Los
brotes verdes de la recuperación económica se han vuelto
marrones
Estimular
o morir
Por
Joseph E. Stiglitz (*)
Crisis.economica.blog,
agosto 2009
Nueva
York.– Como los brotes verdes de la recuperación económica
que muchos advirtieron la pasada primavera se han vuelto
marrones, surgen preguntas sobre si ha fracasado la política
de hacer arrancar la economía mediante un estímulo fiscal
en gran escala. ¿Se ha demostrado la inadecuación de la
teoría económica keynesiana, una vez puesta a prueba?
Sin
embargo, esa pregunta sólo tendría sentido si se hubiera
probado a aplicar de verdad dicha teoría económica. De
hecho, lo que ahora se necesita es otra dosis de estímulo
fiscal. Si no se hace, podemos esperarnos un período aún más
largo en el que la economía funcione por debajo de su
capacidad y con un gran número de desempleados.
El
gobierno de Obama parece extrañado y decepcionado con el
gran número –que va en aumento– de desempleados. No
debería estarlo. Todo eso era previsible. El verdadero
criterio para calibrar el éxito del estímulo no es el
nivel real de desempleo, sino el de cuál habría sido sin
el estímulo. El gobierno de Obama siempre dijo con claridad
que crearía unos tres millones de puestos de trabajo más
que en caso contrario. El verdadero problema es el de que la
sacudida que la crisis financiera asestó a la economía fue
tan fuerte, que incluso el estímulo fiscal de Obama,
aparentemente enorme, no ha sido suficiente.
Pero
hay otro problema: en los Estados Unidos, sólo una cuarta
parte, aproximadamente, del estímulo de casi 800.000
millones de dólares estaba destinado a gastarse este año y
se ha tardado en aplicarlo incluso en el caso de los
proyectos que se podían empezar a ejecutar rápidamente.
Entretanto, los estados que componen los Estados Unidos han
tenido que afrontar déficits de ingresos en gran escala,
que excedían los 200.000 millones de dólares. La mayoría
de ellos afrontan obligaciones constitucionales de
presupuestos equilibrados, lo que significa que dichos
estados están ahora aumentando los impuestos o reduciendo
los gastos, estímulo negativo que contrarresta al menos una
parte del estímulo positivo del Gobierno Federal.
Al
mismo tiempo, casi una tercera parte del estímulo fue
destinado a la reducción de impuestos, que, como predijo
correctamente la teoría económica keynesiana, sería
relativamente ineficaz. Las familias, cargadas de deudas,
mientras se reducen sus ahorros para la jubilación y las
perspectivas laborales siguen siendo remotas, sólo han
gastado una fracción de las reducciones de impuestos.
En
los EE.UU. y en otros países, se ha centrado gran parte de
la atención en la reparación del sistema bancario, cosa
que puede ser necesaria para restablecer un crecimiento
intenso, pero no es suficiente. Si la economía está
estancada, los bancos no prestarán y las familias
americanas serán particularmente reacias a pedir préstamos,
al menos con la avidez con que lo hicieron antes de la
crisis. El todopoderoso consumidor americano fue el motor
del crecimiento mundial, pero lo más probable es que dicho
motor siga petardeando, aun después de que se hayan
reparado los bancos. Entretanto, será necesaria alguna
forma de estímulo gubernamental.
Algunos
están preocupados por el aumento de la deuda nacional
americana, pero, si un nuevo estímulo está bien concebido
y se dedica la mayor parte del dinero a la compra de
activos, se puede fortalecer, en realidad, la situación
presupuestaria y el crecimiento futuro.
Constituye
un error tener en cuenta sólo las deudas de un país y
pasar por alto sus activos. Naturalmente, se trata de un
argumento contra los rescates bancarios mal concebidos, como
el de los Estados Unidos, que ha costado a sus
contribuyentes centenares de miles de millones de dólares,
gran parte de los cuales nunca se recuperarán. La deuda
nacional ha aumentado sin que se hayan colocado activos
compensatorios en el balance gubernamental, pero no se debe
confundir la ayuda a las empresas con un estímulo
keynesiano.
A
algunos (no muchos) les preocupa que esta ronda de gasto
gubernamental cree inflación. Pero el problema más
inmediato sigue siendo el de la deflación, en vista del
importante desempleo y el exceso de capacidad existentes. Si
la economía se recupera con mayor fuerza de lo previsto por
mí, se puede suprimir el gasto. Mejor aún: si se dedica
gran parte de la próxima ronda de estímulo a los
estabilizadores automáticos –como, por ejemplo, la
compensación del déficit de ingresos de los estados– y
si la economía se recupera efectivamente, en ese caso no
habrá gasto. El riesgo es mínimo.
No
obstante, existe cierto motivo de preocupación por que las
perspectivas inflacionarias, cada vez mayores, tengan como
consecuencia un aumento a largo plazo de los tipos de interés,
lo que contrarrestaría los beneficios del estímulo. A ese
respecto, las autoridades monetarias deben vigilar y
continuar con sus intervenciones “especiales”: las de
dirigir los tipos de interés a corto y a largo plazo.
Todas
las políticas entrañan un riesgo. De no estar preparados
ahora para un segundo estímulo, se corre el riesgo de una
economía más débil... y de que no haya los fondos
necesarios cuando se necesiten. La estimulación de una
economía requiere tiempo, como demuestran las dificultades
del gobierno de Obama para gastar lo consignado; los efectos
plenos de esas medidas pueden tardar medio año o más en
sentirse.
Una
economía más débil significa quiebras, ejecuciones de
hipotecas y mayor desempleo. Aun dejando de lado el
sufrimiento humano, eso significa, a su vez, más problemas
para el sistema financiero y, como hemos visto, un sistema
financiero más débil significa una economía más débil y
posiblemente la necesidad de más fondos de emergencia para
salvarla de una catástrofe. Si intentamos ahorrar fondos
ahora, corremos el riesgo de gastar muchos más en el
futuro.
El
gobierno de Obama erró al solicitar un estímulo demasiado
pequeño, en particular después de que llegara a
transacciones políticas que lo volvieron menos eficaz de lo
que podría haber sido. Cometió otro error al formular un
rescate bancario que concedió demasiados fondos con
demasiado pocas restricciones y condiciones demasiado
favorables a quienes causaron el lío económico en primer
lugar, política que ha quitado el deseo de más gasto a los
contribuyentes.
Pero
así es la política. La teoría económica está clara: el
mundo necesita que todos los países industriales avanzados
se comprometan a lanzar otra gran ronda de gasto de estímulo
real. Ése debe ser uno de los asuntos fundamentales de la
próxima reunión del G–20 en Pittsburgh.
(*)
Joseph E. Stiglitz, profesor de Economía en la Universidad
de Columbia, preside una Comisión de Expertos, nombrada por
el Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas,
sobre las reformas del sistema financiero y monetario
internacional. En su libro Making Globalization Work
(“Para hacer que funcione la mundialización”),
publicado en 2006, examinó la cuestión de un nuevo sistema
mundial de divisas de reserva.
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