Llega la deflación por sobreendeudamiento
Por Michael Hudson (*)
Counterpunch, 30/06/09
Sin Permiso, 05/07/09
Traducción de Mínima Estrella
Las informaciones económicas de los medios de comunicación
entrenados en poner al mal tiempo buena cara recogen con su
sesgo positivo habitual las estadísticas de deflación por
sobreendeudamiento dadas a conocer el pasado viernes [26 de
junio]. Los NIPA (Commerce Department's National Income and
Product Accounts) de mayo muestran que los
"ahorros" estadounidenses están absorbiendo ahora
el 6,9% del ingreso.
Pongo la palabra "ahorros" entre comillas,
porque este 6,9% no es lo que el grueso de la gente cree que
son ahorros. No es dinero guardado en el banco para
situaciones de emergencia, como perder el puesto de trabajo,
algo que les ocurre a diario ahora a miles de personas. La
estadística significa que el 6,9% del ingreso nacional está
ahora inexorablemente destinado a satisfacer deudas: la
mayor tasa de ahorro de los últimos 15 años, que contrasta
vivamente con la tasa negativa de ahorro -que eso es lo que
significaba vivir a crédito- de hace unos pocos años.[1]
Esos ahorros son sólo "dinero en el banco" en el
sentido de que son pagos realizados por los consumidores a
sus bancos y a sus compañías de tarjetas de crédito.
El ingreso que se destina a satisfacer deudas no está
disponible para ser gastado en bienes y servicios.
Contribuye a encoger la economía, agravando la depresión.
Así pues, ¿a qué tanta alegría con las buenas noticias
del "ahorro"?
Desde luego que es buena cosa para los consumidores
quitarse de encima las deudas. Pero los medios de comunicación
están dando a este desvío del ingreso un tratamiento como
si fuera un indicio de confianza en que la recesión está
tocando a su fin y el plan de "estímulos" de
Obama, funcionando. El Wall Street Journal informa de que
los afiliados a la Seguridad Social que se benefician de los
pagos directos del gobierno "parecen incapaces de
gastar el dinero recibido", mientras que en The New
York Times se observa que "mucha gente guarda el
dinero, en vez de gastarlo". Es como si la gente
pudiera permitirse un mayor ahorro.
La verdad es que el grueso de los consumidores no tienen
otra opción que la de satisfacer sus deudas. Incapaces de
seguir endeudándose a medida que los bancos cortan las líneas
de crédito, no tienen otra "opción" que la de
pagar su hipoteca y las facturas de su tarjeta de crédito
cada mes, o perder sus hogares y ver drásticamente
recortado su margen de maniobra con las tarjetas de crédito,
con unas penalizaciones en forma de tasas de interés
rayanas en el 20%. Para evitar semejante destino, las
familias se están echando al consumo de alimentos más
baratos y menos nutritivos, comiendo menos o acudiendo a
restaurantes de comida rápida, y recortando o suprimiendo
el gasto de las vacaciones. De modo que parece
contradictorio aplaudir esos "ahorros" (es decir,
la devolución de dinero adeudado) estadísticamente
registrados como si se tratara de un indicio de que la
economía puede salir de la depresión en los próximos
meses. Acercándose el desempleo a una tasa del 10% y con
anuncios de despidos una semana tras otra, ¿no está
asumiendo riesgos demasiado altos la administración Obama
al decirles a sus electores que el plan de estímulos está
funcionando? ¿Qué pensará la gente este próximo
invierno, cuando los mercados sigan encogiéndose? ¿Qué
espesor tiene la película de Teflon de Obama?
Entre los desechos de la burbuja de Greenspan
Hace sólo dos años los consumidores compraban tantos
bienes a crédito, que la tasa nacional de ahorro era cero.
La financiación del presupuesto público estadounidense
mediante el reciclaje, por parte de bancos centrales
extranjeros, de los dólares del déficit de la balanza de
pagos lo que produjo realmente fue una tasa negativa de
ahorro del menos 2 por ciento. Mientras duró esa burbuja,
los ahorros del 10% más rico de la población encontraron
su contrapartida en la deuda en que incurrió el 90% de la
población con menos ingresos. En efecto, los ricos
prestaban sus ingresos excedentes a una economía más y más
endeudada.
Hoy, los propietarios de vivienda no pueden ya seguir
refinanciando sus hipotecas para compensar unos salarios más
y más reducidos por la vía de tomar prestado con el
colateral de unos precios inmobiliarios que no dejaban de
crecer. Ha llegado la hora de devolver el dinero tomado a préstamo,
de satisfacer unas deudas bancarias, cuyo volumen se ha
hinchado al punto de incluir acrecidos cargos por intereses
y penalizaciones. El préstamo bancario solicitado ahora
choca con la presente limitación de la actividad bancaria a
pasar el rastrillo por la amortización y los intereses
sobre las hipotecas existentes, las tarjetas de crédito y
los préstamos personales.
