Los
“expertos” parecen vivir en fantasilandia
La
política del desastre económico
Por
Immanuel Wallerstein (*)
Agence Global, 15/02/09
La
Jornada, 28/02/09
Traducción
de Ramón Vera Herrera
Todos
los días leo que otro economista, periodista o funcionario
del gobierno opina sobre la mejor manera de lograr una
recuperación económica en éste o en otro país. No es
necesario decir que tales remedios se contradicen, todos,
unos con otros. Mas todos estos expertos parecen vivir en
fantasilandia. Parecen creer que sus remedios funcionarán
en un periodo de tiempo relativamente corto.
El
hecho es que el mundo está apenas en el inicio de una
depresión que durará bastante y que se pondrá mucho peor
de lo que es ahora. El asunto inmediato para los gobiernos
no es cómo recuperarnos, sino cómo sobrevivir al creciente
enojo popular que, sin excepción, enfrentan todos.
Comencemos
con las realidades económicas del presente. Casi todo el
mundo –gobiernos, empresas, individuos– ha estado
viviendo por encima de su ingreso durante los últimos 10 o
30 años, y lo ha hecho pidiendo prestado. El mundo se hizo
frívolo con ingresos inflados y un consumo también
inflado. Pero las burbujas tienen que estallar. Ahora, ésta
ha estallado (o de hecho varias burbujas estallaron). La
imposibilidad de continuar por este sendero ha penetrado en
la conciencia y de repente todos se asustan de que se les
agota el dinero real: gobiernos, empresas e individuos.
Cuando
ese miedo se apodera de la gente, ésta deja de gastar y de
prestar. Y cuando gastar y prestar bajan significativamente,
las empresas dejan de producir o disminuyen su paso. Pueden
cerrar por completo, o por lo menos despedir trabajadores.
Esto es un círculo vicioso, debido a que cerrar o despedir
trabajadores conduce a reducir la demanda real y causa una
reticencia adicional a gastar o prestar. Se le llama depresión
y deflación.
Hasta
el momento, el gobierno de Estados Unidos, que todavía está
en posición de pedir dinero prestado o imprimir dinero,
intenta lanzar algún dinero nuevo a la circulación. Esto
podría funcionar si el gobierno lanzara grandes cantidades
de este dinero, y lo circulara sabiamente. Pero es muy
probable que no lo haga con sabiduría. Y es muy probable
que lanzar la cantidad que podría funcionar no signifique
mucho más que crear otra burbuja. Y el dólar caería
entonces mucho más rápido que las otras divisas, hundiendo
el último soporte importante de la economía–mundo.
Entre
tanto, hay menos y menos dinero para el consumo diario de
todo tipo para 90 por ciento inferior de la población del
mundo (y tampoco se ve muy bien la cosa para 10 por ciento
superior). La gente comienza a inquietarse. Justo el pasado
mes, hemos visto gente que protesta en las calles por las
dificultades económicas, en un número creciente de países
–Grecia, Rusia, Letonia, Gran Bretaña, Francia, Islandia,
China, Corea del Sur, Guadalupe, Reunion, Madagascar, México–
y probablemente en muchos más que no se notan aún en la
prensa mundial. De hecho, ha estado relativamente leve hasta
ahora, pero los gobiernos, todos, están en gran tensión.
¿Qué
hacen los gobiernos cuando su principal preocupación es
lidiar con el desasosiego interno? Tienen en realidad dos
opciones: disparar a los manifestantes o apaciguarlos.
Dispararles funciona solamente hasta cierto punto. Para
empezar, los agentes de esta fuerza deben estar también lo
suficientemente remunerados y deseosos de hacerlo. Y cuando
hay un descalabro económico, arreglar esto no es fácil
para los regímenes.
Entonces
los regímenes comienzan a apaciguar a sus poblaciones. ¿Cómo?
Primero que nada mediante el proteccionismo. Todo el mundo
ha comenzado a quejarse del proteccionismo de los otros países.
Pero los quejosos lo practican también. Y le sacarán mucho
más provecho. Todos los economistas neoliberales nos dicen
que el proteccionismo empeora la situación económica
general. Tal vez eso sea cierto, pero es bastante
irrelevante en lo político cuando hay gente en las calles
que quiere empleos ¡ahora!
La
segunda forma en que los gobiernos apaciguan cuando hay
desasosiego es mediante las medidas de bienestar socialdemócrata.
