Se avecina un estallido de rabia social en Asia
Por Walden Bello (*)
Foreign
Policy in Focus, 09/04/09
La Haine, 23/04/09
Traducción de Ángel Ferrero
En
Vietnam las huelgas se están extendiendo como la pólvora.
Corea, con su tradición de protestas obreras y campesinas
de carácter militante, es una bomba de relojería.
A medida que las mercancías se apilan en los muelles de Bangkok a Shangai y
los trabajadores son despedidos en números récord, los
ciudadanos del Sureste asiático están comenzando a darse
cuenta de que no solamente están experimentando un
empeoramiento de sus economías, sino que viven el fin de
una época.
Durante 40 años la vanguardia de la economía de la región ha sido la
industrialización con miras a la exportación (EOI, por sus
siglas inglesas). Taiwán y Corea del Sur fueron las
primeras en adoptar esta estrategia de crecimiento a
mediados de los sesenta, cuando el dictador coreano Park
Chung–Hee convenció a los empresarios de su país que
exportasen gracias a, entre otras medidas, cortar la
electricidad de sus fábricas si se negaban a acatar la
orden.
El éxito de Corea y Taiwán convenció al Banco Mundial de que la EOI era
el futuro. A mediados de los setenta, el entonces presidente
del Banco Mundial, Robert McNamara, la consagró como
doctrina, manifestando que "deben llevarse a cabo
esfuerzos especiales en muchos países para alejar a sus
empresas manufactureras de los mercados relativamente pequeños
asociados a la sustitución de importaciones, y acercarlas a
las mayores oportunidades que ofrece la promoción de las
exportaciones" [mano de obra barata para las
multinacionales].
La EOI se convirtió en uno de los puntos clave del consenso entre el Banco
Mundial y los gobiernos del Sureste asiático. Ambos se
dieron cuenta de que la industrialización con miras a la
importación sólo podía continuar si el poder de compra
nacional se incrementaba vía una significativa redistribución
de la renta y la riqueza, y ello era algo para lo que no cabía
duda para las élites de la región. Los mercados para la
exportación, especialmente el relativamente abierto mercado
estadounidense, se presentaron como un sustituto indoloro.
El
capital japonés crea una plataforma de exportación
El Banco Mundial respaldó el establecimiento de zonas de procesamiento de
exportaciones, donde el capital extranjero podía casar con
una mano de obra (por lo común femenina) barata. También
apoyó el establecimiento de incentivos fiscales para los
exportadores y, con menos éxito, promovió la liberalización
del comercio. No obstante, no fue hasta a mediados de los
ochenta que las economías del Sureste asiático despegaron,
y no fue tanto a causa del Banco Mundial como de la política
comercial agresiva estadounidense.
En 1985, en lo que llegó a conocerse como el Acuerdo Plaza [Plaza Accord,
por el nombre del hotel en que se firmó, N. del T.], los
Estados Unidos forzaron la drástica revaluación del yen
japonés en relación con el dólar y otras divisas de
importancia. Haciendo las importaciones japonesas más caras
a los consumidores norteamericanos, Washington esperaba
reducir su déficit comercial con Tokio. La producción en
Japón se tornó prohibitiva en términos de costes de
trabajo, forzando a los japoneses a trasladar las partes del
trabajo más intensivo de sus operaciones manufactureras a
zonas de salarios bajos, particularmente a China y el
Sureste asiático. Al menos 15 mil millones de dólares de
inversión directa japonesa fluyeron hacia el Sureste asiático
entre 1985 y 1990.
La entrada de capital japonés permitió a los "nuevos países
industrializados" del Sureste asiático escapar de la
restricción crediticia de comienzos de los ochenta
provocada por la crisis de deuda del Tercer Mundo, superar
la recesión global de mediados de los ochenta y pasar a un
proceso de rápido crecimiento. La centralidad de la endaka,
o revaluación de la moneda, se reflejó en la tasa de
afluencia de inversiones extranjeras directas a la formación
del gran capital, que se aceleró espectacularmente a
finales de los ochenta y en los noventa en Indonesia,
Malasia y Tailandia.
