América Latina frente a la crisis global
Por Claudio Katz
Enviado por el autor, 20/02/09
Resumen: El impacto económico de la
crisis ya es visible en toda la región. Las esperanzas en
un desacople se han diluido, mientras los escudos monetarios
y fiscales resultan insuficientes para frenar el efecto del
terremoto financiero.
Es
cierto que el apalancamiento de los bancos es menor, pero
las expatriaciones de capital son más intensas. La
sobreproducción golpea a la industria internacionalizada y
el abaratamiento de las materias primas revierte el
crecimiento. Además, los intentos de reactivación chocan
con la existencia de recursos inferiores a las economías
centrales.
La expectativa de beneficios geopolíticos ulteriores
olvida que el impacto inicial del 30 fue demoledor y que la
crisis de los 70 concluyó sofocando los ensayos
de autonomía periférica. Este margen de independencia
enfrenta actualmente un nivel superior de internacionalización
de la economía y depende de acontecimientos
políticos imprevisibles.
Existe una crisis de dominación estadounidense, pero ya se
vislumbra una contraofensiva. El carácter acotado o
perdurable de la declinación norteamericana no está
definido, ya que la primera potencia preserva un liderazgo
militar aceptado por sus competidores.
Las clases dominantes de la región
actúan con estrategias propias, especialmente en el sur del
continente y no se verifica el tipo de sujeción neocolonial
que impera en África. Un eventual escenario multipolar presentaría
rasgos opresivos y acentuaría la asociación de las elites
locales con las potencias hegemónicas.
Brasil ya comanda esa opción a través de empresas
multinacionales, que desatan conflictos con los países
vecinos. Con el rearme, la ocupación de Haití y la geopolítica
de UNASUR, Itamaraty busca ocupar el espacio abierto por la
crisis estadounidense, sin chocar con el gigante del Norte.
Esta política subimperialista
consolida la desaparición de la vieja burguesía nacional.
Además, ilustra como los sectores dominantes invierten en
el exterior el capital sobrante, generado por una acumulación interna
restrictiva. Es
también importante reconocer la existencia de formaciones
semiperiféricas, para superar
las simplificaciones del esquema de centro–periferia.
Los capitalistas de México, Brasil y Argentina reciben los
socorros que deberían destinarse a los desamparados. Los
gobiernos social–liberales y neo–desarrollistas
convergen en un estatismo favorable a los poderosos y no
coordinan sus programas anticrisis.
Es evidente que los pueblos sufrirán duros embates si no
afianzan la resistencia al atropello que se avecina. Hay que
prepararse para enfrentar el desempleo y la pobreza con
medidas de expropiación de los banqueros, suspensión del
pago de la deuda y nacionalización de los recursos
naturales.
Las condiciones políticas para implementar este viraje están
dadas en varios países. Aunque la derecha busca recuperar
terreno ha perdido las principales batallas. Los
gobiernos nacionalistas radicales podrían adoptar un
programa contundente, reforzando la alianza con Cuba y
revitalizando el ALBA. La lucha contra el neoliberalismo
exige acciones contra el capitalismo, en una perspectiva
socialista que supere la mera regulación del sistema
actual.
****
América Latina frente a la crisis global
El impacto de la crisis mundial sobre América Latina
suscita tres tipos de discusiones: la incidencia económica
inmediata, los efectos políticos de largo plazo y las
medidas sociales requeridas para enfrentar el descalabro
financiero.
Especulaciones pos–desacople
En el terreno económico, la crisis ha producido un
generalizado desplome de las Bolsas y fugas capital, que han
contraído el crédito. La depreciación de las materias
primas induce a la recesión, el desempleo se expande y se
agota el crecimiento con desigualdad que predominó en los
últimos cinco años.
También la esperanza en un desacople se ha diluido y decae
la expectativa de evitar el temblor, por haberlo sufrido
anticipadamente durante la década pasada. La protección
esperada de tres escudos –reservas sustanciales, menor
deuda en relación al PBI y superávit fiscal– ya resulta
insuficiente.
Esas barreras probablemente habrían contrarrestado el
desplome internacional acotado que prevalecía hasta
septiembre del 2008. Pero el desmoronamiento financiero
asumió una dimensión muy superior desde esa fecha. Esta
vez América Latina es receptora del tsunami. Soporta desde
afuera la conmoción que protagonizó en repetidas
oportunidades. ¿Qué gravedad tendrá este golpe en
comparación a otras zonas de la periferia?
Algunos economistas estiman que el efecto bursátil será más
agudo que en las economías centrales por la fragilidad
local de los mercados accionarios. Pero esperan una
incidencia manejable en los bancos, que han limpiado
mayoritariamente sus balances durante los desplomes
anteriores. También evalúan que las entidades financieras
se encuentran menos contaminadas con títulos tóxicos
(hipotecas) y operaciones especulativas (securitización,
derivados). La reducida gravitación del crédito en la zona
redujo la envergadura de esas transacciones.
Otros diagnósticos destacan que la situación fiscal luce
mejor que en Europa Oriental. También estiman que la
retracción de las exportaciones será más digerible que en
África, aunque más impactante que en Asia. Atribuyen esta
adversidad a la gran concentración de ventas en una
limitada canasta de productos básicos.
Pero el principal problema de estas evaluaciones es su carácter
efímero. Irrumpen y desaparecen de la crónica periodística
con asombrosa velocidad. Un día se coloca a Latinoamérica
fuera del vendaval y a la jornada siguiente en el centro de
la tormenta.
Algunas estimaciones presentan, además, un tono
sospechosamente sesgado. El FMI, por ejemplo, considera que
Argentina, Venezuela y Ecuador afrontan mayores amenazas de
cesación de pagos que México, Chile o Colombia. Esos
mensajes están en realidad plagados de resentimiento hacia
los gobiernos contestatarios y los deudores incumplidores.
Ninguna caracterización seria surge de esas
especulaciones.
Tres efectos
América Latina recepta, en primer lugar, la crisis de
sobre–acumulación global que generó la aglomeración de
capitales ficticios en la esfera financiera. Dado el
reducido alcance del endeudamiento personal en la región,
este impacto no se traduce por ahora en bancos corroídos
por préstamos irrecuperables.
Pero el crack ha creado una necesidad de liquidez en las
economías centrales, que provoca fuertes sustracciones de
fondos. Especialmente los bancos extranjeros transfieren
recursos desde América Latina hacia sus casas matrices.
Estas repatriaciones ya afectan a un cuarto del total de
recursos manejados por esas entidades en las economías
emergentes.
También los segmentos internacionalizados de las finanzas
regionales son vulnerables al desplome global. Algunos
fondos privados de pensión –enlazados al vaivén
especulativo mundial– acumulan pérdidas que amenazan su
supervivencia (especialmente en Chile).
América Latina soporta, en segundo lugar, la sobreproducción
de mercancías, que caracteriza a la crisis actual. Este
excedente fue desencadenado por el modelo de competencia
mundial en torno a salarios descendentes, que generalizó el
neoliberalismo. El efecto de este desequilibrio se verifica
particularmente en las ramas más
globalizadas de la industria regional. El sector
automotor sufre, por ejemplo, la misma plétora de productos
que golpea a las economías metropolitanas.
Este sobrante es dramático en México, que exporta vehículos
ensamblados a Estados Unidos y en Brasil, que soporta una
destrucción de empleos equiparable al registrado en la
primera potencia. El panorama es igualmente problemático en
Argentina, a pesar de la extraordinaria rentabilidad que
tuvieron las automotrices en los últimos años.