Pero para emprenderlas los gobiernos necesitan dinero. Y los
gobiernos obtienen dinero de los impuestos. Todos los
economistas neoliberales nos dicen que subir impuestos (de
cualquier tipo) durante un descalabro económico torna la
situación económico general aún más difícil. Eso puede
ser cierto, pero en el corto plazo también eso es
irrelevante. La cosa es que en un descalabro, la recepción
de impuestos cae. Los gobiernos no pueden lidiar ni siquiera
con los gastos actuales, ya no digamos con el pago de gastos
mayores. Así que impondrán impuestos de un modo o de otro.
Finalmente,
el tercer modo de apaciguar es mediante una saludable dosis
de populismo. La brecha real de ingresos entre uno por
ciento superior y 20 por ciento inferior dentro de los países
y a escala mundial ha crecido enormemente en los últimos 30
años. La brecha se reducirá ahora a la más normal que
existía en 1970, que sigue siendo muy grande, pero de algún
modo menos escandalosa. Como tal, tenemos gobiernos que
hablan ahora de un tope al ingreso para los banqueros, como
sucede en Estados Unidos y Francia. O se puede procesar a la
gente por corrupción, como en China.
Es
un poco como estar en el sendero del tornado. Lo peor puede
caerle a los gobierno de repente. Cuando eso ocurra, tendrán
apenas unos minutos para refugiarse en sus sótanos. Cuando
el tornado haya pasado, y si queda alguien vivo, uno sale a
evaluar el daño. Resultará que los daños son muy
extensos. Sí, puede uno reconstruir. Pero ahí es donde
comienza la verdadera discusión. ¿Cómo puede uno
reconstruir, y qué tan justamente uno comparte los
beneficios de la reconstrucción?
¿Cuánto
tiempo durará el sombrío panorama? Nadie lo sabe ni puede
estar seguro, pero probablemente un buen número de años.
Entretanto, los gobiernos enfrentan periodos electorales, y
los votantes no serán afables con los gobernantes. El
proteccionismo y los programas de bienestar socialdemócrata
le sirven a los gobiernos del mismo modo que un sótano
sirve durante un tornado. La cuasi nacionalización de los
bancos es otro modo de refugiarse en los sótanos.
Lo
que la gente debe pensar es qué vamos a hacer cuando
emerjamos del sótano, cuando sea que esto ocurra, y
prepararnos para ello. La pregunta fundamental es cómo
vamos a reconstruir. Ésa será la batalla política real.
El paisaje será poco familiar. Y toda nuestra retórica
anterior será sospechosa. El punto clave que hay que
reconocer es que reconstruir nos puede llevar a un mundo
mucho mejor, pero también nos puede meter a uno peor. En
cualquier caso, será uno muy diferente.
(*) Immanuel Wallerstein, sociólogo e historiador
estadounidense, continuador de la corriente iniciada por
Fernand Braudel, es ampliamente conocido por sus estudios
acerca de la génesis y transformaciones históricas del
capitalismo. Su monumental trabajo "El moderno sistema
mundial", cuyo primer tomo publicó en 1976, analiza el
desarrollo del capitalismo como "economía–mundo".
Actualmente es Senior Research Scholar en la Yale University.
En el 2003 publicó “The Decline of American Power: The
U.S. in a Chaotic World” (New Press).
Rehacer a Estados Unidos
Las ambigüedades de Obama
Por Immanuel Wallerstein (*)
Agence Global, 01/02/09
La Jornada, 23/02/09
Traducción de Ramón Vera Herrera
Barack Obama asumió el cargo como presidente de Estados
Unidos, el 20 de enero, ovacionado por una vasta mayoría
del pueblo estadounidense y del pueblo del resto del mundo.
En su discurso inaugural, prometió “comenzar de nuevo el
trabajo de rehacer America”.
En esta corta frase, que la prensa mundial resaltó en
encabezados y análisis, Obama capturó las ambigüedades de
sus promesas presidenciales. El verbo "rehacer"
puede significar cosas bastante diferentes. Puede significar
el retorno a un estado previo que fue mejor. Y Obama pareció
indicar esta posibilidad con otra frase, al llamar a los
ciudadanos estadounidenses "a escoger nuestra mejor
historia". Pero "rehacer" puede significar
también un cambio más fundamental, creando una clase de
America bastante diferente de la que el mundo conoce hasta
ahora. La ambigüedad es si Obama propone meramente hacer
pequeños ajustes en la estructura y las instituciones de
Estados Unidos y el sistema–mundo o si se propone
transformarlos fundamentalmente.
