Las clases dominantes van a hacer todo lo posible
para echar los efectos de
la crisis sobre los asalariados
¿Adonde va la crisis?
Por Michel Husson
Viento Sur, 17/11/08
Traducción de Alberto Nadal
Este artículo se publicará en
Les
cahiers du socialisme (Québec)
Frente al seísmo actual y al delirio
de los mercados, un poco de perspectiva es necesaria para
comprender las raíces sociales de la crisis. Es tanto más
necesaria si se tiene en cuenta que las consecuencias
sociales de la recesión que viene son considerables.
Una crisis con varios
niveles
La crisis actual no es sólo una crisis
financiera. Combina diferentes elementos que hay que tomar
en su totalidad para comprender su profundidad. Para ir a lo
esencial, es una crisis que afecta a los fundamentos mismos
del capitalismo. Todo comienza con el gran giro de los años
1980, marcado en el interior de cada gran país capitalista
por una degradación de la correlación de fuerzas entre
capital y trabajo en detrimento de los asalariados. Se pone
en pie un nuevo modo de reparto, apoyado en la baja
tendencial de la parte de las riquezas producidas que van a
los asalariados /1. La tasa de ganancia se restablece pero
no conduce a un aumento comparable a la tasa de acumulación
/2. Dicho de otra forma, la parte de la ganancia no
invertida aumenta y engendra un flujo permanente de
“capitales libres” que toman la forma de activos
financieros a la búsqueda de una rentabilidad máxima.
La mundialización ha reforzado este
proceso: la libertad de circulación de los capitales, la
desreglamentación bancaria, el recurso a las
deslocalizaciones, han permitido agravar la presión sobre
los salarios. Reivindicando una hiperrentabilidad máxima,
los mercados financieros imponen sus criterios y reducen los
proyectos de inversión considerados como suficientemente
rentables.
Una primera interpretación consiste en
distinguir el “buen” capitalismo productivo del
“mal” capitalismo financiero. Los mercados financieros
son entonces presentados como un parásito, una excrecencia,
que bastaría con eliminar o “regular” para volver a un
funcionamiento “normal” del capitalismo. Pensamos, al
contrario, que el capitalismo contemporáneo es un “puro
capitalismo” en el sentido de que los mercados financieros
no son una distorsión sino, al contrario, el medio para que
funcione plenamente según sus propios criterios: la esencia
del capitalismo sigue siendo la búsqueda de un beneficio máximo
que pasa por la explotación de los trabajadores y ha tenido
siempre como vocación extenderse al conjunto del mundo.
Pero el rey está desnudo: el capitalismo prefiere no
responder a las necesidades sociales insuficientemente
rentables más que arriesgarse a la bajada dfe la tasa de
ganancia.
La crisis financiera resulta en el
fondo de una reivindicación imposible del capital: obtener
para el conjunto de los capitales invertidos una
rentabilidad en línea con los rendimientos que los activos
financieros procuran en ciertos segmentos. Pero la ley del
valor interviene periódicamente para recordar que el
volumen de las riquezas producidas está limitado por la
extracción de plusvalía, en definitiva, que no se pueden
distribuir más riquezas que las que se producen. Los
activos financieros no son en el fondo más que derechos de
giro sobre la plusvalía. Su valor nominal es en cierto
sentido virtual pues solo cuenta la prueba de su conversión
en bienes reales, lo que parafraseando a Marx, se podría
llamar el gran salto mortal del mundo del capital ficticio
al de la mercancía.
Todo esto no tiene nada de abstracto y
corresponde a la experiencia que han conocido ya y pueden
conocer de nuevo los asalariados cuyas jubilaciones dependen
del destino de los fondos de pensiones. Para ellos, el salto
mortal se produce cuando hacen valer sus derechos a la
jubilación y descubren que su nivel real depende de las
cotizaciones en Bolsa del día. Un análisis reciente nos
enseña así que durante los últimos quince meses, la
crisis financiera ha ocasionado en los Estados Unidos una pérdida
de 2.000 millardos de dólares para los fondos de pensiones
/3.