El ajuste industrial que sacude a Latinoamérica es
impuesto por las empresas transnacionales, que reorganizan
su producción a escala mundial. En el sombrío clima actual
ya no se escuchan elogios a la globalización neoliberal, ni
alabanzas a cualquier tipo de inversión. Las terribles
consecuencias de la fabricación mundial integrada –bajo
los principios de la competencia y el beneficio– comienzan
a salir a flote.
Pero la mayor amenaza en ciernes para la zona proviene de
un tercer impacto mundial: la abrupta caída de los precios
de las materias primas. Este desmoronamiento revierte el
crecimiento del último quinquenio, que se apoyó en una
significativa mejora de los términos de intercambio (33% en
comparación al promedio de la década precedente). Esa
coyuntura permitió incluso alcanzar volúmenes de exportación
superiores a la deuda externa en el 2006 y el 2007.
Pero el cambio de tendencia afecta ahora las balanzas
comerciales y los presupuestos públicos. El crecimiento
consecutivo al 5,5% anual desde el 2003 ha quedado atrás.
El PBI del 2008 se desaceleró a 3,3% y todas las
estimaciones del 2009 se están ajustando hacia abajo.
Muchos economistas sostienen que América Latina podrá
soportar igualmente el huracán, si adopta medidas audaces
de reactivación keynesiana. Estas iniciativas ya se están
implementando para aumentar la liquidez, expandir el crédito
público y subvencionar la industria. Los debates sobre su
efectividad o suficiencia han ganado la primera plana.
Pero, en los hechos, esa viabilidad depende de la magnitud
de la crisis y no tanto del acierto de los correctivos. Las
políticas monetarias y fiscales anticíclicas inciden
dentro de ciertos límites. Pueden reanimar la demanda o
detener la caída de la producción en un cuadro recesivo,
pero tienen poca influencia en una depresión en picada
Por ahora el colapso financiero golpea con mayor furia a
las economías centrales, pero Estados Unidos, Europa
Central y Japón cuentan con recursos superiores para
intentar un contrapeso. Pueden ensayar reactivaciones con el
sostén del Tesoro y emiten los dólares, euros y yenes que
utiliza América Latina. Además, incrementan el déficit
fiscal, mientras la región continúa atada a las normas del
superávit.
En síntesis, en la cambiante coyuntura latinoamericana
tiende a estrecharse el margen de las políticas macroeconómicas
que intentan frenar el vendaval.
¿Beneficios de largo plazo?
El escenario que emergerá de la crisis dependerá de
desenlaces políticos imprevisibles y autónomos de la
tormenta económico–financiera. Basta recordar que la
depresión del 30 fue zanjada con una guerra mundial y que
la Unión Soviética se desmoronó por la implosión de un régimen,
para notar cuán gravitante es la incidencia de los
acontecimientos políticos.
América Latina se encuentra en un punto de cruce de
tendencias geopolíticas contradictorias determinadas por
tres procesos: la autonomía regional, la postura de Estados
Unidos y el perfil de Brasil.
En el primer terreno de independencia zonal, algunos
analistas estiman que la adversidad actual tendrá efectos
favorables, si se repite lo ocurrido en los años 30.
Recuerdan que la debacle de
entre–guerra generó condiciones propicias para la gestación
de los procesos posteriores de industrialización.
Pero olvidan que el impacto inicial
de la gran depresión fue una dolorosa depreciación de las
materias primas. La sustitución de importaciones apareció
sólo ulteriormente, como consecuencia del proteccionismo y
la guerra mundial y se instrumentó en una región, que pudo
mantenerse al margen de esa conflagración.
La única comparación apropiada,
hasta el momento, es con el shock
adverso que inicialmente generó la gran depresión.
Nadie puede predecir que sucederá posteriormente. Una
eventual reproducción del contexto de posguerra choca no sólo
con la ausencia de confrontaciones bélicas
interimperialistas, sino también con la mayor
internacionalización de la economía.
Es cierto que algunos rasgos de
autonomía regional ya aparecieron en Sudamérica antes del
estallido actual, especialmente en el plano financiero. En
el último quinquenio de crecimiento se registraron
recompras de títulos públicos y reducciones del
endeudamiento, que guardan cierto paralelo con lo ocurrido
luego de la gran depresión. Pero la continuidad de esta
atenuación de la carga financiera es un interrogante.
Lo importante es percibir que un
desmoronamiento económico en el centro del capitalismo, no
amplía necesariamente los márgenes de acción de la
periferia. La crisis de los 70 demostró que puede suceder
lo contrario.
Esa conmoción empalmó inicialmente
con un marco favorable para el Tercer Mundo. La derrota de
Vietnam había recortado la capacidad de intervención
norteamericana y el encarecimiento de las materias primas
mejoraba los ingresos de la periferia, en el novedoso marco
que rodeaba a la OPEP. Un bloque de 77 a 125 países No
Alineados proponía el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional. Promovía
estabilidad de precios para las materias primas, mayor
acceso a los mercados desarrollados, transferencias de
recursos al Sur y participación de la periferia en las
decisiones de ONU.
Pero este curso quedó abruptamente clausurado en los 80
con la ofensiva neoliberal. Mediante aumentos de tasas de
interés y recortes de la demanda de insumos que provocaron
la depreciación de los productos básicos, las grandes
potencias retomaron su control del Tercer Mundo.
América Latina soportó el brusco aumento de su
endeudamiento –y en lugar de un desahogo post–30–
padeció un desplome equivalente a la gran depresión. El
breve alivio de las desigualdades internacionales quedó
sustituido por una nueva etapa de polarización global, que
perduró hasta el fin del siglo XX.
Este
antecedente ilustra cuán acotado y frágil puede resultar
un período de autonomía periférica. Se pueden ponderar
las numerosas diferencias que distinguen la etapa actual de
los años 70, comparando por ejemplo el viejo rol de la Unión
Soviética con el papel reciente de China. Pero resulta
imposible definir si estos cambios serán ventajosos o
desfavorables para la periferia. Más especulativo aún es
presagiar un escenario de nueva industrialización
independiente para América Latina.
Multipolaridad opresiva
La apuesta a un beneficio latinoamericano de la crisis
actual se apoya en la previsión de un escenario multipolar.
Muchos analistas estiman que la región podría aprovechar
la mutación del marco global, para adoptar políticas más
autónomas.
Ese período de mayor dispersión o equilibrio entre
fuerzas capitalistas del planeta es ciertamente una
posibilidad. Pero resulta decisivo subrayar que no favorecería
por sí mismo a las mayorías populares. Más bien
fortalecería a las clases dominantes locales vinculadas con
las potencias hegemónicas. Esta hipótesis es omitida por
la tesis multipolar.
El mayor ascenso geopolítico de China, India o Rusia
seguramente incluiría agudos conflictos con los
capitalistas del centro, pero tendería esencialmente a
asentarse en la asociación con esos sectores. Estas
alianzas se forjaron durante las últimas dos décadas y
dieron lugar a llamativas compras de activos en las economías
avanzadas por parte de las multinacionales emergentes.
Estas mismas tendencias han persistido luego del estallido
global y se verifican en el financiamiento asiático del déficit
norteamericano. La activa participación oriental en el
rescate de los bancos estadounidenses y el traspaso de
empresas quebradas a propietarios de ese origen forman parte
de este mismo proceso.
En las últimas décadas la dominación global estuvo en
manos de una tríada de potencias encabezadas por Estados
Unidos. El imperialismo clásico –de países que derrotan
y subordinan a sus rivales por medio de la guerra– fue
sustituido por el imperialismo colectivo. Norteamérica ha
liderado en las últimas décadas un poder compartido con
Europa y Japón. Un eventual escenario multipolar surgiría
de la incorporación de nuevos asociados a ese entramado.