Donde mejor pudieron verse las dinámicas del crecimiento impulsado por la
inversión extranjera fue en Tailandia, que recibió 24 mil
millones de dólares de inversión de las naciones ricas en
capital de Japón, Corea y Taiwán en sólo cinco años,
entre 1987 y 1991. Fuesen cuales fuesen las preferencias en
materia de política económica del gobierno tailandés
–proteccionista, mercantilista o pro–mercado– esta
enorme cantidad de capital llegado del Sureste asiático a
Tailandia no podía más que disparar su rápido
crecimiento. Lo mismo vale para otras dos naciones
favorecidas en el Noreste asiático: Malasia e Indonesia.
Sin embargo, no fue solamente la escala de la inversión japonesa durante un
período de cinco años lo significativo: fue sobre todo el
modo en que se hizo. El gobierno japonés y los keiretsu, o
conglomerados, planearon y cooperaron estrechamente en el
traslado de las instalaciones fabriles al Sureste asiático.
Una dimensión clave de este plan fue trasladar no únicamente
a las grandes corporaciones como Toyota o Matsushita, sino
también a las pequeñas y medianas empresas que
proporcionaban los componentes y otras aportaciones al
proceso de producción. Otra fue integrar las operaciones de
fabricación complementarias, que se extendieron por toda la
región en diferentes países. El objetivo era crear una
plataforma del Pacífico asiático para re–exportar a Japón
y exportar a mercados de terceros países.
Ésta fue la política y la planificación industrial a gran escala,
gestionada de consuno por el gobierno japonés y las
corporaciones, y llevada a cabo por la necesidad de
ajustarse al mundo post–Acuerdo Plaza. Como expresó un
diplomático japonés más bien cándidamente, "Japón
está creando un mercado exclusivamente japonés en el cual
las naciones del Pacífico asiático están siendo
integradas en el así llamado sistema keiretsu [bloque
financiero–industrial]."
China
domina el modelo
Si Taiwán y Corea fueron pioneras en el modelo y el Sureste asiático les
siguió muy de cerca y con éxito en su despertar, China
perfeccionó la estrategia de la industrialización con
miras a la exportación. Con su ejército de reserva de mano
de obra barata sin paralelo en ningún otro país del mundo,
China se convirtió en la "fábrica del mundo",
consiguiendo 50 mil millones de dólares anuales en concepto
de inversión extranjera durante la primera mitad de esta década.
Para sobrevivir, las empresas transnacionales no tuvieron
otra elección que transferir sus operaciones de trabajo
intensivo a China para conseguir ventaja en lo que se ha
llegado a conocer como "precio chino", provocando
en el proceso una enorme crisis en las fuerzas del trabajo
organizado en los países del capitalismo avanzado.
Este proceso dependía del mercado estadounidense. Mientras los consumidores
estadounidenses despilfarraban su dinero, las economías del
Sureste asiático podían continuar funcionando a pleno
rendimiento. El bajo índice de ahorro de los hogares
estadounidenses no suponía ningún obstáculo desde que el
crédito estuvo disponible para cualquiera, y a gran escala.
China y otros países asiáticos no dejaron escapar los
bonos del tesoro estadounidense y prestaron masivamente a
las instituciones financieras estadounidenses, que a su vez
prestaron a los consumidores y compradores de casas. Pero
ahora la economía crediticia estadounidense ha implosionado,
y no parece que el mercado estadounidense vaya a generar la
misma fuente dinámica de demanda durante mucho tiempo.
Resultado: las economías de exportación asiáticas han
quedado aisladas.
La
ilusión de independencia económica
Durante varios años China ha sido presentada como una alternativa dinámica
al mercado estadounidense para las economías menores de Japón
y del Sureste asiático. La demanda china, después de todo,
ha sacado a las economías asiáticas, incluyendo Corea y
Japón, de los abismos del estancamiento y de la ciénaga de
la crisis financiera asiática de la primera mitad de esta década.
