Bajo el espectro de la Gran
Depresión (parte IV)
De la campaña mediática a la
eficacia de
los rescates estatales
El debate
sobre las perspectivas de la crisis
Por Roberto Sáenz
Para Socialismo o Barbarie, 23/04/09
“La
escala y la velocidad de la caída ha dejado a los
pronosticadores económicos esforzándose por mantenerse a
flote. En el último y más oscuro pronóstico oficial, la
OCDE ha dicho esta semana que espera que la economía
mundial caiga este año un 2.7%. Opina que en los países
ricos el producto caerá más del 4%. Esta será de lejos la
más profunda caída sincronizada desde los años ‘30” (The
Economist, 02/04/09)
En las últimas semanas diversos
analistas han señalado que se podría “estar ante un
punto de inflexión en la crisis”. Barack Obama acaba de
declarar que se estarían viendo “los primeros rayos de
esperanza”. Parece haber comenzado una campaña político-mediática
mundial donde todos dicen ver “signos de recuperación”
en la dinámica de la crisis.
¿Cuál es la lógica detrás de estas
afirmaciones? Amen de la evidente intencionalidad política,
las bases “teóricas” de este operativo serían las
siguientes:
En los últimos años, se ha puesto de
moda una versión o teoría “subjetivista” de la economía
política burguesa: se trata de una suerte de
“racionalización” de los estados de ánimo de
los mercados bursátiles.
Esta “conceptualización” reza que
lo que dominaría en última instancia los altibajos de la
economía serían las “expectativas”: Si ellas
están para abajo, la economía cae; pero si se recuperan,
la economía se recuperará. Así, el “estado de ánimo”
de los “inversores” (y del público en general) sería
el alfa y omega de la dinámica económica. Si hay
“optimismo”, los inversores invertirían y el público
en general compraría en vez de restringir sus gastos por
temor al futuro. Eso llevaría a una inflexión ascendente
de la actividad económica y financiera.
Por esos motivos, tras los
multimillonarios paquetes de estímulo, estaríamos ahora en
otra fase de la intervención de los estados: la de la
recreación mediática de las expectativas. Hacen esto
con la idea de que, si se insiste mucho en que “lo peor ya
quedó atrás”, este aserto se transformará en la
realidad: la psicología pasaría a ser el fundamento último
de las relaciones económicas.
Existe sólo un “pequeño”
problema: el globo de ensayo que se está armando no resiste
el contraste con los hechos.
Not so fast boys (No tan rápido,
chicos)
Primero, lo primero: la campaña
mediática. Desde el punto de vista estrictamente
“económico”, esta campaña se ha apoyado en él
reciente rebote de la Bolsa de Wall Street (y en
general, de las bolsas del resto del mundo). Hubo seis
semanas seguidas de recuperación de la mayoría de las
bolsas.
Sin embargo, debería saberse que
estos rebotes, en sí mismos, no quieren decir nada respecto
de la dinámica más de conjunto de la crisis. ¡“Rebotes”
como estos fueron característicos de la dinámica de la
Gran Depresión de los años ’30!
En este sentido, la revista inglesa The
Economist se ocupa de poner rápidamente las cosas en su
lugar: “La recuperación de la recesión, cuando
venga, va a ser lenta y dolorosa. El optimismo puede
ser vendedor, pero hay muchas razones para temer que es
prematuro”. (The Economist, 16-04-09)
Su análisis parte de dar cuenta de la
recuperación bursátil: ha sido una trepada que hizo pasar
el índice Dow Jones de la bolsa de Nueva York de alrededor
de los 6.500 puntos hasta más de 8.000. Asimismo, “en los
14 días de operaciones hasta él 27 de marzo, él índice
S&P 500 saltó el 21%, él más empinado rally desde
1938”. ¡De ahí el obvio festejo de los “mercados”!
Pero inmediatamente The Economist
agrega: “Mientras los mercados estaban celebrando, el
mercado de bonos corporativos marcó 35 bancarrotas,
el más importante número en un solo mes desde la
Depresión. La tasa de quebrantos está ahora en 7%, muy
arriba desde el 1.5% de un año atrás, y las agencias de
rating predicen que este índice va a alcanzar la friolera
del 14.6% para el cuarto trimestre.” Luego se señala: “¿Qué
es lo que explica esta dicotomía entre los precios de
las acciones y los fundamentos [los datos de la economía
real]? Los precios raramente caen en línea recta.
Habitualmente rebotan, en la medida que los inversores toman
ganancias. Entre 1930 y 1932, hubo cinco rallies
[generales] del 20% o más, durante el más bajo mercado
accionario en la historia”.
En el mismo sentido, otra publicación
plantea: “Las burbujas inmobiliarias y crediticias nunca
se desinflaron simultáneamente a lo largo y ancho de
todo el mundo. Estas burbujas –y los consecuentes
desbalances en el comercio– tomaron prácticamente diez años
para ser puestas en pié. Pensar que un rallie con
bajo volumen –en niveles de precios de remate de las
acciones– pueda constituir de alguna manera un nuevo
mercado ascendente [el llamado Bull market], es ridículo…
especialmente cuando los fundamentos siguen deteriorándose.”
(The
Financial Ninja,
abril 2009)
Es síntesis: los altibajos bursátiles
están expresando movimientos especulativos que no se
condicen con la dinámica en el terreno de la economía real
donde no parece haber indicadores que estén expresando
alguna recuperación sostenida.