Remodelaría la opresión y obstruiría la emancipación
popular.
La crisis de dominación estadounidense
La localización central de la crisis en la economía
norteamericana agrava los problemas que enfrenta la primera
potencia en América Latina. Estas dificultades derivan de
fracasos políticos militares extra–regionales (Medio
Oriente) y rebeliones antiimperialistas en la zona.
Desde el fallido proyecto del ALCA se registra una pérdida
de posiciones del gigante del Norte, que ha dado lugar al
estancamiento de los Tratados de Libre Comercio. Un
afianzamiento del giro proteccionista actual acotaría
adicionalmente el alcance de esos convenios. Cualquier
aumento significativo de los aranceles en la principal
economía del continente haría trastabillar a los TLCs.
La crisis actual golpeará especialmente a los socios
fronterizos de Estados Unidos. México afronta el desplome
del mercado que absorbe el 90 % de sus exportaciones, en un
explosivo contexto de retorno de emigrantes, deterioro
social y crimen organizado. El viejo idilio con el Nafta se
ha transformado en una pesadilla. También la expectativa
estadounidense de capturar PEMEX ha decaído, junto al
desmoronamiento de varias multinacionales mexicanas
dependientes de la economía estadounidense.
Más grave es la situación de los pequeños países
centroamericanos atados a la afluencia de remesas. La escasa significación pasada de los emigrantes latinos en la economía
del Norte (1,7 millones en 1970) contrasta con su enorme
gravitación actual (17, 4 millones en 2005). La repatriación
–que ya genera el desempleo masivo en la metrópoli–
afectará directamente las relaciones de Estados Unidos con
estas naciones.
El contexto político que afronta el Departamento de Estado
es más adverso en Sudamérica. Como resultado de grandes
conmociones políticas y sociales, gran parte de los
gobiernos han tomado distancia de su vieja subordinación al
Norte. Durante el año pasado Estados Unidos quedó
marginado de las negociaciones para enmendar dos conflictos
claves: la incursión militar de Colombia a territorio
ecuatoriano y el frustrado golpe derechista en Bolivia. Debió
soportar, además, la inédita expulsión de dos embajadores
(Venezuela y Bolivia), que hasta ahora no retornado a sus
cargos.
Algunos analistas estiman que este marco obligará a
Estados Unidos a atenuar su control sobre América Latina.
Consideran que el Departamento de Estado adoptará una
postura más condescendiente (o menos interesada) en el
futuro del continente. Suponen, especialmente, que Obama
podría también deslizarse hacia actitudes que “superen
los vestigios de la guerra
fría”.
Pero, en realidad, el
nuevo presidente no se dispone a introducir cambios
significativos en el área latinoamericana. Retirará los
presos de Guantánamo, pero no devolverá el enclave a Cuba,
ni juzgará a Bush por las torturas. Aliviaría las
restricciones para viajar a la isla, pero sin levantar el
embargo y buscará acercamientos diplomáticos que eviten
reconocer la derrota imperial. Habrá que ver si aligera el
encubrimiento al terrorismo de estado en Colombia y si atenúa
el acoso sobre Venezuela y Bolivia.
La continuidad de políticas imperialistas consensuadas con
los republicanos ha sido la norma de todas las
administraciones demócratas. Seguramente Obama retomará
una combinación de garrote y zanahoria, con más incidencia
diplomática (tradición de Clinton) que brutalidad
descarada (herencia de Bush).
Los virajes que el nuevo presidente debe encarar en el
plano interno no se proyectan a la política exterior. Un mandatario de color –que no representaba inicialmente al
establishment– enfrenta un terremoto social sin
precedentes desde Roosvelt,
en un contexto de transformaciones democráticas inéditas
desde Kennedy. Este aluvión interno obliga a cambiar la
agenda tradicional. Pero el libreto para el Patio Trasero se
mantiene sin variantes.
Desde hace siglos los gobiernos
estadounidenses implementan estrategias de sujeción basadas
en la doctrina Monroe. Tarde o temprano la primera potencia
encarará una contraofensiva, cuyos anticipos ya se
vislumbran en la reactivación de IV flota. Con el
pretexto del narcotráfico (o del terrorismo), el Comando
Sur de Miami gana terreno. Ya reúne más personal civil
dedicado a la Latinoamérica que todos los departamentos
diplomáticos y comerciales de Washington. Las bases de
Colombia tienen extensiones en Perú y existe una novedosa
hipótesis de intervención militar a México.
La primera potencia perdió
en la última década cierta gravitación económica, frente
a sus competidores europeos. Las empresas del Viejo
Continente desplazaron a las compañías norteamericanas en
el monto de las inversiones externas.
Pero la Unión Europea no aspira a
reemplazar a su rival y se ha limitado a ensayar tratados de
libre comercio calcados del ALCA. Habrá que ver, además, cómo la crisis global
afecta al artífice español de la avanzada europea. Las
compañías ibéricas deben lidiar con una montaña de pérdidas,
que las obliga a retirarse y vender activos.
Es cierto también que Estados Unidos ha debido tolerar la
primera incursión comercial china, la visita de la marina
rusa a Cuba y los viajes de funcionarios iraníes a
Venezuela. Pero estas presencias amenazan menos que Europa
la dominación tradicional norteamericana. Ningún dato
corrobora, por lo tanto, las tesis de la indiferencia (o la
resignación) de Estados Unidos frente a Latinoamérica.
¿Declinación inexorable?
Ciertos analistas atribuyen el futuro desahogo
latinoamericano a una declinación estructural e inevitable
de Estados Unidos. Las versiones más vulgares de este
enfoque son habitualmente recogidas por los medios de
comunicación. Han sido enunciadas por futurólogos de
instituciones próximas al Departamento de Estado y auguran
el liderazgo de Europa o Asia y el ascenso de nuevas
potencias (China, Rusia, India). Luego del fracaso
neoconservador de Bush, algunos le han puesto fecha al fin
de la primacía norteamericana (año 2025).
Esos pronósticos contrastan con el deslumbramiento
pro–norteamericano que prevalecía en la década anterior
y también con la euforia mediática que rodeó al ascenso
de Obama. Los mismos medios –que teorizan la agonía
de Estados Unidos– resaltaron los atributos del nuevo
presidente para restaurar el sueño americano. En este sube
y baja, el fin del imperio y su resurrección se alternan
con sorprendente velocidad.
Otros teóricos de la decadencia ponderan esta regresión.
Estiman que permitirá superar las desventajas de la
dominación global en el terreno económico (menor
productividad) y político (creciente desprestigio). Con
esta visión transmiten una idílica imagen de renuncia
estadounidense a sus prerrogativas.
Pero es bastante absurdo presentar al imperialismo
norteamericano como víctima de una supremacía indeseada.
El Pentágono y el Departamento de Estado ejercen un rol
mundial opresivo a favor de empresas norteamericanas y
custodian los grandes lucros que genera esa dominación.
Desde una óptica muy diferente, los analistas serios han
buscado aplicar la tesis de la declinación norteamericana a
Latinoamérica. Presentan datos significativos del retroceso
tecnológico y productivo de la primera potencia y
evidencias de su debilitamiento para ejercer la hegemonía
frente a sus rivales.
Pero este enfoque contiene un reconocimiento problemático:
el dominio militar estadounidense persiste sin rivales a la
vista y es aceptado por sus competidores. Esta ausencia de
reemplazante bélico (europeo o asiático) es
particularmente decisiva, en el esquema de la escuela sistémica.
Esta corriente asocia cada etapa de la historia contemporánea
con la existencia de una potencia dominante o en curso de
ejercer esa supremacía.