Muchas familias sólo consiguen mantenerse financieramente
a flote por la vía de tirar de sus ahorros personales y
recortar sus gastos a fin de evitar la bancarrota. Ese desvío
del ingreso hacia la satisfacción de las deudas contraídas
explica por qué el volumen de las ventas al detalle, de las
ventas de automóviles y otras cifras de estadísticas
comerciales se están desplomando casi en picado, mientras
que las tasas de desempleo se disparan a niveles de dos dígitos.
La capacidad del grueso de la gente para gastar a los ritmos
de antes ha tocado techo. Un mismo ingreso no puede usarse
para dos propósitos distintos. No puede usarse para
satisfacer deudas y, al mismo tiempo, para gastarlo en
bienes y servicios. Una de dos. Así que cada vez más
superficies y centros comerciales cierran cada mes. Y a
diferencia de los propietarios de vivienda, los inversores
en propiedad inmobiliaria absentista tienen pocas
posibilidades de deshacerse de la propiedad y escapar a una
situación de quiebra técnica dimanante de la caída del
valor de sus activos (cuando lo que se debe a los acreedores
es más de lo que vale la propiedad hipotecada).
Más de dos tercios de la población estadounidense son
propietarios de vivienda, y los economistas especializados
en bienes raíces estiman que cerca de una cuarta parte de
los hogares norteamericanos se hallan ahora en situación de
quiebra técnica, en la medida en que los precios de mercado
de los activos inmobiliarios caen por debajo de las
hipotecas asociadas a esos activos. Esa es la situación en
que se encontraron Citigroup y AIG el año pasado, como
muchas otras instituciones de Wall Street. Pero, mientras
que el gobierno resolvió absorber las pérdidas de esas
instituciones "para lograr que la economía volviera a
ponerse en marcha" (o lo hicieran, cuando menos, los
mayores contribuyentes a las campañas electorales de los
congresistas), quienes tienen deudas personales distan por
mucho de hallarse en posiciones tan
ventajosas. El papel que se les ha asignado es el de
ayudar a reflotar los bancos satisfaciendo las deudas que
con esos bancos contrajeron a fin de mantener unos niveles
adquisitivos que los menguantes o estancados salarios no
eran ya capaces de mantener.
Por su parte, los bancos están endureciendo las
limitaciones al uso de las tarjetas de crédito,
incrementando los intereses y los cargos y penalizaciones.
(Yo no veo muchas posibilidades de que el Congreso apruebe
la creación -promovida por Obama a modo de compensación
por su reciente programa de rescates bancarios- de una
Agencia de Productos Financieros de los Consumidores.) El
problema es que las tasas de morosidad están creciendo rápidamente.
Y eso ha llevado a muchos bancos a cerrar tratos con sus
clientes más endeudados, a fin de cuadrar cuentas hasta por
la mitad del monto nominal de la deuda (buena parte del
cual, huelga decirlo, había crecido como consecuencia de
cargos y penalizaciones). Los bancos compiten ahora, no para
ganar clientes, sino para librarse de ellos. El plan
consiste en ofrecer descuentos lo suficientemente poco
atractivos como para hacer que los peores riesgos pasen a
bancos rivales y que éstos carguen con la morosidad cuando,
finalmente, abandonen la lucha para mantenerse en niveles de
solvencia.
Los billones de dólares con que la administración Obama
ha obsequiado a Wall Street habrían bastado para sufragar
buena parte de las hipotecas que ahora se hallan en situación
morosa, unas hipotecas que rebasan con mucho la capacidad de
pago de muchos deudores. El gobierno habría podido aprobar
una ley que limpiara esas deudas, financiando la medida con
la reintroducción de una fiscalidad progresiva que
restaurara los impuestos sobre las ganancias de capital con
tipos marginales iguales a los que gravan los ingresos
ganados (salarios y beneficios empresariales) y sellando los
resquicios fiscales que, en la práctica, liberan de
impuestos al sector de las finanzas, las aseguradoras y los
bienes raíces [FIRE, por sus siglas en inglés]. En cambio,
lo que ha hecho el gobierno es eximir prácticamente de
impuestos a Wall Street y trocar bonos del Tesoro por
billones de dólares de hipotecas basura y deuda tóxica.
Las perspectivas de un crecimiento económico
"real" son sacrificadas en el altar de los gastos
financieros.
Los bancos y las compañías de tarjetas de crédito se
preparan para el encogimiento económico. Después de todo,
fue anticipándose a eso que, a partir de 1998, presionaron
tanto para conseguir lo que finalmente consiguieron en 2005
con unas leyes de quiebra tan favorables a los acreedores y
tan crueles para los deudores que convertían a la quiebra
personal en un verdadero infierno económico y jurídico.