Por ejemplo, The Wall Street
Journal (15/04/09) acaba de alertar que: “EEUU sigue
lejos de la recuperación. Las ventas minoristas cayeron en
marzo a medida que las pérdidas de empleos y las
dificultades para acceder al crédito volvieron más
cautelosos a los consumidores estadounidenses, moderando las
esperanzas de una pronta recuperación económica. Aunque
los problemas de crédito golpearon a las ventas de autos
con particular fuerza, los declives se registraron en la
mayoría de las categorías principales, desde electrodomésticos
a muebles y vestuario. Las ventas minoristas totales
descendieron 11% respecto a marzo del año pasado”.
Como es sabido, el gasto de los
consumidores venía dando cuenta del 70% de la actividad
económica de EEUU. Por eso mismo, no es casual la
persistente deflación que vive el país: en un año
a marzo último, los precios han caído un 0.4%, hecho
que no ocurría desde agosto de 1955. También continuó
en este mes la caída de la actividad industrial, que por
sexto mes consecutivo retrocedió en un 1.5% acumulando un
declive trimestral del 20%. Asimismo, el índice de
ociosidad en la ocupación de la capacidad instalada está
también en uno de sus peores niveles históricos: el 69,3%.
Sí para muestra bastara otro botón,
está el ejemplo de cómo el gobierno de Obama viene administrando
políticamente las expectativas en otro terreno estratégico:
han montado una cínica campaña haciendo responsables a los
trabajadores de General Motors y Chrysler por la situación
de las empresas. Hacen esto mientras postergan adrede un
hecho que tendrá un impacto tremendo cuando se anuncie: la
prácticamente inevitable quiebra de ambos gigantes
automotrices, lo que afectará de lleno la cadena de
abastecimientos autopartistas.
Y a no olvidar los índices de
desocupación en EEUU: porque cuando hablamos de una
eventual quiebra generalizada de la rama automotriz
norteamericana –por más “administrada” que vaya a
ser– estamos hablando de un universo que abarca a
3.000.000 de empleos. ¡Se verá entonces qué es
más real para la economía: si la nueva “teorización”
de las “expectativas”… o la materialidad de los
testarudos hechos!
Una
crisis histórica
En todo caso, contrastar estas
afirmaciones con la realidad sirve como ejercicio
intelectual para el esfuerzo de seguimiento de la crisis.
Sobre todo, obra como disparador para intentar dar respuesta
al interrogante acerca de cuál podría ser el alcance
económico de la crisis.
Muchos insisten en que “se está
frente a una recesión y no un acontecimiento depresivo”.
En la medida que “no se tiene la bola de cristal”, no se
podría hacer “ninguna previsión” so pena de “errar
en los pronósticos”.
Se trata de un interrogante lícito,
sobre todo cuando se está frente a un acontecimiento de tal
complejidad como la actual crisis.
Sin embargo, a nuestro humilde modo de
ver, no “jugarse” a algún tipo de pronóstico sobre la
dinámica de la crisis, puede terminar desarmando políticamente
en uno u otro sentido, para poder actuar en ella.
Es que los luchadores obreros,
estudiantiles y populares –y más aun si somos militantes
revolucionarios– no somos meros espectadores ni
“comentaristas” de la crisis: estamos materialmente
obligados a intervenir en ella.
Porque de lo que se trata es de que se
está frente a una crisis histórica del capitalismo
con muchos de los condimentos que pueden llegar a producir
un giro de época, de período histórico. El hacer primar
un criterio de tipo “metodológico” general (“los
marxistas no tenemos la bola de cristal”) en detrimento de
un análisis concreto de la totalidad concreta que está
en desarrollo ante nuestros ojos, creemos que es un
grave error de ubicación política.
En ese sentido, es ilustrativo el
debate abierto en el Socialist Workers Party de Inglaterra,
publicado en su revista teórica, International Socialism
Nº 122, en marzo pasado:
“El cuidado de Chris Harman
[dirigente del SWP inglés]
refleja la preocupación por no repetir el cuento del lobo. Pero
a veces llega el lobo. Y si no estamos preparados nos
tomará por sorpresa. Las elites políticas y
financieras todavía argumentan que nos enfrentaríamos a
una crisis limitada en el tiempo. [Buscan] que los
trabajadores se queden quietos. Millones de
trabajadores compran ese argumento. A pesar del odio
y la bronca, hay también una sensación de que la recesión
es como una calamidad natural que viene, pasa y se
va. Esta percepción alimenta resignación y pasividad
y la conclusión de Harman –«no tenemos la bola de
cristal»– no hace nada para desafiar la sensación de
falta de poder y parálisis que aflige a muchos
trabajadores, incluyendo a muchos activistas en relación a
la recesión”. Y agregan: “estamos en el comienzo de
una nueva época de caída global. Debemos entender que
debemos actuar con velocidad, energía y decisión para
ayudar a dirigir el curso histórico.”
En otras palabras: subestimar el carácter
histórico de la crisis, cualesquiera sean las
desigualdades de todo tipo con que se está desarrollando, desarma
estratégicamente y nos condenaría a quedar a
la rastra de los acontecimientos.