Como los candidatos a ocupar ese liderazgo no pasaron la
prueba de las últimas décadas (Alemania en los 70, Japón
en los 80, Unión Europa en los 90), habría que ser más
cauteloso con los pronósticos sobre China.
La supremacía norteamericana atraviesa por una crisis,
cuyo desemboque final es una incógnita. No está escrito en
ningún lado que concluirá con el ascenso de un
contrincante o con el reciclaje del propio liderazgo.
Resulta imposible determinar, por el momento, si Estados
Unidos atraviesa un retroceso acotado o definitivo.
Pero el trasfondo teórico de este problema es la
controvertida noción de auge y decadencia de los imperios.
Esta tesis de reemplazos cíclicos de la supremacía mundial
presupone una filosofía de etapas predeterminadas de la
historia. Es un enfoque con razonamientos fatalistas, que
choca con la asignación de protagonismo a los sujetos
sociales. La interpretación de la historia como un devenir
de la lucha de clases –en un marco de condiciones
objetivas– es incompatible con la regla de la dominación
imperial sustitutiva.
El nuevo perfil de Brasil
La actual discusión sobre la regresión estadounidense
contrasta también con la imagen de una superpotencia
imponiendo sus prioridades a Latinoamérica, que acompañó
al debut del neoliberalismo. Este cambio indica una crisis
del viejo rol pretoriano del Pentágono, protegiendo a
clases dominantes frágiles, estados inestables y elites
poco autónomas. Especialmente
en Sudamérica no se verifica actualmente el tipo de
sujeción neo–colonial,
que rige por ejemplo en varias regiones de África.
Es incorrecto observar a las
principales clases dominantes locales como títeres de un
imperio. Actúan como grupos de explotadores con intereses y
estrategias propias, en un escenario que difiere
sustancialmente del marco semicolonial. Este cambio de
contexto es soslayado por muchos teóricos de la
recolonización, que sólo resaltan la reinserción
subalterna de la región en el mercado mundial o la
reaparición de formas de sujeción prenacionales.
Con esta visión se pierde de vista no solo el retroceso de
la dominación norteamericana, sino también la nueva
gravitación de Brasil. No se registra que este país es el
gran candidato
a comandar una multipolaridad opresiva en Sudamérica.
A pesar del bajo crecimiento de últimos años, las
empresas transnacionales de ese origen se han consolidado en
toda la región. Se apoderaron del 50% de la principal
actividad económica uruguaya (industria de la carne),
comprando tierras y controlando un tercio de la faena.
Capturaron varias firmas estratégicas de Argentina
(especialmente Pecom y Loma Negra) y ya manejan el 95% de la
soja exportada desde Paraguay.
A principios de la década, Petrobrás se apropió del 45%
del gas, el 39% del petrolero y de toda refinación de
Bolivia. En Perú dos conglomerados brasileños controlan el
grueso de las minas de zinc y fosfato. En Ecuador gestionan
varios yacimientos estratégicos y administran los
principales proyectos de obra pública.
La expansión sudamericana de las multinacionales brasileñas
se ha sostenido en la financiación oficial (BNDES). Esos créditos
han crecido más que los fondos aportados a la región por
el FMI o el Banco Mundial. Las compañías de Brasil
sustraen materias primas, dominan fuentes de energía y
abastecen mercados de consumo. Su principal núcleo
–Petrobrás, Gerdau, VM, Oderbrecht, Friboi, Marfrig,
Vale– opera con elevados niveles de internacionalización.
El principal proyecto de estas firmas es un conjunto de
autopistas e hidrovías programados en el IIRSA
(Infraestructura regional sudamericana). Este plan involucra
a todos los países vecinos y se localiza prioritariamente
en la Amazonia. Apunta a explotar los gigantescos recursos
naturales de esa región.
La expansión multinacional brasileña se apoya también en
la agresiva diplomacia de negocios que desarrolla Itamaraty.
Esta política ha provocado numerosos conflictos. Petrobrás
se opuso a las nacionalizaciones dispuestas por Evo Morales
y Lula buscó imponer términos leoninos a las
indemnizaciones en juego. También en Ecuador, Brasilia llamó
inmediatamente a consultas a su embajador ante los
cuestionamientos oficiales que recibió la empresa
Oderbrecht, por represas construidas con fallas
estructurales.
Es probable que el próximo conflicto involucre a Itaipú,
ya que Paraguay tiene vedado el manejo soberano de sus
recursos hidroeléctricos. Debe vender la energía excedente
a una tarifa inferior al precio de mercado, para solventar
una deuda odiosa con el acreedor brasileño.
Geopolítica de dominación
Para sostener la política de las corporaciones, Brasil se
militariza con tecnología francesa. Se construyen
submarinos, aviones y helicópteros destinados a custodiar
los intereses de esas compañías, en las vastas regiones
inexploradas del subcontinente.
Este correlato militar de la expansión multinacional no se
limita al radio fronterizo. Desde el 2004 Brasil lidera las
fuerzas de ocupación que reemplazaron a los marines en Haití.
Garantiza allí una política neoliberal, que agrava la
tragedia de hambre, pobreza y emigración, utilizando los métodos
policiales que ensayó en las favelas. Esas acciones han
facilitado el ingreso de las firmas brasileñas al Caribe.
La estrategia geopolítica en curso apunta a lograr desde
UNASUR, el ambicionado asiento brasileño en el Consejo de
Seguridad. Con este objetivo Itamaraty amplía el radio de
alianzas (ahora con México) y estimula el ingreso de Cuba a
Grupo Río.
Lula repite la política de lobby que desarrolló Felipe González,
para posicionar a las empresas españolas en América
latina. Como busca garantizar la estabilidad de negocios arbitrados por la diplomacia
brasileña, rechaza las pretensiones separatistas de la extrema
derecha sudamericana (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija en Bolivia, Zulia
en Venezuela, Guayas en Ecuador).
Brasil subordina incluso la continuidad del MERCOSUR a su
liderazgo. Demorará la moneda común y el parlamento
regional hasta que tenga asegurada esa conducción. Tampoco
renuncia a estrategias unilaterales. En la última reunión
de la OMC abandonó a sus aliados del G 20, para buscar un
compromiso directo con los países desarrollados.
Pero la dirección del bloque sudamericano requiere
neutralizar políticamente a Venezuela (dentro o fuera del
MERCOSUR) y resolver los conflictos comerciales con
Argentina. Sólo fuertes beneficios geopolíticos pueden
atenuar las constantes quejas de los industriales de Sao
Paulo hacia el vecino del Sur.
Todo indica, por lo tanto, que Brasil busca ocupar los
espacios creados por la crisis de dominación
estadounidense. Pero aspira a cumplir este rol sin chocar
con la primera potencia. Tratará de saltar un escalón
dentro de la coordinación hegemónica que ha prevalecido
desde la posguerra. Las clases dominantes brasileñas
pretenden jugar un rol más visible, pero al mismo tiempo más
integrado al imperialismo colectivo.
¿Cómo responderá Estados Unidos? Hasta ahora predomina
la indefinición. En el 2007 Bush suscribió un acuerdo
estratégico con Lula para desenvolver una política común
de agro–combustibles. El abaratamiento del crudo y las
disputas aduaneras en torno al etanol amenazan ese convenio.
Pero muchos opinan que Obama podría retomar ese tratado,
para asociar al principal país sudamericano a la dominación
global.
Semiperiferia y subimperialismo
En su nuevo rol dominante Brasil tiende a jugar un rol
subimperialista. Este papel se está gestando bajo la
cobertura de intereses regionales compartidos y no resultará
menos adverso para los pueblos, que la opresión tradicional
ejercida por el imperialismo estadounidense o europeo.