Políticas neoliberales y
“técnicas” financieras
Para que la burbuja pueda tomar su
auge, los capitales disponibles no bastan; es preciso también
que la reglamentación no constituya un obstáculo. Sin
embargo, ha sido burlada por decisiones de orden político y
por la puesta en marcha de sofisticadas innovaciones
financieras y de prácticas cada vez más opacas. Se puede
citar el "apalancamiento" que permite multiplicar
la suma de la que dispone una institución financiera
inicialmente. Los productos derivados permiten operaciones
complicadas de compra y de venta a medio plazo. Los bancos
pueden desprenderse de sus créditos dudosos colocándolos
con otros en una especie de estuche–sorpresa que puede
luego ser vendido bajo la forma de título (de ahí el término
de titulización). El riesgo ligado a los diferentes créditos
se pone a circular y no forma ya parte del balance,
escapando así a las reglas prudenciales que imponen una
cierta proporción de fondos propios.
La crisis de las subprimas ha estallado
en un segmento relativamente estrecho, el de los préstamos
concedidos a familias pobres y garantizados por la casa que
compraban. Estos contratos eran verdaderas estafas puesto
que los bancos sabían pertinentemente que no serían
devueltos. Pero la titulización permitía librarse de
ellos. El cambio de signo del mercado inmobiliario ha
coincidido con las primeras quiebras de familias: la venta
de las casas hipotecadas con esos créditos podridos no era
ya posible, de ahí un precio que no cubría ya el crédito
inicial. La crisis inmobiliaria ha desencadenado a
continuación una reacción en cadena: los bancos han
descubierto sus pérdidas una tras otra, se han visto
progresivamente incapaces de obtener nuevas fuentes de
financiación para cubrir estas pérdidas. Para frenar una
serie de quiebras en cascada, los Bancos centrales y los
gobiernos han inyectado dinero o “nacionalizado” una
parte de los bancos.
Una crisis mundial
Desreglamentación, mundialización y
financiarización van parejas. Lo que hay de nuevo en la
fase actual de la mundialización, es que concierne a la
producción que se hace a caballo de varios países o
continentes y que pone directamente en competencia a los
asalariados del mundo entero. Esto supone una libertad total
de circulación de los capitales uno de cuyos aspectos es la
desreglamentación que les permite efectivamente ir y volver
a su antojo. La financiarización multiplica los efectos clásicos
de la competencia permitiendo a los capitales “libres”
hacer presión para alcanzar la rentabilidad máxima.
Esta crisis es la primera que reviste
un carácter mundial. Sin embargo, ha nacido en el seno de
la economía más poderosa y se puede afirmar que marca el
fin de un modelo. En efecto, desde al menos hace quince años,
el crecimiento de los Estados Unidos estaba fundado en una
tendencia al sobreconsumo financiada por el resto del mundo.
En el interior, la tasa de ahorro de las familias baja
constantemente desde hace un decenio y es hoy casi nulo.
Este dinamismo del consumo estaba además reforzado por el
endeudamiento. De esta configuración resulta el déficit
comercial que se ha abierto en proporción con este
sobreconsumo. El modelo no podía mantenerse más que con la
condición de que el déficit fuera financiado por entradas
de capitales provenientes de los países con excedentes (países
emergentes y/o productores de petróleo) /4.
Se constata que el modelo
estadounidense se base en una doble imbricación de los
mercados financieros y de la economía real. En el interior,
son el crédito hipotecario y el enriquecimiento patrimonial
los que han tirado del consumo; en el exterior, son los
capitales quienes lo han financiado. Este modelo no era
sostenible, como lo mostraban en los estados Unidos mismos
economistas simplemente lúcidos. No ha podido mantenerse
tanto tiempo más que por una verdadera huida hacia delante
que explica la amplitud de la crisis actual. La precedente
fue el estallido de la “burbuja internet” en 2000.
Choque considerable que fue amortiguado por un conjunto de
medidas, las principales de las cuales fueron el aumento de
los gastos militares y la bajada del dólar. De una cierta
forma, los factores de dominación política y militar de
los Estados Unidos venían a sustituir a un dominio
estrictamente económico en declive.
Este modelo no puede ya funcionar, y no
hay en el horizonte previsible modelo de recambio. Una de
las líneas de fuerza del período abierto por la crisis es
entonces la siguiente: a falta de poder reequilibrar su
modelo de crecimiento, los Estados Unidos van a intentar
rebotar sobre el resto del mundo los costes de una incierta
transición. Es sobre el curso del dólar donde van a
cristalizarse las previsibles tensiones, porque su bajada
puede influir sobre la actividad económica en Europa y
desanimar el aflujo de capitales que sigue siendo necesario.
