Cae
el gigante que representó el esplendor
del capitalismo en
EEUU
Boletin
Entorno, año 7 Nº 44, 04/06/09
La
quiebra de General Motors (GM) supone la caída del gigante
industrial que mejor ha representado el modelo capitalista
estadounidense hasta el punto que en su época de esplendor,
la salud de GM se equiparó con la de todo el país.
A
principios de los años de la década de 1950, Estados
Unidos estaba en la cima del mundo. El país seguía
disfrutando la victoria en la Segunda Guerra Mundial y se
disputaba el liderazgo con la emergente Unión Soviética.
La
maquinaria industrial estadounidense funcionaba a plena
capacidad y las factorías de General Motors (que durante la
guerra se concentraron en la producción de material bélico)
escupían automóviles a una velocidad vertiginosa para
satisfacer el sueño americano.
En
1954, su cuota de mercado en Estados Unidos había alcanzado
su punto álgido, 54 por ciento, y había producido el vehículo
número 50 millones. Millones de familias en todo el país
dependían económicamente de General Motors.
La
ligazón entre GM y el país era tal que en 1953 el entonces
presidente estadounidense, Dwight Eisenhower, nombró al
presidente de General Motors, Charles E. Wilson, secretario
de Defensa.
Según
la biografía oficial del Departamento de Defensa, durante
su proceso de confirmación en el Senado, Wilson asoció el
futuro de Estados Unidos y General Motors.
Preguntado
si como secretario de Defensa podría tomar decisiones
contrarias a los intereses de su compañía, Wilson dijo que
sí, "porque durante años pensé que lo que era bueno
para el país era bueno para General Motors, y
viceversa". Durante décadas, la declaración de Wilson
pareció irrefutable.
La
empresa había sido fundada en 1908 por William Durant y en
sus primeros años de existencia engulló otros fabricantes
como Buick, Oldsmobile, Cadillac y GMC. Pero la empresa
realmente no despegó hasta que en 1923 Alfred Sloan fue
nombrado presidente y consejero delegado.
Sloan
disparó la cuota de mercado del 12 por ciento al 41 por
ciento en 1941 y expandió internacionalmente la compañía
estadounidense con la compra de la británica Vauxhall en
1925 y la alemana Adam Opel en 1929.
Cincuenta
años después, a principios de los años 1980, General
Motors se había convertido en un gigante descomunal, con más
de 600.000 empleados en Estados Unidos y otros 250.000 en el
resto del mundo.
Pero
la compañía que era demasiado grande para caer y que definía
lo que era bueno para Estados Unidos empezó a languidecer
tan pronto como alcanzó su cima.
Sus
ingresos se duplicaron en siete años y pasaron de 62.700
millones de dólares en 1981 a 123.600 millones de dólares
en 1988. El fabricante de automóviles se había
diversificado para producir desde autobuses hasta satélites
y equipos militares.
Cuando
Rick Wagoner llegó a la presidencia de GM en el 2000, la
suerte del coloso industrial estaba prácticamente decidida
gracias al ascenso de los fabricantes asiáticos y la
incapacidad del sector del automóvil estadounidense para
cambiar.
A
principios del siglo XXI General Motors estaba compuesto por
un listado impresionante de marcas: Buick, Oldsmobile,
Cadillac, GMC, Chevrolet, Vauxhall, Opel, Saab, Saturn,
Daewoo y Hummer.
A
pesar de todas estos nombres, GM llegó al siglo XXI
dependiendo de que los consumidores estadounidenses seguirían
comprando eternamente los grandes todoterrenos de los años
1990 y sin estrategia de cambio.
Mientras,
Toyota, Honda y Nissan se asentaron en Estados Unidos y le
robaron día a día cuota de mercado, dejando al descubierto
todos los puntos débiles del gigante.
El
ascenso de los precios del petróleo y la crisis económica
del 2008 fueron la puntilla final. Los compradores
estadounidenses desaparecieron de los concesionarios y las
ventas se desplomaron.
Del
2006 y al 2008, sus pérdidas sumaron la increíble cifra de
90.000 millones de dólares y el castillo de naipes en que
se había convertido el representante del antiguo
capitalismo estadounidense cayó con inusitada velocidad 100
años y 8 meses después de su creación.
La
empresa que representó el sueño americano se ha convertido
en la imagen de la pesadilla del país.
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