El término de subimperialismo surgió en los años 60 para
retratar una expansión de Brasil conectada a las
prioridades del Departamento de Estado. Con el prefijo
“sub”, Ruy Mauro Marini indicaba el carácter tardío y
periférico de la nueva potencia y su asociación
subordinada con Estados Unidos.
La denominación distinguía una acción imperial emergente
(Brasil) de una función ya dominante (Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia). También aludía a diferencias con
imperialismos menores
(Suiza, Bélgica, España), extinguidos (otomano,
austro–húngaro) o fallidos (Rusia, Japón).
La palabra subimperialismo podría erróneamente sugerir
una delegación del poder central a servidores de la
periferia. Pero en el caso brasileño siempre apuntó a
resaltar el proceso opuesto de mayor autonomía de las
clases dominantes locales. La aplicación de ese concepto
para la región difiere, por ejemplo, de su uso para el caso
de Israel (que actúa por mandato del Pentágono) o de
sub–potencias como Australia y Canadá, que actuaron
siempre adheridas al eje anglo–norteamericano. Una analogía
más próxima a Brasil sería el rol jugado por Sudáfrica,
en la región austral del continente negro.
Hace cuarenta años el sub–imperialismo brasileño
debutaba como gendarme anticomunista,
en acciones de una dictadura comprometida con la guerra fría.
En la actualidad, Brasil sostiene el orden capitalista por
cuenta propia (ocupación de Haití), se abastece con
pertrechos de Francia y pone serios límites a la plataforma
de los marines en Colombia.
El acierto más perdurable de los
primeros teóricos del subimperialismo fue captar la
transformación de las viejas burguesías nacionales
(promotoras del mercado interno), en burguesías locales
(que priorizan la exportación y la asociación con empresas
transnacionales). Marini denominó “cooperación antagónica”
al proceso de internacionalización del capital local y
polemizó con los autores que presentaban ese viraje, como
un acontecimiento favorable al desarrollo del país.
Este giro multinacional de las clases
dominantes se ha consolidado en las últimas dos décadas y
se plasma actualmente en la expansión de las firmas brasileñas
hacia los países vecinos. Marini atribuía este despliegue
foráneo a la estrechez de un mercado interno, afectado por
la fragilidad del poder adquisitivo. Estimaba, además, que
los grandes capitalistas brasileños acentuaban la compresión
del poder de compra, recurriendo a formas de superexplotación
de los trabajadores.
Los seguidores de esta tesis han
resaltado el agravamiento contemporáneo de estos
desequilibrios, en ausencia de un consumo de masas equiparable al
fordismo de las economías avanzadas.
Estas carencias impulsan a las multinacionales a invertir en
el
exterior, los capitales sobrantes que genera la restrictiva
acumulación interna.
Como resultado de esta contradicción Brasil adopta
conductas subimperiales, antes de haber alcanzado el poderío
que tuvieron las principales economías centrales en los
siglos XIX y XX. Esta asimetría ilustra las modalidades
contemporáneas que adopta el desarrollo desigual y
combinado.
La noción de sub–imperialismo
contribuye a superar el simplificado esquema de
centro–periferia e indica la variedad de relaciones que
genera la polarización del mercado mundial. Retrata la
existencia de formaciones intermedias, que algunos
pensadores han teorizado con el concepto de
semi–periferia.
Este término alude a frecuentes situaciones intermedias de
la historia del capitalismo. Indica el surgimiento de
potencias desafiantes que alcanzaron liderazgos (EEUU, Japón,
Alemania) o fallaron en el logro de esa meta (Italia, España,
Rusia).
Las semi–periferias han sido subimperialismos (o
imperialismos) potenciales que prosperaron o abortaron. En
Sudamérica esta evolución se frustró en Argentina durante
la primera mitad del siglo XX, pero continúa abierta para
Brasil. Múltiples razones económicas, políticas y
sociales explican esta evolución divergente.
Las nociones de semiperfiera y subimperialismo permiten
captar el dinamismo contradictorio del capitalismo. Este
sistema periódicamente transforma las relaciones de fuerza
en el mercado mundial. Una fotografía congelada del centro
y la periferia impide registrar estos cambios. No permite
captar, por ejemplo, mutaciones históricas tan
sorprendentes como el salto procesado por China en las últimas
décadas.
Los dos conceptos intermedios también chocan con la
estrecha clasificación de los países latinoamericanos en
colonias, semicolonias y capitalistas dependientes. Este
modelo es particularmente insuficiente para una región
–que a diferencia del resto de la periferia– logró una
emancipación temprana del yugo colonial. Por soslayar
situaciones semi–coloniales durante gran parte del siglo
XX, Brasil tiende a saltar hacia un estadio subimperial.
Estatismo para los poderosos
Mientras que el margen de autonomía, la reacción
estadounidense y el rol multipolar de Brasil son incógnitas
abiertas, el severo impacto inmediato de la crisis ya está
a la vista. La preocupación central de toda la región es
actuar frente a un tsunami que augura desempleo y pobreza.
Las medidas que se están adoptando en las tres principales
economías de la región socorren a los capitalistas, con
los recursos públicos que necesitan los desamparados. En México
se dilapidan reservas para contrarrestar una corrida contra
la moneda nacional, que podría frenarse instaurando un
severo control de cambios. En Brasil, el Tesoro puso a
disposición de los banqueros 50.000 millones de dólares y
los bancos públicos ya anunciaron que absorberán las pérdidas
de las entidades privadas. En Argentina se decretó una
moratoria de los capitales fugados que perdona la evasión
impositiva.
La misma consideración oficial reciben los grandes
industriales. En México fueron incorporados a un
mega–plan de inversiones públicas. En Brasil obtuvieron
reducciones de gravámenes y planes para sostener la
reactivación de las ventas. En Argentina son
particularmente agraciados los empresarios de la construcción
y los productores de bienes durables. Este mismo auxilio al
capital se verifica en Chile y en Colombia.
Estas orientaciones apuestan a una reacción positiva de
los poderosos. Suponen que los flujos gubernamentales de
dinero inducirán a los capitalistas a mantener el nivel de
actividad. Pero olvidan que esa decisión depende de la
dudosa preservación de la rentabilidad. Los planes buscan
sostener también el consumo, pero sin medidas de
redistribución del ingreso. Sólo intentan incentivar el
gasto de la alta clase media, induciendo compras que
disuadan el ahorro en divisas.
Por ese camino se agrava la emergencia social, que ya
generan las suspensiones, los despidos y la desaceleración
productiva. Como no se introduce un ingreso mínimo
equivalente a la canasta familiar, la crisis tiende a
golpear frontalmente el bolsillo popular.
La protección del grueso de la población requería
destinar los fondos públicos a preservar salarios, ampliar el seguro al desempleo o
incrementar los gastos en salud, educación pública y
vivienda. Pero el intervencionismo actual favorece a las
clases dominantes.
En
la instrumentación de ese estatismo, actualmente convergen
los keynesianos y con los neoliberales. Especialmente los
cultores de la privatización han procesado un vertiginoso
giro pragmático. Ahora cuestionan la sabiduría del mercado
y aplauden el gasto público.
El
viraje estatista igualmente preserva la variedad de matices social–liberales
(Tabaré, Lula) y neo–desarrollistas (Cristina Kirchner),
que ha prevalecido en los últimos años. La nacionalización
de los fondos de pensión que se dispuso en Argentina
–para prevenir el colapso de las jubilaciones y recaudar
fondos para la reactivación– es un ejemplo de estas
diferencias. Las singularidades nacionales del
intervencionismo obedecen especialmente a la intensidad de
la lucha social o al deterioro económico–social
precedente.
