Capital ficticio y ganancias ficticias
Por Reinaldo A. Carcanholo (*) y
Mauricio de S. Sabadini (**)
Congrès Marx International V,
Section Économie ,
Paris–Sorbonne et
Nanterre, 3a6/10/07
Observatorio Internacional de la Crisis, mayo 2009
¿Qué
características presenta la nueva etapa del capitalismo
mundial iniciada a fines de los años 70 y principios de los
80? ¿Cuáles son las perspectivas para su continuidad y
para su superación? Esas son preguntas sumamente relevantes
en la actualidad, y la respuesta adecuada, como hemos señalado
en trabajos anteriores, pasa por el concepto marxista de
capital ficticio.[1]
Ese concepto, descrito por Marx en el tercer libro de El Capital, no es de fácil
aceptación por parte de aquellos que tienen deudas con las
concepciones positivistas y metafísicas, sean de perfil
keynesiano o no. Algunos tienden incluso a aceptarlo, dada
la intensidad de su existencia y de su predominio en los días
actuales, pero lo hacen “a regañadientes” y, en verdad,
no son capaces de entenderlo con propiedad desde el punto de
vista dialéctico, perspectiva esa sin la cual el concepto
tiende a perder mucho de su capacidad explicativa. El hecho
de que el capital ficticio sea, al mismo tiempo, ficticio y
real debe parecerles simplemente una contradicción en los términos.
Y es justamente en esa dialéctica real/imaginaria que el
concepto gana toda su pertinencia.
Si por un lado el concepto de capital ficticio no es de fácil asimilación,
el de ganancias ficticias no encuentra prácticamente a
nadie que lo considere aceptable desde el punto de vista teórico,
incluso entre aquéllos que se presentan como pertenecientes
al campo marxista.
En primer lugar, no se trata de un concepto que haya sido desarrollado por
Marx y eso puede ser definitivo para muchos. Por supuesto
que en la época de ese autor, en la que la idea de un
capital ficticio dominante sobre el capital sustantivo[2]
estaba lejos de ser posible, pensar que una parte de las
ganancias no fuera derivada de la plusvalía y ni siquiera
del excedente–valor de formas de producción no salariales
constituía un contrasentido.
En nuestra época, sin embargo, en la que el capital ficticio efectivamente
se ha transformado en dominante, a punto tal que hemos
necesitado darle otro nombre (capital especulativo
parasitario), la idea de ganancias ficticias surgió para
nosotros como algo poco menos que automático, totalmente
inspirada en los análisis que Marx hace en los diversos capítulos
del tomo III de El Capital.
Hagamos, en primer lugar, un esfuerzo para, por lo menos en forma resumida,
esclarecer los conceptos de capital ficticio y de capital
especulativo parasitario[3] para después explicar en qué
consisten las ganancias ficticias.
Del
capital ilusorio al capital especulativo parasitario
En primer lugar, debemos aclarar que capital a interés, que financia la
producción o la circulación, y capital ficticio son cosas
totalmente diversas, aunque el segundo nace como
consecuencia de la existencia del primero[4].
Lo primero que hay que considerar es el hecho de que el capital a interés,
por si mismo, produce una ilusión social y es precisamente
a partir de ella que aparece el capital ficticio. En el
capitalismo, la existencia generalizada del capital a interés,
cuyo significado aparente es el hecho de que toda suma
considerable de dinero genera una remuneración, produce la
ilusión contraria, es decir, la de que toda remuneración
regular debe tener como origen la existencia de un capital.
Dicho capital en sí no tiene mayor significación para el
funcionamiento del sistema económico y puede ser llamado de
capital ilusorio (valor presente de un rendimiento regular).
Sin embargo, cuando el derecho a tal remuneración está representando por
un título que puede ser comercializado, vendido a terceros,
se convierte en el capital ficticio. El título
comercializable es la representación legal de esa forma de
capital. El ejemplo tal vez más simple de la existencia de
capital ficticio está constituido por una concesión pública,
a particulares, del derecho de utilización comercial de una
frecuencia de radio o televisión, cuando dicha concesión,
realizada a cambio de favores políticos o de cualquier otro
tipo, puede ser vendida a terceros.
Así, el capital ficticio nace como consecuencia de la existencia
generalizada del capital a interés, pero es el resultado de
una ilusión social.[5] Y ¿por qué debemos llamarlo
capital ficticio? La razón está en el hecho de que, por
detrás de él no existe ninguna sustancia real y porque no
contribuye en nada para la producción o la circulación de
la riqueza, por lo menos en el sentido de que no financia ni
el capital productivo, ni el comercial.
En el capital a interés, el capital aparece como si fuera una fuente autónoma
de valorización. Y dicha fuente se presenta, según Marx,
de forma mistificadora, una vez que el interés es apropiado
sin trabajo y su existencia aparece al mundo capitalista
separada de toda conexión con el excedente producto del
trabajo.
Al desarrollarse el sistema de crédito, con el objetivo primordial de
financiar la producción, el capital a interés adquiere
gran importancia y dimensión en el sistema capitalista, al
estar directamente subordinado a la lógica del capital
industrial. Al mismo tiempo que se apropia de una parte de
la plusvalía generada en el sector productivo, el capital a
interés aumenta la eficiencia de la producción del
excedente, así como la velocidad de reproducción del ciclo
del capital.
Marx destacó el carácter dependiente y complementario de ese capital a
interés al capital productivo en pasajes como el siguiente:
“...una vez que la producción capitalista se encuentra totalmente
desarrollada y una vez que se constituye en forma dominante
de producción, el capital a interés pasa a ser dominado
por el capital industrial y el capital comercial, no es más
que un aspecto de éste, derivado del proceso de circulación.
Aunque formas autónomas, se encuentran subordinados al
capital industrial.” (Marx, 1976, p. 554.)[6]
Afirmaciones como ésta nos aseguran que la autonomización de las formas
funcionales del capital, representadas en este momento por
el capital a interés, interfiere de manera positiva en el
sistema capitalista al proporcionar su crecimiento.
De ese modo, si bajo la forma de capital a interés el capital adquiere una
forma mistificadora, bajo
la forma de capital ficticio, asume un aspecto aún más
complejo y más desmaterializado. Aparentemente, se
desarrolla de manera independiente de la dinámica de la
producción:
Al desarrollarse el capital a interés y el sistema de crédito, parece
duplicarse y a veces triplicarse todo el capital por el
diverso modo como el mismo capital o simplemente el mismo título
de deuda aparece en
distintas manos bajo diversas formas. La mayor parte de este
“capital–dinero” es puramente ficticio. (Marx, 1968,
tomo III, p. 443)
Así, el capital ficticio disimula aún más las conexiones con el proceso
real de valorización del capital, al consolidar la imagen
de un capital que se valoriza por sí mismo, particularmente
en el mercado de compra y venta especulativa:
De este modo se borra hasta el último rastro del verdadero proceso de
valorización del capital y se refuerza la idea del capital
como un autómata que se valoriza a sí mismo y por su
propia virtud. (Marx, 1968, tomo III, p. 439)
Comprendido el surgimiento teórico del capital ficticio, Marx pasa a
referirse a algunas formas de su existencia. Entre otras
formas, se refiere al valor de las acciones correspondientes
al real patrimonio de empresas. Para facilitar el
razonamiento, en ese particular, pensemos exclusivamente en
empresas productivas.
¿Qué razón lo lleva a clasificar las acciones, aunque en monto total
correspondiente al real patrimonio de una empresa
productiva, como capital ficticio? La primera de ellas es
que las acciones permiten obtener un rendimiento anual y,
además, pueden ser vendidas en el mercado. Pero, aun así,
debemos descartar que no tengan sustancia por detrás; en
verdad, representan el patrimonio de la empresa.
En verdad, las acciones constituyen capital ficticio por el hecho de que
representan una riqueza contada dos veces: una, el valor del
patrimonio de la empresa; otra, el valor de ellas mismas. La
prueba de que eso es verdad es que pueden ambos valores
servir de garantías, por ejemplo, para créditos bancarios.
Pueden ser contadas dos veces, o tres, o más, gracias a la
existencia de empresas holdings.
