Babilonia, recuerde usted que el más poderoso de los dioses
babilónicos, Nergal, era representado bajo el aspecto de un
mosquito” (12).
Georg
Simmel (avanzando en una ruta visitada antes por Marx)
establecía en su obra póstuma la contraposición, el
antagonismo entre la dinámica de la vida creadora y sus
productos (“fijos”) que se “autonomizan” de su
realizador bloqueando o incluso destruyendo su desarrollo
(13). Podríamos llevar ese enfoque hacia una secuencia bien
conocida: el hombre domina a la naturaleza a través de técnicas
que a su vez lo condicionan, asumiendo una cierta “autonomía”
respecto de su creador, desarrollando rigideces que bloquean
el despliegue de sus fuerzas productivas. Obviamente dicha
“autonomía” no es realmente exterior, está presente en
tanto rigidez civilizacional dentro de su propio sistema
social y puede llegar hasta impedirle modificar (superar)
una dinámica técnica que lo conduce hacia la depredación
de su medio ambiente, es decir hacia la destrucción de su
entorno vital. Cuando eso ocurre es porque la civilización
que engendró ese sistema técnico ha llegado a su etapa
senil (la destrucción del medio ambiente es en realidad
autodestrucción del sistema social existente). La historia
de las civilizaciones ha repetido esa secuencia, ahora es
evidente que el capitalismo que no era el fin de la historia
(sino una etapa siniestra de la misma) la vuelve a repetir,
pero la diferencia esencial con los tiempos premodernos es
que hoy ya no nos encontramos frente a una catástrofe
ambiental limitada a una región del mundo sino ante un
desastre de extensión planetaria y de intensidad nunca
antes alcanzada. La radicalidad del fenómeno cuestiona a la
técnica (convertida en “tecnología”) en tanto
instrumento de lucha del hombre contra la naturaleza,
concebida como espacio exterior (hostil) que es necesario
dominar, controlar integralmente, manipulando a gusto sus
ritmos de reproducción, gastando a voluntad sus tesoros.
Además la separación ideológica entre el hombre y la
naturaleza considerada como objeto de explotación es
indisociable de la división del trabajo entre los hombres
superiores, opresores y los inferiores oprimidos
considerados también ellos materia pasiva de explotación.
El
capitalismo no inventó ese estilo pero lo llevó hasta el
extremo límite, hasta un nivel tal que la supervivencia de
la especie humana dependerá cada vez más de la perspectiva
de superación de esa larga historia de disociación ideológica
cuyos resultados prácticos plantean el peligro del colapso
planetario. La radicalidad del fenómeno exige entonces
cerrar un prolongado ciclo de civilizaciones cuya última
etapa es la del mundo burgués.
Estrechamente
vinculado a la cuestión ambiental aparece el tema de la
crisis urbana. También en este caso es necesario
remontarnos hasta un pasado muy lejano, hasta los orígenes
de la civilización. Marx fue terminante al respecto: “La
más importante división entre el trabajo intelectual y el
trabajo material fue la separación de la ciudad y el campo.
La oposición entre la ciudad y el campo inicia el paso de
la barbarie a la civilización, del régimen de tribus al
Estado, de la localidad a la nación, y prosigue a través
de toda la historia de la civilización hasta nuestros días”
(14). A ello es necesario agregar que la expansión urbana
se desarrolló a través de una sucesión interminable
(ascendente en el muy largo plazo) de éxitos y fracasos, de
progresos y degradaciones, donde la ciudad, centro del
poder, de la organización social y de la creación técnica,
emergía como motor decisivo del desarrollo de las fuerzas
productivas pero también como generadora de parasitismo
cuya hipertrofia terminaba siempre por empujar a cada
civilización hacia la decadencia. El proceso fue descripto
mucho antes de la modernidad, por ejemplo en el siglo XIV árabe,
Ibn Jaldún, establecía una teoría de ciclos de civilización
que comenzaba con la imposición de la hegemonía urbana
generando progreso general, continuaba con el ascenso del
parasitismo en la ciudad (donde residía el poder) y concluía
con la decadencia parasitaria y el colapso del sistema (15).