Pero la tónica dominante es hacia una convergencia de políticas
económicas, que no implica coordinación. Hasta ahora cada
gobierno actúa por su cuenta, especialmente en el plano
comercial. La política de salvarse a costa del vecino es
muy visible en las devaluaciones competitivas y en los
aumentos de aranceles. Si este tipo de reacciones ha puesto
en peligro la continuidad de la Unión Europea, también
puede conducir al naufragio de la integración sudamericana.
Experiencias y alternativas
En cualquier escenario próximo los pueblos sufrirán duros
embates, si no logran afianzar su resistencia al capital.
Esta conclusión es la principal lección de los colapsos
financieros que padeció la región durante la década
pasada. Esas debacles desencadenaron rebeliones que
permitieron acumular importantes experiencias políticas y
sociales.
Los alzamientos revirtieron en Bolivia un largo ciclo
derechista, tumbaron en Ecuador a varios presidentes
neoliberales, suscitaron en Venezuela una acentuada polarización
y condujeron en Argentina al histórico levantamiento del
2001. También generalizaron la batalla por anular privatizaciones, nacionalizar recursos
naturales y democratizar la vida política.
Los oprimidos de América Latina conocen las dramáticas
consecuencias del salvataje a los capitalistas y deben
prepararse para enfrentar la agresión social que acompañará
al nuevo socorro de los banqueros.
Frente a este escenario los movimientos sociales, las
organizaciones políticas comprometidas con la lucha y los
economistas radicales ya debaten propuestas alternativas. En
varios encuentros se han fijado las bases de esta plataforma
(Caracas, Buenos Aires, Pekín, Belem).
Estos programas rechazan las medidas de regulación y
control estatal que socializan las pérdidas capitalistas.
Llaman a la movilización para supervisar cómo se utilizan
los recursos públicos y denuncian las amenazas que afectan
a los derechos populares.
Los planteos que se han esbozado priorizan el mantenimiento
del empleo, la prohibición del despido, el reparto de las
horas de trabajo sin modificar el salario y la nacionalización
de las fábricas que cierren o despidan. Estas medidas son
necesarias frente a la complicidad gubernamental con los
recortes empresarios de puestos de trabajo. La intermediación
estatal en negociaciones, para reducir salarios a cambio de
preservar el empleo, es otra cara del atropello social en
curso.
Tres
medidas en debate son particularmente acuciantes. En primer
lugar, la nacionalización
sin ningún tipo de indemnización
de los sistemas financieros, para asegurar el control
oficial del crédito en la explosiva coyuntura actual. El
rescate de los banqueros debe ser reemplazado por la
expropiación de sus bienes. Los estados deben recuperar el
costo de mantener en funcionamiento los bancos, absorbiendo
las propiedades de sus accionistas y administradores. La
nueva Constitución de Ecuador –que prohíbe estatizar las
deudas privadas– brinda un fundamento para esta acción.
Mientras se realiza un catastro de las grandes fortunas hay
que prevenir
la fuga de capitales, mediante estrictos controles de cambio y cierres de las sucursales
off shore. La apertura de los libros contables es también
indispensable para conocer la situación de cada entidad.
Hay que anticiparse al agravamiento del colapso, asegurando
el funcionamiento del sector que articula toda la actividad
económica.
La
segunda medida impostergable es la suspensión, revisión y
anulación de las deudas
públicas externas e internas. Mientras que la crisis borra
pasivos multimillonarios en las economías centrales, América
Latina continúa pagando. Las cláusulas de riesgo sistémico
que se utilizan en Estados Unidos para retasar el monto y
los plazos de obligaciones, no se instrumentan en la región.
Es el momento de seguir el camino que inició Ecuador, al
poner en marcha una auditoria integral tendiente a deslindar
los fraudes de los pasivos reales. La Comisión que revisó
los títulos emitidos entre 1976 a 2006, encontró un
escandaloso incremento del endeudamiento (de 240 millones de
dólares en 1970 a 17.400 millones en el 2007). También
descubrió ausencia de registros y renegociaciones
fraudulentas, que condujeron a pagar sumas superiores a lo
recibido.
Si se implementa en forma consecuente, esa suspensión del
pago de la deuda ilegal tendrá un enorme impacto sobre la
región. Sustituirá el repetido default, por una decisión
soberana de colocar a los acreedores en el banquillo de
acusados.
La tercera medida que impone la crisis es la nacionalización
del petróleo, el gas y la minería. Permitiría preservar
los recursos que América Latina necesita para protegerse
del temblor global. Este camino ya ha sido iniciado por
Venezuela y Bolivia. Evo decidió recientemente nacionalizar
una petrolera (Chaco), que había incumplido con el traspaso
de acciones al estado dispuesto por el gobierno. Al
denunciar el “carácter electoralista” de esta
iniciativa, la derecha transparenta la popularidad que tiene
este tipo de medidas.
Pero las nacionalizaciones se adoptan con muchas
vacilaciones y recurriendo a erróneos pagos de
indemnizaciones. En plena caída de los precios de las
materias primas estas erogaciones pueden resultar fatales.
El contexto político
La crisis global modifica la percepción general que
habitualmente existe de las medidas drásticas. En medio de
un colapso que ha resquebrajado la ideología neoliberal,
nadie se asusta con llamados a nacionalizar, estatizar o
suspender pagos de la deuda. Es el momento de aprovechar
este contexto para resguardar a la población
latinoamericana, adoptando decisiones contundentes. ¿Pero
hay condiciones para implementar un viraje radical?
Ciertos analistas estiman que el contexto político se ha
tornado desfavorable desde que la derecha recuperó terreno
electoral (Chile, México), afianzó un régimen
criminal (Colombia), obtuvo victorias sectoriales
(agro–sojeros de Argentina) y sepultó los atisbos
reformistas de varios gobiernos (Brasil, Uruguay).
Ciertamente la derecha prepara contraofensivas en todos los
países. Pero hasta ahora ha perdido
las grandes batallas. Fracasó con el golpe de estado en Bolivia, falló
con la provocación de Colombia sobre Ecuador y no pudo
consumar ningún ensayo de separatismo regional. Tampoco ha
podido restaurar la unanimidad derechista de los años 90,
en un marco de continuada gravitación de los avances
logrados en la conciencia antiliberal y antiimperialista.
Pero existen, además, varios gobiernos nacionalistas
radicales (Venezuela, Bolivia, Ecuador), que podrían tomar
en sus manos la implementación del programa popular frente
a la crisis. Estos procesos se distinguen de las
administraciones centroizquierdistas (Tabaré, Cristina,
Lula, Bachelet) en tres planos: recurren a la movilización,
chocan con el imperialismo y las clases dominantes e
intentan medidas de redistribución del ingreso.
La singularidad progresiva de estos gobiernos volvió a
corroborarse frente a la masacre de Gaza. Evo y Chávez
adoptaron una actitud ejemplar de ruptura con Israel, que
contrastó con la neutralidad diplomática de sus colegas
sudamericanos. Su postura se diferenció también de la
criminal complicidad que caracterizó a casi todos los
gobiernos árabes.
En Ecuador, Bolivia y Venezuela se han consagrado, además,
importantes avances democráticos a través de nuevas
Constituciones, aprobadas al cabo de fuertes disputas
electorales con la derecha. En el Altiplano, por ejemplo, se
reconoció el estado plurinacional, la separación de la
Iglesia del estado y la prohibición de bases militares
extranjeras.
Pero los gobiernos nacionalistas radicales enfrentan
grandes disyuntivas. Mantienen el apoyo popular, pero las
concesiones al capital y la ausencia de medidas radicales
tienden a generar fatiga. La crisis global abre una
oportunidad para superar ese desgaste con nuevos impulsos.