Eso significa que el capital ficticio no surge solamente como resultado de
la ilusión mencionada anteriormente, cuando se convierte en
título negociable. Es también resultado algo más directo
del capital a interés, del sistema de crédito, cuando éste
duplica aparentemente la riqueza real, como es el caso de
las acciones[7] de una empresa. Ese tipo de capital ficticio
constituido por acciones con valor igual al del patrimonio
real de empresas productivas, lo vamos a llamar capital
ficticio de tipo 1.
Sin embargo, hay una segunda razón para que las acciones deban ser
consideradas como capital ficticio: es el hecho de que su
valor se mueve muchas veces con independencia del valor del
patrimonio de las empresas. Así, una valorización
especulativa de las acciones constituye un incremento del
volumen total del capital ficticio existente en la economía.
Pero ese incremento posee una característica distinta del
valor original: no constituye una duplicación aparente de
un valor real. En realidad, detrás de él no hay ninguna
sustancia real. Por eso, a ese incremento lo vamos a llamar
capital ficticio de tipo 2. Así, el capital ficticio también
aparece como resultado de la especulación, cuando
esta eleva el valor de mercado de cualquier tipo de activo
(sea real o fiduciario). Obviamente, si tenemos una reducción
especulativa del valor de activos, nos encontramos con una
destrucción de capital ficticio.
Así, y por extensión, podemos clasificar a toda valorización especulativa
de activos reales o mobiliarios como capital ficticio de
tipo 2.
Marx también destaca que los títulos de la deuda pública constituyen
capital ficticio. Pero también aquí debemos distinguir
entre los tipos 1 y 2. Cuando los títulos públicos son
emitidos para financiar inversiones reales, tales como
carreteras, puertos, puentes, túneles, ferrocarriles,
edificios, se trata de capital ficticio de tipo 1. Al
contrario, cuando el incremento de la deuda pública ocurre
en razón de gastos improductivos[8] o gastos corrientes o aún
de transferencias[9], estamos frente a la creación de un
nuevo capital ficticio de tipo 2, una vez que no sobrevive
nada sustancial por detrás de ese incremento de la deuda.
De esa manera, el capital ficticio tiene como origen tres fuentes: a) la
transformación en títulos negociables del capital
ilusorio, b) duplicación aparente del valor del capital a
interés (en el caso de las acciones y de los títulos públicos)
y c) valorización especulativa de los diferentes activos.
Ese capital ficticio de tres diferentes orígenes tiene en
común el hecho de que, al mismo tiempo que es ficticio, es
real. Es real desde el punto de vista del acto individual y
aislado, en el día–a–día del mercado, es decir, desde
el punto de vista de la apariencia; es la dialéctica
ficticio/real, que quedará más clara posteriormente.
Pero hay otra cosa que aclarar. ¿Si la deuda pública constituye, en manos
de sus acreedores, capital ficticio, por qué no pasa lo
mismo con la deuda privada, cuando esta se refiere a créditos
para el capital industrial? Sobre todo, ¿por qué no pasa
eso si, incluso, la deuda privada puede estar representada
por un título transferible a terceros, en el mercado? Eso
significaría que también los créditos a particulares para
financiar la inversión productiva o comercial deberían ser
considerados, en las manos de los prestadores, capital
ficticio.
De hecho, cuando el crédito es destinado al sector privado y se formaliza
por medio de un título negociable en el mercado, también
debe ser considerado capital ficticio. Debe ser considerado
así porque aparentemente el valor se ha duplicado. Por detrás
de él hay una sustancia y por eso se trata de capital
ficticio del tipo 1.
Es, en verdad, el mismo caso de las acciones de una empresa privada, con una
diferencia. El préstamo a una empresa tiene como
contrapartida una deuda de ésta, lo que no es el caso de
las acciones. A pesar de que haya la contrapartida de la
deuda, y la suma de ella con el crédito es igual a cero, en
realidad hay una duplicación aparente de la riqueza: el título
de crédito en manos del prestatario y los bienes reales
comprados por el prestamista.
Sin embargo, es indispensable destacar que en el caso señalado del crédito,
estamos frente a dos cosas complemente diferentes: el
capital a interés no puede ser confundido con el capital
ficticio que genera. Aquél corresponde a una riqueza real
que fue producida bajo la forma de excedente[10]; este es
puramente ficticio desde el punto de vista global. El
capital ficticio generado en esas condiciones es como el
reflejo en un espejo del capital a interés. Son dos
capitales diferentes: uno real y el otro sometido a la dialéctica
real/ficticia. Tal vez, más adelante en este texto, el
asunto pueda quedar más claro, pero el hecho es que el
monto del capital a interés destinado, por ejemplo, a
inversiones del capital sustantivo no puede jamás ser mayor
que el excedente económico producido después de todas las
deducciones relativas al consumo.
Corazza tiene alguna razón cuando apunta que, en la práctica, el capital a
interés tiende a confundirse con el ficticio.
Así, en la complejidad de las finazas capitalistas actuales, parece difícil
saber cuando el capital es real, cuando es sólo financiero
y cuando es puramente ficticio, toda vez que sus movimientos
están de tal forma entrecruzados que el capital productivo
presupone el capital financiero y éste puede financiar la
acumulación real. (Corazza, 1999)
Ahora, hay algo en que Corazza no tiene razón ninguna: cuando afirma que el
capital ficticio puede financiar la acumulación real[11].
Como vimos, una cosa es el capital ficticio, otra el capital
a interés.
Por otra parte, aunque haya sido uno de los autores marxistas pioneros en la
discusión sobre el capital ficticio[12] y haya hecho una
descripción de dicha categoría con rigor científico,
Harvey también sugiere la existencia de aplicación del
capital ficticio en la esfera real de la producción, cuando
afirma:
“Dicho capital (ficticio) es definido como capital que posee valor
monetario nominal y existencia como papel, pero que, en un
momento dado del tiempo, no posee peso en términos
de actividad productiva real o de activos físicos.
El capital ficticio se convierte en capital real en la
medida en que son realizadas inversiones que lleven a un
incremento adecuado en activos útiles (por ejemplo,
instalaciones y equipos que puedan tener empleo rentable) o
mercancías útiles (bienes y servicios que puedan ser
vendidos con ganancia).” Harvey (1996, pp. 171–172)
Con perspectiva algo similar, Paula et alli (2001) afirman, apoyados en las
ideas de Hilferding, que el capital ficticio se dirige al
capital industrial a partir de diferentes maneras: cuando el
capital dinero es destinado a la bolsa de valores que lo
transforma en capital ficticio en la forma de acciones y, en
el movimiento inverso, cuando la bolsa lo transfiere a las
manos de las sociedades industriales; y gracias a la
multiplicación de las instituciones financieras (fondos de
pensión, por ejemplo), cuando ellas pongan los recursos a
la disposición de nuevas inversiones productivas. Si
consideramos tales palabras en sí mismas, tienen razón en
esas ideas, pero puede quedar la impresión de que exista
una cierta indiferenciación entre el capital ficticio y el
capital a interés.
Es verdad que un determinado titular de capital ficticio puede convertir fácilmente
su capital para financiar la producción. Pero si lo hace,
el capital ficticio simplemente cambia de manos, de manera
que el valor total, en la economía como un todo, de uno u
de otro, no se altera.[13]
Decíamos anteriormente que el capital ilusorio no tiene mayor significación
para el funcionamiento del sistema económico, pero no se
puede decir lo mismo del capital ficticio, aunque uno derive
del otro. Eso es verdad especialmente cuando, en ciertas
circunstancias históricas, el volumen de este último tipo
de capital alcanza magnitud significativa, como es el caso
en la actual etapa capitalista. En ella, el capital ficticio
ha alcanzado predominio sobre el capital sustantivo[14] y ésa
es la marca propia de la mencionada etapa. Ha cambiado de
carácter al transformarse de polo dominado en dominante y
por esa razón pasamos a llamarlo capital especulativo
parasitario y llamamos capitalismo especulativo a la fase
actual del sistema.
La existencia y la magnitud del capital especulativo parasitario han hecho
que la contradicción principal de la actual fase del
capitalismo sea la que existe entre la apropiación y la
producción del excedente–valor producido socialmente.[15]
Sobre
las ganancias ficticias
¿Qué es y cómo se demuestra la existencia de las ganancias ficticias y
por qué no es de fácil aceptación una categoría de ese
tipo?