En ese sentido, la antigua revista
burguesa The Economist está demostrando una percepción
más fina de lo que está ocurriendo: “El historiador británico,
Niall Ferguson acaba de hablar de una inminente “época
de las rebeliones”. Mirando las causas de las
rebeliones en el siglo XX, él concluye que tres factores
hacen a la locación y el timing de los conflictos de
largo alcance más o menos predecibles: desintegración étnica,
volatibilidad económica extrema, y la declinación de los
imperios. Las tres están muy presentes hoy. Antes
que estas tesis sean desdeñadas, dos hechos deben ser
recordados: primero, muy pocos en el mundo pre-1914
previeron el desastre que venía en camino; y segundo,
en nuestros tiempos, muy pocos predijeron la profundidad
del derretimiento financiero y económico que hoy está
afligiendo al mundo”. (The
Economist, cit.)
40% de posibilidades de Depresión
Economistas como el reciente Premio Nóbel
Paul Krugman están hablando de la crisis como una “Gran
Recesión”. Algunos en la izquierda están tomado este
argumento a modo de ponerle un “techo” a la misma.
Para contrastar esta afirmación en su
propio terreno burgués, apelaremos nuevamente a la revista The
Economist. Es que se trata de una publicación
“pro-bussines” de gran tradición y que no puede ser
sospechada de “izquierdista”… De ahí el valor que
tiene un trabajo especial recientemente editado, titulado “Suscitando
las barricadas – Quién
está en riesgo a medida que el desastre económico fomente
levantamientos sociales”.
Este largo informe está dedicado al análisis de la
eventualidad que la crisis dé lugar a un amplio vuelco
en la lucha de clases mundial. Para esto auscultan
primero los eventuales escenarios de evolución de la crisis
misma como hecho material: concretamente, las
posibilidades de que la economía mundial se deslice a otra
Gran Depresión. Afirman que según sus previsiones este
escenario tiene el 40% de las probabilidades.
El informe parte de señalar que su
principal previsión (él 60% de las posibilidades) es que
la crisis sea “corta”, que los estímulos fiscales
funcionen y se observé una recuperación económica en el
2010. Esto confirmaría el escenario de “Gran Recesión”
de Krugman.
En todo caso, lo sorprendente es el amplio
margen que dejan a la eventualidad de que la crisis se
transforme en una depresión mundial: el 40% restante.
Por esto, la investigación de este “paper” está
dedicada específicamente a los escenarios que pueden abrir
ese 40% de las posibilidades.
El escenario “catastrófico” de The
Economist está, a su vez, dividido en dos: (a) uno, en
que el dólar no se desbarranque como moneda mundial (30% de
posibilidades); (b) otro, con derrumbe del dólar (el 10%
restante).
El informe se dedica a “auscultar”
en qué medida (y en qué regiones del planeta) esto podría
significar una grave “insurgencia social”. Es decir, la
eventualidad de levantamientos populares
“extraparlamentarios” como los llaman.
El escenario de riesgo (a) (30%) lo
describen así: “El estímulo [estatal] fracasa llevando a
una continuada caída de las acciones, deflación y una
contracción sostenida en las principales economías: la
depresión persiste por algunos años. Esta sistemática
caída en la actividad económica global está puntuada por
ocasionales rallies que son tomados como «signos de
recuperación» [como ya vimos, es lo que está ocurriendo
en estos precisos momentos], pero rápidamente se disuelven
en la medida que las tendencias de fondo de la crisis
reafirman su continuidad. La economía global sufre así
una depresión a lo largo de varios años caracterizada por bancarrotas
y perdidas de puestos de trabajo. En un círculo
vicioso, él peso del endeudamiento aumenta en términos
reales en la medida que caen los valores y el ingreso. Los
mercados emergentes orientados hacia las exportaciones
sufren una prolongada caída en el comercio global”.(“Manning
the barricades...”, cit.)
Respecto del escenario (b), de
desastre total, se señala: “la caída de la confianza en
el dólar lleva a su colapso. La caída económica trae
aparejada el riesgo de levantamientos sociales y
protestas violentas.” (“Manning the
barricades...”, cit.)
En ambos escenarios, como definición
de la característica principal de la crisis, señala los
efectos contradictorios de la globalización como
principal mecanismo de transmisión de la misma:
“Una lección de la crisis es la enorme medida en que
la globalización ha incrementado la interdependencia.
Así, economías que a primera vista aparecían «a salvo»,
sufren más gravemente por el colapso de la demanda global y
el comercio. Países exportadores como Alemania,
Japón y China caen en esta categoría”.
A partir de aquí se enumeran una
serie de preocupaciones: La eventualidad de un estallido
de la Unión Europea, como subproducto de las presiones
sobre el euro de aquellos países más débiles que no
soporten no producir devaluaciones respecto de esta moneda.
Inmediatamente se colocan las tensiones sobre el dólar
como subproducto de una emisión monetaria (la llamada “cuantitative
easing”) desbocada en ese país, los déficit fiscales
masivos y un déficit sostenido en cuenta corriente.
Respecto de los mercados emergentes, se insiste en las
tensiones que vienen de la caída de las exportaciones, el
retorno de los capitales hacia el centro del mundo (con el
consecuente déficit de financiamiento): todas tensiones
creadas por la escasez de divisas.
Estos son los elementos que hacen al escenario 30%.
