Por
qué es un error contemplar la crisis financiera de forma
aislada
¡Ricos
de todos los países, enriqueceos!
Por
Mohssen Massarrat (*)
Freitag, Nº 44, 30/10/08
(Die
Öst–West Wochenzeitung)
Tlaxcala,
18/12/08
Traducido por Javier Fdez. Retenaga (**)
La actual
crisis financiera, nadie lo discute, es la mayor crisis del
capitalismo tras la primera crisis económica mundial, hace
más de 80 años. Esta crisis pone también de relieve la
crisis de los críticos del capitalismo. Cierto es que éstos
predijeron el curso actual de los acontecimientos, pero
apenas se han ocupado de las consecuencias que habrían de
extraerse de la crisis en relación con una política
emancipatoria. Es el momento de recuperar lo antes posible
el tiempo perdido. Algo está claro: el “paquete de
rescate” de los gobiernos de la UE sólo conduce a que el
capitalismo neoliberal salga indemne del trance.
“Estoy
convencido de que hay ya suficiente gente trabajando en
ocultar el fracaso del sistema bajo un manto de
olvido", acaba de decir el ex director general de
Daimler, Edzard Reuter (Frankfurter Rundschau, del 18/19 de
octubre). Como
coordinador del paquete de rescate, Angela Merkel propuso en
primera instancia a Hans
Tietmeyer, uno de los arquitectos del neoliberalismo en
Alemania; después, tras las críticas del parlamento,
presentó en su lugar a Jörg Asmussen, un liberal tan
empedernido como el anterior. Esto prueba que los
neoliberales están poniendo todo su empeño en mantener el
control, sacrificando los peones necesarios para salvar el
sistema. La culpa de todo la tendría la “codicia
desmedida” de algunos directivos. Y se pretende aplacar la
ira popular con medidas inútiles tales como la limitación
del sueldo de los directivos. En todas las cadenas de
televisión se habla de la “codicia” de los directivos.
Pero la codicia, se dice, es algo humano, una constante
invariable; no habría, por tanto, alternativa al
neoliberalismo.
Frente a
esta campaña de distracción, es preciso que los críticos
divulguen un análisis claro de las fuerzas que han
provocado la actual crisis. ¿Se trata de una crisis del
capitalismo financiero o es el propio orden financiero que
ha entrado en crisis parte constitutiva del neoliberalismo
que, a principios de los 70, sustituyo al keynesianismo?
Todo apunta a esto último.
Atreverse
a más capitalismo
El
neoliberalismo no es sólo el causante de la crisis
financiera, sino también de la creciente pobreza global,
del paro en masa o de la política de la “agenda 2010”,
en Alemania. Es una estrategia política de los millonarios
y multimillonarios, de los grandes accionistas, de los
especuladores a gran escala y altos ejecutivos al frente de
consorcios empresariales y bancos, y de los capitalistas
holgazanes que prefieren aumentar su capital mediante
reducciones salariales y menor protección social, antes que
empleando más imaginación, mayor esfuerzo y haciendo uso
de la creatividad para adaptarse a las exigencias de la
competencia económica.
El
neoliberalismo se ha extendido como un tumor cancerígeno y
en todos los países ha puesto al borde de la existencia
incluso a sectores de la clase media. En alianza con políticos
influyentes y con sus propagandistas de los medios de
comunicación, los neoliberales han colocado a su gente en
importantes instituciones como el FMI, el Banco mundial, la
OMC o los bancos centrales. Se procuraron la bendición de
los economistas neoliberales para sus proyectos y, con ello,
un barniz científico. La columna vertebral de esta
estrategia la conformó no sólo la riqueza acumulada en
abundancia, sino también el enorme potencial de poder en
instituciones nacionales e internacionales y en los medios,
producto de la proliferación de poderosos lobbies y de una
democracia impotente.
A
principios de los 70, los neoliberales entendieron que había
llegado la hora de dar el golpe, una vez que los keynesianos
desaprovecharon la oportunidad de modernizar a Keynes desde
una perspectiva social y ecológica a fin de responder al
estancamiento y la inflación (estanflación) creativamente,
con planes de inversión en medio ambiente, educación y
salud, así como con una progresiva reducción del tiempo de
trabajo. El neoliberalismo supo magníficamente llenar el
vacío. Se apropió de valores positivos del movimiento del
68, tales como libertad individual y autodeterminación, y
los combinó con la ambición y el egoísmo para dar lugar a
una filosofía del éxito cuyo único fin consistía en
hacer que el edificio teórico neoliberal, sostenido sobre
los cuatro pilares de la liberalización, flexibilización,
desregulación y privatización, fuera capaz de alcanzar un
respaldo político mayoritario. Con el propósito de
legitimar estos proyectos, les colgó la amable etiqueta de
“reforma”, para después anunciar “reformas económicas”,
“reformas del mercado de trabajo”, etc.
