Fenomenal
emisión y endeudamiento de EEUU
La
madre de todas las burbujas
Por
Raúl Dellatorre
Página 12, 07/02/09
Barack
Obama no prometió que el plan de rescate por casi 800 mil
millones de dólares que le suplicó aprobar al Senado sea
el último, pero seguramente lo desea. Sabe que transita por
un terreno extremadamente peligroso. El nivel de
endeudamiento en el que está entrando Estados Unidos, a
través de la sucesiva emisión de bonos del Tesoro cada vez
que lanza un plan de salvataje, está inundando la plaza
mundial de papeles de la deuda en una dimensión
inimaginable, aun para el país con la economía más
poderosa del mundo. Si se imaginara sólo por un momento que
los inversores sospecharan de la incobrabilidad de una deuda
que ya supera los 11 billones (millones de millones) de dólares,
la conclusión seguramente será que estaríamos ante una
catástrofe varias veces superior a la crisis actual. O,
dicho de otro modo, ante la probable y quizás verdadera
dimensión de la crisis actual. ¿Es mucho? Veamos.
Algunas
cuestiones técnicas. Los bonos del Tesoro de Estados Unidos
son considerados, por convención, los títulos de deuda más
confiables universalmente. A partir de allí, la diferencia
entre el rendimiento que los inversores le reclaman a los
bonos de deuda de cualquier país y lo que rinden los bonos
de Estados Unidos, define el “riesgo país”. El bono de
Estados Unidos es considerado el “kilómetro cero”. No
importa en la situación en que se encuentre su economía, a
partir de él se miden las distancias. Es así y así se
acepta. Estados Unidos es al único país del mundo al que
no se le mide el “riesgo país”.
Pero los
planes de rescate no son la única fuente de necesidad para
la emisión de bonos del Tesoro. Estados Unidos también
debe sostener con endeudamiento el creciente déficit en sus
cuentas públicas, y además bancar el déficit comercial,
también multimillonario, que no se llega a cancelar con
pago en efectivo, con emisión de dólares.
Otra cuestión
técnica. Cualquier otro país, para tener déficit
permanente en cuenta corriente, debería endeudarse hasta el
punto que alguien le imponga un brutal ajuste. De nada le
valdría emitir, porque nadie aceptaría su moneda. A
Estados Unidos, en cambio, nadie le impone nada y todos
aceptan su moneda. “Es una ventaja tecnológica, es el único
país del mundo que tiene la maquinita de hacer dólares”,
dijo alguna vez Ben Bernanke, cuando aún no era titular de
la Reserva Federal de Estados Unidos. Sonó gracioso.
Hablaba en serio.
Estados
Unidos le saca productos al resto del mundo y a cambio le da
dólares y bonos de su deuda. Cualquier país que emite
moneda en exceso genera inflación. Estados Unidos también,
pero no inflación interna, sino en el resto del mundo,
donde van a parar los dólares. Se endeuda, llena de bonos a
sus socios y les traslada inflación. Ningún otro país
provocaría ese resultado con su déficit comercial, trasladándole
el costo al resto.
Todo lo
dicho viene pasando desde hace casi una década, prácticamente
coincidiendo con los años de George Bush en el gobierno. La
pregunta es cómo sigue o, como diría un presunto analista,
“si el modelo es sustentable”. Por ahora, la política
sigue siendo lanzar monumentales planes de rescate en base a
endeudamiento en bonos. Los de Bush eran para salvar a los
bancos. Obama sigue con los salvatajes al sistema
financiero, pero lanza otros para el sector productor de
bienes, apostando a resurgir de la crisis. Lo inmediato es
que aumenta la emisión de bonos y la deuda, mientras que el
objetivo de recuperación está por verse si se cumple.
