Cumbre del G–20: frases que dicen
todo y nada
Por Michael R. Krätke (*)
Freitag, 21/11/08
Traducción de Amaranta Süss
Sin Permiso, 23/11/08
Raras son las cumbres precedidas de
tantos laureles. La cumbre del G–20 en Washington tenía
que salvar al mundo del desastre de una nueva Gran Depresión.
Ardua tarea. Junto a los Estados del G–8, estaban esta vez
también presentes países emergentes como China, Brasil,
Indonesia, México y Turquía (juntas, las 2º naciones
representan casi el 85% del producto económico global).
Un nuevo Bretton Woods, ni que decir,
tiene no hubo. En cambio: fórmulas convencionales de las
cabezas de la elite: más “transparencia” que antes,
limitación de las bonificaciones de los ejecutivos,
vigilancia más estrecha de los fondos hedge de cobertura,
obligación de cooperar para los paraísos fiscales, cuotas
de capital más elevadas para los negocios de alto riesgo.
Una colección de bienintencionados reconocimientos, esos
que no vienen mal a nadie; una sarta de buenas intenciones y
bellos propósitos, tan del gusto de la señora Merkel.
Las causas decisivas de la crisis
financiera mundial quedaron fuera de consideración. Ni las
monstruosas montañas de deuda, ni la inundación de dólares
que anega al planeta recibieron siquiera mención. Por no
hablar del diluvio especulativo, de la parálisis crediticia
que los bancos centrales no han logrado mitigar, de que la
economía de los EEUU es la economía más deficitaria del
mundo y vive a costa de los demás, o –y no es lo menos
importante— del papel desempeñado por Alemania y China,
los campeones mundiales de la exportación, que celebran sus
triunfos cuenta de sus vecinos. Sólo rutinariamente y con
la boca pequeña se habló de las miserias de una economía
mundial extremadamente desequilibrada, como si ni siquiera
se comprendiera la dimensión de la crisis. Salvo las
consabidas banalidades de anteayer, se diría a que los
Merkels, Bushs y Browns no se les ocurre qué decir sobre la
crisis mundial.
Sus Estados están conmovidos hasta los
cimientos, pero no su ideología. Impasibles, repiten una y
otra vez el mantra del “libre mercado” y la mentira de
la “economía social de mercado”, y previenen
oracularmente contra la “sobrerregulación” y el
“proteccionismo”. A dñia de hoy, todavía no han
entendido que esta crisis financiera ha acontecido en uno de
los mercados más vigorosamente regulados y vigilados del
mundo. A Merkel y a Steinbrück parece escapárseles también
que proceden de la UE, es decir, del espacio económico más
vigorosamente integrado
y regulado del mundo. Como gestores de la crisis económica
mundial, damas y caballeros, constituyen ustedes un equipo
manifiestamente mejorable.
Lástima que
tampoco los dirigentes de los países en desarrollo
tuvieran valor o amplitud de miras bastantes para hablar con
claridad y exigir algo que, al menos en principio, pudiera
ser revolucionario: como un impuesto a las operaciones de
las bolsas mundiales, primordialmente al comercio de divisas
y de derivados financieros, o como una limitación bursátil
universal capaz de poner freno al explosivo crecimiento de
la especulación financiera totalmente incontrolada en el
comercio realizado fuera de las bolsas. ¿Cuándo, si no
ahora, en medio de la hasta ahora mayor crisis del sistema
financiero mundial, habría que recortar eficazmente la
fatal “libertad” de los mercados financieros? ¿Cuándo,
si no ahora, habría que cerrar los paraísos fiscales y los
centros bancarios offshore, que sólo sirven para lavar
dinero, evadir impuestos y camuflar tahúres. Tardará en
volver a presentarse una ocasión así para desbaratar las
rogativas mediáticas de los curadores neoliberales de
almas.