Pero con la
irrupción del capitalismo industrial el sistema urbano se
expandió sin frenos como nunca antes lo había hecho, la
tendencia se aceleró desde mediados del siglo XX y más aún
en sus últimas décadas hasta llegar al establecimiento de
la vida urbana burguesa como patrón único de la cultura
universal (en 2008 la población urbana global alcanzará
las 3.300 millones de personas) (16).
Desde
comienzos de los años 1980, cuando la desocupación y el
empleo precario en los países centrales se hicieron crónicos
y cuando la exclusión y la pobreza urbanas se expandieron
velozmente en la periferia, el crecimiento de las grandes
ciudades fue cada vez mas el equivalente de involución de
las condiciones de vida de las mayorías (megaurbanización
= subdesarrollo caótico). En 1980 la población urbana
periférica era del orden de las 930 millones de personas
contra cerca de 770 millones en el centro (relación 1,2 a
1), en el año 2000 la relación pasó a ser de 2 a 1, las
ciudades desarrolladas crecieron moderadamente llegando a
960 millones y las subdesarrolladas llegaron a los 1960
millones aproximadamente la mitad de estos últimos viviendo
en suburbios miserables. La era neoliberal con su avalancha
de privatizaciones, recortes de gastos públicos sociales y
de infraestructura (principalmente en los países pobres),
exclusión productiva y desregulación operó como un
catalizador de la entropía urbana.
La
descomposición de las ciudades es claramente visible en la
periferia pero no es su exclusividad, se trata de un fenómeno
global aunque es en el mundo subdesarrollado donde se
suceden los primeros colapsos, expresiones mas agudas de una
marea multiforme, irresistible. Pierre Chaunu señalaba como
uno de los síntomas decisivos de la decadencia “la
aparición de ciudades cancerosas de crecimiento anárquico,
destructoras del medio ambiente” haciendo el paralelo
entre los procesos de declinación civilizacional en el
Mundo Antiguo, por ejemplo el Imperio Romano, y la situación
actual (17).
Ciclos
largos e integración de las crisis
El panorama
global asume el aspecto de una convergencia de numerosas
crisis de diferente ritmo e impacto en el corto plazo. Esta
simultaneidad sugiere la existencia de un fenómeno mayor
que las incluye a todas, la idea de crisis–sistémica–general
aparece como respuesta inmediata al interrogante sin embargo
el concepto de sistema se presenta cargado de ambigüedades.
¿De que “sistema” estamos hablando?, ¿de los sistemas
financiero, económico, de hegemonía norteamericana
mundial, de hegemonía occidental o bien del sistema
capitalista como un todo?. Además: ¿se trata de crisis o
de algo mucho más grave?, ¿nos encontramos tal vez ante el
comienzo de un mega colapso potencialmente mortal para el
“sistema”?. Por otra parte con el correr del tiempo son
percibidas nuevas “crisis” que se incorporan a la lista,
por ejemplo a las nueve turbulencias arriba descriptas podríamos
agregar la de los símbolos legitimadores de la modernidad,
sus normas, valores, visiones del futuro, identidades y
todos aquellas representaciones que otorgan sentido a la
existencia (18), más que evidente en los países centrales
y también en los espacios (preferentemente urbanos) de las
zonas más modernas de la periferia.
Empezando
la lista de las crisis con el ocaso de los Estados Unidos,
el mismo aparece como la etapa terminal del ciclo de la
hegemonía anglo–norteamericana que abarca toda la
historia del capitalismo industrial, desde sus orígenes
hacia fines del siglo XVIII, luego derrotando sucesivamente
a sus oponentes francés (guerras napoleónicas), alemán
(las dos guerras mundiales y soviético (guerra fría). Una
evaluación prospectiva rigurosa nos llevaría a la conclusión
de que no existen en un horizonte temporal razonable
sucesores imperiales dignos de ese nombre. La crisis actual,
sobre todo las turbulencias financieras en curso y sus
secuelas comerciales e industriales, confirman plenamente
esa afirmación: las otras grandes potencias están
completamente atadas al destino de los Estados Unidos y
viceversa.
