Quebrados
en Washington
La
fallida cumbre del G–20
Por
Mike Whitney (*)
Counterpunch,
18/11/08
Sin Permiso, 23/11/08
Traducción de Ernest Urtasun Domènech
Como se
esperaba, la cumbre del G–20 en Washington demostró ser
un auténtico fracaso. No se resolvió ninguno de los
problemas que han llevado a la economía global al borde del
desastre y ninguno de los protagonistas principales que
jugaron con el sistema a través de sus títulos tóxicos
fue responsabilizado. En lugar de ello, los dignatarios
presentes se empecinaron en un vacío “Documento sobre los
mercados financieros” que no logró absolutamente nada. La
única cláusula que merece ser destacada en todo el
documento es una acusación de dos párrafos a los Estados
Unidos como autor de la crisis financiera. Al menos
acertaron en eso.
Aquí
tienen un extracto del texto:
“Los orígenes
de la actual crisis: durante un período de fuerte
crecimiento global, de aumento de los flujos de capital y de
prolongada estabilidad al principio de esta década, los
agentes del mercado buscaron mayores rendimientos sin un
adecuado cálculo de los riesgos y fracasaron a a la hora de
actuar con la debida diligencia. Al mismo tiempo, laxos
criterios en el suministro de servicios financieros, prácticas
demenciales de gestión del riesgo, productos financieros
cada vez más complejos y opacos, así como el consiguiente
excesivo apalancamiento combinado, crearon vulnerabilidades
en el sistema. Los responsables políticos, reguladores y
supervisores en algunos países avanzados no han apreciado y
afrontado de forma adecuada los riesgos crecientes en los
mercados financieros, ni han
marcado el paso de la innovación financiera, ni han
tenido en cuenta las ramificaciones sistémicas de las
acciones reguladoras nacionales.
“Importantes
factores subyacentes a la actual situación han sido, entre
otros, inconsistentes e insuficientes políticas macroeconómicas
coordinadas y reformas estructurales inadecuadas, que
desestabilizaron la macroeconomía a escala global. Dichas
pautas, juntas, contribuyeron a generar excesos y al final
acabaron en una grave disfunción del mercado”
¡Bingo! El
contagio empezó en Wall Street y allí es donde recae la
culpa. Fue el resultado de la imprudente política de la FED
de mantener los tipos bajos, y de la falta de supervisión
gubernamental. Ello permitió a los agentes del mercado
crear grandes cantidades de capital apalancado a través de
apuestas especulativas sobre instrumentos de deuda
descapitalizados.
El
hundimiento consiguiente del valor de todos los activos de
cualquier clase ha creado un gigantesco agujero de varios
billones de dólares en el sistema financiero global que ha
precipitado violentas oscilaciones en las bolsas, reducido
el crédito, dislocado las divisas y aumentado el desempleo
y la inflación. Casi todos los males económicos tienen su
origen en la legislación promovida por responsables clave
de la administración de Clinton y Bush. (Muchos de los
cuales ocuparon cargos en la Casa Blanca de Obama). Las
conclusiones del G–20 culpan a quien deben: a la Reserva
Federal y a Wall Street.
Pero eso no
es ninguna novedad. No hay razón para recordar el pasado, a
menos que haya un interés específico en llevar a los
culpables ante la justicia, o a menos que los líderes
reunidos se tomen en serio establecer normas para un nuevo régimen
económico. Pero no es el caso, razón por la cual la charla
fue tan solo otro festival de politiquería falta de
cualquier reforma seria.
Fue
interesante, sin embargo, escuchar a Bush en un poco
habitual e improvisado momento admitiendo que las decisiones
extremas tomadas por la FED y el Tesoro norteamericano
(teniendo en cuenta que Bear Stearns quebró hace 17 meses)
tenían como objetivo evitar lo que él llamó “una
depresión mayor que la gran depresión”. Tratándose de
Bush, es todo un reconocimiento; es también una vindicación
de lo que CounterPunch ha estado diciendo en esta web
durante más de dos años. Y a pesar de que Bush rehusó
cualquier responsabilidad personal enlas políticas que
llevaron a la crisis, parece evidente que tiene algún
rudimentario instinto que le hace ser consciente de su
gravedad. Es un inicio. Tal y como famosamente dijo a la
prensa: “Este mamón puede irse a pique”.