Cuando los
neoliberales se referían a una radical liberalización, a
una competencia sin trabas mediante la retirada del Estado
del terreno de la economía, no se referían a la retirada
de ese Estado suyo al que ahora recurren desvergonzadamente,
sino al de los asalariados y los sindicatos, a fin de evitar
planes de creación de empleo y someter a partidos,
gobiernos y parlamentos al credo: “Atreverse a más
capitalismo” (Friedrich Merz).
En Alemania
el pistoletazo de salida lo dio, no por casualidad, el ala
conservadora del FDP, que ya no se mostraba
social–liberal, sino neoliberal conservador. Así,
siguiendo la línea marcada por el documento Lambsdorff,
cuyo principal redactor fue Hans Tietmeyer, en 1982 se rompió
la coalición con el SPD, y el FPD se propuso como meta el
Estado neoliberal, ya al lado del canciller Helmut Kohl, de
la CDU. 17 años después, con el documento conjunto de
Schröder y Blair, también los socialdemócratas se
pasaron al bando neoliberal. Los ricos se vieron animados a
no esconder su riqueza,
apaciguando su conciencia social con la nueva ética,
que establece que sólo los ricos pueden invertir y crear
puestos de trabajo.
“No hay
derechas ni izquierdas, sólo una política económica
moderna”, proclamó Gerhard Schröder haciendo de ello
bandera del SPD. Su giro al centro reflejaba la victoria del
neoliberalismo, al que no le pudo suceder nada mejor que
obtener la complaciente colaboración de los nuevos ricos
“izquierdistas”, para desmantelar con ellos el Estado
social. Resultado de ello fue la Agenda 2010, con la que los
rojiverdes pusieron los fundamentos para los empleos
precarios (más de ocho millones de trabajadores en la
actualidad) y la degradación de los desempleados por medio
del sistema Hartz IV.
Mejor
un trabajo mal pagado que ninguno
En una
coyuntura en la que el paro aumentaba y la gente temía
perder su empleo, la coalición rojiverde puso en marcha la
flexibilización del mercado de trabajo –el segundo pilar
de la estrategia neoliberal– bajo la excusa de que más
flexibilidad y movilidad laboral son indispensables para un
mayor crecimiento y acabar así con el paro. El resultado
fueron los trabajos a un euro la hora para receptores del
subsidio de desempleo y el dumping salarial (“mejor un
trabajo mal pagado que ninguno”). Los asalariados se
vieron obligados a someterse aún más que antes a los
intereses del capital y aceptar un recorte cada vez mayor de
los derechos sociales.
La
desregulación de los mercados financieros, el tercer pilar
del neoliberalismo, que el FMI –comité central del
neoliberalismo internacional– impuso en todo el mundo (en
el sur, por medio del chantaje incluso), hizo que centenares
de miles de millones de petrodólares excedentarios de los
países de la OPEC, junto con los excedentes de capital de
las multinacionales, ahora desviados de la economía real,
vagabundearan por el mundo en busca de inversiones de alta
rentabilidad. Estos flujos de capital monetario, estimulados
por la desregulación y la renuncia a unos tipos de cambio
fijos, modificaron bruscamente la estructura y las reglas de
juego del orden financiero internacional: los flujos
financieros se desligaron de los flujos reales de mercancías
y servicios.
Surgieron
mercados monetarios, en parte virtuales, en los que
diariamente se negociaban miles de millones de dólares. A
esto se sumó la actuación de agencias financieras y de análisis
de riesgo que, con productos financieros tan intrincados
como opacos tales como hedgefonds, derivados o certificados,
arrastraron no sólo a bancos y cajas de pensiones, sino
también a grandes empresas que operan en la economía real
como Siemens, Volkswagen y otras en una demencial espiral
dentro del ficticio mundo de la especulación financiera,
con numerosas burbujas especulativas surgiendo unas de
otras. Esto provocó turbulencias sociales en países como México,
Argentina, Indonesia y también Rusia. El estallido de la
burbuja financiera de los EE. UU., a mediados de 2007, que
hizo que millones de personas perdieran su casa y que provocó
la quiebra del sistema financiero neoliberal internacional,
representó el punto álgido. Por último, malabaristas de
las finanzas especularon con productos alimentarios, petróleo
y otras materias primas provocando tales tasas de inflación
que alimentos básicos como el arroz o el trigo se
convirtieron en bienes de lujo para millones de personas
hambrientas en Asia y África.