Ese ciclo
bicentenario coincide (se encuentra estrechamente asociado)
con el de la explotación intensiva de los recursos energéticos
no renovables (superciclo carbón–petróleo) corazón del
desarrollo industrial capitalista que pudo despegar y
expandirse vertiginosamente porque sometió a sus ritmos a
las fuentes energéticas (objetivo técnicamente imposible
si se hubiera tratado de recursos energéticos renovables).
Hacia los años
1970 comenzó a declinar la producción petrolera
norteamericana y el crecimiento económico global de las décadas
posteriores, centrado en los países de alto desarrollo
(energéticamente deficitarios) aceleró la depredación
planetaria de esos recursos hasta llegar al agotamiento (en
el transcurso de la década actual) de aproximadamente la
mitad de las reservas. Es decir lo que se conoce como
“peak oil”, cima de la extracción petrolera global,
antesala de su declinación que a su vez (re)introduce después
de dos siglos el tema de la penuria alimentaria.
Por su
parte la financierización acelerada del capitalismo se
desarrolló desde fines de los años 1960 hasta llegar a una
hipertrofia imposible de controlar y que ahora ingresa en un
período de alta turbulencia. El ascenso del capital
financiero como centro dominante del sistema fue detectado
hace casi un siglo, pero no deberíamos detener la historia
allí, es necesario remontarnos a los orígenes del
capitalismo industrial y sus crisis de sobreproducción a lo
largo del siglo XIX. Luego de cada una de ellas y producida
la depuración correspondiente, el sistema no renacía como
si nada hubiera ocurrido, no solo acumulaba las innovaciones
de la etapa anterior a las que agregaba otras sino que
heredaba también algunas heridas, algunas taras, algunos
segmentos parasitarios (por ejemplo financieros) que pasaban
a formar parte de la nueva etapa. Podemos así ver,
siguiendo a Marx, como el capitalismo va transitando una
sucesión de crisis superables apuntando hacia una crisis de
carácter general. La misma no se produjo hacia fines del
siglo XIX o a comienzos del siglo XX porque el capitalismo
no es solo una “estructura económica” sino algo mas
amplio, se trata de un sistema social muy complejo capaz de
generar correctivos, parches o incluso grandes
transformaciones que le han permitido sobrevivir y crecer.
No se trata de la imposición de soluciones salvadoras desde
lo no–económico (por ejemplo desde la esfera política)
impuestas a la irracionalidad económica, sino de una
interacción plural al interior de las clases dominantes que
va diseñando la alternativa más eficaz, el estatismo, el
militarismo, la expansión financiera se conjugaron para
salvar al sistema. Podemos entonces trazar un solo ciclo
capitalista bicentenario bajo hegemonía industrial primero
y financiera después.
El
militarismo moderno tampoco fue una innovación que apareció
de improviso a fines del siglo XIX, su primer desarrollo fue
paralelo a la consolidación del estado burgués en
Occidente y su periferia colonial. La introducción de la
ciencia en la esfera militar y la transformación de esta última
en una estructura de carácter industrial se fue conformando
gradualmente a los largo de ese siglo al final del cual dio
un salto cualitativo. Su hipertrofia aparatista actual,
impulsa y es impulsada por la crisis general, tiene que ver
con el horizonte de penuria energética (guerras eurasiáticas)
y con su expansión incesante bajo predominio europeo
durante todo el siglo XIX y comienzos del siglo XX cuando
despegó el moderno Complejo Militar–Industrial y más
adelante, desde la segunda guerra mundial, bajo predominio
norteamericano (marcado por el “keynesianismo militar”).
Lo que lo convirtió en la era de la financierización
acelerada (desde mediados de los años 1970) en un pilar
decisivo de los negocios industrial–financieros más
concentrados cuya degradación parasitaria lo sobre
determina.