El presidente de Brasil, Lula da Silva,
ha sacado la lección más importante de esta cumbre de
crisis, aunque de mala gana: olvídense del G–8, la economía
mundial no puede ya prescindir del G–20. En efecto, más
que nunca habrá que contar con China, con India y con
Brasil. Tampoco debería pasar eso por alto el FMI, si
aspira a convertirse en pastor supremo de los mercados
financieros. La largamente preterida redistribución del
poder en el FMI y en el Banco Mundial no puede seguir aplazándose,
por mucho que dañe los privilegios de los EEUU y de los
Estados europeo–occidentales.
Fatal resultaría el cumplimiento de la
intención, proclamada en Washington, de cerrar
inmediatamente los postergados acuerdos de la ronda de Doha
de la OMC. La agenda de Doha pretende aquello que
precisamente ahora más puede perjudicar: más liberalización
de los mercados, una ulterior desregulación de las reglas
presupuestarias, mayor margen de maniobra para los “prestadores de servicios
financieros”. Si los países emergentes quieren tomarse en
serio su nuevo papel en la economía mundial, no pueden
secundar eso.
(*) Michael Krätke, miembro
del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política
económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam
e investigador asociado al Instituto Internacional de
Historia Social de esa misma ciudad.
Aumentan
las divisiones en Europa
Por
Luisa Corradini
Corresponsal
en Francia
La
Nación, 25/11/08
París.–
La canciller alemana, Angela Merkel, profundizó ayer la
fisura que existe en Europa entre virtuosos e impacientes al
negarse a respaldar el plan de reactivación que propicia el
presidente francés, Nicolas Sarkozy, para luchar contra la
crisis económica y, al mismo tiempo, rehusó imitar al
primer ministro británico, Gordon Brown, que decidió
reducir el IVA del 17,5 al 15%.
"No
hay que confundir acción con precipitación", advirtió
Merkel, tras una hora de arduas discusiones con Sarkozy en
París. Esos 60 minutos no le alcanzaron al presidente francés
para convencer a la canciller alemana de participar en el
plan europeo de reactivación de 168.000 millones de dólares
que la Comisión Europea presentará mañana.
Si
bien Merkel reconoció la necesidad de dar "una
respuesta europea" a la actual situación, excluyó la
posibilidad de que su país asuma nuevos gastos y también
se negó a recurrir a una medida presupuestaria.
La
negativa de Merkel representa un fracaso para Sarkozy. El
presidente francés esperaba que Alemania, primera economía
europea, adoptara medidas suplementarias para incentivar
tanto la actividad de su país como la economía europea.
La
canciller estima haber cumplido "con su deber
europeo" en octubre, cuando desbloqueó 41.000 millones
de dólares para los próximos dos años a fin de ayudar a
la economía alemana. Merkel confirmó que no tomará
ninguna otra medida hasta enero, después de hacer un
balance de las acciones emprendidas.
Por
el contrario, la canciller alemana se declaró a favor de
medidas "que no cuesten dinero" a los Estados,
como por ejemplo la flexibilización de ciertas reglas para
las pymes.
Resistencia
Desde
el comienzo de la crisis, Berlín ha frenado en numerosas
ocasiones las veleidades del presidente francés. Antes de
aceptar a regañadientes, Alemania se resistió tenazmente a
sumarse al plan europeo de rescate bancario y sigue oponiéndose
con energía a la idea de "gobierno económico
europeo", lanzada por el presidente francés.
Al
término de la reunión, Sarkozy trató de minimizar las
divergencias franco–alemanas y subrayó que ambos estaban
"de acuerdo en la necesidad de coordinación y de tomar
nuevas medidas".
"Francia
trabaja. Alemania reflexiona", ironizó Sarkozy.
"Reflexionamos, pero actuamos al mismo tiempo",
rectificó la canciller.
Sarkozy
y Merkel coincidieron, no obstante, en la necesidad de
defender la industria automotriz europea, que en Francia,
por ejemplo, emplea al 10% de la población activa. Ambos
dirigentes también descartaron para sus países la opción
escogida por el primer ministro británico, Gordon Brown,
que, sin esperar el lanzamiento del plan europeo, anunció
ayer una disminución del IVA.
|