Demostrar la existencia de las ganancias ficticias no es una tarea fácil, o
mejor, en cierto sentido no es posible. En primer lugar,
entender su existencia presupone a nuestro juicio, además
de la ya mencionada perspectiva dialéctica de las cosas,
una adecuada interpretación de la teoría del valor de Marx,
algo poco frecuente. En segundo lugar, pensar en una
demostración empírica de su existencia es algo
completamente fuera de la lógica científica; dentro de la
perspectiva dialéctica no tiene sentido. Tal vez, lo máximo
posible sea describirla y sugerir sus formas de existencia, al mismo tiempo que esclarecer su dimensión teórica y su
relación con las demás categorías de la teoría del
valor.
Comencemos con la forma tal vez más simple de explicarla: la valorización
especulativa de activos físicos. Vamos, para ser muy didácticos,
a describir el surgimiento de ganancia ficticia en lo que se
refiere a algo muy trivial, que sería la valorización
especulativa de un inmueble:
1) Supongamos
que, en condiciones económicas normales, compro un terreno
por $ 100 y construyo una casa, a través de una empresa
constructora, y que, al final, ella me exija como pago
exactamente el valor de la construcción, ni más ni menos.
Eso significa que estoy suponiendo que el precio corresponde
exactamente al valor, en ese caso. Supongamos que haya
pagado a la constructora $ 300.
2) Por
supuesto que no quedo más pobre ni más rico. Era
propietario de $ 400 en dinero y continúo con la misma
magnitud de riqueza, sólo que ahora en la forma de un
inmueble, una casa con su respectivo terreno.
3) Obviamente
que en la construcción de la casa hubo producción de
plusvalía, pero ella fue apropiada por la empresa
constructora o por empresas que le suministraron insumos o
le prestaron dinero. Pero eso no importa lo más mínimo.
4) Mi
riqueza en valor no se ha alterado, pero la riqueza global
de la sociedad se ha incrementado en un valor
correspondiente a $ 300 (menos el valor correspondiente al
capital constante consumido, allí contenido).
5) Supongamos
ahora que, por razones especiales, ocurra en la sociedad una
valorización especulativa de todos los inmuebles y que
ahora yo pueda vender mi casa por $ 1.000 y que de hecho lo
haga.
6) Supongamos
que los precios medios de la economía no se hayan alterado,
o lo que es la misma cosa, que los $ 1.000 sean valores
reales y no nominales.
7) ¿Puedo
considerarme más rico que antes? Por supuesto que sí:
antes mi patrimonio era de $ 400, ahora es de $ 1.000, en
dinero constante y sonante. El comprador de mi casa, con razón,
no podrá considerarse más pobre que antes de su compra,
pues invirtió $ 1.000 en dinero y ahora posee una casa cuyo
precio es $ 1.000 y puede venderla en el momento que desee
(mientras no cambien las condiciones del mercado).
8) Hagamos
ahora cuentas de la riqueza de la sociedad como un todo,
simplemente sumando la de cada uno de sus miembros. La
especulación hizo que la sociedad sea ahora poseedora de
una riqueza más elevada. Yo poseía 400, ahora poseo 1.000.
El comprador de mi casa poseía 1.000 y sigue con los 1.000,
sólo que bajo una forma distinta.
9) No sé
exactamente cómo considerar el aumento de mi patrimonio. ¿Como
ganancia? Tal vez; pero eso no es lo que importa. Sin
embargo, supongamos ahora que el poseedor de la casa, cuando
valía 400, fuera una empresa comercial cuyo objetivo fuese
vender inmuebles y que efectivamente la lograra vender por
1.000. ¿No debería considerar los 600 como legítima
ganancia suya? Por supuesto que sí. Y de hecho es una
ganancia.
10)
A ese tipo de ganancias es
al que damos el nombre de ganancias ficticias.
Sin embargo, hay una objeción a ese razonamiento que necesita ser
superada.[16] Esa objeción consiste en recordar algo
indiscutible: que si una mercancía cualquiera es vendida
por un precio superior al correspondiente a su valor, lo que
ocurre es simplemente una transferencia de valor desde el
comprador hacia el vendedor. Así, la ganancia obtenida por
el vendedor en la operación mercantil corresponde a una pérdida
del comprador de la misma magnitud, de manera que la riqueza
total no se ha alterado. En ese caso se observa una pura
transferencia de valor.
Eso es completamente cierto, pero lo es para una mercancía que
inmediatamente o en breve será destinada al consumo y que,
por medio de él, será destruida. Si compro una mercancía
por precio superior al correspondiente a su valor, mientras
no la consuma y si su precio no se altera, puedo seguir
pensando que no he perdido valor en la compra, pero eso es
una pura ilusión. Al consumir la mercancía, he consumido
su valor de uso y he disfrutado de una mercancía cuyo
valor, cuya riqueza social representada por ella, es en
verdad menor de lo que imaginaba.
Sin embargo, algo diferente ocurre cuando se trata de una mercancía que no
voy a destinar al consumo, sino que vaya a agregarse a mi
patrimonio; cuando se trata de activos reales o incluso
activos financieros. Activos de ese tipo hacen parte de mi
patrimonio y si durante la posesión que mantengo sobre
ellos hay valorización especulativa de sus precios, paso a
sentirme más rico que antes y puedo contabilizar eso como
una ganancia obtenida por mí. Si vendo uno de esos activos
mientras su precio siga sobrevalorizado, mi ganancia se
efectiviza ahora en dinero. El comprador de ese activo,
desde que no haya reducción del precio, se va a sentir
propietario de la misma riqueza que antes de la compra, sólo
que ahora con la riqueza bajo una forma diferente. Es verdad
que, desde el punto de vista global, si el precio del activo
llegara a bajar, lo que antes aparecía como ganancia,
desaparecería como resultado de un prejuicio para el
poseedor en aquel momento. Eso significa que la ganancia
ficticia existe mientras se mantenga la valorización
especulativa de un activo cualquier y desaparece si,
eventualmente, desaparece dicha valorización.
¿Qué características presentan las ganancias ficticias? Hay una característica
básica: ellas constituyen ganancias verdaderas, reales, tan
reales como cualesquiera otras, desde el punto de vista del
acto individual y aislado. Y eso queda muy claro si tenemos
en cuenta que, con la cantidad de dinero correspondiente a
esas ganancias, puedo obviamente comprar cualquier cosa. El
punto de vista del mercado, el que permite observar un
individuo aislado o un acto mercantil aislado, es
fundamental en ese aspecto: en esas condiciones, las
ganancias ficticias son reales y no se distinguen de
cualquier otro tipo de ganancia.
Ahora bien, abandonemos nuestras limitaciones positivistas y hagamos un
esfuerzo para pensar dialécticamente. Abandonemos el punto
de vista del acto individual y aislado, que es el que
permite ver poco más que la simple apariencia, y veamos el
fenómeno de un punto de vista distinto. Desde el punto de
vista de la totalidad, de la sociedad como un todo, ¿esas
ganancias son reales? ¿tienen sustancia derivada de la acción
productiva del trabajo? ¿tienen detrás suyo la plusvalía
(o excedente–valor producido por trabajadores no
salariales) que le confiera realidad sustantiva?
La respuesta es negativa; esas ganancias son puro humo. De la misma manera
que aparecieron como por arte de magia, de la noche a la mañana,
pueden desaparecer a cualquier momento, en razón de
oscilaciones especulativas de los valores de los activos.
Hilferding, analizando la ganancia especulativa, había destacado que la
compra y venta de títulos es un fenómeno que no presenta
ninguna influencia en la producción u obtención de la
magnitud total de las ganancias del capital:
Las ganancias o pérdidas de la especulación surgen, por lo tanto,
solamente de las diferencias de valorización de los títulos
de interés. No son ganancias reales, ni participación en
la plusvalía, pero nacen a partir de la capitalización de
apropiación diferenciada de plusvalía que sale de la
empresa y que cabe a los propietarios de las acciones (…)
Constituyen puras ganancias diferenciales. Mientras la clase
capitalista se apropia, sin compensación, de una parte del
trabajo del proletariado, obteniendo de esa manera sus
ganancias, los especuladores ganan solamente unos de los
otros. La pérdida de unos es lo que ganan los otros. Les
affaires, c’est l’argent des autres. (1985, p.139).