En el 2003, por ejemplo, Japón rompió con una década de
estancamiento al encontrarse con el ansia china de capital y
mercancías tecnológicas avanzadas. Las exportaciones
japonesas se dispararon a niveles récord. China se había
convertido para mediados de la década en "el impulsor
por excelencia del crecimiento exportador de Taiwán y
Filipinas, y el mayor comprador de productos de Japón,
Corea del Sur, Malasia y Australia."
Incluso aunque China se presentaba como un nuevo impulsor del crecimiento a
través de las exportaciones, algunos análisis aún
consideraban la noción de un "desacoplamiento" de
la locomotora estadounidense una quimera. Por ejemplo, una
investigación de los economistas C.P. Chandrasekhar y
Jayati Ghosh subrayó que China estaba importando mercancías
medias y componentes de Japón, Corea y países de la ASEAN,
pero sólo para colocarlos juntos principalmente para la
exportación como productos terminados hacia los Estados
Unidos y Europa, no para el mercado nacional. Así, "si
la demanda de exportaciones chinas desde los Estados Unidos
y Europa se ralentiza, como probablemente ocurra con una
recesión en los Estados Unidos", afirmaban, "no sólo
afectará a la producción industrial china, sino también a
la demanda de importaciones chinas de los países asiáticos
en vías de desarrollo."
El desplome del principal mercado asiático ha hecho olvidar cualquier
posibilidad de "desacoplamiento". La imagen de
locomotoras desacopladas –una deteniéndose, la otra
avanzando a empellones por otra vía– ya no es válida, si
alguna vez lo fue. Es más, las relaciones económicas entre
los Estados Unidos y el Sureste asiático hoy recuerdan a
una cadena de prisioneros encadenados que ata no solamente a
China con los Estados Unidos, sino con una multitud de
economías satélites de las anteriores, y todas han de
marchar a un mismo paso: todas ellas están encadenadas al
gasto de la clase media financiado por la deuda en los
Estados Unidos, que se ha desplomado.
El crecimiento de China cayó en el 2008 a un 9%, cuando el año anterior
había tenido un 11%. Japón se encuentra ahora una profunda
recesión, sus poderosas industrias orientadas a la
exportación de bienes de consumo se tambalean con el
desplome de ventas. Corea del Sur, de lejos la más
resistente de las economías asiáticas, ha visto como su
moneda caía un 30% frente al dólar. El crecimiento del
Sureste asiático en el 2009 será probablemente la mitad
del de 2008.
Se
avecina la rabia
El fin repentino de la época de las exportaciones va a tener desagradables
consecuencias. En las últimas tres décadas, el rápido
crecimiento redujo el número de personas que vivían por
debajo de la línea de pobreza en muchos países. En prácticamente
todos los países, sin embargo, la desigualdad de renta y
riqueza se incrementó. Pero la expansión del poder de
compra del consumidor evitó que los conflictos sociales
llegaran al límite. Ahora, cuando la era del crecimiento rápido
llega a su fin, una creciente pobreza en el seno de enormes
desigualdades será una combinación explosiva.
En China, cerca de 20 millones de obreros han perdido sus trabajos en los últimos
meses, muchos de ellos habiendo de regresar al campo, donde
apenas encontrarán trabajo. Las autoridades están
razonablemente preocupadas por lo que llaman
"incidentes de masas", los cuales se han
incrementado en la última década, se salgan fuera de
control. Con la válvula de seguridad de la demanda
extranjera para los trabajadores indonesios y filipinos
despedidos, cientos de miles de trabajadores están
regresando a unos pocos empleos y granjas moribundas.
Probablemente el sufrimiento vaya acompañado de una
protesta creciente, como ha sucedido ya en Vietnam, donde
las huelgas se están extendiendo como la pólvora. Corea,
con su tradición de protestas obreras y campesinas de carácter
militante, es una bomba de relojería. Más aún: puede que
el Sureste asiático esté entrando en un período de
protestas radicales y revolución social que aparentemente
pasó de moda cuando la industrialización con miras a la
exportación se convirtió en tendencia hace tres décadas.
(*)
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en
la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del
Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom
from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on
the Global South.
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