Lo que debe quedar claro para todo mundo en este momento
es que Estados Unidos no eligió presidente al Che Guevara,
pese a los histéricos temores de la no resignada ala
derecha del Partido Republicano. Tampoco, sin embargo, eligió
a otro Ronald Reagan, pese a las esperanzas de algunos de
aquéllos que votaron por él y pese a los temores de los más
intransigentes críticos de izquierda. ¿Qué fue entonces
lo que escogió Estados Unidos? La respuesta no es obvia aún,
precisamente por el estilo de Obama como político.
Hay dos cuestiones que ponderar. Una es lo que Obama querría
lograr, de hecho, como presidente. La segunda es lo que
puede, posiblemente lograr, dadas las realidades de la
geopolítica además de una depresión mundial. El
vicepresidente Biden describió esta última el 25 de enero
como "peor, francamente, de lo que todo mundo pensó
que sería, y se pone peor a diario".
¿Qué es lo que sabemos, en este punto, acerca de Obama?
Es inusualmente listo y muy educado para ser líder político,
y es equilibrado, prudente y político muy logrado. Pero, ¿dónde
se sitúa realmente en la enorme gama entre meramente
reparar con pequeños ajustes y buscar el cambio
fundamental? Es probable que en algún punto en la mitad de
ese rango. Y probablemente lo que en realidad pueda hacer y
lograr estará más en función de las restricciones del
sistema–mundo que de sus propias decisiones, por más
inteligente que sea.
Hasta el momento, hemos tenido algunos indicios de que se
encamina hacia cinco ámbitos: participación incluyente,
geopolítica, ambiente, cuestiones sociales internas y cómo
lidiar con la depresión. El veredicto inicial está muy
mezclado.
Obviamente, donde brilla mejor es en participación
incluyente. Su propia elección es una medida de ello. Con
toda seguridad, la elección de un presidente
afroestadounidense es tan sólo el acto culminante de una
tendencia constante en Estados Unidos desde 1945 –de la
integración de las fuerzas armadas del presidente Truman,
pasando por la decisión de la Suprema Corte de terminar con
la segregación en las escuelas, por la designación de
Thurgood Marshall a la Suprema Corte, a la designación de
Colin Powell a presidente del Estado Mayor Conjunto, o las
designaciones sucesivas de Powell y Condoleezza Rice como
secretarios de Estado. Sin embargo, sigue marcando una
ruptura que pocos esperaban hace dos años. Y es algo que
importa.
Obama continuará con estos esfuerzos de ciudadanía
incluyente. Sin embargo, el presidente enfrenta una prueba
política importante con la cuestión de la inmigración.
Hasta el momento no hay indicios de qué tan fuerte vaya a
atajar el asunto. Tendrá que luchar con una gran parte de
su propia base política. Debido a los niveles de desempleo
actuales y esperados en Estados Unidos, podría posponer el
hacer algo. Pero el punto no se va a ir, y únicamente se
tornará más difícil de resolver. Más aún, no resolver
este punto tendrá efectos negativos en la capacidad del
mundo para atravesar la crisis con menos dolor.
La postura geopolítica de Obama es mucho menos
prometedora. El conflicto israelí/palestino probablemente
es irresoluble en este momento. El absoluto mínimo
necesario es incluir a Hamas en las negociaciones. Es muy
probable que la designación de George Mitchell como
representante especial estadounidense presagie que eso se
hará. Pero apenas será suficiente eso para obtener una
solución política viable. Los israelíes están
atrincherados en sus bunkers y no están preparados ni
siquiera para pensar en algo que los nacionalistas
palestinos pudieran aceptar.
No tengo dudas de que los iraquíes harán que Obama
cumpla su promesa de retirada en 16 meses. Y no creo que
Obama haga algo más que jalonearse verbalmente con los iraníes.
Pero ya comenzó a caminar por el sendero del desastre en
Pakistán, lo que mina seriamente su gobierno en su primera
semana en el cargo. El gobierno de Pakistán es débil y
caerá pronto. Y si lo hace, Obama no tendrá opciones
defendibles.