De hecho, el análisis de Hilferding sobre las “ganancias diferenciales”
destaca el movimiento especulativo de los precios de los
activos y su independencia en relación con la producción
de plusvalía. En ese sentido, se aproxima de lo que aquí
hemos llamado ganancias ficticias. Sin embargo, existe por
lo menos una diferencia importante: la ganancia diferencial
de unos, para ese autor, es pérdida especulativa de otros,
siendo el resultado de las transacciones una suma igual a
cero. Para nosotros, al contrario, eso no es necesariamente
correcto. La valorización especulativa de los activos,
mientras se mantenga, constituye una ganancia que no
corresponde a pérdida para nadie[17]. Además, los
intereses de la deuda pública recibidos por el capital,
desde que no es financiada con superávits primarios, sino
pagados con el incremento de la propia deuda, constituyen
ganancia para los propietarios del capital, sin que
constituya pérdida para ningún otro particular, aunque no
provenga de la explotación de los trabajadores.
Es verdad que, en los movimientos especulativos, por ejemplo en el caso de
la bolsa de valores, algunos players (sic) ganan y otros
pierden. Aquéllos que compran en la baja y venden en el
alza obviamente que ganan. Pero eso es totalmente otra
cuestión; ahí se trata de una cuestión de distribución
entre los especuladores del patrimonio ficticio (del capital
ficticio) existente. Lo que nos interesa en el análisis, en
este momento, es el punto de vista de la totalidad: así, el
alza especulativa de la bolsa resulta en un incremento del
total del capital ficticio del tipo 2 y, por tanto, del
surgimiento de ganancia ficticia.[18] La quiebra de la bolsa
va a significar una reducción del volumen del capital
ficticio y, de esa manera, el surgimiento de una pérdida
que puede representar simple destrucción de ganancias
ficticias anteriores. Estas son puro humo.
Cuando las ganancias ficticias son “producidas” por la especulación,
elevan el volumen total del capital ficticio existente en el
conjunto de la economía; cuando el mercado presenta una
reversión de su trayectoria, destruye capital ficticio y
esa destrucción va a aparecer como si fuera una destrucción
de riqueza real y, de hecho lo es, sólo que exclusivamente
desde el punto de vista del acto individual y aislado.[19]
Debemos recordar que, conforme se deduce de los capítulos XXI y XXII del
primer libro de El Capital, el punto de vista del acto
individual y aislado corresponde a la apariencia y el punto
de vista de la reproducción y de la totalidad corresponde a
la esencia. Además, es indispensable reafirmar que la
apariencia es una de las dos dimensiones de la realidad no
es falsa, que no se trata de un engaño del observador; ella
es tan real como la esencia.
Volvamos a nuestro inmueble sobrevalorizado. Con las ganancias ficticias
obtenidas con su venta puedo, en verdad, comprar cualquier
cosa, y supongamos que compro bienes de lujo o hago una
inversión en capital fijo. ¿En ese caso, el producto que
compro no fue producido como excedente económico? ¿Esos
bienes que compro, no son parte del excedente material
producido en la sociedad o, en otras palabras, el excedente
producido bajo la forma de plusvalía no tiene como
componente suyo ese tipo de bienes (de lujo y de inversión)?
¿No se trata de riqueza real, desde todo punto de vista? Y
más, es real y material al mismo tiempo. Si es así, ¿mis
ganancias llamadas ficticias no corresponden a una plusvalía
que ha sido producida en algún momento? En ese caso no serían
ganancias ficticias; en verdad, parecen no ficticias. Veamos
la cosa más de cerca.[20]
Plusvalía,
excedente económico capitalista y ganancias ficticias
Comencemos por aclarar algunas cuestiones sobre el concepto marxista de la
plusvalía, en particular sobre las posibilidades de su
destino. El destino de la plusvalía está condicionado por
la forma material que asume el excedente–valor producido
de forma capitalista. Tal vez fuera mejor decir, al
contrario, que la decisión sobre el destino de la plusvalía,
derecho de aquéllos que la reciben sea bajo la forma de
ganancia u otra cualquiera (salarios improductivos,
alquileres, interés, impuestos, etcétera), condiciona la
forma bajo la cual debería poseer el excedente capitalista
al final de un determinado período productivo. Si
recordamos los esquemas marxistas de la reproducción,
descritos por Marx en el tomo II de El Capital, fácilmente
nos damos cuenta de ese hecho: la plusvalía necesita
presentar un contenido material específico, sin lo cual no
habrá reproducción adecuada de la economía. En cierto
sentido, es lo que dice Marx:
“En una palabra, la plusvalía sólo es susceptible de transformarse en
capital, porque el producto excedente cuyo valor representa,
encierra ya los elementos materiales de un nuevo capital.”
(1968,
Tomo I, p. 489)
En pocas palabras podemos afirmar que a la magnitud total de la plusvalía,
corresponde un excedente físico, sustantivo[21]. Decir que
ese excedente debe ser material sería una impropiedad, pues
una parte de él, con seguridad, está formada por mercancías–servicio,
tan mercancías cuanto cualquier mercancía material.
Así, la plusvalía, después de transformada en ganancia, puede convertirse
en capital fijo, por la acumulación, porque el excedente
sustantivo contiene anticipadamente los elementos materiales
correspondientes; puede transformarse en capital constante
circulante, porque las materias primas y auxiliares
necesarias fueron producidas y componen el excedente
sustantivo; puede convertirse en salarios adicionales, pues
los bienes de consumo de los trabajadores han sido
producidos como excedente; puede convertirse en bienes de
lujo, materiales de guerra, etcétera, pues una parte del
excedente que corresponde a la plusvalía producida está
constituida por esos bienes, esas mercancías. Si vamos
destinar una parte de la plusvalía a la adquisición de
nuevos inmuebles, tendrán que ser producidos esos inmuebles
y así determinada parte del excedente producido tendrá esa
forma...
Lo anterior significa que no es posible efectuar una inversión real si los
elementos materiales necesarios para ella no están físicamente
contemplados en la plusvalía. El trabajo, por ejemplo, en
la construcción de una planta productiva es integralmente
trabajo excedente, plusvalía en proceso de producción,
desde el punto de vista global. Por eso, cualquier crédito
(capital a interés) para esa inversión está limitado por
el volumen susceptible de ser producido en el sistema como
excedente. Cualquier crédito adicional a la producción y a
la inversión, resultaría en inflación, reduciendo, por
ejemplo, el salario de los trabajadores y ampliando de
manera forzosa el excedente.
Por otra parte, cuando se trata de ampliación del capital ficticio, la
situación es distinta. Este puede crecer por encima de los
límites permitidos por la producción de riqueza y de
excedente, por medio de las ganancias ficticias. Mientras el
capital a interés está limitado por el volumen disponible
del excedente, el capital ficticio no tiene ese límite.
De esa manera, contestando a la pregunta planteada anteriormente, de hecho
mis ganancias ficticias que compraron bienes suntuarios o
capital fijo, corresponden en verdad a una plusvalía
producida en algún momento anterior. Y eso es indiscutible.
Sin embargo, veamos ahora el otro lado.
Volvamos al ejemplo de la compra del inmueble. Vamos a suponer que el
comprador del mencionado inmueble haya efectivamente
obtenido el dinero correspondiente a partir de ganancias
directamente derivadas de la producción material industrial
y, por lo tanto, de ganancias reales (plusvalía, simple y
llanamente). ¿Cuál fue el destino que ha dado a su
ganancia? Compró un inmueble sobrevalorizado
especulativamente. El destino de sus ganancias fue en parte
valor real ($ 400) y en parte pura riqueza ficticia, capital
ficticio ($ 600). En resumidas cuentas las ganancias reales
estaban en manos de A y pasaron a las manos de B con la
compra; y las ganancias ficticias quedaron en las manos de
A, bajo la forma de sobrevaloración especulativa de un
activo real, el inmueble.