El mito del
Estado ausente o marginal durante la era del capitalismo
liberal del siglo XIX debe ser revisado, fue la resultante
de vulgarizaciones fuertemente impregnadas de ideologismo
burgués que retornaron con fuerza en la era neoliberal. El
estado aún débil a comienzos de dicho siglo fue creciendo
e incrementando sus funciones a medida que la expansión
económica lo permitía y que las crisis del sistema lo exigían
hasta convertirse en el estado–interventor del siglo XX.
La actual degradación del Estado (financiera, cultural, técnica)
es el fin de un largo ciclo y esta enlazada con las otras
crisis ya mencionadas, la hipertrofia burocrática–militar
del Imperio lo afecta de manera directa, los altos círculos
financieros controlan los estados de las grandes potencias
convirtiéndolos en marionetas de los especuladores.
Tanto la
crisis militar, como las crisis energética y alimentaria,
como en última instancia la crisis de la financierización
originada en la crisis de sobre producción crónica nos están
alertando acerca de la existencia de una profunda crisis del
sistema tecnológico de la modernidad, de la civilización
burguesa, incapaz de superar sus bloqueos, de generar una
ola global de innovaciones que posibilite ampliar a largo
plazo la expansión del capitalismo introduciendo
transformaciones decisivas (por ejemplo en el perfil de
consumo energético). El mundo burgués ha quedado
prisionero de su cultura productiva, de sus proezas científicas
y tecnológicas, es decir de una acumulación cultural
demasiado pesada como para que sea removida (renovada) por
una civilización vieja.
La crisis
urbana se deriva directamente del proceso de financierización
que desestructuró aparatos productivos periféricos,
concentró ingresos a escala mundial, elitizó los estados
anulando o disminuyendo su anterior rol integrador.
En fin la
crisis ambiental aparece con lazos directos hacia todas las
crisis mencionadas y de manera muy evidente con el
agotamiento del sistema tecnológico cuya rigidez lo
convierte en el motor de la destrucción ecológica.
Precisamente
esta multiplicación al infinito de “crisis” y su
creciente virulencia e interacción nos está señalando que
nos encontramos frente a la crisis del sistema como
totalidad civilizacional, el mismo ha venido experimentando
en las últimas cuatro décadas diversas crisis parciales,
sobre todo financieras, en el marco de una larga decadencia
general donde el parasitismo depredador fue avanzando de
manera irresistible en todas las esferas de la vida social.
De ese modo la larga crisis del capitalismo convertida en
decadencia derivó finalmente ahora, al final de la primera
década del siglo XXI, en un colapso financiero que podría
llegar a combinarse con otras turbulencias agudas y
transformarse en colapso general de la civilización
vigente. Colapso no equivale de manera inmediata a muerte
pero si se extiende y perdura puede engendrar la
desintegración imparable del sistema (el paralelo con la
decadencia del Imperio Romano es inevitable).
Estábamos
acostumbrados a ver las crisis del capitalismo como crisis
de sobreproducción, de ese modo nos acercábamos a la
realidad pero no conseguíamos entenderla bien. La crisis crónica,
larga, de sobreproducción no impidió el crecimiento económico,
pero exacerbó las tendencias parasitarias, la cultura del
corto plazo, la frivolidad como patrón de comportamiento,
la depredación de fuerzas productivas y ecosistemas, y
empieza a derivar en una crisis de subproducción (centrada
por ahora de manera visible en el techo energético) lo que
nos permite establecer afinidades con decadencias y colapsos
de civilizaciones anteriores al capitalismo (que después de
todo no es tan original como habíamos creído).
En este
nuevo contexto se abren escenarios futuros girando en torno
de desarrollos potenciales visibles e invisibles. La
instauración de un tecno–fascismo imperial cuenta al
parecer en el presente como serias bases de apoyo
evidenciadas a lo largo de la era Bush. Aunque ese poderío
está demasiado enlazado con la crisis en curso, ¿hasta que
punto la crisis puede llegar a deteriorar seriamente dicha
alternativa hasta hacerla impracticable?. Otra perspectiva
“visible” es la de supervivencia de capitalismos de baja
intensidad tanto en el actual centro como en la periferia,
serían la expresión de una prolongada decadencia sin
superaciones en el camino (una suerte de
“mas–de–lo–mismo” pobre y degradado).