Así pues, y para evitar ese destino, lo que está
haciendo la gente es desviar dinero, pero no para ponerlo en
cuentas de ahorro. Lo depositan, efectivamente, en los
bancos, pero en forma de pago de deudas. Para los contables
que repasan balances los ahorros representan un incremento
de valor neto. En otros tiempos, eso era el resultado de una
formación de fondos líquidos. Pero el dinero que se ahorra
ahora no está disponible para el gasto. Sirve sólo para
reducir la carga de la deuda soportada por los individuos. A
diferencia de Citigroup, [la aseguradora] AIG y otras
instituciones de Wall Street, esos individuos no ven
desaparecer sus deudas de los libros contables. El gobierno
no es lo bastante amigable como para comprarles unas
inversiones que han perdido la mitad de su valor en un año.
Tales rescates se reservan para los acreedores y para los
gestores de dinero, no para los deudores.
La historia que deberían estar contando los medios de
comunicación es ésta: cómo la actual economía posburbuja
ha vuelto del revés la noción de ahorro.
No es esto lo que la gente esperaba hace medio siglo. Los
economistas escribían entonces sobre los aumentos de
productividad que generaría la tecnología, sobre las
condiciones casi utópicas en que viviría la gente en el año
2000. Es preciso reescribir los libros de texto.
La reversión de la teoría económica keynesiana
La mayoría de personas y de empresas salieron de la II
Guerra Mundial, en 1945, prácticamente libres de deuda y
sometidas a un régimen fiscal progresivo. Los economistas
anticipaban -en realidad, temían- que unos ingresos
crecientes llevarían a unas tasas de ahorro más elevadas.
El punto de vista más influyente fue el de John Maynard
Keynes. Enfrentado a los problemas planteados por la Gran
Depresión, Keynes advirtió en 1936, en su Teoría general
del empleo, el interés y el dinero, de que la gente ahorraría
relativamente más a medida que crecieran sus ingresos. De
lo que se seguiría un descenso del gasto en bienes de
consumo y la consiguiente ralentización del crecimiento de
los mercados, y por ende, de la inversión y del empleo.
Desde esa perspectiva, la propensión al ahorro a partir
salarios y beneficios desviaría el flujo circular de pagos
entre productores y consumidores. El principal nubarrón
divisable en el horizonte, según temían los keynesianos,
era que la gente llegara a tal grado de prosperidad, que no
gastara su dinero. Su receta para evitar tal subconsumo era
que las economías se movieran en la dirección de un mayor
ocio y de una distribución más equitativa del ingreso,
Las actuales dinámicas del ahorro -y de la grávida deuda
en que se invierten los ahorros- son harto distintas -y
harto peores- que las esperadas por Keynes. El grueso de los
ahorros financieros se destina al préstamo, no a la formación
de capital tangible y a la industria. El grueso de la nueva
inversión en bienes y estructuras de capital tangible
procede de ingresos empresariales retenidos, no de ahorros
que pasen por intermediarios financieros. En tales
circunstancias, mayores tasas de ahorro reflejan mayor
endeudamiento. Por eso la tasa de ahorro ha llegado a caer
al nivel cero. Una proporción creciente del ahorro tiene
ahora su contrapartida en el endeudamiento de otras
personas; no se usa para financiar nuevas inversiones
directas.
Cada nueva recuperación de ciclo económico desde la II
Guerra Mundial ha venido acompañada por una tasa de
endeudamiento más elevada. Lo cierto es que el ahorro
interfiere en el consumo, pero no como resultado de mayores
ingresos y de una mayor prosperidad general. Una tasa creciente de ahorro refleja meramente el grado en
que una economía subviene a sus gastos de endeudamiento. Es
"ahorro" en forma de satisfacción de la deuda en
una economía en proceso de encogimiento. El resultado es
una distopía financiera, no la utopía tecnológica que
parecía al alcance de la mano en 1945, hace sesenta y cinco
años. En vez de una economía del ocio amiga del
consumidor, lo que tenemos es servidumbre por deudas.
Para hacerse una idea de lo realmente opresiva que es la
carga de la deuda, basta con observar que la actual tasa de
ahorro de un 6,9% ni siquiera refleja el 16% de la economía
que según el informe de la NIPA gira en torno al pago de
intereses para sostener esa deuda, o las cargas
penalizadoras que ahora reportan tanto como los intereses a
las compañías de tarjetas de crédito (o los billones de dólares
de los rescates gubernamentales destinados a mantener a
flote este insostenible sistema). Cómo una economía puede
aspirar a competir en los mercados globales de producción
industrial con tamaño gasto financiero gravitando sobre el
coste de la vida y cómo pueden hacerse negocios así, es
asunto para tratado aparte.
(*) Michael Hudson es ex economista de Wall Street
especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en
el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.),
Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990
colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de
deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr.
Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en
la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha
asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y
Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la
Formación y la Investigación. Distinguido profesor
investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de
Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super
Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
1.-
Jack Healy, "As Incomes Rebound, Saving Hits Highest
Rate in 15 Years," The New York Times, 27 de junio de
2009.
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