En el escenario 10% todo se agudizaría
más: se trataría del estallido liso y llano del euro
y la pérdida de centralidad mundial del dólar. En
estas condiciones, “los desbalances globales sería
corregidos bruscamente mediante agudas oscilaciones
monetarias implicando una reestructuración tal de la economía
mundial que tomaría su tiempo y produciría fricciones
profundas en el mercado de trabajo”. (“Manning
the barricades...”, cit.)
En otras palabras, lo que ocurriría
es un desequilibrio mundial de inmensa magnitud así
como la eventualidad de luchas populares que pongan en
cuestión al capitalismo. Es decir, luchas sin antecedentes
en décadas: “Una depresión que tome varios años, verá
las fronteras de la globalización tiradas para atrás.
Los dirigentes políticos de casi todos los países
continuarán hablando de los «mercados abiertos». Pero los
fracasos del mercado expuestos a cielo abierto por la crisis
financiera, pondrían en cuestión algunas de las columnas
vertebrales del capitalismo de libre mercado.” (“Manning
the barricades...”, cit.)
Se trataría de un escenario de
semejante ruptura del equilibrio mundial que, según The
Economist, podría llevar a una ola de explosiones
sociales, suscitando el “retorno de las barricadas”
que avizora esta publicación y cuya memoria histórica no
le permite olvidarse de episodios como los que se vivieron
en Europa (y no sólo en ella) en los años 1830, 1848,
1870, 1917, 1936 y 1968…
Una crisis global, simultánea y
sincronizada
Muchos en la izquierda se interrogan
acerca si no se estará “exagerando” cuando se señala
que la economía mundial podría deslizarse hacia una Gran
Depresión. Aquí hay varias cuestiones en juego. Por un
lado (como ya hemos visto) no son sólo los socialistas
revolucionarios sino también publicaciones capitalistas
serias e instituciones como el FMI y el Banco Mundial las
que están dando por descontado que la crisis que estamos
transitando ya es la más grave desde la II Guerra
Mundial.
En todo caso, el debate gira en torno
si podrá emular a la crisis de los años ‘30 o incluso
superarla: “Claramente, ésta es la más seria crisis económica
desde 1930, y puede incluso superar ese período. Es global
y sincronizada como nunca antes. En una economía
global integrada, el derrumbe de la demanda en los países
desarrollados está reactuando rápidamente sobre toda la
cadena de abastecimientos, llevando a pérdidas de
puestos de trabajo en todo el mundo. Nuestro índice de
inestabilidad política sugiere que el juego recíproco de
una aguda desestructuración económica sumada a la
debilidad estructural anterior, ha llevado a un gran número
de países a la categoría de “ampliamente riesgosos”.
(“Manning the barricades...”, cit.)
Luego, se agrega: “pocos siguen
estando tan confiados que una Depresión como la de los años
’30 no se repetirá. En algunos aspectos, la actual
situación es incluso peor: es una crisis
verdaderamente global, frente a la cual ningún país
puede reclamar estar inmune. Importantes regiones del mundo
estaban económicamente aisladas en los ’30. Las crisis
serias antes de 1913 no tenían riesgo de rápido
contagio, dada la carencia de una integración
financiera internacional.” (“Manning the barricades...”, cit.).
Y
en el mismo sentido se insiste: “Las comparaciones con la
Depresión caracterizan prácticamente todas las
discusiones sobre la crisis económica global. En el
comercio mundial, tal comparación, es especialmente clamorosa.
El comercio declinó de manera alarmante a comienzos de los
’30: la demanda hizo implosión, los precios colapsaron
y los gobiernos se embarcaron en una espiral
proteccionista destructiva de aumento de tarifas y
castigos. Hoy, el comercio se está contrayendo nuevamente,
a una tasa nunca vista en la post-guerra: caerá
9% este año”. (The
Economist,
26-03-09)
En el mismo sentido, los economistas
Barry Eichengreen y Kevin H. O’Rourke salen a polemizar
con Paúl Krugman.
Afirman que lo que está en marcha, es una depresión
lisa y llana. Sin embargo, al mismo tiempo que dan
cuenta que la dinámica de la crisis es más veloz
que la de los ’30. También destacan, a diferencia de
1930, la “enérgica manera” en que se están moviendo
los estados para cortar esa dinámica depresiva, aunque no
se animan a arriesgar un pronóstico sobre la eficacia de
esas intervenciones…
“Resumiendo, globalmente la dinámica
es incluso peor que la de la Gran Depresión cuando
tomamos como medida la producción industrial, las
exportaciones y los valores bursátiles. Centrar la visión
sólo en EEUU lleva a minimizar este hecho alarmante [que
hay que medir mundialmente]. La caracterización de «Gran
Recesión» [como la define Krugman] es demasiado optimista.
Por su tamaño, este es un evento lisa y llanamente depresivo.”
Y agregan: “La buena noticia, desde ya, es que la
respuesta política es muy diferente a la de 80 años atrás.
La pregunta ahora es en que medida va a funcionar.”
En síntesis: es un hecho que la
intervención de los estados es hoy mucho más rápida que
en los ’30.
Pero también es cierto que la globalidad, simultaneidad
y sincronización de la crisis como hecho mundial,
podría hacer el proceso tanto o más dramático que el
curso seguido en la Gran Depresión del siglo pasado.
¡Claro que no puede haber
certezas en ese sentido! A ese extremo, se trataría de
mera “brujería”. Pero, como hemos dejando sentado más
arriba, esto no implica que no deban hacerse previsiones.