Por ahora,
los bonos de la deuda de Estados Unidos, a mediano o largo
plazo (a diez o a treinta años) siguen circulando, se
siguen comprando. Los bancos se han ido desprendiendo de sus
tenencias de bonos del Tesoro, no tanto por desconfianza
sino más por necesidad de liquidez. Los particulares, en
gran parte inversores en el mercado accionario que han huido
de la plaza bursátil o inmobiliaria después de haber
sufrido grandes pérdidas, prefieren los bonos porque no
quieren correr riesgos. Piensan que los bonos son un buen
refugio, aunque paguen una tasa bajísima del 2 por ciento,
una de las menores de la historia por política impuesta por
la Reserva Federal.
Pero la
mayor parte del stock de títulos de la deuda de Estados
Unidos está en las arcas de bancos centrales. Más de la
mitad de la deuda, 5,8 billones de dólares, está en poder
de dichas instituciones y particulares fuera de Estados
Unidos, con China y Japón a la cabeza (más de 650 mil
millones el primero, casi 600 mil el segundo). Si tan sólo
amagaran desprenderse de una parte, el valor de los bonos
estadounidenses se derrumbaría. Pero, por ahora, nadie lo
hace. Están asociados a la suerte del valor de esos bonos:
una caída en su precio también significaría un fuerte
quebranto en los mismos bancos centrales que lo poseen.
Esa
dependencia mutua sólo indica que, muy probablemente, no
serán los bancos centrales asiáticos los que iniciarían
una corrida o despegue. Pero nadie podría asegurar que
guardarán igual conducta si la corrida la inicia otro.
Puede que no quieran ser los primeros en salir, pero tampoco
querrían ser los últimos.
¿Qué
posibilidad hay de que “otros”, innominados, inicien una
corrida contra los bonos estadounidenses? Hoy, como fue
dicho, sus rendimientos son bajísimos, pero se consideran
“seguros” mientras se piense que no va a caer su valor
de mercado. Pero bastaría que los inversores individuales
recuperen su propensión al riesgo para que busquen
rendimientos más atractivos en papeles privados. Esto
sucedería, por ejemplo, si se observa una recuperación
sostenida de la actividad económica y las acciones de
empresas vuelven a ser tentadoras. Si ocurriera que la
actitud de los inversores individuales arrastrase a los
inversores institucionales, resultaría que el mejor
escenario para la economía podría ser el peor para los
bonos estadounidenses.
¿Qué
pasaría con los bonos si la crisis se prolonga, si la
situación de debilidad de la economía estadounidense no se
disipa y más sectores económicos entran en crisis? La
alternativa de más intervención oficial, más planes de
salvataje, supone más necesidades de financiamiento y, por
tanto, mas emisión de bonos. ¿Hasta cuando es posible,
antes de convertirse en una burbuja a punto de estallar? No
son pocos los que sostienen que ese límite ya está
demasiado cerca, si no es que ya se atravesó. Es decir, el
peor escenario para la economía también podría ser el
peor para los bonos.
En un
reciente artículo, Rubén Ramallo, catedrático de la
Universidad de Palermo, repasa y cita varios comentarios de
origen estadounidense señalando la creciente preocupación
sobre el futuro de los bonos del Tesoro. Muchos prevén un
final catastrófico, la más contundente fue la revista
especializada en inversiones Barron’s, que alertó
“Salgan ya” (“Get out now!”) a sus lectores con
bonos. Otros advierten que la tendencia de los bancos
centrales es a la venta y no a la compra de títulos del
Tesoro estadounidense.
Los bonos,
no hay duda, se han convertido en otra burbuja, pero la Gran
Burbuja. La que abarca a todas las demás: la de las
acciones tecnológicas, la inmobiliaria, la crediticia, etc.
El drama es que, esta vez, tendría un alcance desmesurado,
por el grado de exposición de las principales economías
del mundo y por lo que representan éstas en la economía
global. Todo el modelo de acumulación estaría en juego. ¿Alguien
se imagina el final del neoliberalismo como un monstruo que
se devora a sí mismo? Un final de película de ficción, o
no tanta. En definitiva, Hollywood también es Estados
Unidos. Y viceversa.
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