La prioridad es neutralizar el golpismo de la derecha e
impedir el retorno de los conservadores. Pero también es
indispensable evitar un congelamiento de las
transformaciones sociales, que estabilice la capa de
opresores que germina dentro de los procesos populares.
En Bolivia se han ganado nuevamente las elecciones con más
del 60% de los votos, pero la derecha mantiene su fuerza en
las regiones adversas. En lugar de aprovechar la derrota del
putch secesionista, se optó por incorporar a la Constitución
varias demandas de la oligarquía (especialmente el carácter
no retroactivo de los límites a la propiedad agraria).
En Venezuela
persiste el vigor de los programas sociales y se ha obtenido
un contundente triunfo electoral, que revierte los
resultados más adversos de comicios anteriores. Pero al
mismo tiempo se afianza la “boliburguesía” asociada con
el gobierno, que recicla la desigualdad social y recrea la
repudiada corrupción.
También en Ecuador se consolida la soberanía política,
pero han aparecido fuertes tensiones entre el gobierno y el
movimiento indigenista, que legítimamente protesta contra
la entrega de áreas mineras a la explotación
transnacional.
Es el momento de superar estas dificultades radicalizando
los procesos nacionalistas, reforzando un eje político–regional
con Cuba y revitalizando el ALBA. Esta asociación introdujo
principios de intercambio solidario, reafirmó criterios de
acción antiimperialista y planteó reformas sociales. En
los últimos meses incentivó la implementación de un
sistema de compensación monetaria y multiplicó los
acuerdos con la zona del Caribe. Pero muchas medidas
dependen de un financiamiento petrolero amenazado por la
crisis.
El ALBA podría cumplir un papel más significativo en el
nuevo contexto, como ámbito de formulación y ensayo de las
respuestas populares al tsunami económico.
Una decisión clave es el retiro del
CIADI, que ya inicio Bolivia. Es vital también
la campaña por abandonar el FMI y el Banco Mundial, para sentar las
bases de nuevos organismos de cooperación y solidaridad.
El ALBA ha buscado contrarrestar el estancamiento que
impuso Brasil al proyecto de Banco Sur y al sistema
monetario latinoamericano (SUCRE). Se han discutido mucho
las normas de funcionamiento de esa entidad (voto por país
o proporcional al capital aportado), así como el volumen o
el destino de los fondos.
Pero mientras persista la tendencia de las clases
dominantes a protegerse individualmente del colapso
financiero, estas iniciativas no prosperarán. Sólo los
oprimidos –que actúan sin la compulsión del beneficio y
la competencia– pueden garantizar la unidad regional. La
crisis global crea nuevas condiciones para avanzar hacia esa
meta.
Un proyecto anticapitalista
América Latina cumplió un papel de vanguardia en la
resistencia contra el neoliberalismo, pero la crisis actual
plantea otro desafío: ocupar un rol de avanzada en la
batalla contra el capitalismo. Este sistema es el
responsable de los descalabros actuales y su continuidad
exigirá mayores sufrimientos populares.
Sólo un camino erradicación de la explotación, el
desperdicio y la desigualdad vigentes permitirá
contrarrestar la miseria y el paro que augura la debacle en
curso. Este sendero exige adoptar medidas antiliberales y
anticapitalistas.
Las respuestas serán efectivas si facilitan una transición
al socialismo, opuesta a todos los proyectos de regular el
capitalismo. El estatismo en boga tiende a recrear las
crisis, al cabo de penosos salvatajes solventados por la
población.
Dos perspectivas históricas diferentes están en juego en
todos los debates del movimiento social. El Banco del Sur,
por ejemplo, puede concebirse en ambos sentidos. Mientras
que un rumbo socialista exigiría utilizar los fondos de esa
entidad para financiar la reforma agraria, las mejoras
populares y las cooperativas, el modelo capitalista induciría
a respaldar las empresas locales, que disputan mercados con
sus rivales extra–regionales.
La misma disyuntiva determina lineamientos diferentes para
el Fondo Regional del Sur (sistema monetario de compensación
de pagos). Podría facilitar la redistribución del ingreso
o emular los mecanismos capitalistas de estabilización, que
rigen en Asia o la Unión Europea. El camino socialista
requiere el retiro del FMI y del Banco Mundial, mientras que
el sendero capitalista apuntala la ilusión de democratizar
esos organismos.
Sólo la perspectiva socialista permitirá organizar una
economía al servicio de las necesidades populares, con
formas de planificación democrática que atenúen (y
eliminen posteriormente), las traumáticas turbulencias del
ciclo capitalista. El socialismo del futuro no guardará
ninguna conexión con las fracasadas experiencias de
totalitarismo burocrático del siglo XX. Pondrá en marcha
la autogestión colectiva que se necesita para forjar una
sociedad igualitaria.
Bibliografia adicional
–Acosta Alberto “Una propuesta múltiple desde la utopía”,
enero 2008.
–Arruda Sampaio Jr Plinio.
“Ofensiva neoliberal e reversao neocolonial na América
Latina. Pensamiento y acción por el socialismo.
FISIP–CLASO, Buenos Aires, 2006.
–Boron Atilio. “Prólogo”,
Crisis de hegemonía de Estados Unidos. Siglo XXI, México,
2007
–Cockcroft James. América Latina y Estados Unidos.
Historia y política, Siglo XXI, 2001, México, conclusión.
–Fiori
José Luis. “Entrevista”. La Onda
Digital, www.laondadigital.com,
16–10–08.
–Gandásegui h Marco. “Obama, crisis y América
Latina”, ALAI, 9–12–08
–Guerrero Modesto, “Señales de
un continente en movimiento”,
Página 12,8–11–08
–Maringoni Gilberto, “America Latina em 2009”,
Revista do Enlace
–Martins Carlos Eduardo. “Los
impasses de la hegemonía de Estados Unidos”. Crisis de hegemonía de Estados
Unidos. Siglo XXI, México, 2007
–Montecino Jorge, “Obama y la
región”, ALAI, 13–11–08
–Petras James, “Repensar el desarrollo de América
Latina”, Memoria n 224, noviembre 2007.
–Sader
Emir. “América Latino no século XXI”. Revista de Osal
n 9, enero 2003.
–Salama Pierre “Argentine, Bresil, Méxique, face a la
crise internacional”
socio13.wordpress.com/ 16–12–2008
–Toussaint Eric. “¿Qué crisis? ¿Qué respuestas
puede dar el Sur?
www.rebelion.org/noticia. 4–12–2008
–Weisbrot Mark. “La recesión se puede evitar” Página
12, 16–11–08.
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
The
Economist–La Nación “América Latina se prepara
para tiempos duros”, 22–1–09.
The
Economist– La Nación, ¿“Emergentes: ¿caída o
tropezón”?, 20–1–09.
The Wall Street Journal– La Nación, “La sequía del
financiamiento comercial pone en jaque a los mercados
emergentes”, 22–12–08.
Hemos analizado esta combinación de sobre–acumulación
de capitales y sobreproducción de mercancías en: Katz
Claudio, “Codicia, regulación o
capitalismo”(30–12–08) y “Lección acelerada de
capitalismo” (4–10–08), http://katz.lahaine.org
Por
ejemplo, Vanoli Alejandro. “Cómo
inmunizar a la argentina en el casino global”, Clarín,
16–8–07.
Esta
tesis plantea, por ejemplo, Cardoso Fernando Henrique,
“Ante una reingeniería de las finanzas mundiales”,
Clarín, 15–10–08.
Es
la tesis que presentan: Gersh Alain. El consenso de Pekín
Le Monde Diplo, noviembre 2008, Sercovich Francisco.