Es difícil precisar mejor los contornos de este
“ajuste” pero es seguro que la evolución económica
mundial será en gran parte determinada por las medidas
tomadas en Estados Unidos para imponer al resto del mundo
los costes de la salvaguardia de su dominación.
La trayectoria de la
crisis
El en el momento en que se escriben
estas líneas (11 de octubre), la situación es
verdaderamente desastrosa, puesto que la caída de las
cotizaciones bursátiles no ha podido ser frenada por una
amplia serie de medidas y de tomas de posición sin
precedentes: el plan Paulson ha sido votado, se han
inyectado sumas considerables, se han llevado a cabo
nacionalizaciones parciales, y los principales bancos
centrales han bajado su tasa de interés de forma coordinada
medio punto. Que todo esto se haya hecho no es fácil de
explicar. Asistimos sin duda a un pulso entre las
autoridades y un cierto número de intervinientes que
quieren aún más bajo la forma de dinero fresco o la compra
de sus activos podridos. Algunos bancos apuestan
probablemente por la posibilidad de comprar otros a un
precio aún más de saldo.
Pero el panorama general es el de un
verdadero pánico que gana a los dirigentes. Que Jean –Claude
Trichet, el presidente del Banco Central Europeo, haya
podido dirigirse a los mercados diciéndoles “calmaos”
dice mucho sobre este estado de desconcierto que no es
fingido. Pero hay algo de racional en este pánico, es la
intuición de que tras la crisis financiera se dibuja una
verdadera crisis económica. Es probablemente el hecho de
que la recesión ha tomado ya el relevo al crash bursátil
el que obstaculiza una salida de la crisis financiera que se
podía razonablemente esperar teniendo en cuenta la amplitud
de los diferentes planes de rescate.
El espectro de 1929 está
reapareciendo. Hasta ahora, muchos observadores podían con
razón subrayar la diferencia con 1929: los gobiernos y las
autoridades financieras habían tomado esta vez la medida de
la crisis y su intervención impediría que se produjera el
mismo escenario que en 1929. No era falso, pero la
incapacidad de estas intervenciones para morder en la
situación y para recuperar las Bolsas conduce a cambiar de
perspectiva.
Lo que está en adelante al orden del día,
es la recesión económica sin más. El FMI acaba de revisar
a la baja sus previsiones /5: en 2009, el crecimiento sería
poco más o menos nulo (0,5%) en los países desarrollados
tras una fuerte ralentización en 2008 (1,5%). El
crecimiento mundial, sostenido por los países emergentes y
en desarrollo se ralentizaría al 3%. Para el FMI, “la
recuperación no está todavía a la vista” y no podrá
ser sino “gradual cuando llegue”. Un tal escenario es
cualitativamente el único que se puede adelantar. Llegará
un momento en que las Bolsas toquen fondo y comiencen a
subir, sin que se pueda decir hoy qué grado de intervención
pública será necesario. Pero la salida de la crisis
financiera será, y ya es, extremadamente costosa y la
recesión tomará inmediatamente el relevo. Es el credit
crunch (nadie quiere ya prestar a nadie) el que asegura el
interfaz entre las dos crisis. Las restricciones de crédito
a las familias se añaden a la bajada del poder de compra,
la actividad de las empresas está bloqueada por la falta de
crédito, y este fenómeno afecta en este momento a gigantes
industriales como Ford o General Motors, ya amenazadas por
la caída de sus ventas.
Contrariamente a otros episodios
similares pero de menor amplitud, la vuelta a la normalidad
tomará un tiempo proporcional a las sumas engullidas, y lo
más probable es un escenario a la japonesa. La crisis
bancaria e inmobiliaria del comienzo de los años 1990 había
desembocado en un decenio de crecimiento casi nulo de la
economía japonesa. Con una diferencia sin embargo: se habían
podido invocar en el caso japonés errores de política económica,
mientras que el factor principal de bloqueo será la
dificultad de definir una configuración coherente de la
economía mundial. La crisis es en efecto una crisis
estructural que hace imposible la vuelta a los modelos de
crecimiento seguidos por los Estados Unidos y la Unión
Europea e incluso, en un horizonte más incierto, por China.