Para la acción política, es ineludible “jugarse” a un
pronóstico o previsión. No se puede actuar sin prever.
A nuestro modo de ver, para eso
debemos partir de un hecho indudable: que nunca en los últimos
80 años la economía mundial ha estado tan cerca de
una nueva y catastrófica Gran Depresión!
En todo caso, hay como un choque de
dos tendencias que van en sentido contrario.
Por un lado, está la rápida y masiva
intervención estatal (enseguida veremos sus alcances, pero
también sus estrictos límites). Pero, por el otro, no se
puede desconocer que la velocidad de propagación de
la crisis ha superado todas las previsiones, y que esto
tiene que ver con la “reversibilidad” de las
tendencias de la globalización. La globalidad,
simultaneidad y sincronización de la crisis no ha hecho
más que profundizarla, llevándola a adquirir características
históricas: “Kei-Mu Yi, una economista de la Reserva
Federal de Philadelphia, argumenta que el comercio
internacional esta cayendo tan rápido y tan uniformemente
alrededor del mundo en gran medida debido al crecimiento
de la «especialización vertical», o de las cadenas
globales de abastecimientos. Esto contribuyó a la rápida
expansión del comercio en los últimos años. Ahora está sumando
a la tasa de derrumbe económico.” (The
Economist,
26-03-09)
Un
mundo a imagen y semejanza
En él marxismo hay una teoría de
la crisis pero no, mecánicamente, del derrumbe-colapso del
sistema. Precisando mejor: Marx establece categóricamente
una tendencia a una recurrencia de crisis cada vez más
graves que acercan al sistema –de manera asintótica– a
la «gran crisis final». Pero se trata de una crisis que
nunca se saldará de manera «definitiva» sin la intervención
de la clase obrera (es el socialismo o la barbarie), que no
tiene un punto de llegada «lógico». Se trata por el
contrario de un proceso históricamente determinado por
la interrelación entre las leyes económicas y la lucha de
clases: la necesaria imbricación de los factores objetivos
y subjetivos. En ese sentido, valen los extraordinarios
textos de León Trotsky de la década del 20 acerca de cómo
abordar la crisis capitalista como una totalidad concreta,
donde necesariamente se superponen economía, relaciones
entre estados y lucha de clases.
Precisamente, es un hecho cierto que
para apreciar la dinámica y profundidad de la crisis
necesariamente debe entrar la consideración acerca de la eventual
eficacia de la intervención de los estados para mediatizar
el desarrollo de la crisis: “La necesidad de las
nacionalizaciones y, en general, de las «intervenciones»
de los estados en la economía –tanto en la Gran Depresión
como ahora– indican que el capital privado está en una
situación en que ya es incapaz de garantizar «libremente»
–por cuenta propia y en forma directa– su giro «normal»,
la «reproducción» del capitalismo”. (Claudio
Testa, “¿Cómo y por qué interviene el estado (burgués)?”,
Socialismo o Barbarie, periódico Nº 147, 19/03/09)
En todo caso, la crisis ha roto en
gran medida el “automatismo” que caracteriza, en
términos generales, la reproducción económica bajo el
capitalismo. Superada la crisis, el automatismo volverá.
Pero ahora, la crisis exige la
intervención político-subjetiva del estado en alguno
de los puntos del sistema de reproducción. Si eso hoy no se
hace, la crisis en lo inmediato tendería a profundizarse,
posiblemente a extremos catastróficos.
Sin embargo, aquí se presenta un
problema estructural grave. En el centro de la
crisis está la tendencia generalizada a la baja
de la tasa de ganancia del capital. Esa es la esencia
global de la crisis, que está detrás de los variados fenómenos
económicos y financieros particulares y concretos en que se
expresa. El problema consiste en que los “salvatajes”
del estado son, al mismo tiempo, una traba para que
actúen plenamente lo que Marx llamaba las “causas”
o “influencias que contrarrestan y neutralizan”
esa tendencia al descenso de las ganancias, y que a la larga
pueden reestablecer la indispensable “rentabilidad”. (El
Capital III, cap. XIV)
Entre esas “causas contrarrestantes”
que tienden a reestablecer una mejor tasa de ganancia está,
por ejemplo, la desvalorización de los capitales,
que se expresa en la perdida de valor de las empresas y,
principalmente, en la bancarrota de buen número de
ellas. En ese sentido, para dar un ejemplo, desde el punto
de vista de los mecanismos económicos “puros” del
capitalismo, hubiera sido mejor que Bush y Obama dejasen
quebrar a todos los bancos, entidades financieras y
empresas en problemas. A la larga, los sobrevivientes verían
reestablecida su “rentabilidad”. Pero, en lo inmediato,
esa hecatombe hubiese tenido consecuencias políticas,
sociales y geopolíticas inconmensurables. Habría
podido darse una explosión, que además no se hubiese
contenido dentro de las fronteras de EEUU.
Sin haber leído a Marx, esa
contradicción se expresa en los furiosos debates en
el seno de la burguesía, sus administradores y políticos
sobre la conveniencia o no de “salvar” tales o cuales
bancos y/o empresas –por ejemplo, la General Motors y demás
automotrices– o dejarlas quebrar para “sanear” la
industria (es decir, recuperar a mediano plazo la
rentabilidad).
En resumen, los paquetes estatales han
servido para mediatizar una dinámica que hubiera
sido, lisa y llanamente, una “bomba nuclear” político-social.