Así, es verdad que el vendedor, que fue beneficiado por la valorización
especulativa del inmueble, se apropió inicialmente de
ganancias ficticias. Al comprar bienes de lujo o medios de
producción, transformó su propiedad ficticia en riqueza
real. Pero eso sólo fue posible por que el comprador hizo
justamente lo contrario. Transformó parcialmente su plusvalía
bajo la forma de ganancia en dinero en la forma ficticia de
sobrevaloración del inmueble. Y entonces, si hacemos una
vez más un esfuerzo dialéctico de mirar las cosas del
punto de vista de la totalidad, nuestra respuesta a la
cuestión anterior es que las ganancias ficticias no tienen
nada de plusvalía, no tienen nada de valor–excedente
mercantil.
Todo eso nos lleva a concluir que, en resumidas cuentas, las ganancias
ficticias, generadas por la especulación, van simplemente a
incrementar el valor total de la riqueza ficticia o del
capital ficticio. Podríamos incluso invertir la afirmación
y sería rigurosamente correcta, aunque tal vez solo
comprensible más adelante: el incremento del capital
ficticio (nos referimos aquí exclusivamente al capital
ficticio del tipo 2) de un año para otro, en una economía,
es exactamente igual al monto generado de ganancias
ficticias.
Por otra parte, la afirmación de que la plusvalía apropiada, la ganancia
real, pueda ser destinada a la acumulación ficticia sólo
tiene sentido desde el punto de vista individual. Así, si
el individuo B obtuvo su ganancia real y compró capital
ficticio, sea un inmueble sobrevalorizado, sea un título público,
de hecho transformó su ganancia real en ganancia ficticia,
por lo menos en parte. Pero eso sólo es la contrafaz del
fenómeno inverso. Alguien en la economía, que obtuvo
ganancia ficticia la convirtió en excedente real,
sustantivo, y en la misma magnitud. Por lo tanto, desde el
punto de vista global, la plusvalía apropiada como ganancia
y no consumida, incrementa el capital real; las ganancias
ficticias apropiadas, no reducidas por una eventual
desvalorización de activos, incrementan en la misma
magnitud el capital ficticio. El consumo suntuario total y
la acumulación real sólo pueden tener como origen a la
plusvalía, fruto real de la explotación del trabajo
productivo. El capital ficticio del tipo 2 crece como
resultado de las ganancias ficticias.
Con otras palabras, todo lo anterior significa que desde el punto de vista
global, la plusvalía producida sólo puede ser consumida
individualmente (“consumo individual” en el sentido que
Marx le da), acumulada como capital productivo o comercial,
destruida o desperdiciada. Por lo tanto, la expresión
“acumulación financiera de la plusvalía” sólo puede
llevar a engaño; es una afirmación que implica una
contradicción en los términos.[22]
Veamos una cuestión paralela. ¿Qué lo que ocurre con el crecimiento del
patrimonio de los fondos de pensión de asalariados? ¿Se
trata de crecimiento del capital ficticio, del capital
especulativo parasitario?
Una respuesta positiva podría ser objetada, por lo menos en lo que se
refiere al crecimiento resultado de las aplicaciones en los
fondos de parte de los salarios de los trabajadores que
piensan en su jubilación. De hecho, por detrás del valor
de esas aplicaciones está una sustancia real que puede ser
considerada o como parte del excedente–valor producido
socialmente o, al contrario, como parte del valor de la
fuerza de trabajo. En cualquier de los casos no podría ser
considerado como incremento del capital ficticio.
Sin embargo, ¿y si el destino de ese incremento de los fondos es la compra
de títulos públicos? ¿No se trata de crecimiento del
capital ficticio? Por supuesto que sí. Lo que hay que
entender en ese caso es que el capital especulativo
parasitario global no se ha incrementado, pero que una parte
correspondiente de lo que era capital ficticio anterior, de
propiedad de otros titulares, puede convertirse y se
convierte de ficticio en capital a interés o directamente
en inversión productiva o comercial. Desde el punto de
vista global el capital ficticio no ha crecido por esa razón,
pero la distribución entre riqueza real y la ficticia se ha
alterado, ha cambiado parcialmente de manos.
La
deuda pública y los mercados de derivados
Por supuesto que los nuevos títulos de la deuda pública, emitidos por un
gobierno cualquiera, y destinados a financiar sea una
inversión física en infraestructura de transportes, por
ejemplo, o cualquier otra inversión, poseen un
correspondiente real (la inversión) y son la contraparte de
esa riqueza real. Marx considera esos títulos (así como
las acciones de cualquier empresa), aunque no se presenten
sobrevaloradas especulativamente, como capital ficticio.
Pero es un capital ficticio que algo posee de
correspondiente al mundo de la riqueza real. Por eso, como
hemos señalado, llamamos a ese capital de capital ficticio
de tipo 1.
Lo mismo ocurre con el crecimiento de la deuda si ella va a financiar gastos
en educación o salud, en la medida en que agregan valor a
la fuerza de trabajo. Ese incremento de los títulos públicos
en circulación tiene correspondencia con una riqueza real
producida. Constituyen capital ficticio de tipo 1.
Diferente es el caso de los títulos de la deuda pública, cuando la emisión
se debe a una insuficiencia de fondos derivados de superávits
primarios, para el pago de intereses de la deuda pública
anterior.[23] Esa emisión crea ganancias ficticias
e incrementa el capital ficticio global.
Algo que podría oscurecer la naturaleza ficticia del capital constituido
por títulos públicos es la afirmación de Marx de que la
deuda pública es un poderoso mecanismo de la acumulación
originaria.[24] Esa afirmación la hace en el capítulo
referente a esa acumulación, en el libro I de El Capital:
“La deuda pública se convierte en una de las más poderosas palancas de
la acumulación originaria. Es como una varita mágica que
infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo
convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al
esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial
e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del
estado no entregan nada, pues la suma prestada se convierte
en títulos de la deuda pública, fácilmente negociables,
que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel
del dinero.” (Marx,
1968, tomo I, p. 641)
“El Banco de Inglaterra comenzó prestando su dinero al gobierno a un 8
por 100 de interés; al mismo tiempo, quedaba autorizado por
el parlamento para acuñar dinero del mismo capital,
volviendo a prestarlo al público en forma de billetes de
banco. Con estos billetes podía descontar letras, abrir créditos
sobre mercancías y comprar metales preciosos. No transcurrió
mucho tiempo antes de que este mismo dinero fiduciario
fabricado por él le sirviese de moneda para saldar los empréstitos
hechos al estado y para pagar por cuenta de éste, los
intereses de la deuda pública. No contento con dar con una
mano para recibir con la otra más de lo que daba, seguía
siendo, a pesar de lo que se embolsaba, acreedor perpetuo de
la nación hasta el último céntimo entregado.”
(Marx, 1968, tomo I, p. 642)
“Con la deuda pública, surgió un sistema internacional de crédito, detrás
del cual se esconde con frecuencia, en tal o cual pueblo,
una de las fuentes de la acumulación originaria.”
(Marx,
1968, tomo I, p. 642)
Hay que observar, sin embargo, que para Marx la deuda pública puede cumplir
el papel de impulsar la acumulación originaria por el hecho
de que los poseedores de los títulos públicos, además de
recibir sin riesgos los intereses debidos a un dinero que de
otra manera sería improductivo, pueden utilizarlos, si es
el caso, para financiar el capital industrial, obteniendo
remuneración adicional. Por otro lado, observa el autor que
la deuda pública permitió al Banco de Inglaterra, con su
derecho de banco emisor de dinero fiduciario, “dar con una
mano para recibir con la otra más de lo que daba”.
Utilizar los títulos públicos para financiar la producción, por ejemplo,
sólo significa convertir capital ficticio en capital a
interés, como debe haber quedado claro anteriormente, desde
el punto de vista del individuo poseedor de esos títulos.
El financiamiento de la producción presupone la existencia
de excedente–valor producido. Esa conversión para el
poseedor de los títulos, significa, como contraparte, que
otro agente convirtió su capital real en capital ficticio.
Es la dialéctica apariencia/esencia, acto
individual/totalidad.