“Globalización: los nuevos desencantados” Clarín,
19–8–07, Golub Philip “Hacia un mundo
descentralizado”, Le Monde Diplo, noviembre 2008,
Buenos Aires.
Algunos
periodistas utilizaron el término NAN (Nuevas Naciones
Adquisitivas) para describir este proceso, que incluyó
la transferencia de una parte de British Petroleum a
capitalistas chinos, así como de la canadiense Inco a
empresarios brasileños y de la norteamericana Asaco a
potentados de la India. Cohen Roger. “El mundo está
al revés”, La Nación, 2–6–08.
Los
países del sudeste asiático tienen en su poder la
mitad de la deuda EEUU y China jugó un papel directo en
los salvatajes de Fanny Mae y Freddie Mac. Bular
Martine, “El poder mundial se desplaza”, Le Monde
Diplo, noviembre 2008.
El
concepto de imperialismo colectivo ha sido desarrollado
por Amin Samir, “US imperialism, Europe and the middle
east”, Monthly Review vol 56, n 6, November 2004.
Una empresa de este tipo –como Cementos mexicanos–
se encuentra en un estado crítico por la retracción de
insumos que provocó el desplome del negocio
inmobiliario. The Wall Street Journal– La Nación,
“Cemex, un símbolo de la globalización ahora hace
frente a su costado adverso”, 11–12–08.
Un
detallado análisis de estos problemas presenta: Canales Alejandro. “Incluidos y segregados”, Crisis de
hegemonía de Estados Unidos. Siglo XXI, México, 2007.
Es
la conducta que sugiere: Tokatlian Juan Gabriel, “Fin
a la guerra fría en América Latina”, Clarín,
20–1–09. Tokatlian Juan Gabriel. “Obama y el
cambio”, Pagina 12, 19–11–08. Tokatlian Juan
Gabriel, “Un golpe a la hegemonía de EEUU”, La Nación,
6–10–08.
La
IV flota tiene previsto navegar por ríos interiores,
con un equipamiento equivalente a la V flota (Golfo Pérsico)
o la VI flota (Mediterráneo). Introducirá un
complemento marítimo al control aéreo y territorial
que Estados Unidos detenta de la zona. Boron Atilio,
“La IV flota destruyó a Imperio”, ALAI,
21–8–08. Boron Atilio, “Gatopardismo imperial”,
Página 12, 21–1–09. Dufour Jules. “El regreso de
la cuarta flota y el futuro de América Latina”, www.Mondalisation.ca/,
28–8–08.
Cammack Paul. “Signos de los tiempos: capitalismo,
competitividad y el nuevo rostro del imperio en América
Latina”. El imperio recargado, CLACSO, Buenos Aires,
2005.
Estas
empresas invirtieron en la región 165.000 millones de dólares
(10% de PBI español) y ahora predomina una oleada de
ventas, visible en la salida del grupo Marsans de Aerolíneas,
la nacionalización de los fondos de pensión en
Argentina (manejados por el BBVA) y la estatización
venezolana de filiales locales del Santander. También
Repsol se desprende de sus participaciones en Venezuela,
Bolivia y Ecuador. The Wall Street Journal– La Nación,
“Las inversiones en América Latina les cuestan caro a
las empresas a las empresas españolas”, 4–12–08.
Fukuyama
Francis. “Nuevos desafíos geopolíticos” Clarín,
29–9–08. Gray John, ¿Fin del liderazgo
estadounidense?”, Clarín, 1–10–08. Diament Mario,
“Adiós a la era de EEUU”, La Nación, 17–5–08.
Con
la Obamania recuperaron terreno los que apuestan a un
resurgimiento basado en la capacidad norteamericana para
absorber inmigrantes. Oppenheimer Andrés, “EEUU y la
era post–Bush” La Nación, 25–11–08.
Roubini Nouriel. “La decadencia del imperio
americano” Global EconomMonitor, 9–08.
Guillén
Arturo. “La declinación de la hegemonía
estadounidense y sus implicaciones para América
Latina”. Ponencia al Segundo Coloquio de la SEPLA,
Caracas, 14–16 noviembre de 2007.
Es el enfoque de Wallerstein Immanuel, Capitalismo histórico
y movimientos anti–sistémicos: un análisis de
sistemas – mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).
Estos enfoques remarcan también la subordinación de
las elites locales al capital foráneo y la restauración
de formas primitivas de acumulación basadas en la
depredación. Un debate sobre estos temas plantea por
Sorans Miguel, “¿Hay una recolonización mundial?”,
Correspondencia Internacional n 26, octubre– diciembre
2008. Ver también: Salinas Figueredo Darío. “Las
coordenadas de la política estadounidense”.
Crisis de hegemonía de Estados Unidos. Siglo
XXI, México, 2007.
La proporción de las ventas externas en comparación a
las internas es muy significativo en todas estas compañías.
Un completo análisis de estas empresas presenta: Luce
Mathias, “La expansión del subimperialismo brasileño”,
Patria Grande, n 9, diciembre 2008.
Son
514 proyectos de energía, transporte y comunicaciones a
desarrollar diagramados concebidos para el período
2005–2010. Verdum Ricardo, “Financiamento a
megaproyectos: novos desaíos”, Contra Corriente,
Janeiro 2009. Tautz Carlos “A Amazonia como alvo
principal”, Contra Corriente, Janeiro 2009.
Lamarque
Cecile, “El tratado entre Paraguay y Brasil: un escándalo
que duró demasiado”,
www.cadtm.org/spip.php,
25–12–08.
Oppenheimer Andrés,
“Una decisiva alianza energética”, La Nación,
20–1–09.
Pagni
Carlos, “La estrategia latinoamericana de Barack
Obama”, La Nación, 18–1–09
Marini Ruy Mauro. “La dialéctica del desarrollo
capitalista en Brasil”. Subdesarrollo y revolución,
Siglo XXI, 1985. Marini Ruy Mauro. Dialéctica de la
dependencia, ERA, México, 1985.
Marini Ruy Mauro. “Razones del
neo–desarrollismo”. Revista Mexicana de Sociología año XL, vol. XL,
1978.
Osorio
Jaime. “Una cartografía para redescubrir América
Latina”. Oikos, n 18, 2 do semestre 2004.
Wallerstein Immanuel Capitalismo histórico y
movimientos anti–sistémicos: un análisis de sistemas
– mundo, 2004, Akal, Madrid.(cap 5)
Hemos analizado estas rebeliones en Katz Claudio, Las
disyuntivas de la izquierda en América Latina.
Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008, (cap 1)
–Conferencia Internacional de Economía Política:
Respuestas del Sur a la crisis económica mundial,
Declaración Final, Caracas, 11–10
2008
–“Salvar a los pueblos, no a
los bancos”, Declaración
de la Sociedad de Economía Política y Pensamiento Crítico,
Buenos Aires, 24, octubre 2008.
–The global economic crisis: An historic opportunity for transformation,
Pekín, October 2008, http://www.cadtm.org/IMG/article
–“We won’t pay for the
crisis. The rich have to pay for it”, Declaration of
the assembly of social movements at the world social
forum, Belem, January 2009.
Tamayo
Eduardo. “Las deudas se pagan, las estafas no”,
ALAI, 20–11–08.
La compra de acciones de la siderúrgica Sidor
–perteneciente al grupo argentino Techint– en
Venezuela por 1650 millones de dólares es un ejemplo de
estos desaciertos. Actuando como representante directo
de los capitalistas, el gobierno de Cristina Kirchner
presionó por acelerar esos pagos.
Las
periódicas encuestas de Latin–barómetro indican
fuerte apoyo popular a las movilizaciones, crítica a
las desigualdades sociales y cuestionamientos del
mercado, La Nación, 17–12–08.
|