Pero, al hacer eso, también mediatizan los mecanismos
“automáticos” de recuperación de la tasa de ganancia
–la famosa “rentabilidad”– que consisten, entre
otros, en la destrucción masiva de capital y la destrucción
masiva de empleos. Dicho de otra manera: las mismas
“contratendencias” del automatismo capitalista en la
crisis –las citadas “causas contrarrestantes” de Marx–
llevarían eventualmente a bancarrotas descomunales
que política, social e incluso económicamente serían insostenibles.
La contradicción entre economía
y política sería tal (en el sentido de una eventual
explosión social) que el capitalismo no la podría tolerar.
En este sentido, Chris Harman tenía
razón cuando, en un texto previo al desencadenamiento de la
crisis, señalaba: “La intervención del Estado siempre ha
tenido una doble repercusión. Previene que los
primeros síntomas de la crisis se desarrollen hacia un
colapso económico liso y llano. Pero también obstruye
la capacidad de algunos capitales de reestablecer sus
ganancias a expensas de los otros”.
Es decir, impide duraderamente el reestablecimiento pleno de
la tasa de ganancia por la vía de la necesaria reducción
de la composición orgánica del capital mediante los
quebrantos (la destrucción de capitales con sus
consecuencias a nivel del empleo).
Retomando nuestro argumento sobre el
problema de la intervención del estado: se trata, entonces,
de un hecho de importancia y que hay que tomar en cuenta. No
todos los días los principales estados imperialistas
(empezando por EEUU) salen a “inyectar” la friolera
de 5 billones de dólares para revivir la economía, lo
que estaría significando la “creación” de dos o tres
puntos de crecimiento del PBI en los países centrales.
Como venimos señalando, esto tiene alcances
pero también límites. No se trata sólo de la
cuestión teórica acerca de la eficacia del estado frente a
la “inexorable” acción de las leyes económicas (a las
que puede mediatizar y/o contrarrestar pero no anular).
Existe también el interrogante de cuales serán los
resultados concretos de las medidas tomadas para ponerle
un piso a la crisis.
Esto es algo que no se puede saber aún
con plena certeza. Sin embargo, las perspectivas no
parecen ser muy halagüeñas: “Es indudable la
significación económica real que 1929 (en EEUU) el gasto
del estado federal representaba sólo el 2,5% del PBI
mientras en el 2007 alcanzaba alrededor del 20%. Debido que
la inversión del estado está determinada por decisiones
políticas –y, como tales, opuestas a los cálculos de
ganancia–, el gasto gubernamental puede parar una caída
económica.
Cuanto mayor sea este gasto, más alto
será el ‘piso’ de la crisis. Pero este supuesto parte
de asumir que el estado como tal no esté en bancarrota
[o que no vaya a la quiebra como producto de los rescates
multimillonarios]”. Y luego se agrega respecto de la
actual situación en Inglaterra: “La deuda estatal debe
ser financiada como cualquier otra. Los inversores privados
pueden «perder la fe» en la capacidad de Gran Bretaña
para pagar. Hay en estos momentos signos de deterioro de la
libra esterlina. En 1976, la combinación de recesión,
inflación, una clase obrera combativa, y un alto gasto
gubernamental, generaron una súbita pérdida de confianza y
produjeron una corrida contra la libra. El posterior
rescate del FMI vino a un costo enorme: recorte de
salarios, degradación de las empresas públicas, duplicación
del desempleo.”.
En definitiva, la capacidad de intervención económica de
los estados en las crisis no puede ser “infinita”:
tiene límites que habrá que ver cómo se expresan
en cada caso.
Remedios nacionales para problemas
multinacionales
Pero sigamos pasando del terreno
conceptual al análisis concreto de la evolución de la
crisis. A modo de ejemplo están los magros resultados de la
última reunión del G-20. La declaración final habla de
los billones que están siendo inyectados a la economía…
Pero lo que el texto no dice es que no se trata de un
plan mundial coordinado entre las potencias capitalistas,
sino de la suma anárquica de los planes nacionales de cada
país. Es un “sálvese quien pueda”, un
“rompecabezas” que inevitablemente le resta mucha
eficacia. Se trata de la eterna anarquía económica del
capitalismo, dilapidadora de fuerzas productivas, que ya
Marx y Engels denunciaran en su momento.
Esta no-coordinación mundial
efectiva ante la crisis, es la que ocasiona temores de
que vayan aumentando las presiones y tendencias proteccionistas.
Es decir, que las fronteras nacionales se estén tomando su
revancha frente a las tendencias globalizadoras imperantes
en las últimas décadas: “Otro problema creciente es el
proteccionismo. Después de 1929, el comercio internacional
cayó las dos terceras partes y el desempleo mundial se
cuadruplico, en la medida que fueron levantadas barreras
proteccionistas a todo lo largo del planeta. La razón es
simple: el capitalismo es un sistema competitivo en
el cual los intereses de largo plazo del sistema
global necesariamente chocan con los «cortos»
intereses de los grupos capitalistas [enfrentados unos
contra otros]”.