El hecho de que el capital ficticio presente dicho efecto sobre la acumulación
originaria o sobre la acumulación regular no es más que el
resultado de su naturaleza dialéctica real/ficticia, difícil
de comprender. Y así, la dificultad se duplica: dialéctica
real/ficticia, dialéctica esencia/apariencia.
Dejando de lado ahora la deuda pública, observemos el mercado de derivados.
Las ganancias obtenidas en ese tipo de mercados, por
constituir un importante rendimiento del capital
especulativo parasitario, pueden llegar a ser consideradas
como ganancias ficticias. Sin embargo, en realidad esto no
es adecuado. Esas ganancias, cuando constituyen rendimientos
derivados de pérdidas de la misma magnitud sufridas por
otros agentes que operan en esos mercado, no pueden ser
consideradas como ficticias y ni aún como ganancias. Son,
en verdad, puras transferencias de valor. Por otro lado, tal
vez la mayor parte de las veces constituyen pérdidas de
pequeños inversionistas (especuladores sí, pero algunas o
muchas veces no capitalistas en el sentido riguroso del término).
En esa medida, van a contribuir al incremento de la
rentabilidad del gran capital especulativo y, de esa manera,
de la misma forma que las ganancias ficticias, deben ser
consideradas como factor contrarrestante de la tendencia a
la caída de la tasa de ganancia del capital, o por lo
menos, del gran capital. Ahorros de los asalariados, clase
media o no, y de pequeños empresarios, aplicados como
inversión especulativa en mercados de derivados o en
mercados secundarios de títulos o acciones, pueden, por
transferencia, aumentar las ganancias del capital
especulativo parasitario, sin constituir, en verdad,
ganancias ficticias.
Algo más
sobre el capital ficticio
Así, y en resumen, podemos decir que las ganancias ficticias están
formadas anualmente por el aumento de la deuda pública
destinada a financiar los gastos improductivos y el pago de
intereses, además de la valorización especulativa de los
activos, sean reales (como inmuebles) o fiduciarios,
mobiliarios (títulos privados de diferentes tipos, incluso
acciones). Esas ganancias tienen el exacto volumen del
crecimiento del capital ficticio del tipo 2.[25]
Existe un argumento que nos parece definitivo para que la categoría de
ganancia ficticia sea aceptada y, además, para mostrar que
está en la lógica de lo que nos presentó Marx cuando
analizó el capital ficticio. Podría ser presentado de la
siguiente manera: si no es por la existencia de las
ganancias ficticias, ¿cómo es posible que surja nuevo
capital ficticio?, ¿cómo es posible que el valor global
del capital ficticio, por lo menos el del tipo 2, se
incremente tanto? Por supuesto que la plusvalía o el
excedente–valor producido, en el caso de ser acumulado,
amplía el valor del capital industrial y jamás el del
ficticio. Así, la única respuesta posible es que el
incremento del capital ficticio del tipo 2 sólo puede tener
como origen las ganancias ficticias.
Algunas veces el capital ficticio es visto como simple acumulación de
derechos de apropiación de plusvalía en el futuro[26]. Por
lo anterior, esperamos que sea comprensible que tal visión
es equivocada. El capital ficticio es mucho más que eso.
Es, en el presente, tan real como cualquier otro capital,
desde el punto de vista del acto individual y aislado. Además,
como cualquier otro, exige remuneración hoy y en el futuro
y tal vez sea de su misma naturaleza una voracidad aún
mayor que la presentada por todas la demás formas del
capital, en lo que se refiere por lo menos al corto plazo...
Verlo como una forma de capital que se preserva para
usufructuar de plusvalía futura, tal vez exprese una
perspectiva limitada por la visión keynesiana, incapaz de
se dar cuenta de la dialéctica que lo determina y explica.
El crecimiento de las ganancias ficticias y del capital ficticio es, sin
duda, esencial para entender por qué la etapa especulativa
del capitalismo sobrevive hasta hoy, a pesar de haberse
iniciado hace más de dos décadas. Sin embargo, esa
supervivencia no seria posible si, al mismo tiempo, no se
hubiera producido un enorme incremento de la explotación de
los trabajadores asalariados, tanto de los países
centrales[27] como de los periféricos, así como de los no
asalariados de todo el mundo, sin olvidarse de aquellas
regiones más miserables de la tierra.
La lógica capitalista seria totalmente absurda si estuviera simplemente
sostenida, y por tanto tiempo, por el simple crecimiento de
las ganancias ficticias. Aunque se hayan constituido en un
curioso y poderoso mecanismo para contrarrestar la tendencia
a la caída de la tasa de ganancia, no pueden constituirse
en sostén de la continuidad del capitalismo. El mencionado
incremento de la explotación tuvo como origen el aumento de
la plusvalía relativa (gracias al desarrollo tecnológico
del periodo), a la plusvalía absoluta (expansión e
intensificación de las jornadas de trabajo), el incremento
de la superexplotación (reducción de los salarios reales
directos e indirectos) y el incremento de la miseria de los
trabajadores no asalariados[28].
Dos cosas son importantes de señalar en este momento. En primer lugar, la
continuidad de la etapa actual del capitalismo especulativo
sólo podrá mantenerse por el incremento adicional de la
explotación del trabajo en todo el mundo y por la
intensificación de las transferencias de valor de la
periferia a los países centrales[29]. Por otra parte, la
eventual superación de esa etapa especulativa por una nueva
etapa, en la cual el dominio del capital especulativo
parasitario sea destruido, o por lo menos reducido
significativamente, sólo sería posible por medio de un
proceso que significara ulterior incremento sustancial de la
explotación del trabajo, aunque ella ya haya alcanzado
niveles sorprendentes.
¿Cuál es la base teórica que permite sostener la conclusión anterior? ¿Por
qué corrientes heterodoxas de pensamiento, muy críticas al
capital especulativo presentan otras conclusiones, aceptando
la posibilidad de que la actual etapa capitalista evolucione
para una nueva era virtuosa, a semejanza de los años
dorados del capital, con predominio del capital productivo y
con posibilidad, por lo menos en algunos países, de
renovación de las concesiones a sus trabajadores?
Las
dos visiones críticas sobre el futuro capitalista
Nuestra concepción de que el futuro de la sociedad, mientras sobreviva como
capitalista, implica elevación del grado de explotación de
los trabajadores y de crecimiento absoluto de la miseria en
amplias camadas de la población, deriva directamente de la
teoría marxista del valor, entendida adecuadamente. Para
ella, la riqueza capitalista y, en particular, la ganancia
capitalista tienen origen, y sigue (como no podría dejar de
ser) teniendo origen en la etapa actual, en el trabajo
humano. El avance tecnológico tiene papel importante, pero
como mecanismo de transferencia de plusvalía (por medio de
las ganancias extraordinarias y de las rentas de monopolio)
y no como productor de la misma (salvo por el mecanismo de
la plusvalía relativa, mecanismo este más que
contrarrestado, en lo que se refiere a la tasa de ganancia,
por la elevación de la composición orgánica del capital).
Así, la ley de la tendencia a la caída de la tasa general de ganancia es
consecuencia necesaria de esa teoría[30]. Las críticas a
la ley, expresadas en diversas oportunidades y de diferentes
maneras, no son más que críticas “autoritarias” que
parten de supuestos extraños a la propia teoría de Marx y
que, por eso y por el hecho de que no pueden ser comprobadas
empíricamente, son absolutamente irrelevantes[31].
Dentro de esa perspectiva, las ganancias ficticias surgen como otro factor
contrarrestante de la tendencia; curiosamente se trata de
algo que no tiene origen en la plusvalía, que no proviene
de la explotación. Así, el capital se acercó a su ideal:
ganar e incrementarse sin necesidad de ensuciar sus manos
con la explotación. Pero eso, ¿a qué precio?
Justamente al contrario, las concepciones heterodoxas tienen una visión
distinta sobre el origen de la riqueza y sobre el excedente.