Las repercusiones sociales
Una gran incertidumbre pesa pues sobre
la trayectoria de la economía mundial. Pero una cosa es
segura: las clases dominantes van a hacer todo lo posible
para echar los efectos de la crisis sobre los asalariados y
sobre la mayoría de la población. La factura de la crisis
financiera y la recesión van a combinarse para pesar sobre
el empleo, el poder de compra y sobre los presupuestos
sociales. Para impedir a los capitalistas restablecer sus
ganancias en detrimento del bienestar social, existen
entonces dos principales ejes de respuesta.
El primero es la nacionalización
integral de los bancos y los seguros. No se trata aquí de
hacer demagogia sino de aportar una respuesta simplemente
coherente a la crisis financiera. El dinero público de los
diferentes planes de rescate puede no servir más que para
comprar los títulos “tóxicos” que han desencadenado la
crisis. Sería demasiado fácil que los bancos y otras
instituciones financieras vean sus pérdidas cubiertas por
fondos públicos a la vez que conservan sus ganancias. Sin
embargo, es ésta claramente la función, por ejemplo, del
plan Paulson en los Estados Unidos, como lo muestra un
economista del banco francés poco sospechoso de
anticapitalismo /6.
Solo una nacionalización que no fuera
parcial y no se limitara a tomas de participación
provisionales permitiría verdaderamente “abrir los libros
de cuentas”, consolidar los créditos cruzados, salvar a
las víctimas de las estafas subprimas más que preservar
los beneficios bancarios. Los reconvertidos abogados de las
finanzas no tienen más que una palabra en la boca, la de
regulación. Pero las regulaciones que existían han sido
todas burladas por innovaciones financieras cada vez más
sofisticadas y no existe autoridad para hacerlas aplicar a
nivel mundial. Hay evidentemente que sostener medidas como
la prohibición de paraísos fiscales pero no se puede
otorgar confianza a las autoridades monetarias para regular
de forma duradera las finanzas.
Además del control que permite, esta
nacionalización debería desembocar en la creación de un
polo financiero público, reconociendo así que el crédito
y los seguros tienen que ver con un servicio público. La
crisis actual ha demostrado que la finanza privada conduce a
la catástrofe social. Queda en suma que rehabilitar la idea
de un crédito duraderamente nacionalizado, lo que no es
posible más que si se pone en pie una gestión democrática
que ponga al crédito al servicio de las prioridades
sociales.
El segundo eje trata sobre el reparto
de las riquezas y se basa en una idea simple. Si hay recesión,
sería intolerable que los asalariados sufrieran una nueva
degradación de su situación, únicamente para que las
empresas pudieran continuar pagando dividendos. El medio mas
claro de afirmar esta exigencia es proponer un plan de
transferencia de los dividendos hacia un fondo para el
empleo y los salarios, gestionado también bajo control de
los trabajadores. Al mismo tiempo, y se trata de una medida
de urgencia mínima, el mínimo del poder de compra debería
ser garantizado por la escala móvil de salarios, dicho de
otra forma por su indexación con los precios.
En los dos casos, debe ser defendido un
principio esencial, el del control democrático. Corresponde
a la idea perfectamente legítima según la cual los
asalariados no tienen que pagar los gastos del salvamento
del capitalismo y deben tener un derecho de fiscalización
sobre las medidas tomadas y el reparto de las riquezas. La
crisis del capitalismo no implica mecánicamente una mejor
correlación de fuerzas a favor de los trabajadores; tiene
al contrario muchas posibilidades de ser el pretexto para
nuevos retrocesos sociales. Pero la ruina del sistema abre
al mismo tiempo un espacio nuevo a las luchas sociales que
serán tanto más victoriosas y portadoras de futuro en la
medida en que tomen una dimensión anticapitalista clara.
Notas:
1.– Michel Husson, « La hausse
tendancielle du taux d’exploitation », Inprecor n°
534–535, enero–febrero 2008.
2.–
Michel Husson, « Le taux d’accumulation ne suit plus le
taux de profit », notehussonet n°2, 25 septiembre 2008.
3.–
Peter Orszag, « Effects of financial market turmoil on
pensions », 7 octubre 2008.
4.– Michel Husson, « Etats–Unis :
la fin d’un modèle », La Brèche n°3, 2008.
5.–
FMI, World Economic Outlook, Octubre 2008.
6.–
Patrick Artus, « Le but ultime du plan de sauvetage des
banques aux Etats–Unis s’il est mis en place : redonner
de la rentabilité aux banques », Natixis, Special report n°97,
26 septiembre 2008.
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