Efectivamente, si estas tendencias a
cuidar cada uno su “quintita” (su economía
“nacional”) se profundizan, se pueden multiplicar
exponencialmente los riesgos depresivos. De ahí que los
gobiernos imperialistas ensayen una puesta en escena
“global” con las reuniones del G-20 (de paso se
“coopta” a los gobiernos de los países
“emergentes”, para hacerlos corresponsables de la
crisis). Un ejemplo de estas tendencias depresivas es lo que
ocurre con la flota mercante mundial: “Como huéspedes no
queridos que no van a partir, 453 barcos-container, el 11%
de la capacidad mundial, están fondeados en la entrada de
Hong Kong, Singapur y otros puertos del sudeste asiático”.
Pero hay otro elemento más, expresado
en la polémica en el G-20 entre profundizar los “paquetes
fiscales” o impulsar una “mayor regulación
internacional”. En última instancia, esto tiene que ver
concretamente con el temor europeo continental de que la
emisión desenfrenada en EEUU genere una inflación
mundial, vía la devaluación del dólar, que
opere como un mecanismo de traslado de la crisis de
EEUU a Europa y el resto del mundo.
Para colmo, la Unión Europea no puede
recurrir al mismo expediente: emitir ilimitadamente euros.
Si lo hiciese, debilitaría el euro frente a la que sigue
siendo la moneda de reserva y comercio, el dólar, lo que incrementaría
la carga de su deuda en vez de deprimirla.
Esta polémica EEUU-Unión Europea
mostró otro problema colocado por la crisis: que está en
cuestión toda la configuración de la economía mundial de
los últimos 30 años. Una configuración que no va más,
entre otras cosas porque EEUU no puede seguir actuando como
el “comprador de última instancia” de todo lo que se
produce mundialmente, ni China tampoco se anima a seguir
financiándolo…
Concretamente: el régimen de acumulación
(o modo de regulación) capitalista neoliberal
–impuesto como “solución” a la crisis de los
‘70–, se vino abajo y nadie puede saber, hoy por
hoy, qué configuración lo reemplazará. Este es un
elemento más que atestigua la profundidad histórica
de los acontecimientos en curso, así como los estrictos límites
que tienen los estados imperialistas para hacer un mundo a
su imagen y semejanza a partir de la intervención estatal
en la economía.
En definitiva: estamos frente a una crisis
histórica. Sobre la base de condiciones materiales bien
determinadas, sus posibles resultados están abiertos: dependerán
de que se produzca un salto histórico en la lucha de clases
mundial. “Piedras tiradas contra las ventanas de los
bancos en Edimburgo, trabajadores secuestrando ejecutivos en
Francia, pago retroactivo de un impuesto del 90% a
empresarios en Washington, y en estos momentos disturbios en
Londres ante la llegada de los líderes del G-20. Un cambio
oceánico en las actitudes sociales -que puede tener
profundos efectos en la política y la economía– está en
marcha”. (The
Economist,
02-04-09)
Con la colaboración de
José Luis Funes y Roberto Ramírez.
En
realidad, aquí cabe una precisión que tiene que ver
con que, en el mundo de la economía capitalista, junto
con la economía real (producción, mercancías y
dinero), tienen su lugar los fenómenos ficticios
(relativos a títulos y acciones). Nos explicamos: el único
“fundamento” o sostén propiamente “económico”
del optimismo de las últimas semana tiene que ver con
la serie de medidas de rescate bancario y contable
tomadas por Timothy Geithner que –a priori– le
asegurarían a los bancos que su inconmensurable cartera
de activos tóxicos no figuren como pasivos. El plan de rescate consiste en pagar los llamados
“activos tóxicos” (por los que nadie en su sano
juicio invertiría un solo centavo) a su valor
nominal. Se trata de la mayor estafa de la
historia, porque el plan de Geithner significa que
el estado les reconoce a los bancos un enorme porcentaje
del valor nominal de estos “activos”. Esto es tan así,
que incluso antes de que estos “activos” salgan a
subasta, se les ha permitido a los bancos,
contabilizarlos a su valor nominal en la medida que
tendrían esta garantía de parte del Estado. Está
claro, entonces, por qué mecanismos el problema del
quebranto de la banca norteamericana habría “dejado
de existir”: como por arte de magia, lo que son
pérdidas varias veces billonarias dejarían de ser
tales y, por tanto, los bancos volverían a ser
“saludables”, las bolsas volverían a ir para
arriba y en el mundo de Obama “retornaría” el
“American dream” (sueño americano). No necesitamos
aclarar que esto no soluciona el problema de fondo, sino
que traslada su carga al estado y de allí a las
espaldas de los contribuyentes y los trabajadores de
EEUU. ¡Es simplemente la socialización de las pérdidas
de los banqueros!
En el mismo sentido señala que la consultora ‘Capital
Economics’ afirma que “su índice de recuperación
sugiere que la probabilidad que la recesión en EEUU
haya terminado es menor que el 10%”…
Por ejemplo, no ha trascendido mucho que Visteon, una
autopartista de la Ford, tiene dos de sus tres
plantas de Inglaterra ocupadas por sus trabajadores. En
el caso de EEUU, en la rama autopartista, no ha sido
casual que días atrás el gobierno haya habilitado líneas
de crédito para sostener los pagos de las terminales a
sus proveedores.
Se trata de un compañero que respetamos. Esto más allá
de la impresión de que el SWP inglés parece estar mal
ubicado respecto del desarrollo de la crisis y a la
orientación frente a la misma. De ahí el debate que
parece haberse desatado en sus filas y que está
reflejado en la última edición de su revista
internacional.