O son tributarias de una perspectiva ricardiana con un sesgo
sraffiano[32], en que a riqueza es vista de una manera
trivial como un conjunto heterogéneo de bienes y el
excedente y su magnitud, como resultado de la tecnología
utilizada (la matriz tecnológica – de los coeficientes técnicos
– en Sraffa) o, peor aún, sólo poseen una visión
intuitiva de la naturaleza de la riqueza capitalista y, por
lo tanto, del excedente, cuando niegan relevancia a
cualquier teoría del valor. En ese último caso, se
satisfacen con una visión aún más ingenua, desprovista de
capacidad para entender los alcances de su concepción.
Para todas esas concepciones y también, eventualmente, para autores que se
sitúan en el campo marxista, pero que sean tributarios de
los límites de la visión ricardiana, el tamaño del
excedente y también de la tasa de ganancia puede
perfectamente crecer, sin problemas, como resultado del
desarrollo tecnológico. Y así, no hay mayores problemas.
El capitalismo puede superar la actual fase y para eso basta
imponer límites, por intermedio de mecanismos económicos y
políticos, al “capital financiero”[33]. Tales
concepciones aceptan que existe en el capitalismo de hoy el
dominio del capital financiero, pero creen posible un
retorno al capitalismo productivo e incluso con capacidad de
volver a hacer concesiones a los trabajadores[34].
Si además, los partícipes de la mencionadas concepciones creen que la
oposición capital financiero versus capital productivo
aparece concretizada en manos distintas, conformando
fracciones totalmente diferentes en el interior de la
burguesía, la cosa sería mucho más fácil todavía:
bastaría promover a la fracción burguesa productiva,
progresista (sic), a sector dominante; así, sería
indispensable aliarse a ella, o mejor, subordinarse políticamente
a ella[35].
Viven en un mundo de sueños: la utopía de un capitalismo humanizado. Y son
felices con su concepción y con sus sueños. La perspectiva
sraffiana o la visión económica más ingenua son las bases
económicas (y desde hace mucho han sido) del más trivial
reformismo. Lamentablemente, para ellos, aunque no la
entiendan, la profundidad de la teoría marxista del valor
logra demostrar que esa perspectiva es totalmente ilusoria.
No fuera trágica, al engañar incluso a los sectores
violentados por la lógica capitalista, seria cómica.
Tales concepciones tienen una dificultad adicional. No saben muy bien como
tratar el capital financiero. En verdad, no entienden
adecuadamente ni aún el concepto mismo de capital, y eso
hasta parece absurdo. En el mejor de los casos, tratan el
capital a la Sraffa, como un conjunto heterogéneo de medios
de producción y sin ninguna dimensión social por detrás.
La contrapartida de eso es entender el trabajo, no como
concepto central en la teoría (y, en verdad, no por las ridículas
razones postmodernas), pero como simple factor de asignación
de insumos consumidos por el trabajador, que, en la producción,
en nada se diferencia de un animal o de un motor a explosión,
eléctrico o de otro tipo.
Si el capital es conjunto heterogéneo de bienes, ¿qué podrá ser, para
ellos, el capital financiero? ¿cuál es la naturaleza del
capital financiero? ¿qué relación tiene con el capital
productivo y con el capital a interés? ¡La verdad es que
la vida de esos reformistas, por lo menos del punto de vista
teórico, no es muy fácil!
Tal vez, la mejor salida para entender el capital financiero dentro de esas
concepciones sea tratarlo como un capital en espera, como
una concesión de un crédito en la expectativa futura de
apropiación de un excedente real. La gran dificultad que
enfrentan, además de la ausencia de una adecuada teoría de
la riqueza y del valor, es su incapacidad de entender el método
dialéctico. Quizás lleguen incluso a se deleitar con las
afirmaciones de Böhm–Bawerk de que la dialéctica no es más
que un recurso retórico[36], auque ese autor se encuentre
en el seno de otra perspectiva.
La ausencia de una visión dialéctica les impide ver que el “capital
financiero”, el capital ficticio, al mismo tiempo que es
ficticio, es real. ¡y eso al mismo tiempo! El hecho de que
así realmente sea, los hace embarullarse al tratar el fenómeno.
La lógica metafísica positivista es incapaz de entender
esa dialéctica ficticio/real. Si es ficticio, fácilmente
puede ser superado, y para eso basta una política adecuada;
pero si es real ¿cómo hacerlo?
(*)
Profesor del “Programa de Pós–Graduação em Políticas
Sociais” y del Departamento de Economia de la Universidad
Federal do Espírito Santo (UFES) – Brasil. Tutor del
Programa SESU PET–Economia–UFES. E–mail:
reinaldo.carcanholo@terra.com.br – Página WEB:
http://sites.uol.com.br/carcanholo
(**)
Profesor del Departamento de Economia de la UFES – Brasil,
becado del gobierno brasileño (CAPES–Brasil). Doctorando
en Economía (Université Paris 1 Pantheon Sorbonne –
Centro de Economia da Sorbonne – MATISSE) bajo la
orientación del Dr. Rémy Herrera (CNRS, Université Paris
1). E–mail: sabadini@npd.ufes.br
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Notas:
[1] Desde luego conviene decir que nuestra interpretación difiere de la de
Katz (2002), aunque compartimos muchas de sus críticas a lo
que el llama de teóricos del “capital rentista” y
compartimos también varias de sus conclusiones sobre la
etapa actual del capitalismo, en particular en lo que se
refiere al incremento del grado de explotación de la fuerza
de trabajo y a la importancia de la tendencia a la caída de
la tasa de ganancia.
[2] Por capital sustantivo entendemos el capital productivo más el capital
comercial o mercantil.
[3] En trabajos anteriores se ha tratado un poco más ampliamente ese asunto
(cf. Carcanholo y Nakatani, 2001).
[4] Varios autores tienen interpretación distinta. Véase, por ejemplo,
Trindade (2006): “El capital ficticio es, por lo tanto,
una forma específica del capital monetario de empréstito y
cumple funciones específicas, pero en nombre del capital
monetario de empréstito”.
[5] Ilusión esa que, sin embargo, tiene una realidad económica muy
precisa.
[6] En presente trabajo, cuando la edición citada está en otra lengua, la
traducción es nuestra.
[7] Para Marx, las acciones constituyen un instrumento de crédito. Su
remuneración, llamada dividendos, es en realidad
fundamentalmente interés.
[8] Por ejemplo, gastos militares. Es interesante notar, en ese aspecto, que
los gastos militares sólo difieren de los gastos suntuarios
de la burguesía porque unos se destinan a garantizar el
disfrute de la burguesía, y los otros para garantizar su
poder, desde que son financiados por ingresos tributarios.
Ambos constituyen el destino de una parte del
excedente-valor producido socialmente, que no puede ser
usada para otro fin. Sin embargo, difieren mucho más cuando
aquéllos son financiados por deuda pública, toda vez que
su valor aparecerá como incremento del capital ficticio en
manos de la burguesía.
[9] Por ejemplo, pago de intereses de la deuda existente por encima de lo
que queda disponible en razón de un superávit primario.
[10] Una vez que la empresa destina el crédito recibido a algún tipo de
inversión.
[11] Katz (2002) también parece sugerir lo mismo, aunque eso no sea tan
claro: “La frontera entre el capital ficticio y otras
modalidades del capital-dinero es bastante borrosa, ya que
en la acumulación su papel no es ilusorio” (p. 6).
[12] Destacamos principalmente su obra The limits to capital.
England,
Basil Blackwell Publisher Limited, 1982.
[13] Lo cierto es que el titular de una determinada masa de capital ficticio
puede cambiar, en el mercado, su capital por cualquier otra
forma, sea productiva (comprando una fábrica, por ejemplo)
o comercial (adquiriendo una empresa comercial). Sin
embargo, el volumen total del capital ficticio no cambia; lo
que pasa es que su masa cambia de manos.
[14] En la unidad contradictoria llamada “capital”, el capital ficticio
pasa a ser dominante sobre el capital sustantivo.
[15] Utilizamos la expresión excedente-valor pues, además de la plusvalía,
está constituido por el excedente producido bajo relaciones
no salariales existentes en el capitalismo contemporáneo.
[16] Agradezco a Claus Germer (UFPR) haberme presentado esa objeción en
nuestras discusiones.
