El
mensaje entusiasta desde el Norte mundial respecto a que la
crisis económica ha dado ya vuelta a su peor página,
expresa un fascinante sistema de organización de la
realidad que merece una observación atenta
La
crisis económica global agrega exclusión y pobreza
Por
Marcelo Cantelmi
Clarín,
23/05/09
Los
indicadores sociales de la recesión mundial obligan a
relativizar el optimismo que despertó el salvataje de las
grandes entidades bancarias y los signos de recuperación.
El
estallido de la burbuja inmobiliaria y su estela de
desastres en los mercados, generó una transformación
global cuyos alcances aún no se han definido. Pero es en su
costado social donde se vislumbran los peores espectros. La
OIT cifra en 30 millones los nuevos desocupados que provocará
esta pesadilla, ampliando a 50 millones el total de personas
en el mundo con problemas de empleo.
Este
desafío no debería ser observado sólo como la verificación
clásica sobre quiénes acaban siempre pagando los costos.
Sino, en una perspectiva más amplia, sobre qué puede
esperar el mundo de tal acumulación de desesperados. Hay
mucho de ese escenario inquietante en el trasfondo de la
batalla verbal entre Barack Obama y la derecha republicana,
que le demanda mantener la mano dura en la represión del
fantasma terrorista, incluyendo el mantenimiento de la
tortura que legó como una "barbarie legal" el
gobierno de George Bush.
Pero
veamos primero qué sucede con la gran crisis. El cambio en
su evolución es concreto, limitado y consecuencia de dos
importantes pasos. Uno fue la cumbre del G-20 en Londres el
mes pasado. Allí las mayores economías del mundo y un puñado
de las emergentes encabezados por China, no crearon un nuevo
sistema económico mundial como se fantaseó. Pero sí
confirmaron un par de medidas prácticas ampliamente
anticipadas: fortalecieron al FMI con casi un billón de dólares,
cuya mayor parte será para contener la bancarrota en el
Este europeo, la principal espada que pende sobre los bancos
de Europa Central. Y se comprometieron a recapitalizar las
entidades de crédito evitando efectos letales como los que
causó el cadáver de Lehman Brothers.
El
otro paso fue la evaluación (stress test) a que el gobierno
de Obama sometió a los 19 bancos más grandes de su país.
Ese puñado de entidades, entre ellas Citibank y Bank of
America explican el 75% de los activos del sistema bancario
norteamericano y la mitad de los préstamos. La sola idea
del examen estremeció inicialmente a los mercados seguros
de que aceleraría y no impediría las quiebras al desnudar
las miserias de estos gigantes. Walter Molano, un
inclaudicable analista mexicano neoliberal, llegó a
plantear que "el pánico bancario no debería
sorprender. Los bancos de EE.UU. están insolventes y
algunos requerirían la estatización". (!)
Pero
el examen dio resultados de salud tan sorprendentes como
inesperados. El rojo de todas estas entidades que estuvieron
balanceándose por meses en las cornisas de la quiebra,
apenas llegaba a US$ 75 mil millones. Y ya, a los pocos días,
los bancos habían reunido la mitad de esa suma. De modo que
las cosas no eran tan graves y se podía pasar sin mayores
traumas al capítulo central de este carrousel que es la
compra por parte del Estado de los activos tóxicos de estas
entidades; esto es, los instrumentos con que armaron el
fraude de la burbuja inmobiliaria y que ahora valen tanto
como nada.
¿Qué
paso? No importa. Todo fue otro "ejercicio"
creativo cargado de suspicacias. Sirvió para que regrese el
optimismo. Al fin de cuentas son números, como, filoso, lo
puso Martín Wolf en el Financial Times: "¿cuánto
capital necesita un banco? ¿cuál es el largo de un elástico?".
El problema como siempre es que ese no es el único
problema. No se resume esta cuestión al salvataje de los
bancos. Hay una serie de desafíos que no están siendo
atendidos con el mismo entusiasmo. Uno es la carencia de crédito
pese incluso al derrumbe de las tasas en EE.UU. y Europa.
China, tercera economía mundial, segunda potencia
comercial, logró un crecimiento de 6%, excepción en un páramo
de gigantes en recesión. Y lo obtuvo porque concentró en
cuatro bancos estatales una formidable maquinaria para
estimular la economía.
De
este lado del mundo las políticas de estímulo llegan
lentas o no lo hacen, ello sin perder de vista la bomba
inflacionaria que se ha armado con la tremenda emisión que
autorizaron las potencias presionadas por la
"emergencia". Pero hay más. Según el escenario más
probable que proyecta la revista The Economist, habrá
recuperación el año entrante aunque los números positivos
no serán en absoluto parecidos a los que marcaron este
lustro. Eso se traducirá en sobrante humano, y así
volvemos al desafío social señalado más arriba.
Un
informe del FMI, fechado el 16 de abril pasado y consignado
por la politóloga española María Luisa Fernandez (Crisis
económica: repercusiones a la paz y la estabilidad global),
advierte que "la crisis llevará a millones de personas
a la pobreza, con consecuencias devastadoras". La
cuestión es de gravedad tal que el jefe de la inteligencia
nacional estadounidense Dennis Blair sostiene que las
consecuencias de la recesión reemplazaron al terrorismo
como la mayor amenaza para la seguridad del país. El
planteo del funcionario tiene la lucidez de apuntar justo a
la raíz de la violencia: Habrá movimientos de población
y sufrimiento humano a gran escala, reducción de la
actividad económica, menos comercio y crecerán los
espacios ingobernados que pueden ser explotados por
terroristas.
Siempre
fue lícito sospechar que detrás de la guerra
antiterrorista, Bush buscó reducir las libertades
individuales para proteger de las amenazas sociales el
sistema de acumulación concentrado, vertical y especulativo
que alentó y que terminó del modo que sabemos. De esa idea
podemos extraer otra vinculada a la distribución del
ingreso. Si es cierto que los espacios de pobreza provocan
violencia, no es cuestión de detectives adivinar cuál es
el generador principal de la amenaza que se cierne en buena
parte del mundo bajo la mascarilla del terrorismo. Y menos
misterioso aún, determinar qué habría que hacer para
poner en orden estas cuestiones.
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