La superación
humanista, extendiendo la libertad y la solidaridad,
aboliendo desigualdades, parecería una utopía enterrada en
el pasado, sin embargo una mirada histórica profunda nos
permitiría descubrir un increíble siglo XX (casi
invisible) sepultado por el virtualismo neoliberal. En ese
siglo y por primera vez en la historia de las civilizaciones
centenares de millones de seres humanos ejercieron sus
derechos democráticos aunque en numerosos casos estos
fueron luego bastardeados o aplastados, ingresaron en
sindicatos, eligieron autoridades, hicieron revoluciones
populares e incluso algunas socialistas.
Más aun,
bajo la reciente modernización financerizada (neoliberal)
se han multiplicado las redes de comunicación (internet)
haciendo posibles formas futuras de participación y de
ejercicio de democracia directa nunca antes imaginadas. Este
enorme potencial democrático ha empezado a desplegar
algunas expresiones de lo que podría llegar a constituir
una alternativa o un abanico plural de alternativas de
dimensión universal.
Periodización
Podríamos
periodizar todo el desarrollo del capitalismo industrial
utilizando una curva en forma de campana que representaría
la trayectoria temporal de un indicador del dinamismo del
sistema dividida en cuatro períodos.
Un primer
período, el más largo podría ser definido como de
“capitalismo joven”, sus crisis de sobreproducción
fueron en última instancia crisis de crecimiento, luego de
cada gran turbulencia el sistema se expandía, mejoraba
cuantitativamente y cualitativamente, el optimismo histórico
(progresismo derivado del iluminismo) dominaba la cultura de
las clases dominantes, sus saqueos coloniales eran
visualizados como históricamente positivos desde las
sociedades centrales (y desde las elites coloniales). También
era vista de manera positiva la superexplotacion de recursos
naturales no renovables presentada como proeza técnica y
científica, el mito de una revolución tecnológica
infinita se instaló de manera durable.
Pero en el
capitalismo joven se sucedían crisis que aunque superadas
dejaban secuelas negativas hasta engendrar finalmente un
poder parasitario financiero que hacia comienzos del siglo
XX devino dominante.
Ingresamos
entonces en un segundo período de “capitalismo maduro”
donde la intervención estatal, junto a los parasitismos
militar y financiero, consiguieron controlar las sucesivas
crisis de sobreproducción de las que emergieron algunos síntomas
de decadencia. Esta confusión histórica entre componentes
de decadencia con otros de eficacia y progreso colocó
sucesivas bombas de tiempo en los procesos de ruptura periférica,
con mayor carga trágica en aquellos que anunciaban la
superación del capitalismo. Las primeras fisuras graves del
mundo burgués brindaron espacios favorables para las
revoluciones antiimperialistas y socialistas periféricas
pero la hegemonía cultural del capitalismo las encadenó a
muchos de sus mitos consumistas, tecnológicos,
administrativos, etc. Vistas desde la larga duración de la
historia podríamos ver a estas revoluciones como procesos
pioneros, culturalmente débiles, ante los cuales el mundo
burgués cedió espacio (a empujones) aunque pudo finalmente
acorralarlos, vencerlos, integrarlos a su decadencia.
La tercera
etapa es la del capitalismo senil (19) iniciado en los años
1970 a lo largo del cual se desarrolló una crisis crónica
de sobreproducción que aceleró la financierización del
capitalismo hasta ser hegemónica imponiendo su sello a la
cultura universal. Junto al cáncer financiero se
expandieron las más variadas formas de parasitismo y de
saqueo de recursos naturales y estructuras productivas periféricas.
El crecimiento del Complejo Militar Industrial no se detuvo
con el fin de la Guerra Fría sino que llegó a niveles
nunca antes alcanzados.