A pesar de
los llamamientos a favor de reformas que tengan sentido, la
cumbre sólo refuerza el status quo; el mismo antiguo
sistema financiero dirigido por los EEUU. De hecho, parece
que hay un consenso creciente sobre la necesidad de que sea
el FMI el que encabece los programas que den liquidez a los
países en desarrollo que están siendo machacados por la
crisis. Es un importante paso atrás. Devuelve al FMI –auténtico
puño de hierro del Tesoro norteamericano— su antigua
gloria, posibilitándole volver a usar sus créditos
extorsionadores empujando a naciones con problemas hacia el
ajuste estructural, la privatización y los sueldos de
esclavo. Las reuniones están dando oxígeno a las fallidas
políticas neoliberales, que deberían haber sido canceladas
para siempre.
La
declaración del G–20 invoca el mismo ritual absurdo
favorable al crecimiento y el libre mercado. Favorecer el
crecimiento significa bajos intereses al crédito,
permitiendo a los especuladores del mercado beneficiarse del
flujo seguro de capital barato mientras los trabajadores
quedan bloqueados intentando equilibrar sus finanzas en base
a salarios estancados y a un dólar que se deprecia. Es una
manera de asegurarse que el tablero de juego será siempre
favorable a Wall Street. Defender el crecimiento no
significa reforzar la actividad productiva o la fabricación
de bienes que los consumidores quieran comprar; significa
expandir el crédito a través de contratos derivados y
otras inversiones apalancadas para maximizar beneficios
partiendo de dinero tomado en préstamo. El objetivo a largo
plazo es poner al sector financiero por encima de los
sectores productivos de la economía real. Es un programa
destinado a mantener la hegemonía del dólar y Wall Street
sobre las finanzas globales.
La
declaración del G–20 también rechaza el proteccionismo
que defiende los intereses del trabajo y las industrias
nacionales claves. Una vez más, ello sólo ilustra el
flagrante sesgo pro–Wall Street
de estas reuniones, en las que ninguno de los líderes
representó los intereses del trabajo o de los sindicatos.
El trabajador se puede ir al infierno.
El grupo
pidió más estímulos gubernamentales para minimizar los
efectos del enfriamiento de los mercados crediticios, del
desempleo y de la deflación. También pidieron mayor
“transparencia y responsabilidad”, a pesar de que
probablemente no tendrá ninguna consecuencia. Wall Street
no está en disposición de perder su gallina de los huevos
de oro. Sus operaciones fuera de balance, sus activos de
Nivel 3 “market to fantasy”, su comercio “dark pool”
y sus opacos y enrevesados métodos de contabilidad. Todo
ello es lo que gusta a los alquimistas, lo que permite a
“gurús” de la inversión con poco talento y aún menos
escrúpulos convertir instrumentos de deuda exóticos en oro
puro. Esperan mucho debate y acción por parte de Paulson en
relación a la transparencia, mientras no revelan prácticamente
nada sobre sus oscuras actividades.
Como no podía
ser de otra manera, aparecieron las brillantes sandeces
sobre el “control de la innovación financiera”,
preservación del “dinamismo” del mercado y lucha a
favor de una “menor pobreza”. Alguno de los líderes
incluso pidieron, con semblante serio, la creación de un
“colegio de supervisores” para los reguladores bancarios
y límites a los sueldos de los ejecutivos para “evitar
que tomen riesgos excesivos”. Sorprende que las naciones
en desarrollo, muchas de las cuales han sido víctimas de
las políticas duras del FMI, hayan permitido que dichos
disparates se incluyan en la copia final. Es como un
extracto de las memorias de Milton Friedman. Nadie alojado
en las suites del centro de Manhattan va a demorar pago
alguno ni a perder una hora de sueño por la “reducción
de la pobreza”. Estos chicos son trileros cuya vida
laboral consiste en meter la mano en los bolsillos de
inversores inconscientes.