El problema básico con Obama es que no ha renunciado al
anterior e inflado lenguaje de potencia hegemónica. En su
discurso, le dijo al mundo: “Sepan que America está…
lista para conducir una vez más”. El mundo quiere que
Estados Unidos participe. Precisamente lo que no quiere es
que conduzca. No creo que Obama realmente haya entendido
esto. Pakistán bien podría ser su ruina.
Además, comenzó con mal paso en América Latina. Al
hablar de Chávez sólo dice cosas que se ajustan a los
prejuicios populares, sin decir nada serio al respecto ni
lidiar seriamente con el punto, y peor aun, no ha atendido
el desafío del presidente Lula de que América Latina no
creerá que Obama está comprometido con cambios reales
hasta que levante incondicionalmente el embargo a Cuba.
Sus primeros pasos respecto del ambiente son positivos
–en sus designaciones, en sus decisiones ejecutivas, y en
los indicios a otros estados de que Estados Unidos está
listo para participar en las medidas colectivas que los
científicos indiquen que son las necesarias. Pero aquí,
como en otros terrenos, la cuestión es qué tan audaz y rápidamente
puede estar listo para actuar.
Las políticas en las cuestiones sociales internas son, de
nuevo, una mezcla incierta. Obama ha restaurado las políticas
en torno al aborto que tenía el gobierno de Clinton, y en
eso claramente se distingue de las políticas de Reagan/Bush.
Ha decretado el cierre de Guantánamo y de las prisiones
secretas de la CIA, al tiempo que pospuso hasta por un año
algunas decisiones acerca de lo que habrá de hacerse con
los que al presente están encarcelados. Qué tanto revocará
la vasta red de invasiones gubernamentales a la privacidad
dentro de Estados Unidos sigue siendo una muy abierta cuestión.
Tampoco queda claro a qué grado logrará cumplir su promesa
a los sindicatos de deshacer las serias restricciones que
los gobiernos previos les impusieron a su capacidad de
organizarse.
Finalmente, llegamos al ámbito donde tiene menos margen
de maniobra, la depresión mundial. Está obviamente
preparado para incrementar vastamente el involucramiento
gubernamental en la economía. Pero de igual modo,
virtualmente todos los otros líderes políticos por todo el
mundo. Y es obvio que está listo para aumentar lo que podrían
llamarse medidas socialdemócratas para reducir el dolor
económico de los estratos trabajadores. Pero virtualmente,
también todos los otros líderes políticos por todo el
mundo.
Aquí también la cuestión es qué tan audaces serán las
medidas. Obama nombró a un puñado de keynesianos muy
cautelosos para cubrir todos los puestos clave. No ha
incluido a los economistas estadounidenses que son
keynesianos de izquierda, como Joseph Stiglitz, Paul Krugman,
Alan Blinder o James Galbraith. Todos están diciendo que
las medidas cautelosas no funcionarán y que se está
perdiendo tiempo muy valioso. Tal vez de aquí a un año,
Obama recicle a su equipo para que incluya a quienes llaman
a acciones más fuertes. Pero quizá eso también llegue un
poco tarde.
Obama está ansioso por jalar a los republicanos en el
Congreso a que concuerden con sus propuestas económicas. En
parte es por su pasión por escoger "la unidad de propósito
sobre el conflicto y la discordia", en palabras de su
discurso inaugural. En parte es política inteligente, en el
sentido de que no quiere quedarse en una rama mientras se
deteriora más la economía. Pero el liderazgo republicano
es lo suficientemente astuto como para entender esto y le
otorgarán sus votos sólo a cambio de destripar mucho de su
programa.
Obama empezó de modo muy tambaleante. La creencia de que
está listo para empujar por una rehechura fundamental de
Estados Unidos cuenta con evidencias débiles, pese a su
inteligencia y su apertura intelectual. Estados Unidos está
logrando buena gramática. Necesita una reconstrucción
audaz.
(*) Immanuel Wallerstein, sociólogo e historiador
estadounidense, continuador de la corriente iniciada por
Fernand Braudel, es ampliamente conocido por sus estudios
acerca de la génesis y transformaciones históricas del
capitalismo. Su monumental trabajo "El moderno sistema
mundial", cuyo primer tomo publicó en 1976, analiza el
desarrollo del capitalismo como "economía–mundo".
Actualmente es Senior Research Scholar en la Yale University.
En el 2003 publicó “The Decline of American Power: The
U.S. in a Chaotic World” (New Press).
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