[17] Aunque no está tratando de la interpretación de Hilferding, Harribey
(2005) parece sugerir una posición por lo menos en parte
similar a la nuestra, al
afirmar: “Si no hubiera mercados a termo por intermedio de
los cuales se cambian productos reales, títulos financieros
o productos derivados, habría inmediatamente un ganador y
un perdedor. Con los mercados a termo, todo financista puede
razonablemente esperar ser ganador, en la medida en que los
títulos cambien frecuentemente de poseedor. En tales
mercado, todos los operadores prometen pagar más tarde y
cada vez que ellos venden sus títulos no los cambian por
dinero, sino que recolocan en cualquier otra aplicación
virtual”.
[18] Quien se apropia de ella o de la mayor parte de ella es otro problema.
Obviamente que casi siempre ganan los grandes especuladores.
[19] Es necesario destacar que las condiciones del mercado que producen
destrucción de capital ficticio, determinan también, en
grado mayor o menor, destrucción de capital sustantivo.
[20] Esa es, rigurosamente, una frase usada por Marx en el capítulo sobre
la mercancía de El Capital.
[21] Obviamente que la expresiones “valeur actionnariale” o “création
de valeur
actionnariale” son absolutamente inaceptables en una adecuada perspectiva
de la teoría marxista del valor. Serían algo menos problemáticas,
salvo por nuestro presente análisis sobre las ganacias
ficticias, si referidas a apropiación de valor resultado
del trabajo en alguna esfera productiva. Sobre este último
aspecto, para los poco iniciados, sería conveniente la
lectura del capítulo sobre a “renta y sus fuentes” en
el tercer tomo de El Capital.
[22] Cabe destacar, sin embargo, que si por acumulación financiera también
se entiende el incremento del capital a interés de la
economía, en tal caso la expresión es correcta. En
paralelo con el volumen adicional de capital a interés, que
se destine a financiar, por ejemplo, el incremento de la
producción, ocurre la existencia de un excedente material
bajo la forma de medios de producción, producido como
excedente y bajo la forma de plusvalía.
[23] En el caso brasileño, por ejemplo, los intereses pagados por el sector
público durante 2006 alcanzaron la suma de 160 mil millones
de reales (7,7% del PBI), mientras que el superávit
primario fue de 90 mil millones (4,3% del PBI), según el
Banco Central de Brasil. Así, en un año, el Estado brasileño
creó algo como 70 mil millones de reales como ganancia
ficticia para el capital rentista, aumentando el capital
ficticio que opera en el país, por tanto, en cerca de unos
32.000 millones de dólares.
[24] Agradecemos a Julio Gambina, de la Universidad de Buenos Aires, haber
presentado esa cuestión que aparentemente podría
contradecir nuestra interpretación sobre el capital
ficticio.
[25] Ese capital puede crecer adicionalmente, pero en volumen poco
significativo, por decisión del Estado, al conceder pensión
regular a particulares o derecho de exploración, por
ejemplo, de frecuencias de radio, etcétera.
[26] Parece ser esa también la visión de Katz (2002) cuando afirma: “las
transacciones financieras... representan expectativas de
realización de la explotación futura de la fuerza de
trabajo”. (p. 4). También, esa parece ser la posición de
Bonnet (2006): “En este sentido la financiarización del
capital es al mismo tiempo una fuga hacia adelante del
capital en crisis - una apuesta a la explotación futura del
trabajo - y una respuesta del capital a su crisis - una
ofensiva de disciplinamiento que apunta a sentar las
condiciones de posibilidad para esa explotación futura”.
De acuerdo estamos en que se trata de una respuesta del
capital a la crisis y una ofensiva contra el trabajo, pero
no que constituya una apuesta en la futura explotación. El
capital es voraz y exige remuneración hoy mismo.
[27] Es lo que destaca Foster (2006) sobre el incremento de la explotación
de los trabajadores de los Estados Unidos de América:
“…los salarios reales para la gran mayoría de ellos están
contenidos; el desempleo y el subempleo se incrementan; la
creación de empleos es frágil; los servicios sociales
gubernamentales para la población (incluyendo la educación)
están en regresión; y los impuestos pagados por los
trabajadores se incrementan”.
[28] Estamos de acuerdo con Katz (2002) y con Perelman (1990) en el sentido
de que la financiarización reciente ha contribuido para
recomponer la tasa general de ganancia: “La interpretación
marxista permite comprender de qué forma las
transformaciones financieras recientes han contribuido a
recuperar la tasa de ganancia en el proceso de crisis y
reorganización del capital de las últimas décadas”
(Katz, 2002, p. 14). Sin embargo, creemos que eso ocurre no
sólo por el incremento de la explotación, pero también en
razón de las ganancias ficticias.
[29] También en ese aspecto concordamos con Katz (2002), pero tal vez su
tesis sobre el futuro del capitalismo no sea tan conclusiva
como la nuestra y permita pensar la superación de la actual
fase sin mayores traumas, aunque con más elevados niveles
de explotación de los trabajadores.
[30] La relación entre teoría del valor, la ley de la tendencia a la caída
de la tasa de ganancia y el capital ficticio es central en
la interpretación de las crisis capitalistas financieras,
formando, por sí mismas, categorías marxistas que explican
perfectamente el carácter de esas crisis. En ese sentido,
en nuestra opinión, Chesnais (2006: 89) hace una apreciación
que carece de una verdadera comprensión de la teoría
marxista del valor, al afirmar: “… se puede decir también
que la teoría de la crisis financieras esbozada por Marx
– como crisis donde se combinan destrucción del valor
(ficticio) de los títulos y contracción brutal del crédito,
bajo el efecto de las dificultades bancarias y del enmarañado
de deudas y créditos – no es natural al análisis
marxiana o marxista. Ella prenuncia la teoría de las crisis
de los mejores teóricos keynesianos en esos dominios, en
particular la de Hyman Minsky”. Si realmente aquel autor
pretendió afirmar que la perspectiva marxista apenas logra
esbozar una teoría de las crisis y que ese esbozo solamente
permite prenunciar la teoría keynesiana de las crisis (lo
que es aún peor), eso significaría decir que la dialéctica
nos es capaz de explicarlas y que las categorías científicas
de valor-trabajo y capital ficticio sirven simplemente como
prenuncios (o tal vez de subsidio, si eso fuero posible)
para las “mejores” análisis keynesianas. Si eso es
cierto, creemos que en Chesnais no se encuentra una
comprensión adecuada y suficiente de la teoría marxista
del valor.
[31]
Cf. Coletti (1978, pp. 58 a 91). Cuando
aún se consideraba marxista, produjo textos significativos.
[32] Cf. Sraffa, 1966.
[33] Consideramos que el concepto de capital financiero, diseminado
principalmente a partir de los trabajos de Hilferding (1970)
y Lenin (1954), no es suficiente para entender el movimiento
del capital ficticio y, por lo tanto, del capital
especulativo parasitario. Esa idea es discutida en
Carcanholo y Nakatani (2001). Cf. también sobre el asunto
el interesante artículo de Alves Pinto (1997).
[34] Por ejemplo, Duménil y Lévy, aunque admitan que las contradicciones
actuales del capitalismo puedan ser resueltas por una gran
crisis, creen también en la posibilidad de una extinción
gradual de la hegemonía de lo que llaman “finanzas” y
un cierto retorno a un capitalismo con determinadas
concesiones a los trabajadores, es decir, un capitalismo más
humano, si es que eso realmente existió en algún momento.
Cf. especialmente Duménil y Lévy (2003) y también
Carcanholo (2004).
[35] En ese aspecto estamos totalmente de acuerdo con Bonnet: “En nuestros
países, este tipo de interpretaciones que contraponen mecánicamente
las esferas financiera y productiva conduce a diagnósticos
insostenibles y de ahí rápidamente al reciclaje de
programas nacionalistas-populistas centrados en la protección
de presuntos capitales autóctonos auténticamente
productivos ante el capital financiero
transnacionalizado”. (Bonnet, 2006) Y también: “En
muchos análisis, además, el capital financiero y capital
productivo así contrapuestos son asociados, en una visión
fraccionalista, a unas fracciones de la burguesía con
intereses y políticas igualmente contrapuestos (véase en
nuestro medio, por ejemplo, Beinstein 1999)”. (Bonnet, 2002)
[36]
Cf. Böhm-Bawerk, 1974.
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