Lo que
realmente es necesario en lugar de todo este divertimento
sin sentido es un estricto cumplimiento de un listado básico
de normas. Las normas de las instituciones financieras han
sido articuladas por bastantes analistas del mercado como
Kart Denninger (Market Ticket) en su “Genesis Plan”:
1. Obligar
a que todos los activos fuera de balance vuelvan al balance,
y obligar a sacar los modelos de valoración e identificación
de activos individuales fuera del Nivel 3 e incluirlos en el
10Qs y el 10Ks. Ejecutar dicho requerimiento empezando con
el período de evaluación del 3Q 2008 que empieza el año
que viene. (Por ejemplo, todos los activos deben ser
contabilizados en los balances bancarios).
2. Forzar a
todos los derivados del mercado extra bursátil a ser
negociados en un mercado regulado similar al que se usa en
las “listed options” o los mercados de valores. Ello
desactivaría definitivamente la bomba de relojería que
suponen los mercados de derivados. Dar a los agentes del
mercado 90 días para hacer dichos cambios. Cualquiera que
no estuviera en la lista en 90 días sería declarado nulo;
dejar a los agentes del mercado demandarse entre ellos si no
son capaces de demostrar la adecuación de su capital. (Ello
crea un mercado público que permite a los reguladores saber
si los contratos sobre derivados están suficientemente
capitalizados o no).
3. Obligar
a que el apalancamiento de todas estas instituciones tenga
una ratio no superior a 12:1. La SEC (Agencia de supervisión
del mercado de valores) descendió intencionadamente los límites
del apalancamiento entre el broker y el negociador en 2004;
antes de ello el límite era 12:1. Cada compañía quebrada
ha doblado por lo menos el apalancamiento establecido en
dicho límite. Ejecutar dicha medida con un límite temporal
de seis meses y requerir una reducción de un sexto del
exceso mensualmente. (Los cinco mayores bancos de inversión
reconocieron una valor en activos agregado de 4$ billones
antes que Bear Stearns quebrara. Muchos, por no decir la
mayoría, de esos activos sin valor se encuentran ahora en
el balance de la FED asumidos por los contribuyentes
americanos. Demasiado apalancamiento sencillamente significa
que el contribuyente paga la diferencia cuando el banco
quiebra).
Aquí
está el quid de la cuestión. Cumple las normas o vas a la
cárcel
Por
supuesto que [la irresponsablemente abrogada ley] Glass
Steagall deberá ser recuperada en una forma a la altura de
los tiempos, para separar a la banca comercial de la banca
de inversión. Las agencias de “rating” como Moody’s y
S&P deberán ser desprovistas de cualquier conflicto de
interés. No pueden ser pagadas por las mismas instituciones
financieras que les encargan los análisis de “rating”;
eso es un punto muerto. La cuestión más importante es
devolver la confianza a los mercados a través de la
transparencia. En estos momentos, el bloque de Obama está
acumulando la misma colección de arpías de Wall Street que
presionaron [bajo Clinto] para revocar la ley Glass Steagall,
lo que permitió que los derivados pudieran negociarse fuera
de un mercado público. Creen que pueden mantener el mismo régimen
financiero con tan solo un lavado de cara usando la
credibilidad de Obama para disimular sus actividades. Por
eso es fundamental para las naciones con mayores reservas de
capital que se establezca un modelo independiente para dar
respiro a los países en desarrollo afectados por la crisis
financiera. Si no es así, el FMI (es decir, el Tesoro
americano) continuará enredándolos en su telaraña de
deuda.
El mundo no
necesita un nuevo Bretton Woods o un nuevo orden mundial.
Necesita una visión competente de las finanzas globales.
Una visión dispuesta poner fin a la tiranía del dólar, a
la política de las superpotencias y a la política económica
del “pídele dinero a tu vecino”. Un sistema que
refuerce la soberanía nacional, la cooperación y el
derecho internacional. Eso es sobre lo que debería estar
discutiendo el G–20, en lugar de perder el tiempo
intentando sostener un sistema que está podrido por dentro.
(*)
Mike Whitney es un analista político independiente que vive
en el estado de Washington y colabora regularmente con la
revista norteamericana CounterPunch.
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