Durante la
mayor parte de la era del capitalismo senil las crisis
catastróficas fueron impedidas, reguladas gracias al
instrumental de intervención heredado de la era keynesiana,
la gran crisis fue postergada pero no eliminada del
horizonte. La crisis crónica de sobreproducción asociada a
la superexplotación de los recursos naturales apunta ahora
claramente hacia una crisis general de subproducción
iniciada con las crisis energética y alimentaria. De ese
modo el sistema tecnológico del capitalismo que proclamaba
haber terminado con las crisis de subproducción de las
civilizaciones anteriores, solo afectado por crisis de
sobreproducción hasta ahora controladas, termina hacia el
final de su ciclo generando una crisis de subproducción
planetaria, la mayor de la historia humana.
Finalmente
estallan todas las “crisis” de manera casi conjunta y el
sistema va ingresando en una zona de colapso.
Notas:
(1),
OECD, “National Accounts–Main Aggregates,
1960–1996”, OECD, Paris, 1998; OECD “OECD Economic
Outlook” (varios números).
(2), “El
capitalismo que inció su desarrollo con el pequeño capital
usurario llega al final de este desarrollo como un capital
usurario gigantesco... Todas las condiciones de la vida económica
sufren una modificación profunda a cosecuencia de esta
degeneración del capitalismo” (pág. 767) ... “¿Donde
está la base de este fenómeno histórico universal?. Se
encuentra en el parasitismo y en la descomposición del
capitalismo inherentes a su fase histórica superior...”
(pág. 729). Lenin, “El Imperialismo, fase superior del
capitalismo”, en V.I.Lenin, Obras Escogidas, tomo I,
Ediciones de Lenguas Extranjeras, Moscu, 1960.
(3),
Nikolai Bukharin, “Theory of the Leisure Class”,
International Publishers, 1927.
http://www.marxists.org/archive/bukharin/works/1927/leisure–economics/index.htm
(4),
Energy Watch Group
(http://www.energywatchgroup.org/Reports.24+M5d637b1e38d.0.html);
“Oil Report”, “Coal Report”, “Uranium Report”.
(5), un análisis
mas detallado del tema puede ser encontrado en: Jorge
Beinstein. “El hundimiento del centro del mundo. Estados
Unidos entre la recesión y el colapso”, Rebelión,
08–05–2008, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67099
(6),
“Economic Report of the President”, 2008.
(7),
U.S. Department of Justice – Bureau of Justice Statistics.
(8),
Adam Liptak, “American Exception. Inmate Count in U.S.
Dwarfs Other Nations”, The New York Times, April 23, 2008
(9),
MacKinder escribió que “quién domine el corazón
continental –de Asia– dominará la isla mundial
–Eurasia y África–; quién domine la isla mundial
dominará el mundo". Halford
John Mackinder, “Britain and the British Seas”, su
primera edición fue realizada por Heinemann, London, 1902.
(10),
Chalmers Johnson, "Going bankrupt: The US's greatest
threat", Asia Times, 24 Jan 2008.
(11),
“Histoire des techniques”, sous la direction de Bartrand
Gille, La Pléiade, Paris, 1978.
(12),
Ritchie Calder, “L'homme et ses techniques”, Payot,
Paris, 1963.
(13), Georg
Simmel, “Intuicion de la vida”, Caronte Filosofía, La
Plata, 2004.
(14),
Karl Marx, Oeuvres Philosophiques, tome VI, Editions Costes,
Paris, 1950.
(15), Ibn
Jaldún, “Introducción a la historia universal
(Al–Muqaddinmah)”, Fondo de Cultura Económica, México,
D.F, 1977.
(16),
United Nations Population Fund, Estado de la población
mundial–2007.
(17),
Pierre Chaunu, “Histoire et décadence”, Perrin, Paris,
1981.
(18), Alain
Bihr, “Actualiser le communisme”,
http://www.plusloin.org/textes/Commu.PDF
(19), El
concepto de capitalismo senil fue elaborado en los años
1970 por Roger Dangeville (Roger Dangeville,
“Marx–Engels. La crise”, editions 10/18, Paris 1978) y
retomado en la década actual por varios autores (Jorge
Beinstein, “Capitalismo Senil”, Ediciones Record, Rio de
Janeiro, 2001), Samir Amin , “Au delà du capitalisme
senile”, Actuel Marx –PUF, Paris 2002).
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