Neil Faulkner, “From bubble to black hole: the
neoliberal implosion”. Internacional
Socialism, N° 122. Una errónea posición similar es la
que asumió en nuestro país el compañero Claudio Katz,
al definir –contra una masa de evidencias en sentido
contrario– que la crisis en curso se parecía más
a la de los años ’70 que a los ’30 del siglo
pasado...
“Manning
the barricades – Who's at risk as deepening economic
distress foments social unrest”, Economist Intelligence Unit, March 2009.
“Definimos disturbios o levantamientos sociales o políticos
como aquellos eventos o desarrollos donde se coloca
un serio cuestionamiento extraparlamentario o extra
institucional a los gobiernos o al sistema político
existente”. “Manning
the barricades…”,
cit.
“Manning
the barricades...”, cit. Como es sabido, las caídas en las exportaciones, importaciones y
producto industrial en estos tres países –más allá
de las desigualdades que también hay entre ellos– vienen
siendo muy graves.
Amén de las dificultades en España, Grecia e Irlanda,
el eje del problema está en Europa del Este: la región
se (re)construyó con enormes desequilibrios. Si
hay que acusar a alguien es a Greenspan por la baja de
los intereses en 2001. Eso significó una enorme
liquidez y un inmenso boom de crédito. Esas medidas
crearon un gran “crecimiento” económico en Europa
oriental. Sin embargo, la producción no creció al
mismo ritmo, la inflación se disparó y ahora estos países
están bajo la amenaza cierta de bancarrota. Esto podría
quebrar a los bancos de países como Austria, expuestos
en el Este por 300.000 millones de dólares. No es
casual que la The Economist tema el surgimiento de
cierta nostalgia por el pasado “comunista” en
esos países…
Este es el motivo de los renovados bríos que el G-20
pretendió infundirle al FMI, que fue prácticamente la
única medida real e importante de la reunión. Mientras
cada uno de los países “centrales” se ocupa de sus
propios problemas sin coordinación real con los otros,
se ha encargado al FMI que “cuide la retaguardia”,
los “patios traseros” de la economía mundial.
Especialmente, que siga de cerca la crisis de los países
del Este europeo.
En
este sentido, cabe una acotación respecto a la magnitud
que hoy tiene la crisis. Se trata del índice de
bancarrotas, un dato que refleja eso. Hay que
recordar que, entre la Segunda Guerra Mundial y los años
’70, no hubo quiebras de importancia en EEUU, con
excepción de los ferrocarriles. Aunque sorprenda,
tampoco durante la crisis de los años ’70 fueron muy
importantes: sólo dos bancarrotas de corporaciones. Por
eso sorprende que algunos no logren ver aún la
profundidad de la crisis, cuando monumentos históricos
del capitalismo norteamericano –más representativos
que la Estatua de la Libertad– están al borde del
abismo, como son los casos de General Motors o el banco
Citi, por citar sólo dos ejemplos...
Barry Eichengreen es profesor de teoría económica y
ciencia política en la Universidad de California,
Berkeley, y antiguo asesor del Fondo Monetario
Internacional. Kevin H. O'Rourke es profesor de teoría
económica en el Trinity College de Dublín.
Barry Eichengreen & Kevin H. O’Rourke, "A
Tale of Two Depressions" (Historia de dos
depresiones), 06/04/09 ( www.voxeu.org ). Versión
en español en www.socialismo-o-barbarie.org (edición
del 19/04/09).
Estos analistas presentan una serie de gráficos
comparados muy interesantes entre los años ’30 y la
dinámica actual de la crisis, gráficos que aquí no
podemos reproducir, pero que pueden verse en los sitios
mencionados.
Hoover (presidente de EEUU 1929-33) había tomado unas tímidas
medidas en ese sentido. Pero hubo que esperar a
Roosevelt (presidente 1933-45) para que la burguesía
yanqui se dotara de una orientación más coherente
frente a la crisis.
Señalamos esto en términos muy generales, porque históricamente
el capitalismo ha ido sumando, en su configuración, elementos
de “capitalismo de estado” . Con el
neoliberalismo parecieron “eclipsarse”, en parte.
Hoy están retornando con fuerza, vía las
“estatizaciones” parciales para rescatar la mismísima
propiedad privada.
“The rate of profit and the world today” (La
tasa de ganancia y el mundo de hoy), Chris Harman, Internacional
Socialism Nº 115, verano 2007.
Es sabido que la salida de la Gran Depresión sólo se
logró mediante la purga gigantesca (destrucción masiva
de capitales) que significó la Segunda Guerra Mundial.
Se trata, claro está, de un “crecimiento” que al
menos contrarrestaría en esa medida la caída del
producto de estos países.
The Economist, 26-03-09. Hay que señalar que,
según informes referidos a la industria naviera y al
comercio internacional, al parecer no será hasta el
año 2015 que se recuperará la utilización de la flota
mundial mercante. Si éste no es un dato histórico,
¿cuál podría serlo…?
En este sentido va la propuesta recientemente de China
de reemplazar el dólar como moneda mundial.
Aquí deben dejarse anotados los resultados no
intencionales que puede tener una acción. Ésta es
otra “ley” que debe ser tenida en cuenta a la hora
evaluar la mecánica del conjunto social. Decimos esto
por el eventual impacto hiperinflacionario de los
crecientes déficits fiscales y la emisión monetaria
sin límite alguno.
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