El
creciente endeudamiento de muchos Estados, debido a las
rebajas fiscales para empresas y grandes fortunas, provocó
una intensa presión sobre los gobiernos para la privatización
de bienes públicos como servicios postales, ferrocarriles y
telecomunicaciones, suministro de agua y energía,
instituciones educativas y sanitarias y, en general,
servicios públicos esenciales –el cuarto pilar del
neoliberalismo–, a fin de crear nuevas posibilidades de
inversión para los excedentes de capital.
Ha
llegado la hora
Especialmente
funestos para la economía real fueron los tremendos réditos,
del 25% y más, que pudieron obtenerse por medio de fugaces
transacciones financieras internacionales. De ese modo, el
volumen creciente de transacciones no sólo aceleró la
circulación del capital, aumentó la presión por maximizar
los beneficios y provocó la destrucción de puestos de
trabajo; organizaciones empresariales y políticos
recibieron en bandeja argumentos para, sin ningún reparo de
tipo ético, reducir costes mediante rebajas salariales,
desmantelar los sistemas de seguridad social, destruir
puestos de trabajo mediante la subcontratación y la
deslocalización hacia países con sueldos más bajos,
prolongar la jornada laboral y elevar la edad de jubilación.
El incremento de beneficios, debido al descenso de los
salarios, produjo excedentes de capital adicionales que se
sacaron de la economía real y fueron trasvasados al sector
financiero.
Con ello se
cierra en el capitalismo neoliberal el círculo entre
liberalización de la economía, desregulación de los
flujos de capital, privatización de los bienes públicos y
flexibilización del mercado laboral, por un lado, y
redistribución de la riqueza de los pobres a los ricos, por
otro. Mediante una hábil instrumentalización de la
globalización, el neoliberalismo consiguió de un solo
golpe poner a la defensiva a los Estados, sindicatos,
partidos de izquierda –en particular, la
socialdemocracia–, declarar la guerra a las conquistas
sociales del movimiento obrero y poner a los partidos
conservadores y liberales al servicio de su estrategia
redistributiva. El neoliberalismo se convirtió en una
especie de contraseña, en un eficaz código con el mensaje:
¡Ricos de todos los países, enriqueceos! También a los
pobres les irá mejor si os hacéis más ricos. Por
consiguiente, habría que frustrar el intento de las élites
políticas de hacer creer que las medidas de rescate
representan un giro.
Esto sólo
puede lograrse si se coloca al neoliberalismo en el primer
plano del debate sociopolítico, a fin de construir una
amplia alianza política antineoliberal –desde Attac y los
sindicatos hasta los liberales y socialdemócratas– en la
que también lo que el neoliberalismo llama clase media
pudiera sentirse representada. Habría que parar los pies a
los malabaristas de las finanzas anulando todas las leyes
creadas para desregular los flujos financieros y prohibiendo
los nuevos productos financieros. También debería acabarse
con los paraísos fiscales y dar marcha atrás en la
privatización de los bienes públicos.
Ha llegado
la hora de formar un movimiento opositor para lograr una
justa distribución del trabajo mediante la reducción de la
jornada laboral, una renta que garantice la existencia y no
esté sometida a controles humillantes, y un salario mínimo
fijado por ley. Estos objetivos, largo tiempo ocultos tras
el velo neoliberal, deben figurar en el orden del día de la
actividad política.
(*)
Mohssen Massarrat, de origen iraní, es doctor en Economía
y profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad
de Osnabrück. Es miembro activo del movimiento pacifista y
fue cofundador de la “Coalición por la vida y la paz”.
También forma parte del consejo científico del movimiento
ATTAC. Ha escrito numerosos libros en torno a las relaciones
económicas internacionales, acerca de cuestiones ecológicas,
sobre Oriente Medio y Próximo, y estudios sobre la paz y la
resolución de conflictos: Globalización y sostenibilidad.
Piedras angulares de un nuevo orden mundial y El orden
mundial estadounidense. Hegemonía y guerras por el petróleo,
entre otros.
(**)
Javier Fdez. Retenaga es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la
red de traductores por la diversidad lingüística. Esta
traducción es copyleft para uso no comercial: se puede
reproducir libremente, a condición de respetar su
integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
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